03 :: Silverstone




El rugido de los motores inundaba el circuito de Silverstone, un sonido tan ensordecedor como emocionante. Estaba sentada en una de las gradas VIP, con una vista perfecta de la recta principal. El aire vibraba con la energía de la multitud, una mezcla de banderas ondeando, cánticos y flashes de cámaras. Era un caos hermoso, el tipo de atmósfera que solo un Gran Premio podía crear.

El procedimiento de formación comenzó puntualmente. Los pilotos caminaban hacia sus monoplazas después de las entrevistas de la parrilla, algunos concentrados, otros intercambiando sonrisas nerviosas con sus ingenieros. Mis ojos buscaban automáticamente dos coches en particular: el de George y el de Carlos. Sin embargo, no podía evitar que mi mirada se desviara hacia el garaje de McLaren, donde Lando estaba terminando de ajustarse el casco.

"Concéntrate, Alma", me dije. Hoy no era el momento para ahogarme en pensamientos del pasado.

La carrera

Las luces comenzaron a encenderse una a una, y el rugido de los motores se intensificó. Mi corazón latía al mismo ritmo frenético de la parrilla.

Cinco luces encendidas.

"Vamos, George. Vamos, Carlos", susurré.

Las luces se apagaron, y en un instante, los coches salieron disparados como balas. La adrenalina de ese momento siempre era incomparable.

Desde el principio, Carlos tuvo una buena salida, defendiendo su segunda posición de un Max Verstappen que, como siempre, venía agresivo. George, por su parte, luchaba por mantener el cuarto lugar, presionado por Fernando Alonso. Más atrás, Lando intentaba ganar terreno tras haber salido desde la sexta posición.

El primer sector fue puro caos. Las curvas enlazadas de Silverstone ofrecían adelantamientos espectaculares, y cada movimiento parecía una batalla a vida o muerte. Apreté los puños sin darme cuenta, siguiendo cada movimiento en las pantallas gigantes y en la pista frente a mí.

A medida que las vueltas avanzaban, la carrera comenzó a estabilizarse. Carlos seguía en segundo lugar, aunque ahora bajo la constante amenaza de Sergio Pérez. George había logrado mantener a Alonso detrás, pero el desgaste de los neumáticos empezaba a pasar factura.

Lando, mientras tanto, estaba haciendo una carrera impresionante. Había subido al quinto lugar y estaba cerrando la brecha con George. Cada vez que su coche naranja pasaba frente a mí, sentía un nudo en el estómago. No podía evitar recordar los días en que estaba en su garaje, animándolo desde una posición mucho más cercana. Ahora todo era diferente, y ese pensamiento me dolía más de lo que quería admitir.

Un Safety Car cambió las cosas en la vuelta 34. Un incidente entre dos pilotos de mitad de parrilla dejó escombros en la pista, y los equipos aprovecharon para entrar a boxes. Era el momento crucial.

"Por favor, que las paradas salgan bien", pensé, conteniendo el aliento.

El equipo de Ferrari fue impecable, manteniendo a Carlos en segundo lugar. Mercedes también hizo un gran trabajo, asegurando que George saliera justo delante de Lando. Pero McLaren sorprendió con un pit stop relámpago, lo que permitió que Lando se acercara peligrosamente a los Mercedes.

Cuando el Safety Car se retiró, la carrera entró en su fase más emocionante. Carlos defendía su posición con uñas y dientes, pero Pérez no le daba tregua. George, por su parte, estaba en una lucha directa con Lando, con ambos pilotos arriesgando al máximo en cada curva.

En la última vuelta, el garaje de Ferrari estalló en vítores cuando Carlos cruzó la línea de meta en tercer lugar, asegurando un podio crucial para el equipo. George terminó cuarto, mientras que Lando logró mantenerse en el quinto lugar, con Oscar Piastri cerrando la brecha desde atrás.

El rugido de la multitud al final de la carrera era ensordecedor. Me quedé de pie, aplaudiendo junto al resto, dejando que la emoción del momento me envolviera. Silverstone nunca decepcionaba.

Después de la carrera

Decidí ir primero al garaje de Mercedes. George estaba hablando con su ingeniero cuando llegué, pero al verme, su cara se iluminó con una sonrisa cansada.

—¡Ahí está mi mayor fan! —bromeó, quitándose los guantes y dejándolos sobre la mesa.

—Increíble trabajo, George. Esa lucha con... Lando fue espectacular. —dije, con algo de dolor al tener que decir su nombre.

—Gracias. Pero él no me lo puso fácil, ¿eh? —respondió, pasando una mano por su cabello despeinado.

Le di un rápido abrazo, sintiendo el sudor en su mono. George siempre lograba hacerme sentir cómoda, incluso en momentos como este. Después de un rato, decidí que era hora de ir al garaje de Ferrari.

El camino hacia allí me obligaba a pasar frente al garaje de McLaren. No pude evitar mirar de reojo, y ahí estaba Lando, hablando con su equipo, aún con el casco en la mano. Por un momento, nuestros ojos se encontraron. Fue breve, pero suficiente para que el pasado volviera a golpearme como una ola.

Sacudí la cabeza y seguí caminando.

Cuando llegué al garaje de Ferrari, la atmósfera era completamente diferente. Carlos estaba rodeado por su equipo, con una botella de champagne en la mano y una sonrisa enorme en el rostro. Al verme, levantó los brazos en señal de victoria.

—¡Alma! ¿Has visto eso? ¡Vaya carrera! —exclamó, acercándose para darme un abrazo.

—Te luciste, Carlos. Ese podio fue totalmente merecido.

—Gracias, de verdad. Esto significa mucho para mí. Hoy fue un día duro, pero valió la pena. Silverstone siempre es especial —respondió, todavía eufórico por la carrera.

Me quedé un rato con él, compartiendo la alegría del equipo. Carlos siempre había sido como un hermano mayor para mí, y estar allí con él, celebrando ese logro, me recordó por qué amaba tanto este mundo.

Sin embargo, mientras reía y celebraba, una parte de mí seguía sintiendo el peso de los momentos pasados. Lando seguía siendo una presencia constante en mi mente, y sabía que no podría evitarlo para siempre.

El ambiente en el garaje de Ferrari era contagioso. Todo el equipo irradiaba euforia mientras celebraban el podio de Carlos. Los mecánicos chocaban las manos, los ingenieros revisaban datos con sonrisas satisfechas, y Carlos se movía entre todos como el héroe del momento.

Yo permanecía cerca de él, intentando absorber toda esa energía positiva. Carlos siempre había sido alguien que podía iluminar cualquier lugar al que fuera. Su alegría era tan genuina que era imposible no dejarse contagiar por ella.

—¿Qué te pareció la carrera desde la tribuna? —preguntó Carlos mientras tomaba un sorbo de agua.

—Increíble. Lo has dado todo en la pista, especialmente esas últimas vueltas. Te juro que no podía ni respirar. —Reí, recordando cómo había estado al borde de mi asiento durante todo el último stint.

Carlos sonrió con ese aire confiado que solo él tenía.

—Sabes que siempre intento dar espectáculo para mi público favorito.

—Claro, claro. —Le di un golpe juguetón en el brazo.

Aunque me sentía cómoda en ese momento, mi mente seguía divagando. Cada vez que recordaba el cruce de miradas con Lando, algo en mi interior se retorcía. No era solo incomodidad; era una mezcla de nostalgia, arrepentimiento y algo que no podía definir del todo.

Carlos pareció notar que mi mente estaba en otro lugar porque dejó su botella de agua y me miró con seriedad.

—Oye, ¿todo bien? Te veo... distante.

—¿Yo? No, nada. Estoy bien. —Intenté sonar convincente, pero incluso yo podía notar que mi tono no era el más convincente.

Carlos levantó una ceja, claramente escéptico.

—Alma, soy piloto, pero también sé leer entre líneas. ¿Qué está pasando?

Suspiré. Carlos siempre había sido alguien en quien podía confiar, y aunque dudaba en decirle lo que realmente estaba pasando, sabía que guardárselo no ayudaría en nada.

—Me crucé con Lando, otra vez.

Carlos se quedó en silencio por un momento, como si estuviera procesando lo que acababa de decir.

—¿Y?

—Y nada. Solo fue un cruce de miradas. Ni siquiera hablamos. Pero... no sé, Carlos. Cada vez que lo veo, siento que estoy retrocediendo en lugar de avanzar.

Carlos asintió lentamente, cruzándose de brazos mientras me miraba con esa mirada reflexiva que solía tener cuando analizaba una estrategia de carrera.

—Mira, Alma, no voy a decirte cómo debes sentirte, pero lo que sí sé es que esas cosas no se pueden evitar para siempre. Lando está aquí, en este mundo, igual que tú. Si sigues evitando enfrentarlo, solo te va a hacer más difícil seguir adelante.

—¿Y qué se supone que haga? ¿Me acerco y le digo: "Hola, Lando, aún me siento como un desastre cada vez que te veo"?

Carlos soltó una risa suave.

—No exactamente así, pero algo parecido podría funcionar.

Negué con la cabeza, dejando escapar una pequeña sonrisa. Carlos siempre tenía una forma de hacerme sentir un poco menos abrumada, incluso en los momentos más complicados.

Antes de que pudiera responder, alguien del equipo llamó a Carlos para una reunión rápida con los ingenieros.

—Tengo que irme un momento, pero no te vayas, ¿vale? Quiero asegurarme de que te unas a la cena del equipo esta noche. —Carlos me dio un guiño antes de alejarse.

Me quedé sola en el garaje, mirando el ajetreo a mi alrededor. A pesar de la alegría del momento, no podía evitar sentirme un poco fuera de lugar, como si estuviera atrapada entre el pasado y el presente, sin saber exactamente dónde encajaba.

Tomé mi teléfono y revisé los mensajes. Había uno de George, preguntándome si todo estaba bien, y otro de Carlos, enviado hace unas horas, invitándome formalmente a la cena del equipo. Decidí responderle a George primero.

"Estoy bien. Solo lidiando con el huracán mental de siempre. ¿Tú qué tal? ¿Ya te has cambiado, y eso?"

Guardé el teléfono en el bolsillo y me dirigí hacia el borde del garaje, donde podía ver la pista vacía bajo el cielo que comenzaba a oscurecerse. El rugido de los motores había sido reemplazado por el murmullo lejano de los aficionados que aún quedaban, y el olor a goma quemada seguía impregnando el aire.

Sabía que Carlos tenía razón. No podía seguir huyendo de mis sentimientos para siempre. Pero enfrentarlos requería un nivel de valentía que aún no estaba segura de tener.

Por ahora, solo podía intentar disfrutar del momento, rodeada de amigos que siempre habían estado ahí para apoyarme. Y aunque el pasado seguía persiguiéndome, sabía que el futuro aún tenía mucho por ofrecer.




El ruido del agua llenando la bañera rompía el silencio de la habitación. Había sido un día tan intenso que mi cuerpo pedía un momento de calma. Dejé caer mi ropa al suelo y me hundí en el agua caliente, dejando que el vapor relajara mis músculos tensos. Cerré los ojos, permitiéndome unos minutos de paz antes de enfrentar lo que venía.

La carrera había sido un carrusel de emociones. El bullicio del paddock, la adrenalina de los adelantamientos, y, por supuesto, los momentos incómodos que había compartido con Lando. O, más bien, los momentos que había evitado con Lando.

Respiré profundamente, dejando que el agua me envolviera, pero mi mente seguía trabajando. "Relájate, Alma", me repetía una y otra vez. Era más fácil decirlo que hacerlo.

Después de unos minutos, salí de la bañera y me envolví en una toalla. Caminé hacia el espejo del baño, limpiando con la mano el vaho que lo cubría. Mi reflejo me devolvió una imagen cansada, pero decidida. No iba a dejar que este día terminara siendo una derrota emocional.

Con una playlist suave sonando desde mi teléfono, comencé a prepararme. Decidí que quería verme bien, no por nadie más, sino por mí misma. Elegí un vestido negro sencillo pero elegante, con un corte que me favorecía sin ser demasiado llamativo. Quería algo que transmitiera seguridad, aunque por dentro me sintiera un poco quebrada.

Mientras me peinaba, mi mente volvía al día. La mirada de Lando seguía clavada en mi memoria como si hubiera ocurrido segundos atrás. Sacudí la cabeza, intentando alejar esos pensamientos. Esta noche no era para él. Era para Carlos, para celebrar su podio y todo el esfuerzo que había puesto en la carrera.

Una vez lista, me miré en el espejo una última vez. El maquillaje era sutil pero resaltaba mis ojos. Mi cabello caía suavemente sobre mis hombros, y el vestido encajaba perfectamente.

—Puedes con esto —murmuré para mí misma antes de tomar el bolso que había dejado sobre la cama.

El teléfono vibró en mi mano, interrumpiendo mi momento de autoafirmación. Era un mensaje de Carlos.

"No tardes, te estamos esperando. 🍷"

Sonreí. Si algo sabía de Carlos, era que siempre encontraba la manera de hacerme sentir incluida, como si todo fuera más sencillo cuando estaba cerca.

Tomé un último vistazo a la habitación antes de salir. Con cada paso que daba por el pasillo del hotel, sentía que el nudo en mi estómago se apretaba un poco más. Pero al llegar al ascensor y ver mi reflejo en las puertas metálicas, recordé por qué estaba ahí. No era solo una cena. Era un momento para respirar, para disfrutar después de un día tan caótico como satisfactorio.

Y con esa idea en mente, salí del hotel y caminé hacia la noche de Silverstone, lista para lo que la velada pudiera traer.

La atmósfera en el restaurante era completamente distinta a la tensión vivida durante la carrera. Todo el equipo Ferrari estaba allí, incluidos algunos familiares y amigos cercanos de los pilotos. Había un aire de satisfacción y camaradería que solo se consigue tras un buen día en la pista, y el resultado de Carlos —un segundo lugar bien merecido— era motivo suficiente para brindar.

Carlos había insistido en que me uniera, y aunque al principio dudé, sabía que necesitaba algo que distrajera mi mente del torbellino emocional que había sido aquel domingo en Silverstone. Había demasiados rostros familiares en el paddock, demasiados recuerdos revueltos con la emoción de la carrera.

Al llegar, el lugar vibraba con risas y voces animadas. La mesa principal, larga y decorada con arreglos sencillos en tonos rojos y blancos, estaba casi llena. Carlos me recibió con una sonrisa y un abrazo rápido antes de señalar un asiento vacío a su lado.

—Tú aquí, a mi lado —dijo Carlos, señalando el asiento vacío a su derecha.

—¿Siempre tan controlador, eh? — respondí con una sonrisa, mientras dejaba mi bolso y tomaba asiento.

—Por supuesto. Es mi especialidad — respondió él, guiñándome un ojo antes de regresar a una conversación técnica con uno de los ingenieros.

—Pensé que ya no ibas a venir —bromeó, mientras volvía a mirarme.

—¿Y perderme esto? No podía faltar —respondí, forzando una sonrisa que él no compró del todo.

—Vamos, relájate. Aquí estamos para celebrar, no para pensar demasiado.

Levantó una copa de vino y brindó con los ingenieros que estaban cerca, mientras yo aceptaba un vaso de agua con gas. La última cosa que quería esa noche era perder el control, aunque fuera un poco. Entonces Carlos habló, con la copa alzada.

—A todos ustedes —dijo, mirando a los miembros de su equipo—. Porque hoy demostramos que con trabajo duro y determinación, podemos estar donde merecemos. Y especialmente, por Alma, que tuvo la paciencia de aguantarme durante todas estas semanas.
Risas llenaron la habitación mientras yo rodaba los ojos, aunque no pude evitar sonreír.

—No sé si debería tomar eso como un cumplido o como una excusa para que me invites a más cenas como esta — respondí, ganándome otra ronda de carcajadas.

Los camareros comenzaron a servir los primeros platos, una selección de aperitivos que incluían bruschettas, carpaccios y pequeños arancini. La conversación giraba en torno a los momentos más destacados de la carrera: la estrategia que casi los lleva a la victoria, los adelantamientos cruciales y, por supuesto, la celebración en el podio.

—¡Ese adelantamiento a Checo fue espectacular! —dijo uno de los ingenieros, chocando su copa con la de Carlos.

—Tienes razón, pero no lo habría logrado sin vosotros —respondió Carlos, modesto como siempre.

Mientras ellos hablaban de neumáticos y tiempos por vuelta, mi mente vagaba. Había sido un día intenso para todos, pero para mí, lo más difícil no había sido la carrera. Había sido verlo. A Lando. Otra vez.

Carlos debió notar mi distracción porque se inclinó hacia mí, susurrándome:

—Estás muy callada. ¿Todo bien?

Lo miré, tratando de sonreír, pero mi silencio le dijo más de lo que quería admitir.

—Ven, vamos a tomar aire —dijo, levantándose.

Le seguí hacia la terraza del restaurante, donde la brisa nocturna era un alivio bienvenido tras el calor del comedor. Nos apoyamos en la barandilla, observando las luces de Silverstone en la distancia.

—¿Te das cuenta de que te conozco demasiado bien? —dijo Carlos, rompiendo el silencio.

—¿A qué te refieres?

—A que algo te pasa, y no es solo por el día.

Miré hacia el horizonte, evitando su mirada.

—Hoy fue... complicado.

—¿Complicado porque lo viste, otra vez? —preguntó directamente, su tono más serio.

Asentí en silencio. Carlos era uno de los pocos que sabía todo sobre mi historia con Lando, y aunque siempre intentaba animarme o distraerme, también sabía cuándo debía confrontarme.

—Mira, Alma. Lo sé, todo esto es difícil para ti, pero no puedes seguir evitando el tema. Ni a él.

—¿Y qué se supone que haga? —respondí, mi voz cargada de frustración—. ¿Ir a hablar con él como si nada?

Carlos suspiró, girándose para mirarme de frente.

—No digo que sea fácil. Pero lo que estás haciendo ahora tampoco está funcionando. Lo viste en el paddock, ¿y qué hiciste? Nada. Solo dejar que los recuerdos y los nervios te consuman.

No tenía respuesta para eso, así que volví a mirar al horizonte.

—Sabes que estoy aquí para lo que necesites, ¿verdad? —dijo finalmente, su tono más suave.

Asentí, agradecida por su apoyo, aunque las palabras se me atoraran en la garganta.

Después de unos minutos de silencio, Carlos rompió la tensión con una sonrisa.

—Ahora volvamos adentro. Creo que están a punto de traer el postre, y no pienso dejar que te lo pierdas.

—Dame un momento. —dije, y lo entendió a la primera. Sin hacer falta que mirase, escuché como ya se había marchado hacia dentro.

El aire fresco de la terraza me envolvía, y cada respiración me ayudaba a calmar el torbellino en mi mente. Las palabras de Carlos seguían resonando en mi interior, como una alarma suave que no podía ignorar. "No puedes huir para siempre." Fácil de decir para alguien tan seguro de sí mismo, alguien que no llevaba cicatrices invisibles del pasado.

Me apoyé en la barandilla, dejando que el frío de la noche se colara por las mangas de mi chaqueta. Las luces del restaurante iluminaban el entorno con una calidez tenue, pero más allá de ellas, el paisaje se sumía en la penumbra. Todo parecía en calma, un contraste absoluto con el caos en mi pecho.

Desde dentro, podía escuchar las risas y las conversaciones animadas del equipo de Ferrari. Carlos siempre tenía una habilidad innata para reunir a las personas, para hacerlas sentir como si estuvieran en casa, sin importar dónde estuvieran. Y aunque yo no formaba parte de ese mundo de manera oficial, Carlos siempre lograba incluirme, como si no importara de dónde venía o qué llevaba en mi interior.

Mis dedos se aferraron a la barandilla con más fuerza, y cerré los ojos por un momento. No quería pensar en Lando, pero parecía imposible evitarlo. En cada esquina, en cada palabra dicha o incluso no dicha, su presencia estaba ahí, como un eco constante. Su mirada antes de la carrera, su sombra proyectada en el garaje de McLaren, incluso los recuerdos que aún me perseguían. Todo volvía como una película repetitiva.

Estaba tan absorta en mis pensamientos que no escuché cuando alguien más salió a la terraza, de nuevo.

—¿Sabes que puedes congelarte ahí fuera si te quedas demasiado tiempo, verdad?

Me giré y vi a Carlos, esta vez con una copa de vino en la mano. Su expresión había cambiado; ya no tenía ese aire despreocupado que mostraba frente al equipo. Ahora había algo más, algo más sincero, más serio.

—Solo necesitaba aire —respondí, cruzándome de brazos, como si eso fuera suficiente para protegerme del frío y de sus preguntas.

Carlos se apoyó a mi lado, mirando el horizonte por un momento antes de hablar.

—Lo entiendo. Este mundo puede ser... mucho a veces.

Sabía que no hablaba solo del bullicio del equipo o de las luces brillantes de la Fórmula 1, volvió a retomar el tema, como si antes de que se marchara hubiese tenido que decirme más cosas. Él se refería a todo: las emociones no resueltas, los encuentros inesperados, los recuerdos que se cuelan cuando menos los esperas.

—¿Cómo lo haces? —pregunté finalmente, mi voz casi un susurro.

Carlos frunció el ceño, claramente confundido.

—¿Hacer qué?

—Lidiar con todo. Las expectativas, la presión... —Hice una pausa, tragando el nudo en mi garganta—. El pasado.

Realmente, la conversación que habíamos tenido antes, no era no que buscaba con certeza. Sino que, las preguntas que buscaba estaban saliendo por mi boca ahora mismo.

Carlos tomó un sorbo de su vino, dejando que el silencio se asentara antes de responder.

—No es fácil. Hay días en los que me siento invencible, como si nada pudiera detenerme. Y hay otros en los que siento que no soy suficiente, que nunca lo seré. Pero lo que he aprendido es que no puedes quedarte atrapado en esos momentos. Hay que seguir adelante, incluso cuando no sabes cómo.

Me miró, y su expresión se suavizó.

—Alma, todos tenemos algo que arrastramos con nosotros. Lo importante no es deshacernos de ello, porque a veces eso no es posible. Lo importante es aprender a vivir con ello, a no dejar que nos controle.

Sus palabras tenían un peso que no podía ignorar. Había una verdad en ellas que resonaba profundamente en mí, pero aceptar esa verdad era otra historia.

—¿Y si nunca lo supero? —pregunté, mi voz temblando ligeramente.

Carlos dejó su copa en la barandilla y me miró directamente, sus ojos llenos de una sinceridad que me desarmó.

—Lo harás. Puede que no sea hoy ni mañana, pero lo harás. Y mientras tanto, no tienes que hacerlo sola.

Sus palabras me alcanzaron de una manera que no esperaba, y antes de que pudiera responder, Carlos sonrió y cambió el tema con una facilidad que solo él podía manejar.

—Por cierto, el chef está preparando algo increíble para el postre. Espero que no te vayas antes de probarlo.

Reí suavemente, agradecida por su habilidad para aliviar la tensión.

—No planeo irme todavía.

Carlos asintió, satisfecho, antes de recoger su copa y regresar al interior del restaurante. Me quedé sola en la terraza una vez más, pero esta vez, el silencio no se sentía tan opresivo. Había algo reconfortante en saber que, incluso en medio de todo, tenía personas como Carlos en mi vida.

Después de unos minutos, volví al interior. La risa y la calidez del equipo de Ferrari me envolvieron, y aunque mi mente seguía cargada, por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía permitirme disfrutar del momento.

Sentada en la mesa junto a Carlos y algunos ingenieros, dejé que la conversación y la camaradería me distrajeran. No era la solución a todos mis problemas, pero por ahora, era suficiente.

Y a veces, eso era todo lo que necesitaba.

Al cruzar la puerta del restaurante, el calor y el bullicio nos envolvieron de inmediato. La risa contagiosa de Charles se destacaba por encima del murmullo general, acompañado de las bromas de algunos ingenieros de Ferrari.

—Ostia, vaya bochorno hace aquí dentro de golpe —dije, poniendo una cara de asco. Como se notaba que habrían por lo menos 100 personas aquí dentro respirando del mismo aire.

—Totalmente de acuerdo —me siguió Carlos ante mi comentario, también poniendo una cara de asco y sacudiéndose la camisa un poco.

Carlos caminaba a mi lado con esa naturalidad que parecía no abandonarlo nunca, como si no acabáramos de tener una conversación lo suficientemente intensa como para dejarme pensando durante días.

—Vamos, no te quedes atrás —me dijo, girando para mirarme con una sonrisa.

Me dejé llevar, atravesando el salón hasta llegar nuevamente a la mesa principal. Charles alzó la mirada al vernos regresar, y su sonrisa cómplice no pasó desapercibida.

—¿Todo bien? —preguntó, su tono relajado pero con la curiosidad latente.

Carlos le respondió antes de que yo pudiera abrir la boca.

—Perfecto. Alma estaba admirando las estrellas —dijo con un tono bromista, haciendo un ademán hacia mí como si hubiera estado fuera disfrutando de un espectáculo astronómico.

—Muy romántico —replicó Charles, alzando una ceja mientras se inclinaba hacia atrás en su silla.

—Carlos ya tiene suficiente con otras, para que vengas tú y lo romantices, Charles. —le contesté, con un tono medio vacilón, pero en el fondo era verdad. 

No pude evitar rodar los ojos, aunque una pequeña risa escapó de mis labios.

—Volver al restaurante era parte del plan, por si te preocupa mucho —respondí, sentándome nuevamente en mi lugar, y poniendo mi mano encima del brazo de Charles, siendo como un gesto de preocupación, pero que realmente le estaba vacilando de nuevo.

Carlos ocupó su silla al otro lado, y Charles, como si supiera que no debía insistir, y más le valía después de vacilarle dos veces seguidas y sin poder responder a eso si no quería seguir siendo humillado, cambió hábilmente de tema hacia algo más ligero: una anécdota de su primer año en Ferrari que hizo reír a todos.

La noche continuó con el mismo ambiente relajado. Carlos, siempre el centro de atención, se aseguró de que todos estuvieran de buen ánimo, mientras Charles demostraba su capacidad para mezclar encanto con un sentido del humor inesperado.

Sin embargo, mientras las conversaciones fluían a mi alrededor, no pude evitar sentir esa punzada de melancolía que se colaba entre momentos de alegría. Hablar con Carlos había sido un alivio, pero también había removido sentimientos que aún no terminaba de entender.

—Alma, ¿estás con nosotros? —preguntó Carlos de repente, sacándome de mis pensamientos.

—Claro —mentí, enderezándome en mi asiento.

—Eso espero, porque estamos decidiendo el postre, y es una decisión muy importante —intervino Charles con una sonrisa traviesa.

—¿Qué opciones hay? —pregunté, tratando de seguir el ritmo.

—Tarta de chocolate o tiramisú —respondió Carlos, fingiendo que era una cuestión de vida o muerte.

—El tiramisú, obviamente —respondí sin dudarlo.

—Sabía que me caías bien —bromeó Charles, levantando su copa en un gesto de aprobación.

La conversación siguió su curso, y, por un momento, me permití disfrutar de la calidez de la compañía y el humor ligero que envolvía la mesa.

Sin embargo, mientras el camarero retiraba los platos principales, sentí que algo estaba a punto de cambiar. La mirada de Carlos cruzó la mesa hacia Charles por un segundo, una expresión que casi parecía una señal, antes de que se girara hacia mí nuevamente.

—Alma, ¿te importaría si hablamos un momento más tarde? —preguntó con un tono que solo yo reconocería como serio.

Mi estómago dio un vuelco.

—Claro, Carlos

Cuando los platos del postre fueron retirados y los cafés comenzaron a llegar, Carlos aprovechó el momento.

—Vamos —dijo en voz baja, inclinándose ligeramente hacia mí.

—Vale —respondí sin dudar, aunque la tensión en mi estómago aumentaba con cada paso.

Nos levantamos, y esta vez nadie hizo comentarios. Charles simplemente nos observó con una mirada inquisitiva, pero no dijo nada, sumido en una conversación con uno de los estrategas del equipo.

Carlos me guió fuera del comedor, hacia un pequeño pasillo que llevaba al balcón exterior, donde ya habíamos venido durante dos veces esta noche. El aire fresco de la noche nos recibió, y él cerró la puerta detrás de nosotros, aislándonos del bullicio de adentro.

—¿Otra vez a admirar las estrellas? —intenté bromear, aunque mi voz sonó más tensa de lo que pretendía.

Carlos soltó una risa breve, pero su rostro reflejaba seriedad.

—No exactamente —respondió, apoyándose en la barandilla mientras me miraba.

El silencio que siguió fue incómodo. Me crucé de brazos, esperando que hablara, pero no pude resistir la necesidad de romper el hielo.

—¿Qué pasa, Carlos? —pregunté finalmente.

—Quería asegurarme de que estás bien —dijo, con un tono más suave del que esperaba.

Parpadeé, un poco desconcertada.

—¿Por qué no estaría bien?

Carlos suspiró, mirando hacia el horizonte como si buscara las palabras correctas.

—Por Lando —soltó al fin, directo.

Sentí como si me hubieran vaciado un balde de agua fría encima.

—Carlos, no hace falta... —comencé, pero él levantó una mano para interrumpirme.

—Déjame terminar. Yo sé que no es mi lugar meterme, pero... —Vaciló por un momento, sus ojos buscando los míos—. Vi cómo te miraba hoy en el paddock, Alma. Y sé que es complicado.

Me quedé en silencio, sin saber exactamente qué responder.

—No quiero que te sientas incómoda en ningún momento. Ni aquí, ni en el paddock, ni con nosotros —continuó—. Solo quiero que sepas que, pase lo que pase, estoy aquí para ti.

Las palabras de Carlos eran sinceras, y podía sentir el peso de su preocupación. Había sido mi roca desde que llegué a este mundo caótico, y sabía que siempre podía contar con él.

—Gracias, Carlos. De verdad. Pero estoy bien —dije finalmente, tratando de sonar convincente.

Él asintió, aunque su expresión reflejaba cierta duda.

—Bien. Solo quería decírtelo. Pero si alguna vez necesitas hablar... —Dejó la frase en el aire, y yo asentí, agradecida.

—Lo sé.

Antes de irnos, lo frené en seco de nuevo.

—Y si puede ser, no salgamos más veces a este dichoso balcón durante la cena.

—Vale —asintió, y esperaba que fuese verdad.

Un momento de silencio pasó entre nosotros, esta vez menos incómodo, casi reconfortante. Finalmente, Carlos sonrió de lado, rompiendo la tensión.

—Ahora, ¿volvemos antes de que Charles intente conquistar a medio equipo de ingenieros?

Reí, agradecida por su habilidad de hacerme sentir ligera incluso en momentos como este.

—Sí, antes de que se convierta en una leyenda más del paddock.

Caminamos de regreso al comedor, y aunque el peso de la conversación seguía presente en mi pecho, había algo reconfortante en saber que no estaba sola en todo esto. Carlos era más que un amigo; era mi familia en este mundo. Y por ahora, eso era suficiente.

Estábamos disfrutando del café tras el postre. La conversación fluía con naturalidad, y el ambiente se había relajado después de los momentos más formales de la cena. Carlos y Charles habían comenzado una discusión amistosa sobre la próxima carrera, mientras yo me permitía un momento de calma, sosteniendo la taza caliente entre las manos.

El restaurante seguía lleno, pero con un murmullo más bajo que al principio de la noche. El servicio iba y venía, y el aroma a café y licores se mezclaba en el aire. Estaba a punto de dar un sorbo cuando la puerta principal del restaurante se abrió de golpe. No fue un ruido fuerte, pero lo suficiente como para que mi mirada se dirigiera instintivamente hacia allí.

Un grupo numeroso entró. Aunque no llevaban los polos naranjas característicos, la energía que desprendían era inconfundible: era el equipo de McLaren.

Algunos vestían camisas elegantes, otros optaron por chaquetas más informales, y había un aire de camaradería relajada entre ellos. Se veía claramente que habían decidido celebrar algo o simplemente relajarse tras el día. Y, como si el destino no tuviera mejores planes, entre ellos estaba él: Lando.

Mi corazón dio un vuelco en el instante en que lo vi. Vestía una camisa blanca ligeramente desabrochada en el cuello, las mangas remangadas hasta los codos, y unos pantalones oscuros perfectamente ajustados que le daban un aspecto despreocupado pero impecable. Su cabello estaba ligeramente despeinado, en ese estilo que siempre parecía ser intencional.

"Ay, Lando. ¿Porqué no te vistes así más a menudo? Con lo guapo que estás con esa camisa, y como podría acabar ..." Pero mi conciencia me dije basta. Y joder, que podría decir. Solo de verle así me daban ganas de revivir momentos, y no especialmente los tristes, sino los más alegres, o mejor dicho. Los que me hacían ver las estrellas cada noche.

Reía por algo que uno de sus compañeros había dicho, sus ojos brillando con la despreocupación que le era tan natural. Pero entonces, como si algo invisible lo hubiera empujado, su mirada se cruzó con la mía.

Fue un instante, un segundo congelado en el tiempo, pero en ese momento pareció que todo el ruido del restaurante se desvanecía. El mundo entero podría haber desaparecido, y yo no lo habría notado. Su expresión cambió sutilmente, como si no hubiera esperado verme allí.

El sonido de una cuchara chocando contra una taza me devolvió al presente. Bajé la vista rápidamente, fingiendo interés en el café que ya se estaba enfriando entre mis manos. Sentí el calor subiéndome al rostro y odié lo fácil que era para él desarmarme con una simple mirada.

Carlos, que había notado el cambio en mi expresión, siguió mi línea de visión hasta la puerta. Vi cómo su mandíbula se tensaba ligeramente, pero no dijo nada.

—Todo bien —murmuró, inclinándose hacia mí con una voz que solo yo podía escuchar. Su tono era bajo, casi tranquilizador, aunque no del todo relajado—. No dejes que te afecte, Alma.

—¿Qué ocurre? —preguntó Charles, ladeando la cabeza con curiosidad mientras su mirada seguía a Carlos y luego a mí.

—Nada —respondí rápidamente, intentando sonar convincente.

—Nada, dice... —Charles esbozó una sonrisa traviesa, claramente habiendo entendido de qué se trataba—. Esto promete ponerse interesante.

—Deja de fastidiar, Charles —intervino Carlos, rodando los ojos y apoyándose en el respaldo de su silla con aire exasperado.

—Eres un cotilla asqueroso, Charles. —dije, mientras le pegaba un sutil codazo.

Mientras hablaban, el equipo de McLaren seguía avanzando hacia una mesa más al fondo del restaurante, pero no sin que Lando girara ligeramente la cabeza para mirarme una última vez. Fue tan sutil que casi no lo noté, pero lo suficiente para hacer que el nudo en mi estómago se apretara un poco más.

Intenté retomar la conversación con Carlos y Charles, pero mi atención estaba dividida. Podía sentir su presencia en el restaurante como una sombra que no podía ignorar. Y aunque no quería admitirlo, sabía que esa noche, que había empezado tan tranquila, había dado un giro inesperado.

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