❛ 𝘅. 𝗅𝗈𝗌 𝖼𝗈́𝗆𝗉𝗅𝗂𝖼𝖾𝗌 𝖽𝖾𝗅 𝖼𝗋𝗂𝗆𝖾𝗇.




❛ 𓄼 CAPÍTULO DIEZ 𓄹 ៹




          RAÚL CREÍA FIRMEMENTE QUE LA CALMA Y LA PAZ REINABAN EL CORAZÓN Y EL ALMA DE CARMEN, que sin duda era una de las adolescentes más dulces del mundo, incluso más dulce que María, ignorando la posible existencia de que algo pudiera perturbar y hacer explotar sus serenas emociones, hasta que ver a Quintanilla y a su secretaria había desencadenado un sinfín de groserías, gritos y desequilibrio.

—Pero si yo sabía perfectamente que esa mierda, que ni siquiera se puede considerar ser humano, era un pedazo de desperdicio andante —se movió inquieta de un lado a otro junto a la motocicleta de Raúl, mientras el chico dudaba de qué hacer para bajar su temperamento—. Nora es una mujer tan bondadosa y dulce, y se lo advertimos tantas veces. ¡No escuchó a Gemma cuando lo identificó como el dios de los patanes!

—Cam, Cam —Raúl la detuvo colocando ambas manos sobre sus hombros, proporcionando suaves masajes y una sonrisa dulce—. Respira un poco, estás demasiado exaltada —la castaña rubia asiente aturdida, haciendo caso de la instrucción, inhalando y reteniendo el aire para después soltarlo lentamente y así otras dos veces más—. ¿Estás mejor?

—Sí —confirmó en un susurro abrazando a León por el cuello, escondiendo su rostro en aquel punto. Las manos vagaron la pequeña figura de la chica, reconfortando, pero separándose de él al recibir el punto de reunión con sus amigos—. Por mucho que me encantaría quedarnos así, debo verme con Sofía y Javier.

—¿Por qué?

—Estamos siguiendo una pista del hacker, no lo sé muy bien, con honestidad —sus ojos lo miraron—. ¿Me darías un aventón?

—¿Por qué no mejor te acompaño? —preguntó en su lugar agarrando el casco entre sus manos.

—¿No te molesta?

—Para nada —niega mientras besa castamente sus labios, colocando el casco sobre su cabeza.

—¿No deberías de llevar tú el casco?

—Es peor que no lo lleves tú.

          —OIGAN, ¿Dón–dónde chingados estamos? —Sofía escuchó la risa de Carmen tras la pregunta de Raúl, desenredando sus brazos de la cintura del castaño para bajar de la moto y guardar el casco dentro de su mochila.

Javier y Raúl se miraron retadoramente, previo a que Williams se girara a Carmen frente a ellos, Sofía guiando delante de la castaña rubia. —¿Para qué trajiste a este idiota?

—¿Algo que me quieras decir, Willis? —Carmen rodó los ojos más molesta que divertida, ignorando las palabras de Javier.

—Pizza... —murmura Sofía tomando un volante del parabrisas de una camioneta, González inclinándose a ella para ver el logo de Freaky Pizza.

—¿Y qué estamos buscando exactamente?

—Una camioneta vieja, oscura.

—¿Cómo esa? —Javier señaló la primera que vio, indeciso.

—Esa es nueva, wey —contradijo Raúl.

—No, no es nueva, wey.

—Y, a ver —Sofía en lugar de ignorarlos parecía en verdad no estarlos tomando en cuenta, como si fuera la única—, también había como un, como un gancho de tintorería, no sé.

—Sofi, Cam —Javier se acercó a ellas, susurrando con el ceño fruncido—, vámonos.

—¿Por qué?

—Porque este lugar no es seguro.

—Mira... —Raúl se posicionó delante de Williams, quedando las dos chicas en medio de las miradas, palmeando su brazo—. Aquí recto, luego luego a la derecha y ahí está la salida. Te puedes ir si quieres.

—¿Por qué no mejor te vas tú? —Carmen reprochó a Raúl con la mirada antes de rodar los ojos por segunda vez y seguir a Sofía, la cuál consideraba la pelea absurda e innecesaria.

—¿Qué va a pasar cuando encontremos todo? —inquiere el castaño, a la par de las chicas.

—Encontramos al hacker.

Caminaron varios minutos entre las calles y callejones, para ese entonces escuchaban los quejidos de Carmen de estar bajo el asfixiante sol.

—Es que, a ver, la camioneta tendría que estar entre la pizzería y una... —pausando el resto de la oración, el establecimiento de la Tintorería Escarlata se alzó frente a ellos—. Tintorería.

Doblaron la calle metiéndose a lo que parecía un garaje sumido en la oscuridad, con apenas algunos rayos de sol que se colaban en el interior.

—¡Sofía! —exclamó Raúl, entrelazando su mano con la de Carmen.

—¿Qué?

—¿Estás segura que esta es la camioneta? —preguntó tras carraspear, tartamudeando. La castaña rubia lo miró brevemente.

Sofía se acercó al vehículo hablando inaudible y consigo misma, rodeando y toqueteando las ventanas.

—Es esta —se mofó.

—¿Neta?

—Sí.

—Ey —un joven se acercó a ellos, llamando su atención—. ¿Qué buscan, chavos?

—Perdón. No te vimos y por eso es que entramos —se disculpó Javier, el resto acercándose a él por su espalda.

—No, no hay rollo. ¿Qué buscan?

—A nuestro amigo de la camioneta. Es que nos la iba a prestar, pero no lo encontramos.

—¿Y qué, no le puedes hablar o qué?

—No contesta nuestras llamadas —negó Carmen, revisando su celular para hacerlo creíble—. No parecen llegarle o de plano lo deja sonando.

—Sí —confirmó—, es que ese wey siempre pierde su teléfono —los cinco rieron—. Vive allá arriba, en la vecindad. Subiendo las escaleras.

—Gracias.

Raúl tomó la delantera, manipulando los cerrojos de la puerta cuando los tres lo habían alcanzado.

—Ya la abrí.

—No mames —Sofía susurró—. ¿Cómo que ya la abriste?

Carmen reprimió una carcajada, esbozando una sonrisa. —Soy un chingón con las puertas.

—Eso ya vimos —besó sus labios en un pico, felicitando su acción.

Uno a uno entraron, caminando cuidadosamente y sin hacer ruido alguno, hasta que Javier cerró de un portazo.

—¡Pendejo! —exclamó Raúl en un murmullo.

—No mames, Javier —Carmen se cruzó de brazos.

—Perdón.

Un pasillo largo apareció frente a González, quién palmeó el torso de su vecino. —Oigan, pues vamos a ver si hay alguien —avisaron antes de acercarse, revisando la habitación desde la puerta—. No hay nadie.

—Yo llamo a la policía —declaró Javier de inmediato.

—¿Qué?

—Sí.

—Idiota, lo que estamos haciendo es ilegal —ella posó la mano en el hombro de Raúl, calmando su lenguaje—. Nos va a salir peor. No podemos hablar a la policía.

—Okay. Estamos buscando a alguien antisocial, que no sabe cocinar... Y que acaba de recibir mucho dinero últimamente.

—Saben qué, vámonos. Lo mejor es que nos vayamos, chicas.

—Vete tú, si tanto miedo te da. Ahí está la puerta.

—Raúl, por favor, basta.

—No. A ver, yo no me voy a ir de acá hasta que yo no sepa quién vive aquí.

—Si ella no se va, yo menos —secundó su mejor amiga.

Hurgando en una de las habitaciones Sofía encendió la computadora —teniendo esta el sticker característico del hacker pegado en la tapa— cuando la puerta de la entrada se abrió.

Regresaron, Javier agarrando alguna decoración entre sus manos impactando el producto contra la cabeza del propietario y noqueando al sujeto.

—¿Bruno?

          SOFÍA INSISTÍA EN PREGUNTAR A BRUNO SI ERA EL HACKER, consiguiendo únicamente quejidos del rizado debido al golpe y a la sangre que brotaba del mismo.

Carmen se había recargado en su hombro contra una de las paredes del pasillo, observando.

—No me creíste capaz de hacer algo así, ¿Verdad? Solo me querías sacar información. Pensabas que era un pendejo al que podías utilizar, ¿Verdad?

—Pero no entiendo —Carmen dio un paso a ellos—, lo que tú ganas con todo esto.

—En esa escuela todos se lo merecían un poco.

Detrás de ella, en la habitación donde se encontraban los muchachos, se escucharon disturbios y golpes como los de una pelea, ambas chicas corriendo.

—No chinguen; Javier, suéltalo —exclamó preocupada González, colocando ambas manos en su espalda para levantarlo—. Raúl, ¿Qué pasó?

—Este pendejo que me agarró.

—Ay, saben qué —Sofía rodó los ojos—, por mí mátense, pero aquí no.

—¿Y Bruno? —Raúl se marchó, Carmen decidiendo quedarse y darle un respiro.

—Puta madre.

—Javier, ¿Qué te pasa?

—No lo soporto —contesta, suspirando—. Carmen, ¿De verdad tú tienes algo con él?

—¿El beso en la puerta no lo dejó claro? —se cruzó de brazos, entrecerrando los ojos hacia él—. Además, Javier, no tengo por qué decirte todo.

—Sí, sí tienes por qué decirme —contradice—. Porque yo soy tu amigo. Mucho más que él —Carmen decidió omitir el detalle de ser vecinos desde años antes—. Y él a ti no te conviene —por instinto y debido a la cercanía de Javier, retrocedió—. A mí no me late. Es un pendejo.

—Javier —advirtió Sofía desde la puerta, quién se había quedado por petición silenciosa de Carmen.

—Solo volvamos con él.

Javier insiste en desatarlo, y Sofía está de acuerdo con él, pero primero quiere conseguir respuestas.

—¿Dónde está mi pulsera? —la incredulidad se reflejó en el rostro de Carmen, aguantando su risa por la pregunta que no tenía que ver con el hackeo—. ¿Dónde está mi pulsera? No tienes idea de qué estoy hablando, ¿Verdad?

—Tal vez lo está fingiendo —opinó Carmen.

—Por supuesto que lo sé. Solo que no te la voy a dar. Siempre he estado fingiendo.

—Mandaste un regalo a casa de Carmen, ¿Qué era?

—Contesta, cabrón —presiona el ojiazul.

—Tú no eres el de la máscara.

—¿Cómo? —González hundió el ceño.

—¿Y eso cómo lo sabes, eh? —pregunta Bruno—. ¿Cómo lo sabes?

—Eres un poco más alto. Tú no hablaste con nosotras, solo nos llevaste a casa en tu camioneta. ¿Cómo dejaste a Carmen en su cuarto?

—Vaya —ella suspiró agitando su cabello—. Eso es algo que prefiero mejor no saber, Sof.

—Haces todo esto por dinero, ¿No? ¿Estás estrenando cosas? Digo, porque dudo mucho que tu salario del Nacional te dé para pagarte todo esto —Sofía calló, el silencio envolviendo el lugar por tan solo medio segundo—. Este wey no es el hacker.

—¿Cómo?

—Pero sí está encubriendo a alguien.

—¿Quién te mandó, pendejo? —Raúl se había abalanzado sobre Bruno antes de que alguno de los presentes lo pudiera haber visto venir, al no ser el ojiazul agresivo.

—¡Raúl, suéltalo!

—Raúl, ya, wey —Javier logró separarlo, siendo Carmen quien se utiliza a sí misma como una barrera entre las dos personas, intentando tranquilizar a León acariciando su pecho.

—Alguien te mandó, cabrón.

—¿Cómo crees?

—A ver, sí necesitamos sacarle palabras, pero no así, Raúl.

—Claro que no. Eres un pendejo —afirma Javier—. Eres un pendejo.

Sofía lo agarró de la mano, jalando de él hacia una de las habitaciones con Carmen agarrada de su otra mano mientras los seguía, dejando a Williams solo con Bruno.

—¿Qué te pasa? —preguntó la azabache jalando del chico al interior de un brusco movimiento.

—¡Es este pendejo! ¿Okay? —exclamó de regreso dando la espalda a las chicas, quiénes se miraron de reojo—. Y ya me vale madres. Cualquier otra cosa contrato a otro wey para que...

—Hasta Alex podría hacerlo. Pero, ¿Te puedes calmar, por favor?

—¿Por que no nos calmamos los tres? —Carmen se coloca en medio de ellos, subiendo su mano derecha al hombro de Raúl y la contraria al hombro derecho de Sofía ganando que ambos adolescentes enfocaran su vista en ella, escuchando.

—Yo solo estoy tratando de ayudar, ¿Okay? —balbuceó el muchacho tras soltar una bocanada de aire.

—Sí, lo sabemos —Carmen subió la mano a su mejilla acariciando con el pulgar, Raúl sintiendo el frío tacto de sus anillos tocando su piel—. Está bien.

Y arruinando el momento escucharon algo caer desde el recibidor, siguiendo el ruido y encontrándose a la figura de Javier tirada en el suelo, quejándose.

—¿Qué pasó?

—¿Qué sientes?

—Se escapó.

—¿Y la laptop?

—No sé, wey.

—¿Dónde está la laptop?

—Raúl no presiones y busca —ordenó la castaña rubia ayudando a Sofía a levantar al muchacho.

Intentaron alcanzar a Bruno, pero este había partido del lugar huyendo en su camioneta, dejando a los cuatro adolescentes parados en la calle.

—¿Cómo lo dejaste ir, pendejo?

González se acercó a ellos.

—¿Qué?

—Él no se desamarró, alguien lo ayudó. No te hagas idiota —el ojiazul redujo el espacio entre él y Javier, causando que sus torsos se rozaran. Sofía y Carmen reaccionaron pegando sus cuerpos a ellos en caso de tener que responder.

—¿Que yo lo desamarré?

—Pues eso parece, ¿No? —miró a Sofía, después a Carmen pidiendo sus opiniones.

—Tú te querías ir desde un principio, ¿No? —encaró la azabache, sorprendiendo a su amiga—. ¡Tú lo querías desamarrar, wey!

Raúl soltó algunas palabras, consiguiendo que Javier se molestara mucho más golpeando de él hasta dejarlo en el suelo.

—¡Javier, deja de ser un pendejo temperamental! —insulta cayendo de rodillas, preocupada por el castaño mientras los otros dos se gritaban—. Estás bien. No fue nada, te sentirás mejor pronto.

Él se quejó. —Vaya pendejo del que te viniste hacer amiga —juntos rieron.

—... Pero ya habías estado aquí, Javier —Carmen se giró encontrándose a Sofía sosteniendo en alto la calcomanía que se había caído de la mochila de Williams.

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