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𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐔𝐀𝐑𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐃𝐎𝐒
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𝐋𝐀𝐒 𝐏𝐀𝐑𝐄𝐃𝐄𝐒 𝐃𝐄 𝐂𝐎𝐋𝐎𝐑 𝐂𝐀𝐑𝐁Ó𝐍 𝐍𝐔𝐍𝐂𝐀 𝐒𝐄 𝐕𝐈𝐄𝐑𝐎𝐍 𝐓𝐀𝐍 𝐃𝐄𝐒𝐀𝐅𝐈𝐀𝐍𝐓𝐄𝐒. Estoy mirando hacia arriba para ver la casa, con cada habitación del doble del tamaño de mi apartamento, y todo lo que puedo sentir es envidia. Ni nostalgia, ni tristeza... solo pura envidia.
Siento envidia de cada maldita casa ante mis ojos. De este apartamento. De cómo el marco de la puerta está intacto, sin que la madera se astille, sin que la pintura se desvanezca. Es absolutamente perfecto, a diferencia de la casa en la que mis padres vivieron durante casi 10 años. Aquella en la que crecí. No hay ni un solo rasguño de desgaste. Ninguna marca de garras: ni de mi perro de la infancia, ni de mí misma.
Ojalá lo hubiera. Entonces tendría algo a lo que mirar para recordar cuánto me esforcé por aferrarme a esa puerta esa noche.
Janus estaba en una de mis manos, la otra estaba aferrada a esa puerta azul. Todo porque el hombre al que había amado estaba de vuelta en la ciudad.
─ ¡Eh, Mari! ─una voz me llama desde atrás, profunda y rica, pero aún cálida y familiar.
Giro mi cuerpo lo suficiente como para ver a Festus corriendo por las escaleras del edificio.
Logro aparentar alegría, ofreciéndole una pequeña sonrisa cuando, sorprendentemente, me abraza brevemente.
─ No te he visto desde hace tiempo. ¿Cómo estás?
Cuando me separo de él y realmente lo miro, sonrío con sinceridad. Es bueno ver a un amigo. Es bueno verlo cuando estoy a punto de enfrentarme a la ira de una serpiente. Es bueno verlo en una luz tan alegre.
─ Podría estar mejor ─cruzo los brazos sobre la rebeca que se aferra a mi cuerpo, asintiendo ligeramente─. ¿Y tú? ¿Cómo estás?
─ Estoy bien. Ya sabes, sobreviviendo... no todos los padres son inmensamente ricos, así que estoy ahorrando para asistir a la universidad el próximo otoño ─bromea, pero Festus Creed y yo nunca hemos bromeado, y me parece algo extraño, para ser honesta─ Oye, ¿no vivías en algún palacio o mansión?
─ Mis padres se mudaron aquí hace unas semanas ─insegura de cómo responder, encogí los hombros─. No me mudé con ellos.
Sus cejas se elevan, junto con un leve fruncimiento.
─ ¿Te mudaste sola?
─ Me echaron, más bien ─desvío la mirada, una repentina vergüenza me invade. Nadie quiere admitir que sus padres, su propia sangre, los ha echado de la única casa que han conocido.
Su sonrisa se desvanece.
─ Lo siento.
Asiento, aceptando la disculpa, pero aun sin acostumbrarme a ninguna emoción por parte de Festus.
Es silencioso, casi ensordecedor, hasta que abre la boca de nuevo.
─ ¿Cómo está tu hija? ¿Cómo la llamaste?
Sonrío al escuchar la mención.
─ Janus.
Algo en sus ojos marrones destella y se estremece, pero no estoy segura de por qué. Nunca fue cercano a mi hermano, siendo franca, creo que lo despreciaba.
La puerta principal se abre y me encuentro con la presencia de mi madre.
Apenas puede mirarme, y todo lo que quiero es escupirle en la cara y obligarla a mirarme a los ojos, obligarla a ver a la mujer en la que me he convertido.
Ella permite que Festus y yo entremos, y no puedo evitar preguntarme cómo mis padres se han permitido vivir aquí. Hay un constante ruido de goteo en la distancia y prácticamente se puede oler el moho alimentándose de las paredes.
Hay una gruesa tensión en el aire y hace que los vellos en la parte posterior de mi cuello se ericen. Miro a Festus y puedo decir que él también lo siente.
Lo siente y está incómodo... y yo también lo estoy.
Seguimos a mi madre hasta el comedor, donde la chef está colocando diferentes platos en la larga mesa.
Coriolanus no está por ningún lado, y eso me alegra. Mi padre tampoco está.
Han reemplazado al anterior chef que, bueno, que hemos tenido desde que nos mudamos al Capitolio. Su nombre era Anatole, y era de algún otro país elegante fuera de Panem, dónde había sido entrenado profesionalmente desde joven en las Artes Culinarias.
Ahora veo a una mujer con un cabello rojo brillante recogido en un moño debajo de su largo gorro blanco, y es más baja que yo.
Me ofrece una sonrisa mientras hace una ligera reverencia, un saludo hacia Festus y yo misma. Es algo extraño que causa que Festus me mire confundido mientras toma asiento a mi lado.
Me he sentado al lado de Lysistrata, y ella me ofrece una sonrisa comprensiva cuando cruzamos miradas.
Quiero preguntarle por qué me está mirando así, por qué está sintiendo lástima por mí. Sí, mi hermano está muerto. Sí, hoy es 22 de octubre, su cumpleaños. Pero la mirada que me está dando no es la típica de "lo siento por tu pérdida". No, no es la mirada que todos me han estado dando desde el funeral. En cambio, es una que dice "lo siento por lo que estás a punto de soportar".
Quiero suplicarle y preguntarle por qué se disculpa con la mirada de antemano, pero no tengo tiempo porque escucho dos voces roncas en la distancia que crecen en volumen con sus pasos mientras se acercan al arco curvo de la puerta del comedor.
Primero, mis ojos caen en el suelo del lado opuesto de esta mesa de caoba. Allí, veo dos pares de zapatos. Los primeros son unas zapatillas recién lustradas, y el otro par, recién lustrados también, son unos LaDucas de color mate negro.
He visto esas zapatillas marrones docenas de veces. Son uno de los pocos pares que mi padre usa, los ha usado en todas las salidas que puedo recordar. Lo sé porque los usé cuando jugaba a disfrazarme con Mia en nuestra juventud. Siempre me quedaban demasiado grandes en mis pequeños pies, pero no me importaba. Cada vez que tropezaba, soltaba una risita, una que Mia imitaba.
Pero el otro par, no lo reconozco. Claramente son nuevos, pero no tengo ni idea de a quién le pertenecen.
Finalmente, mis ojos siguen el traje de terciopelo de color granate y me encuentro con unos ojos azules penetrantes que reconozco demasiado bien.
© 𝑭𝑨𝑰𝑺𝑻𝑺𝑳𝑼𝑽𝑹𝑹
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