❝ CHAPTER THREE ❞









───── ❝ CHAPTER THREE ❞ ─────









La mirada de Melina Vostokoff se encontraba fija en la rubia, con una seriedad que hacía que la contraria volviera a sentirse como la niña necesitada de cariño y desesperada por enorgullecer a su madre que alguna vez fue.

—Te pintaste el cabello — acotó la mayor, mirando el cabello que alguna vez fue oscuro, como el suyo.

—El rubio me queda mejor — Agatha sólo se encogió de hombros.

—Y engordaste — Agatha dejó pasar el tono de reprimenda, y solo soltó una risa sin ánimo.

—Eso ciertamente haría la situación más fácil...

Con esas simples palabras, la mujer de cabello oscuro pareció entender la situación.

—Te dije que aquella jugarreta te traería problemas.

—No es mi culpa que fueran tan idiotas como para creer que era estéril.

Tampoco esperaba terminar embarazada, pensó para sí misma, pero no lo diría en voz alta. No estaba dispuesta a darle aunque sea esa pequeña victoria.

—Siempre quisiste hacer lo que querías, no seguías órdenes — Agatha se contuvo de poner los ojos en blanco al escuchar el sermón de siempre —. Pudiste haber sido la mejor.

—Lamento el no ser tan perfecta como Natalia. Lamento el no querer ser la marioneta de quienes abusaron de mí desde que tengo memoria, y desde mucho antes — la rubia clavó sus uñas en sus palmas debajo de la mesa, en un intento de no perder la calma.

—Todas pasaron por lo mismo — Melina entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.

—Claro, pero hay una gran diferencia entre ellas y yo, madre — por la forma en que dijo el adjetivo era claro que no lo hacía de buena gana —. Yo era tu sangre, yo estuve nueves meses en tus entrañas, pero aún así dejaste que hicieran lo que fuera conmigo, únicamente para salvar tu propio pellejo — cada palabra salía llena de veneno y rencor.

—Entonces, ¿qué haces aquí? — Melina cuestionó viéndola a los ojos.

—Tal vez quise ver si alguna vez tendrás un instinto maternal, o si alguna vez me quisiste.

—No seas hipócrita, Agatha, sólo quieres un lugar donde esconderte — la de pelo oscuro escupió con frialdad.

La rubia contuvo sus ganas de llorar y de gritarle en su cara. ¿Cómo alguien podía ser tan fría con su propia hija?, era la pregunta que ella solía hacerse.

—Tienes toda la razón, Melina — Agatha se cruzó de brazos y se apoyó del espaldar de la silla de madera —. ¿Y cuál es tu decisión?

La mujer se quedó un rato en silencio, meditando.

—Puedes quedarte hasta que tu bastardo nazca.

—Bien — asintió tomando la mochila a su lado y levantándose de la silla.

Cuando estuvo a punto de salir de la modesta cocina, volvió a ver a su progenitora.

—Y a mi hijo, no te atrevas a volver a llamarlo bastardo nunca más, Melina — siseó cortante.











Marisha Vostokoff, ese era el nombre que la mujer rubia había elegido para su pequeña hija nacida en noviembre.

Todo fue tranquilo durante las últimas semanas del embarazo. Lo difícil fue durante el parto, donde hubo varias dificultades. La bebé venía al revés, pero todo había salido bien al final.

Era una cosita pequeña, roja y arrugada. Pero para Agatha, era casi un milagro, el poder tenerla en sus brazos era la mejor sensación que había sentido en su vida, sentía aquella necesidad de protegerla y hacerla feliz aunque de ello dependiera su vida.

—Ya está todo listo — le avisó Caín una vez que guardara la última bolsa en el auto. La rubia asintió, mientras cargaba a la bebé —. ¿No te quieres despedir?

Agatha volteó hacia atrás, encontrándose con Melina que la miraba unos metros alejada.

—Por supuesto, hay que celebrar que ninguna de las dos acabó muerta en esta hermosa reunión madre e hija — soltó un suspiro, antes de pasarle la niña al hombre y acercarse a su progenitora.

Agatha observó a la mujer mayor frente a ella. Pensó si esta sería la última vez que la vería...

—Gracias por dejarme quedar — finalmente dijo.

—Necesitabas ayuda — fue lo único que respondió. La menor se sintió estúpida al esperar que su frío y oscuro corazón se ablandarìa —. Espero que no te sigas metiendo en problemas, la próxima vez no estaré para ayudarte.

—Tranquila, hace mucho entendí que sólo soy un estorbo en tu vida — sonrió amargamente, comenzando a alejarse de ella.

Tal vez si nunca se volvieran a ver, la vida sería mejor para ambas. El no tener que afrontar sus errores.











Las semanas se convirtieron en meses, y finalmente los años pasaron. Agatha siempre supo que no estaba hecha para tener una vida normal. Una vida normal significaba tener que confiar en otras personas, pero en su vida eso provocaría tu muerte.

Amaba a Marisha con todo su corazón. Ella era su pequeño rayo de luz dentro de la oscuridad que era su día a día. Y eso le asustaba. Porque su falta de una vida normal, la ponía en peligro.

Tenía miedo de perderla. Estaba asustada de que ella llegara a odiarla. Estaba aterrada de ser madre.

—Abre más las piernas... — la mujer le corrigió a la menor, mientras con su pie empujaba su pierna hacia atrás y ponía una mano en su espalda —. Endereza tu espalda y estira bien los brazos. No apoyes todo tu peso en una sola pierna.

Marisha corrigió su postura en completo silencio para después descargar todo el cartucho en la frente del blanco. Agatha sonrió con orgullo al ver que no había fallado ningún tiro.











La niña de cabello oscuro soltó un gemido de dolor, cuando volvió a caer abruptamente en el suelo, luego del golpe de su madre.

Yeshche raz [Otra vez] — ordenó la rubia, mirando a la menor seriamente.

—Apenas tengo nueve años, está claro que nunca te ganaré — se quejó Marisha a la vez se levantaba del suelo.

—Segundo consejo: tu edad no es un inconveniente, es más, es una ventaja. En este mundo del asco, nadie espera que una mujer sea capaz de derribar a un hombre, y menos una niña que luce inofensiva. Usa el escepticismo humano a tu favor.

La menor asintió en silencio, mientras volvía a ponerse en posición de pelea, Agatha la miró con una sonrisa divertida. 

—Creo que es suficiente por hoy, mejor vamos a comer algo — Marisha asintió efusivamente.











Madre e hija estaban sentadas en una mesa, acompañadas de Caín. Agatha veía la interacción entre ambos con una imperceptible sonrisa en sus labios.

Pero eso no removía el sentimiento de culpa que la albergaba. Culpa de tener que arrastrar a Marisha a su mundo, el hecho de que tuvieran viajar y esconderse continuamente para que no las asesinaran, y el no poder darle una vida normal.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la alarma de seguridad, las miradas Caín y Agatha se cruzaron por un segundo y ambos se levantaron de la mesa rápidamente. El hombre se acercó a la portátil para ver las cámaras mientras la rubia agarraba los bolsos negros con armas y ropa.

—Bien, cariño, no pensaba hacer esto ahora... — se acercó a pasó rápido a Marisha, mientras sacaba algo de la mochila —, pero, toma — le entregó un arma de pequeño calibre.

—Cuento como mínimo diez en las cámaras, puede que haya más afuera — informó Caín acercándose a ellas.

—Salgamos por detrás — Agatha dijo tomando la mano de su hija.

Cuando bajaron las escaleras de emergencia y llegaron a la puerta de emergencia, una lluvia de balas comenzó a atacarlos. Los tres se refugiaron detrás de las paredes.

El hombre comenzó a registrar en una de las bolsas y sacó y lanzó lo que parecía ser una granada. Una explosión desestabilizó a Marisha, provocando que casi se cayera pero el agarre en la mano de su madre lo evitó.

Lograron salir del edificio y corrieron un par de cuadras, hasta que se detuvieron en una calle algo abandonada. Se acercaron a un auto estacionado, y Caín rompió la ventana con la culata del arma y quitó el seguro. La rubia se subió al copiloto y la castaña en la parte de atrás.

El hombre despegó el panel debajo del volante y comenzó a jugar con los cables, tratando de encenderlo; lográndolo.

Comenzaron a conducir sin rumbo alguno, el camino fue en silencio, hasta que Marisha se quedó dormida.

—Esto no es justo para ella — habló el pelinegro sin despegar la mirada de la carretera.

—Lo sé — murmuró la rubia mirándolo de reojo.

— ¿Qué vas a hacer?

—No lo sé.

—Tienes una opción — él le dedicó una mirada significativa.

Agatha suspiró con pesadez, volteándose a ver a una Marisha dormida, la tranquilidad adornando sus facciones.

—No quiero alejarme de ella — pasó su mano por su cabello —. Pero creo que es la única opción viable.

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