━━𝐓𝐰𝐨: Soar
[Soar]
By Christina Aguilera
2:08 ━━━━◉─────── 4:02
◃◃ ⅠⅠ ▹▹
When they push, when they pull
Tell me, can you hold on?
When they say you should change
Can you lift your head high and stay strong?
Will you give up, give in
When your heart's crying out that it's wrong?
Will you love you for you
At the end of it all?
SALIMOS DEL MUSEO LO MÁS RÁPIDO QUE PUDIMOS, PERO YO SENTÍA QUE MI MENTE ESTABA ESTANCADA.
Era como si mi percepción del mundo estuviera cambiando por completo. El mundo seguía igual, sin detenerse un instante, pero yo no era la misma.
¿En nombre de todo lo que es rosa y brillante, qué acababa de pasar?
¡Nada tenía sentido!
Caminé como en un sueño, mis pies apenas tocaban el suelo, pero cada paso dolía como si estuviera caminando sobre brasas. Cada vez que intentaba respirar hondo, parecía que me faltaba el aire. Me temblaban las manos y sentía que en cualquier momento me iba a desmayar. Mis piernas seguían moviéndose porque tenía que hacerlo, pero no sabía a dónde estaba yendo, ni siquiera si realmente quería llegar.
Percy iba adelante, no mejor que yo, por cómo hablaba me imaginaba que estaba entrando en pánico. Grover no paraba de hablar y darle indicaciones, pero no tenía idea de lo que decían. Estaba perdida en el ruido dentro de mi cabeza: las explosiones, los gritos, el metal chocando contra el metal. Mis oídos zumbaban tanto que ni siquiera escuché lo que Percy dijo cuando se giró hacia mí y me tomó de la mano.
Sentí su agarre cálido y firme, algo tan simple pero tan real que fue como si fuera una cuerda atándome al presente.
—No te quedes atrás —dijo, esta vez su voz clara, como un ancla.
Asentí, pero no sé si me creyó. Mi mano parecía tan pequeña en la suya, como si pudiera desmoronarse en cualquier momento. Pero no me soltó.
Me guió con cuidado mientras retomábamos el paso. Grover no dijo nada, pero podía sentirlo lanzándome miradas preocupadas desde atrás.
Con cada paso, la presión en mi pecho empezó a aflojar, pero no desapareció del todo. Tal vez no lo haría nunca. Pero por ahora, mientras seguía el ritmo de Percy y su mano seguía sujetando la mía, podía concentrarme en el próximo paso. Solo el próximo paso.
—¿Por qué te pidió Bruner que nos vigilaras? —cuestionó Percy.
—Porque soy tu protector —masculló con firmeza—. Y dado que Dari siempre está contigo, también su protector.
—Alto, alto, alto. ¿Mi protector? —dijo deteniéndose, pero sin soltar mi mano—. ¿Es en serio?
Grover le dio una mirada desdeñosa, de arriba abajo.
—¿Qué? ¿Crees que porque estoy así...—se señaló a sí mismo—, no puedo mantenerlos a salvo?
—Grover, tal vez no ves lo que nosotros, pero usas muletas —espeté comenzando a sentirme irritada con todo lo que estaba pasando.
Percy asintió a mis palabras.
—Daría mi vida para garantizar su bienestar —respondió Grover con seriedad.
—¿De qué hablas? —cuestionó Percy—. ¿Qué sucede?
—Hay que avisarles a sus madres —dijo Grover continuando su camino—. Muevanse. Rápido.
Percy me dio una mirada y asentí.
Todo esto era una locura.
Aún así, lo seguimos.
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Debían ser las cinco de la tarde cuando llegamos a nuestro edificio, por la hora sabía que había un 200% de probabilidades de que mi madre estuviera trabajando, así que tendría que esperar a llegar a dónde sea que Grover quería llevarnos para ponerme en contacto con ella.
Fuimos directamente al apartamento de Percy, y en cuanto entramos, el olor nauseabundo de alcohol, cigarros y comida grasosa me revolvió el estómago. En la sala, Gabe estaba jugando cartas con otros cuatro hombres.
—¡Sally! —gritó el cerdo—. ¡Más cerveza!
—¡Mamá! —exclamó Percy apenas entramos—. Oye, mamá. ¡Mamá! Mamá, aquí. Tenemos que hablar, ¿sí?
—¿De qué? —preguntó ella haciendo un gesto hacia los invitados.
—Oye —se quejó Gabe—. ¿Qué no ves que está sirviendonos a mí y a mis amigos?
Miré a los otros hombres. Uno de ellos era el encargado del edificio. Nos hizo un gesto cansado, realmente irritado con Gabe. Pero otro, el señor del segundo piso, me guiñó un ojo y se pasó la lengua por los labios antes de lanzarme un beso.
Me quedé helada, el corazón latiéndome en los oídos. Mi instinto fue retroceder, pero Percy me empujó ligeramente hacia un lado para interponerse entre mí y el señor. No dijo nada, pero la mirada que le lanzó fue lo suficientemente fría como para que el hombre se encogiera en su asiento, aunque con una sonrisa que no podía ser más desagradable.
Se giró de regreso a Gabe.
—No hables así de mi mamá, ¿quieres? —espetó entre dientes—. Fenómeno calvo.
Todo fue tan rápido que no alcancé a reaccionar. Un segundo Gabe miraba a Percy como un insecto y al siguiente lo había estampado contra la pared. Sally gritaba, yo gritaba, ambas intentando quitárselo de encima.
—¡Gabe, suéltalo! —Sally forcejeaba con todas sus fuerzas, pero el hombre ni se inmutaba.
—¡Suéltalo, imbécil! —grité, agarrando a Gabe del brazo con todas mis fuerzas. Era como intentar mover una montaña.
Percy intentaba liberarse, pateando y forcejeando, pero la diferencia de tamaño era abismal. Grover atinó a querer golpearlo, pero era un caos, los amigos de Gabe se interpusieron en el camino tratando de que también lo soltara.
—¡No puedes hablarme así en mi casa, mocoso! —bramó Gabe, su aliento apestando a alcohol.
—¡Déjalo! —insistí, desesperada.
Entonces, como si un interruptor se encendiera en mi cerebro, me lancé hacia la mesa de cartas. Mi mano encontró una botella de cerveza medio llena y, antes de pensar demasiado, la levanté y la estrellé contra la cabeza de Gabe.
El vidrio se rompió con un estallido, y un silencio repentino cayó en la sala.
Gabe se desplomó en el suelo ante la mirada atónita de todos.
—Buen golpe —comentó Percy.
Grover me miró, perplejo.
—Tal vez no necesites tanta protección como pensábamos —murmuró. Luego se giró hacia la madre de Percy—. Sally, Percy tiene que irse. Ya. —Me dio una mirada por encima del hombro y de regreso a ella—. Y Darlene también.
Sally me miró y frunció los labios.
—Le dejaré un mensaje en el teléfono a Gillian —masculló—. Bien, vámonos.
Los cuatro salimos rápidamente del apartamento, dejando atrás el caos que se había formado.
El sol comenzaba a ponerse, Sally llamó a mi madre y le contó todo lo que había pasado y a dónde íbamos.
—Dime que estás bien, amor —suplicó angustiada—. ¿Te hicieron daño?
—No, mamá. Estoy bien —murmuré—. Pero no entiendo nada, ¿qué está pasando?
La voz de mi madre, filtrada por el teléfono, sonó aún más angustiada de lo que esperaba. Pude escucharla respirando profundamente al otro lado de la línea.
—No quiero que te preocupes, cariño, pero ahora no es momento para explicaciones largas.
Mi mente daba vueltas con cada palabra. ¿Cosas que no puedo entender? ¿Qué había estado pasando todo este tiempo sin que lo supiera? Estaba demasiado confundida.
—Pero, mamá... ¿por qué no me puedes decir qué está pasando? —mi voz temblaba sin que pudiera evitarlo.
El silencio en el teléfono me hizo preguntarme si mi madre iba a responder, pero al final, su voz volvió a salir, tensa.
—No puedo explicártelo ahora, Darlene. Todo esto tiene que ver con tu... padre, con lo que eres. No quiero que te asustes, pero hay cosas que son más grandes que nosotros, cosas que nos persiguen.
¿Mi padre? ¿Qué quería decir con eso?
—¿Mi padre? —pregunté, ahora más asustada, aunque traté de que mi voz sonara firme. A mi alrededor todo parecía moverse a una velocidad que no lograba entender.
Grover me miró. Estaba sentado a mi lado en el asiento trasero del auto.
Mi madre suspiró, como si estuviera buscando las palabras correctas. Su respiración se filtraba a través del teléfono, y yo podía sentir la tensión en su voz. Mis manos temblaban, y el aire en el coche se sentía espeso, como si cada palabra que saliera de mi madre pesara toneladas.
¿De qué estaba hablando? ¿Qué era lo que no podía entender? Mi padre... algo sobre él. Mi corazón empezó a latir más rápido.
—Mamá... por favor, dime algo más. No entiendo. ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué no me puedes contar la verdad? —mi voz quebró un poco, pero intenté mantenerme firme. Había algo en mi estómago, un nudo que no podía deshacer.
Hubo una pausa al otro lado de la línea, y el silencio me rodeó como una manta pesada. Sentí el frío de la incertidumbre calándome los huesos.
—Tu padre... —empezó, pero vaciló—. Es... no lo entiendes, Dari. Cuando llegues a ese lugar, entenderás todo. Y espero que puedas perdonarme por no decírtelo.
Yo asentí, aunque sabía que no podía verme, y un nudo más profundo se apretó en mi garganta. Había tanto que no sabía, tanto que aún no entendía. Miré a Percy, que estaba en el asiento del copiloto, observando el paisaje pasar rápidamente. Él estaba concentrado, pero sentí que la misma confusión que yo sentía se reflejaba en su rostro.
—¿Y si... si no estoy lista? —mi voz salió en un susurro, pero estaba llena de desesperación. ¿Cómo podía estar lista para algo que ni siquiera entendía?
—Lo estarás, amor mío. Lo estarás. Te amo, hija, pero tienes que confiar en ti misma.
La llamada se cortó de repente, como si mi madre hubiera desconectado sin querer. Quedé con el teléfono en la mano, el zumbido de la línea vacía resonando en mi oído, y un vacío profundo dentro de mí. Había tantas piezas faltantes en este rompecabezas, y no sabía ni por dónde empezar a armarlas.
—¿Está todo bien? —dijo Percy, volviendo a mirarme. Su expresión era seria, pero había algo más, como si se diera cuenta de que había algo más detrás de mis palabras.
—No... no lo sé. Mi madre... no me dijo nada concreto. Solo que... todo tiene que ver con mi padre, y con lo que soy. —Solté un suspiro pesado, mi cuerpo agotado por la tensión y el miedo. No quería que él viera lo asustada que estaba, pero era difícil ocultarlo.
Percy no respondió de inmediato, solo asintió en silencio, como si entendiera que no había mucho que decir. No sabía qué pensar, pero era obvio que estábamos a punto de descubrir algo mucho más grande de lo que jamás habríamos imaginado.
Y todo lo que podía hacer era seguir adelante.
—¿Qué está pasando? —cuestionó a Sally—. ¿A dónde nos llevan? ¿A dónde está este campamento?
Ella respiró profundamente.
—Es un campamento para personas especiales —respondió—, como ustedes dos.
—¿Personas especiales? —repetí confundida.
—¿Es un manicomio o algo así?
—¡No, cielo, no! —exclamó ella ansiosa. Me miró por el espejo retrovisor y luego continuó—. Con tu padre.
Ok. Ahora sí nada tenía sentido. Nos perseguían criaturas que no deberían ser reales, estábamos en peligro de muerte, acusan a Percy de robar un rayo y, ¿ahora resultaba que todo tenía que ver con nuestros padres?
¿Quién demonios eran?
Pronto cayó la noche, mientras nos acercabamos a Long Island. Podía ver a Percy por el espejo. No sé si estaba molesto con su madre, con Grover o con todo lo que estaba ocurriendo, pero su expresión reflejaba exactamente lo que yo sentía.
—Mi madre dijo lo mismo, ¿entonces, nuestros padres tienen la culpa de todo? —preguntó, cruzándose de brazos en el asiento delantero.
Sally mantuvo la mirada fija en el camino, sus manos tensas en el volante.
—Algo así —respondió después de un largo silencio, su voz apenas audible.
Percy soltó un bufido, pero no dijo nada más. Grover, en cambio, parecía inquieto, como si quisiera intervenir pero no supiera cómo hacerlo. Su mirada pasaba de mí a Percy y de regreso, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
Yo me limité a mirar por la ventana, dejando que la velocidad del auto y el paisaje borroso calmaran un poco el caos en mi mente. Mi madre había dicho que entendería todo cuando llegáramos al campamento, pero ¿cómo podía estar segura? ¿Qué tan terrible debía ser la verdad para que evitara decírmela por teléfono?
—¿Por qué no simplemente nos lo dicen de una vez? —pregunté finalmente, mi voz más firme de lo que esperaba—. Todo este misterio está empeorando las cosas. ¿Por qué no podemos saber la verdad ahora?
Grover se removió incómodo en su asiento. Sally suspiró, su mirada encontrándose con la mía a través del espejo retrovisor.
—Porque algunas cosas no son fáciles de explicar, Dari —respondió con paciencia—. Especialmente cuando tienen que ver con quiénes son ustedes realmente.
—¿Quiénes somos? —interrumpió Percy, su tono desafiante.
Sally no respondió de inmediato. En lugar de eso, sus labios se apretaron en una línea delgada, como si estuviera luchando con las palabras. Finalmente, exhaló profundamente y murmuró:
—Acababa de graduarme cuando lo vi por primera vez en Nueva Jersey. Tú padre era diferente a todos los hombres que conocí. Era...radiante.
—Siempre son radiantes —comentó Grover con ironía.
Sally lo ignoró.
—Estábamos muy enamorados. Cuando tú llegaste al mundo, todo era perfecto. Pero tuvo que irse.
Percy permaneció en silencio unos instantes.
—Entonces sí nos abandonó —gruñó entre dientes.
—No, cielo —dijo Sally angustiada—. Tuvo que hacerlo. Te amaba. Dejarte tal fue lo más difícil que haya hecho.
Parecía como si cada palabra que dijera estuviera calculada, como si supiera que revelar demasiado podría ser peligroso.
—¿Y qué pasa con mi padre? —pregunté, con la garganta seca. Mis palabras salieron más agudas de lo que esperaba, pero estaba demasiado nerviosa como para contenerme—. ¿Por qué tuvieron que irse?
Sally volvió a mirarme por el espejo retrovisor, pero esta vez no pudo sostener mi mirada por mucho tiempo.
—Porque es un...
—¡Sally, cuidado! —gritó de repente Grover sobresaltándonos.
En la completa oscuridad, casi no se veía nada salvo por lo que iluminaba los focos del auto. Yo no había visto nada al principio, pero cuando Sally viró el auto de golpe, alcancé a vislumbrar como una enorme vaca caía delante de nosotros en la carretera.
El cinturón se tensó contra mi pecho, cortándome la respiración. Percy gritó algo, pero su voz se perdió en el chillido de las llantas contra el asfalto. Todo se movía demasiado rápido y, al mismo tiempo, en cámara lenta. Podía oír el golpeteo frenético de mi corazón, más fuerte que el rugido del motor.
El auto dio una vuelta en el aire y volcó girando sin parar un par de metros. Las ventanillas explotaron, lanzando trozos de vidrio por todas partes.
El impacto final llegó como un martillazo, sacudiéndome hasta los huesos. La cabeza me dio contra el reposacabezas con un dolor sordo y me quedé inmóvil. Todo se detuvo. Solo podía oír el eco de mis jadeos y el murmullo de los demás a mi alrededor.
—¿Dari? ¿Estás bien?
—¡Mamá, no responde!
¿Qué?
Todo me daba vueltas.
Mascullé algo entre dientes. Me dolía la cabeza y el brazo me ardía demasiado.
Unos segundos pasaron antes de que mis sentidos empezaran a regresar, aunque todo seguía siendo un caos borroso. La voz de Percy me llegaba como si estuviera al otro lado de una pared gruesa, mezclada con el golpeteo frenético de mi corazón. Intenté moverme, pero el dolor en mi brazo me hizo soltar un quejido. Sentí algo cálido y pegajoso corriendo por mi piel. Sangre. Genial.
—¿Qué es eso? —alcancé a escuchar a Percy.
No tenía idea de que hablaba.
Traté de enfocar mi vista en él, pero las luces parpadeantes de los focos del auto destrozado no ayudaban.
—¡Rápido, salgan, salgan! —gritaba Sally.
¿Qué veían?
—¡¿Por qué te quitas los pantalones?! ¡¿Qué haces?!
—¡Mi trabajo!
—¡Wow! ¿Eres mitad burro?
—Mitad cabra.
¿Qué?
—¡Rápido, salgan del auto!
—P-Percy... —Mi voz salió débil y ronca.
Lo vi aparecer en mi campo de visión, estaba de cabeza. O yo estaba de cabeza, no estaba segura.
—Mierda, el cinturón —se quejó desesperado.
Me soltó y me sentí caer, por suerte él me atrapó antes de golpearme más la cabeza. Me arrastró fuera del auto y me ayudó a ponerme de pie para luego empujarme a correr por medio del campo.
¿De qué corríamos?
—Sube —me ordenó.
Me trepé a una cerca y salté al otro lado, cayendo torpemente sobre mis manos y rodillas. El impacto me arrancó un gruñido, pero Percy me levantó antes de que pudiera procesar el dolor.
—¡No te detengas! —gritó, empujándome hacia adelante.
Todo era confuso. Mi cabeza seguía zumbando como si alguien hubiera encendido una alarma dentro de mi cráneo. El campo frente a nosotros se extendía interminable bajo la luz pálida de la luna, pero detrás de mí podía oír algo enorme moviéndose, cada paso como un trueno sacudiendo la tierra.
—¿Qué está pasando? —murmuré, tropezando. Mis piernas se sentían como gelatina, y mi brazo herido colgaba inútilmente a mi costado.
Percy no respondió. En lugar de eso, me tiró del brazo bueno, obligándome a correr más rápido. A nuestra izquierda, Grover iba a toda velocidad, moviéndose con una agilidad que no esperaba de alguien que tenía muletas.
Espera.
¿Y las muletas?
¡¿Y sus pantalones?!
—¡Ahí viene! —gritó Grover, su voz cargada de pánico.
No me atreví a mirar atrás. No quería saber qué "venía". Pero no hacía falta mirar para sentirlo: el aire vibraba con cada paso de esa cosa. Había un olor en el aire, algo húmedo y rancio, como si la criatura detrás de nosotros acabara de salir de algún lugar oscuro y antiguo.
—¡Al suelo! —gritó Sally.
Percy me arrojó al suelo, cubriendo mi cuerpo con el suyo, y el aire se llenó con un estruendo ensordecedor. Algo pasó por encima de nosotros a una velocidad tan aterradora que no tuve tiempo de reaccionar. El suelo tembló, y el auto destrozado se estrelló contra el campo unos metros más adelante.
—¡Vamos, rápido! —gritó Grover.
—¡Vamos, arriba! —Percy me sacudió ligeramente, pero yo apenas podía enfocar.
Mis oídos zumbaban. Todo a mi alrededor era un torbellino de movimiento y sombras extrañas. Apenas podía distinguir las formas a mi alrededor: Grover avanzaba torpemente, Sally estaba más lejos, gritando algo que no entendí.
Un rugido profundo resonó detrás de nosotros, un sonido tan grave y feroz que me hizo estremecer. Tropecé al ponerme de pie, mis piernas apenas me sostenían. Todo mi cuerpo gritaba en protesta, pero Percy tiró de mí con una fuerza desesperada.
Miré hacia atrás, apenas por un segundo, y lo vi: una criatura enorme y robusta, la mitad superior era voluminosa y peluda. Con los brazos levantados parecía tener cuernos. Sus ojos brillaban como brasas mientras cargaba hacia nosotros.
—¡No te detengas! —rugió Percy, y su voz era suficiente para empujarme hacia adelante, aunque mi cuerpo quisiera detenerse.
Los latidos de mi corazón eran tan fuertes que creí que se me saldrían del pecho. Mis pies chocaban contra el suelo húmedo, mis pasos torpes y desiguales. Podía sentir la tierra vibrar con cada pisada del monstruo detrás de nosotros.
El bosque se alzaba frente a nosotros como un laberinto oscuro. Percy tiraba de mí sin detenerse, su mano aferrada a la mía como un ancla en medio del caos. Cada rama que me rozaba la cara se sentía como una cuchillada, y el dolor en mi brazo herido era un recordatorio constante de que estaba viva... por ahora.
—¡Por aquí! —gritó Grover, y con una agilidad sobrehumana, saltó sobre un tronco caído. Apenas logré reaccionar antes de tropezar con él, cayendo de rodillas en la tierra.
Percy se detuvo un instante, levantándome de nuevo antes de que pudiera quedarme demasiado tiempo en el suelo. Mis pulmones ardían y mi visión se tornaba borrosa por las lágrimas y el sudor. El aire a mi alrededor olía a humedad, a hojas podridas, y al aliento rancio de esa cosa que nos seguía.
—¡No te detengas! —su voz era urgente, casi desesperada.
No podía detenerme. No quería mirar atrás, pero los rugidos del monstruo estaban cada vez más cerca, y el crujido de ramas destrozándose bajo sus pezuñas resonaba en mi cabeza como un reloj de cuenta regresiva.
Corrimos por lo que parecieron horas, aunque seguramente fueron apenas unos minutos. El bosque parecía no tener fin, cada árbol y arbusto un obstáculo más en nuestro camino. Una rama baja se enganchó en mi cabello, arrancándome un mechón y sacándome un grito ahogado.
Dentro del caos, había una palabra que mi mente reproducía sin cesar desde que había visto a la criatura: minotauro.
Estaba segura de que eso era lo que había visto. Una criatura mitológica gigante que en la antigüedad había devorado a decenas de jóvenes atenienses por orden del rey Minos de Creta. Y ahora estaba a punto de aplastarnos si no encontrábamos la manera de escapar.
El rugido de la bestia retumbó tan cerca que sentí el calor de su respiración en mi nuca. Todo mi cuerpo se tensó.
Los árboles comenzaron a dispersarse y el aire se sintió más frío al abrirse el camino hacia la colina. Pero el minotauro estaba tan cerca que podía oír el chasquido de sus mandíbulas.
—¡Ya llegamos! —gritó Grover, quién iba delante de todo el grupo.
Unas luces aparecieron en mi campo de visión. Antorchas. Un enorme arco de madera se alzaba entre dos grandes antorchas en medio del bosque. Mi corazón golpeaba como un tambor de guerra contra mis costillas. Cada paso que daba se sentía como una eternidad. El dolor en mi brazo palpitaba, pero no podía detenerme.
Tenía una inscripción en la parte superior, escrito en letras griegas: Στρατόπεδο Ημίαιμο.
"Campamento Mestizo" tradujo mi mente sin problema.
Las antorchas parpadearon como si el mismo viento que traía al monstruo intentara apagarlas. No me atreví a mirar atrás, pero el rugido del minotauro era tan fuerte que podía sentirlo en el suelo. El cuerpo me temblaba, el miedo me daba más fuerza que cualquier otra cosa.
Mis piernas cedían bajo el peso de mi propio cuerpo, pero al cruzar el umbral del arco algo extraño sucedió. El suelo pareció vibrar, y una sensación cálida recorrió mi piel, como si hubiera cruzado una cortina invisible que bloqueaba el aire pesado que nos perseguía.
Grover atravesó el arco, luego Percy y yo. Sally venía detrás de mí, pero sentí el ruido de algo impactando contra una pared. Me giré para verla deteniéndose y una especie de barrera brillante frente a ella.
—¡Percy! —chillé llamando su atención.
—¡¿Mamá, qué haces?! —gritó Percy regresando por ella. La tomó del brazo e intentó arrastrarla con nosotros, pero no se movía.
—¡Hasta aquí llegué yo! —dijo sollozando.
—¡No, ven!
La voz de Percy estaba llena de desesperación mientras intentaba jalarla, pero no se movía. Mi pecho se sentía comprimido, mi respiración se volvía más errática con cada segundo que pasaba. El rugido del minotauro resonaba detrás de nosotros, y el suelo temblaba con cada paso de la bestia.
—¡Sally, por favor! —grité, mi voz llena de pánico—. ¡Tienes que venir con nosotros! ¡No podemos dejarte aquí!
Sally miró la barrera como si fuera un muro infranqueable. Las lágrimas brillaban en sus ojos, pero se mantenía firme, como si ya hubiera aceptado lo inevitable.
—¡No puedo seguir, no soy como ustedes! —su voz sonaba rota, como si el peso de todo eso la estuviera desmoronando.
—Si no vienes, yo no voy —bramó Percy entre dientes.
—¡Tienes que! —gritó ella soltándose de su agarre—. Así tiene que ser.
No tuve tiempo para reaccionar. El rugido del minotauro nos envolvía, y por un segundo todo pareció detenerse. Luego, vi la gigantesca mano de la bestia, la palma rugosa, que se extendió hacia Sally, agarrándola con una fuerza imparable. Su grito se ahogó en la garganta cuando el minotauro la levantó del suelo. Su cuerpo estaba completamente inmovilizado, colgando de la garra del monstruo. La vista de su rostro, retorcido por el miedo, me arrancó el aliento.
El minotauro rugió, un sonido ensordecedor que atravesó el bosque, y entonces todo se volvió aún más caótico. Sally forcejeaba en la mano del monstruo, pero sus movimientos se volvían cada vez más débiles.
—¡Baja a mi madre ahora! —Percy gritó, su voz ahogada, llena de rabia, mientras corría hacia ella.
—¡Percy, corran! —gritó ella—. ¡Estarán seguros ahí adentro!
Miré a mi alrededor, encontrando un tronco del tamaño de mi brazo. Lo levanté y encendí la punta con una de las antorchas. La madera crujió con fuerza mientras la llama comenzaba a recorrerla, iluminando el aire denso de humo que ya se colaba por mi garganta.
Me aseguré de que la llama fuera lo suficientemente grande como para cortar la oscuridad, y corrí hacia el monstruo.
—¡Suéltala! —grité blandiendo el fuego.
El minotauro giró la cabeza hacia mí, sus ojos llameantes reflejaban el furor de su fuerza descomunal.
—¡Usa el bolígrafo!
—¿Qué?
—¡Usa el bolígrafo de Bruner!
No sé qué tanto hablaban esos dos, pero no me detuve. Seguí acercando el fuego a la cara del monstruo, quién retrocedía furioso, pero sin soltar a Sally.
Entonces, para mi horror, ella soltó un grito desgarrador y se desintegró en una niebla dorada frente a mis ojos.
No supe qué hacer, mi mente se quedó en blanco, mis piernas temblaban, y el miedo se apoderó de mí con tal fuerza que no pude moverme. Mi corazón latía con fuerza, su sonido ensordecedor en mis oídos. Intenté hablar, pero las palabras se me atoraron en la garganta, como si la magia de ese momento me hubiera dejado sin voz.
—¡Darlene, cuidado!
Me había quedado petrificada, y no atisbé que el monstruo ahora se dirigía hacia mí. Soltando un feroz mugido, de un manotazo, me arrojó a un costado. El aire se me escapó de los pulmones en un silbido doloroso, y mi cuerpo fue lanzado como una muñeca rota. Sentí el suelo duro contra mi espalda, mis huesos protestando al instante por el golpe. Todo me dolía, cada músculo, cada fibra de mi ser, pero lo peor de todo fue la sensación de vacío en mi pecho. No podía respirar, el aire me faltaba, y mi cabeza comenzaba a nublarse.
Intenté ponerme de pie, pero mi cuerpo no respondía. Los ruidos del mundo a mi alrededor se desvanecieron. Primero, un zumbido bajo, como un eco lejano que se alejaba más y más. Luego, la oscuridad me envolvió.
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