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ADVERTENCIA:
ESCENAS EXPLÍCITAS, LEER CON DISCRECIÓN

𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐔𝐀𝐑𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐍𝐔𝐄𝐕𝐄
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𝐄𝐋 𝐃Í𝐀 𝐃𝐄𝐒𝐏𝐔É𝐒 𝐃𝐄 𝐍𝐀𝐕𝐈𝐃𝐀𝐃, Eliot y yo tuvimos nuestra primera pelea.

Claro, yo dije algunas cosas que no debería, al igual que él. Pero por primera vez, tal vez en la historia, Eliot no se disculpó. 

Comenzó con una conversación amistosa durante la cena hasta que él comentó que las comidas calientes son mucho mejor en comparación con lo que yo debía estar acostumbrada, lo que me llevó a ponerme a la defensiva, desencadenando una acalorada discusión que logró que me marchara. 

Ahora, me encontraba ebria en un callejón. 

El alcohol tibio quemaba la parte posterior de mi garganta y era una sensación que odiaba.

La odiaba, pero alejaba mis preocupaciones y con cada trago de la botella contra mis labios, la cerveza bajando por las paredes de mi boca, me sentía un poco mejor. Con cada trago. 

Era una borracha descuidada, claro, no había ningún secreto al respecto. Pero en este momento, arrastraba los pies por uno de los callejones del Capitolio y estaba bien con eso porque no me sentía insegura. 

En mi antiguo barrio, nunca pondría un pie afuera después del atardecer, pero aquí, en el mismo vecindario que Coriolanus y mis padres, estaba en la parte más rica del Capitolio y ya no tenía que preocuparme por lo que sucedía a mi alrededor. 

Si quería emborracharme a las dos de la madrugada, podía hacerlo. 

Si quería estar de pie en la puerta de mi exnovio con una botella de cerveza de 5€ a medio terminar, podía hacerlo.

Y así era.

La puerta azul se abre y al otro lado me encuentro con Coriolanus. 

Su ojo izquierdo está entrecerrado, pero el otro se muestra muy confundido.

Coriolanus es (y siempre ha sido) todo lo que he querido, simplemente nunca he estado lo suficientemente borracha como para actuar en consecuencia. 

─ ¿Mare? ─pregunta, su voz impregnada de pura confusión mientras se frota el ojo─. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Todo está bien?

No respondo. Demonios, ni siquiera pienso. Mi mente está en llamas y está confusa, apenas puedo recordar en lo que estaba pensando hace un segundo. Pero, por alguna razón, besé a Coriolanus. 

Besé a Coriolanus Snow y maldición... me gustó. Lo ansiaba.

Y uno pensaría que sería un momento de sobriedad para mí, algo que me haría volver a la realidad y darme cuenta de lo malditamente incorrecto que era, pero no lo fue. 

Quería... necesitaba más.

Mi mano agarró bruscamente la parte trasera de su cabeza y lo atrajo contra mis labios. 

Son suaves y se moldean perfectamente contra los míos, y la emoción electrizante que recorre mi columna vertebral lo es todo.

Sus manos agarran mis caderas y se enroscan alrededor de mi cintura, manteniéndome cerca de él mientras nuestras bocas se mueven juntas como si fueran una. 

Ambos estamos ansiosos, ninguno de los dos dice una palabra ni toma aliento. 

Cierra la puerta detrás de mí y un deseo particular se apodera de mí, como si me hubieran privado de Coriolanus durante meses, y así ha sido. 

No he sentido su cuerpo contra el mío en casi un año, y ha sido un suplicio. 

Sus manos agarran la parte trasera de mis muslos, levantándome y dándome la capacidad perfecta para rodear mis piernas alrededor de su cintura y sostenerme mientras me apoya contra la puerta. 

Es el único que puede besar mi dolor. Es el único que entiende mi dolor y el único que puede mejorarlo. 

Quiero que alguien bese mi dolor.

Y él lo hace.

Su aliento es cálido contra el mío mientras se aleja y es evidente que él tiene tanto deseo por mí como yo por él. 

Pero su ceño se frunce profundamente entre sus cejas, casi como si le doliera físicamente separar sus labios, ahora hinchados, de los míos. 

─ Mare ─su voz es áspera y privada─, no podemos hacer esto. 

Sé que está mal, pero no me importa. No me importa porque él es la única solución a mis males. 

─ Tú... estás borracha...

Lo interrumpo con el brusco choque de mis labios contra los suyos, mis caderas empezando a moverse en una fricción que lo hace gemir en mi boca, sus uñas cavando ahora profundamente en mis caderas.

Era evidente que no se lo esperaba, y yo tampoco. 

Hay un demonio en uno de mis hombros que me suplica que haga cosas inefables con Coriolanus esta noche, y en el otro hombro, hay un ángel que me está rogando que pare, que lo arruinaré todo si lo hago.

No puedo determinar con certeza si esto es la vida real, y tampoco sé si quiero que lo sea. 

Las manos de Coriolanus caen a mis glúteos mientras comienza a llevarme a una de las muchas habitaciones en este ático, pero la puerta que abre es un revoltijo de gris y blanco. Al igual que las paredes en el interior. 

Ha mejorado toda la habitación, pero su cama sigue siendo la misma. Un marco de tamaño individual para un colchón de tamaño individual que cruje y se mueve con cada movimiento. 

El sonido resonó al chocar contra la pared cuando él me dejó caer en la cama. Me apoyé en mis codos, una sonrisa maliciosa jugando en mi rostro mientras lo miraba. 

Su cabello rubio estaba hecho un desastre por mis manos que lo recorrieron, y su camisa estaba desabrochada y apenas sosteniéndose en sus hombros. 

Mis uñas pintadas de negro medio desgastadas alcanzaron el borde de mi camiseta azul y me la quité por la cabeza. 

Pero algo desconocido parpadeó en los ojos de Coriolanus.

─ Mare ─se quedó inmóvil, apenas pude distinguir su ceño en la luz de la luna que se filtraba por la ventana─. Yo... ¿estás segura?

No lo estaba, pero estaba ebria y mis acciones hablaban por sí mismas sin que mi mente pensara en absoluto. 

Cambio mi posición, ahora con mi cuerpo apoyado sobre las rodillas mientras lo miraba con una mirada llena de deseo.

Mis yemas alcanzaron su corbata a rayas rojas y comenzaron a deshacerla, y pude ver su manzana de Adán moverse mientras mi dedo rozaba la piel al descubierto de su cuello.

Una vez que su corbata estuvo deshecha, simplemente agarré el borde de la misma y lo atraje hacia mí. 

No me importaban las circunstancias. Estaba cansada de vivir una vida pobre sin nada por lo que esforzarme. Pero esto, esto valía la pena.

Su torso se presionaba contra mis pechos, contenidos por el sujetador, y mientras su lengua barría mi labio inferior, todo mi cuerpo dolía de placer.

Lo necesitaba. A él. 

Mis manos comenzaron a juguetear con los botones de su camisa con urgencia y obligación, y una vez que los seis botones estuvieron fuera de sus respectivos agujeros, su camiseta voló. 

Sus brazos ya no eran delgados y enclenques. No, ahora tenía unos bíceps fuertes que podía agarrar con mi mano y omóplatos que se asomaban por su espalda mientras presionaba más entre mis piernas. 

Estaba muy duro debajo de sus pantalones y podía sentirlo presionarse contra la cremallera de mis vaqueros.

Ninguno de nosotros dijo ni una palabra, no hacía falta. 

Ambos entendimos la situación en ese momento y nos ocupamos de ella sin pensar. 

Todo iba muy rápido. El movimiento de mis manos, sus besos contra mi línea de la mandíbula, los gemidos escapando de mis labios...

Desabrocho mis pantalones y él los suyos, pero nuestros labios no se separan. 

No abro los ojos porque de todos modos no podía ver nada. Esta habitación está completamente a oscuras, y lo único que puedo ver son sus ojos cuando están justo frente a los míos. 

Antes de darme cuenta, mis bragas mojadas están alrededor de mis tobillos y mi sujetador está al pie de la cama. Mi cabeza ya se está hundiendo en sus almohadas. 

Me pregunta algo, pero ya no recuerdo qué era ni como respondí, pero sí sé que cuando penetra dentro de mí es como un destello de luz. 

Una lágrima cálida resbala por mi mejilla y es como si de repente fuera consciente. Consciente de mi entorno y de lo que acabo de hacer. Algo que nunca podré deshacer y nunca podré mencionar en voz alta. 

─ Detente ─suplico, mi voz es ligera y entrecortada, apenas siento que esté hablando─. Coriolanus, detente.

Él lo hace, se retira de mí y creo que me pregunta si estoy bien, pero no estoy segura porque mis oídos están zumbando y estoy horrorizada por lo que he hecho. 

Se deja caer en la cama a mi lado y su voz es débil y siento un sonido distante en mis oídos, pero todo en lo que puedo concentrarme es en los latidos de mi corazón. El que una vez latió por Coriolanus Snow. Y el que late por él ahora. Lamentablemente.

El colchón rebota con el movimiento de su cuerpo y se hunde a medida que lo hace.

Me quedo mirando el techo con una culpa inhumana consumiéndome.

Parpadeo y olvido cuánto tiempo ha pasado en silencio. El zumbido en mis oídos tiene que detenerse y la cama ya no se mueve debajo de mí. 

─ ¿Por qué sigo haciéndome esto a mí misma? ─susurro a la oscuridad.

─ ¿Eh? ─Coriolanus murmura a mi lado, me está mirando atentamente, pero no me molesto en encontrarme con su mirada. No puedo soportarlo.

Sin pensarlo más, me siento y empiezo a recoger cada una de mis prendas. Tiro mi camiseta por encima de mi cabeza y finjo que la sensación de mi cabello bajo la camiseta contra mi espalda desnuda no me molesta. 

─ ¿Te vas? ─pregunta él, casi como si no fuera obvio. 

Abro la puerta de su habitación, permitiendo que entre solo la suficiente luz desde el pasillo, pero no me enfrento a él. Estoy simplemente congelada en su umbral.

─ No puedo... no puedo volver a verte.






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