❛ 𝘅𝗶. 𝖾𝗅 𝗌𝖾𝖼𝗋𝖾𝗍𝗈 𝖽𝖾 𝗃𝖺𝗏𝗂𝖾𝗋.
❛ 𓄼 CAPÍTULO ONCE 𓄹 ៹
❛ TE ESPERO AQUÍ ❜ eran las palabras que le había susurrado Raúl mientras dejaba un beso en su frente, siendo ella la primera visita de Luis aquella mañana, al haberse despertado dos horas antes de lo usual, saludando a la madre del susodicho al llegar a la habitación y platicando brevemente sobre su estado junto a lo que recordaba de él, despidiéndose con una sonrisa amable y evitando a sus padres al verlos dialogar acaloradamente a varios metros de ella.
Después, arribando a la escuela siendo pasajera en la motocicleta de Raúl, caminaron de la mano hacia Sofía, dirigiéndose el trío hacia la oficina de Quintanilla para hablar de Bruno, y en todo el tiempo en que se mantuvieron con el director, la sonrisa de superioridad y la mirada de disgusto de Carmen nunca abandonó su rostro dirigido a el mayor.
La campana había sonado, Carmen dejó su bata guardada dentro del casillero siguiendo a pasos cansados el camino que conocía de memoria hacia el techo, acostándose en forma de estrella en medio del lugar, cerrando los ojos y disfrutando de los rayos del sol.
—Chicas —escuchó la voz de Raúl apareciendo en el lugar. Abrió uno de sus ojos alzando levemente la cabeza para echarle una mirada, observándolo sacudir su teléfono.
—Ugh —suelta un quejido—. ¿Me ayudas? —extiende ambos brazos sintiendo las manos de Sofía jalarla hasta levantar su cuerpo por completo—. ¿Qué pasa?
—Esto les va a interesar. Estos son los dos mejores amigos de Javier —enseñando su celular, una fotografía del chico sonriendo y rodeado de otros dos—. Uno murió y el otro lo tiene bloqueado. ¿No saben por qué Javier entró tarde a la escuela? —ambas negaron.
—Nunca se lo preguntamos, de hecho.
—Está raro, ¿No?
Sofía suspiró, previo a mirarlos con una sonrisa. —¿Quieren volarse clases?
Carmen miró a Raúl, el par con el mismo pensamiento en mente. —Pero no iremos en la moto de Raúl —negó riendo—. Me caeré de trasero y lo amo demasiado como para arruinarlo. Vamos —entrelazó sus manos con las de ellos, guiando—, yo manejo.
Agradeció haber olvidado su auto ayer en el estacionamiento del colegio después de ser acompañada por Raúl en su motocicleta de regreso a casa.
—JAVIER ERA EL CAPITÁN DE ESTE EQUIPO —los muchachos corrían de un lado a otro del campo en su vista, detrás de la pelota o ejercitando—. Los tres jugaban aquí. Y Javier nunca mencionó nada de la muerte de uno de sus compañeros. ¿No se les hace sospechoso?
—¿Por qué no nos habrá contado nada?
—No sé.
—Hay que preguntarle a su amigo —sugirió Carmen.
Entraron a los vestidores de los chicos, Carmen incomodándose al observar los cuerpos semidesnudos o desnudos de ellos, haciendo muecas y desviando la mirada a la cabellera de Sofía, quién guiaba.
—Juro, si alguien dice algo —masculló entre dientes—, voy a madrearlo.
—Ey, ey —un chico llamó su atención—. No pueden estar aquí.
—Yo que tú me checaba esa verruga, hermano.
Carmen, pasando del momento desagradable, abrazó a Raúl por la cintura, el ojiazul devolviendo el abrazo rodeando sus hombros. —¿Ya te vas? —el chico con el que deseaban hablar se giró confundido a ellos.
—¿Perdón?
—¿Tienes mucha prisa? ¿No te vas a bañar?
—¿Quién eres?
—Somos amigos de un wey que jugaba aquí —respondió Raúl.
—¿Quién?
—Guillermo Garibay —contesta Carmen dubitativa. El silencio abarcando todo el lugar.
—Deberían irse —dijo uno de los chicos, él que ellos buscaban dando la espalda.
—Solo queremos saber qué le pasó.
—Está muerto —casi exclama, alzando la voz—. ¿Qué más quieren saber?
—Te sientes culpable —encaró Sofía, examinando su comportamiento—. ¿Por eso prefieres irte a tu casa y bañarte ahí? No te caen bien tus compañeros.
—Acérquense un centímetro más y les prometo —Carmen se giró a ellos, mordazmente—, les juro, enterrar mi tacón de aguja en esas miniaturas que ustedes llaman pene.
Raúl, preocupado por las mejores amigas, abrazó también a Sofía por los hombros sacándolas.
—¿Viste la cara que pusieron cuando les preguntaste? —asintieron a la par—. No les íbamos a sacar ni madres.
Aceptando su derrota decidieron marcharse, siendo interrumpidos por el chico al que fueron a interrogar.
—¿De verdad son amigos de Memo?
—Sí —confirma el ojiazul—. Y no creemos que él haya saltado.
—Es que no es cierto. Javier Williams lo mató —el cuerpo del trío se tensó, casi paralizándose—. Era el capitán del equipo. Y era el que se encargaba de hacer el bautizo de los, de los nuevos —carraspea, bajando aún más el volumen temiendo ser escuchado—. Es como una prueba de iniciación. Javier se las inventaba, las grababan y luego compartían los videos en el grupo del equipo. Les parecía chistoso.
Dos muchachos pasaron detrás suyo, despidiéndose de George.
—Se supone que no debo de estar hablando sobre esto —murmura el susodicho, tendiendo su celular a Raúl, que estaba en el medio de los tres, para que juntos pudieran mirar el video.
Reproduciéndose, escucharon gritos de los adolescentes, la cámara de pronto enfocándose en Javier detrás de un balcón, gritándole a quién identificaban como Guillermo para saltar a la piscina, pero en lugar de aterrizar en el agua, cuando saltó impactó su espalda y cabeza contra el cemento.
—Miren, Javier se hace el bueno y todos se lo creen. Pero en el fondo es un bully.
Sin poder mirar el resto, Raúl le devolvió el aparato a su dueño. —¿Por qué no lo denunciaron?
—Por su papá. Él consiguió que lo corrieran del equipo sin escándalo. Y a los demás nos pagó para que borráramos el video.
Suspirando, le agradecieron marchándose de las instalaciones, dejando sus traseros caer en la banqueta del exterior.
—No sé. Lo que más me saca de pedo es lo que hacía Javier con los videos —Carmen asintió con la mirada perdida, acariciando el muslo de Raúl distraídamente—. No mames, ¿Guardarlos para chantajear a la gente? Es lo mismo que está haciendo el hacker ahorita.
—Pero nos estaba ayudando a encontrarlo.
—Sí, a huevo. Para que nunca llegaran a él —Carmen asiente al comentario, mirándolo, recargando su cabeza en el hombro de Sofía—. Miren, chicas, yo sé que es muy difícil darse cuenta de que... Una persona no es quién ustedes creen. Yo no sabía quién era mi papá hasta que lo vi en las noticias. Y aún así lo extraño al cabrón —la castaña rubia extendió su mano a la del castaño, acariciándola con su pulgar.
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