06 :: Hungría
Lando's POV
📍 Budapest, Hungría.
23 de Julio del 2023.
El calor en Hungaroring era sofocante. A pesar de ser temprano en la tarde, el asfalto del circuito ya irradiaba una temperatura que superaba los 50 grados. El Gran Premio de Hungría siempre había sido uno de los más complicados: una pista estrecha, técnica, donde los adelantamientos eran un lujo y las estrategias lo eran todo. Pero este año, algo más pesaba en mi mente.
Estaba sentado en el cockpit de mi McLaren, los guantes ya ajustados y el casco en mi regazo. Desde mi posición en la parrilla de salida, podía ver cómo los mecánicos terminaban los últimos ajustes en los monoplazas. El equipo me había puesto en una estrategia diferente: comenzar con neumáticos medios para intentar alargar el primer stint. Era un riesgo, pero en Hungaroring, los riesgos calculados podían ser la clave del éxito.
Miré hacia el garaje, donde el equipo se movía rápido, revisando pantallas y ajustando estrategias. Mi ingeniero de pista, Will, estaba en contacto constante conmigo, su voz calmada en mis oídos incluso antes de que comenzara la carrera.
—Lando, recuerda que la curva 1 puede ser un caos. Mantén la posición, pero si ves un hueco, aprovéchalo. Neumáticos medios, stint largo. Confía en el ritmo del coche.
Asentí, aunque sabía que no podía verme. La estrategia era buena, pero también arriesgada. En una pista como esta, si perdías posiciones al principio, recuperar era casi imposible.
Las luces rojas comenzaron a encenderse, una tras otra, hasta que finalmente se apagaron. Solté el embrague y sentí cómo los neumáticos luchaban por tracción en el asfalto caliente. La curva 1, como Will había predicho, fue un caos. Dos coches se tocaron más adelante, pero logré evitar los escombros y mantener mi posición inicial. Incluso gané un lugar al adelantar a un Alpine que salió lento de la curva.
El primer stint fue una batalla constante por mantener los neumáticos en la ventana de rendimiento. La temperatura en el cockpit aumentaba con cada vuelta, pero el coche se sentía bien. El equilibrio estaba donde lo necesitaba, y el ritmo era consistente. Me comunicaba con Will cada pocas vueltas para asegurarnos de que todo iba según el plan.
—Lando, estás a dos segundos del Mercedes de Russell. Parece que está teniendo problemas con los neumáticos. Mantén la presión.
Me concentré en cerrar la brecha, ajustando mis trazadas para maximizar la salida en las curvas lentas. Sabía que si podía acercarme lo suficiente, el DRS sería mi mejor aliado. Finalmente, en la vuelta 17, logré acercarme lo suficiente en la recta principal. Abrí el DRS y pasé al Mercedes justo antes de la frenada de la curva 1. Una pequeña victoria, pero una que sabía que podía marcar la diferencia al final.
En la vuelta 30, Will llamó por radio:
—Box, box. Plan A.
Entré en el pit lane, frenando justo en el límite permitido. El equipo estaba listo; la parada fue perfecta, menos de 2,5 segundos. Salí justo por delante de un Aston Martin, lo cual era crucial para mi estrategia. Ahora estaba con neumáticos duros, buscando llegar hasta el final.
El segundo stint fue una prueba de paciencia. Sabía que no podía desgastar los neumáticos demasiado pronto, pero también tenía que mantener un ritmo competitivo. Cada vuelta era una lucha por encontrar el equilibrio entre velocidad y conservación.
A medida que la carrera avanzaba, comenzó a quedar claro que un podio podía estar al alcance. Estaba en tercer lugar, con Leclerc a solo tres segundos delante de mí. Sabía que Ferrari también estaba luchando con la degradación de los neumáticos, así que ajusté mi ritmo para atacar en las últimas vueltas.
En la vuelta 65, mi momento llegó. Leclerc tuvo un leve desliz en la curva 5, y aproveché para cerrar la brecha. En la recta siguiente, abrí el DRS y logré adelantarlo por el interior en la curva 12. Mi corazón latía con fuerza mientras mantenía la línea y protegía mi posición en las últimas vueltas.
Cuando crucé la línea de meta en segundo lugar, una ola de alivio y euforia me invadió. Era un podio bien ganado, el resultado de una estrategia impecable y un ritmo consistente. Mi ingeniero celebró conmigo por la radio, y no pude evitar sonreír bajo el casco.
—Buen trabajo, Lando. P2. Ha sido una carrera impresionante. Disfruta el momento.
Mientras volvía al pit lane para el parque cerrado, saludé a los aficionados que aún gritaban desde las gradas. Sabía que este resultado no era solo para mí, sino para todo el equipo. Y aunque el calor y el cansancio me pesaban, no podía evitar sentirme agradecido por el día. En el podio, mientras el champán volaba y las luces brillaban sobre nosotros, me prometí que seguiría luchando por más momentos como este.
Sin embargo, incluso en medio de la celebración, mi mente no estaba completamente en la pista. La imagen de Alma apareció, como había estado sucediendo últimamente. Vi esos ojos azules a la distancia, y como me jodía. Durante la carrera, había logrado apartar esos pensamientos, centrándome en cada curva, en cada decisión milimétrica. Pero ahora, con el bullicio a mi alrededor, no podía ignorarlo.
Recordaba nuestro encuentro reciente, las palabras que habíamos intercambiado y la sensación de que algo entre nosotros seguía sin resolverse. Cada vez que me encontraba solo, su imagen volvía, y con ella, una mezcla de emociones que no lograba entender del todo.
Mientras me dirigía al hospitality para reunirme con el equipo, me detuve un momento y miré el horizonte. ¿Por qué no podía dejarlo atrás? ¿Por qué tenía la sensación de que aún quedaba algo por decir, algo por hacer?
Me sacudí el pensamiento, aunque sabía que era inútil. Alma seguía allí, en un rincón de mi mente, incluso cuando todo lo demás parecía estar en su lugar. Tal vez, al igual que en la pista, tenía que encontrar el momento adecuado para enfrentar lo que realmente sentía.
De regreso en el hospitality, el ambiente era de celebración. Mi equipo estaba eufórico, brindando con bebidas frías y comentando los momentos clave de la carrera. Traté de unirme al entusiasmo, pero mi mente seguía volviendo al mismo lugar, al mismo recuerdo.
Tomé un refresco de la mesa y me senté en una esquina del lounge. Desde allí podía observar a mis compañeros, sus caras llenas de satisfacción. Por fuera, me veía igual, pero dentro, las emociones estaban revueltas. Miré mi teléfono, dejando que mi dedo paseara por la pantalla sin un propósito claro, hasta que el impulso de buscar su nombre me detuvo.
El último mensaje que compartimos aún estaba allí. Era algo simple, casi insignificante, pero me decía mucho más de lo que las palabras contenían. Recordaba el tono de su voz, la forma en que sus ojos parecían decir más de lo que ella permitía. Había una barrera entre nosotros, una que yo mismo había contribuido a construir. Y ahora, la pregunta era si podía derribarla.
Will apareció entonces, interrumpiendo mis pensamientos.
—Lando, increíble carrera hoy. Esa maniobra sobre Leclerc fue perfecta. ¿Estás bien? Pareces... distraído.
Sonreí de forma automática y levanté mi botella.
—Solo cansado, eso es todo.
Will no insistió, pero su mirada decía que no me creía del todo. Me levanté y fui hacia el equipo, intentando dejar a un lado lo que sentía. Pero incluso mientras hablaba con ellos, mientras me unía a sus risas, la imagen de Alma seguía persistiendo. En mi cabeza solo había su nombre: Alma, Alma y Alma... Comenzaba a parecer como el zumbido de una mosca en el oído.
Ya en mi hotel, con la adrenalina comenzando a desvanecerse, me dejé caer sobre la cama. El brillo del podio, las celebraciones, todo parecía lejano. Lo que quedaba era el silencio y mis propios pensamientos.
Sabía que debía centrarme en lo que venía, en la siguiente carrera, en mantener el rendimiento que me había llevado al podio hoy. Pero el tema de Alma era un peso que llevaba conmigo, uno que no podía ignorar.
Había intentado justificarme muchas veces. La distancia, el ritmo frenético de mi vida, los compromisos que me arrastraban de un lado a otro del mundo. Pero en el fondo sabía que todas esas excusas eran solo eso: excusas. La verdad era que no había tenido el coraje de enfrentar lo que realmente sentía. Y ahora, con cada encuentro, con cada conversación, me daba cuenta de lo mucho que ella significaba para mí.
Tomé mi teléfono nuevamente, mirando su contacto en la lista de chats. Las palabras se acumulaban en mi mente, pero ninguna parecía lo suficientemente buena para expresar lo que quería decir.
Después de unos minutos, escribí algo simple:
"Buen podio hoy. Espero que estés bien."
Lo releí varias veces antes de enviarlo. Era un mensaje insignificante, pero era un comienzo. Tal vez no arreglaría nada de inmediato, pero al menos era un paso hacia lo que, en el fondo, sabía que necesitaba hacer.
El teléfono vibró en mis manos unos minutos después. La pantalla se encendió con su nombre, y por un segundo me quedé mirándola, dudando si abrir el mensaje. Finalmente, lo deslicé para leerlo.
"Felicidades por el podio. Fue una gran carrera. Espero que disfrutes la victoria."
Cerré los ojos un momento, intentando descifrar el tono detrás de sus palabras. Era cordial, claro, pero también distante. Esa barrera que había sentido antes seguía ahí. Sin embargo, al menos me había respondido. Era más de lo que esperaba después de cómo se habían dado las cosas entre nosotros.
Tomé un respiro y decidí no dejar que esto quedara en una conversación superficial. Quería saber cómo estaba, quería saber qué pensaba. Así que escribí de vuelta.
"Gracias, significa mucho. ¿Cómo va todo? Hace tiempo que no hablamos, la verdad."
Esperé, sintiendo el peso de cada segundo. Mi mente comenzó a llenarse de posibilidades: tal vez no respondería, tal vez estaba ocupada, tal vez... Pero entonces el mensaje llegó.
"Va bien, creo. He estado ocupada con la hípica y otras cosas. Tú también debes estar a tope con todo esto."
Sonreí para mí mismo. Era tan típica de Alma ser tan reservada sobre sí misma, pero siempre mostrando interés por los demás. No quería presionarla, pero tampoco podía quedarme en la superficie. Así que, después de pensarlo un poco, decidí ser directo.
"Sí, la temporada ha sido intensa, pero hoy, mientras estaba en el podio, pensé en ti. Sé que hemos estado distantes, pero me gustaría arreglar las cosas. ¿Podemos hablar pronto?"
Envié el mensaje antes de que pudiera arrepentirme. Había dejado todo claro, sin rodeos, y ahora no quedaba más que esperar. El teléfono permaneció en silencio por lo que parecieron horas, aunque probablemente solo fueron unos minutos. Finalmente, la pantalla se iluminó de nuevo.
"Es complicado, Lando. No sé si es tan fácil como hablar. Hay cosas que no se arreglan con palabras."
Leí su respuesta varias veces, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza. Sabía que tenía razón, que no podía esperar resolver todo con un par de mensajes. Pero también sabía que no podía dejarlo así.
"Lo sé, Alma. Pero no quiero que pensemos que es imposible sin siquiera intentarlo. Déjame demostrarte que puedo hacerlo mejor."
El silencio que siguió fue aún más largo esta vez. Pero cuando finalmente respondió, el mensaje me dio un pequeño rayo de esperanza.
"Hablemos, pero no ahora. Necesito tiempo para ordenar mis pensamientos. Te avisaré, ¿vale?"
"Vale. Tómate tu tiempo. Solo quiero que sepas que estaré aquí cuando estés lista."
Apagué el teléfono y lo dejé sobre la mesa, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad. Había avanzado un poco, pero también sabía que el camino por recorrer sería largo. Al menos ahora sabía que había una posibilidad, y estaba dispuesto a luchar por ella.
Apoyé los codos en la mesa, mirando el teléfono apagado como si pudiera darme más respuestas. La habitación del hotel estaba en silencio, salvo por el zumbido bajo del aire acondicionado. La euforia del podio ya se había disipado, reemplazada por una calma incómoda. Pensar en Alma siempre era así: un torbellino de emociones que no podía controlar.
Me levanté y fui hacia la ventana. Desde ahí podía ver las luces de Budapest, parpadeando como si la ciudad misma estuviera respirando. Había algo tranquilizador en ese paisaje nocturno, aunque mi mente seguía inquieta. Recordaba cuando Alma y yo solíamos hablar durante horas después de las carreras. Solía ser mi refugio, la persona a la que recurría cuando necesitaba desconectar del caos del paddock. Y ahora, esa distancia entre nosotros era como una pista de carreras interminable, llena de curvas imposibles.
"¿Por qué lo dejé llegar tan lejos?", murmuré para mí mismo, sabiendo que no había una respuesta sencilla.
Decidí distraerme repasando la telemetría de la carrera. Me senté con el iPad y comencé a analizar las vueltas, los tiempos y las decisiones estratégicas. Pero incluso eso era un intento débil de alejarme de los pensamientos sobre Alma. Cada vez que mis dedos pasaban por la pantalla, mi mente volvía a la misma pregunta: ¿qué pensaba ella realmente?
Había algo en su último mensaje que me daba esperanza, pero también me hacía dudar. "Hablemos, pero no ahora." ¿Cuánto tiempo significaba ese "no ahora"? ¿Semanas, meses, nunca?
Suspiré y dejé el iPad a un lado. Estaba siendo impaciente, lo sabía. Pero cuando se trataba de Alma, siempre había sido así. Ella tenía esa habilidad de sacarme de mi zona de confort, de hacerme querer ser mejor, aunque a veces eso significara enfrentarme a mis propios errores.
El sonido de una notificación me sobresaltó. Por un segundo pensé que era ella, pero al desbloquear el teléfono vi que era un mensaje de Max.
"Buena carrera, mate. El adelantamiento a Leclerc fue espectacular. ¿Cena mañana?"
Sonreí y le respondí rápidamente. "Gracias, Max. Claro, cena suena bien. Me viene bien desconectar."
Desconectar. La ironía me golpeó. Lo único que realmente quería desconectar era esa maraña de sentimientos que tenía por Alma. Pero sabía que no sería tan sencillo. Si algo había aprendido en las últimas semanas era que, aunque pudiera ganar en la pista, las batallas personales eran mucho más difíciles de conquistar.
Me dejé caer en la cama, dejando que el cansancio físico finalmente me alcanzara. Cerré los ojos y dejé que los sonidos lejanos de la ciudad se mezclaran con mis pensamientos. Tal vez no pudiera arreglarlo todo de inmediato, pero al menos había dado el primer paso. Ahora solo quedaba esperar, aunque odiara hacerlo.
24 de Julio del 2023.
Al día siguiente, después de una jornada de reuniones con el equipo y entrevistas con los medios, finalmente era hora de la cena con Max. Habíamos acordado encontrarnos en un restaurante tranquilo en el centro de Budapest, lejos del bullicio del paddock y las cámaras. El lugar tenía un aire relajado, con luces cálidas y mesas de madera que daban una sensación acogedora.
Max ya estaba en la mesa cuando llegué. Levantó la mano para saludarme, con esa sonrisa confiada que siempre parecía acompañarlo. Vestía de manera sencilla, una camiseta blanca y jeans, como si toda la presión de ser bicampeón del mundo no pesara en absoluto sobre sus hombros.
—Lando, ¡el hombre del momento! —bromeó mientras me sentaba frente a él.
—¿El hombre del momento? Creo que eso sigue siendo tu título, Max. Pero gracias.
Él se rió y levantó su copa de agua. —Ayer fue tu día. Admito que ese adelantamiento a Leclerc fue de manual. Ni yo lo habría hecho mejor.
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. —Gracias. Aunque creo que exageras un poco.
—Tal vez, pero es bueno que te acostumbres a escuchar cumplidos. Los mereces. McLaren está mejorando mucho, y tú también. Es bueno ver que estás volviendo a disfrutar las carreras.
Max siempre tenía esa forma directa de hablar que podía parecer fría, pero en el fondo sabía que lo decía con sinceridad. Asentí, jugando con el borde de mi vaso de agua. —Sí, me siento más confiado. Todo el equipo ha trabajado muy duro, y se siente bien ver resultados.
—¿Solo el equipo? —preguntó, arqueando una ceja como si supiera algo más.
Lo miré con cautela. —¿Qué quieres decir?
—Nada, nada. —Se encogió de hombros, pero había un brillo de picardía en sus ojos. —Solo que parecías distraído ayer después de la carrera. No sé, como si tuvieras algo más en mente.
Suspiré. Con Max era imposible ocultar nada, o casi imposible. —Tal vez. Hay... algo. O alguien.
—Ah. —Max se recostó en su silla, claramente interesado. —¿Quieres hablar de eso o prefieres que finja que no me he dado cuenta?
Me reí, aunque no estaba seguro de si quería abrirme o no. Pero si había alguien en el paddock con quien podía ser honesto, era Max. A pesar de nuestra rivalidad en la pista, siempre había sentido que podía confiar en él.
—Es complicado. Es alguien con quien solía ser cercano, pero las cosas... se complicaron. No hemos hablado mucho últimamente, pero creo que ambos queremos arreglarlo. Solo que no estoy seguro de cómo.
Max asintió, su expresión se volvió más seria. —Las relaciones son más complicadas que las carreras. No hay telemetría para eso. Pero si todavía piensas en ella y ella está dispuesta a hablar, creo que tienes que intentarlo.
—Sí, lo sé. Solo que... no quiero arruinarlo más de lo que ya está.
—No lo harás. —Max sonrió. —Eres Lando Norris, el hombre que hace adelantamientos imposibles. Si puedes pasar a Leclerc en una pista como Hungaroring, estoy seguro de que puedes encontrar las palabras correctas para ella.
Me reí, sacudiendo la cabeza. —No estoy seguro de que las dos cosas sean comparables.
—Tal vez no, pero si necesitas un consejo, ya sabes dónde encontrarme. —Max levantó su copa en un gesto de ánimo.
La conversación se desvió hacia otros temas: la carrera, los rumores del paddock, incluso algunos chistes sobre la última broma que Daniel Ricciardo había hecho en el grupo de WhatsApp de los pilotos. Pero incluso mientras nos reíamos y disfrutábamos de la comida, las palabras de Max seguían resonando en mi mente.
Tal vez tenía razón. Tal vez, al igual que en la pista, lo único que necesitaba era un poco de valentía para dar el primer paso.
Después de la cena, Max y yo salimos del restaurante y caminamos por las calles iluminadas de Budapest. La ciudad estaba tranquila, con apenas algunos turistas paseando y las luces de los puentes reflejándose en el Danubio. Era una noche agradable, y el aire fresco ayudaba a despejar la mente.
Max se detuvo junto a una barandilla, apoyándose mientras miraba el río.
—¿Sabes, Lando? A veces pienso que pasamos tanto tiempo en nuestras carreras que nos olvidamos de lo que realmente importa.
Lo miré, sorprendido por su tono reflexivo. —¿Y qué es lo que realmente importa?
Él se encogió de hombros, su mirada fija en el agua.
—No lo sé exactamente. Pero creo que son las personas. Las conexiones que hacemos, las cosas que sentimos fuera del coche. Al final, los trofeos y los títulos son geniales, pero no son lo único.
—Eso suena... filosófico viniendo de ti.
Max se rió, inclinando la cabeza hacia mí.
—Bueno, a veces también pienso, ¿sabes? De todas formas, si tienes algo o alguien en mente, creo que no deberías ignorarlo. Haz algo al respecto antes de que sea demasiado tarde.
No respondí de inmediato, dejando que sus palabras se asentaran. Max tenía razón, claro, pero no era tan simple. Había un historial complicado con Alma, tantas emociones no resueltas y un miedo constante a arruinar las cosas aún más. Sin embargo, en el fondo, sabía que no podía seguir evitándolo.
—Gracias, Max. En serio. —Le di una palmada en el hombro. —Eres mejor consejero de lo que pensaba.
—Por supuesto que lo soy. —Sonrió con suficiencia. —Ahora, volvamos al hotel antes de que decidan ponernos a limpiar mesas en este restaurante.
Ambos reímos mientras caminábamos de regreso hacia donde nos esperaba el coche del equipo. La charla con Max me había dado algo en qué pensar, pero también había aliviado algo de la tensión que llevaba acumulada. Esa noche, mientras me acostaba en la cama del hotel, revisé mi teléfono casi sin pensarlo.
Deslicé mi dedo sobre la pantalla hasta abrir los mensajes. El nombre de Alma estaba ahí, en la lista, con nuestra última conversación enterrada bajo semanas de silencio. Mis dedos flotaron sobre el teclado, debatiendo qué escribir.
Finalmente, me decidí por algo simple.
"Hola, Alma. Espero que estés bien. Me gustaría hablar contigo pronto, si te parece bien."
Lo envié antes de que pudiera convencerme de lo contrario. Dejé el teléfono en la mesita de noche y me giré hacia el otro lado, intentando ignorar la mezcla de nervios y esperanza que burbujeaba en mi pecho.
Era un pequeño paso, pero tal vez, solo tal vez, era el que necesitaba para empezar a arreglar las cosas.
Alma's POV
El calor de Budapest persistía incluso a altas horas de la noche. Desde mi habitación en el hotel, podía escuchar el murmullo de la ciudad que nunca parecía dormir. Había sido un día largo, entre la competición y la extraña mezcla de emociones que nunca terminaban de dejarme tranquila.
Estaba sentada junto a la ventana, con una taza de té humeante entre las manos. Las luces del Parlamento se reflejaban en el Danubio, creando una escena casi irreal. Por un momento, me permití disfrutar del silencio. Hasta que mi teléfono vibró sobre la mesa, interrumpiendo mis pensamientos.
Lo tomé, sin muchas expectativas, pero el mensaje que apareció me hizo detenerme.
"Estoy fuera de tu hotel. ¿Podemos hablar?"
El remitente: Lando.
Mi corazón se aceleró de inmediato. Me levanté de la silla, dejando el té olvidado, y caminé hasta la puerta del balcón. Miré hacia abajo, intentando distinguir algo entre el gentío que aún paseaba por las calles, pero la altura hacía imposible reconocer a alguien.
Durante unos segundos, mis pensamientos eran un caos. Quería ignorar el mensaje, fingir que no lo había visto, pero sabía que eso no serviría de nada. Lando no era alguien que se diera por vencido fácilmente.
"Dame un momento. Bajo ahora."
Suspiré profundamente mientras me ponía una chaqueta ligera sobre mi vestido de algodón. Las preguntas se arremolinaban en mi cabeza mientras descendía en el ascensor, cada piso sintiéndose más pesado que el anterior.
Cuando llegué al vestíbulo, el aire fresco de la noche me recibió al salir a la calle. Ahí estaba él, apoyado contra un poste, con las manos en los bolsillos y el rostro parcialmente cubierto por la capucha de su sudadera. Parecía nervioso, sus ojos se movían rápidamente entre la gente que pasaba por la entrada del hotel.
Al verme, se enderezó y se quitó la capucha, dejando a la vista ese cabello despeinado que siempre parecía tener vida propia.
—No esperaba que respondieras tan rápido —dijo, con una leve sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—Tampoco esperaba verte aquí, Lando —respondí, cruzándome de brazos. Había un toque de dureza en mi voz, pero no podía evitarlo. Había demasiada historia entre nosotros como para actuar como si nada hubiera pasado.
Se quedó en silencio por unos segundos, buscando las palabras correctas. Finalmente, dio un paso hacia mí, manteniendo una distancia prudente.
—Necesitaba hablar contigo. En persona.
—¿Ahora? ¿Después de todo este tiempo?
Él asintió, bajando la mirada hacia el suelo antes de volver a encontrar mis ojos.
—Lo sé, es tarde. Y sé que probablemente esta no sea la mejor forma de hacerlo, pero... no podía esperar más.
Su sinceridad me desarmó un poco. Había algo en su expresión, en la forma en que sus hombros caían ligeramente, que me hizo pensar que estaba siendo completamente honesto.
—Está bien. Hablemos —dije finalmente, señalando un banco cercano, apartado del bullicio de la calle.
Nos sentamos en silencio por unos momentos, hasta que Lando finalmente rompió el hielo.
—He estado pensando mucho en lo que pasó... entre nosotros. En lo que dije, y en lo que no dije.
Mis manos se tensaron sobre mi regazo, pero me obligué a mantener la calma.
—¿Y qué es lo que quieres decirme ahora?
Él exhaló lentamente, como si cada palabra que iba a pronunciar le costara un esfuerzo enorme.
—Que me equivoqué. Que debí luchar más por nosotros, en lugar de dejar que todo se desmoronara.
Sus palabras me tomaron por sorpresa. No esperaba una disculpa tan directa, y mucho menos que reconociera algo que yo misma había estado sintiendo durante tanto tiempo.
—¿Y qué esperas que haga con eso, Lando? —pregunté, mi voz más suave de lo que pretendía.
Él se giró para mirarme directamente, con una intensidad que me dejó sin aliento.
—No lo sé. Solo quería que lo supieras. Que no ha pasado un solo día en el que no piense en ti.
El silencio entre nosotros se volvió denso, cargado de cosas no dichas y emociones reprimidas. Miré hacia el río, evitando su mirada, mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.
—No puedes aparecer así, de la nada, y esperar que todo cambie —dije finalmente, volviendo a mirarlo. Mis ojos ardían, pero no iba a dejar que las lágrimas cayeran.
—No espero eso —respondió, con una honestidad que dolía. —Solo... necesitaba intentarlo.
No sabía qué decir. Había tanto que quería gritarle, pero al mismo tiempo, no podía ignorar la pequeña chispa de esperanza que había encendido en mi pecho.
Esa noche, frente a las luces de Budapest, supe que lo nuestro era complicado, caótico y probablemente imposible de resolver en una sola conversación. Pero también supe que no estaba lista para cerrar esa puerta por completo.
—Está bien, Lando. Hablemos, pero no aquí.
Él asintió, con una pequeña sonrisa, y juntos comenzamos a caminar por las calles de la ciudad, dejando que el destino decidiera el rumbo de nuestra conversación.
Las luces de Budapest titilaban a lo lejos, reflejándose en el Danubio como pequeñas estrellas sobre el agua en movimiento. El aire nocturno traía consigo un leve aroma a humedad y tierra. Estábamos frente al hotel, con apenas unos metros de distancia entre nosotros, pero la tensión era palpable, como si ese espacio fuese un abismo insalvable.
Lando estaba allí, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, mirando al suelo como si no supiera por dónde empezar. Su silencio me enfurecía más. Si había venido hasta aquí, ¿por qué no decía nada?
—¿Vas a quedarte ahí callado toda la noche? —mi voz salió más cortante de lo que esperaba, pero no me molesté en suavizarla.
Él levantó la mirada, sus ojos brillando bajo la luz amarillenta de una farola cercana.
—No sé por dónde empezar, Alma. Hay tantas cosas que quiero decirte, pero no sé si alguna será suficiente.
—Tal vez deberías haberlo pensado antes de aparecer aquí sin avisar, Lando. —Cruzando los brazos, lo miré fijamente—. ¿Qué esperas? ¿Que te perdone y olvidemos todo lo que pasó?
Negó con la cabeza rápidamente.
—No. No espero eso. Solo... no podía seguir ignorándolo. A ti.
Solté una risa amarga, el sonido resonando en la tranquila calle.
—¿Ahora no puedes ignorarlo? Qué conveniente. —Hice una pausa, sintiendo cómo la ira y el dolor se mezclaban en mi pecho—. ¿Sabes cuánto tiempo pasé preguntándome qué hice mal? ¿Qué podría haber hecho diferente para que no me dejaras así?
Lando frunció el ceño, como si mis palabras lo golpearan directamente. Dio un paso hacia mí, pero me mantuve firme.
—Alma, nunca fue tu culpa.
—¿Y cómo se supone que debía saberlo? —respondí, mi voz quebrándose un poco—. Nunca me lo dijiste. Ni una llamada, ni un mensaje. Nada. Solo desapareciste de mi vida como si nunca hubiera importado.
Él bajó la mirada, sus hombros hundiéndose como si llevara un peso insoportable.
—Tenía miedo. Estaba tan abrumado con todo... las carreras, la presión, las expectativas. Sentía que no podía respirar, y en lugar de hablar contigo, hice lo más cobarde: me alejé.
—Eso no te excusa, Lando. —Di un paso hacia él, señalándolo con el dedo—. Yo también tenía mis propios problemas, ¿sabes? Pero nunca, ni una sola vez, te dejé solo. Estuve ahí para ti, incluso cuando eso significaba dejar de lado mis propios sentimientos. Y tú... tú simplemente decidiste que no necesitabas a nadie. Que no me necesitabas a mí.
Lando apretó los labios, sus ojos llenándose de arrepentimiento.
—Lo sé. Te fallé. A ti más que a nadie.
Hubo un silencio incómodo, roto solo por el murmullo distante de la ciudad. Sentí que las lágrimas querían salir, pero me negué a derrumbarme delante de él.
—¿Sabes lo que más me dolió? —pregunté finalmente, mi voz apenas un susurro—. Que me hiciste sentir como si no fuera lo suficientemente buena. Como si todo lo que hice por ti no importara.
Lando levantó la cabeza, sus ojos encontrándose con los míos.
—Eso nunca fue verdad, Alma. —Su voz tembló ligeramente—. Tú siempre has sido más de lo que merezco.
Quise creerle. Una parte de mí quería lanzarse a sus brazos y aceptar esa disculpa como si todo pudiera arreglarse con palabras bonitas. Pero sabía que no sería tan fácil.
—Las palabras no son suficientes, Lando. No después de todo esto.
Asintió, sin intentar justificar nada.
—Lo sé. Y no espero que lo sean. Pero quiero arreglarlo, Alma. No sé cómo, pero quiero intentarlo.
Suspiré, sintiendo que la lucha interna dentro de mí me estaba desgastando.
—No sé si puedes arreglarlo, Lando. No sé si puedo volver a confiar en ti.
Él dio un paso más cerca, tan cerca que podía sentir su presencia envolviéndome.
—Déjame demostrarte que puedo, Alma. No te pido otra oportunidad ahora mismo, solo una oportunidad de mostrarte que no soy el mismo imbécil que te hizo daño.
El dolor en su voz era innegable, y por primera vez, parecía completamente vulnerable, sin sus habituales defensas. Esa imagen me conmovió más de lo que quería admitir.
Miré hacia el hotel, mi mente llena de recuerdos, de momentos buenos y malos. Finalmente, lo miré a los ojos, dejando salir un suspiro tembloroso.
—No sé si puedo prometerte nada, Lando. Pero si de verdad quieres intentarlo, entonces será bajo mis condiciones. ¿Entendido?
Él asintió de inmediato, su expresión llena de determinación.
—Entendido.
Sin decir nada más, me di la vuelta y caminé hacia la puerta del hotel. Sentí sus pasos detrás de mí, manteniendo una distancia respetuosa. Mientras entraba en el vestíbulo, supe que lo que había comenzado esa noche no sería fácil, pero al menos había dado un pequeño paso hacia un posible cierre... o un nuevo comienzo.
Cuando llegamos a las puertas del ascensor, me detuve y lo miré por última vez. Sus ojos estaban llenos de algo que no podía descifrar del todo: arrepentimiento, quizás, o tal vez una súplica silenciosa. Él dio un paso más cerca, pero no lo suficiente como para invadir mi espacio.
—Alma, no quiero que esto termine así... —murmuró, casi como si temiera que al decirlo en voz alta pudiera romper algo más entre nosotros.
Sin saber muy bien qué me movió, alargué la mano y toqué la suya, apenas un roce. Era un gesto pequeño, pero suficiente para que ambos nos quedáramos inmóviles, atrapados en ese instante. Sentí su respiración detenerse un segundo, y cuando alcé la mirada, sus ojos estaban fijos en los míos.
—Esto no es fácil para mí tampoco, Lando. Pero no sé si puedo confiar en ti, aún.
Sus dedos, temblorosos, rozaron los míos en respuesta, pero no se atrevió a sujetar mi mano.
—No tienes que decidir nada ahora. Solo quería que lo supieras. Y sí, acepto tus condiciones.
Solté su mano lentamente y di un paso atrás, presionando el botón del ascensor. Cuando las puertas se abrieron, me giré hacia él una última vez.
—Buenas noches, Lando.
Él asintió, sin decir nada más. Las puertas del ascensor se cerraron, pero no pude evitar sentir que algo, aunque fuera pequeño, había cambiado entre nosotros.
Esa noche, mientras me tumbaba en la cama del hotel, el eco de nuestras palabras y aquel breve contacto seguía resonando en mi mente. Tal vez era el principio de algo nuevo, o simplemente un recordatorio de lo que habíamos perdido.
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