━━𝐎𝐧𝐞: Lucky

[Lucky]
By Britney Spears

2:08 ━━━━◉─────── 4:02
◃◃ ⅠⅠ ▹▹

This is a story about a girl named Lucky
Early morning, she wakes up
Knock, knock, knock on the door
It's time for makeup, perfect smile
It's you they're all waiting for

▃▃▃NUEVA YORK

LIMPIÉ LOS BORDES DEL BRILLO LABIAL, CUIDANDO QUE NO HUBIERA NADA DE MAQUILLAJE FUERA DE LUGAR.

Si algo había aprendido de mis novelas favoritas, era que la apariencia era una de las mejores armas que había. No sólo por los beneficios que podía darme mi belleza, sino porque creaba una imagen que me protegía. Si me subestimaban, nunca sabrían que los golpeaban.

—¡Y está vivo! —exclamó Grover a mi lado, aplaudiendo y riendo a carcajadas—. ¡Percy Jackson es una bestia!

Guardé mi espejito y el brillo labial en el abrigo. Sonriendo al ver a mi novio nadar hacia la orilla de la piscina.

—Bien hecho, cariño —dije tomando la toalla y extendiéndola hacia él.

Percy me sonrió y se secó el cabello.

—¿Cuánto fue?

—Siete minutos —respondió Grover, viéndolo con asombro.

—¿Siete minutos? —repitió incrédulo.

—Es increíble. Una locura —insistió Grover.

—Deberías verlo en la playa —dije tomando mi mochila—. Casi nos da un infarto el verano que fuimos a Montauk y se quedó bajo las olas.

Percy y yo éramos amigos hace años. Vivíamos en el mismo edificio y nuestras madres trabajaban juntas en la pastelería Sweet on America en la estación Grand Central.

A veces, se turnaban para llevarnos de vacaciones a la playa o al bosque, y otras, nos íbamos todos juntos.

—¿Cómo lo haces?

Percy se rió.

—Me gusta estar en el agua —respondió encogiéndose de hombros—. Es el único lugar en el que pienso.

Grover y yo decidimos salir de la piscina. Lo esperamos en el pasillo mientras él se cambiaba. Grover era lisiado y andaba con muletas, pero se movía con más agilidad que algunos de los chicos del equipo de fútbol.

Nos apoyamos contra la pared y veíamos pasar a otros estudiantes. Sentía la mirada de Grover sobre mí, una que ya había visto también le dirigía a Percy muchas veces.

Osea, sé que soy hermosa, pero ya empezaba a ponerme incómoda. Estaba por preguntarle qué tanto veía, cuando un grupo de chicas se me acercaron sonriendo.

—¡Darlene! —gritó una, tomándome de la mano con entusiasmo—. ¡Tenías razón, Addam me invitó a salir!

Sonreí, complacida.

—Era obvio, ustedes dos son una pareja maravillosa.

Mientras las chicas a mi alrededor reían y hablaban emocionadas sobre la cita de Addam, traté de mantener la misma sonrisa. Pero sentía los ojos de Grover todavía fijos en mí, y aunque sabía que no tenía mala intención, no podía ignorar la incomodidad que me provocaba. Percy no tardaría en salir, y el simple pensamiento de verlo me calmaba un poco.

—Eres como... ¡una gurú del amor o algo así! —dijo una de las chicas, tirando de mi brazo—. Deberíamos ir de compras juntas.

Reí por lo bajo.

—Quizás algún día —dije, apartándome suavemente.

Una de las chicas alzó una ceja, pero antes de que pudiera responder, la puerta del vestidor se abrió y Percy salió, con el cabello húmedo y despeinado. Mi corazón dio un pequeño brinco.

Se acercó y tomó mi mano, dándome un beso en la mejilla.

Me despedí rápidamente y nos alejamos. Nos encaminamos de regreso a las otras clases, Percy apretó suavemente mi mano. Estar con él siempre ha sido fácil, natural, la transición de amigos a novios había sido como algo que solo sucede porque así es como debe ser. No habíamos cambiado tanto, solo los besos eran nuevos.

Entramos a los pasillos, en medio del caos de una preparatoria. Era demasiado vulgar para mí gusto, incluso algunas parejas se metían mano sin pudor alguno. Era un desastre total, y ya era nuestra normalidad.

—Ojalá pudiera pasar todo el día en el agua en vez de estar aquí —se quejó Percy.

—Sí, no es como lo vemos en televisión —agregó Grover.

—Si fuera como en la televisión, yo quisiera estar en High School Musical —comenté y Percy me sonrió.

—Todos los días es lo mismo —gruñó Grover. En eso, dos chicos comenzaron una fuerte pelea contra los casilleros y tuvieron que ser separados por los maestros—. Míralos.

Rodé los ojos. Estaba cansada de aguantar a tanto bruto junto.

Entramos a la clase de literatura y nos dirigimos directamente hacia el fondo. Colgué mi bolso en el asiento y miré confundida a la señora parada frente al pizarrón, estaba escribiendo algo que no alcanzaba a distinguir por mi dislexia, pero una cosa era segura. No era nuestra maestra.

Me giré hacia Percy, enarcando una ceja y él se encogió de hombros.

—Buenos días —dijo seria, cruzándose de brazos—. Soy la señorita Dodds, soy su maestra suplente.

«Le vendría mejor un labial mate, quizá en color nude almendra y un buen corte de cabello. Cobrizo, porque ese castaño la hace parecer más mayor» pensé mordisqueando mi lápiz.

—Othello Acto 4 Escena 2 ¿Alguien puede decirme qué intentó expresar Shakespeare con este diálogo de Othello?

Entrecerré los ojos para comprender más la frase, pero me comenzó a doler los ojos, así que busqué el pasaje en mi copia de Othello escrita en griego. Cuando era pequeña, mi abuelo descubrió, por alguna extraña razón, que no me costaba tanto leer el griego como el inglés, así que muchos de mis libros estaban escritos en griego.

"Comprendo la furia en tus palabras, pero no las palabras."

—Percy Jackson —dijo la señora Dodds, mirándolo fijamente—. ¿Y bien?

—Lo siento, no lo sé —respondió sin ánimos tras unos segundos de silencio.

La señora Dodds lo miró con una ceja arqueada y luego al salón.

—¿Alguien más? —cuestionó y luego clavó sus ojos en mí—. Darlene Backer.

—La falta de comunicación y el malentendido que prevalecen en la obra —respondo sin mirarla—. Desdémona expresa su frustración y dolor porque, aunque percibe el enojo y la angustia de Othello, no puede comprender la base de sus acusaciones ni la lógica detrás de sus palabras. Los personajes tienen una clara incapacidad para comunicarse de manera efectiva y así entender las razones detrás de las acciones. —Me aparté el cabello de la cara—. Toda la obra trata de malentendidos a raíz del exceso de emociones sin ninguna explicación racional. Othello está consumido por los celos y la ira, y esto afecta su capacidad para comunicarse claramente y para escuchar. Le pide a Desdémona que jure ante los cielos ser fiel y aún cuando ella lo hace, decide no creerle, eso aumenta la confusión de Desdémona y por ende, la desconfianza de Othello al ser ella "incapaz" de explicar su supuesta infidelidad.

Se instaló un silencio en el salón. Algunos comenzaron a murmurar y reírse, pero decidí ignorarlos y centrar mi mirada en la señora Dodds, enarcando una ceja y sonriendo con suficiencia.

Podía tener dislexia, pero jamás me iban a tomar por sorpresa con las tragedias de Shakespeare. Desde pequeña desarrollé un gusto particular por ellas. Era extraño, me gustaba coleccionar distintas ediciones de sus libros y los guardaba con mucho amor, como una fascinación tierna ante los dibujos de un niño dados a su madre.

—Muy bien, señorita Backer —dijo la señora Dodds entre dientes.

Me coloqué los auriculares. Miré por encima del hombro y le guiñé un ojo a Percy, él me dio una sonrisa que no llegó a sus ojos.

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La llave hizo un ruido sordo en la puerta, entré al apartamento y me arrastré a la cocina.

—Ya llegué —dije a la nada. Mamá estaba trabajando, y siempre estaba sola cuando volvía de la escuela.

Rellené mi botella de agua, una manzana de la nevera, le di un mordisco y me fui directo a mi habitación, con la mochila colgando de un hombro. 

Dejé las cosas en el escritorio y me coloqué los auriculares, mientras sacaba las cosas de mi bolso. Dejé la puerta entreabierta y lancé la mochila sobre el escritorio, sintiendo el alivio de deshacerme del peso. Mis cosas se desparramaron sobre el escritorio, pero no me molesté en ordenarlas. 

Tomé un respiro profundo, dejé la manzana sobre la mesa y me puse los auriculares. Me senté tomando un lapiz y mi cuaderno de dibujo. Me dejé llevar sin prestar mucha atención.

She's so lucky, she's a star, but she cry, cry. If there's nothing missing in my life —canté por lo bajo—. Then why do these tears come at night?

Tracé los contornos de la mandíbula, las líneas rectas de la nariz y los mechones rizados del cabello. A medida que avanzaba, sentía cómo el dibujo cobraba vida, como si esos ojos, perfectos y helados, pudieran mirarme a través del papel. 

Lo observé sintiendo mi corazón acelerarse. Sin darme cuenta, tracé con los dedos el papel. Había algo en esos dibujos que siempre me dejaba con una sensación de ausencia. Una que no sabía cómo llenar.

Mi ventana se abrió de repente y me sobresalté. Cerré rápidamente el cuaderno, me quité los auriculares y miré hacia ella, sonriendo. Al menos hasta que vi su expresión.

—¿Gabe?

—Es un cerdo —espetó Percy luego de entrar—. No entiendo por qué sigue con él. 

La frustración en su rostro era evidente, y aunque Percy intentaba ocultarlo, podía sentir el enojo en su voz. Me quedé quieta, observándolo mientras se paseaba por mi habitación, moviendo el pie en el suelo, claramente inquieto. A pesar de todo, siempre me impresionaba la facilidad con la que Percy podía llenar un espacio con su energía, sin siquiera intentarlo.

—¿Qué pasó esta vez? —pregunté, dejando el lápiz a un lado.

Percy se detuvo un momento. Sabía lo que venía. Cada vez que mencionaba a Gabe, su tono cambiaba. Ese hombre era un problema constante.

—Lo de siempre. Le falta el respeto —espetó dejándose caer en mi cama. Suspiró, apetandose el puente de la nariz—. Ella podría tener al hombre que quiera. Y se conforma con un cerdo. Tiene que estar muy enamorada o no sé. No lo entiendo.

—No lo ama. —Levantó la cabeza para mirarme—. No lo hace —repetí encogiéndome de hombros. Me acerqué a él y me recosté a su lado, apoyándome sobre el codo para verlo—. Créeme, amor no es lo que la mantiene a su lado. No sé qué, pero no lo ama.

Soltó un bufido.

—Entonces peor. Si fuera amor al menos podría entender que esté cegada, pero esto lo hace peor.

Nos quedamos en silencio unos segundos. Aparté un mechón de cabello que le caía justo sobre sus ojos.

—No todos tienen suerte en el amor —susurré.

Él me miró, y enterró la mano en mi cabello para atraerme hacia sí, besándome suavemente. Deslicé mis dedos por su mejilla, tratando de calmarlo, aunque en el fondo sabía que nada de lo que yo dijera o hiciera podría cambiar lo que sucedía con su madre. Cuando nos separamos, nuestros rostros quedaron a centímetros de distancia, su aliento cálido mezclándose con el mío.

—Lo siento —murmuró, sus ojos azules luciendo más cansados de lo normal—. No me gusta cargarte con mis problemas.

Le sonreí, aunque por dentro sentía una punzada de dolor. Sabía lo mucho que su madre significaba para él, y lo mucho que le dolía verla atrapada con Gabe. 

—No te preocupes —le dije, apartando el mechón de su frente—. Soy tu novia.  Estoy aquí para ti. Lo sabes, ¿verdad?

Asintió, aunque su mirada seguía perdida en algún lugar entre la frustración y la impotencia. Me recosté a su lado, apoyando mi cabeza en su pecho, y sentí cómo relajaba un poco sus músculos. Nos quedamos en silencio durante unos minutos, mientras él jugaba distraídamente con un mechón de mi cabello.

—No sé qué haría sin ti —susurró contra mi cabello.

—Afortunadamente, no tienes que averiguarlo —bromeé, tratando de aliviar la tensión.

Sentí su mano deslizarse por mi espalda mientras cerraba los ojos, disfrutando de ese momento de paz, hasta que nos quedamos dormidos.

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Pero la paz no es algo que dura, y eso lo comprobé una semana más tarde, cuando nuestra clase hizo una excursión a Manhattan al Museo Metropolitano de Arte a ver cosas griegas y romanas.

Íbamos subiendo las escaleras para entrar con el grupo escolar. Percy iba quejándose de que se iba a aburrir y Grover iba hablando de un nuevo disco que había comprado. Yo iba mascando una barrita de cereal, no había podido desayunar e iba muerta de hambre.

Estiré la mano para tomar la de Percy, que iba a mi lado, y me encontré el vacío. Miré hacia atrás, y lo vi mirando hacia la calle con extrañeza.

—¿Estás bien? —pregunté acercándome a él. Pero no me respondió, así que apoyé la mano en su brazo—. ¿Percy?

No apartó la vista de la calle, y eso me hizo sentir una punzada de inquietud.

—Percy —insistí, esta vez con un tono más firme. Mis dedos apretaron su brazo, intentando sacarlo de su trance.

Finalmente, parpadeó, como si hubiera estado perdido en otro mundo. Giró la cabeza hacia mí, pero sus ojos seguían desenfocados, como si su mente estuviera a kilómetros de distancia.

—¿Qué?

—¿Estás bien?

—He...sí, solo...creí ver a alguien —dijo negando con la cabeza. Me sonrió, en un intento de darme tranquilidad, y me tomó de la mano—. Vamos, nos hemos quedado atrás.

Había algo en sus ojos, una especie de confusión que no lograba ocultar, pero su sonrisa, aunque débil, me desarmó. Decidí no insistir. Con Percy, a veces era mejor dejar que las cosas se desenvolvieran a su propio ritmo.

—Está bien —respondí con una media sonrisa, entrelazando mis dedos con los suyos.

Volvimos a caminar, acelerando el paso para alcanzar al grupo. Nos ubicamos al lado de Grover, reunidos alrededor de una columna de piedra de casi cuatro metros de altura con una gran esfinge encima, mientras escuchábamos al profesor Brunner.

El señor Brunner era un tipo de mediana edad que iba en silla de ruedas motorizada. Le clareaba el cabello, lucía una barba desaliñada y una chaqueta de tweed raída que siempre olía a café. Estaba contando sobre la enorme columna, la cual antiguamente había sido un monumento mortuorio, una estela, de una chica de nuestra edad. Nos habló de los relieves de sus costados. Yo intentaba prestar atención, porque parecía realmente interesante.

Luego nos llevaron a una sala llena de esculturas antiguas. Las luces estaban bajas, como si eso ayudara a preservar la antigüedad de las piezas. Caminé junto a Percy hasta detenerme frente a una estatua enorme de mármol. Había varias, y el señor Brunner estaba más interesado en las tres principales y más grandes. Pero yo no podía apartar la mirada de una de un hombre joven con rizos que caía en suaves ondas alrededor de su rostro. Sus rasgos estaban tan bien esculpidos, que de no ser por el mármol, podría pensar que era real. Tenía una expresión serena, sentado tocando la lira, envuelto en lo que debían ser telas de seda o lino.

Leí la inscripción debajo. Ἀπόλλων.

«Apolo».

Ya lo había visto antes. En mis dibujos. Y en un sueño.

Al menos creía que era un sueño. No recuerdo haberlo soñado, pero sí la sensación de haberlo visto en uno.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

—¿Te gusta? —me preguntó Percy, interrumpiendo mis pensamientos. Estaba de pie a mi lado.

—¿Qué?

—La estatua —dijo señalándola—. Te has quedado absorta.

Parecía una duda normal. Me gusta el arte y todo ello, pero por alguna razón, su pregunta me puso incómoda. Tragué saliva, y me forcé a sonreír.

—Creo que cuidaron muy bien los detalles, parece casi real. —Él asintió, no muy convencido. Así que lo arrastré más cerca del grupo para escuchar al señor Brunner—. Vamos.

—Hay doce dioses del Olimpo —decía el profesor—. Los tres principales son los hermanos: Zeus, Poseidón y Hades. Ellos adquirieron poder derrocando a su padre, Cronos. Lo cortaron en pedazos. Los tres dioses son rivales desde entonces. Siempre discutiendo, siempre declarando la guerra.

Nos movimos hacia otras imágenes, y me di cuenta que Percy estaba con sus auriculares. Rodé los ojos, pero lo dejé estar. Este tipo de cosas en serio lo aburrían.

—En varias ocasiones, bajaron a la tierra para... —Brunner meditó cómo continuar—... ¿cómo se los digo?

—¿Divertirse? —propuso Grover en broma, dándole un codazo a Percy.

Varios se rieron. Percy rodó los ojos, pero esa sonrisa me dijo que sí estaba escuchando al menos un poquito.

Brunner asintió.

—Se divertían con mortales. Los hijos de estas uniones eran mitad dioses, mitad humanos —continuó—. ¿Alguien sabe como se les llama? —Nadie respondió—. ¿Percy?

Le pellizque el brazo, justo cuando Grover le dio un golpe en el estómago.

—Percy, te está hablando —susurré.

Él se quitó los auriculares, y miró al profesor con una mezcla de confusión y pena.

—Perdón, ¿qué decía, señor Brunner?

El señor Brunner frunció el entrecejo, y apoyó los codos en su silla para inclinarse un poco hacia adelante.

—¿Cómo se llama al producto de un humano y un dios?

—Semidiós.

—Exacto —dijo el profesor—. Muchos se convirtieron en grandes héroes, como Hércules y Aquiles. ¿Puedes nombrar a otro? —Esperó a que respondiera, pero como no lo hizo, agregó—: Te voy a ayudar. Tú tienes algo en común.

Levanté la vista hacia la estela delante nuestra. Tenía una inscripción en la parte superior.

Ο Περσέας νικά τον Κήτο.

«Perseo derrota a Ceto».

—¿Perseo?

Brunner asintió.

—Correcto. —Giró la silla hacia otra estela—. Por aquí tenemos otra representación del león de Nemea contra Hércules. Hércules mató a la bestia con sus propias manos y tomó su piel como trofeo.

—Percy.

Me giré hacia la señorita Dodds. Ella miraba fijamente a mi novio de una manera que me puso los vellos de punta.

—¿Sí, señorita Dodds? —preguntó él sin darle mucha importancia.

—Tengo algo que decirte.

—Uhm...ok.

Ella no lo esperó, se giró hacia una puerta lateral que decía "Sala temporalmente cerrada" y entró.

Percy me miró con confusión y solo se encogió de hombros antes de seguirla. Algo en esto me sonaba mal. Como un horrible presentimiento.

Me giré hacia Grover, que estaba mirando la puerta con una expresión de desconcierto.

—No me gusta esto —dijo, rascándose la cabeza.

—Ni a mí —respondí, sintiendo que la ansiedad crecía en mi pecho—. ¿Qué se supone que está pasando?

No me respondía. Observé al resto de la clase, quienes parecían tan ajenos al malestar que sentía como si estuvieran en otro mundo. El profesor Brunner continuaba hablando sobre los héroes, pero yo solo podía pensar en Percy.

—Este fue el primero de los doce trabajos de Hércules impuestos por su primo, el rey Euristeo. Los siguientes once trabajos fueron aumentando en dificultad, le llevó tres meses a Hércules llevarlos a cabo....

Decidí seguirlos, no me importaba tanto la interesantísima clase de los trabajos de Tontules. El tipo tenía serios problemas, a mí nadie me va a convencer que era tan buenito e inocente como lo pinta Disney.

—Voy a ver qué pasa —murmuré, más para mí misma que para Grover.

—No, espera, Darlene. —Grover intentó detenerme, pero lo ignoré.

La puerta estaba entreabierta, y el sonido de sus voces llegó a mí, claro como el cristal. Lo extraño era que la voz de la señorita Dodds no parecía una voz normal, sino una serie de gruñidos.

El corazón me latía a mil.

Decidí acercarme más, intentando no hacer ruido. Colocando la mano en la pared fría, asomé un poco la cabeza por la rendija. La sala estaba oscura y llena de sombras, y lo que vi me hizo temblar.

Percy estaba en el suelo, observando a una criatura con brillantes ojos negros, los dedos alargados en garras y tenía enormes alas coriáceas.

Me quedé helada. Aquella mujer no era humana. Era una criatura horripilante con alas de murciélago, zarpas y la boca llena de colmillos amarillentos, y quería hacerlo trizas.

—¡Tú fuiste quien robó el rayo! —gruñó.

—¡No sé de qué está hablando! —gritó él poniéndose de pie y retrocediendo.

Yo estaba por entrar en pánico. Mis piernas se sentían como plomo. Todo me parecía tan irreal que pensé estar en medio de una pesadilla. Mi cabeza gritaba que corriera, que saliera de ahí, pero no podía dejar a Percy solo.

Me forcé a moverme, miré detrás buscando ayuda, pero por alguna razón, en ese momento estaba sola. Ninguno de nuestro grupo estaba ahí, debían haberse ido a otra sala, pero tampoco había nadie más. Ningún turista o guardia.

—¡Dámelo!

Ok. Nadie vendría a ayudarnos.

Empujé la puerta con fuerza, justo para ver a ese monstruo sostener a Percy en el aire.

—¡Eh, pajarraco! —grité quitándome mi tacón y se lo tiré a la cabeza. La criatura me miró cuando le dio de lleno en plena frente—. Suelta a mi novio.

La criatura lo soltó, dejándolo caer cerca mío y gruñó.

Volando hacia mí con las garras extendidas.

Me quedé petrificada por un segundo. Mi cerebro gritaba que corriera, pero mis piernas no reaccionaban. Sentía la adrenalina bombeando en mis venas, mi corazón latiendo tan rápido que parecía que fuera a salirse de mi pecho. No tenía idea de qué demonios estaba pasando, pero una cosa estaba clara: si no hacía algo, iba a acabar hecha pedazos.

Percy se estaba levantando a mi lado, aturdido y confundido, pero no había tiempo para ayudarlo. El monstruo estaba a solo unos metros de mí, sus alas batiendo con fuerza, llenando el aire de un hedor repugnante.

Entonces, casi por puro instinto, busqué con desesperación algo más para lanzar. Hice lo único que se me ocurrió. Me quité el otro tacón y se lo arrojé con todas mis fuerzas.

Pero esta vez, la criatura estaba lista. Con un movimiento rápido, esquivó el tacón y soltó un chillido que me perforó los oídos. El sonido era tan agudo que sentí que mi cabeza iba a explotar.

Percy me tomó de la mano y corríamos hacia el otro extremo de la sala, tratando de esquivar los zarpazos de la señorita Dodds.

—¡Dámelo! —gritaba.

—¡¿Qué quiere?!

—¡No tengo idea!

Me tropecé con mis pies, y caí de bruces. Percy se volvió a ayudarme, sin dejar de mirar a la señorita Dodds que revoloteaba con sus garras sobre nosotros.

—¡Dámelo o te arrancaré el corazón! —bramó.

En eso, la puerta se abrió bruscamente.

—¡Percy, Darlene! —gritó Grover entrando con el profesor Brunner.

—¡Déjalos! —ordenó.

—¡Tú! —La criatura soltó un chillido furiosa, clavando sus ojos horribles en el señor Brunner.

—¡Dejalos en paz o te juro que te haré pedazos! —exigió.

Y la señorita Dodds dio un último alarido y se estrelló contra la ventana, perdiéndose en la distancia.

Grover se acercó a mí y me ayudó a levantarme. Apenas podía sostenerme en pie, todavía temblando por la descarga de adrenalina.

—¿Qué... qué acaba de pasar? —chillé temblando.

Todo en la sala parecía haber cambiado de repente, como si una burbuja invisible hubiese estallado a nuestro alrededor, pero... no tenía sentido.

—¡¿Qué fue esa cosa?! —Percy estaba igual o peor que yo.

Los dos no parábamos de balbucear, sin comprender qué había pasado. Grover intentaba calmarnos sin mucho éxito.

—Una furia oculta en la escuela —dijo el señor Brunner negando con la cabeza—. Debí imaginarlo.

—¿Una furia? —repetí en pánico.

—¡¿Qué es una furia?!

—¡¿Cómo que una furia?! ¡Esas cosas son mitos! —chillé—. ¡No son reales!

—¡¿Qué es una furia?! ¡¿Y por qué dijo que la haría pedazos?!

Grover y el señor Brunner nos miraron.

—¿Qué es lo que quería, Percy?

Lo miré respirando agitadamente.

—Dijo...dijo que yo había robado...un rayo y no sé qué más.

—Lo encontraron —susurró el señor Brunner. Grover puso una expresión de pesar—. Corre peligro.

—¿Encontrarlo? ¿Quién lo encontró? —cuestioné tratando de calmarme.

—Shhh.

—¡Oiga, no me sushee!

—Ya no está seguro aquí.

—¿A dónde lo llevo? —preguntó Grover.

—No hay opción. Al campamento.

—¿Qué? —Percy me tomó del brazo, como si quisiera salir corriendo de allí conmigo—. ¿Qué campamento? ¡Hola, estamos aquí!

—¿Y Darlene?

El señor Brunner me miró como si yo fuera un fantasma o algo así.

—Están juntos y ella también está en peligro. Si creen que es el ladrón no hay lugar seguro ni en el cielo ni en la tierra. —Miró a los dos y metió una mano en su abrigo, sacando un bolígrafo—. Percy, usa esto para defenderte. Es una poderosa arma. Cuídala bien. Solo usala en una verdadera emergencia.

«Ya enloqueció el viejito».

Percy la tomó.

—Es un bolígrafo —dijo con incredulidad—. ¡Es un bolígrafo!

—Llévalos con sus madres —ordenó, tomando a Grover de la camisa—. Y no los pierdas de vista.

—Descuide —dijo él. Nos miró con el ceño fruncido—. Vamos, muévanse. Los dos. Rápido.

Echó a andar hacia la salida sin esperarnos. Percy lo siguió y yo me apresuré a tomar mis tacones y salir corriendo detrás de ellos.

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