𝐕 𝐄 𝐈 𝐍 𝐓 𝐈 𝐂 𝐔 𝐀 𝐓 𝐑 𝐎


Diecinueve de agosto 2019
Bloodside


Christopher despierta en el sofá de su salón con un terrible dolor de cabeza. Se reincorpora a duras penas y ve la botella de alcohol que se terminó anoche esparcida por la alfombra. Rebusca entre los cojines su teléfono móvil, el cual no deja de sonar por la alarma, incrementándose el sonido por no apagarla.

Más o menos lleva unos veinte minutos sonando y los oídos del policía no pueden ignorarlo más.

Cuando lo encuentra toca la pantalla con brusquedad y repara en que llega tarde a trabajar. Faltan cinco minutos para que empiece su turno y él está sin vestir, desayunar y asearse. Huele a alcohol y sudor, pero no le importa porque ante todo odia la impuntualidad (aún así, no va a llegar, pero que no quede en el intento).

Se viste con sus típicos pantalones negros y camiseta de igual color, en realidad no importa que se ponga pues solo tiene que llevar la placa identificativa.

Coge el coche y pone rumbo a toda velocidad hasta comisaría. Una vez allí, ve que hace media hora debía haber entrado y Jungsu lo espera en la entrada. Chan se coge el puente de la nariz para respirar hondo un par de veces antes de salir del vehículo.

— Inspector —Kim avanza un poco asustado hacia su superior cuando este parece marearse y apoyarse en el capó. Más la mirada de pocos amigos que Chris le dedicó le hizo quedarse en su lugar y morderse la lengua.

— ¿Qué quieres? —preguntó pasando por su lado, empujando la puerta para entrar en la comisaría.

— ¿Se acuerda que había planeado una reunión con todo el equipo a las ocho? —mierda, mierda, mierda. Entonces no llegaba tarde media hora, sino casi dos horas.

— Joder —maldijo Chan sujetándose el puente de la nariz por segunda vez y cerrando los ojos, la palma de la mano contraria apoyada en la puerta de su despacho. Las punzadas en la cabeza no cesaban, es más, aumentaban con más intensidad.

Bufó otra vez y abrió con brusquedad la puerta, encontrándose un completo desastre.

— Les he dicho que te ha surgido un imprevisto y no podías venir. Entonces se han ido y los de este turno han seguido trabajando.

— Gracias —le dijo tomando asiento frente al escritorio e intentando ordenar el papeleo (pruebas).

Tendría que verse muy demacrado como para que Jungsu le mirase con compasión, ya que desde que Jeongin había desaparecido, lo normal era que lo mirase con temor.

— Inspector...

No, no necesitaba una charla en esos momentos o, al menos, no la quería escuchar.

— ¿Quienes están patrullando ahora?

— Kyung y Jaesoo, señor, pe-

— Bien, quiero que envíes a algunos hombres a vigilar el bosque, que vayan más lejos que la última vez. Y todavía no veo suficientes carteles de búsqueda de Yang. Quiero que también se coloquen carteles en Hellwood y... ¿cómo se llama el otro que le sigue?

— Prayville —respondió el menor con rapidez.

— Pues ahí y también-

— Inspector —le llamó alzando la voz para que guardara silencio—, está dando pasos de ciego, no sabe qué está haciendo. Ayer organizó una reunión de última hora con todo el equipo y no se digna a aparecer y cuando lo hace viene sin ducharse y oliendo a alcohol, ¿se ha visto? No quiero que acabe como el señor Wooyoung. Si no está a la altura, es mejor que se retire a tiempo.

Jungsu sale del despacho dejándolo solo y piensa que es un fracasado. Un fracaso que no puede salvar a esos adolescentes, que se ha quedado estancado en un caso de meros secuestros y, lo peor se todo, no podrá encontrar a Jeongin.

Salvar a todos fue algo que se prometió a sí mismo cuando presenció la muerte de su hermana mayor.

Fue el verano de 2001, en Allentown, donde vivía con sus padres y hermana. Él tenía siete años y volvía de jugar con sus amigos. Ese fin de semana sus padres se marchaban de viaje por su décimo aniversario de bodas, por eso se quedaría con Lizeth estos días. Ella tenía dieciséis en ese entonces, era bonita y, a los ojos de Christopher, era perfecta. Era trabajadora, amable, inteligente, en fin, una chica modelo.

— ¡Noona! —exclamó Chris entrando en su casa, buscando a la fémina.

— ¡Estoy arriba!

El pequeño subió las escaleras yendo hasta la habitación de ella, quien se encontraba sobre su cama haciendo tarea.

— ¿Cómo te lo has pasado? —preguntó cerrando el libro para atender al menor.

Él se subió en la cama y gateó hasta estar a su lado para abrazarse a ella.

— ¡Bien! Nos hemos hecho amigos de otros niños más grandes y-

— Chris —susurró ella, callandolo.

Con el dedo índice en los labios se levantó de la cama y caminó de puntillas hasta la puerta, abriéndola levemente.

— ¿Qué pasa, noona? —susurró con miedo.

— Escucho pasos abajo.

— ¿Papá y mamá?

— No, ya deberían estar en el avión.

Rápidamente cogió a su hermano en brazos y lo metió en su armario.

— Necesito que esperes aquí.

— No, no, quédate conmigo —se aferró a la blusa de Lizeth y a estas alturas ya se encontraba llorando, plenamente asustado.

— Solo iré a ver.

— No me dejes solo —ella agarró sus mejillas y dejó un beso en su frente, el último.

— Enseguida vuelvo, no salgas.

El pequeño Chris tapó su boca con ambas manos, intentando no hacer ningún ruido y su corazón acabó oprimido cuando se quedó sumido en la oscuridad de ese armario, escuchando los pasos cortos de su hermana alejarse.

Se dijo a sí mismo que Lizeth sabría que hacer, ella era muy lista y todo lo hacía bien. Se dijo a sí mismo que era un puto cobarde cuando comenzó a escuchar los gritos y sollozos de la mayor y solo pudo taparse los oídos horrorizado. Se dijo a sí mismo que todo era su culpa cuando salió más tarde del armario y bajó hasta la mitad de las escaleras, donde un hombre mayor masticaba algo con la boca abierta que había sacado del abdomen abierto de su hermana.

Ella se encontraba tirada en el suelo, con las tripas por fuera y una expresión de horror implantada en su rostro.

— Vámonos —le dijo ese hombre a alguien que no pudo ver.

Así que con cuidado bajó para ver si su hermana se encontraba bien y se produjo un vis à vis con el niño que acompañaba al asesino. Salían por la puerta y el menor iba detrás, solo él pudo ver a Chan. Y pudo haber acabado con él, pero solo le miró impasible, algo en su mirada diciendo que no estaba conforme con lo que había pasado y después, se fue.

Christopher se mantuvo al lado del cuerpo de su hermana todo el fin de semana hasta que sus padres regresaron. El pequeño había olvidado todo lo que pasó aquella noche durante mucho tiempo y el paso del mismo solo hizo estragos en su memoria. Tanto, que solo venían flashbacks en sueños y ni siquiera sabía si eran reales. Aunque siempre quedó esa espina que le susurraba que todo había sido culpa suya por no haberla salvado. Desde ese entonces, se propuso salvar a todo el que pudiera.





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