𝗼𝗻𝗲. 𝑠𝑤𝑒𝑒𝑡 𝑑𝑟𝑒𝑎𝑚𝑠
" ONCE UPON A DREAM "
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Cuándo se abre la mañana, roja como sangre está. Unos dicen que el mundo terminara en fuego, otros dicen que en hielo. Nada cambiaría la satisfacción que sentía la pequeña Naenyra con cada palabra que sus ojos amatistas captaban. Ella disfrutaba de leer un libro junto a Aemond, la persona que jamás se alejaba de su lado. Ambas criaturas estaban bajo el mismo árbol con un gran libro adquirido por Laenor el padre de Naenyra.
Aemond tomaba su mano, con un pequeño anillo creado con margaritas recién recogidas. Ella llevaba uno a juego, era algo que conectaba sus corazones.
- Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la tarde aún más hermosas las flores se abrirán. - Aemond leyó con una voz delicada, volviendo su mirada hasta Naenyra.
- Mmh. - Fue la única respuesta, la pequeña se había distraído un poco cuándo él había prosiguido a leer.
Naenyra estaba jugando con unos petalos delicados, ella solía distraerse mucho algo que divertía a Aemond. Los petalos se enlazaron entre sus manos junto a sus tallos, creando una corona a base de las plantas.
- ¿Eso es para ti? Te verias muy bonita con ella. - Aemond agachó la mirada notando sus mejillas rosadas. Naenyra entonces nego con una sonrisa alegre.
- Es para ti. - La niña le puso con delicadeza el objeto en su hermoso cabello palido.
Aemond término con sus ojos algo abiertos al igual que sus labios, cuándo ella se lo puso, hincho sus cachetes.
- ¿Parezco un príncipe decente para ti? - El niño se puso algo serio con su corazón palpitando con velocidad por la respuesta que obtendría.
- ¡Siempre te ves bello! - Con un tono alegre, abrazandolo con cariño llenando a Aemond de calidez.
Las nubes se movieron calmas mientras la temperatura era un poco más fría. Pequeños y felices, no les impidió disfrutar su mañana como la mayoría de días.
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Bordados, belleza, singularidad. La clase de costura era algo complicada para Naenyra mientras que para Helaena le era fácil. La pequeña ojos de amatista prefería corrotear por el campo como un jabalí o pintar cuándo su madre se lo permitía. Cada vez que intentaba inspirarse en sus puntadas se pinchaba, manchando sus pequeños diseños.
Helaena observo con delicadeza a su sobrina notando su cabeza gacha.
- ¿Que ocurre? - La voz de Helaena era muy baja.
- No sé me da bien... - La pequeña movio sus pies que no llegaban al suelo. Antes de que pudiese contestar Helaena, la septa se interpuso entre ambas niñas.
- Debes ser delicada, Naenyra, las princesas saben hacer bordados. - Las palabras de la septa hicieron sentirse mal a niña.
- Perdón. - Las palabras eran cortas pero su corazón podía sentirlo.
Los minutos se sentían eternos e interminables, como si el tiempo se paralizase. La septa tuvo que irse un segundo para encargarse de algo más así que Naenyra sin aguantar más se levanto. Está se acercó a la ventana observando a sus hermanos junto a Aemond y Aegon en el entrenamiento.
- Tendrá que sacrificar un ojo para que nazca el amor. - Helaena murmuro haciendo que la más pequeña la mirase.
- Eso debe doler. - La respuesta fue sencilla ya que muchas veces Naenyra no lograba entenderla, pero amaba escucharla.
Unos pequeños rizos corretearon a la vista amatista, volviendo a castillo. Eran los hermanos de la niña lo que la dejo confusa ya que sabía que el entrenamiento aún no terminaba. La septa volvió con el guardia que se encargaba de Annie, Harwin Strong.
- Mi princesa, ya nació su hermano. - Esa noticia hizo saltar de alegría a la niña corriendo hacia Harwin tomando su mano, tirando de éste.
Esa acción hizo que soltase una pequeña carcajada siguiendola. Harwin siempre cuidaba a la pequeña al igual que a sus hermanos por ser sus hijos biológicos, le costaba ocultar su cariño hacia los niños.
Una vez en la habitación la ojos amatista corrió junto a sus hermanos para poder ver al recién nacido. Los tres niños parecían moscas revoloteando alrededor de su madre.
- Tranquilos, mis niños. - Rhaenyra comentó con dulzura. El silencio se instauró pero las ganas de hablar seguían ahí.
- Madre, ¿Cómo se llama? - Jacaerys fue el primero en hablar.
- Joffrey. -
- Joffrey... - Los más pequeños se miraron entre sí repitiendo el nombre.
Laenor apareció acercándose a los pequeños con una gran sonrisa.
- ¿Ya se lo habéis dicho a Vuestra madre? -
Lucerys negó con energía observando a sus hermanos.
- Los tres nos encargamos de elegir el huevo de dragón hace días. -
- ¡Era el más grande! - Naenyra contribuyó con alegría.
Rhaenyra río con tranquilidad dándoles después un beso como agradecimiento a cada uno en la frente, teniendo cuidado con el bebé.
Harwin se había quedado en la puerta pero decidió adentrarse para conocer a su hijo. Laenor al verlo se acercó pasando sus manos por las espaldas de los más pequeños empujandolos con delicadeza.
- Vamos, remolinos. -
Jacaerys los siguió también, pero Lucerys seguía suplicando querer sostener en sus brazos al recién nacido.
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Dedos delicados acariciaban la pequeña mano de Aemond, Naenyra entusiasmada le estaba contando sobre su nuevo hermano. Aemond la escuchaba con un brillito en sus ojos, solo verla con tanto entusiasmo lo hacía sonreír.
- Es muy pequeñito. - La niña hizo unas señales con sus manitas, algo que hizo suspirar un poco al niño. El plateado solo quería tomar su mano.
- No. - Contesto directamente, buscando su mano otra vez apartando la mirada hacia un lado, no quería que Naenyra lo viese sonrojarse.
- Vale. - La niña respondió con una sonrisita también con un leve rubor en sus mejillas, enlazando sus manos.
El reposo se formó entre ellos, hasta que la reina verde hizo acto de presencia, el niño soltó rápido a la pequeña al saber cómo era su madre. Naenyra se sintió triste ya que no entendía mucho sobre las razones de Alicent.
Los ojos castaños de la adulta notó a ambos niños antes de que se separasen. Eso hizo algo arder en el interior de está, rabia.
- Aemond, tu hermano te busca, ve. - La voz cortante era notable sobre todo para él ya mencionado.
Este temió de su madre observando a Naenyra con una expresión apagada, si él pudiera se escaparía con ella para siempre sin preocupaciones familiares y sin importarle su bastardez.
La niña se quedó sola con la reina verde, ella sin saber que había hecho mal hizo una reverencia rápida.
- Deberías ir con tus hermanos, se hace tarde. - Alicent se dio la vuelta pensando que la niña no diría nada, pero fue todo lo contrario.
- ¿Porqué me odia, mi reina? - Sus piernas temblaron un poco.
- Estas fuera del deber, tu procedencia no es del sacrificio. - La rizosa susurro con una rabia contenida.
Alicent sabía que Naenyra no había sacado parentesco ninguno con su predecesor, era idéntica a su madre pero aún así dudaba de si la niña tenía sangre bastarda.
Los ojos amatistas de Naenyra se pusieron algo aguados pero a la vez tenían confusión. La niña término yéndose con sus hermanos como ordenó su reina.
¿Qué se supone que significaba eso? Ella todavía no lograba comprender esa importancia en el legado. Morir era difícil pero el corazón de alguien podría morir sin esa persona especial. Duele más perder un corazón latiente a tu lado que un ojo. Todavía no se sabía que vendría pero sus lágrimas ya caían con facilidad.
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