04 :: Madrid
Alma's POV
Después de todo lo que ocurrió el fin de semana en el Gran Premio de Australia con Lando, George y Carlos, necesitaba un poco de paz mental para ordenar todo. Mi mente no dejaba de reproducir cada mirada, cada palabra, cada silencio incómodo. Así que decidí regresar a casa, a Madrid.
Pero no solo volví a casa, también hice otro cambio significativo en mi vida. Regresé a la hípica de mi infancia, esa que había dejado hace años en busca de mis sueños. Había logrado lo que me propuse: ser campeona internacional en la FEI, ganar competiciones importantes y dejar mi huella en este mundo. Sin embargo, regresar aquí no se sentía como un retroceso, sino como un intento de encontrar algo que había dejado atrás.
Cuando llegué, el aire familiar del lugar me golpeó de inmediato. La combinación de olores de paja, cuero y caballos era como un abrazo del pasado. Pero no podía ignorar el nudo en mi estómago. Estaba nerviosa, más de lo que quería admitir.
El primero que vi fue a William. Estaba en la pista, con su postura firme y ese aire de autoridad que siempre había tenido. Cuando nuestros ojos se encontraron, esbozó una sonrisa, algo rara en él, pero reconfortante para mí. Me acerqué, sintiendo que cada paso me llevaba de vuelta a los recuerdos.
—William —lo saludé, intentando sonar segura.
—Alma —respondió con un leve asentimiento. Sus ojos me examinaron, como si estuviera evaluando cuánto había cambiado.
Hablamos por un rato, poniéndonos al día. Le conté sobre cómo había cumplido mi sueño de ser campeona internacional, ganando varias veces en la FEI. Hablar de mis logros siempre me hacía sentir un poco extraña, pero con él era diferente. William había sido una de las primeras personas que creyó en mí.
—Lo sé —respondió con una sonrisa orgullosa cuando le conté de mis títulos—. Este mundillo es más pequeño de lo que parece. Todos sabemos quién es Alma Ruiz.
Sus palabras me hicieron sentir una mezcla de orgullo y nostalgia. Me di cuenta de que, aunque había conseguido mucho, regresar aquí era más importante de lo que había pensado.
Poco después, William reunió al equipo para presentarme.
—Equipo, tengo una sorpresa para ustedes —anunció con su habitual tono serio. Todos dejaron lo que estaban haciendo y giraron hacia él, curiosos—. Tenemos una nueva integrante en el equipo. Quiero que la reciban como es debido.
Los vi voltear hacia mí, evaluándome con miradas que iban desde la curiosidad hasta el escepticismo. Respiré hondo y caminé hacia ellos con paso firme, aunque por dentro sentía que mi corazón iba a salir de mi pecho.
—Les presento a Alma Ruiz.
Y entonces, la vi.
Alexis.
No había cambiado tanto, no realmente. Sus ojos seguían siendo los mismos, aunque algo en ellos parecía diferente, como si el tiempo les hubiera añadido capas de algo que no lograba descifrar.
Mis labios se curvaron en una sonrisa tenue mientras William decía mi nombre. Ella me miró con curiosidad, pero también con desconcierto.
—¿Alex? —pregunté, mi voz cargada de una esperanza que no podía esconder.
Ella frunció el ceño ligeramente, inclinando la cabeza como si intentara recordarme.
—Lo siento... no te recuerdo, ¿nos conocimos antes?
El nudo en mi garganta se apretó. Lo había anticipado, claro que sí. Pero saberlo no hacía que doliera menos.
—Fuimos mejores amigas, Alex —dije con suavidad, intentando mantener la compostura—. Éramos inseparables en la hípica en Madrid, cuando éramos niñas. Después, tú dejaste la equitación y yo cambié de hípica. Nunca supe por qué dejaste todo, pero me alejé porque pensé que quizás lo necesitabas.
Ella intentó decir algo, pero solo logró balbucear una disculpa. La confusión en su rostro era evidente. Estaba claro que no recordaba nada de nuestra amistad, y yo no sabía cómo lidiar con esa realidad.
Fue entonces cuando los ojos de Alex se iluminaron, como si una chispa finalmente hubiera encendido sus recuerdos. Al principio, su expresión era de sorpresa, como si una barrera invisible hubiera caído de golpe, revelando algo que había estado oculto todo este tiempo. Sus manos se llevaron a la boca, y dio un paso hacia mí con vacilación, como si todavía no pudiera creer lo que estaba viendo.
—Alma... —susurró, su voz temblando ligeramente.
Me quedé quieta, mirándola, mientras una mezcla de emociones pasaba por su rostro: incredulidad, alegría, y algo más profundo, una especie de alivio. No supe cómo reaccionar cuando sus ojos se llenaron de lágrimas y, antes de que pudiera decir algo más, dio un par de pasos rápidos y me envolvió en un abrazo.
Su cuerpo se apretó contra el mío con fuerza, como si temiera que, si me soltaba, desaparecería otra vez. Durante un momento, sentí que volvía a ser esa niña que la consolaba cuando las cosas no salían bien, cuando el mundo era más grande y confuso de lo que podíamos manejar. Su abrazo era cálido, pero también llevaba el peso de los años que habíamos estado separadas, de todas las palabras que no se habían dicho, de los momentos que nunca compartimos.
—No puedo creerlo —susurró, su voz apenas un hilo mientras hundía el rostro en mi hombro—. Eres tú. Eres tú de verdad.
Sentí cómo las lágrimas comenzaban a llenar mis propios ojos. No sabía cuánto había necesitado ese abrazo hasta que lo recibí. No sabía cuánto me había dolido su ausencia, cuánto había extrañado su risa, su complicidad, su simple presencia, hasta que la tuve de nuevo entre mis brazos.
—Soy yo, Alex —dije finalmente, con la voz rota por la emoción.
Nos quedamos así por lo que pareció una eternidad, dos almas que se reencontraban después de años de distancia, curando, aunque fuera un poco, las heridas que el tiempo y las circunstancias habían dejado. Fue un abrazo que hablaba por sí solo, que cerraba un capítulo doloroso y abría otro lleno de posibilidades.
Antes de que pudiera procesar completamente su reacción, otro rostro familiar emergió del grupo. Christian. Había estado en silencio todo este tiempo, observando el reencuentro entre Alexis y yo desde un rincón. Cuando se acercó, una chispa de incomodidad recorrió mi cuerpo. Había algo en su presencia que siempre parecía tensar el aire.
—Es bueno verte otra vez —dijo Christian, su tono amistoso pero distante, como si tratara de medir sus palabras.
Lo miré, sintiendo cómo una oleada de emociones enterradas salía a la superficie. No pude contenerme.
—¿Sabes, Christian? —Mi voz salió más firme de lo que esperaba, cargada de un desdén que había intentado reprimir durante años—. Nunca me gustaste. Y no me refiero solo a ahora, sino a cuando éramos niños.
Su rostro mostró una breve sombra de sorpresa, pero no dije más.
—Recuerdo perfectamente cómo te reías de Alex cuando éramos pequeñas. La molestabas cuando ella solo intentaba encajar. —Mi tono se volvió más cortante, cada palabra era un dardo directo—. Y ahora, después de todo este tiempo, ¿te atreves a besarla y arruinar lo que tenían? ¿Qué esperabas, Christian?
Mis palabras cortaron el aire como una cuchilla. Alexis me miraba, sus ojos abiertos por la sorpresa. La tensión se hizo palpable mientras el silencio se extendía entre nosotros.
—Alma... —dijo Alexis finalmente, con voz temblorosa, intentando intervenir.
La miré, y mi expresión se suavizó. Había algo en su mirada que me recordó por qué estaba allí, por qué estaba tan molesta.
—No es por ti, Alex. No es por lo que pasó entre tú y Christian, aunque me duele verte sufrir. Es por lo que vi cuando éramos niñas. No te merecías que te trataran así.
Christian parecía inmóvil, como si las palabras no le permitieran moverse. Finalmente, respiró hondo, como si intentara reunir fuerzas para responder.
—No quería que las cosas pasaran así. Sabes que nunca quise hacerle daño a Alex.
Sus palabras parecían sinceras, pero no bastaban para borrar el daño.
—Lo sé —respondí, más calmada, pero sin ceder del todo—. Pero el daño ya está hecho. Y espero que no sigas haciéndole más daño a Alex.
El silencio volvió a llenarlo todo. Mi mirada se cruzó con la de Alexis, y en ese momento entendí algo. Por mucho que el pasado doliera, estaba allí para recordarle que no tenía que cargar con ese peso sola.
—Lo importante ahora es que estás bien —le dije con una sonrisa tenue—. Y que, a partir de ahora, te rodees de quienes realmente te cuidan.
Después de que Alex finalmente me reconociera y nos abrazáramos, sentí que parte de los nervios que llevaba acumulados desde mi llegada se disipaban. Era como si, de alguna manera, su reacción hubiese sido el cierre que necesitaba para afrontar este nuevo capítulo. Pero no podía quedarme atrapada en el pasado, aún había mucho por hacer.
William, siempre con su tono práctico y su mirada de entrenador exigente, interrumpió el momento con una ligera tos para captar nuestra atención.
—Alma, creo que ya es hora de que conozcas al caballo que vas a probar —dijo con una sonrisa cómplice, como si supiera que estaba a punto de presentarme algo especial.
—¿Probar? —pregunté, mirando a William mientras trataba de mantener mi tono neutral, aunque no podía evitar sentir cierta emoción.
—Por supuesto. Sabemos que estás acostumbrada a entrenar con tu propio caballo, pero como aún estás en el proceso de traerlo, pensé que querrías montarte en uno de los nuestros para ir familiarizándote con la rutina aquí.
Asentí, agradecida por la consideración. Aunque extrañaba a mi caballo, sabía que esto era lo mejor mientras solucionaba todos los trámites necesarios para trasladarlo. William me hizo un gesto para que lo siguiera, y el resto del equipo, incluyendo a Alex y Christian, nos acompañaron hacia los establos.
Cuando llegamos, William se detuvo frente a un box grande. Dentro, un imponente caballo castaño oscuro con una estrella blanca en la frente levantó la cabeza al escucharnos. Sus ojos eran inteligentes y alertas, y su musculatura hablaba de un animal bien cuidado y entrenado.
—Este es Ébano —anunció William con un toque de orgullo en su voz—. Es uno de nuestros caballos estrella, ideal para alguien con tu nivel y experiencia.
Observé al caballo por un momento, tomando nota de sus movimientos elegantes y su postura confiada. Me acerqué despacio, dejando que me oliera antes de pasar la mano por su cuello. Ébano relinchó suavemente, como si aceptara mi presencia, y una pequeña sonrisa se formó en mi rostro.
—Es precioso —murmuré, más para mí que para nadie.
William asintió. —Y también es exigente. No se lo doy a cualquiera, pero creo que ustedes dos podrían llevarse bien. Vamos, prepárate. Quiero verte montar.
—¿Quieres verme montar, o quieres que le de caña a uno de tus caballos verdes? —vacilé, a veces con estás cosas había segundas intenciones. Aunque a mi no me importa montar a un caballo que le costaba según qué.
—Puede ser. —acabó admitiendo William.
Con la ayuda de Alex, comenzamos a preparar a Ébano. Aunque era un caballo que no conocía, sentí una conexión inmediata mientras ajustaba la montura y las riendas. Algo en su energía me recordaba a mi propio caballo, pero también sabía que Ébano tenía su propia personalidad y retos que superar.
Cuando finalmente estuve lista, William me observó con atención mientras montaba. Desde el momento en que puse un pie en el estribo y me impulsé hacia arriba, sentí que este caballo no iba a ser sencillo de dominar. Ébano era fuerte y estaba bien entrenado, pero también tenía un espíritu independiente que exigía respeto y habilidad.
—Enseñame lo que puedes hacer —dijo William, cruzándose de brazos mientras observaba desde la valla, junto a Alex, y Christian.
Solté un suspiro, ajusté mi postura y apreté ligeramente las piernas contra los costados de Ébano. Con un elegante trote, comenzamos a recorrer la pista, ambos midiéndonos el uno al otro. En ese momento, supe que este caballo sería un desafío, pero también una oportunidad para demostrarme a mí misma que aún tenía lo necesario para triunfar en este mundo.
Mientras avanzábamos por la pista, sentí las miradas del resto del equipo sobre mí, especialmente las de Alex y Christian. Pero por primera vez en mucho tiempo, el peso de todo lo que había ocurrido en las últimas semanas se desvaneció. Era solo yo, el caballo y el trabajo duro por delante.
El sol estaba comenzando a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados, y la pista de entrenamiento comenzaba a enfriarse. La sensación de control sobre Ébano seguía siendo fuerte, pero los desafíos que se avecinaban no eran fáciles. Sabía que, a pesar de ser campeona internacional, cada ejercicio tenía su complejidad. Los pequeños detalles eran los que marcaban la diferencia, y eso era lo que más me importaba en ese momento.
William observaba desde la valla, manteniendo su distancia, con los brazos cruzados y una expresión neutral en su rostro. No esperaba palabras de aliento. No era necesario. Conocía su enfoque. Él solo quería ver mi técnica, cómo abordaba cada movimiento con precisión, y si había algo que corregir, lo señalaría con su mirada.
Comenzamos con las cesiones. Este ejercicio, aunque básico, siempre había sido esencial para preparar a un caballo a nivel avanzado. Me aseguré de que mi postura estuviera correcta: espalda recta, hombros relajados, y el peso centrado en el asiento. Con un sutil toque en las riendas interiores y una ligera presión con mis piernas en el costado de Ébano, pedí que se flexionara hacia la derecha, doblando su cuello mientras mantenía su cuerpo recto.
Ébano mostró una ligera resistencia al principio, sus orejas hacia adelante, pero su cuerpo tenso. Recordé que este caballo, aunque talentoso, aún necesitaba algunos ajustes en su flexibilidad. No lo forcé. Repetí el ejercicio, esta vez pidiéndole con más suavidad y paciencia, asegurándome de que sus caderas siguieran la dirección del movimiento. Poco a poco, Ébano cedió, moviendo sus hombros en ángulo mientras su cuello se doblaba con mayor suavidad. Fue una flexión lateral profunda, con su cuerpo alineado, y finalmente sentí que el ejercicio estaba bien ejecutado.
—Perfecto —murmuró William desde la valla, aunque su tono era de evaluación. No esperaba más, ni menos.
Pasé luego al cambio de mano. Para hacer este ejercicio correctamente, Ébano tenía que hacer una transición fluida entre las dos manos mientras mantenía el ritmo en un galope constante. Lo primero era preparar al caballo: pedí que se alargara un poco más en el galope antes de pedir la transición. Los cambios de mano no solo requieren del caballo mantener su ritmo, sino también que el jinete se mueva con el caballo, sin interrumpir el flujo del ritmo.
Dejé que Ébano tomara el tempo con más longitud y, cuando llegamos a la esquina, di la señal para cambiar de pie. Su cuerpo se inclinó ligeramente hacia adentro, y con un pequeño ajuste en las riendas y una ligera presión de mi pierna exterior, pedí que girara hacia la izquierda. El cambio fue limpio, pero se sintió ligeramente tenso, por lo que volví a pedir que continuara en esa dirección y lo repitiera, esta vez pidiendo más fluidez, sin forzar el cambio. Con el segundo intento, la transición fue mucho más suave, con Ébano manteniendo un ritmo consistente y sin perder ritmo.
Me sentí satisfecha, pero sabía que la perfección venía con la repetición. William no dijo nada, pero su mirada aprobadora era todo lo que necesitaba.
Ahora tocaba el momento de probar las piruetas. Este era uno de mis favoritos y uno de los más complejos, pero sabía que Ébano estaba listo, y confiaba en que William le hubiera enseñado bien. Para este ejercicio, tenía que hacer que Ébano girara sobre sus cuartos traseros, manteniendo su cuerpo comprimido y sus caderas estables. La pirueta requería que el caballo girara rápidamente en un pequeño círculo, mientras su torso se mantenía recto.
Comencé a pedirle que tomara un tempo más corto en el galope, con más compresión en su cuerpo. Era importante no dejar que su cabeza se elevara, ya que eso podría interrumpir la fluidez del movimiento. Cuando llegamos al punto donde comenzaría la pirueta, hice un pequeño ajuste en las riendas, colocándolas más firmemente para guiar sus hombros, y con un toque firme y preciso de mis piernas pedí que girara.
El primer intento fue desordenado. Ébano levantó ligeramente los cuartos traseros, pero su giro fue inestable. La clave de este ejercicio era mantener la estabilidad a través del tronco y las caderas, sin que las patas delanteras se movieran demasiado. Volví a pedirle el ejercicio, con un toque más firme en las riendas interiores y una mayor presión de mis piernas, pidiéndole que mantuviera la línea del cuerpo lo más recta posible. Con este segundo intento, Ébano comenzó a girar con mayor precisión, sus cuartos traseros se elevaron un poco, pero esta vez se mantuvo más equilibrado.
Al final, la pirueta fue limpia, el giro bien ejecutado, con la posición de sus patas traseras más firme y sin perder el control. Aunque no fue perfecto, la mejora fue evidente.
Miré a William, quien finalmente levantó una ceja en señal de aprobación. Su expresión seguía siendo reservada, pero se notaba que estaba satisfecho con el esfuerzo.
—Bien hecho, Alma —dijo, sin demasiada efusión, pero sus palabras fueron claras—. Cada vez eres más precisa con tus movimientos, y eso hace toda la diferencia. No olvides que la constancia es clave para mantener ese nivel.
Asentí, sabiendo que no solo era una cuestión de habilidad técnica, sino también de paciencia. Había logrado lo que me propuse en ese entrenamiento, pero la perfección era un objetivo en constante evolución. Sabía que incluso los campeones internacionales, como yo, nunca dejaban de aprender.
Después de desmontar, sentí la satisfacción de haber dado lo mejor de mí en cada ejercicio. No era solo una cuestión de competir, sino de mantener mi nivel, de seguir perfeccionando cada movimiento, cada decisión. Y con Ébano, sentí que estaba en el camino correcto.
El apartamento estaba tranquilo, la luz suave del atardecer colándose por las ventanas abiertas. Alex y yo estábamos sentadas en el sofá, las tazas de café caliente en nuestras manos, y el ambiente cargado de una mezcla de recuerdos y de nuevas conversaciones que nos esperaban. Ya habíamos dejado atrás el tema de Carlos, y aunque sabía que todavía había algo en el aire sobre él, no quería seguir por ese camino. Ahora, lo que importaba era lo que había pasado desde que nos alejamos, cómo habían cambiado nuestras vidas en estos años.
—Entonces, ¿cómo fue todo? ¿Recuerdas cuando te fuiste de la hípica? —preguntó Alexis, con un tono curioso. Sabía que mi decisión de irme de allí había sido un paso importante, pero no sabía mucho de lo que pasó después.
Sonreí ligeramente al recordar aquellos días. Había sido una decisión difícil, pero sabia que si quería llegar más lejos, tenía que hacerlo.
—Sí, fue un paso grande. Esta hípica era... un lugar que quería mucho, pero sentí que ya no podía crecer allí, que no podría avanzar más. Así que me fui a otra hípica, y empecé a exprimir cada oportunidad que se me presentaba, incluso fue ahí cuando me compré a mi caballo, Adagio. Me volví obsesionada con entrenar, con mejorar en todo. Fue entonces cuando realmente empecé a destacar, a ganar competiciones internacionales, y todo eso... me cambió. Me hizo quien soy hoy.
Alexis me miró atentamente, como si tratara de entender no solo lo que había sucedido, sino cómo me había afectado.
—Es increíble todo lo que has llegado a conseguir —dijo, y sus palabras me hicieron sentir un extraño confort.
Suspiré, pensando en todo lo que había dejado atrás, en los sacrificios que había hecho. Había sido una montaña rusa, pero también un triunfo. Ahora que estaba de vuelta, todo parecía más completo.
—Y tú, ¿cómo has estado? —pregunté, cambiando de tema. Sabía que su vida había dado varios giros importantes también. Había pasado por cosas que, aunque ya conocía de manera general, me costaba entender completamente.
Alex se quedó en silencio por un momento, como si pesara sus palabras. Sabía que hablar de su relación con Carlos y todo lo que vino después no era fácil para ella, pero también sabía que necesitaba compartirlo.
—Bueno, después de todo lo que pasó con Carlos, me alejé de todo. No podía seguir en ese mundo. Pero... luego pasó que Christian y yo nos hicimos más de confianza, y eso cambió las cosas. Nos emparejamos, y aunque todo parecía ir bien al principio, ahora... no estoy tan segura de que sea lo que quiero —dijo, su voz vacilante, como si las palabras le costaran.
La mención de Christian me hizo tensar un poco. No me caía bien. Había algo en él que no lograba encajar en mi mente. Y exactamente era, por como arruinó la relación de Carlos con ella. Me parecía el ser más egoísta del mundo, y yo a ese tipo de personas no me las trago. ¿Él pretendía que su relación con Alexis fuese alabada como hacían todos? No, y yo era el más claro ejemplo. También, después de todo lo mal que ha hecho pasar a Alexis cuando éramos unos niñatos. Yo sabía que Alexi necesitaba espacio, necesitaba ser ella misma, y no me parecía que Christian fuera el tipo de persona que la dejara ser libre.
—Lo siento, pero... ¿Christian? No sé, no me parece que sea el tipo de persona que te haga feliz —dije, sin rodeos. Aunque no quería sonar dura, no pude evitar compartir lo que sentía al respecto.
Alex suspiró, como si esas palabras le pesaran.
—Sé que lo dices porque te importa, pero con él las cosas no son tan sencillas. Al principio fue todo muy intenso, pero ahora... no estoy tan segura. Y, como si no fuera suficiente, también siento que me he alejado de la gente que solía importarme. Lando, Charles, George... ellos ya no están. Y a veces me pregunto si todo esto realmente vale la pena.
Esas palabras me golpearon más de lo que esperaba. No porque no lo supiera, sino porque el dolor detrás de ellas era palpable. Ver cómo alguien tan cercano a mí se sentía tan sola, a pesar de tener todo aparentemente bajo control, me hizo pensar en lo mucho que las circunstancias pueden cambiar a lo largo de los años.
—Lo siento mucho, Alex. Pero creo que mereces mucho más que todo eso. No te dejes arrastrar por las expectativas de otros o por lo que los demás esperan de ti —le dije, tratando de que mis palabras fueran de consuelo y no de crítica.
Ella asintió, aunque no estaba segura de cómo responder. A veces, el simple hecho de ser escuchada era más importante que cualquier consejo que pudiera dar.
—Gracias, Alma. No sé qué hacer, pero estoy tratando de averiguar lo que realmente quiero, lo que me hace feliz —respondió, con una expresión de duda en sus ojos.
El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Sabíamos que había mucho por resolver, tanto para ella como para mí. Pero también sabíamos que estábamos aquí, ahora, para compartirlo. Las decisiones que tomamos a lo largo de la vida no siempre son fáciles, y aunque algunos caminos se veían claros en su momento, no siempre resultan como esperábamos.
Alex me miraba con el ceño ligeramente fruncido, su taza de café entre las manos. Había algo en su expresión, como si estuviera intentando descifrarme.
—Te entiendo, Alex. De verdad. Yo también... estoy pasando por algo raro con Lando. —Mi voz sonó más baja de lo que esperaba, como si temiera que decir su nombre en voz alta tuviera algún tipo de poder. Bajé la mirada, frotándome las manos mientras buscaba las palabras adecuadas—. Lo vi hace unos días, y me ha dejado hecha un lío.
Alex ladeó la cabeza, pero no dijo nada, así que seguí hablando.
—Es como si, después de todo este tiempo, al verlo, todo lo que había dejado atrás viniera de golpe. Me sacudió más de lo que esperaba. Pero, ¿sabes qué? No sé si lo que siento es nostalgia... o si realmente quiero que forme parte de mi vida otra vez.
—¿Qué pasó entre vosotros? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.
—¿Cómo? —parpadeé, algo sorprendida por la pregunta.
—Lando y tú. ¿Cómo empezó todo? ¿Cómo llegasteis al punto de... no sé, que te afecte tanto ahora? —Alex me observaba fijamente, como si quisiera entender algo que siempre había escapado de su alcance.
Tragué saliva. Hablar de eso no era fácil. Había enterrado esos recuerdos tan profundamente que parecía peligroso sacarlos a la luz. Pero ella no apartó la mirada, y de algún modo, su curiosidad genuina me hizo sentir que podía confiar en ella, aunque no estuviéramos tan unidas como antes.
—Fue... complicado desde el principio. —Solté un suspiro y me pasé una mano por el cabello, intentando ordenar mis pensamientos—. Nos conocimos en el paddock, en la carrera de Australia. Yo apenas estaba empezando a involucrarme más con este mundo. Ni siquiera era alguien importante, solo una más entre la multitud.
Alex arqueó una ceja, como si no pudiera creer lo que decía.
—¿Y qué pasó?
—En el meeting se le cayó mi teléfono y lo rompió, sin querer, después de ahí nos fuimos encontrando más veces en el paddock aquel fin de semana. No lo sé, simplemente conectamos. Al principio, todo parecía tan fácil. —Sonreí con tristeza al recordar aquellos primeros momentos—. Él tenía esa forma de hacerte sentir especial, como si fueras la única persona en la habitación. Supongo que eso fue lo que me atrapó.
Alex se inclinó un poco hacia adelante, intrigada.
—¿Y después?
—Después... las cosas se complicaron. —Fruncí los labios y aparté la mirada—. El calendario, las carreras, los viajes constantes... No es fácil estar con alguien como él, Alex. Hay tantas cosas que no ves desde fuera, tanta presión. Yo intenté encajar, ser parte de su mundo, pero al final sentí que me estaba perdiendo a mí misma.
Ella asintió lentamente, procesando lo que le decía.
—¿Y cómo terminó?
El nudo en mi garganta regresó.
—Dejé de intentarlo. No porque no lo quisiera, sino porque sentí que no podía seguir así. Me alejé antes de que las cosas se volvieran aún más dolorosas. Pero ahora... verlo otra vez...
Mi voz se quebró, y Alex apretó los labios, como si quisiera decir algo pero no supiera qué.
—¿Y crees que él todavía siente algo? —preguntó finalmente, con cautela.
—No lo sé. —Solté un suspiro pesado—. Es difícil de leer, ya sabes. Con Lando nunca sabes si lo que muestra es lo que realmente siente. Pero algo me dice que tampoco ha podido dejarlo del todo.
Alex se quedó en silencio por un momento, sus dedos tamborileando contra la mesa. Luego, me miró a los ojos.
—Entonces, ¿qué vas a hacer, Alma?
—No lo sé. —Suspiré, sintiendo el peso de su pregunta—. Parte de mí quiere mantenerme lejos, protegerme. Pero otra parte... otra parte quiere arriesgarse otra vez.
Alex me observó con una intensidad que no esperaba.
Yo también sentía que mi vida había tomado giros que no había planeado, pero en ese momento, con ella allí, sentada frente a mí, entendía que a veces lo más importante no era tener todas las respuestas, sino saber que podías seguir adelante, sin importar lo que viniera.
—Te prometo que, sea lo que sea que decidas respecto con Carlos, estaré aquí —le dije, dándole una sonrisa de apoyo. Al final, era lo único que podía ofrecerle en ese momento.
Alex me miró, su rostro suavizándose un poco, como si mis palabras le dieran algo de consuelo.
—Lo sé, Alma. Y te lo agradezco. De verdad.
¡Bienvenida Alexis! Y no tan bienvenido Christian.
(Que no se note que me cae mal 🤭)
No me puede entusiasmar más, que puedas hacerle algo de compañía a Alma, y ella también pueda.
Y con poco más que decir, serás mi protegida.
También gracias a mi mejor amiga Asss_17a que me da la oportunidad de poder seguir adelante con esta pedazo de idea, con la cuál llevaba bloqueada años. Solo puedo decir gracias. 💛
« 𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐬 𝐖𝐨𝐥𝐟𝐟 »
Ig: @alexishernandez
23 años — 9 de agosto 1999. 🇪🇸
Amazona profesional.
« 𝐂𝐡𝐫𝐢𝐬𝐭𝐢𝐚𝐧 𝐓𝐨𝐫𝐫𝐞𝐬 »
Ig: @christiantorres
23 años — 3 de mayo 1996. 🇪🇸
Jinete profesional.
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