━━𝐓𝐡𝐫𝐞𝐞: Don't let me Down
[Don't let me Down]
By The Chainsmokers ft. DAYA
2:08 ━━━━◉─────── 4:02
◃◃ ⅠⅠ ▹▹
Crashing, hit a wall
Right now I need a miracle
Hurry up now, I need a miracle
Stranded, reaching out
I call your name, but you're not around
I say your name, but you're not around
ME DESPERTÉ CON UN DOLOR EN LA NUCA QUE ERA INSOPORTABLE.
Estaba acostada en una litera en una enorme carpa con columnas de madera. Vi varios chicos acostados y otros tantos llevando bandejas con vendas, utensilios y demás. El olor a hierbas y ungüentos se mezclaba con el de madera húmeda y lo que me pareció perfume de fresas.
Tenía una manta encima de las piernas y una almohada detrás de la cabeza. Todo aquello estaba muy bien, pero sentía la boca como si un escorpión hubiera anidado en ella. Tenía la lengua seca y estropajosa y me dolían los dientes.
Me senté lentamente, apretando los dientes por el dolor que me punzaba la nuca, mientras mis ojos recorrían el lugar.
Había lámparas de aceite que colgaban de algunas vigas en el techo. Las camas eran camastros y estaban alineados uno al lado del otro en dos hileras, varias ocupadas. Tenía recuerdos vagos de conversaciones sin sentido y beber a sorbos algo que sabía a chocolate.
—Que bueno que despertaste.
Me giré hacia la voz. Grover se acercó a mí con una expresión apenada. Estaba usando una camiseta de tirantes naranja y tenía manchas púrpuras bajo los ojos. Parecía bastante cansado, como si no hubiera dormido en toda la noche.
—¿Y Percy? —Grover apuntó con la cabeza a un chico recostado en otra litera a unos pasos de donde estaba—. ¿Qué pasó? ¿Dónde está la señora Jackson?
Estaba por responderme cuando unos quejidos salieron de la boca de Percy, se removía incómodo en su cama y la expresión dolorida de su rostro me rompió el corazón.
Como pude, me puse de pie y traté de acercarme a él. Grover se apresuró a sostenerme del brazo y me senté en la cama de al lado. Observé a Percy más de cerca, mi pecho apretándose al ver su rostro pálido y empapado de sudor.
—¿Está... bien? —mi voz tembló al hacer la pregunta.
Grover asintió lentamente.
—Sí, solo necesita descansar.
Tomé la mano de Percy con cuidado. Estaba fría y temblaba un poco, pero aún así la apreté entre las mías, esperando transmitirle algo de mi fuerza. Mi pulgar acarició la piel áspera de sus nudillos mientras me inclinaba un poco más cerca.
—Grover —susurré, sin apartar los ojos de él—. ¿Qué pasó? Apenas puedo recordar...
—Bueno...
En eso Percy abrió los ojos, despacio, parecía algo mareado y se quejó intentando levantarse. Parpadeó un poco, su mirada perdida al principio, pero luego sus ojos verdes, aunque opacos por el cansancio, se enfocaron en mí. Mi corazón dio un vuelco al verlo.
—¿Estás... bien? —murmuró con voz ronca, como si cada palabra le costara un mundo.
Tuve que reprimir una carcajada amarga. Él estaba en ese estado, luchando por mantenerse despierto, y aún así su primera preocupación era yo.
—Debería ser yo quien pregunte eso —respondí, sin soltar su mano, lo ayudé a sentarse.
—Que alivio que estés vivo —dijo Grover sentándose a mi lado.
Dio una mirada a su alrededor y luego a nosotros.
—¿Dónde estamos? ¿Qué está pasando?
—Es la enfermería —respondió Grover—. Estuvieron tres días inconscientes.
—¡¿Tres días?! —cuestioné asombrada. Percy abrió la boca sin saber qué decir.
Grover asintió.
—Oye, dime, Percy. ¿Recuerdas qué pasó?
—Tuve un sueño rarísimo —dijo pellizcándose el puente de la nariz—. Había un monstruo. Mi mamá estaba ahí, y ustedes dos estaban ahí, pero tú eras una especie híbrido entre hombre y cabra...¡algo loco!
Me quedé de piedra viendo a Grover, como si mi cerebro estuviera tratando de procesar algo imposible. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Quizás porque, entre el dolor de cabeza y mi preocupación por Percy, mi atención estaba completamente enfocada en él. Pero ahora, con Percy despierto y bien, no podía dejar de notar los detalles.
—¿Tienes... patas de cabra? —pregunté, mi voz salió más alta de lo que pretendía.
—Eh, sí. La palabra correcta es sátiro. —Lo dijo como si fuera la cosa más normal del mundo.
—Un sátiro —repetí en un susurro, como si al decirlo en voz alta fuera a tener más sentido. Pero no lo tenía. Nada de eso tenía sentido. Miré a Percy, buscando algún tipo de respuesta o confirmación, pero él parecía igual de desconcertado. Bueno, al menos no estaba sola en toda esta locura.
—No...no...no... ¡Oh, no! —Percy levantó una mano como si estuviera intentando desaparecer una alucinación—. ¿Todo fue real? ¿Mi mamá se ha ido?
Se me paralizó el cuerpo, y una sensación helada me recorrió de solo pensar que Sally estaba muerta.
¡No podía ser! Simplemente no tenía sentido.
Miré a Percy. Me sentía incapaz de decir algo que lo ayudara. Tragué saliva y apoyé la cabeza en su hombro, tratando de darle algún alivio que sabía que no sentiría. Su madre había muerto, no había forma de consolarlo, sólo podía darle mi apoyo y compañía.
—Lo siento, Percy... —empezó a decir Grover, su voz apenas un murmullo—. Hice lo que pude, en serio. Pero soy un protector de nivel uno. Aún no tengo mis cuernos. Fue mi culpa. Mi trabajo era protegerlos. A los tres.
Percy miró a Grover y luego a mí. Tragó saliva y asintió como perdido en sus pensamientos. Se llevó mi mano a los labios y me besó el dorso, forzándose a esconder el brillo en sus ojos que delataban las lágrimas. Le dio una palmada en el brazo a Grover dándole a entender que estaba bien.
No estaba bien. Los tres lo sabíamos, pero Percy no se derrumbaría hasta que no estuviera completamente solo conmigo. Siempre era así, así que decimos no presionarlo.
Grover nos dio un vaso con algo llamado néctar, que dijo que nos ayudaría a terminar de sentirnos mejor. Luego nos instó a seguirlo fuera de la enfermería. Percy tomó su mochila y yo la mía y antes de salir me tomó de la mano, apartándome a un lado.
—¿De verdad estás bien? Te vi darte un golpe bastante fuerte —dijo en voz baja, acariciando mi mejilla.
—Estoy bien, cariño.
—No me mientas.
—No lo hago. Sobrevivimos. Estamos juntos. Eso es lo único que importa ahora.
Parecía que quería decir algo más, en su lugar, me besó. Sus labios fueron un alivio en medio del caos, como si todo el peso del mundo desapareciera por un segundo. La sensación de sus dedos acariciando mi mejilla me hizo querer quedarme ahí, detener el tiempo, pero sabía que no podía.
Cuando finalmente nos separamos, sus ojos se mantuvieron fijos en los míos, buscando algo, tal vez una respuesta que no sabía si tenía.
Un carraspeo nos recordó que no estábamos solos. Grover nos dio una sonrisa burlesca.
—Ya tendrán tiempo para los besos a la noche, ahora muévanse, hay mucho por ver.
Respiré hondo, apretando la mano de Percy, sintiendo la firmeza de su agarre, y aunque sabía que esto, lo que fuera que sea, apenas estaba comenzando, pero por un momento, me sentí un poco más fuerte.
—Vamos —dije, mirando a Percy—. Lo que sea que venga, lo enfrentaremos juntos.
Salimos de la enfermería. Fuera parecía un campamento militar en medio del bosque. Debíamos de estar en la orilla norte de Long Island, porque a ese lado de la casa el valle se fundía con el agua, que destellaba a lo largo de la costa. Lo que vi me sorprendió sobremanera. El paisaje estaba moteado de edificios que parecían arquitectura griega antigua —un pabellón al aire libre, un anfiteatro, un ruedo de arena—, pero con aspecto de recién construidos, con las columnas de mármol blanco relucientes al sol. En una pista de arena cercana había una docena de chicos y sátiros jugando al voleibol.
Más allá, unas canoas se deslizaban por un lago cercano. Había chicos vestidos con camisetas naranja como la de Grover, persiguiéndose unos a otros alrededor de un grupo de cabañas entre los árboles.
—Y bien, este es el Campamento Mestizo.
—¿Mestizo por qué? —cuestionó Percy.
Estábamos pasando por un sendero donde unos chicos disparaban con arco a unas dianas. Otros peleaban con espadas tan afiladas que seguro le sacarían un ojo a alguien. Otros montaban a caballo por un sendero boscoso y, a menos que estuviera alucinando, algunas monturas tenían alas.
—Seguro lo sabes —dijo Grover—. Mitad y mitad. Mitad dios y mitad mortal.
En eso, el grupo que estaba disparando con los arcos, soltaron las flechas. Me quedé asombrada al verlas. Solo tenía un pensamiento: quería uno de esos.
Una de las flechas pasó volando tan cerca de mi cara que el aire cortó mi respiración. Percy me empujó bruscamente detrás de él, al tiempo que Grover se puso delante de nosotros.
—¡Oigan, cuidado con esas flechas! —les gritó señalándonos—. Tenemos un par de nuevos aquí. ¿No ven?
El grupo se detuvo al instante, mientras todos volvían la mirada hacia nosotros. Unos parecían un poco avergonzados, otros simplemente curiosos. Otros soltaron unas miradas burlonas antes de alejarse.
Percy les dio una mirada de muerte y luego me miró, revisando que no me hubieran hecho daño.
—¿Estás bien? —Asentí.
—Miren, chicos —dijo Grover, continuando el recorrido—. ¿Recuerdan los mitos sobre las diosas y dioses griegos? Pues que creen, no son mitos. Escuchen, ¿recuerdan lo que dijo el señor Bruner, que a veces bajan a la tierra y se enamoran de mortales, y luego tienen... hijos? —agregó dándonos a ambos una mirada burlona.
—No es cierto —mascullé, incrédula.
—Si lo es.
—¿Quieres decir que somos...?
—Sep, así es. Son semidioses. ¡Dos puntos para Darcy!
—Ay, Grover, no —me quejé. Grover siempre insistía que era nuestro nombre de pareja, a mí me parecía horrible.
Se rió y me pasó la mano por la cabeza, despeinándome. Lo aparté de un manotazo. Odiaba que me tocaran el cabello.
—Pero descuiden, no están solos, hay cientos en el mundo —dijo colocándose entre ambos y pasando los brazos por nuestros hombros—. Algunos llevan vidas normales, y otros cuyos nombres no mencionaré, son muy famosos. Estoy hablando de la Casa Blanca.
Todo esto me parecía como estar en un sueño, o una novela de fantasía. Tan extraño y confuso. Mi padre era un dios. ¿Eso era lo que mi madre había tratado de decirme?
—Verán, en este campamento aprenderán a dominar sus poderes —continuó. Nos mostraba todo el lugar, había tantos chicos de nuestra edad o mayores, todos usando armaduras griegas, cascos y equipados con lanzas, espadas y escudos—. Entrenan para ser líderes, guerreros y héroes.
Cada uno de ellos parecía ser una máquina de combate, con una mirada feroz en sus ojos y un porte que transmitía pura seguridad. Pero lo que más me impresionó fue lo rápido que se movían, como si todo fuera parte de su rutina diaria. No se veía a nadie inseguro, ni titubeante.
—Wow —musité, sin poder evitarlo, mirando a un grupo de chicos que practicaban lucha cuerpo a cuerpo con espadas. Sus movimientos eran rápidos y coordinados, como si fueran uno solo. Vi cómo una de las chicas derribaba a un chico más grande que ella con un hábil giro, y la forma en que se levantaba rápidamente para prepararse para el siguiente ataque.
Grover me observaba con una sonrisa burlona, pero también con un toque de orgullo.
—Tienes a la persona equivocada —dijo Percy negando con la cabeza—. No soy un héroe. Soy un perdedor. —Fruncí el ceño, no me gustaba que se viera de esa manera—. Tengo dislexia, déficit de atención. —Carraspeé y él me miró, enarqué una ceja y se sonrojó—. ¡No quiero decir que por tener eso lo sea! Tú tienes dislexia y no lo eres, eres maravillosa y te he visto tumbar a tipos el doble de tu tamaño, pero yo...no, no soy un héroe.
—Percy, por lo que me dijo Grover, mataste al minotauro. ¡Claro que eres un héroe!
Él negó con la cabeza.
—Pues la dislexia y el TDAH son sus mejores dones —dijo Grover de repente. Ambos lo miramos confundidos—. Cuando intentan leer, las palabras flotan sobre la página, ¿no? Porque sus cerebros están hechos para leer griego antiguo, no inglés.
—Sí —murmuré—. Mi abuelo me consiguió mis libros de texto en griego para que no me fuera tan difícil leer como en inglés.
—Y en el museo podía leer —agregó Percy meditándolo.
—Y el déficit de atención —continuó Grover—. Eres impulsivo, Percy. No puedes estar quieto. Son tus reflejos naturales de batalla. Eso te ha mantenido con vida. Escucha, Dari tiene razón —dijo señalándome—. Ningún perdedor vence al minotauro. Tu sangre es especial. Los dos lo son. —Ambos nos miramos—. Son mitad dioses.
—Tengo mucho que procesar —dijo Percy avanzando.
Y sí. Todo esto era una locura.
Mi padre... un dios. Un dios griego. Como esos de los que había leído en los libros de historia, en los mitos, en las películas.
Nunca me imaginé que una cosa así fuera real. ¿Cómo podía serlo? Estaba aquí, en un campamento lleno de chicos que parecían salidos de la película de Troya, entrenando para algo que ni siquiera entendía bien.
¿Qué se suponía que debía hacer?
Había una extraña sensación burbujeante en mi pecho. Una persona normal pensaría que es un eructo atorado, quizá. Pero más bien se sentía como si algo en mi interior estuviera esperando, empujándome a algo que en realidad no quería entender.
No tenía nada de mi padre. Nada. Ni una foto, ni una carta, nada. Y mi madre... mi madre siempre había sido tan cuidadosa con lo que me decía. Lo sabía, en el fondo, lo sabía. Siempre había hablado de él como si fuera un tema tabú.
Ahora entendía por qué.
¿Cómo le explicas a tu hija que su padre es un dios griego? ¿Cómo le explicas que todo aquello que durante tanto tiempo la hizo sentir un fenonmeno, en realidad tiene una función? Ahora resultaba que mi dislexia era por algo. El no poder leer correctamente, sentirme como si las palabras se desvanecieran en el aire. Todo eso que durante mucho tiempo me había hecho diferente, tan extraña y ajena a lo normal en el mundo real, tenía una razón, un propósito.
Era como si el mundo entero hubiera estado esperando a que lo entendiera, y ahora que lo sabía, me sentía aún más fuera de lugar.
Me aparté de mis pensamientos un momento, mirando el campamento, el bullicio, los chicos entrenando. Grover decía que aprenderíamos a luchar. No lograba imaginarme haciendo las cosas que estos chicos hacían de manera tan natural.
Suspiré, sintiéndome aún más confusa. Mi vida ya no sería la misma.
Pero... ¿y si no estaba preparada para esto? ¿Y si todo esto me quedaba grande?
—Aquí harán casi todo su entrenamiento —dijo Grover.
Entramos en un claro donde un grupo de chicos practicaban combate con espadas. Miré mejor, dándome cuenta que era una sola chica contra diez chicos. Y los estaba dejando en ridículo.
—Vaya —murmuré viéndola. Tenía una manera de moverse que la hacía lucir realmente intimidante. Si iba a hacer esto, esperaba algún día verme como ella.
—¿Cómo se llama?
El tono de voz en la pregunta de Percy me encendió todas las alarmas. Giré la cabeza para verlo, pero él tenía los ojos clavados en esa chica.
Grover se rió.
—Te aplastaría como a una hormiga.
—Ajá. Su nombre —exigió sin dejar de mirarla.
No me consideraba una novia celosa. Nunca había tenido motivos para eso, pero mi madre tenía un dicho: "ojo de loca, nunca se equivoca". Y no me había gustado nada el tono con el que preguntó su nombre. Mucho menos como la miraba.
Era un tono lleno de admiración, casi de fascinación. Como si nunca hubiera visto a una chica como ella.
¿Qué significaba eso? No tenía idea de quién era ella, pero me bastó con ver un par de movimientos y la forma en que Percy la observaba para que algo en mi pecho se retorciera.
Traté de convencerme de que estaba exagerando. ¿Por qué me molestaría por una chica que no conocíamos y que probablemente no tendría nada que ver con nosotros? Pero no era así, algo me gritaba que debía mantener la guardia en alto.
Percy jamás me había dado motivos para ponerme a la defensiva. Aún así, estaba celosa. Y eso no me gustaba.
La chica estaba tan concentrada en su entrenamiento que ni siquiera se dio cuenta de que la estábamos mirando. Pero yo sí. Sus movimientos eran precisos, tan naturales, como si el combate fuera tan sencillo para ella como respirar. Probablemente llevaría años entrenando.
Yo nunca había sostenido una espada, lo más parecido eran los de la colección de cuchillos favoritos de mi mamá para la cocina, y ahora tenía que aprender todo esto en medio de un lugar lleno de gente que parecía haber nacido para esto.
Y ahí estaba Percy, viéndola como la más impresionante que hubiera visto jamás. Era tan obvio que me irritaba. Él no lo decía, pero su mirada lo decía todo.
¿Qué tenía ella que no tuviera yo? ¿Era su habilidad con las armas? ¿Su manera de moverse? ¿O lo impresionante que se veía, como una actriz de alguna película de acción, de esas con las que todos los chicos fantasean?
Suspiré, obligándome a respirar profundamente. No quería ser esa persona, la que se ponía celosa por cosas insignificantes. Pero tenía que admitirlo: no quería que Percy mirara a otra chica de esa manera. No debería mirar a otra así. Yo era su novia.
—Annabeth, hija de Atenea, la diosa de la sabiduría.
Genial. Bonita, fuerte, ágil, inteligente y toda una máquina de combate.
Me crucé de brazos, muy irritada. Y él ni siquiera se había dado cuenta.
Y entonces ella clavó sus ojos en él. En Percy. En mi novio.
Me subió la sangre a la cabeza. ¿En serio? ¿En serio me estaba pasando esto?
Estaba aquí, tratando de concentrarme, de aprender todo este caos nuevo que era mi vida, y ahora tenía que preocuparme por otra chica mirándole como si fuera la única persona en el planeta.
¡Ella ni siquiera tenía que hacer nada! Solo mirarlo, y yo ya estaba ardiendo de celos. Sus ojos se encontraron con los de Percy, y en ese momento, algo en mi pecho se apretó.
Respiré profundo, intentando calmarme, pero la sensación de incomodidad no se iba. Podía decirme a mí misma que no debía sentirme así, que no tenía razón para sentirme amenazada, pero no podía evitarlo.
Annabeth. Hija de Atenea, la diosa de la sabiduría.
La detestaba. Y me odiaba por pensar de esta manera. No quería ser esa chica celosa, insegura, que miraba a todas las demás como amenazas. Pero ahí estaba, super molesta.
¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Competir con ella? ¿Demostrarle a Percy que yo era tan fuerte como ella, tan capaz, tan impresionante? Eso no era lo que quería. No quería convertirme en alguien que tuviera que competir por su atención.
Yo nunca había sido así. Ni siquiera cuando solo eramos amigos. Me sentía celosa de otras, sí; pero jamás me había sentido con la horrible sensación de que iba tener que competir por la atención de un chico.
«Pero ahora es tu novio».
Sí. Exactamente. Mi novio. Y él era el que no tenía por qué estar viéndola en primer lugar.
Le di un manotazo tan fuerte en el estómago que se medio dobló hacia adelante, quejándose.
—¿Qué rayos fue eso? —protestó Percy, enderezándose mientras se sobaba el estómago, con una mezcla de sorpresa e indignación en el rostro.
Le lancé mi mejor mirada de "¿en serio necesitas que te lo explique?". Pero claro, Percy siendo Percy, solo me miró como si no tuviera idea de qué había hecho mal. Lo que, sinceramente, me irritó aún más.
Grover soltó una risa nerviosa, como si no supiera si debía quedarse o salir corriendo.
—Mejor sigamos —dijo tomándolo del brazo—. Vamos.
━━━━━━━━♪♡♪━━━━━━━━
Grover nos llevó a una colina que daba a la playa. El campamento era precioso, lo más bonito que hubiera visto jamás.
—Hay algo que quiero mostrarles. Miren esto —dijo señalando la playa.
Miré hacia donde apuntaba y quedé boquiabierta.
Allí abajo, una manada de caballos. No. Caballos no. Centauros.
Mis ojos se abrieron como platos mientras intentaba procesar lo que estaba viendo. Criaturas mitad hombre, mitad caballo galopaban por la playa con una gracia que no parecía posible. Sus torsos humanos estaban musculosos, algunos portaban arcos colgados a la espalda, y otros, espadas en la cintura. Sus cuerpos equinos brillaban bajo el sol, perfectos, majestuosos.
—¿Son... centauros de verdad? —murmuré, más para mí misma que para los demás.
Uno de ellos se alejó del resto y galopó hacia nosotros.
—Un momento, ¿es el señor Bruner? —preguntó Percy.
Yo no me había percatado hasta que él lo dijo. Pero sí, era el señor Bruner.
—Vamos —dijo Grover.
Lo seguimos colina abajo hasta quedar frente a nuestro profesor de historia.
—¡Señor Brunner! —exclamé.
El profesor de latín me sonrió. Sus ojos tenían el brillo travieso que le aparecía a veces en clase, cuando hacía una prueba sorpresa y todas las respuestas coincidían con la opción B.
—En mi mundo me conocen como Quirón. Veo que ambos ya se recuperaron —dijo asintiendo con la cabeza.
—¿Qué si nos recuperamos? —cuestionó Percy señalándolo—. Usted no está en una silla de ruedas. Tiene...
—Sutil, Percy —murmuré rodando los ojos.
Quirón se rió.
—Trasero de caballo. Disculpen por ocultar mi verdadera forma, pero tenía que vigilarte —dijo a Percy—. Espero que me perdonen.
En cuanto me repuse del hecho de que mi profesor de latín era una especie de caballo, dimos un bonito paseo. La mayoría de los campistas eran mayores que yo. Sus amigos sátiros eran más grandes que Grover, todos trotando por allí con camisetas naranjas del campamento mestizo, sin nada que cubriera sus peludos cuartos traseros.
Paseamos por campos donde los campistas recogían fresas mientras un sátiro tocaba una melodía en una flauta de junco. Quirón nos contó que el campamento producía una buena cosecha que exportaba a los restaurantes neoyorquinos y al monte Olimpo.
—Cubre nuestros gastos. Y las fresas casi no dan trabajo.
También nos contó que Dioniso, el dios del vino, o como todos lo llamaban por aquí, señor D; producía ese efecto en las plantas frutícolas: se volvían locas cuando estaba cerca. Funcionaba mejor con los viñedos, pero le habían prohibido cultivarlos, así que plantaba fresas.
Observé al sátiro tocar la flauta. La música provocaba que los animalillos y bichos abandonaran el campo de fresas en todas direcciones, como refugiados huyendo de un terremoto.
A medida que nos acercamos, reparé en la enorme vastedad del bosque. Ocupaba por lo menos una cuarta parte del valle, con árboles tan altos y gruesos que parecía posible que nadie lo hubiera pisado desde los nativos americanos.
—Los bosques están bien surtidos, por si quieres probar, pero vayan armados.
—¿Bien surtidos de qué?
—¿Armado con qué?
—Ya lo verán. Más tarde hay una partida de captura la bandera. ¿Tienen espadas y escudos?
—¿Yo, espada y...?
—Bien, no creo que los tengan. Luego pasaré por la armería. Ah, sí, y ahí está el comedor.
Quirón señaló un pabellón exterior rodeado de blancas columnas griegas sobre una colina que miraba al mar. Había una docena de mesas de piedra de picnic. No tenía techo ni paredes.
—¿Qué hacen cuando llueve?
Quirón me miró como si me hubiera vuelto tonta.
—Tenemos que comer igualmente, ¿no?
Al final nos enseñó las cabañas, que en realidad eran una especie de bungalows. Había doce, junto al lago y dispuestas en forma de U, dos al fondo y cinco a cada lado. Sin duda eran las construcciones más estrambóticas que había visto nunca.
Salvo porque todas tenían un número de metal encima de la puerta impares a la izquierda, pares a la derecha, no se parecían en nada. La número 9 tenía chimeneas, como una pequeña fábrica; la 4, tomateras pintadas en las paredes y el techo de hierba auténtica; la 7 parecía hecha de oro puro, brillaba tanto a la luz del sol que era casi imposible mirarla.
Me detuve frente a ella. Algo me llamaba allí. Una sensación como tener un nudo atado a mi corazón que tiraba y tiraba con desesperación. ¿Por qué? No podía apartar la vista del brillo que desprendía la cabaña. El sol parecía bailar en su superficie dorada, como si le cantara. Y, de alguna forma extraña, sentía que ese canto también era para mí.
Intenté ignorarlo, sacudir la cabeza y seguir adelante, pero mis pies estaban clavados en el suelo. Todo mi ser estaba atado a esa puerta.
¿Qué tenía esta cabaña que me hacía sentir así? Nada en ella me parecía familiar Pero al mismo tiempo... algo dentro de mí susurraba que ese era mi hogar.
Percy me llamó desde más adelante. Su voz me sacó del trance por un momento, pero apenas me giré para mirarlo, volví a sentir ese tirón en mi pecho, como si el hecho de querer alejarme me estrujara el corazón.
Di un paso hacia la cabaña, solo uno, y mi respiración se aceleró. Algo vibraba dentro de mí, algo que no entendía.
¿Por qué esta sensación? ¿Qué había aquí que me afectaba de esta manera?
Mis dedos se movieron por reflejo hacia la puerta, pero la retiré rápidamente, como si tocarla fuera un paso demasiado grande, demasiado definitivo. No quería que Percy, ni siquiera Grover, notaran lo que me pasaba. Apenas habíamos llegado al campamento y ya había algo tan extraño, un secreto que me llamaba a gritos sobre algo que aún no podía escuchar.
—¿Estás bien? —Percy apareció a mi lado, con una ceja levantada.
—Sí, sí, sólo... —Me obligué a apartar la vista de la cabaña—. Solo estoy cansada.
Él me miró como si no me creyera del todo, pero no insistió.
Mientras me alejaba, sentí que dejaba algo atrás, había cerrado la puerta a un capítulo que ni siquiera sabía que existía. Pero algo era seguro: esta cabaña, esta sensación, no iba a desaparecer.
Traté de concentrarme en el resto. Todas daban a una zona comunitaria del tamaño aproximado de un campo de fútbol, moteada de estatuas griegas, fuentes, arriates de flores y un par de canastas de básquet.
En el centro de la zona comunitaria había una gran hoguera rodeada de piedras. Aunque la tarde era cálida, el fuego ardía con fuerza. Una chica de unos nueve años cuidaba las llamas, atizando los carbones con una vara.
Las dos enormes construcciones del final, las números 1 y 2, parecían un mausoleo para una pareja real, de mármol y con columnas delante. La número 1 era la más grande y voluminosa de las doce. Las puertas de bronce pulidas relucían como un holograma, de modo que desde distintos ángulos parecían recorridas por rayos. La 2 tenía más gracia, con columnas más delgadas y rodeadas de guirnaldas de flores. Las paredes estaban grabadas con figuras de pavos reales.
—¿Zeus y Hera? —aventuré.
—Correcto.
—Parecen vacías.
—Algunas lo están. Nadie se queda para siempre en la uno o la dos.
Bien. Así que cada construcción tenía un dios distinto, como una mascota. Doce casas para doce Olímpicos.
Miré por encima del hombro hacia la 7 de nuevo. Oro, brillaba como el sol. Esa debía ser la cabaña de Apolo. ¿Qué había con Apolo que sentía que me llamaba con tanta fuerza?
Negué con la cabeza. No. Luego. Ahora estábamos con el recorrido.
Quirón se detuvo en la primera de la izquierda, la 3.
No era alta y fabulosa como la 1, sino alargada, baja y sólida. Las paredes eran de tosca piedra gris tachonada con pechinas y coral, como si los bloques de piedra hubieran sido extraídos directamente del fondo del océano.
En eso escuchamos a un montón de chicas llamando a Grover. Los tres las miramos, eran todas preciosas, estaban en bikini en la playa y le hacían señas llamándolo.
—Uh, las hijas de Afrodita —dijo él sonriendo—. Bueno, me retiro. Ustedes tienen mucho de qué hablar. Su madre es la diosa del amor, sabes que es eso. —Salió corriendo hacia ellas—. ¡Hola, preciosas!
—Hombres —murmuré. Miré a Percy. Bueno, no parecía tan impresionado con ellas, al menos.
—¿Qué es este lugar? —le preguntó a Quirón.
—Bienvenido a casa. Esta es la cabaña de tu padre —Le hizo un gesto con la mano a Percy para que entrara primero.
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