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El cumpleaños de Isabela, o el funeral de Mariano, como quieras decirle, había comenzado.
Aquel martes nublado fue un día fatal para Mariano desde que se despertó, bueno, no despertó porque jamás se durmió pero se entiende la idea.
Mariano se dio una ducha de agua fría para despejarse, desayunó liviano por si las náuseas de los nervios se tornaban peores y se vistió con sus mejores pintas para conocer a la familia Madrigal completa. Toda. Mariano se fumaría a la familia más desquiciada del planeta en una habitación de 15 metros cuadrados × 30 metros cuadrados con una sola salida sin contar las ventanas.
¿Estaba jodido? Probablemente.
¿Huiría con éxito? Que lo alcancen si pueden.
─ ¡Mariano, bienvenido!─ lo recibió Agustín─ llegas temprano, el resto de la familia aún no llega.
Mariano se había encargado de ser el primero, obviamente lo hizo a propósito para evitarse una oleada de malos tragos.
─ No se preocupe, si puedo ayudar en algo dígamelo.
─ Por supuesto, mi señora está en la cocina, puedo apostar a que necesita una mano con las bandejas y etcétera.
─ Yendo.
Y escondido en la cocina junto a su suegra sin dudas evitaría muchos más. El plan era "pasar casi inadvertido entre los familiares locos de mi prometida" e increíblemente estaba yéndole de fábula.
La familia Madrigal comenzó a arribar cerca del mediodía, Alma y su hijo más pequeño aparecieron primero, después Luisa y Mirabel que habían vuelto de la peluquería junto a Isabela, la tía de Isabela y su marido, y detrás de todos ellos bajó del auto un niño y su gato.
Mariano supuso que eran todos, de por sí eran una familia numerosa, pero Isabela dijo que todavía faltaban dos de sus primos.
¡¿Dos más?! pensó Mariano.
Esa familia nunca se acababa.
─ Mariano, disculpa que te moleste─ dijo Julieta que apareció detrás del aludido con un papel en la mano─ ¿Podrías traer esta marca de sodas? Es de la única que toma mi hermano porque no tiene mucha azúcar, ¿la traerías, por favor?, la venden aquí cerca, en la gasolinería.
Por inercia Mariano buscó al hermano mellizo menor de Julieta y lo encontró acabándose la última botella de la dichosa soda especial.
Qué rápido.
─ Claro, no hay problema.
─ Muchas gracias, hijo.
─ Ahora vuelvo.
Mariano cruzó la puerta, sacó las llaves de su auto y se montó dispuesto a comprar la soda.
¿Qué soda me había dicho que era?
Chequeó el papel y regresó su vista al frente. El día estaba nublado, transcurría húmedo y muy tranquilo.
Sospechosamente tranquilo.
Mariano no podía parar de pensar que algo malo sucedería pronto, los Madrigal se estaban comportando y eso jamás sucedía, era como pedirle al viento que no sople, ilógico por donde se lo mire.
Estacionó en la gasolinería y, en lo que un empleado cargaba su tanque por si las moscas, Mariano fue a por la soda.
En las heladeras de la estación habían al menos 50 marcas distintas, muchas totalmente desconocidas para Mariano, eran un surtido enorme y variado de sodas aunque ninguna era la que Julieta le había ordenado.
¿Y si le llevo una cocacola zero?
─ Quizás debería preguntarle al dependiente...─ se dijo volteándose en dirección al mostrador─ disculpe...
─ ¡Que me des mi boleto de lotería!─ gritó alguien que estaba antes.
─ Lo siento, niño, pero eres menor de edad─ contestó el dependiente que tampoco era muy grande, Mariano le estimaba unos 20 como mucho.
─ ¡Pero mi hermana está aquí! ¡y ella tiene 33 años!─ se volvió a oír. Mariano se adelantó unas góndolas muy curioso de la escena, allí descubrió a un chico, quizás de unos 15 o 16 años, gritándole a todo pulmón al dependiente con cara de nada. Detrás de él estaba su hermana, a quien Mariano no le pudo ver la cara.
─ ¿Tu hermana? Parece tu mamá─ le contestó el dependiente riéndose entre dientes y el chico abrió la boca de par en par visiblemente molesto.
─ ¡¿CÓMO TE ATREVES?!─ ladró─ ¡RETIRA LO DICHO, RATA INMUNDA! ¡ELLA NO SE VE DE MÁS DE 30!
El chico saltó al mostrador, agarró al dependiente de su uniforme y empezó a golpearle la cabeza contra el mostrador mismo.
─ ¡RETIRA LO DICHO!
─ ¡OBLIGAME!
─ Si tu quieres...
Mariano tragó sorprendido, en los ojos verde musgo de aquel muchachito había muchas ganas de quebrarle la cabeza al dependiente sin piedad, realmente no era el tipo de persona a quien Mariano le gustaría enfrentar (ignorando el hecho de que Mariano era pacifista).
─ ¡DI QUE ES PRECIOSA!
─ ¡N-NO...!
─ ¡DILO!
─ ¡AGH!
Tras haberle estampado la cabeza al dependiente un par de veces y gritar que halagara a su hermana por su belleza, el chico le bajó a su intensidad y el dependiente parecía mareado, adolorido y sin fuerzas.
Para tener unos brazos muy flaquitos (y él ser en su totalidad un palo de escoba) el chico era notablemente fuerte.
─ Di que es preciosa─ masculló el chico apretando los dientes al oído de su víctima.
─ E-es pre-precio... sa...─ obedeció el dependiente.
─ ¿Quién?
─ Tu... t-tu herman-na...
─ Di que no eres merecedor de ella.
─ N-no la me-merez... co.
─ Pídele perdón de rodillas.
─ ¡¿Q-qué?!
─ ¡QUE LE PIDAS PERDÓN DE RODILLAS!
─ ¡CLARO QUE NO, DÉJAME LOCO!
El dependiente intentó, para fallar miserablemente, librarse del chico, se retorció y casi se soltó, pero el chico sí era más fuerte y lo volvió a azotar contra el mostrador ya sin preocuparse por si le rompía algo o no.
─ ¡BESA SUS ZAPATOS, QUIERO QUE LOS BESES!─ ladró el chico a centímetros de su rostro.
─ ¡N-NO!─ y un par de lágrimas cayeron de el dependiente.
─ Hazlo ahora mismo o te arrancaré diente por diente con unas pinzas para electricista─ siseó el otro tirando de su cabello.
El dependiente se levantó entre lágrimas, se inclinó despacio frente a la hermana del chico y le besó la punta de sus zapatitos rojos. Ella brincó asustada y clavó sus ojos enormes en su hermano menor.
─ Camilo, ya déjalo─ le rogó en un hilo de voz.
Mariano no creía lo que estaba presenciando pero también quería que se detuviera.
─ Bieeen, lo dejaré en paz─ le contestó Camilo encogiéndose de hombros─ pero que sepa que a la próxima me encargaré personalmente de darle un viaje sólo de ida a la funeraria, ¿me escuchaste, idiota?─ y tronó un par de dedos.
─ Sí, sí, entendido señor─ jadeó el dependiente, sonrió lo mejor que pudo con el miedo que lo acongojaba y levantó las manos en señal de rendición.
─ Así me gusta. Vamos Lore, la tía nos espera y tengo hambre.
Camilo tomó sus compras del mostrador y un boleto de lotería "de cortesía" por las molestias, Mariano no estaba seguro de si lo había pagado y tampoco planeaba preguntar, el chico era una amenaza.
Mariano los observó irse y, más allá de que la chica era muy bonita y no entendía cómo el dependiente había sido tan patán con ella, Mariano puso su atención en Camilo caminando y lo esbelta de su figura. Era un chico precioso sin dudas, y tenía un hermoso cabello como resortes de cobre que caían en una enorme melena al igual que un pésimo genio.
─ ¿Señor? ¿Está ahí?─ el dependiente movió las manos delante de la cara de Mariano y éste reaccionó unos segundos después.
─ ¡Sí! Sí, aquí estoy, disculpe, me distraje.
─ Se notó. Qué necesita.
El joven sonaba más amable que antes, quizás los golpes de Camilo sí sirvieron de algo.
─ ¿Tienes esta soda?─ y Mariano le mostró el papel.
─ Ehhh ya no, la última se la llevó él...
Mariano siguió el dedo del dependiente a fuera de la estación.
─ Ay no.
Apuntaba a Camilo cerca de las bombas de gas.
Maldita sea mi suerte.
─ ¿Seguro que él? ¿No tienes otra? Siempre hay una rondando por ahí.
No es que a Mariano le molestara llegar con las manos vacías, realmente le daba muy igual, si no que le provocaba malestar no complacer a las personas a su alrededor. Era médico, su vida eran las vidas de los demás, necesitaba hacer feliz al resto y eso era exactamente por lo que había acabado en una situación así.
Complaciendo al resto.
─ No, lo siento, juro que si fuera por mi vetaría a ese Satanás de aquí pero quizás me haga algo el muy maldito.
─ Probablemente. Bueno, gracias de todas maneras.
Mariano salió de la estación, pagó su carga de nafta y condujo de vuelta a la casa en lo que pensaba una buena excusa de porqué no tenía la bendita soda del tío más pequeño y mimado de la familia Madrigal.
Estoy muerto.
Antes de bajar del auto respiró hondo, necesitaría mucha suerte y paciencia para lidiar con lo que se avecinaba.
Cruzó el umbral de la puerta principal que por ser día de fiesta estaría siempre abierta y fue a por su suegra para explicarle lo de la soda. Mariano tenía la esperanza de que si se lo explicaba primero a Julieta (la más comprensiva de la familia) luego sería más sencillo teniéndola de su lado.
─ ¡Oh, Mariano, ahí estás!─ exclamó Julieta muy contenta─ qué bueno que volviste, estaba a punto de llamarte.
Mariano entró en la cocina y su suegra terminaba de cocinar el almuerzo.
─ Sí, lo siento por eso, pero es que no encontré la sod-.
─ Camilo trajo la soda así que no te preocupes, iba a decirte que volvieras y no te gastes, total ya teníamos una.
─ ¿"Camilo"?
Julieta se volteó para responderle mas en Mariano se hallaba el absoluto desconcierto.
─ Eh... sí, Camilo, mi sobrino─ le explicó ella─ Es hijo de mi hermana Pepa, el mediano a decir verdad. Él y Antonio son hermanos menores de Dolores.
Camilo. Lores. Dolores.
Tenía mucho sentido.
Mariano se tapó la boca asustado y sorprendido porque no podía ser que, de entre todas las familias latinas de Florida, el chico desquiciado de la gasolinería fuese el primo de su prometida. Como si el destino lo hiciera a propósito.
¿Qué tan complicado quería que resultara ser el día de Mariano?
Ya no sería solamente tratar con una familia loca, si no con una familia loca y un miembro de ellos que humilló a un dependiente porque llamó "vieja" a su hermana.
No, claramente lo estaba haciendo a propósito. Y la cosa nada más acababa de empezar.
Julieta obligó a Mariano a ir con ella a la sala, allí sirvieron la bendita soda al hermanito de ella y se sentaron a parlotear comiendo aperitivos hasta que fuese hora de el plato principal.
Junto a Julieta estaba sentado Camilo, y del otro lado de Julieta se sentó Mariano.
─ Gracias por la soda, sobrino, habían mandado a Mariano pero tú le ganaste de mano─ dijo el menor de los trillizos.
─ De nada, tío─ contestó Camilo─ supongo que soy más rápido que algunos.
─ ¡Así parece!─ se rió el tío.
Camilo dirigió un vistazo burlón a Mariano y éste se tensó en su sitio, clavó la vista en la ventana de enfrente y se negó a prestarle atención a ese chico peligroso lo que restara de tarde.
Sepa Dios de qué sería capaz si Mariano le diese la oportunidad.
Al cabo de unos segundos la conversación giró en otro sentido, los trillizos charlaban de la carrera que Mirabel escogería cuando terminase la preparatoria y mientras tanto Julieta se levantó para servir la comida.
¿Me estará mirando? pensó Mariano acordándose de que Camilo estaba a un metro suyo ¿Aún me estará mirando?
Por un insignificante e ínfimo instante Mariano movió su vista UN centímetro al costado cuando Julieta se retiró, UNO, nada más, para asegurarse de que Camilo estaba en la suya y Mariano pudiese estar en paz.
Pero no.
Los ojos verde musgo de Camilo estaban sobre Mariano sin decoro, el chico se había volteado para apoyar el rostro en la mano izquierda y quedársele viendo indefinidamente, sonriendo, perturbándolo con su rostro de pura maldad.
─ ¡La comida está lista!
Mierda.
Mientras que los Madrigal charlaban de cosas que para ellos eran importantes, Mariano estaba en total silencio comiendo y sin quitar la atención de su propio plato incluso cuando le hablaban, y todo por culpa de Camilo.
Y también de Agustín, porqué no, que por su mala suerte se le rompió un cuchillo y Julieta tuvo que cambiarse de sitio para cortarle la comida, lo que corrió a Mariano a la silla junto a Camilo.
─ Mariano, ¿me pasas la ketchup por favor?
El aludido brincó sorprendido.
─ ¿Eh? ¿la ketchup?─ y la buscó torpemente como si no comprendiera a qué se refería Camilo.
─ Sí, ya sabes, la de color rojo, como la sangre─ entonces el chico le señaló la botellita que estaba cerca suyo.
─ ¡S-sí, claro!
¿Cómo no la vi? Mariano pecaba de distraído.
─ Gracias, Ma-ri-a-no.
─ D-de nada...
Pero hasta él notaría la malicia en la voz de Camilo y el brillo divertido en sus ojos. Lo estaba torturando a posta.
Diosito, qué hice yo para merecer esto.
Nada, y de todas formas Camilo estaba diviertiéndose con las reacciones del prometido de su prima.
¡¿Porqué me castigas de este modo?!
Mariano intentó en vano seguir comiendo, ignorar la presencia de Camilo y fingir que estaba en un almuerzo normal con una familia normal en una casa normal.
─ ¡Antonio, baja a tu gato de la mesa, se está comiendo lo de tu papá!
─ ¡Pero mamá, él también tiene hambre!
─ ¡Entonces ponle portavasos en las patas al menos, que no raye la mesa de tu tía, joder!
─ ¡Está bien!
Pero ellos se la estaban poniendo difícil.
Mariano hizo un gesto de confusión y extrañeza admirando cómo el más pequeño de la familia le colocaba un portavasos bajo cada patita a su michi parado en medio de la mesa familiar, y éste se quedaba ahí, lamiéndose, mientras el resto de la familia continuaba comiendo como si nada.
A su vez a Camilo casi se le salió el agua por la nariz por la cara que hizo Mariano.
¿Se está riendo de mí? preguntó la ansiedad social de Mariano.
Y desgraciadamente la respuesta era "sí".
─ Camilo, ¿me pasas el pan, por favor?
Dolores interrumpió la risa de su hermano un instante.
─ Seguro─ y él extendió su brazo sobre el plato de Mariano. Bah, ¿qué brazo?, el cuerpo entero, y Mariano apenas alcanzó a hacerse para atrás porque de repente tenía a todo Camilo encima suyo, con su piel color canela y un poderoso aroma a mangos.
¿Pero qué-?
─ Aquí tienes.
─ Te agradezco.
Olía muy bien...
Por inercia Mariano miró a Camilo y éste hizo lo mismo tal cual estuvo haciendo la tarde entera.
Esa fue la primera vez que se miraron fijamente uno al otro.
Y es muy lindo.
Camilo tenía unos vagos pero llamativos ojos verdes que desentonaban mucho contra su piel oscura (aunque más clara que la de sus primas y hermanos) y también con su cabello colorado, lo que irónicamente conformaba un hermoso joven según Mariano.
El pobre no podía creer que alguien tan divino fuese tan malévolo.
Al mismo tiempo Camilo jamás había conocido un sujeto tan extraño como Mariano, él no lucía como el tipo de hombre que saldría con Isabela, todo lo contrario, los dos eran polos opuestos y no precisamente de los que se atraen.
Más allá de eso Mariano le parecía muy atractivo, supuso que como a todo el mundo, ya que el hombre tenía unos enormes músculos sumados a un rostro cuasi perfecto que no pasaría desapercibido, pero también tenía una eterna expresión boba como si nunca entendiera qué carajo sucedía a su alrededor.
Sería una pena si él no se aprovechara de eso.
─ ¿Qué pasa, Mariano?─ preguntó el menor con una sonrisa juguetona en su precioso rostro pecoso─ ¿Qué tanto me estás viendo?
─ ¿Huh?─ y Mariano cayó en la cuenta de que, en efecto, estaba mirando sin pena a Camilo a la cara─ Nada... ¡n-nada, nada! ¡Sólo me distraje!─ a unos veinte centímetros de su redondita cara.
─ ¿Ah, sí? Juraría que me estabas mirando como si fuera lo más interesante del mundo.
─ ¡E-eso no es verdad!─ se defendió rojo de la vergüenza.
─ ¿De veras?
─ ¡SÍ!
La actitud de Camilo sólo empeoraba el estado de Mariano.
─ ¡Oye, no te emociones! ¡Jajaja!
Su risa también, era demasiado adorable y Mariano no sabía cómo actuar al respecto.
─ ¡QUE YO NO ESTOY HACIENDO NADA!─ exclamó.
─ ¡Estás todo rojito!
─ ¡AGHHH!
Mariano gritaba y Camilo se carcajeaba de sus reacciones, el resto de la familia ni se daba cuenta por estar en la suya charlando y riéndose también, sin embargo Isabela no, y ella presenció con lujo de detalles cómo Camilo utilizaba sus trucos de siempre para divertirse a costa de Mariano.
Había sido bueno, su primo estaba distrayendo a Mariano y por ende Alma no había iniciado ninguna conversación incómoda sobre su futuro compromiso.
Ojalá pudiese hacer que durara más, necesitaba sobrevivir al día sin acabar con un anillo en su dedo.
─ ¡Hora del pastel!
─ ¡Pastel, pastel!
Tengo una idea.
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⁽⁽ଘ( ˊᵕˋ )ଓ⁾⁾
Próxima actualización: lunes 5/12
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