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𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐎𝐍𝐂𝐄
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𝐄𝐋 𝐏𝐑𝐈𝐌𝐄𝐑 𝐃Í𝐀 𝐃𝐄𝐋 𝐒𝐎𝐑𝐓𝐄𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐏𝐔𝐄𝐃𝐎 𝐑𝐄𝐂𝐎𝐑𝐃𝐀𝐑 𝐅𝐔𝐄 𝐂𝐔𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐓𝐄𝐍Í𝐀 𝐀𝐏𝐄𝐍𝐀𝐒 𝐒𝐄𝐈𝐒 𝐀Ñ𝐎𝐒.

Recuerdo que llevaba un vestido azul claro con una falda que se expandía cuando giraba, por eso era mi vestido favorito. Tenía cintas a juego atadas en mis coletas y era completamente inocente, pues no sabía lo que significaba ese día. Simplemente me gustaba que mi mamá me vistiera bien y que pudiera llevar un vestido bonito. 

Mi mamá apretó mi mano con fuerza mientras los hombres grandes de blanco nos guiaban en fila y nos ordenaban, las mujeres a un lado y los hombres al otro. 

Sejanus, siendo mayor que yo, sabía exactamente lo que significaba el día de hoy. Y vi en su rostro el miedo. 

Un hombre de pelo oscuro estaba en el centro del escenario frente a nosotros, y nunca olvidaré cómo mi madre envolvió sus brazos a mi alrededor en ese momento. Me envolvió y me consumió con su aroma, su larga melena oscura me acarició la cara, pero no me importó. 

─ María Herrera ─gritó, con una voz rica y profunda. 

Y hubo un momento de silencio antes de que ella comenzara a abrirse paso entre la multitud para bajar por el pasillo hacia el escenario. 

Tenía el cabello trenzado a ambos lados de la cabeza y llevaba un vestido azul oscuro que abrazaba sus curvas, pero estaba suelto en las caderas. 

Parecía tener dieciséis o diecisiete años como máximo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y me giré hacia mi madre para preguntarle por qué la chica lloraba. Ella no respondió, solo me hizo callar. 

Hubo un silencio pesado en el aire cuando el mismo hombre llamó al tributo masculino. 

─ Joshua Rogers. 

El silencio se rompe con el grito de una mujer. Un grito desgarrador que hizo que yo, siendo pequeña, diera un salto mientras la mujer sale de la fila de detrás de nosotras para comenzar a llorar en voz alta. 

Un chico, no mucho más alto que Sejanus, sale de la multitud con el labio inferior tembloroso y los ojos vidriosos. 

Mira hacia atrás a la mujer, quien llora con una mirada suplicante mientras los guardias le rodean con los brazos, impidiendo que corra tras el chico al que llamaba "hijo". 

Sus gritos son intensos y crudos, incluso perforan mi alma directamente. 

─ ¡No! ─solloza, apenas teniendo tiempo para respirar antes de gritar una vez más─. ¡Joshua!

Ambos tributos ya están de pie en el escenario y la mujer aún lucha por liberarse de las garras de los guardias. 

Sin embargo, en poco tiempo se libera y comienza a correr hacia adelante, hacia el escenario.

Un disparo suena y mi madre oculta mi rostro en su vestido, protegiéndome del horror y amortiguando todos los demás disturbios a lo lejos. 

Nunca olvidaré cómo me sentí ese día, tan cerca de la muerte, mi infancia siendo corrompida.

Fue la primera vez que vi lo que el Capitolio podía hacernos, sin razón alguna. 






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