01 :: Vuelta al Circuito
Narrador omnisciente
📍 Reino Unido, Silverstone.
7 de Julio del 2023.
La pista de Silverstone brillaba bajo el sol de la mañana, la misma pista que había sido testigo de sus primeras risas, de sus despedidas silenciosas entre carreras y de promesas rotas. Lando Norris estaba de pie junto a su McLaren, el rugido familiar de los motores de Fórmula 1 a su alrededor, pero su mente estaba en otro lugar, en otra época. El sonido del motor ya no le era tan envolvente como antes, cuando compartía todo esto con ella.
Alma.
Su nombre seguía resonando en su cabeza, como un eco lejano que se negaba a desaparecer. Después de tantos años, después de tantas vueltas, parecía que el destino no podía evitar traerla de vuelta. Y ahí estaba ella, observando desde las gradas con los ojos fijos en él, como si el tiempo no hubiera pasado. Como si nada hubiera cambiado, excepto ellos.
Lando sintió la tensión en su pecho. La carrera había terminado, pero su mente no dejaba de girar en círculos. Todo lo que había dejado atrás estaba frente a él ahora, más cerca que nunca. Alma no lo había esperado, ni él a ella. Pero algo en su mirada, algo en el brillo de sus ojos, lo hizo saber: el pasado nunca se fue, y este reencuentro sería tan impredecible como una curva cerrada en la mítica Silverstone.
El equipo comenzó a organizarse, pero Lando apenas podía concentrarse en nada más que en la mujer que lo había dejado sin palabras. Alma había sido su musa, su motor en tiempos de duda. Ahora, ella era solo un recuerdo a punto de explotar en la realidad.
Con el rostro enrojecido por el esfuerzo, Lando dio media vuelta, decidido a dirigirse al garaje, pero algo lo detuvo. No podía evitarlo. Sus ojos buscaron entre la multitud y, en el borde de los garajes, la vio: Alma. Su mirada se encontró con la de ella, como si el tiempo se detuviera por un segundo.
Caminó hacia ella, el sonido de sus botas resonando en el silencio que se había instalado entre ellos. Alma estaba allí, de pie junto a la valla, mirando al suelo, pero sabiendo que él se acercaba. Cuando Lando se detuvo frente a ella, la distancia entre sus cuerpos era más que física. Era la distancia de los años, las palabras no dichas, las promesas rotas.
Por un momento, ninguno de los dos habló. Un silencio espeso colmaba el aire, como si el mundo entero estuviera esperando que alguno de los dos rompiera el hielo. Alma levantó la vista lentamente, sus ojos azules fijos en los de Lando, pero no dijo nada. Lando, por su parte, abrió la boca, pero las palabras no salían. Estaba allí, frente a ella, pero por dentro todo era un caos.
El ambiente en los garajes era bullicioso, pero entre ellos solo existía ese silencio incómodo, casi insoportable. George Russell, que observaba a lo lejos, frunció el ceño al notar la tensión palpable. No era el reencuentro que había esperado.
Finalmente, Lando se inclinó ligeramente, su tono algo bajo, pero directo:
—Hola, Alma. — Alma lo miró fijamente, como si el simple sonido de su nombre pronunciado por su voz la desarmara. Después de lo que parecieron horas, respondió con un susurro:
—Hola, Lando.
El resto del mundo seguía girando a su alrededor, pero para ambos, todo lo demás se desvaneció. El silencio entre ellos era denso, como si las palabras se hubieran quedado atrapadas en un lugar del tiempo al que no podían acceder. Alma mantenía la mirada fija, pero sus ojos no dejaban de moverse, como si buscara algo en él, algo que ya no estaba. Lando, por su parte, apenas podía sostener su propia mirada. El rostro de Alma seguía siendo tan familiar, pero había algo diferente en ella, como si el tiempo hubiera dejado marcas invisibles que él no sabía cómo interpretar.
—¿Qué... qué haces aquí? — La voz de Alma se rompió en un susurro, casi como si no quisiera preguntar, pero lo necesitaba. La distancia que había entre ellos, tanto física como emocional, era abrumadora.
Lando desvió la mirada, buscando las palabras correctas. Sabía que la pregunta de Alma no era sobre su presencia en el circuito, no solo eso. Sabía que estaba preguntando por algo mucho más profundo, por el porqué de su regreso, por el porqué de este reencuentro tan inesperado.
—Vine a correr — dijo finalmente, aunque la respuesta se sintió vacía, como si no fuera suficiente. Alma no necesitaba escuchar eso. Y él lo sabía.
Un ruido de motores a lo lejos rompió el silencio, pero en su pequeño rincón de los garajes, todo seguía quieto, suspendido. George, que había estado observando desde una esquina, notó la tensión que se había apoderado del ambiente. Normalmente, Lando era alguien extrovertido, siempre con una broma lista, pero esa vez era distinto. Había algo más en su rostro, una incomodidad palpable. Y Alma... Alma estaba tan distante, como si quisiera estar en cualquier lugar menos allí.
—No sabía que estarías aquí. — Alma finalmente habló, su tono más suave pero lleno de una quietud que parecía no permitir ninguna cercanía. La tensión entre ellos seguía creciendo. Ella dio un paso atrás, pero Lando no se movió. Sabía que el tiempo había pasado, pero no quería admitir que todo lo que había pasado entre ellos aún lo afectaba profundamente.
—No lo esperaba tampoco... — Lando contestó, pero su voz se apagó al instante. No sabía si quería hablar de eso, o si incluso estaba listo para enfrentarse a lo que representaba ese reencuentro. No sabía si ella lo quería, si su presencia había sido algo tan relevante para ella como lo era para él.
El silencio volvió a colarse entre ellos, más pesado que antes. Los recuerdos se mezclaban con la realidad. Los abrazos, las miradas furtivas en los circuitos, las conversaciones largas después de la carrera, las promesas que no llegaron a cumplirse. Todo eso parecía estar presente entre ellos, invisible pero irremediable.
—¿Cómo estás? — La pregunta salió de sus labios sin pensarlo, pero ni siquiera él estaba seguro de querer escuchar la respuesta.
Alma lo miró, y por un instante, sus ojos azules parecieron vacilar. Era como si intentara encontrar una respuesta que pudiera evitar todo el dolor, todo lo que había sucedido. Pero luego, con una sonrisa triste, respondió:
—He seguido adelante, Lando. Como todos. — Sus palabras fueron rápidas, casi frías. Pero había algo en su tono que le hizo sentir que había mucho más de lo que estaba dispuesto a escuchar.
Lando asintió lentamente, sintiendo que algo dentro de él se rompía. ¿Seguía adelante? No podía evitar pensar que, para él, esa parte de su vida nunca había terminado. Lo había dejado atrás, sí, pero la vida, de alguna manera, lo había traído de vuelta aquí, frente a ella.
El sonido de los pasos de alguien acercándose interrumpió la conversación. George apareció en la esquina del garaje, con una mirada entre curiosa y preocupada. Vió el ambiente pesado entre ambos y, sin decir una palabra, caminó hasta Lando, colocándose a su lado.
—Todo bien por aquí, chicos? —Su tono era ligero, pero había algo en sus ojos que delataba su preocupación. Lando le lanzó una mirada rápida, pero se dio cuenta de que no podía ocultar mucho más. Alma, por su parte, se apartó un poco, como si George fuera la excusa para escapar del momento incómodo.
—Sí, todo bien — dijo Lando, forzando una sonrisa. —Sólo... poniéndonos al día.
George no insistió más, pero el aire entre ellos era el mismo. Esa sensación de que había algo que necesitaba ser dicho, pero que ninguno de los dos se atrevía a romper.
Alma, con la misma calma que la había caracterizado siempre, asintió.
—Nos veremos en la pista, Lando.
Y, sin esperar respuesta, se dio la vuelta y caminó hacia su coche, dejándolos a los dos con más preguntas que respuestas. La sensación de incomodidad persistió en el aire, mientras Lando se quedó mirando su figura alejarse, preguntándose si alguna vez podrían encontrar un camino de vuelta.
George volvió a mirar a Lando, aún con aquella preocupación en su mirada.
—¿Seguro que todo va bien? — Preguntó, rompiendo el silencio que se había formado entre los dos.
Lando tardó un momento en responder. Estaba mirando en la dirección en la que Alma se había ido, su figura desvaneciéndose poco a poco entre la multitud. La presencia de ella seguía pesando en el aire, como una sombra que se negaba a desaparecer.
—Sí... — dijo Lando finalmente, aunque la respuesta no sonaba convincente ni para él mismo. Su voz sonaba más baja de lo habitual, arrastrando una carga que no sabía cómo soltar.
George levantó una ceja, claramente desconfiado. No era de los que dejaban pasar las cosas sin más, sobre todo cuando algo estaba mal con su amigo.
—No pareces tan seguro — Replicó con una leve sonrisa, pero sus ojos seguían serios, atentos a cada gesto de Lando.
Lando dio un paso hacia su McLaren, intentando parecer más tranquilo, más centrado. La presión en su pecho no desaparecía, y el nudo en su garganta tampoco. Intentó forzar una sonrisa, como si eso pudiera hacer desaparecer el peso de los recuerdos, de los momentos compartidos con Alma.
—Es sólo... es raro, ¿sabes? — Lando comenzó, sin querer dar más detalles, pero incapaz de ignorar el sentimiento que lo perseguía.
—Es como si nada hubiera cambiado, pero al mismo tiempo, todo ha cambiado.
George lo miró en silencio, procesando sus palabras. Había algo en la forma en que Lando lo decía, una vulnerabilidad que rara vez mostraba. No era fácil para él abrirse, menos aún cuando el tema era tan delicado.
—Lo entiendo, tío. Es... complicado — dijo George, apoyándose en el coche de Lando.
—Pero, no sé, si no hablas con ella, nunca vas a saber cómo se siente. No te estoy diciendo que lo hagas ahora, pero... ¿es algo que quieres resolver o dejar que se quede en el aire?
Lando lo miró por un momento, con una mezcla de frustración y confusión en los ojos. Sabía que tenía razón, que George siempre veía las cosas de manera directa. Pero no era tan fácil. No lo era cuando todo lo que había entre ellos, el amor, la amistad, la ruptura, se había vuelto un laberinto de emociones contradictorias.
—No lo sé, George — dijo con un suspiro, pasando una mano por su cabello, claramente molesto consigo mismo. — Lo que pasó, lo que le hice... fue tan... rápido. Y después de todo este tiempo, no estoy seguro de cómo acercarme a ella, de si realmente quiero hacerlo.
George lo observó por un momento, sabiendo que Lando estaba hablando más de lo que usualmente mostraba. Pero también sabía que, como amigo, tenía que darle un empujón, aunque fuera pequeño.
—Entonces empieza por hablar. No tienes que resolverlo todo de una vez. El tiempo se encargará de lo demás — George sonrió de forma tranquilizadora, pero su tono era firme, como un amigo que sabía que su consejo era necesario.
Lando lo miró por unos segundos, considerando sus palabras. De alguna manera, George siempre tenía una forma de hacer que las cosas parecieran más fáciles de lo que realmente eran. Pero, por esta vez, Lando quería creerle.
—Tal vez tengas razón. Pero aún no sé si estoy listo para hacerlo. — Suspiró, mirando al suelo. — No sé si lo estoy.
George lo observó en silencio durante un momento, comprendiendo lo que no decía. Sabía que este reencuentro con Alma era mucho más que una conversación pendiente, era una confrontación con su propio pasado, algo que Lando no estaba preparado para resolver tan fácilmente.
—No te presiones, tío — dijo George finalmente, dando una ligera palmada en el hombro de Lando. — Solo recuerda que las cosas no siempre tienen que resolverse al instante. A veces, un paso a la vez es todo lo que se necesita.
Lando asintió lentamente, aún perdido en sus pensamientos. Mientras tanto, el ruido del mundo continuaba a su alrededor, pero para él, en ese momento, todo se sentía detenido. Alma, la pista, los coches, todo parecía lejano. Solo quedaba la sensación de que algo se estaba quebrando dentro de él.
Mientras George se alejaba para hablar con algunos miembros del equipo, Lando se quedó allí, mirando el horizonte, preguntándose si algún día podría recuperar lo que había perdido, o si todo lo que quedaba entre ellos era solo un recuerdo.
Justo cuando Lando comenzaba a perderse en sus pensamientos una vez más, George volvió a su lado. Se inclinó hacia él, con un tono algo más serio, como si tuviera algo importante que decir.
—Oye, Lando — comenzó, captando su atención. — Te lo digo porque te conozco. Alma va a volver al paddock en algún momento, y sabes lo que eso significa, ¿verdad?
Lando frunció el ceño, sin comprender de inmediato.
—¿Qué quieres decir? — preguntó.
George dejó escapar una risa baja, como si estuviera hablando de lo más obvio.
—Que Alma es mejor amiga de Carlos, y también la mía. Así que, aunque no lo creas, va a estar mucho más cerca de ti de lo que piensas. Tendrás más oportunidades para hablar con ella, para... resolver todo eso que tienes ahí dentro. Así que, más te vale ir mentalizándote.
Lando lo miró fijamente, con los ojos entrecerrados, procesando la nueva información. El pensamiento de que Alma estaría cerca, más cerca de lo que había imaginado, lo hizo sentirse aún más nervioso. Pero al mismo tiempo, había una pequeña chispa de esperanza en su interior.
—Lo sé — murmuró, con un tono de voz que revelaba un complejo entre la tensión y la expectativa.
George asintió, como si estuviera satisfecho con su respuesta, y con una última sonrisa le dio un toque en el hombro.
—Pues prepárate, tío. No será fácil, pero si alguna vez hay una oportunidad para hablar con ella, será ahora. No la dejes escapar.
Lando observó a su amigo alejarse y, por primera vez en mucho tiempo, pensó que tal vez, solo tal vez, esta historia entre él y Alma aún podía tener un giro inesperado.
Alma's POV
En cuanto di la vuelta y vi la puerta del paddock, no dudé ni un segundo. Mis pies se movieron rápido, como si la urgencia de escapar del lugar me empujara. No quería ver a nadie más, especialmente no a él. Lando. La última vez que nuestras miradas se cruzaron, todo lo que había pasado entre nosotros vino a mi mente con fuerza, como si no hubiera pasado el tiempo. Como si el dolor de la ruptura aún estuviera fresco.
Me dirigí al hotel sin detenerme. Sentía la necesidad de estar sola, de pensar en todo lo que había sucedido. George ya lo sabía todo. Había sido él quien me ayudó a lidiar con todo lo relacionado con Lando después de nuestra ruptura. Habíamos hablado del tema una y otra vez, procesando lo que ocurrió, buscando entender lo que no entendíamos. Pero, después de tanto tiempo hablando de eso, sentí que era momento de ir a verlo. A él. A George. No era solo por la situación con Lando, no. Era porque necesitaba estar con alguien que me entendiera, que conociera todo de mí sin que tuviera que decir una palabra.
Cuando finalmente llegué a la habitación del hotel, mis manos temblaban tanto que apenas pude abrir la puerta. Dejé mis cosas con prisa, como si con cada gesto pudiera liberarme de la tensión acumulada. El aire en la habitación estaba denso, pesado, y aunque intentaba calmarme, mi corazón seguía latiendo desbocado. Todo lo que había vivido en las últimas horas, las palabras no dichas, el reencuentro con Lando... parecía que se apoderaba de mí.
Me dejé caer en el borde de la cama, sin saber muy bien qué hacer. Miré mis manos, temblorosas. Traté de respirar hondo, pero aún podía sentir esa presión en el pecho, como si algo dentro de mí estuviera a punto de estallar. Cerré los ojos por un segundo, buscando algo de paz en la oscuridad de la habitación, pero entonces, un flashback me golpeó de repente, tan vívido que casi pude escuchar las voces.
Era una de las peleas más fuertes que tuvimos con Lando. La situación había comenzado tan sencilla, pero pronto escaló a algo mucho más grande. Estábamos en su apartamento, él apoyado contra la pared, con el ceño fruncido. La tensión en el aire era palpable, como si cada palabra pudiera ser una chispa que encendiera un fuego. Yo estaba parada en medio del salón, mis manos apretadas a los costados, intentando no explotar.
FLASHBACK
—¿Por qué no puedes simplemente entenderlo, Lando? — le grité, con la garganta apretada, mis palabras saliendo más como un sollozo de frustración que como una acusación. "Nunca me escuchas. Nunca me ves realmente."
Él dio un paso hacia mí, los ojos oscuros como siempre, pero algo había cambiado. Algo en él había cambiado.
— ¿Y tú? ¿Me ves a mí, Alma? ¿Me escuchas alguna vez cuando intento explicarte lo que está pasando en mi vida? —Sus palabras fueron duras, como golpes, y mi pecho se contrajo.
—Es que siempre todo gira en torno a ti, a tus problemas, a lo que tú sientes. Y yo... yo nunca importo.
Mi respiración se aceleró, la rabia llenando mis venas.
—¡Eso no es cierto! ¡Nunca ha sido así! ¡Yo solo quería que estuvieras ahí para mí!
—Pero yo estaba allí, Alma. Y nunca fue suficiente. —me espetó, y esa última frase se clavó en mí como una daga. —Nunca es suficiente.
El silencio que siguió fue tan pesado que me dolió. Estábamos allí, mirándonos, los dos a punto de derrumbarnos, pero ninguno dispuesto a ceder. Sentí cómo algo se quebraba en mi interior, como si todo lo que habíamos construido se desmoronara en un segundo.
—No puedo hacer esto más, Alma, —dijo él finalmente, su voz casi quebrada. —Esto no está funcionando. Ya no sé cómo seguir.
Esas palabras me atraparon, y antes de que pudiera reaccionar, sentí cómo mi corazón se rompía en pedazos. Él se dio la vuelta, dando un paso hacia la puerta. No quería mirarme más, no quería seguir luchando. Y yo, de alguna forma, entendí que esta vez, la pelea había sido la última.
ACTUALIDAD
El flashback se desvaneció tan repentinamente como había comenzado, y me encontré de nuevo en la habitación del hotel, temblando, con el pecho apretado. Respiré hondo, tratando de reponerme, pero la tristeza y la rabia seguían allí, como fantasmas que no dejaban de rondar.
Aún sentada en el borde de la cama, con las manos temblorosas y el peso del recuerdo hundiéndome el pecho, traté de calmarme. Cerré los ojos e inhalé profundamente, pero era inútil. Aquel flashback seguía rondando mi mente como un eco, repitiéndose una y otra vez. Lando, su mirada llena de frustración, sus palabras cargadas de dolor. Todo aquello que tanto me esforcé en enterrar, ahora volvía con una fuerza arrolladora.
Me levanté de la cama, incapaz de quedarme quieta. Sabía que si no encontraba una manera de distraerme, me hundiría más en esos pensamientos. Y entonces, como un reflejo, pensé en alguien que siempre lograba sacarme una sonrisa incluso en los peores momentos.
Carlos.
Carlos y yo siempre habíamos tenido una conexión especial. Tal vez porque compartíamos la misma nacionalidad, o porque había algo en él que me hacía sentir que podía ser yo misma, sin filtros. Entre bromas, confidencias y nuestra pasión por el mundo del motor, siempre lograba hacerme olvidar lo que fuera que me estuviera atormentando. Sabía que si había alguien capaz de sacarme de este agujero en el que me estaba hundiendo, era él.
Tomé mi teléfono con manos todavía temblorosas y marqué su número. El tono de llamada parecía eterno, y justo cuando estaba a punto de colgar, su voz familiar resonó al otro lado.
—¡Alma! ¿Qué haces llamándome a estas horas? —dijo, con ese tono alegre que siempre lograba arrancarme una pequeña sonrisa, incluso cuando no quería.
—Hola, Carlos —respondí, intentando sonar más tranquila de lo que realmente estaba.
—¿Estás bien? —preguntó de inmediato, notando al instante que algo no iba bien. Esa era una de las cosas que más apreciaba de él: su capacidad para leerme como un libro abierto.
—Sí... bueno, no. La verdad es que no —admití con un suspiro. Me mordí el labio, dudando si debía contarle todo. Pero al final, sabía que podía confiar en él.
—¿Estás en Silverstone? —preguntó, su tono cambiando a uno más serio.
—Sí, pero no tenía intención de encontrarme con nadie. Solo quería... veros a ti y a George. Pero no salió como esperaba.
Carlos guardó silencio por un momento, como si estuviera procesando mis palabras. Finalmente, habló con suavidad:
—¿Lando?
Mi silencio fue suficiente respuesta.
—Voy a colgar y llamarte por videollamada. Dame un minuto.
Antes de que pudiera protestar, ya había cortado. Miré el teléfono, un poco desconcertada, pero cuando su videollamada entró, la acepté. En la pantalla, Carlos apareció con una expresión de preocupación mezclada con ternura.
—Vale, ahora sí. Cuéntamelo todo —dijo, cruzando los brazos mientras me miraba fijamente.
Su presencia, incluso a través de una pantalla, me hizo sentir un poco más tranquila. Y por primera vez desde que había llegado a Silverstone, sentí que tal vez, solo tal vez, podría empezar a deshacerme del peso que llevaba encima. Carlos me miraba con esa expresión mezcla de curiosidad y paciencia que solo él podía tener. Sabía que no me iba a presionar, pero también sabía que no dejaría que me quedara callada.
—No sé por dónde empezar —murmuré, pasándome una mano por el cabello.
—Empieza por lo que sientes ahora mismo —sugirió. Su voz era tranquila, como si con esas palabras intentara sostenerme desde lejos.
Suspiré, dejando que mis hombros se desplomaran.
—Me siento como una idiota. Vine porque quería ver a George, hablar con él, sentir que todo estaba bien por una vez. Pero no contaba con que... él estuviera aquí.
—Lando —afirmó Carlos, su voz apenas un susurro.
Asentí lentamente.
—No esperaba que fuera tan difícil, Carlos. Pensé que después de tanto tiempo, de tanto trabajar en superar esto, lo tendría bajo control. Pero no. Solo con verlo... todo volvió. Como si nunca hubiera dejado de doler.
Carlos asintió, sin apartar la mirada de mí.
—Es normal, Alma. Pasaste por mucho con él. Las cosas no se superan de la noche a la mañana, por más que lo intentemos.
—Lo sé —respondí, mirando mis manos. Aún temblaban ligeramente, pero al menos sentía que podía respirar de nuevo con él al otro lado de la línea.
—¿Te dijo algo? —preguntó.
Negué con la cabeza.
—Primero me saludó, y poco más, pero se torció la cosa hasta que vino George. Apenas nos cruzamos miradas, y ya fue suficiente para revolverme todo por dentro.
Carlos guardó silencio por un momento, como si estuviera buscando las palabras correctas. Finalmente, habló:
—Mira, Alma, sé que esto no es fácil. Pero también sé que no puedes dejar que esto te consuma. Lando tiene su vida, y tú tienes la tuya. Y créeme, la tuya vale mucho más de lo que te das cuenta.
Sus palabras me hicieron sonreír, aunque fuera un poco. Era típico de Carlos decir algo así, siempre sabía cómo hacerme sentir valorada cuando más lo necesitaba.
—Gracias, Carlos. De verdad. No sé qué haría sin ti —le dije, mi voz saliendo más suave de lo que esperaba.
—Pues seguro estarías mucho más aburrida —bromeó, guiñándome un ojo. Luego su expresión se tornó seria de nuevo. —Ahora escucha, ¿quieres que vaya al hotel?
Lo consideré por un momento, pero finalmente negué.
—No, no hace falta. Solo necesitaba hablar con alguien, y tú... siempre sabes cómo sacarme del lío mental en el que me meto.
—Para eso estamos los amigos, ¿no? —respondió con una sonrisa cálida.
Después de unos minutos más de charla, colgamos. Me quedé mirando la pantalla de mi teléfono por un momento, sintiéndome un poco más tranquila. Carlos tenía razón. No podía dejar que este reencuentro inesperado con Lando definiera mi fin de semana, ni mucho menos mi vida.
Tomé aire y me levanté de la cama. Tal vez era hora de salir de esa habitación, despejarme un poco. No podía quedarme atrapada en mis recuerdos.
Me levanté de la cama con cierta pesadez, como si aún llevara parte de ese peso conmigo. Pero algo en mí había cambiado después de hablar con Carlos. Era como si hubiera tomado aire por primera vez en horas. Miré por la ventana de la habitación; el sol ya comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de un naranja cálido que contrastaba con el gris de mis pensamientos.
No podía quedarme ahí. Necesitaba salir, moverme, aunque fuera solo para aclarar mi mente. Tomé mi chaqueta del respaldo de la silla y me aseguré de llevar las llaves y el teléfono antes de salir de la habitación. El pasillo del hotel estaba en calma, con solo el eco de mis pasos acompañándome mientras me dirigía al ascensor.
Una vez en el lobby, el aire fresco que entraba por las puertas automáticas me recibió con una suavidad que me hizo cerrar los ojos un momento. Afuera, el bullicio de la gente en Silverstone seguía como si nada hubiera pasado. Como si el mundo no tuviera idea del huracán que llevaba dentro.
Decidí caminar un poco. No sabía exactamente hacia dónde iba, pero el simple acto de moverme me ayudaba. Pasé por algunas tiendas pequeñas y cafeterías, observando a las personas que hablaban y reían, completamente ajenas a mi pequeño drama personal. Por un momento, deseé tener esa ligereza, esa despreocupación.
Mientras caminaba, mi teléfono vibró en el bolsillo. Lo saqué esperando que fuera Carlos, pero para mi sorpresa, era George.
—Alma, ¿dónde estás? —preguntó tan pronto como atendí, su voz algo ansiosa.
—Solo estoy caminando. Necesitaba despejarme un poco —respondí con sinceridad.
—¿Está todo bien? —Su tono cambió, y su preocupación era evidente.
—Sí, más o menos. No te preocupes, estoy bien —mentí, o al menos lo intenté.
George suspiró al otro lado de la línea.
—Sabes que no soy tonto, ¿verdad? Sé que algo pasó.
Me mordí el labio. Con George no tenía sentido mentir, lo conocía demasiado bien y él a mí.
—Lo vi, George —admití finalmente.
Hubo un silencio breve antes de que respondiera.
—Lando —afirmó, como si la sola mención de su nombre explicara todo.
—Sí.
—¿Quieres que te recoja? —ofreció, su tono lleno de esa calidez que siempre lograba tranquilizarme.
Me detuve en la acera, mirando un pequeño parque al otro lado de la calle.
—No, está bien. Solo necesito un poco más de tiempo para estar sola. Mañana te veo.
George pareció dudar, pero finalmente aceptó.
—De acuerdo. Pero si necesitas algo, cualquier cosa, llámame, ¿sí?
—Lo haré. Gracias, George.
Colgué la llamada y crucé la calle hacia el parque. Me senté en un banco vacío, dejando que el aire fresco me envolviera. Miré hacia el cielo, que ahora comenzaba a oscurecerse. Quizás no había resuelto nada todavía, pero al menos, por un momento, sentí que podía respirar.
Me quedé allí por un rato, solo pensando. Y entonces, de repente, algo me hizo mirar hacia el lado opuesto del parque. Desde la esquina, vi a George. Estaba con una expresión preocupada, pero era evidente que me había visto. Desde donde estaba, su mirada se cruzó con la mía por un instante. No podía evitar pensar que ya sabía lo que había pasado. No solo por nuestra conversación, sino porque sabía que, en el fondo, era inevitable que nuestra amistad no lo hubiera hecho sospechar.
Poco después, llegó a donde estaba. No dijo nada de inmediato, solo se sentó a mi lado, mirando al frente.
—Lo siento por lo de Lando, me preocupa como te lo tomes... Se os veía muy tensos. —dijo al fin, su voz calmada, pero con un leve tono de preocupación.
Lo miré a los ojos, tratando de leer su expresión. Había algo en su tono que me hizo saber que ya lo sabía todo. Y no solo por la conversación, sino porque George siempre había estado tan pendiente de mí.
—Lo sé. Fue... raro verlo otra vez —respondí, sintiendo que no quería profundizar demasiado en ese momento.
George asintió lentamente, sus ojos se suavizaron con comprensión.
—No fue por eso que te pedí que vinieras, Alma —dijo, mirándome con sinceridad—. Te convencí de venir aquí porque sabía que lo tendrías que enfrentar tarde o temprano. Y aunque no estaba seguro de cómo, necesitaba que lo hicieras. Tenías que ver las cosas por ti misma, afrontarlas de una vez.
Me quedé en silencio, sorprendida por su confesión. Había algo en sus palabras que me hizo sentir una mezcla de gratitud y frustración. Gratitud porque sabía que lo había hecho por mí, para ayudarme, pero frustración porque me había empujado a enfrentar algo que había estado evitando tanto tiempo.
—George... —comencé, mirando al frente—, ¿realmente pensaste que iba a estar lista para esto? ¿Que podría soportarlo?
—No lo sé, Alma. Pero pensé que si venías y lo veías por ti misma, al menos podrías empezar a cerrar ese capítulo. Porque sé que todavía no lo has hecho. Lo evitas, pero lo sigues cargando como una maleta que no sabes dejar atrás.
Esas palabras me calaron hondo. Lo miré fijamente, y por un segundo, me sentí despojada de mis defensas. George me conocía mejor de lo que yo misma me conocía.
—No me arrepiento de haber venido, George. Pero no sé si estoy lista para todo esto. —admití finalmente, dejando escapar un suspiro.
George me dio una palmada en el hombro, su gesto cálido y protector.
—Lo sé. Pero al menos estás empezando, ¿verdad? Y eso es lo importante.
Nos quedamos en silencio por un momento más, ambos sabiendo que las cosas no se resolverían de inmediato. Pero, por alguna razón, la presencia de George me daba el consuelo de que no estaba sola en esto.
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