𝟏𝟑 | new perspective



chapter thirteen, act one
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Flashes de la noche del 2 de mayo del 94 aparecían en la cabeza de Freya cada vez que cerraba los ojos. Desde el caso en la casa Morton esto se estaba convirtiendo en rutina, pero eso no lo hacía más fácil. Freya se preguntaba si a Peter y a Carter les estaría pasando lo mismo. Incluso sabiendo que Peter era sólo un bebé de seis meses en aquel momento, ¿era posible que tuviera recuerdos de ello? De sus brazos abrazándolo contra su cuerpo, de los momentos que paso solo en uno de aquellos escondites que Henry había construido.

Freya no entendía por qué esos recuerdos la atormentaban ahora. Hacía años que creía haberlos superado. Tal vez fuera su reencuentro con Carter o su miedo a perder a Dean. El hecho de que su tiempo se estuviera acabando no ayudaba especialmente.

Pero Freya no podía ignorar la sensación de que tal vez le faltaba algo de información. Un recuerdo lo suficientemente traumático como para que su mente intentara protegerla de él.

Sam y Dean se encontraban sentados en los asientos delanteros del Impala. Ambos discutían sobre cuáles debían ser sus prioridades. Dean quería trabajar, mientras que Sam sólo podía pensar en dedicar su tiempo a encontrar la manera de salvarle. Freya no podía oírlos, la música de sus auriculares la había aislado por completo.

Apenas había dormido en los últimos días, las ojeras eran cada vez más visibles. Ella hacía lo posible por taparlas con el maquillaje, pues no quería que Sam y Dean se dieran cuenta de ellas. Las pesadillas habían empeorado desde que habían dejado a Peter con Maddie. Freya era reacia a compartir la cama con Dean. No quería preocuparlo, pero el cansancio en ella era cada vez más evidente.

Apretando las piernas contra su pecho, Freya apoyó la barbilla en sus rodillas mientras intentaba calmar el ritmo nervioso de su respiración. La pulsera morada de su muñeca le recordaba que no estaba sola. Y el collar de su madre en su cuello se lo reafirmaba. Pero aún así, incluso estando en compañía de Sam y Dean, Freya no podía evitar sentirse cada vez más distante de ellos y del mundo que la rodeaba.

Finalmente el cansancio hizo que sus párpados se cerraran sobre sus ojos. La vibración del motor de Baby, las voces lejanas de los hermanos Winchester y la melodía de las canciones la llevaron a un pequeño sueño reparador.

Como todas sus pesadillas recientes, el sueño comenzó en el oscuro dormitorio de su infancia. Podía distinguirlo del actual por el color rosa de las paredes y los juguetes colocados contra la pared frente a ella. La luz de la luna llena entraba por las cortinas e iluminaba ligeramente la habitación.

El eco de unos pasos en el pasillo fue lo que hizo que apartara las mantas sobre ella para esconderse detrás de la cama, completamente asustada. A través de la rendija entre el suelo y la puerta, la joven Freya vislumbró una sombra alargada y corpulenta. Si hubiera estado pensando con claridad, se habría dado cuenta enseguida de que se trataba de la sombra de su padre, pero estaba tan asustada que su mente imaginó lo peor.

Cuando la puerta se abrió para revelar a Henry, el aire acumulado en sus pulmones abandonó sus labios en un suspiro lleno de alivio. Un alivio que pronto se desvaneció al ver el rostro angustiado de su padre y las manchas rojas en su camiseta azul.

En sus brazos llevaba un pequeño bulto envuelto en mantas amarillas que Freya no tardó en reconocer. Agachándose a su lado y colocándose un dedo en medio de los labios, su padre le entregó a su hermanito.

—Papá, ¿qué...?—Antes de que pudiera terminar su pregunta, Henry le tapó la boca con la mano y la obligó a agacharse aún más. Dos pares de pasos mucho más ligeros que los de Henry resonaron en el suelo de madera de su antigua casa. Unos de los pasos siendo mucho más rápidos que los otros, los cuales empezaron a desvanecerse a medida que descendían las escaleras.

El reconocible silbido de su hermano mayor fue lo siguiente en llegar a sus oídos, acompañado del arrastrar de un objeto completamente desconocido para Freya.

—Escúchame con atención.—Susurró su padre en un tono firme, pero lleno de miedo. Sus ojos azules clavándose por completo en los pequeños y llorosos ojos verdes de su Freya.—Tienes que proteger a Peter, ¿me oyes? Eres su hermana mayor. Debes protegerle. Y bajo ningún concepto te acerques a Carter.

Freya tenía mil preguntas flotando en su cabeza, pero la mano de su padre sobre su boca le impedía decirlas en voz alta.

—No confíes en nada ni en nadie. Quédate aquí. No te separes de Peter. Y cuando estés a salvo, llama a este número. ¿Entendido? Asiente si lo entiendes.

Con la respiración entrecortada y los ojos recorriendo el rostro de su padre con total desconcierto y terror, Freya agarró el papel que él le entregaba. Y después de unos segundos, asintió.

Henry suspiró.

—Bien.—Murmuró, depositando un beso en su frente.—Te quiero.

Freya quiso responderle, pero en cuanto su mano abandonó su boca, Henry ya había salido de la habitación.

Acunando a Peter en sus brazos, murmurando una pequeña canción de cuna que su madre solía cantarle, Freya casi perdió la noción del tiempo. Pero el ruido de una ventana rompiéndose la devolvió rápidamente a la realidad.

Había escuchado perfectamente las palabras de su padre. 'No salgas de esta habitación, protege a Peter y no confíes en Carter.'. Pero Freya no era conocida por seguir reglas, ni las de su padre ni las de nadie. Sólo una de esas instrucciones era su prioridad, e iba a asegurarse de cumplirla aunque esta le costara la vida.

Caminando lentamente de puntillas, Freya llegó a la puerta de su dormitorio. El sonido que hizo el picaporte sobre el tenso silencio de la casa la hizo estremecerse. Pero no iba a dar marcha atrás ahora. Tras echar un rápido vistazo al pasillo y asegurarse de que no había nadie, Freya cruzó el pequeño espacio que dividía su habitación y la de Peter.

El grito de dolor de su madre resonó en toda la casa en el mismo momento en que el suelo de madera bajo sus pies crujió.

Llena de miedo, Freya cerró la puerta del dormitorio tras de sí y corrió hacia el pequeño y único escondite del segundo piso. Estaba situado detrás de una cajonera llena de ropa de bebé. Un escondite perfecto que sólo Henry y ella conocían. Tenía un pequeño ascensor, parecido a un montaplatos, que la llevaría directamente al comedor de abajo. Era pequeño, pero lo suficientemente grande como para que ella pudiera meterse y esconder allí a Peter.

A pesar del tenso y aterrador ambiente, de sus nervios y de los gritos de su madre, Peter parecía extraña y extremadamente tranquilo. Su pequeña mano aferraba el pijama de su hermana mientras sus ojos azules la observaban con expectación y admiración.

Cuando el ascensor descendió por completo, Freya odió dejarle allí solo. Su padre le había dicho que no se moviera ni se separara de Peter. Freya ya había roto una de esas reglas, pero la segunda le dolía mucho más romperla, por mucho que creyera que era lo correcto.

Una vez fuera del pequeño montaplatos, Freya cerró el cuadro bajo el que se ocultaba y caminó lentamente por el comedor. El retumbar de un trueno casi la delató al dejar escapar un pequeño grito entre sus labios. Agazapándose contra la pared, Freya presenció el relámpago que lo acompañaba. La luz la deslumbró por un instante, antes de oír cómo cinco más se estrellaban contra el suelo no demasiado lejos de su casa. Su luz fue lo que más llamó su atención, ya que vio lo que parecían ser las sombras de unas alas aparecer en su salón. Alas de ángel.

'Los ángeles cuidan de ti.' Laurel solía decirle todas las noches.

Y como cualquier niña, Freya creía a su madre. Así que su primer pensamiento fue que los ángeles debían haber venido a ayudarles y protegerles. Pero cuando llegó a la cocina, ese pensamiento se desvaneció tan rápido como había llegado a su mente.

Laurel Holloway, su madre, yacía muerta en el suelo de la cocina, rodeada de un charco de sangre mientras la luz de la luna se reflejaba en la cruz que colgaba de su cuello.

—Mira a quién tenemos aquí.

Una mano demasiado familiar para ella le tapó la boca, impidiéndole gritar. Las lágrimas de sus ojos empezaron a correr por sus mejillas, mojando la mano de su hermano mayor, que la abrazó contra su pecho y la llevó lentamente de vuelta al comedor.

La mano que le tapaba la boca fue sustituida por un trozo de cinta aislante y, tras tumbarla sobre la mesa, la ató de manos y pies para impedir que se moviera.

—¿Dónde está Peter, hermanita?—Preguntó Carter, acercando sus labios a su oreja derecha mientras se inclinaba sobre ella. Dejando escapar gritos ahogados a través de la cinta aislante que tenía en la boca, Freya empezó a forcejear.—Te soltaré si respondes a mi pregunta. ¿Dónde está Peter?

Moviéndose a su izquierda, Carter descubrió parte de su boca para que pudiera responder.

—¡Vete al infierno!—Exclamó Freya después de respirar hondo. Carter se rió sin gracia, tapándole la boca una vez más mientras la fulminaba con sus ojos negros.

Fue entonces cuando Freya finalmente se dio cuenta de lo que estaba pasando en realidad.

—¿Y esto qué es?—Carter sacó el trozo de papel que Freya mantenía aferrado en su puño derecho, leyendo el nombre y el número escrito en él.—Ah, Christine. Sí, debería hacerle una visita después de esto, ¿no crees? Le pedimos a tu madre específicamente que nada de magia, nada de más tratos y nada de hijos. ¿Y qué hizo ella? Todo eso exactamente. Debería haberlo visto venir.

Freya lo observo dar vueltas a su alrededor a través de las lágrimas que llenaban sus ojos.

—¿Dónde está papá? Si fueras mi hija yo estaría intentando salvarte. Desde luego ha intentado salvar a mamá. ¿Tú qué crees? A lo mejor se ha ido y nos ha dejado solas. Eso estaría bien.

Henry no se había ido. Freya podía verle asomarse por la puerta del salón que daba a la hall principal de la casa. Ella sabía que él solo estaba esperando el momento adecuado para hacer algo.

—Veamos cuánto tarda en aparecer por aquí.

Esas fueron las últimas palabras que Freya oyó a Cartee pronunciar antes de que un golpe en la cabeza la dejara inconsciente.

Todo a su alrededor se nubló y de repente sus ojos se abrieron de par en par, encontrándose de nuevo en el Impala de Dean.

El coche se había detenido delante de una casa. Completamente desconcertada, Freya observó su entorno. Había sido una pesadilla mucho más vívida que las anteriores que había tenido últimamente. Su cabeza dolía por el golpe, el corazón le latía frenéticamente a causa del miedo y sus ojos verdes se habían llenado de lágrimas.

—Buenos días, Bella Durmiente.—Dean sonrió a través del espejo retrovisor.

—¿Dónde... dónde estamos?—Freya consiguió preguntar al cabo de unos segundos.

—Ohio.

Ah, sí. El posible caso de un fantasma que Dean y Bobby habían encontrado.

Dejando escapar un gruñido, Freya se incorporó y se sentó. Dean le entregó una de sus identificaciones y placas falsas.

—¿Estás bien?

Durante el trayecto, Dean le había estado lanzando miradas preocupadas, asegurándose de que dormía bien. Pero a pesar de la pesadilla que Freya había tenido, nada en su rostro dormido le hacía pensar que estuviera sufriendo. Freya no sabía si sentirse aliviada o frustrada por ese hecho. Una parte de ella quería compartirlo con alguien, sabiendo que podría ayudarla. La otra no quería que se preocupara.

—Le encontré ahí.—Les explica la esposa de la víctima, señalando el despacho de su marido.

—¿Por qué no nos cuenta todo lo que vio, señora Waters?—Le pide Dean.

—¿Además de mi marido muerto?

—Sólo todo lo demás que vio. Por favor.—Le pide Sam, entrando en la sala.

—Sangre. Por todas partes.—Suspira ella.—El teléfono estaba arrancado de la pared y su whisky favorito en el escritorio, ¿qué más pueden querer saber ustedes?

Freya, que no había estado prestando mucha atención hasta el momento, levantó la vista ante sus palabras.

—¿Por qué arrancado el teléfono de la pared?

—No lo sé.—Le responde la mujer.—Ya les he contado de esto a los otros detectives.

—Nos iremos enseguida, señora.—Le asegura Dean dedicándole una pequeña sonrisa.

—Señora, ¿a qué hora murió su marido?—Le pregunta Sam mientras pulsa unos botones en el teléfono que había sido arrancado de la pared.

—Poco después de las once.—Suspira en respuesta.

Sam espera a que Freya y Dean posen su mirada en él antes señalar sutilmente la pantalla del teléfono.

—¿Y llamadas extrañas?—Freya se vuelve para mirar a la mujer.—¿Ha recibido alguna últimamente, interferencias extrañas, estática, algo así?

—No.—Niega, cruzando los brazos a la defensiva. Dean eleva sus cejas, observándola detenidamente.—¡No!

—Sra. Waters, ocultar información a la policía es un delito capital.—Le advierte Dean. Sam se aclara la garganta, ganándose su atención para dedicarle una mirada de advertencia cuando Dean se gira hacia él.—En algunas partes del mundo estoy seguro.—Murmura Dean en voz baja.

—Hace un par de semanas... hubo un...—Comienza la señora Waters.

—¿Un qué?—Pregunta Freya.

—Una mañana, al despertar, oí a Ben en su despacho. Creí que hablaba con una mujer.

—¿Qué le hizo pensar eso?

—Porque no paraba de llamarla Linda.—Explica.—El caso es que cogí el otro teléfono y no había nadie, Ben no hablaba con nadie.

—¿No oyó nada?—Freya frunce el ceño.

—Sólo estática.

—¿Habló usted con Ben sobre esa llamada?—Cuestiona Dean.

—No. Debería haberlo hecho, pero... no.

—¿Alguna vez dijo quién era Linda?—Pregunta Sam.

—¡Qué más da, no había nadie al otro lado!—Señala la Sra. Waters, alterándose.

No queriendo meterse en problemas, Freya, Sam y Dean decidieron poner fin a las preguntas y salir de la casa. Tenían poca información, pero suficiente para empezar a investigar.


─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───


De vuelta en el motel, Sam estaba sentado en la cama mientras Dean consultaba su portátil en el sofá de la pequeña habitación que compartían. Todavía agotada por las pocas horas de sueño, Freya estaba tumbada a su lado, con la cabeza apoyada en su hombro mientras luchaba por no dormirse. Una batalla que no estaba ganando precisamente.

—¿La encontraste?—Le pregunta Sam a su hermano después de unos minutos.

—Sí, Linda Bateman. Ella y Ben Waters eran novios en el instituto.

—Y, ¿qué pasó?

—Chocaron con conductor borracho. Ben se salvó.—Responde Dean, volteándose para mirar a Sam.

—Entonces, ¿qué? ¿Su novia muerta le llama para charlar?—Sam frunce el ceño mientras apaga la televisión.

—Sería lo normal, pero Linda fue incinerada.—Responde Dean.—Así que, ¿por qué sigue por ahí?

—Ni idea.

Freya se mueve ligeramente al lado de Dean al caer en un profundo sueño. Era inevitable, dado su agotamiento y lo segura y cómoda que se sentía junto al cazador. Su simple olor, el calor de su cuerpo y su tacto eran como una droga relajante para ella. Se sentía segura. Y después de todas aquellas pesadillas, eso era precisamente lo que necesitaba para descansar.

Dean se movió suavemente, tratando de no despertarla, y se echó hacia atrás para dejar que la cabeza de ella descansara sobre su regazo mientras le acariciaba el brazo. Ver a Dean actuar así con alguien era nuevo para Sam. Y aún más nuevo era verlo tan vulnerable. A Sam le gustaba esa nueva faceta de su hermano. Le gustaba ver lo natural que era para Dean y Freya estar cerca el uno del otro. Como si siempre hubieran estado destinados a estar juntos.

Sam nunca había creído en la idea de las almas gemelas, especialmente no en un sentido sobrenatural. Y Dean era aún más escéptico. Pero cada vez que estaba cerca de Freya, sentía un extraño aleteo en el pecho que no podía explicar. Las emociones que experimentaba eran algo sobre lo que sólo había leído en tontas novelas románticas y cursis películas de amor. Emociones que nunca pensó que pudiera sentir. Sin embargo, no podía negar la extraña atracción que sentía hacia Freya.

—¿Qué hay de lo que ponía en el teléfono?—Cuestiona Dean, mirando a su hermano.

—Resulta que es un número de teléfono real.—Responde Sam.

—Ningún número de teléfono que yo haya visto.

—Ya, porque es de hace un siglo, de cuando los teléfonos tenían manivela.

—Entonces, ¿por qué usar ese número para llegar a alguien?

—No tengo ni idea, pero deberíamos rastrearlo.

—Bueno, ¿cómo diablos vamos a rastrear un número que tiene más de 100 años?—Cuestiona Dean lleno de incredulidad.

Sam se encoge de hombros.

—Tendremos que improvisar.—Le responde.—Hay una compañía telefónica cerca de aquí. Placas falsas y lo rastrearán en segundos.

—Suena bien.

—Sí.

—Muy bien, vamos.—Suspira Dean.

Con cuidado de no moverse demasiado bruscamente y despertar a Freya de su sueño, Dean se aseguró de colocar la cabeza de la chica sobre una almohada mientras se levantaba.

—¿No vas a despertarla?—Sam le mira con confusión.

—Tío, hace días que no duerme tranquila. A menos que quieras aguantar su mal humor, será mejor que la dejes descansar.—Asegura Dean.

Sam no pudo evitar sonreír divertido al ver lo mucho que Dean parecía conocer a Freya.

—Ni se te ocurra.—Le advierte Dean, señalándole con un dedo.

—No he dicho nada.—Sam levanta las manos inocentemente mientras mantenía la sonrisa divertida en sus labios. Dean rueda los ojos, acercándose a su mochila para agarrar su placa policial falsa.

Como si pudiera sentir su ausencia en la habitación, en el mismo instante en que la puerta de la habitación se cerró tras Dean y Sam, el tranquilo sueño de Freya dio un rápido giro.

El sueño comenzó en el mismo momento en el que había terminado el anterior. Con la conciencia recuperada, Freya seguía tumbada en la mesa del comedor, atada de pies y manos pero sin nada que le tapara la boca. Su cuerpo parecía dormido o anestesiado, ya que todo dolor había desaparecido. En su abdomen, algo pegajoso mojaba su ropa, pero debido a la posición en la que estaba tumbada y a la escasa luz de la habitación, no podía ver lo que era.

No había rastro de Carter ni de su padre, pero sus oídos podían oír sus voces a lo lejos.

—Hicimos un trato. ¿Por qué quieres a mis hijos?

—Hiciste un trato con otro demonio, Henry. Uno para el que yo no trabajo.

—¿Y cómo iba a saber yo eso?

—Dame el bebé y todo habrá terminado. Todos los tratos anteriores se cerrarán. Laurel ha muerto por romper el que hizo para salvar a Christine. Peter morirá para cancelar el que tú hiciste. Tú serás feliz con los dos hijos que te quedan, yo haré mi trabajo y todos felices.

—No tocarás a mi hijo. Mátame a mi.

—Muy noble, pero eso no servirá. No tienes sangre Halliwell.

—Entonces dame otra opción. Pero no... no tocarás a Peter.

Durante unos segundos, ambos permanecieron en silencio. Segundos en los que Freya pudo oír el crujir del suelo y el sonido del marco que se abría tras ella.

—Eh, no toques...—Una mano le tapó la boca impidiéndole hablar.

—Estoy intentando salvarle, Freya.—La dulce voz de una niña de unos 10 años, la misma edad que Freya tenía en ese momento, habló en un susurro casi imperceptible.

—Tal vez haya algo que puedas hacer.—Hablo Carter, haciendo que ambas se quedaran completamente quietas y en silencio.

—Cualquier cosa.—Le respondió Henry.

Freya no pudo escuchar las siguientes palabras pronunciadas por el demonio que poseía a su hermano, ya que una oleada de agudo dolor la golpeó, nublándole los sentidos. Con rápidos movimientos, la desconocida corrió a por una toalla y se la colocó sobre el vientre antes de desatarla.

—Vamos, tienes que esconderte.—Con dificultad, la ayudó a ponerse en pie. Tapándole la boca antes de que sus gritos de dolor pudieran ser oídos por alguien más.—Ojalá pudiera curarte.—Se lamentó. Freya frunció el ceño, fijando su mirada en la cara y el pelo de la chica. Su visión borrosa apenas le permitía definir sus rasgos, pero no le impidió reconocer el color rojo fuego de su cabello.—Te pondrás bien. Pronto llegará una ambulancia.—Le aseguró, ayudándola a subir de nuevo al montaplatos.—Cuida de Peter, ¿vale?

Cuando la puerta del montaplatos se cerró delante de ella y todo se volvió negro, su sueño se vio rápidamente interrumpido al sentir como un vaso de agua fría caía en la cara.

—Despierta.—Ruby, la obvia culpable de eso, le ordenó.

—¡¿Qué demonios te pasa?!—Freya exclamó, frotándose la cara con las manos mientras observaba la habitación en busca de Dean y Sam. No había rastro de ninguno de los dos, pero Ruby estaba de pie con los brazos cruzados junto al sofá.

—Tenemos que hablar.—Dijo Ruby antes de que Freya pudiera preguntar por los hermanos Winchester,

—Nosotras no tenemos que hablar de nada.—Asegura Freya, señalándola a ella y luego a sí misma para enfatizar el con el 'nosotras' mientras se levantaba.

Ruby rueda los ojos.

—Yo creo que sí y creo que querrás hacerlo.

Freya alza sus cejas, llena de escepticismo.

—Has estado teniendo sueños.—Señala Ruby.—Sueños sobre la noche en que murió tu madre. Recuerdos.—No queriendo mostrar su sorpresa por el hecho de que Ruby lo supiera, Freya se dirigió a su mochila para buscar una camisa seca. Ruby la siguió con la mirada.—Vale, no digas nada, pero las dos sabemos que es verdad. Has recordado cosas que tu mente había estado ocultando para protegerte. Y ahora tienes un millón de preguntas. Pues, bien, yo tengo algunas respuestas.

Antes de que Freya pudiera decir nada, su teléfono sonó. Pensando que se trataba de Dean, fue a contestar la llamada, pero antes de que pudiera agarrar el aparato, Ruby se lo arrebató y lo rompió en dos pedazos, que luego tiró por la habitación.

—Pero... Ese es mi teléfono.

—Era.—Corrige Ruby.—¿Podemos irnos ya?

—Todos los números que tengo estaban ahí. ¿Y si me llama mi hermano? Podría pasarle algo.—Freya toma ambas piezas en sus manos, mirándolas con incredulidad.

—Si le pasa algo y no contestas, llamará a Dean. Tranquila.—Asegura Ruby.

—Bueno, es obvio que ahora tiene que hacerlo.—Suspira Freya.

—Freya. Te estoy ofreciendo la oportunidad de responder a algunas de las preguntas que te atormentan. Estoy tratando de ayudarte y tú...

—¿Por qué?—Freya la interrumpió.

Sorprendida por su pregunta, Ruby ladeó la cabeza, mirándola atentamente.

—¿Qué?—Frunce el ceño.

—¿Por qué intentas ayudarme?—Cuestiona Freya.—Lo único que los demonios han hecho por mí es hacerme daño. ¿Por qué no lo harías tú? ¿Qué te hace diferente, Ruby? ¿Por qué debería confiar en ti?

Ruby podía ver el escepticismo en los ojos de Freya ante su oferta. No podía culparla, después de todo, ¿qué demonio ayudaría a un cazador? Ruby podía sentir el poder que crecía dentro de Freya y sus hermanos, y eso la animaba aún más a ganarse su confianza.

—Tal vez no deberías.—Admite Ruby.—Tengo mis propias razones para querer ayudarte. No soy una buena samaritana, Freya, ambas lo sabemos. Pero precisamente por eso me interesa que conozcas toda la historia. Sin más respuestas dudosas ni agujeros de guión.

Freya no podía deshacerse de la molesta duda en sus entrañas mientras observaba a Ruby. Su encanto y su voluntad a ayudar eran demasiado buenas para ser verdad, y Freya sabía que nada era gratis. Una parte de ella quería creer en las intenciones de Ruby, pero una parte más profunda le advertía que debía ser cautelosa, después de todo, los demonios eran notoriamente astutos y manipuladores.

—Bien.—Freya aceptó finalmente.—¿A dónde vamos?

Una fina sonrisa se dibujó en los labios de Ruby cuando Freya aceptó su oferta de ayuda, aunque la duda continuara siendo evidente en su rostro. Ruby sintió un pequeño alivio que la sorprendió incluso a sí misma, pero hizo todo lo posible por ocultarlo.


─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───


Freya entrecerró los ojos mientras recorría los pasillos de aquella biblioteca pública con Ruby a su lado, fijándose especialmente en los libros sobre mitos e historias sobrenaturales. Algunos de ellos siendo copias de los escritos por su padre.

—¿Qué, vas a ayudarme con el caso?—Freya alza las cejas con incredulidad. Ruby rueda los ojos.

—No. De eso ya se están encargando Sam y Dean.

—¿Entonces qué hacemos aquí?

—Ya te lo he dicho, Freya, voy a contarte toda la historia. Al menos todo lo que yo sé.

—Pensé que por quien tenías debilidad era por Sam, no por mí.

Dejando escapar un suspiro frustrado, Ruby se volvió hacia Freya. Su incapacidad para callarse y confiar en ella, aunque fuera un poco, era extremadamente irritante.

—Has estado teniendo sueños, ¿verdad?—Ruby cambió de tema antes de perder los nervios. Al ver un pequeño destello de desesperación en los ojos de Ruby, Freya decidió darle el beneficio de la duda y seguirle el juego, relajando su postura antes de asentir.—¿Recuerdas cuando Carter mencionó que había visto a Maddie y el libro de Ophelia en un sueño?

Freya duende el ceño.

—¿Cómo sabes eso?

—Eso no es lo importante.

—Lo es un poco.—Freya se encoge de hombros.—Espera. ¿Hablaste con Carter?

—Ya os lo dije en la estación de policía, Lilith quiere las cabezas de Sam y Carter en palos.—Señala Ruby.

—Entonces, a ver si lo entiendo. Primero 'ayudas' a Sam, luego, como Dean no confía en ti, haces lo mismo con él y le salvas la vida. Después, 'ayudas' a mi hermano, y como yo no confío en ti, decides venir hasta aquí a responder todas las preguntas cuyas respuestas he estado buscando durante años, y especialmente los últimos meses.—Resume Freya.—¿Es así? Muy conveniente, ¿no crees?

Dejando escapar un suspiro, Ruby dio un paso atrás.

—Bien. Lo has dejado claro, no confías en mí. De acuerdo. No lo hagas, no me importa. Te diré lo que sé, tú decides si creerme o no y me iré. No volveré a molestarte.

—Tengo un cuchillo que puede matarte.—Freya sonríe levemente, acercándose a ella.—Esto no termina contigo caminando hacia el atardecer, Ruby. Espero que tus respuestas sean algo creíbles, por tu propio bien.

Chocando su hombro con el de Ruby al pasar junto a ella, Freya se acomodó en una de las mesas vacías de la biblioteca. El lugar no estaba demasiado lleno, de hecho estaba bastante vacío para ser una tarde entre semana.

Cuando Ruby se sentó frente a ella, dejó un libro sobre la mesa que las separaba.

—¿Qué es esto?—Freya frúncela el ceño al darse cuenta de que se trataba de una especie de viejo anuario escolar.

—Tu madre y Christine fueron a campamento en Salem con una chica llamada Harper Kenner. ¿Te contó eso Maddie?—En silencio, Freya levantó la mirada hacia Ruby. Esa fue respuesta suficiente para el demonio, pues rápidamente continuó hablando mientras Freya pasaba las páginas del anuario.—Esta chica, Harper murió esa noche. Pero su hermano mayor, Grant, sobrevivió.—Ruby puso una mano encima del libro, impidiendo que Freya pasara otra página, y señaló una de las fotos que había en él. Confundida, Freya la miro con atención, fijándose en la foto de un chico de pelo oscuro y ojos marrones bastante guapo.—Grant Kenner lloró la muerte de su hermana pequeña, siguió con su vida y tuvo una hija a la que decidió llamar Harper, por el color de pelo similar que el bebé compartía con su hermana. Quería honrarla. ¿Quieres adivinar de qué color era su pelo?.

Dejando escapar un suspiro, Freya responde sin dudar.

—Rojo.

Ruby sonríe y asiente.

—¿Qué intentas decirme?—Freya se cruza de brazos.—¿Que la niña de 10 años que no recordaba que me salvó es la hija de este... Grant Kenner?

—La mujer de Grant murió en el parto. Semanas después del décimo cumpleaños de su hija Harper, ambos desaparecieron. Y sí, fue en 1994. Pero eso no es lo interesante, lo interesante es quién es Grant.—Explica Ruby.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Dorian utilizó el cuerpo de Carter para matar a tu madre y atormentarte, pero ha estado caminando por la Tierra durante años en un cuerpo muy diferente.

Comprendiendo lo que estaba insinuando, Freya miró más de cerca la foto del anuario.

—Cuando tu madre hizo el trato con Ophelia para salvar a Christine, ella le pidió a cambio algo muy diferente en vez de su alma.

—Le pidió que no usara su magia.—Recuerda Freya, levantando su mirada hacia Ruby. Ahora mucho más interesada en lo que tenía que contarle.

—Oh, ella pidió mucho más que eso.—Asegura Ruby.—El trato tenía tres condiciones. No usar más su magia, no hacer más tratos y no tener hijos. Laurel las rompió todas. Bueno, no ella exactamente.

—Pero Dorian y Ophelia tardaron 14 años en ir a por ella. ¿Por qué?

—Buena pregunta.—Señala Ruby.—La primera condición que rompió Laurel fue la de no usar magia. Tenía el libro de Ophelia en su posesión. Un libro que había pasado de bruja a bruja durante décadas. Un libro que contenía secretos incluso sobre el camuflaje contra los demonios. Nadie antes había logrado ocultarse por tanto tiempo. La segunda condición, la rompió tu padre. Tras conocerse, enamorarse y decidir casarse, Henry y Laurel querían formar una familia. Era algo que ambos deseaban. Pero Laurel no podía tener hijos, no por el trato, sino... médicamente hablando.

—¿Era estéril?—Cuestiona Freya, sorprendida. Ruby asiente.—Igual que Melinda. Su... Nuestra antepasada. La que pidió ayuda a Ophelia.—Recuerda.

—Sigues el ritmo.—Ruby observa con asombro antes de continuar con la historia.—Entonces Henry se encontró haciendo algo que había jurado que nunca haría, un trato con un demonio. ¿Por qué? Porque amaba demasiado a tu madre y odiaba verla sufrir en cada intento fallido.

—¿Vendió su alma?—La mirada de Freya se llenó de tristeza ante la posibilidad de que su padre también acabara en el infierno. Ruby niega.

—El demonio con el que hizo el trato también le pidió algo muy diferente.

—¿Qué? ¿Qué le pidió? ¿Qué demonio?—Cuestiona Freya.

—Wow, más despacio. Demasiadas preguntas a la vez, cariño.—La interrumpe Ruby.—No lo sé. No lo sé. Y no lo sé.

—Mentirosa.

—No lo sé.—Insiste Ruby.

—Mentirosa.—Repite Freya con más énfasis.

—Mira, aunque lo supiera, creo que es algo que deberías preguntarle tú misma a tu padre.

—No sabía que las relaciones padre-hija fueran tan importantes para ti, Ruby. Me calientas el corazón.—Responde Freya con sarcasmo mientras se llevaba una mano al pecho dramáticamente.

—La última condición...

—La última condición la rompieron las dos al tener a Carter. Sí, eso lo puedo deducir yo sola, gracias.—La interrumpe, apoyándose en el respaldo de su silla.

Ruby sacude su cabeza con frustración.

—No lo entiendes, ¿verdad?—Ruby se inclina hacia ella.—No deberíais existir. Carter, Peter, tú, incluso Maddie, no deberíais existir en primer lugar. Si lo hacéis, es porque alguien quería que existierais. Todas esas condiciones que Ophelia le puso a Laurel fueron para que cuando muriera, Ophelia pudiera obtener el poder de bruja que había perdido hace tanto tiempo y derrocar al líder del infierno. Todo lo que hizo después de enviar a Dorian a matarla, su intento de matar a Peter, fueron ideas inútiles de recuperar ese poder. Poder que tú destruiste al romper el libro con ese cuchillo mágico con el que me amenazaste antes. El demonio que hizo el trato con tu padre no quería que Ophelia ganara, por eso les dio la oportunidad de formar una familia. Carter. Peter. Tú. Los tres sois piezas clave de algo que Ophelia nunca ha querido que ocurra, pero que el infierno lleva esperando desde el principio de los tiempos.

—¿Piezas clave de qué?

—No lo sé.

—Mentirosa.


─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───


Después de un largo día de investigación, Dean sólo podía pensar en llegar al motel y cenar. El caso de las llamadas fantasma le estaba volviendo un poco loco, por no hablar del hecho de que Freya no le había mandado ningún mensaje ni le había llamado en todo el día. Sabía que ella necesitaba descansar, pero después de tantas horas no era raro pensar que ya se hubiera despertado. Se sentía como un idiota por necesitar asegurarse de que ella estaba bien. Toda su vida sólo había tenido que preocuparse por su padre y Sammy. Pero ahora, con ella, Dean se sentía responsable de su seguridad, aunque sabía que Freya podía sobrevivir perfectamente sin él.

En lugar de alegrarse de llegar a la habitación del motel, en el mismo instante en que su pie pisó el suelo enmoquetado de la habitación, un sentimiento de soledad se apoderó de él. La habitación estaba fría, las luces apagadas y todo olía a humedad. Antes de que Freya se uniera a ellos, ese era el olor habitual de las habitaciones de motel, pero desde que ella viajaba a su lado, normalmente acababan oliendo a su perfume o a los cientos de dulces que comía casi compulsivamente.

Sam entró tras él. Él no pareció notar la diferencia de temperatura, pero sí la ausencia del dulce olor de su perfume.

Dean miró la habitación con atención. No había rastro de ella, su mochila había desaparecido de su lugar en la cama y los zapatos que había colocado anteriormente junto a la puerta ya no estaban allí. Freya no estaba.

Su primer instinto fue pensar que tal vez le había pasado algo. Ophelia y Dorian seguían sueltos. Lilith perseguía a Carter, tal vez también a ella. Dean tampoco confiaba en Ruby y ....

—No contesta al teléfono.—La voz de su hermano interrumpió sus nerviosos pensamientos, pero aun así Dean no dijo nada.—Dean...

—Se ha ido.—Le interrumpió su hermano. Sam frunció el ceño, confundido por su afirmación.

—¿De qué estás hablando?

A pesar de sus dudas y su preocupación, en el fondo Dean sabía la verdad de por qué no había rastro de Freya en la habitación.

Él la había dejado, la había abandonado, en una habitación de motel años atrás. Freya había afirmado haberle perdonado, pero estaba claro que no lo había hecho del todo.

De repente, un mensaje llegó al teléfono de Sam. Sus ojos confundidos bajaron de su hermano al dispositivo en su mano derecha, leyendo las palabras que ahora brillaban en su pantalla. Saliendo de su pequeño trance y ocultando su dolor en el fondo de su mente, Dean miró el teléfono de su hermano.

Era un mensaje de Freya. Un simple mensaje de dos palabras.

Lo siento.


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