07 :: Bélgica
25 de Julio del 2023.
El sol apenas comenzaba a asomarse por las cortinas de mi habitación en el hotel, bañando todo con una luz tenue y anaranjada. Había pasado la noche en vela, mirando el techo, repasando una y otra vez lo que había ocurrido en las últimas horas. El encuentro con Alma seguía dándome vueltas en la cabeza. Sus palabras, tan llenas de verdad, habían dejado una marca profunda, una que no iba a desaparecer fácilmente.
Ahora, mientras me levantaba de la cama, sentía el peso de algo más que el cansancio físico. La habitación estaba desordenada, como si reflejara el caos en mi mente: la chaqueta tirada sobre una silla, las zapatillas cerca de la puerta, una maleta abierta a medio llenar en un rincón. Me dirigí al baño primero, lavándome la cara con agua fría, tratando de despejarme. El espejo me devolvió una imagen de ojos cansados y una barba que empezaba a asomar.
—Es hora de seguir adelante —murmuré para mí mismo.
Comencé a recoger mis cosas con una precisión casi mecánica. Cada movimiento me mantenía ocupado, me distraía de los pensamientos que amenazaban con volver. Doblé las camisetas con cuidado y las coloqué en la maleta, asegurándome de que todo estuviera en su lugar. Cuando encontré mi pulsera de la suerte en la mesita de noche, me detuve un momento. La había llevado durante años, incluso cuando Alma aún era una parte constante de mi vida. Ahora, parecía un recordatorio agridulce.
Guardé los cargadores, mi equipo personal, los papeles que había dejado desparramados sobre el escritorio, todo con la precisión de alguien que quería evitar dejar algo atrás. Cada rincón de la habitación fue revisado. No era tanto por miedo a olvidar algo físico, sino porque sabía que, al cerrar la puerta, estaría dejando atrás más que un lugar.
Finalmente, me puse la chaqueta que había estado colgada en el respaldo de una silla y me aseguré de que no quedara nada sobre la cama o en el armario. El reloj marcaba las cinco de la mañana, y el chofer del equipo me esperaba abajo para llevarme al aeropuerto.
Mientras bajaba en el ascensor, mi mente volvía a Alma. Las palabras que me había dicho en la entrada del hotel seguían resonando como una campana que no dejaba de vibrar. Había tratado de ser fuerte, de mantener las distancias, pero verla tan de cerca, escuchar su dolor... Había sido más de lo que esperaba.
El vestíbulo estaba casi desierto a esa hora. Saludé al recepcionista con un movimiento de cabeza y dejé la llave en el mostrador antes de salir al aire fresco de la mañana. La ciudad estaba tranquila, y por un momento, me detuve frente al coche para mirar alrededor. Budapest siempre había tenido algo especial, pero esta vez, lo único que podía sentir era la tensión de lo que había ocurrido aquí.
Cuando llegué al aeropuerto, todo fue rápido: el check-in, el paso por seguridad, y finalmente, la sala de embarque. Me senté junto a la ventana, mirando cómo los aviones se alineaban en las pistas. Cada paso que daba me llevaba más cerca de Bélgica, del Gran Premio de Spa, pero no podía evitar sentir que estaba dejando algo sin resolver aquí.
El altavoz anunció el embarque, y me levanté con mi maleta en mano. Antes de entrar al avión, revisé mi teléfono. No había mensajes de Alma, y no esperaba que los hubiera. Pero, por un instante, me sorprendí deseando que hubiera algo, una señal, cualquier cosa que me indicara que no todo estaba perdido.
Cuando el avión despegó, Budapest quedó atrás, y con ella, todo lo que esa noche había traído consigo. Pero mientras las nubes cubrían la vista de la ciudad, una cosa estaba clara: había mucho que arreglar, tanto en la pista como fuera de ella.
Y esta vez, no iba a quedarme de brazos cruzados.
📍 Bélgica, Bruselas.
El suave descenso del avión hacia Bruselas apenas logró sacarme del trance en el que estaba. Sentía la incomodidad del cinturón de seguridad apretándome, pero no hice nada por ajustarlo. Había estado en mil vuelos como este, y sin embargo, nunca me habían parecido tan largos. O tan vacíos.
La madrugada en Budapest había sido un caos controlado: salir del hotel, arrastrando la maleta por los pasillos silenciosos, asegurándome de no dejar nada atrás. Cada movimiento era metódico, una rutina diseñada para evitar que pensara demasiado. Pero no había podido evitarlo. Todo lo que pasó con Alma la noche anterior seguía ocupando cada rincón de mi mente.
Cuando cerré la puerta de mi habitación, fue como si también estuviera cerrando la puerta a lo que quedaba de nosotros. La veía frente a mí, en ese vestíbulo, sus ojos cargados de palabras no dichas, el peso de sus reproches. La verdad es que me lo merecía. Ella siempre había estado ahí para mí, incluso cuando no lo pedía, incluso cuando no lo merecía. Y yo... yo simplemente me fui.
La noche anterior habíamos hablado, sí, pero no lo suficiente. Todo lo que dijo se quedó grabado en mi memoria, cada palabra cargada de dolor. Me recordó los momentos en los que ella estuvo ahí, apoyándome sin dudarlo, y cómo yo no había hecho lo mismo por ella. Me lo echó en cara, y no podía culparla.
"Siempre estuve para ti, Lando. Incluso cuando nadie más lo estaba. Pero cuando yo te necesité, tú desapareciste. ¿Cómo esperas que olvide eso?"
Esas palabras eran como un eco constante en mi cabeza, rebotando una y otra vez. Quise responderle, explicarle que no fue algo personal, que estaba lidiando con tanto en ese momento que simplemente no supe manejarlo. Pero sabía que eran excusas. Excusas que no cambiarían nada.
Cuando me despedí de ella anoche, algo dentro de mí se rompió. Hubo un momento, breve, en el que pensé en acercarme, en intentar reparar aunque fuera una pequeña parte de lo que había destrozado. Pero no lo hice. Me quedé parado, viendo cómo ella se daba la vuelta y entraba de nuevo al hotel.
El avión tocó tierra con un leve sacudón, devolviéndome al presente. El piloto anunció la hora local y las condiciones meteorológicas, pero apenas lo escuché. Miré por la ventana: el cielo estaba gris, típico de Bélgica en esta época del año. La pista estaba mojada, reflejando las luces del aeropuerto como si fueran pequeños espejos rotos.
Recogí mis cosas en silencio, ajustando la mochila en mi hombro y asegurándome de que el pasaporte estuviera en el bolsillo interior de mi chaqueta. El aeropuerto de Zaventem estaba tranquilo a esta hora. La mayoría de los pasajeros caminaban con prisa, pero yo no podía evitar sentir que me movía en cámara lenta.
El equipo ya estaba aquí. Llegarían directamente al circuito más tarde para comenzar con las reuniones previas al Gran Premio. Spa-Francorchamps siempre había sido uno de mis circuitos favoritos, pero ahora mismo no me entusiasmaba. Todo lo que normalmente me llenaba de energía se sentía distante, como si estuviera viendo mi propia vida desde fuera.
Encontré un café en una de las terminales y pedí un cappuccino para llevar. Me senté en una de las mesas cerca de la ventana, viendo cómo los aviones despegaban y aterrizaban. La taza humeaba entre mis manos, el aroma cálido chocando con el frío que se colaba por la puerta automática cada vez que alguien entraba.
Era un buen momento para pensar, o eso creía. Pero los pensamientos me abrumaban. Alma, la carrera en Hungría, la próxima en Bélgica... todo se mezclaba en mi cabeza, como si no pudiera separar una cosa de la otra.
Saqué mi teléfono y revisé mis mensajes. Nada nuevo. Quise escribirle, pero no sabía por dónde empezar. ¿Cómo se comienza una conversación con alguien a quien le has roto el corazón? ¿Cómo le dices que, a pesar de todo, todavía piensas en ella?
Apagué la pantalla y dejé el teléfono sobre la mesa. Me pasé una mano por el cabello, suspirando. Afuera, la lluvia comenzó a caer con más fuerza, las gotas golpeando contra los ventanales del aeropuerto.
Finalmente, recogí mi café y me dirigí hacia la salida, donde un coche del equipo me esperaba. El conductor, un hombre mayor y amigable, me saludó con una sonrisa mientras colocaba mi equipaje en el maletero. Durante el trayecto, intenté concentrarme en los planes para la semana: las reuniones con los ingenieros, las sesiones de práctica, la estrategia para la carrera. Pero todo parecía una distracción, un intento desesperado de evitar enfrentar lo que realmente me importaba.
La lluvia seguía cayendo cuando llegamos al hotel en Spa. Bajé del coche, agradeciendo al conductor, y me dirigí directamente a mi habitación. Era grande y moderna, con vistas a un bosque que estaba parcialmente cubierto por la niebla. Dejé mis cosas a un lado y me dejé caer en la cama, mirando el techo.
Sabía que debía prepararme para los días que venían, pero no podía evitar pensar en Budapest, en Alma. En lo que ella había dicho, en lo que yo había hecho.
Mientras el sonido de la lluvia llenaba la habitación, algo en mi interior se resolvió. No sabía si podría arreglar las cosas con Alma, pero al menos tenía que intentarlo. No podía seguir cargando con este peso, con la culpa de no haber hecho nada.
Tomé mi teléfono otra vez, pero esta vez no lo apagué. Miré la pantalla durante unos segundos, pensando en qué escribir. Finalmente, con los dedos temblorosos, comencé a teclear.
"Hola, Alma. No sé si es el mejor momento, pero quería decirte que lo siento. Por todo. Otra vez."
No era perfecto, pero era un comienzo. Dudé por un segundo antes de presionar "Enviar", pero lo hice. El mensaje se fue, y con él, una pequeña parte de la carga que llevaba encima.
La respuesta de Alma, si llegaba, sería otro capítulo. Pero por ahora, estaba dispuesto a esperar.
El cielo seguía gris cuando dejé el hotel después de un largo día de reuniones y análisis con el equipo. Era habitual que, en las semanas de carrera, los pilotos encontráramos un momento para relajarnos. Bélgica no era la excepción, y esa noche, varios de nosotros habíamos decidido reunirnos en un bar cercano, conocido por su ambiente relajado y privado, ideal para evitar el revuelo mediático.
Llegué junto con Oscar, mi compañero de equipo. Él, como siempre, tenía esa mezcla de tranquilidad y curiosidad que lo caracterizaba, algo que lo hacía encajar fácilmente en cualquier ambiente. El bar estaba algo escondido, ubicado en un pequeño pueblo a unos kilómetros del circuito. Desde afuera, parecía un pub más, con luces cálidas y una fachada de madera que daba una sensación acogedora.
Dentro, ya había varios pilotos. Charles estaba sentado junto a Pierre en una mesa cercana al centro, ambos riendo mientras sostenían copas de vino. Max estaba al fondo, rodeado de algunos miembros de su equipo, con una cerveza en la mano y su sonrisa relajada. George y Alex estaban en la barra, debatiendo algo que parecía ser más técnico que casual. Todos estaban allí, menos algunos de los más veteranos, como Lewis o Fernando, quienes rara vez se unían a este tipo de encuentros.
—¿Una cerveza? —preguntó Oscar mientras nos acercábamos a la barra.
—Claro, algo suave —respondí, dejando mi chaqueta en un perchero cercano.
El lugar tenía esa vibra relajada que era perfecta para desconectar. No había música fuerte, solo un leve murmullo de conversaciones y risas. Las luces tenues daban al lugar un toque íntimo, casi como si estuviéramos en un refugio lejos de las cámaras y la presión del campeonato.
Cuando nos acercamos a la barra, George levantó su copa en nuestra dirección.
—¡Ahí están los de McLaren! Pensé que no vendrían —dijo con una sonrisa.
—¿Perdernos esto? Ni en sueños —respondí, chocando mi botella contra su vaso.
—¿Ya viste a Max? —preguntó Alex, señalando hacia el fondo.
Max levantó la mano desde su mesa, reconociendo nuestra llegada. Me acerqué a saludarlo, mientras Oscar se quedaba con George y Alex.
—¿Cómo estás, Max? —pregunté, sentándome en una silla vacía junto a él.
—Bien, bien. Aunque un poco cansado. Estas semanas de triple carrera son un infierno, ¿no crees? —respondió, tomando un trago de su cerveza.
—Totalmente. Pero supongo que es parte del juego. ¿Cómo ves el coche para el domingo?
—Sólido. Aunque Spa siempre tiene sus sorpresas. Nunca sabes lo que puede pasar aquí.
Asentí, sabiendo que tenía razón. Spa era impredecible, con su clima cambiante y su circuito técnico. Pero, por ahora, eso parecía un problema para el "yo" del domingo.
Conforme pasaba la noche, los grupos comenzaron a mezclarse. Charles y Pierre se unieron a nosotros, trayendo consigo su buen humor y su facilidad para contar historias que hacían reír a todos. En un momento, Charles comenzó a imitar a uno de los ingenieros de Ferrari, exagerando su acento y sus gestos, lo que provocó carcajadas incluso de quienes no hablaban italiano.
—¿Y tú, Lando? —preguntó Pierre, mirándome con una sonrisa. —¿Qué tal fue tu noche después del podio en Hungría?
La pregunta me tomó por sorpresa, pero intenté mantenerme casual.
—Nada fuera de lo común. Cena, un poco de descanso, y luego al hotel. Lo típico.
Pierre me miró con curiosidad, como si supiera que había algo más detrás de mi respuesta, pero no insistió. En lugar de eso, levantó su copa.
—Bueno, por lo menos celebraste como se debe, ¿no? Por el podio de Hungría y por las próximas carreras.
—Por las próximas carreras —respondí, chocando mi botella con la suya y las de los demás.
A medida que la noche avanzaba, el ambiente se volvía más relajado, pero también más introspectivo. Algunos comenzaron a hablar de los momentos difíciles que habían enfrentado en sus carreras, de las veces en las que habían pensado en rendirse. Era extraño escuchar a pilotos como Max o Charles hablar de inseguridades, pero también era un recordatorio de que, detrás de los cascos y la competencia, todos éramos humanos.
En un momento, salí al exterior para tomar un poco de aire. El frío de la noche belga era un contraste refrescante con el calor del bar. Miré hacia el cielo, buscando estrellas entre las nubes, pero no encontré ninguna.
—¿Todo bien? —preguntó George, saliendo también y cerrando la puerta detrás de él.
—Sí, solo necesitaba un poco de aire —respondí.
George se apoyó contra la pared, mirando hacia el camino que llevaba al bar.
—¿Estás seguro? Te ves... un poco en las nubes. —bromeó, con una leve sonrisa. A lo que yo reí también.
Lo miré, dudando si debía decir algo. Finalmente, opté por la verdad, aunque de forma resumida.
—Es complicado. Cosas fuera de la pista, ya sabes.
George asintió, como si entendiera perfectamente.
—Esas son las más difíciles de manejar, ¿no? En la pista tienes control, pero fuera de ella... todo parece más caótico.
Asentí, agradeciendo su comprensión. No dijo nada más, y ambos nos quedamos en silencio, disfrutando del momento de calma antes de regresar al caos de nuestras vidas como pilotos.
George se cruzó de brazos, apoyándose a mi lado. Por un momento, no dijo nada, simplemente miró hacia el camino vacío que llevaba al bar. Pero conocía esa mirada: George estaba analizando algo, preparándose para decir lo que tenía en mente.
—¿Es por ella? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
Su tono era tranquilo, pero directo, como siempre. No necesitaba aclarar a quién se refería.
Suspiré, dejando caer la cabeza hacia atrás contra la pared. No estaba preparado para esa conversación, pero sabía que George no la dejaría pasar.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté, sin mirarlo.
—Porque te conozco, y la conozco a ella, es mi mejor amiga. Y porque no es la primera vez que te veo así. La última vez que estuviste así de distraído fue... bueno, ya sabes cuándo.
No respondí de inmediato. George tenía razón. Había algo en mi actitud esa noche que era difícil de disimular.
—Nos vimos en Budapest —admití al final, con la voz más baja de lo que esperaba.
George giró la cabeza para mirarme, sorprendido pero no juzgándome.
—¿Hablasteis?
—Sí. Bueno, fue más bien... un desastre. Intenté arreglar las cosas, pero no salió como esperaba.
George asintió lentamente, como si estuviera procesando lo que le decía.
—¿Y cómo te sientes?
—No lo sé, George. Siento que la cagué. Que dejé que todo se complicara más de lo que debería. Pero también... siento que ya no sé qué sitio tengo en su vida.
George se quedó en silencio por unos segundos, luego soltó un pequeño suspiro.
—Mira, Lando, no voy a decirte qué hacer, pero Alma no es una persona que se aleja por nada. Si te dejó entrar en su vida, aunque fuera por un momento, es porque significabas mucho para ella.
—Lo sé —dije rápidamente, interrumpiéndolo. —Pero yo no estuve ahí cuando me necesitó. Y ahora, cada vez que intento acercarme, parece que solo empeoro las cosas.
George giró para mirarme de frente, con esa mirada seria que a veces era más efectiva que cualquier sermón.
—Entonces haz algo diferente. Sé honesto. Con ella, pero sobre todo contigo mismo. Si sigues dejando que las cosas se acumulen, vas a perderla de verdad, y no creo que eso sea lo que quieras.
El silencio volvió a instalarse entre nosotros. George no dijo nada más, dándome el espacio que necesitaba para procesar sus palabras.
—Gracias, George —dije finalmente, mirando hacia él.
Él sonrió ligeramente, como si hubiera esperado mi respuesta.
—Para eso están los amigos. Anda, volvamos antes de que Pierre y Charles empiecen a inventar historias sobre ti.
Sonreí débilmente mientras ambos regresábamos al interior del bar, donde las risas y el bullicio seguían llenando el ambiente. Pero, por primera vez en mucho tiempo, sentí que tal vez, solo tal vez, aún no era demasiado tarde para hacer las cosas bien.
De vuelta dentro del bar, el ambiente seguía animado. Pierre estaba de pie junto a la barra, riendo a carcajadas mientras Charles gesticulaba exageradamente, claramente en medio de una historia que involucraba algún incidente embarazoso de los viejos tiempos.
—¡Ahí están los desaparecidos! —gritó Pierre al vernos entrar, levantando su vaso en un brindis exagerado. —¿Qué pasa? ¿Una conversación secreta de británicos?
—Algo así —respondió George, riendo mientras se acercaba al grupo. Yo me quedé un poco rezagado, aún perdido en mis pensamientos, aunque intentaba que no se notara demasiado.
Charles se giró hacia nosotros, con esa sonrisa despreocupada que a veces podía desarmarte.
—Esto está bien, pero creo que necesitamos algo más emocionante para hacer esta noche.
—¿Ah, sí? —preguntó George, arqueando una ceja.
Pierre asintió con entusiasmo.
—Definitivamente. Estamos en Bélgica, chicos. Si no hacemos algo memorable aquí, ¿qué estamos haciendo con nuestras vidas?
—¿Y qué sugieres? —intervine finalmente, aunque con un tono más bajo que el de ellos.
Charles se inclinó hacia adelante, bajando la voz como si estuviera a punto de compartir un secreto muy importante.
—Hay una discoteca no muy lejos de aquí, en el centro de Spa. Música, luces, buen ambiente... y lo mejor de todo: nadie espera que aparezcamos allí.
—Genial —murmuró George, sarcástico. —Exactamente lo que necesitamos, otro lugar donde Pierre pueda ser el centro de atención.
—¡Por favor! —se defendió Pierre, fingiendo indignación. —Yo solo quiero asegurarme de que todos os divirtáis.
Charles puso los ojos en blanco, pero sonrió.
—Entonces, ¿qué decís? Nos cambiamos, cogemos un taxi y vemos qué pasa.
Hubo un momento de pausa en el que todos parecimos evaluar la idea. La mayoría del grupo ya estaba lo suficientemente relajada, gracias a las bebidas del bar, pero la perspectiva de seguir la noche en un lugar completamente diferente era tentadora.
—Yo digo que sí —dijo Pierre finalmente, golpeando la barra con la palma de la mano. —¡Vamos a la discoteca!
George suspiró, pero era evidente que no iba a quedarse atrás.
—Está bien, pero si esto acaba como la última vez en Mónaco, no me hagáis responsable.
—Trato hecho —respondió Pierre, guiñándole un ojo.
Charles se giró hacia mí.
—¿Lando?
Por un segundo, estuve a punto de decir que no, que prefería quedarme en el hotel o simplemente terminar la noche aquí. Pero después de la charla con George, sentí que quizás necesitaba un cambio de escenario, algo que me ayudara a despejar la mente, aunque solo fuera por unas horas.
—Vale —respondí finalmente, encogiéndome de hombros. —Vamos a la discoteca.
La reacción fue inmediata: Pierre soltó un grito de victoria, Charles chocó las manos con George, y en cuestión de minutos ya estábamos haciendo planes para pedir un taxi y dirigirnos al centro de Spa.
Mientras salíamos del bar y el aire fresco de la noche nos envolvía nuevamente, me di cuenta de que, aunque la idea de bailar y beber en una discoteca no resolvería mis problemas, al menos me daría un respiro. Y, a veces, un respiro era justo lo que necesitaba para seguir adelante.
El VIP de la discoteca estaba lleno de energía caótica. Las luces intermitentes y la música vibrante hacían que todo pareciera un poco irreal. Los chicos estaban dispersos, algunos más entusiasmados que otros. Pierre y Charles ya iban bastante bebidos, bailando torpemente en un espacio reducido mientras se reían a carcajadas. George charlaba con Alex en la esquina, los dos bebiendo con moderación.
Yo me mantenía al margen, aún sobrio, con una copa en la mano que apenas había probado. No podía evitarlo: mi mente seguía atrapada en una espiral de pensamientos, y el ruido no ayudaba.
Fue entonces cuando, por casualidad, mi mirada se desvió hacia el otro lado del VIP.
La discoteca tenía un diseño peculiar: la zona VIP estaba dividida en dos áreas paralelas, separadas por un hueco que dejaba ver el nivel inferior. A través de esa separación, vi a alguien que hizo que el ruido y el bullicio se desvanecieran.
Alma.
Estaba allí, en la sección opuesta, sentada en un sofá con un grupo de chicas. Su cabello suelto caía sobre sus hombros, y llevaba un vestido negro que le quedaba espectacular, resaltando cada curva con elegancia. En mi cabeza solo pasaba la idea de querer invitarla a pasar a mi habitación del hotel, y no exactamente para dormir o ver alguna peli. Tenía una postura relajada, aunque sus movimientos eran sutiles, como si intentara pasar desapercibida. Sostenía su móvil con una mano, mirando la pantalla de forma distraída mientras las chicas que la acompañaban hablaban entre sí.
El corazón me dio un vuelco. No podía creerlo. ¿Qué hacía aquí? ¿Por qué justo esta noche?
Me quedé congelado, incapaz de apartar la mirada. Era como si todo mi cuerpo se negara a reaccionar. George, que estaba a mi lado, se dio cuenta de que algo no iba bien.
—¿Qué pasa? —preguntó, siguiéndome la mirada. No tardó en darse cuenta. —Oh... eso explica tu cara.
No respondí, demasiado ocupado intentando procesar lo que veía. George soltó una risa baja.
—Bueno, esto es interesante. ¿Qué vas a hacer?
Antes de que pudiera contestar, noté que Alma levantaba la vista. Y entonces, nuestros ojos se encontraron.
El mundo pareció detenerse. La música, el ruido, las risas de los chicos... todo desapareció. Solo estábamos ella y yo, mirándonos a través del hueco que separaba nuestras áreas del VIP.
Esperaba que apartara la mirada enseguida, pero no lo hizo. En lugar de eso, mantuvo el contacto visual. Su expresión era inescrutable, una mezcla de sorpresa, curiosidad y algo más que no podía descifrar. Mis dedos se tensaron alrededor de mi copa, y sentí un nudo en el estómago.
Me debatía entre mantener la mirada o apartarla, pero era como si estuviera atrapado. Alma no parpadeaba, y su postura cambió ligeramente, como si estuviera evaluando mi reacción. La incomodidad inicial dio paso a una tensión casi palpable.
—Lando, no te quedes ahí parado —dijo George en voz baja, dándome un codazo—. Haz algo.
Pero no podía moverme. Algo en su mirada me mantenía anclado, como si hubiera miles de cosas que quisiéramos decirnos pero que ninguno se atreviera a verbalizar. Finalmente, una de las chicas que estaba con ella dijo algo, lo suficiente para romper el momento. Alma giró la cabeza para responder, pero no del todo; sus ojos seguían volviendo a los míos cada pocos segundos.
Mi pecho se sentía pesado, como si cada respiración fuera un esfuerzo. Quería acercarme, cruzar ese espacio y hablar con ella, pero las palabras de nuestra última conversación en Budapest seguían rondando mi mente. ¿Y si no quería verme? ¿Y si todo lo que había sentido en ese momento seguía allí, sin resolverse?
Alma volvió a mirar directamente hacia mí, esta vez con una expresión más firme. Era casi un desafío, como si estuviera diciéndome que, si quería algo, tendría que ser yo quien diera el primer paso.
El nudo en mi estómago se apretó aún más. Sabía que no podía quedarme ahí, simplemente mirándola. Tenía que decidir. ¿Cruzar el espacio que nos separaba o aceptar que había cosas que quizá nunca podrían arreglarse?
El ambiente de la discoteca parecía intensificarse con cada segundo que pasaba. Las luces se reflejaban en las paredes y en las copas, mientras la música pulsaba con un ritmo hipnótico. Pero para mí, todo eso era un ruido de fondo; mi atención seguía completamente fijada en Alma.
De repente, se levantó del sofá, con una elegancia que parecía natural en ella. Dejando el móvil a un lado, avanzó hacia la mesa baja que estaba en el centro de su área VIP. Mi ceño se frunció, curioso por lo que iba a hacer. Sin quitarme los ojos de encima, subió con cuidado sobre la mesa, sujetándose del respaldo del sofá cercano para mantener el equilibrio.
El vestido negro que llevaba, ceñido y perfectamente ajustado, captó aún más la atención de los que estaban alrededor. Pero lo que realmente me atrapó fueron sus ojos. Esos ojos azules que parecían capaces de atravesar cualquier barrera, de leer cada pensamiento que intentaba ocultar. Su mirada no se apartaba de la mía, desafiándome, provocándome, y sentí que el suelo bajo mis pies se tambaleaba.
La música cambió a un ritmo más enérgico, y Alma comenzó a moverse al compás. Sus movimientos eran fluidos, seguros, casi hipnóticos. Bailaba con una mezcla de despreocupación y control absoluto, como si el mundo entero estuviera a sus pies, aunque técnicamente, yo estaba a sus pies. Y durante todo ese tiempo, sus ojos seguían fijos en mí. Era como si el resto de la discoteca no existiera, como si esto fuera un espectáculo solo para mí.
No podía apartar la mirada. Sentí cómo mi pecho se tensaba, cómo cada fibra de mi cuerpo me instaba a hacer algo, pero seguía paralizado. George, a mi lado, soltó una risa baja.
—Vaya, parece que alguien quiere llamar tu atención —comentó, divertido, dándome un codazo.
No contesté. Ni siquiera podía procesar sus palabras. Mi atención estaba completamente capturada por Alma.
El espectáculo no pasó desapercibido para los que estaban alrededor de ella. Algunos tipos de la zona VIP, probablemente atraídos por su confianza y su belleza, comenzaron a acercarse. Un hombre alto y de aspecto algo imponente fue el primero en intentarlo, subiendo un pie al borde de la mesa como si estuviera invitándose a unirse. Alma lo ignoró al principio, pero cuando el tipo intentó tocarle la pierna, su expresión cambió drásticamente.
Le dirigió una mirada fría y dura, como un disparo. Con un gesto rápido, movió su pie para apartarlo del borde de la mesa y señaló hacia otro lado, indicándole claramente que se fuera. El hombre, sorprendido, levantó las manos en señal de rendición y se retiró con torpeza.
Otro tipo, más joven y con una sonrisa claramente ensayada, lo intentó poco después. Se acercó con una bebida en la mano, levantándola como si fuera una oferta de paz. Alma lo miró de reojo, con una mezcla de fastidio y aburrimiento. Apenas murmuró algo, y el chico también se retiró rápidamente, aparentemente intimidado por su actitud.
El espectáculo continuó. Alma seguía moviéndose con esa confianza arrolladora, sin apartar su mirada de la mía ni un solo segundo. Cada gesto, cada movimiento, parecía calculado para mantenerme atrapado en su órbita.
Finalmente, George rompió el silencio a mi lado.
—Tío, esto está entre surrealista y fascinante. Si no haces algo pronto, creo que te va a explotar la cabeza. También decirte, que a veces es difícil resistirse a la belleza española. —bromeó, y era verdad. Esta española me tenía loco.
Tragué saliva, sintiendo cómo la tensión en mi cuerpo llegaba a un punto crítico. Tenía que decidirme ya.
La música cambió de golpe, y las primeras notas de "How Deep Is Your Love" comenzaron a llenar la discoteca. El ritmo más lento, seductor y envolvente parecía transformar el ambiente por completo. Las luces se suavizaron, pasando de tonos vibrantes a un juego de neones azules y rosados que bañaron todo el espacio.
Alma, todavía sobre la mesa, cerró los ojos por un momento, dejando que el ritmo la envolviera. Luego, abrió los ojos y, como si el cambio de canción hubiera sido su señal, comenzó a bajar con gracia. Sujetándose del respaldo del sofá, aterrizó suavemente sobre el suelo, recuperando su postura con la misma elegancia que siempre la había caracterizado.
Mi corazón empezó a latir más rápido. ¿Qué iba a hacer ahora?
Con una pequeña sonrisa que parecía escondida bajo la sombra de su confianza, Alma comenzó a moverse en dirección a nosotros. Mientras caminaba, su boca formaba las palabras de la canción, tarareando el comienzo suavemente, como si estuviera cantando solo para ella misma. Pero sus ojos, esos malditos ojos azules, seguían fijos en mí.
"I want you to breathe me in, let me be your air..."
Era como si cada palabra tuviera un significado oculto, una intención dirigida exclusivamente a mí. Sus movimientos eran tranquilos, casi felinos, mientras cruzaba el área VIP. Cada paso parecía calculado, cada mirada un desafío. El vestido negro que llevaba, ceñido a su cuerpo, brillaba bajo las luces, atrayendo más de una mirada. Pero ella no les prestaba atención.
George, que seguía a mi lado, dejó escapar un silbido bajo, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
—Hermano, creo que estás un poco jodido.
Pierre y Charles, que estaban algo más adelante, también notaron el cambio en la atmósfera. Charles se inclinó hacia mí con una sonrisa cómplice.
—¿Es idea mía o ella viene directamente hacia ti?
No respondí. No podía. Mi cuerpo parecía haber perdido la capacidad de moverse o reaccionar. Era como si estuviera clavado en el suelo, incapaz de apartar la mirada de Alma mientras se acercaba.
"How deep is your love? Is it like the ocean? What devotion are you?"
Cuando llegó al borde de nuestra sección VIP, algunos curiosos intentaron acercarse, pero ella apenas los esquivó con movimientos naturales. Era como si no existieran para ella, como si toda su atención estuviera enfocada únicamente en mí.
Finalmente, se detuvo a pocos pasos de donde estábamos nosotros. Ahora podía escucharla tararear la canción con más claridad, su voz suave y melódica mezclándose con el ritmo de la música. Levantó una ceja, como si estuviera esperando algo, algún tipo de reacción.
—¿Qué pasa, Norris? —preguntó finalmente, con un tono que parecía una mezcla entre provocación y curiosidad.
Era la primera vez que escuchaba su voz en esa noche, y sentí un escalofrío recorrerme. Había algo en cómo pronunciaba mi nombre, algo que hacía que todo lo demás desapareciera. Intenté decir algo, pero mi boca se quedó seca.
George, siempre el oportuno, decidió intervenir.
—Alma, ¿vienes a salvarlo o a acabar de matarlo? Porque parece que está a punto de implosionar.
Ella soltó una risa baja, sin apartar la mirada de mí.
—No sé, George, creo que eso depende de él.
La tensión entre nosotros era palpable, casi eléctrica. Mi mente corría en mil direcciones, buscando algo, cualquier cosa que pudiera decir para romper el hielo. Pero antes de que pudiera hablar, Alma se inclinó ligeramente hacia mí, reduciendo la distancia entre nosotros.
—¿No vas a decir nada, Lando? —susurró, lo suficiente alto como para que la oyera, pero con un tono que hacía que sonara íntimo.
Las palabras finalmente salieron, aunque mi voz sonó un poco más áspera de lo que esperaba.
—No sabía si estaba permitido interrumpir tu gran entrada.
Ella sonrió, una sonrisa pequeña pero genuina, y negó con la cabeza.
—Siempre tienes algo que decir, ¿verdad?
La canción seguía sonando, y aunque la pista de baile estaba llena de gente, para mí solo existía el momento que compartíamos aquí, bajo las luces de la discoteca. Algo me decía que la noche apenas comenzaba.
Alma mantuvo esa sonrisa juguetona en su rostro mientras daba un paso más hacia mí, acortando la distancia hasta que apenas había un par de centímetros entre nosotros. La cercanía era abrumadora, como si el mundo entero se hubiese reducido a ese pequeño espacio que compartíamos en medio del caos de la discoteca.
Mi respiración se volvió más pesada mientras la observaba. Sus ojos, tan azules e intensos, parecían examinarme, buscando algo en mi interior. Entonces, con una confianza que siempre me había desarmado, levantó una mano y la apoyó en mi nuca. Su toque era cálido, firme, y al mismo tiempo, me dejó inmóvil.
El resto del mundo desapareció. No había música, ni luces, ni siquiera George o los demás pilotos a nuestro alrededor. Solo estábamos ella y yo, atrapados en un momento que se sentía eterno.
Alma se inclinó apenas un poco, acercando sus labios a mi oído, lo suficiente como para que su aliento cálido rozara mi piel.
—How deep is your love? —preguntó en un susurro, su voz cargada de un vacile que me atravesó como un rayo.
Mis manos instintivamente querían moverse, tal vez para tocarla o responder a esa provocación, pero me quedé congelado, tratando de procesar lo que acababa de decir. Sus palabras, tomadas directamente de la canción, tenían un peso diferente, un significado que no podía ignorar.
Alma se apartó apenas un poco, lo justo para que nuestros ojos se encontraran de nuevo. Su sonrisa seguía ahí, pero ahora había algo más en su mirada, una chispa de desafío que me retaba a reaccionar.
—¿Qué pasa, Norris? —continuó, su tono entre juguetón y curioso—. ¿Demasiado difícil de responder? Y eso que te he preguntado en inglés, para que lo entiendas mejor. Vaya a ser que tanto español sea un debilidad mayor para ti.
Tragué saliva, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Tenía que decir algo, pero ¿qué? Ella tenía esa habilidad de dejarme sin palabras, de hacerme sentir como si el suelo se tambaleara bajo mis pies.
Finalmente, reuní el coraje suficiente para responder, aunque mi voz sonó más baja de lo que esperaba.
—Creo que depende de quién esté haciendo la pregunta.
Alma arqueó una ceja, claramente disfrutando el juego. Su mano aún estaba en mi nuca, sus dedos dibujando pequeños círculos que enviaban escalofríos por mi columna.
—Entonces será mejor que pienses bien tu respuesta —murmuró, sus ojos clavados en los míos mientras la música seguía envolviéndonos—. Porque yo no suelo hacer preguntas al azar.
El desafío estaba ahí, directo y claro. Y aunque mi mente aún luchaba por procesar todo lo que estaba pasando, una cosa era segura: Alma había tomado el control de la noche, y yo estaba completamente atrapado en su órbita.
La tensión entre nosotros se sentía palpable, casi visible, como un hilo invisible que nos unía en medio del caos de la discoteca. El sonido de la música seguía envolviendo la escena, pero era como si solo existiera para ambos, un telón de fondo que marcaba el compás de ese juego que Alma había comenzado.
Su mano seguía en mi nuca, y el simple contacto hacía que cada nervio de mi cuerpo pareciera en alerta máxima. Mi respiración se mantenía irregular, tratando de igualar el ritmo del latido acelerado de mi corazón. A pesar del bullicio a nuestro alrededor, sentía que estábamos solos en esa burbuja, como si el mundo entero hubiera decidido pausar por un momento.
Alma dio un paso más cerca, borrando cualquier distancia que quedara entre nosotros. Su rostro estaba a escasos centímetros del mío, y podía sentir el leve aroma de su perfume mezclado con la calidez de su piel. Un aroma dulce, pero con una nota intensa, como ella misma: inconfundible. Sus ojos seguían clavados en los míos, hipnóticos, como si intentaran desentrañar cada uno de mis pensamientos.
—¿Sabes, Lando? —susurró, su voz apenas audible sobre la música—. Siempre me ha intrigado cómo alguien puede ser tan seguro en una pista y, fuera de ella...
Se detuvo, dejando la frase en el aire, mientras una sonrisa juguetona curvaba sus labios. El vacío que dejó su pausa era una provocación en sí misma, un desafío que esperaba que recogiera.
—¿Tan inseguro? —interrumpí, completando la frase por ella.
Sus labios se curvaron un poco más, como si mi respuesta la hubiera complacido.
—Digamos que más... contenido —respondió, inclinando ligeramente la cabeza, como si estuviera evaluando mi reacción.
Mis manos, que hasta ese momento habían estado en mis costados, finalmente se movieron. Una de ellas se deslizó hacia adelante, rozando apenas su cintura, como si necesitara anclarme a algo para no perder el control. Ella no se apartó, pero tampoco retrocedió. Simplemente se quedó ahí, firme, permitiéndome que fuera yo quien tomara la siguiente decisión.
—¿Y tú? —pregunté, mi voz más grave de lo que esperaba—. ¿Qué tan profundo puede ser tu amor?
Alma soltó una pequeña risa, un sonido suave pero cargado de ironía. Sus dedos hicieron un último movimiento en mi nuca antes de soltarse, como si quisiera recordarme que ella siempre tenía el control.
—Eso, Norris, es algo que tendrás que descubrir por ti mismo —respondió, dando un paso hacia atrás, rompiendo momentáneamente la burbuja que habíamos creado.
Mientras retrocedía, sus ojos seguían fijos en los míos, brillando con una mezcla de diversión y algo más que no podía descifrar del todo. Giró ligeramente sobre sus talones, como si estuviera a punto de irse, pero en lugar de alejarse, se dirigió hacia la mesa en la que estaban sentados George, Charles y Pierre.
—Bueno, chicos, ¿me habéis echado de menos? —preguntó con una sonrisa mientras se dejaba caer en uno de los sillones.
La conversación general se reanudó rápidamente, pero yo seguía ahí, de pie, tratando de procesar todo lo que acababa de pasar. Miré a George, quien levantó una ceja en mi dirección, claramente esperando una explicación. Pierre y Charles intercambiaron miradas cómplices, pero ninguno dijo nada.
Finalmente, volví a sentarme, aunque mi mente seguía atrapada en la intensidad de esos momentos con Alma. La música cambió de ritmo, y la energía de la discoteca subió de nuevo, pero para mí, la noche había tomado un giro completamente diferente. Y por cómo Alma se acomodaba en el sofá, lanzándome miradas fugaces cada tanto, supe que ella también lo sabía.
Alma's POV
La música cambió nuevamente, dejando atrás las notas hipnóticas de "How Deep Is Your Love" para dar paso a un ritmo más enérgico, con graves potentes que vibraban en el suelo de la discoteca. Pero aunque la canción había terminado, la tensión entre Lando y yo seguía presente, flotando en el aire como un eco.
Mientras Lando se alejaba hacia su grupo, me tomé un momento para recuperar el control de mis emociones. Mi corazón seguía latiendo rápido, y no podía evitar sentir que cada mirada que cruzamos había dejado una huella más profunda. Pero este no era el momento para quedarme atrapada en pensamientos. Había otros rostros familiares que necesitaban mi atención.
Respiré hondo y me giré hacia el resto del grupo de pilotos. Charles fue el primero en notar que me acercaba. Estaba sentado de manera relajada en el sofá, con un brazo apoyado en el respaldo y una sonrisa fácil en su rostro, como si el ambiente de la discoteca no le afectara en lo más mínimo.
—Alma, finalmente decides unirte a nosotros —dijo con un tono que mezclaba broma y bienvenida.
—Ya sabes que no me puedo resistir cuando sois vosotros los que montáis el espectáculo —respondí, devolviéndole la sonrisa mientras me acercaba.
Pierre, que estaba al lado de Charles, levantó su copa en un gesto de saludo, aunque su mirada era más astuta, como si hubiera captado algo más de lo que acababa de pasar.
—¿Todo bien por allí? —preguntó con una ceja levantada, su tono sugerente dejando claro a qué se refería.
—Perfectamente bien, Baguette. No empieces —contesté con una sonrisa fingidamente inocente, pero no le di tiempo a seguir indagando.
George estaba al fondo del sofá, riendo por algo que Max acababa de decir. Me acerqué a él y le di un pequeño golpe en el hombro para llamar su atención.
—¿Y tú qué? ¿No piensas saludarme? —le dije en un tono divertido.
George se giró, y su expresión se iluminó al verme.
—¡Alma! Claro que sí. ¿Cómo estás? Hace tiempo que no te veía tan... —Hizo una pausa breve, mirándome de arriba abajo antes de terminar la frase con un tono juguetón— ...fiestera.
—No exageres, Russell. Una sale de vez en cuando —contesté con una risa.
Max, que había estado observando en silencio, intervino con su habitual tono directo.
—Ya era hora de que te unieras. Estábamos a punto de hacer una apuesta sobre cuánto tardarías en venir aquí.
—¿En serio? —pregunté, cruzándome de brazos mientras lo miraba con una mezcla de diversión y desafío.
—Bueno, yo dije que no más de cinco minutos después de que se cruzaran esas miradas de "tensión no resuelta" entre tú y Lando —añadió Pierre, disfrutando visiblemente de la situación.
Rodé los ojos, aunque no pude evitar una sonrisa.
—Sois peores que un grupo de viejas cotillas.
—Es nuestro trabajo, Alma. Nos aburrimos si no hacemos teorías sobre la gente —dijo Charles, alzando su copa con una sonrisa cómplice.
Decidí no darles más material para sus teorías y me senté en el borde del sofá junto a George. La conversación continuó, con bromas y risas que llenaban el espacio. Pero a pesar de la aparente ligereza del momento, podía sentir de vez en cuando la mirada de Lando desde el otro lado del VIP.
No era un simple reencuentro. Algo había cambiado, y aunque no sabía exactamente qué, sentía que esta noche era solo el comienzo de algo mucho más complicado.
La música seguía golpeando fuerte, pero la conversación en la zona VIP empezaba a tomar su propio ritmo, como si estuvieran aislados de la pista de baile abarrotada. Los pilotos se mostraban relajados, disfrutando del ambiente y de la compañía. Yo me dejé llevar, riendo ante los comentarios sarcásticos de Pierre, intercambiando bromas con Max y hasta escuchando a Charles mientras intentaba convencer a George de algo relacionado con simuladores de carrera.
Sin embargo, la sensación de tener la mirada de Lando posada en mí era difícil de ignorar. Incluso mientras hablaba con los demás, lo sentía al otro lado, como un hilo invisible que nos conectaba en medio del ruido y las luces. Me arriesgué a echar un vistazo rápido hacia él, pero lo encontré mirando su bebida, girándola con una mano mientras parecía perdido en sus pensamientos.
"¿Por qué tenía que ser tan complicado?", pensé mientras desviaba la mirada de nuevo hacia Pierre, que estaba en medio de una historia exagerada sobre una noche en Mónaco.
—¿Y luego qué pasó? —pregunté con fingido interés, tratando de distraerme.
Pierre alzó las manos con dramatismo.
—Obviamente, terminé siendo el héroe de la noche. Pero eso ya lo sabías, ¿verdad?
—Claro, Gasly. Porque nunca te cansas de contarlo —respondí, arrancando una carcajada de Charles.
A pesar del ambiente ligero, no podía evitar sentir que una conversación más seria estaba en el aire, esperando a ocurrir. Fue George quien finalmente sacó el tema, con la misma sutileza que un elefante en una tienda de porcelana.
—Oye, Alma, ya que estamos aquí todos... ¿tú y Lando habéis hablado últimamente? —preguntó de repente, inclinándose hacia mí para que su voz se escuchara claramente sobre la música.
El grupo se quedó en silencio por un segundo. Incluso Max, que estaba terminándose su bebida, alzó las cejas con curiosidad.
—¿De verdad tienes que sacar eso aquí, George? —respondí, tratando de mantener el tono ligero, pero sabiendo que mi sonrisa no era del todo genuina. Aparte de que, no quería dejar mal a mi mejor amigo delante del resto de pilotos. Pero hablar de este tema tan abiertamente, no me hacía sentir cómoda.
—Es que... bueno, después de todo lo que pasó, pensé que quizás... —George no terminó la frase, probablemente porque se dio cuenta de que estaba entrando en terreno peligroso.
Suspiré y miré hacia la pista de baile por un momento antes de responder.
—Sí, hemos hablado. Poca cosa. Pero no voy a negar que las cosas siguen siendo complicadas.
Charles frunció el ceño ligeramente, como si estuviera tratando de entender la situación.
—¿Complicadas cómo? —preguntó, aunque su tono no era intrusivo, sino más bien curioso.
—Complicadas como que no todo el daño se repara con una conversación. Hay cosas que... simplemente llevan tiempo —respondí, evitando mirar hacia donde sabía que estaba Lando.
Pierre pareció captar el cambio en mi tono y rápidamente trató de aliviar la tensión.
—Bueno, entonces lo que necesitas ahora es más tequila. Eso siempre ayuda a solucionar las cosas.
Rodé los ojos mientras Pierre llamaba a un camarero, pero agradecí el cambio de tema. Sin embargo, el peso de lo que había dicho seguía en el aire, como una sombra entre risas y bromas.
Unos minutos después, mientras Charles y Max estaban ocupados discutiendo qué canción debería sonar después, me di cuenta de que Lando ya no estaba en su sitio. Por un momento, una sensación de inquietud me recorrió, pero la voz de Pierre me devolvió al presente.
—Alma, no te pierdas. Esto es una fiesta, ¿recuerdas? —dijo, pasándome un vaso nuevo.
Sonreí y tomé un sorbo, dejando que el alcohol quemara un poco mientras intentaba disfrutar del momento. Pero sabía que la noche aún no había terminado, y había una parte de mí que esperaba que Lando tampoco la diera por cerrada.
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