❛ 𝘃𝗶𝗶𝗶. 𝖺𝗏𝖺𝗅𝖺𝗇𝖼𝗁𝖺 𝖽𝖾 𝗉𝗋𝗈𝖻𝗅𝖾𝗆𝖺𝗌.




❛ 𓄼 OCTAVO CAPÍTULO 𓄹 ៹



          INTENTARON ENCONTRAR ALGÚN DETALLE EXPUESTO EN LOS DIBUJOS QUE LES DIERA UNA PISTA SOBRE QUIÉN SERÍA LA SIGUIENTE VÍCTIMA, pero sinceramente Carmen no era tan observadora y minuciosa como Sofía, así que desistió a los minutos mientras regresaba a sentarse de manera correcta en el asiento del copiloto, mirando cada diez segundos a su mejor amiga por el espejo retrovisor.

—No estás ayudando a que me concentre —se queja Sofía, más abrumada consigo misma, por no encontrar una clave, que con Carmen.

—Lo siento —se disculpa, no sintiéndose herida ni ofendida, pero respondiendo.

La contraria vuelve a suspirar, ordenando los dibujos como los encontró dentro de su portafolio. —Tal vez la cabeza de papá me ayude a pensar mejor —Carmen y Raúl asienten ante la indicación, el segundo conduciendo al centro penitenciario de rehabilitación social donde se encontraba el padre de Sofía.

Después de media hora, pasando por avenidas y calles transitadas, encontraron un lugar de estacionamiento. Sofía se registró para visitar a su padre y Carmen la siguió de cerca hasta donde alcanzó, Sofía girándose a ella a último momento.

—¿No quieres acompañarme?

La morocha se detuvo y negó, sonriendo con pena. —Creo que prefiero esperar a que este embrollo termine para hablar con él con calma. Además, aún no termino el libro que me recomendó, no voy a entrar sin municiones.

Herrera asintió y continuó su camino, perdiéndose detrás de las barras al doblar una esquina. Fue cuando Carmen se giró a su novio y pudo notar la actitud ansiosa de él, tratando de encontrar valentía para aproximarse al mostrador de registro de visitantes.

—¿A ti qué te pasa? —ella se acerca, envolviendo sus dedos alrededor de su codo para llamar su atención, bajando a su muñeca y luego a sus mano para tomarla.

—Hay algo que debo decirte. Creo que es una confesión —la mira con sus ojos culpables y de angustia, pero que el azul en ellos le dan un golpe que la desestabiliza.

Ella mira a su alrededor.

—Tal vez no en un lugar donde hay policías, Raúl —casi es un regaño mezclado con una advertencia mientras sacude su cabeza, indicándole seguirla, aunque de todos modos jala de sus manos hacia la salida, alejándose los pasos suficientes—. Bien, dilo, ¿Qué nos va a costar tu confesión?

Ahora es turno de Raúl de suspirar, sabiendo que no hay sentido en intentar actuar como el inocente.

—¿Ves que la única razón por la cual yo estoy aquí, libre, es porque Bruno decidió entregarse y confesar que todo lo del hackeo había sido él? —ella alza una ceja, inquisitiva, pero asiente, pidiéndole seguir—. Pues fue porque le pagué para que lo hiciera, y ahora que el Vengador tiene mi dinero no se si pueda seguir pagando para que además lo protejan ahí dentro.

Bufa, frustrada por el nuevo cargo de información.

—No me digas eso. Parece que cada vez vamos peor este semestre, al menos dime, por favor, que tienes algo pensado.

—¿Honestamente? —se miran y ella asiente—. No tengo ni puta idea.

—Entonces hay que hablar con él —dictamina—. Ver qué podemos resolver.

—O —se coloca delante de Carmen para impedir que camine de regreso a la penitenciaria—, lo ignoramos. Jamás lo vuelvo a contactar e ignoro sus llamadas.

Su novia le lanza una mirada de incredulidad, soltando su mano y cruzándose de brazos.

—No va a estar para siempre en la cárcel, le dieron unos meses y sabe hackear dispositivos, ¿De verdad te quieres arriesgar a ignorar el problema y esperar a que desaparezca?

—No —responde a los cinco segundos, derrotado.

—Bueno, veamos qué podemos negociar con él —palmea su cintura antes de tomar su brazo y girarlo, regresando sobre sus pasos para darle una visita a Bruno.

Haciendo el mismo procedimiento que Sofía, se registraron y dejaron sus pertenencias en recepción, siendo revisados de no introducir algún objeto prohibido. Primero llegaron ellos a la celda de visitantes, no vieron a Sofía así que pudieron relajarse, a los pocos minutos llegando Bruno, el guardia sentándolo frente a ellos.

Lo primero que hizo fue sonreír burlón al ver el rostro lastimado de Raúl. —De las cosas que uno se pierde estando encerrado —no disimula, cambiando su vista a Carmen—. Hola, Ángel —llama por su apodo, también con diversión.

—Hola, Bruno —González se rasca su cuello con incomodidad, mirando a Raúl, esperando a que diga algo, pero cuando no lo ve con intenciones de hablar se voltea a Bruno, inclinándose apenas a él, pero denotando que la conversación sería entre ellos—. Raúl me contó de su arreglo. Tenemos un problema con eso.

—No es mi pedo —habla antes de dejarla continuar—. Yo estoy aquí con cargos penales, no volveré a tocar una computadora en mi puta vida; lo menos que puede seguir haciendo Raúl es pagar mi protección y luego lo que me prometió al salir. No aceptaré cambios.

Carmen se lleva la mano a la frente, restregando su piel para pensar en la manera de conseguir el dinero o recuperar el de Raúl, al menos una alternativa factible.

—¿Puedes darnos dos semanas, al menos?

—Una semana —reduce—. Es el tiempo que les queda tanto a ustedes como a mí antes del siguiente pago. Y creeme, Carmen, a ninguno de los tres nos conviene que me pongan un dedo encima.

—Pero, Bruno... —Carmen intenta suplicar, viéndolo levantarse.

—Consiganme el dinero —se levanta y le hace señas al guardia, terminando la visita—. Y como incentivo, les puedo dar un secreto, uno de tu mejor amiga.

—Aunque Sofía y yo nos guardaramos secretos, yo jamás buscaría enterarme si no es por ella —la morocha arruga su nariz, ofendida de dicho incentivo.

Bruno niega y ríe. —Es más bien de su papá, uno que ha matenido oculto de Sofía y de su madre. Uno que como mejor amiga te gustaría que supiera.

DESHIZO LA HEBILLA DE UN TACÓN JIMMY CHOO DESPUÉS DEL OTRO, dejándolos tirados a un lado de la entrada, caminando de puntillas dentro de su hogar, pasando la sala para acercarse a la oficina de Gemma con la intención de asomarse por la puerta entreabierta y avisar que ya se encontraba devuelta en casa.

—Conoces a tu hermana, es el mejor trato que nos va ofrecer y el único que puede —Carmen escucha la voz de uno de los compañeros de Gemma de su firma de abogados. Al escuchar mencionar a su madre ella cierra la boca y se mantiene detrás de la puerta con una oreja parada—. Sabe que no va a ganar, pero no abandonará el caso sin llevarse algo de Carmen.

Eso le estrujó su corazón, como si el querer llevarse un pedazo de ella tuviera que significar que buscaba herirla. O tal vez solo herir a Gemma específicamente.

El hombre suspira, conociendo los sentimientos de su compañera y amiga. También conocía a Carmen, entonces no podía evitar que el caso fuera personal para él.

—Sus abogados dicen que puedes quedarte con la tutela de Carmen por el año que queda antes de que cumpla la mayoría de edad, ella pagará su universidad más la pensión alimenticia hasta que la termine. Cada mes hará un pago adicional de diez mil pesos para cualquier cosa que quiera Carmen —él bufa—. No es del todo un mal trato.

—Hasta que escuche lo que ella quiere a cambio —escupe Gemma.

—Quiere que Carmen estudie medicina... En Granada.

Entonces la mencionada entró a tropicones a la habitación, pálida y con una cara de angustia que su tía jamás le había visto con anterioridad.

—Hazme testificar, por favor —sus ojos se cristalizan—. Puedo testificar —asegura, tratando de convencerla—. Puedo hacer que esto acabe ya. Por favor, Gemma, ni siquiera me interesa la medicina, y mucho menos irme a otro lugar a estudiarla. ¿Granada? Ni siquiera sé dónde queda eso, ¿Hablan español? ¿Cómo voy a poder desenvolverme allá si tengo toda mi vida aquí? Te tengo a ti aquí. Por favor, Gemma, no quiero ir. No dejes que me haga esto —para este punto la morocha había comenzado a hiperventilar, sus pensamientos yendo más rápido de lo que su mente realmente podía procesar ante la adquisición de información, temiendo lo peor de un cambio así de drástico.

La adulta dejó el teléfono a un lado, después de colgar, tan pronto como Carmen comenzó a sollozar, tomando un segundo para reaccionar a la adolescente escuchando detrás de la puerta y apareciendo con una disposición de testificar cuando habían preferido mantenerla alejada de la corte.

—No llores, Cam. Por favor no llores, todo estará bien —ya se encontraba parada frente a ella, envolviendo su cuerpo en un abrazo que procuraba tranquilizarla, acariciando su espalda en círculos y susurrando—. No te vas a ir, no habrá ningún trato. Vamos a ganar, por favor, respira, te prometo que te quedarás conmigo. Sh, sh, sh.

Acunada entre los brazos de su tía, su figura materna, Carmen se aferró a su cuerpo, un problema tras otro. ¿Por qué le gustaba perseguir conflictos cuando ya los conflictos la perseguían a ella?

—Vamos a la cama, Cam —besó su sien, caminando aún en la posición en la que se encontraban—. Hoy descansamos y recargamos pilas. Mañana hago un caso ganador.

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