❛ 𝘃𝗶. 𝖼𝗋𝗂𝗌𝗂𝗌 𝗆𝖺𝗇̃𝖺𝗇𝖾𝗋𝖺.
❛ 𓄼 CAPÍTULO SEIS 𓄹 ៹
CARMEN TENÍA UN MAL SABOR DE BOCA, por alguna razón, presentía que algo terrible estaba sucediendo, y ella no se encontraba ahí. Aún así, sacudió la cabeza alejando esa idea de sus pensamientos, alzando el puño y golpeando la puerta, siendo recibida por una sonriente Nora.
—Buenos días, Nora —la saludó alegremente adentrándose al hogar.
—Hola, Cam —la mujer envolvió sus brazos alrededor de ella dejando un casto beso en su mejilla como saludo—. ¿Cómo estás? Sofía se está arreglando para la escuela, no debe de tardar.
Carmen frunció el ceño mirando la hora en su celular, Sofía ya debería de estar lista, desayunando en la cocina. —Iré a verla —avisó. Subió las escaleras dando saltos, llegando a la habitación de la azabache y abriendo la puerta sin avisar—. ¡Sofía!
La mexicana abrió los ojos con miedo al sorprender a Sofía con unas tijeras en mano y una hilera de sangre cayendo de su brazo. Su cabeza punzó de dolor bajo la mirada preocupada de su mejor amiga. Corrió a ella agarrando pañuelos de la cómoda colocándolos nerviosamente sobre la herida.
—Oh, dios. Oh, dios. Oh, dios —repetía—. ¿Qué te sucedió, Sofía? —la nombrada no musitó palabra alguna aún con sus ojos sobre ella. Carmen sintió su pecho oprimirse y tomó las manos de Sofía para que ella hiciera presión sobre su herida.
—Cam, Cam, estás teniendo una crisis —Herrera dejó caer los papeles tomando a Carmen de los hombros, recostándola contra la cabecera de su cama—. Está bien, respira, solo respira —las manchas de sangre se dejaron ver cuando Sofía posó sus manos sobre las mejillas de la otra, manchándola—. Respira conmigo, ¿Si?
Juntas respiraron profundamente, continuando por alrededor de tres minutos, hasta que la madre de Sofía llegó tocando la puerta. —¿Todo bien, chicas?
—Sí, mamá —gritó su hija pasando sus manos por el cabello—. Carmen encontró una de sus blusas favoritas de las mías y se está cambiando.
—Somos un desastre —sollozó Carmen recibiendo el abrazo de su mejor amiga una vez la madre se marchó.
DESPUÉS DE LAVARSE EL ROSTRO, las manos y de esconder la blusa de Carmen manchada de sangre, Sofía le tendió a la chica una de sus usuales blusas de mangas mientras vendaba su brazo cuidadosamente, apurándose en salir de la casa con tal de evitar preguntas de su madre.
González iba de la mano con Sofía, dejando que ella las guiara en su caminata a la escuela cada una en sus pensamientos, pero siendo la azabache la que se encontraba consciente de su alrededor. Por eso, cuando una motocicleta se interpuso en su camino, Carmen sintió un tirón en su brazo antes de darse cuenta de a quién tenía en frente.
—¡Cuidado! Hay mucho loco en la calle —la castaña rubia mostró una tímida sonrisa a su chiste, dejando ver su inseguridad tras lo ocurrido en la mañana.
—¿Moto nueva? —inquiere Sofía.
—¿Qué les parece, gemelas? —señaló sus blusas con diversión.
Herrera se encogió de hombros. —Si me gustaran las motos, me gustaría.
—Es linda —dice suavemente Carmen, escondiendo parte de su cuerpo detrás del de Sofía.
—¿Te encuentras bien? —Raúl preguntó preocupado, frunciendo su ceño y alargando el brazo para darle un toque juguetón a su hombro.
—Solo amanecí enferma —se restó importancia.
Al cabo de unos segundos, el ojiazul sacó el tema de una fiesta que tendría lugar en su casa, invitándolas a asistir.
—Se pueden traer a su mascota, si quieren —alzó la voz al escuchar el ruido de una bicicleta acercándose.
—Nosotras no tenemos mascota, wey —negaron entre la confusión que se originó para ellas.
—Bueno, su... —para ese momento, Javier había llegado, saludando a sus amigas con dos besos en la mejilla.
—Cam, ¿Quieres que te lleve? —Raúl agarró su casco para ponérselo.
—En realidad, tenemos unas cosas de qué hablar —Sofía intercedió, no queriendo dejarla sola.
—Pero muchas gracias —asintió, viéndolo alejarse.
AL TERMINAR EL PERÍODO DE CLASES Y CAER LA NOCHE, Carmen se rizaba las puntas del cabello frente al espejo con nervios, mirando de soslayo el collar del ojo de Horus junto con la carta que había recibido —en la cual, el hacker escribió que la esperaría en la fiesta de Raúl— por lo que ahí se encontraba, arreglándose para cruzar la calle.
Tomó el collar entre sus dedos y se lo colocó. —Si me da un collar quién soy yo para despreciarlo —sí, admitía que el collar no era feo y que combinaba con su vestido negro a la altura de los muslos.
La música se podía escuchar en su habitación y en toda su casa, la fiesta no llevaba mucho de comenzar y los adolescentes del instituto ya se encontraban ahí, haciendo tanto ruido que hacían a Gemma quejarse.
—Amo las fiestas —dijo en un suspiro removiendo un auricular que anulaban el sonido—, pero no estoy lista para ser la vieja amargada que llama a la policía. Sálvame, Cam.
Ella ríe levemente tomando las llaves de la casa y del auto, depositándolas en la mano de su tía. — Ahora mismo irás a casa de tus amigos y pedirás limosna, ellos te recibirán con los brazos abiertos y una botella en mano —a medida que hablaba, Carmen empujaba a Gemma a la puerta principal apagando las luces—. Diles de mi parte que no te dejen regresar a casa y que te escondan las llaves desde un inicio.
—Te amo, ¿Si? —Gemma la abraza, besando su coronilla. La vida con su sobrina era tan sencilla que la mayoría de las veces se olvidaba que no era su hija.
—Vete de una vez, o me arrepentiré.
A los pocos minutos Sofía llegó en una camioneta, Carmen frunció el ceño sin reconocerla, hasta que notó a Javier en el asiento del conductor. Les hizo señas para estacionarse en su casa, ya que las calles alrededor de la casa de Raúl estaban cubiertas de autos, y por poco se estacionaban sobre la acera tratando de conseguir un lugar para no caminar al marcharse.
—Espera, ¿Tú vives aquí? —preguntó Javier con asombro al bajar del auto—. ¿Frente a Raúl?
—Es algo que también me cuesta creer —bromea chocando su hombro con el del chico, besando la mejilla de Sofía a su otro lado—. Entonces, ¿Estamos listos para tomar hasta la inconsciencia? Mi casa está abierta por si no pueden regresar.
Pasaron la puerta custodiada por dos guardias, pues pese a que el padre de Raúl no se hallaba en México no dejaría a su hijo sin protección.
A medida que fueron adentrándose a la enorme casa, más adolescentes bailando, fumando, bebiendo o haciendo ruido aparecieron, sin siquiera dejar una habitación libre, o solo un espacio pequeño para no chocar.
—¿Todo bien? —pregunta Javier al reparar en su incomodidad y recelo.
—Ah, no nada —contestó Sofía por las dos—. Este tipo de cosas nos ponen un poco nerviosas.
—Me gustan mucho las fiestas —admite Carmen asintiendo, tragando saliva y manteniéndose cerca de sus amigos—, pero si no conozco a nadie, pues...
—Lo bueno es que estamos contigo —sonríe Javier—, y que vinimos por el hacker. Vamos a encontrarlo. Concentrémonos en eso y ya.
Las chicas asintieron de acuerdo.
Carmen se percató en cómo Sofía giraba cada segundo a cualquier lado, preocupándola. Separó sus labios y posó su mano en el hombro de Herrera, lista para preguntarle cómo se sentía cuando la interrumpen.
—¡Ey, bienvenidos! ¿Qué tal? —Raúl apareció frente a ellos con una sonrisa y un leve olor a alcohol—. Pensé que no ibas a venir —expresó a Sofía—. Bienvenido, estás en tu casa —después de hablarle a Javier, sus ojos recayeron en la figura de Carmen, amando su apariencia—. Para vivir a menos de cuarenta pasos si te tomaste tu tiempo —murmura, encantado.
—Pero valió la pena, ¿O no? —Carmen dejó de prestar atención a sus amigos cuando un chico se acercó a saludar a Javier, batiendo sus pestañas a Raúl.
El ojiazul vuelve a sonreír avanzando un paso a ella, pasando su brazo alrededor de su cintura. —Podrías demorarte diez segundos, todo un día completo, y seguirías viéndote como la perfección que eres —besa su mejilla deshaciendo la cercanía, sus ojos brillando y admirando el collar—. Qué bueno que estés aquí. Me encanta tu collar.
Las mejillas de Carmen se sonrojaron, callando su lengua al verlo marcharse. Pero, solo un segundo después, frunció el ceño antes de hacer una ❛ o ❜ con sus labios, el balde de agua cayendo sobre ella.
—¿Estás bien, Cam?
—Sí, sí —le asegura a Sofía—. Nada importante —sus ojos viajan al bar y luego uno por uno mira al resto. Una sonrisa igual a la del gato Cheshire se dibuja en su rostro—. Chicos, vuelvo en un segundo.
Y antes de que puedan detenerla, Carmen toma una cerveza del bar siguiendo el camino por el que se fue Raúl, encontrándolo, bailando en medio de un tumulto al que no le costó ingresar.
—¡Raúl! —exclama tomando su mano.
Él, lo único que hace, es sonreírle coquetamente atrayendo su cuerpo al suyo, pegando su espalda contra su torso, moviendo las caderas de izquierda a derecha.
—Tengo mejor alcohol del que estás tomando —los labios de Raúl rozan la oreja de Carmen y ella tensó la mandíbula involuntariamente—, déjame traer algo mejor, ángel.
Al irse, un toqueteo suave en su hombro la hace dar la vuelta, encontrándose con una de sus compañeras.
—Te llegó mi regalo —afirmó mirando su cuello, en específico el collar.
Carmen, confundida, la mira de pies a cabeza, deteniéndose en el móvil encendido, en la aplicación de mensajes. —El ojo de Horus, el que todo lo ve —toma el dije entre sus dedos mostrándolo—. Aprecio el intento, pero soy la que todo lo sabe.
Su compañera desvió la vista a su celular, espantada. —Espera que te diviertas y lo goces. No te mereces menos.
—¿Está bien?
—Revisa tu teléfono —y como Raúl, se marcha de su alrededor.
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