𝟎𝟔 | a very supernatural christmas
chapter six, act one
a very supernatural christmas
Henry Holloway odiaba las Navidades. Bueno, no siempre las había odiado, de hecho eran sus fiestas favoritas, hasta que su mujer murió aquella trágica noche de mayo de 1994. Desde entonces, la Navidad se convirtió en una pesadilla. Todo le recordaba a Laurel, y a Carter. Porque ambos eran los mayores amantes de la Navidad, a diferencia de Freya, cuya fiesta favorita siempre había sido Halloween, y no sólo porque fuera su cumpleaños.
Aun así, Freya se había asegurado de celebrar siempre la Navidad para que su hermano pequeño pudiera experimentar una vida normal. Recibir regalos de Papá Noel como el resto de los niños, decorar el árbol, hornear galletas y ver películas. Pero desde que nació, Peter no recordaba ninguna Navidad con su padre. Henry siempre se iba de casa durante ese mes, dejando solos a Freya y Peter al cuidado de un amigo de la familia.
—¿Pasabas las Navidades con Bobby?—Dean no podía creer las palabras de Freya. La chica asiente con una sonrisa en la cara, con los brazos apoyados en el respaldo de los asientos delanteros del Impala donde Sam y Dean se encontraban sentados.
—Hasta los quince años, después no sé muy bien qué pasó. Bobby no volvió ese año ni el siguiente y yo me convertí en la adulta de la casa.—Explica.
—Eso es raro.
—Algo debió haber pasado entre ellos.—Comenta Sam, volviéndose hacia Freya. La chica se encoge de hombros, sin tener una respuesta.
—Sin embargo, Henry le llamó cuando desapareciste.—Señala Dean.
—Mi padre no es cazador. Creo que Bobby es el único que conoce. No tuvo más remedio.—Responde ella.
Freya llevaba casi tres meses viajando con los hermanos Winchester. Y después de pasar tanto tiempo con ellos y aceptarlos como parte de su familia, la chica sabía que perder a Dean sería mucho más duro de lo que había pensado en un principio.
Ahora, tres días antes de Navidad, los tres estaban de camino para resolver un nuevo caso. Este había sido el primer año en mucho tiempo que Henry Holloway no se había ido de casa el último día de noviembre. Sin embargo, tarde o temprano iba a hacerlo. Peter había llamado a Freya en numerosas ocasiones, asustado de pasar solo esa época del año. Freya odiaba estar lejos de él, y odiaba aún más tener que decirle que no podría llegar a tiempo para estar con él el día 25, así que había pasado los últimos días intentando convencer a su padre de que se portara como tal y se quedara a su lado durante las vacaciones.
Así que mientras Dean y Sam investigaban e interrogaban a la familia de la víctima, Freya decidió quedarse en el motel para poder hablar con su padre a solas.
—Sé que debería quedarme con él. Pero veo a tu madre en todas partes durante estos días, es como si su fantasma me persiguiera.—Explica Henry, pasándose una mano por la cara en señal de frustración.
—Quemaste sus restos.—Le recuerda Freya.
—Sí, ya lo sé. Pero y si queda algo...
—Papá, ningún fantasma ha aparecido en esa casa durante las Navidades que Peter y yo hemos pasado solos.—Freya le interrumpe.—El fantasma de mamá no te persigue. ¿Vale? Peter no puede pasar las Navidades solo...
—Tiene 14 años.
—Exacto, y tú eres su padre. Actúa como tal.—Se queja.—Ya pasé su cumpleaños lejos de él y él pasó el mío lejos de mí, no le hagas esto.
—Quizá pueda llamar a Bobby...—Henry murmura para sí mismo, pero aun así Freya consigue oírle.
—Olvídalo, Dean me dijo que estaba en un caso.—Le informa.—Papá...
—No puedo hacerlo, Freya.—La interrumpe.—No puedo. Lo siento mucho. Lo siento tanto. Sé que os estoy decepcionando a ti y a él, pero... Oigo la risa de tu hermano de cuando era pequeño, corriendo por la casa cubierto de harina de las galletas que hacía con tu madre. Te veo, todavía inocente, decorando el árbol mientras bailabas canciones navideñas. Last Christmas de Wham era tu favorita. Y... La veo a ella, Freya. Y duele.
—Nos duele a todos.
—Siento no ser el padre que esperabas, Freya.
—Lo eres.—Asegura.—Lo fuiste durante 10 años. Aún lo eres, sé que lo eres.
—No. Ese hombre murió junto a tu madre aquella noche.
Antes de que Freya pudiera decir algo para refutar sus palabras, Henry terminó la llamada dejándola sin saber qué hacer para asegurarse de que su hermano no pasara la Navidad solo. Una idea surgió rápidamente en su cabeza justo cuando Dean y Sam comenzaron a enviarle la información que habían reunido sobre el caso.
Con una rápida búsqueda, Freya consiguió el número de teléfono de Maddie Lockhart. Freya no tenía amigos o familiares a los que llamar aparte de Dean, Sam y Bobby, así que Maddie era su única opción.
—No lo sé, Freya. Te dije que no quiero tener nada que ver con esto.—Se queja Maddie tras escuchar su petición.
—Sólo tienes que pasar la Navidad con él. Una semana, hasta después de Año Nuevo. Mi padre volverá a casa entonces.—Insiste Freya.
—Apenas me conoces.
—Vamos, puedo leer a la gente, soy una cazadora. No eres una asesina. Y Peter te hará todas las pruebas necesarias para asegurarse de que eres humana antes de dejarte entrar en casa. Es muy meticuloso, créeme.
—De acuerdo. Lo haré. Pero me debes una.—Maddie accedió finalmente.
—Lo que tú quieras.—Asegura Freya, dejando escapar un suspiro de alivio.
Después de eso Freya volvió a investigar, colgando en una de las paredes de la habitación fotos de diferentes demonios que pudieran encajar con lo sucedido en aquella ciudad, abriendo varios de los libros que se había llevado de su casa y buscando información en el portátil de Sam.
—¿Qué? ¿Tenía razón? ¿Es el deshollinador asesino en serie?—Cuestiona Dean, cargando una bolsa de papel en sus manos.
—Sí. En realidad es Dick Van Dyke.—Le responde Freya, haciendo que Sam riera levemente.
—¿Quién?—Dean los mira con confusión.
—¿Mary Poppins?
—¿Quién es?—Frunce el ceño.
—Oh, vamos. Creía que las películas eran tu especialidad.—Señala Freya.—Da igual. ¿Habéis encontrado algo más?
—Bueno, resulta que Walsh es el segundo tío de la ciudad al que sacan de su casa este mes.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—¿Al otro también lo arrastraron por la chimenea?—Cuestiona, frunciendo el ceño.
—No lo sé.—Responde Sam.—Los testigos dijeron que oyeron un golpe en el tejado.
Dean asiente, sentándose en el sofá mientras dirigía su atención a Freya.
—Entonces, ¿a qué demonios crees que nos enfrentamos?—Le pregunta.
—En realidad, tengo una idea.—Admite ella.
—¿Sí?—Dean alza las cejas con interés.
—Si, aunque va a sonar a locura.
—¿Qué podrías decir que nos suene a locura?
—Um... Santa Claus malvado.—Contesta ella con una sonrisa nerviosa.
Dean se queda en silencio, compartiendo una mirada con su hermano antes de volver a posar sus ojos en Freya, asientiendo levemente.
—Sí, es una locura.—Declara.
Freya rueda los ojos, mirando a Sam antes de ponerse en pie, agarrando uno de los libros de su padre para acercarse a Dean.
—Ya. A ver... quiero decir que hay leyendas sobre un Santa Claus malvado en todas las culturas.—Explica, mostrándole a Dean algunas fotos como ejemplo.—Tienes a Belsnickel, Krampus, Black Peter.—Se da la vuelta hacia Sam para enseñarle también el libro.—Como queráis llamarlo, hay todo tipo de historias.
—¿Y qué dicen?—Cuestiona Dean.
—Dicen que hace años el hermano de Santa se volvió malo y ahora aparece por Navidad, pero en lugar de traer regalos, castiga a los malos.
—¿Arrastrando sus traseros por las chimeneas?
—Para empezar, sí.—Freya le mira a los ojos mientras Sam da un paso atrás al ver que se estaba quedando al margen de la conversación. Era como si Freya y su hermano se hubieran olvidado de su presencia en la habitación mientras discutían la teoría de la chica.
—Así que esta es tu teoría, ¿eh? ¿El hermano turbio de Santa?—Dean levanta las cejas.
—Bueno, sólo digo que eso dicen las leyendas.
—Santa no tiene un hermano. Santa no existe.
—Sí, ya lo sé.—Asegura Freya soltando un bufido.—Quiero decir... Podría estar equivocada. Yo... sólo... Sí, tengo que estar equivocada.—Baja la mirada, dándose la vuelta para volver a la mesa.
—Puede que sí, puede que no.—Habla Dean, quitándole el libro de las manos en un rápido movimiento al ver la decepción en sus ojos.
—¿Qué?—Sam lo mira con confusión.
—He investigado un poco. Resulta que ambas víctimas visitaron el mismo lugar antes de ser secuestradas.—Explica Dean encogiéndose de hombros.
—¿Dónde?
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—Esto no es exactamente como me imaginaba el Polo Norte si soy sincera.—Comenta Freya, mirando aquel pequeño evento llamado la Aldea de Santa, donde sonaba música navideña y los niños correteaban mientras varios empleados vestidos como los duendes de Santa intentaban entretener a la gente. Era bastante deprimente.—Y os digo una cosa, si trajera a Peter aquí no me hablaría en todo un año. Este lugar le quita toda la magia a la Navidad.
—Hablando de eso.—Habla Dean, ganando su atención y la de su hermano.—Deberíamos celébrala este año.
—¿Celebrar qué?—Sam frunce el ceño.
—La Navidad.
—Eso sería genial.—Sonríe Freya.
—No, gracias.—Niega Sam al mismo tiempo.
—Vamos, pondremos un árbol, unos adornos, como cuando éramos pequeños.—Comenta Dean hacia su hermano.
—Dean, aquellos no son exactamente recuerdos que yo atesore, ¿sabes?—Suspira Sam.
—¿De qué estás hablando? Si tuvimos unas Navidades geniales.
—¿De la infancia de quién estás hablando?—Sam lo mira con incredulidad.
La mirada en sus ojos era todo lo que Freya necesitaba ver para darse cuenta de que este tema no era agradable para el joven Winchester.
Ella no podía sentirse identificada. A pesar de la ausencia de su padre los últimos años, ella siempre había tenido buenas Navidades. Excepto, tal vez, la primera después de la muerte de su madre y la partida de Carter. Peter era todavía un bebé en ese momento y no entendía mucho, lo que significaba que ella no tenía que fingir ser feliz y asegurarse de que él tuviera una buena experiencia navideña.
—Vamos, Sam—Insiste Dean.
—¡No! Oye... no.
—Muy bien, Grinch.—Bufa Dean, alejándose de ellos para observar mejor el lugar.
Freya se vuelve entonces para mirar a Sam, quien parecía perdido en sus pensamientos. A decir verdad, ella también estaba un poco perdida en los suyos, sintiendo una vez más ese nudo en el pecho al pensar que había dejado a Peter solo por Navidad. Bueno, no completamente solo, pero sí sin su familia. Sólo esperaba que él y Maddie se llevaran bien.
—Uno pensaría que con los 10 dólares que cuesta entrar en este lugar, Santa podría echar un poco de nieve.—La voz de Dean los saca de sus pensamientos
—¿Qué?—Freya frunce el ceño.
—Nada. ¿Qué estamos buscando?
—Um... las leyendas dicen que el anti-Claus caminará cojo y huele a dulces.—Le responde, mirando a su alrededor.
—Genial. Así que buscamos a un Santa cojo.—Suspira Dean, lo que hace que Freya suelte una pequeña risa.—¿Por qué a dulces?
—Piénsalo, Dean. Si hueles a dulces, los niños se te acercarán, ¿sabes?—Responde Freya con diversión, acercándose más a él.
—Eso es espeluznante.—Declara, devolviéndole la mirada.
—Sí, ya lo sé. Es que... tengo esta tendencia a intentar tapar todo lo malo con una broma o un comentario sarcástico.
Dean asiente, entendiéndola perfectamente.
—¿Cómo sabe quién es bueno y quién es malo?—Cuestiona Sam, caminado a su lado.
—No tengo ni idea.—Freya se encoge de hombros, deteniéndose a mirar al hombre disfrazado de Santa Claus sentado fuera de un pequeño granero a pocos metros de donde ellos se encontraban. Al igual que los falsos Santa Claus de los centros comerciales, éste dejaba que los niños se sentaran en su regazo para decirle los regalos que querían recibir por Navidad.
—Bueno, Ronny, cuéntame. ¿Te has portado bien este año?—Le pregunta Santa al niño que en ese momento estaba sentado en su regazo.
—Sí.—Le contesta él.
—Bien. Santa tiene un regalo especial para ti.—Le responde acompañado de una pequeña y espeluznantemente risa, lo que hizo que Freya se estremeciera.
—Puede que si lo sepamos.—Dean responde a la anterior pregunta de su hermano después de presenciar aquella escena.
—Sí, como si los niños fueran realmente sinceros cuando Santa les pregunta eso.—Bufa Freya al ver como la madre agarraba a su hijo de la mano para alejarlo del falso Santa.
Justo en ese momento una mujer disfrazada de elfa se acerca a Sam, Dean y Freya.
—Bienvenidos a la corte de Santa Claus.—Sonríe.—¿Acompañó a vuestro hijo a verle?
—Uh...
—No. No. Uh, pero mi hermano a soñado con esto desde que era pequeño.—Habla Dean, cortando el balbuceo de su hermano mientras le daba una palmada en el hombro.
La chica elfa dirige su mirada hacia el joven Winchester, mirándolo como si fuera un bicho raro.
—Uh, lo siento. Solo menores de 12 años.
—No, sólo está bromeando.—Habla Sam rápidamente, tratando de aclarar la situación. Sin embargo, sus últimas palabras provocaron todo lo contrario.—Sólo venimos a mirar.
La chica frunce el ceño antes de volver sus ojos hacia Dean y Freya, mientras esta última intentaba ocultar la risa que estaba a punto de escaparse de sus labios.
—Eww.
—N-no quise decir que vengamos aquí a...—Sam intenta explicarse, pero la chica no le presta atención mientras se aleja de ellos con rapidez. Dean giró la cabeza hacia Freya, y cuando sus miradas se encontraron ninguno de los dos pudo evitar soltar una risa ante la incómoda situación en la que el mayor de los Winchester había puesto a su hermano.—Muchas gracias, Dean. Gracias.—Sam rueda los ojos con molestia mientras ellos seguían riendo.
—Eh, chicos, mirad eso.—Habla Freya, señalando al falso Santa, quien se levantaba de su silla, caminando con una cojera.
—Hay mucha gente que cojea.
—Dime que no oliste eso. Eso eran caramelos, tío.—Asegura Dean cuando el hombre pasa junto a ellos.
—Eso era hierba, tío.—Corrige Freya.—Creo. Tiene que ser. Ese tipo está definitivamente colocado. ¿Quién coño contrató a la gente de aquí?
—Vale, quizá tengas razón, pero ¿estamos dispuestos a correr ese riesgo?—Dean le devuelve la mirada. Freya se encoge de hombros.
No, no iban a arriesgarse. Necesitaban estar seguros. Por eso cuando llegó la noche se encontraron dentro del Impala, vigilando la casa del colocado y falso Santa Claus.
—¿Qué hora es?—Pregunta Dean.
—La misma que la última vez que preguntaste.—Le responde Sam.—Toma... Cafeína.—Le entrega un termo.
—¿Cómo es que ella puede dormir y yo no?—Gruñe, mirando a Freya, quien se encontraba tumbada en los asientos traseros del coche.
Sam se vuelve hacia él con incredulidad.
—¿De verdad? Tú fuiste el que le dijo que no se preocupara, que nosotros nos encargaríamos.
—Sí, bueno. Parecía cansada.—Dean se encoge de hombros, abriendo el termo.
—Ya, claro.—Suspira Sam.
—¿Qué?
—Nada.
—Vamos. ¿Qué es esa mirada?—Cuestiona Dean con frustración.
—Nada, Dean. Es que eres muy obvio.—Le responde, devolviéndole la mirada.
—¿De qué estás hablando?—Dean frunce el ceño, tratando de verter un poco de café en la taza, pero el termo se encontraba completamente vacío.—Estupendo.
—Sólo digo que si de verdad quieres mantener las distancias con ella, no estás haciendo un buen trabajo.
Ante su respuesta, Dean se gira hacia él, permaneciendo en silencio durante unos segundos. Si era sincero, su hermano tenía razón, pero a veces no podía evitar caer en los hábitos de cuando salía con ella. Además, Freya era difícil de ignorar.
—Oye, Sam.
—¿Sí?
—¿Por qué de repente odias la Navidad?—Le pregunta, cambiando de tema. Sam bufa, dirigiendo su mirada de nuevo a la casa del falso Santa Claus.
—Dean...
—Lo admito, algunas Navidades no fueron demasiado buenas.
—¿"Buenas"?
—Pero eso fue hace mucho. Este año lo haremos bien.
—Mira, Dean. Si quieres celebrar la Navidad, haz lo que quieras. Pero a mi no me metas.
Dean lo mira con incredulidad.
—Oh, sí, eso será genial. Yo y yo mismo comiéndonos un pavo solos.
—Bueno, estoy seguro de que Freya querrá acompañarte. Parece que le encanta la Navidad.—Comenta Sam, señalándola.
El coche volvió a quedarse en silencio mientras ambos volvían a observar la casa. Justo en ese momento el falso Santa, todavía con su gorro rojo, pero con una camiseta de tirantes verde, miró hacia fuera y luego cerró las cortinas.
—¿Qué hace San Nicotina?—Dean frunce el ceño.
—¡Dios mío!—Se oye entonces la voz de una mujer desde la casa, lo que provoca que los hermanos salieran del coche con rapidez y corrieran hacia la casa con sus armas desenfundadas.
Ante el ruido, Freya no pudo evitar despertarse. Sus ojos los buscaron, viéndolos entrar en la casa con las armas en la mano. Rápidamente la chica agarró la suya y fue tras ellos. Pero la imagen que se encontró no era la que esperaba. El drogado y falso Santa Claus estaba sentado en su sofá, viendo lo que parecía ser una película porno navideña mientras Dean y Sam cantaban una versión muy desafinada de Noche de Paz. Freya hizo todo lo posible por no reírse mientras agarraba a ambos del brazo para sacarlos de la casa, cerrando la puerta tras ella.
—Bueno, eso ha ido bien.—Suspira.
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Al llegar a la casa de los Holloway, Maddie se alarmó al ver que la puerta principal se encontraba abierta de par en par. El miedo casi la hizo salir corriendo de allí, pero entonces recordó que un niño la estaba esperando. Estaba tan asustada por encontrarse de nuevo con aquellos dos demonios que tuvo que buscar el valor de donde pudo.
Sin embargo, la chica no esperaba que cuando pusiera un pie dentro de la casa un chorro de agua le fuera a ser disparado directamente a la cara.
—Has superado dos pruebas, enhorabuena. Ahora veamos cómo sales de esa trampa, demonio.—Peter habló desde lo alto de las escaleras, disparándole de nuevo con su pistola de agua.
—Whoa, whoa. ¡Para!—Exclama Maddie, tratando de cubrirse la cara con los brazos.—¿Qué demonios estás haciendo?
—Asegurándome de que no eres un demonio o algún otro monstruo. Has pasado la línea de sal. Esto es agua bendita.—Le explica, señalando el arma en sus manos.—Ahora tienes que salir de ahí.
Maddie frunce el ceño al verle señalar al techo. Entonces miró hacia arriba, encontrando un círculo con varios símbolos dibujados en él justo encima de la puerta de la casa.
—Es una trampa para demonios.—Explica Peter.—Aunque, si eres uno de ellos eso ya lo sabes.—Maddie estaba a punto de hablar, pero él la interrumpió antes de que pudiera.—Ahora, muévete y ve a por ese cuchillo plateado de ahí.—Ordena, señalando a su derecha mientras le disparaba de nuevo con el agua bendita.
—Déjalo. ¿Qué es esto, la casa de Home Alone?—Se queja Maddie con incredulidad.
—Te gustan las películas.—Observa con una pequeña sonrisa.—Me caes bien. De verdad espero no tener que matarte.—Admite Peter, poniéndose serio una vez más.—Muévete.
—Vale, vale.—Acepta Maddie.—Dios, ¿qué le pasa a esta familia?—Murmura para sí misma.
Haciendo todo lo que el chico le ordenaba, Maddie consiguió por fin convencerle de que no era un monstruo. Después de eso Peter guardó su pistola y el cuchillo de plata con el que la había obligado a hacerse un pequeño corte en la mano y volvió a reunirse con ella con una sonrisa inocente en los labios.
—¿Qué tal si pedimos pizza?
Pizza fue también lo que Dean, Freya y Sam cenaron esa noche antes de que llegara la mañana y se enteraran de la noticia de otro ataque. Como de costumbre eso los obligó a ponerse sus trajes y agarrar sus placas falsas para poder interrogar a la familia de la víctima.
—¿Así describió su hijo el ataque? ¿'Santa Claus se llevó a papá por la chimenea'?
—Eso es lo que dijo, sí.—Responde la mujer, quien tenía un moratón sobre el ojo a causa del ataque.
—¿Dónde estaba usted?—Le pregunta Dean.
—Estaba durmiendo y de repente... me sacaron de la cama, gritando.
—¿Vio usted al agresor?—Cuestiona Freya.
—Estaba oscuro y me golpeó. Me dejó inconsciente.—Explica la señora Caldwell negando con la cabeza.
Freya asiente.
—Lo siento. Sé que esto es duro.
—Sí, um... Señora Caldwell, ¿de dónde sacó la corona que hay sobre la chimenea?—Le pregunta Sam, señalándola.
Freya y Dean fruncen el ceño con confusión, mirando la corona un poco desconcertados por la pregunta de Sam.
—¿Disculpe?—La Señora Caldwell lo miró igual de confundida que ellos.
—Sólo curiosidad, ya sabe.—Se encoge de hombros con una sonrisa nerviosa, sintiéndose un poco avergonzado.
—Perdónelo, es un novato y no sabe seguir órdenes.—Freya le disculpó, posando su mirada en Sam.—Te dije que te quedarás en silencio, ¿recuerdas?
Aquello no le hizo ninguna gracia a Sam, al contrario que a Dean.
—Gracias por responder a nuestras preguntas.—Freya vuelve a mirar a la mujer.—Y sentimos lo ocurrido.
La señora Caldwell asiente, despidiéndose de ellos.
—La corona, ¿eh?—Comenta Dean hacia su hermano mientras caminaban de vuelta al coche.—¿Seguro que no querías preguntarle por sus zapatos? Hay un bolso muy mono en la entrada.
—Hemos visto esa corona antes, Dean.
—¿La hemos visto?—Freya frunce el ceño.
—Dean y yo, sí. En casa de los Walsh. Ayer.—Responde Sam.
—Lo sé. Sólo te estaba poniendo a prueba.—Sonríe Dean, provocando que Sam ruede los ojos.
—Vale, ¿pero qué tiene que ver una corona con el caso?—Freya los mira confundida. Sam se encoge de hombros.
—No lo sé, pero era exactamente la misma corona. Es una conexión entre víctimas, merece la pena echarle un vistazo.
—Bien.—Acepta, entrando en el coche.
De vuelta en el motel, Sam estaba al teléfono con Bobby mientras Dean limpiaba las armas y Freya intentaba ponerse en contacto con su padre. Al menos sabía que su hermano estaba bien, ya que Maddie le había enviado un mensaje la noche anterior para confirmar que había llegado a la casa. Acompañado de una amenaza de que si Peter no se comportaba ella acabaría matándolo. Claramente no hablaba en serio, pero estaba cerca de hacerlo.
—Juro que lo mataré. Solo tenía que pasar las Navidades con su hijo, ¿es eso tan difícil?—Dean levanta la mirada hacia ella, viendo cómo dejaba el teléfono sobre la mesa de un golpe. Freya le devolvió la mirada entonces, con los ojos llenos de cansancio y decepción.
Por desgracia, Dean y Sam sabían exactamente lo que era pasar las Navidades sin su padre y, ciertamente, aunque el chico era un grano en el culo, Dean no se lo deseaba a Peter.
—Sí, de acuerdo. Vale, sigue mirando. Gracias, Bobby.—Habla Sam antes de colgar el teléfono.—Bueno... no se trata del anti-Santa.
Freya gruñe, apoyando la frente sobre el brazo que tenía apoyado en la mesa. Dean suspira al ver el estado en que ella se encontraba.
—¿Qué ha dicho Bobby?—Pregunta, volteándose hacia su hermano.
—Eh, que somos tontos.—Responde, sentándose al lado de Freya, quien entonces levantó la mirada hacia él.—Y ha dicho que probablemente era Filipendula lo que había en esas coronas.
—¡Vaya! Asombroso.—Contesta Freya sarcásticamente.—¿Qué demonios es la Filipendula?
—Algo muy raro y probablemente la planta más poderosa del folklore pagano.—Responde Sam, mirando su portátil.
—¿Pagano?—Dean frunce el ceño.
—Oh, esa me la sé.—Freya levanta la mano.
Sam la mira un segundo con confusión antes de contestar a su hermano.
—Usaban esa planta en los sacrificios humanos. Era una especie de... señal para sus dioses. Los dioses se sentían atraídos por ella, aparecían y devoraban al humano más cercano.
—¿Y por qué iba a usarla alguien en coronas Navideñas?
—No es tan extraño como crees, Dean. Quiero decir, casi todas las tradiciones navideñas son paganas.
—La Navidad es el cumpleaños de Jesús.—Señala él con confusión.
—No, el cumpleaños de Jesús fue probablemente en otoño. En realidad era el festival del solsticio de invierno que fue tomado por la Iglesia y rebautizado como 'Navidad'. Pero el árbol e incluso el traje rojo de Santa Claus son todo restos de ritos paganos.—Explica Freya, dejando caer su cabeza hacia atrás.
Sam y Dean comparten una mirada asombrados. El más joven especialmente confundido por su actitud, ya que no se había enterado de su situación con su padre.
—Vaya, sí que eres una listilla, ¿verdad?—Dean sonríe divertido.
—No me llames así.—Se queja Freya con dureza, devolviéndole la mirada.
Dean la observa confuso y sorprendido por su reacción.
—Vale, perdón. Pero, ¿cómo sabes todo eso? ¿Qué me vas a decir ahora? ¿Que el conejo de Pascua es judío?—Freya rueda los ojos ante sus palabras mientras Sam se mantiene en silencio.—¿Así que crees que nos enfrentamos a un Dios pagano?—Dean se vuelve hacia su hermano.
—Sí, probablemente Hold Nickar, Dios del solsticio de invierno.—Responde Sam, bajando la vista hacia su portátil.
—Y todas esas amas de casa quieren estar a la última y compran esas coronas.
—Sí, es más o menos como poner un cartel de neón en la puerta de casa que diga 'Ven a matarnos'.
—Genial.
—Huh... Cuando te sacrificas a Hold Nickar, adivina lo que te da a cambio.—Sam habla de nuevo.
—Bailes eróticos, con suerte.—Freya ríe levemente ante la respuesta de Dean.
—Buen tiempo.—Corrige Sam.
Freya frunce el ceño, mirando por la ventana.
—Como que no nieve en pleno diciembre en el centro de Michigan.
—Por ejemplo.
—¿Sabemos cómo matarlo?—Cuestiona Dean.
—No, Bobby lo está estudiando ahora. Tenemos que averiguar dónde venden esas coronas.
—¿Crees que las venden a propósito? ¿Sacrifican gente a ese ser?
—Vamos a averiguarlo.—Suspira Sam.
Después de visitar varias tiendas de decoración navideña, por fin encontraron la que había vendido aquellas coronas. Por lo que les había el vendedor, las había hecho una mujer llamada Madge Carrigan y se las había regalado diciendo que eran especiales. Él se había encargado de venderlas, esta vez cobrando por ellas, y así es como habían llegado a las casas de las víctimas.
—¿Cuánto crees que costaría una corona de esas?—Inquiere Dean, encendiendo la luz al volver a entrar en la habitación del motel.
—Un par de cientos de dólares, por lo menos.—Responde Sam.
—¿Y esa mujer las regala así? ¿Qué te parece?
—Bueno, suena bastante sospechoso.—Admite Freya, sentándose en el sofá mientras revisaba los mensajes de su teléfono.
Dean y Sam asiente, quitándose las chaquetas y sentándose en el borde de sus camas.
—Oye, Sammy, ¿recuerdas la corona que trajo papá aquel año?—Pregunta Dean.
—¿Te refieres a la que robó de una licorería?—Sam frunce el ceño mientras Freya los mira con curiosidad.
—Sí, hecha con latas de cerveza vacías.—Explica Dean al notar la expresión confusa de la chica.—Era genial. Apuesto a que si buscara lo suficiente, probablemente podría encontrar una igual.
—Suena genial, supongo...—Freya no sabía exactamente qué responder.
—De acuerdo. Tío... ¿Qué te pasa?—Sam frunce el ceño, mirando de nuevo a su hermano.
—¿Qué?
—¿Quiero decir, ¿desde cuándo eres Bing Crosby? ¿Por qué quieres celebrar la Navidad?
—¿Y por qué tú no? ¿Tus recuerdos infantiles son tan traumáticos?
—No, eso no tiene nada que ver.—Niega Sam mientras Freya empezaba a sentirse un poco fuera de lugar. Sus nervios aumentando ante la falta de mensajes o llamadas de su padre o Maddie.
—¿Entonces qué?
—Quiero decir, yo sólo... no lo entiendo.—Admite Sam.—Tú no has hablado de la Navidad en años.
—Bueno, este... es mi último año.—Señaló Dean, haciendo que un nudo se instalara en el pecho de su hermano y Freya.
Sam suspira, bajando la mirada.
—Lo sé. Por eso no quiero.—Admite finalmente.
El rostro de Dean se tornó confuso ante las palabras de su hermano pequeño.
—¿Qué quieres decir?—Cuestiona.
—Quiero decir que no puedo quedarme sentado, bebiendo ponche, fingiendo que todo va bien, sabiendo que la próxima Navidad no estarás.—Explica Sam.—Simplemente no puedo.
Después de eso Sam salió de la habitación alegando que iba a buscar algo de cenar. Dean no pudo evitar soltar un suspiro, mirándose las manos antes de volver a levantar la mirada hacia Freya, quien se encontraba sentada en el sofá frente a él.
—¿No vas a decir nada?
—¿Qué quieres que diga, Dean?—Cuestiona ella con confusión.—Sinceramente, estoy demasiado centrada en mis propios problemas familiares como para centrarme en los vuestros.
—Sí, sobre eso... ¿Te ha llamado tu padre?—Inquiere Dean con sincero interés.
—Creo que me está evitando.—Freya deja escapar un suspiro.—Y una amiga mía está con Peter...
—¿La misma amiga a la que fuiste a visitar en Salem?
Freya se queda en silencio, entrecerrando los ojos.
—¿Hay algo que quieras decirme?
—Sé que estabas mintiendo.—Declara Dean, tomándola por sorpresa.—No sé qué fuiste a hacer en Salem, pero sé que no ibas a visitar a una vieja amiga.
—No es de tu incumbencia.
—¿Quién era, eh? ¿Un antiguo novio? ¿Tal vez un amigo con derecho a roce?—Cuestiona con una sonrisa divertida.
—Eres un idiota, ¿lo sabías?—Se queja Freya.—Sam y tú no sois los únicos con problemas familiares, ¿sabes? Tal vez él tenga razón y deberías dejar de hablar de la Navidad, porque definitivamente esta es la peor. Aunque estoy segura de que la del año que viene lo será aún más para él.
Sin nada más que decir, Freya se levantó, agarro su mochila y se dirigió al baño, cerrando la puerta tras de sí.
Dean se quedó allí, sentado en el borde de su cama. Todo lo que hacía o decía parecía estropearlo todo aún más con su hermano y Freya. El único consuelo era que tal vez así su muerte no les afectaría tanto. Pero ese era un pensamiento estúpido, y en el fondo lo sabía.
─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───
El día siguiente no fue muy productivo para Sam, Dean y Freya, pues lo único que pudieron hacer fue visitar a la mujer que hizo las coronas. Aunque la visita sirvió para confirmar que ella y su marido eran los causantes de los ataques. Al menos a Freya le pareció obvio por su evidente extraña energía con sus jerséis navideños pasados de moda y toda su estética de pareja de ancianos atrapada en los años 50. Simpáticos y felices.
Después de eso sólo podían seguir investigando y esperar a que Bobby les dijera cómo detener a ese dios pagano.
Peter y Maddie sin embargo tuvieron un día mucho más productivo. Maddie se estaba encariñando con el chico, que la había arrastrado al centro comercial más cercano para hacer compras de última hora, le había rogado que hicieran galletas de Navidad y la había engañado para que jugara con unas pistolas de balas de goma por toda la casa. Si era sincera, hacía años que no se divertía tanto. Peter le recordó porqué durante años había deseado tener hermanos pequeños.
—Yo gano. Otra vez.—Celebra Peter, bajando el arma mientras la bala de goma impactaba en el hombro de Maddie.
Maddie gruñe con molestia.
—¿Cómo eres tan bueno disparando?
—Mi hermana empezó a enseñarme cuando cumplí los ocho años.
—¿Tu hermana te enseñó a disparar armas de verdad?—Maddie lo mira sorprendida. Peter asiente, agarrando la pistola de plástico de sus manos para guardarla junto a la suya.
—Ella quería que estuviera preparado por si aparecía algún monstruo en casa o si me encontraba con alguno.—Le explica.—También se aseguraba de que llevara una navaja a la escuela y me enseñó artes marciales. Puedo enseñarte si quieres.
—No, gracias. La caza no es lo mío.—Admite Maddie con una sonrisa nerviosa.
—¿Y qué es lo tuyo?—Cuestiona él con curiosidad.
—La fotografía.
—¿Por qué?
Maddie se encoge de hombros.
—No sé. Si haces la foto perfecta en el momento perfecto, puedes vivir un momento una y otra vez. Puedes apreciar los pequeños gestos y los pequeños momentos para toda la vida.
—Demasiado profundo para mí.—Suspira Peter—Pero supongo que lo entiendo. Yo quiero ser director de cine.
—Eso está bien. Pero también es profundo.
—Sí, supongo. Aunque lo mío serían las películas de terror o fantasía. Sé mucho de monstruos.
—Ya lo veo.—Sonríe levemente.—¿Tienes hambre?
—Claro. ¿Qué hay para cenar?—Pregunta con interés.
—Bueno, es Nochebuena y mi madre tenía la tradición de hacer un pavo acompañado puré de patatas y tarta de manzana de postre. ¿Qué te parece? El pavo ya está en el horno.—Le explica Maddie mientras camina hacia la cocina, siendo rápidamente seguida por él.
—Freya y yo solemos tomar helado mientras vemos una película navideña después de cenar, ¿podemos hacer eso también?
Maddie se vuelve hacia él con una leve sonrisa en los labios, apreciando que no se hubiera quejado de sus planes.
—Por supuesto.
—Genial. Iré a por las películas.—Responde con entusiasmo.
—También deberías llamar a tu hermana.—Le recuerda ella entonces antes de que saliera corriendo escaleras arriba.
Peter se detiene en seco dejando escapar un suspiro.
—Sí, tienes razón.—Admite, acercándose al teléfono de la pared. Sin embargo, Freya no estaba en una posición muy cómoda para responder a su llamada en ese momento.
Después de que Bobby les informara de que la forma de matar al dios pagano eran las estacas de madera, Dean y Freya se habían asegurado de prepararlas mientras Sam se enteraba de que el matrimonio de ancianos había vivido en Seattle el año pasado, donde se habían producido dos ataques similares.
La casa de la pareja parecía perfecta, decorada para Navidad y oliendo a comida y galletas recién hechas. Todo parecía normal, hasta que llegaron al sótano de la casa. Donde encontraron huesos cubiertos de sangre en un gran cuenco y muchas otras cosas repugnantes. Todo el sótano parecía una carnicería más que un almacén. Y fue allí donde la pareja los tomó por sorpresa, dejándolos a los tres inconscientes.
Ahora el teléfono de Freya vibraba en el bolsillo de su pantalón mientras ella yacía tumbada en la isla de la cocina, aún inconsciente. Tenía las manos y las piernas atadas, impidiéndole moverse mientras Sam y Dean estaban sentados espalda con espalda en dos sillas junto a ella, luchando con las cuerdas que los sujetaban.
—Hey, Freya. Necesito que te despiertes.—La chica podía oír la voz de Dean en la distancia. Con los ojos aún cerrados y aturdida, Freya intentó girar la cabeza hacia su voz. Dean gruñó mientras seguía tratando de liberarse de las cuerdas alrededor de sus muñecas, viendo como Freya hacía una mueca de dolor al moverse.
—¿Dean?—Cuestiona en un débil susurro, aún sin abrir los ojos.
—Sí, soy yo. Estoy aquí mismo. Estamos aquí.—Le asegura él.
—¿Estás bien?—Le pregunta, abriendo lentamente los ojos.
—Deberíamos preguntarte eso nosotros.—Responde Sam, dedicándole una leve sonrisa. Freya intentó devolvérsela, pero su cuerpo dolía con cada movimiento.—Supongo que estamos tratando con el señor y la señora Dioses.—Dean asiente.—Bueno es saberlo.
En ese momento la puerta de la cocina se abrió y por ella entraron los Carrigans, vestidos con coloridos jerséis navideños.
—Ooh, y creíamos que erais tan perezosos que ibais a dormir durante toda la diversión.—Habla Madge, soltando una risita.
—¿Y perdernos todo esto? No, somos fiesteros.—Responde Dean.
—¿A que son muy divertidos, cielo?—El señor Carrigan mira a su mujer antes de volver la vista hacia ellos mientras tomaba una calada de su pipa.—Sois cazadores, eso es lo que sois.
—Y vosotros dioses paganos. Así que, ¿por qué no nos despedimos, lo dejamos en empate y tomamos caminos separados?
—¿Para que volváis con más cazadores a matarnos?—Cuestiona incrédulo.—No lo creo.
—Deberían haberlo pensado antes de empezar a devorar seres humanos.—Responde Sam.
—Oh, vamos, no te pongas así.—El Sr. Carrigan rueda los ojos.
—Oh, antes solíamos recibir más de cien tributos al año.—Habla Madge, poniendo una servilleta en el regazo de Dean antes de hacer lo mismo con Sam.—¿Ahora qué nos llevamos? ¿Dos? ¿Tres?
—Con estos dos y su novia serán seis.—Señala su marido.
—Vaya. Eso no está mal, ¿verdad?
—Bueno, poniéndolo así, se diría que sois los Cunningham.—Comenta Dean, sonriendo ante su propia respuesta.
—Más vale que nos muestres más respeto.—Le advierte el señor Carrigan, devolviéndole la mirada.
—¿O qué? ¿Nos comerán?—Sam alza las cejas.
El señor Carrigan estaba a punto de contestarle, pero la voz de su mujer le interrumpió.
—Oh, cariño, no te esfuerces tanto. Es inútil.—Habla Madge al notar como Freya se removía, forcejeando con las cuerdas de sus muñecas, intentando soltarse mientras dejaba escapar leves gruñidos de dolor con cada movimiento.
—No la toques.—Declara Dean, apretando la mandíbula.
—Bueno, supongo que acabamos de descubrir de quién es novia esta joven.—Comentó el señor Carrigan, acariciándole la mejilla a la chica. Freya lo mira amenazantemente.
—Te mataré.—Declara entre dientes. El señor Carrigan levanta sus ojos, compartiendo una mirada con su esposa ante su respuesta.
—Qué boca tienes, jovencita.—Comenta Madge, acercándose a ella con un cuchillo y un cuenco en las manos.—Creo que necesitas aprender modales.
—Todo lo que necesito es una estaca de madera. Voy a disfrutar clavándotela en el corazón, créeme.—Le responde Freya, apretando la mandíbula.
Sin perder un instante, Madge deslizó el cuchillo por uno de sus brazos, recogiendo su sangre en el cuenco. Freya no pudo evitar soltar un gruñido de dolor ante la punzante sensación. Pero aún así, su tolerancia era impresionante. Especialmente para la pareja de Dioses Paganos, quienes estaban acostumbrados a los gritos de desesperación. Pero a diferencia de sus otras víctimas, Freya ya había experimentado una situación similar a esa y había sido mucho peor.
—¡Freya!—Exclama Dean.—¡Dejadla en paz, hijos de puta! Os voy a matar.
—¿Oyes cómo nos hablan? ¿A los dioses?—El Sr. Cardigan mira a su mujer.—Oye, chaval, hace unos años nos adoraban millones.
—¡Las cosas cambian!
—Dímelo a mí. Y luego, de repente, llega ese tal Jesús y se pone de moda. Y entonces, queman nuestros templos y nos persiguen como si fuéramos monstruos.
—Tal vez porque lo sois.—Responde Freya.
—¿Pero nos quejamos? Oh no, no lo hicimos.—Continúa Madge, ignorando sus palabras mientras su marido añadía unas hierbas al cuenco de sangre.—Dos milenios. Hemos pasado desapercibidos. Tenemos trabajos, una hipoteca. Nos... ¿cómo era la palabra, querido?
—Nos adaptamos.
—Sí, nos hemos adaptado. Hasta jugamos al bridge los martes y los viernes. Ya somos como los demás.—Habla, agarrando otro cuenco y el cuchillo para deslizarlo esta vez por el brazo de Sam.
—No se adaptan tanto como creen, señora.—Le asegura Dean, apretando los puños al oír a su hermano pequeño gritar de dolor.
Ella le ignoró mientras se colocaba frente a él para deslizar el cuchillo por uno de sus brazos.
—Puede que esto te duela un poquito, querido.
—¡Puta!—Exclama Dean.
—¡Dios mío! Alguien le debe cinco centavos al tarro de las palabrotas.—Lo mira ofendida.—Oh, ¿sabes lo que digo yo cuando tengo ganas de decir palabrotas? 'Porras'.
—¡Intentaré recordarlo!—Jadea con dolor, haciéndola sonreír.
—Chicos, no os hacéis idea de la suerte que tenéis.—Habla el señor Carrigan mientras agarra unos alicates.—Hubo un tiempo en que los niños recorrían kilómetros sólo para sentarse donde estáis vosotros.
Freya se girar para mirarle al notar cómo él se colocaba a su lado izquierdo, cogiéndole la mano. El pánico la invadió al recordar la noche más dolorosa y aterradora de su vida. Fue entonces cuando el rostro del señor Carrigan pareció transformarse por unos instantes en el de su propio hermano mayor. Confundida, Freya parpadeó varias veces. Durante un breve segundo pareció como si hubiera regresado a su casa, a aquella noche de 1994 en la que todo cambió.
—¿Qué cree que va a hacer con eso?—Observa la herramienta una vez que vuelve a la realidad. Pero el señor Carrigan no respondió, se limitó a sonreírle. Provocando que un escalofrío recorriera su espina dorsal.
Al ver aquella escena representarse ante sus ojos, Dean se volvió hacia Madge.
—¡Si vuelves a tocarla, te mato, porras!
—¡Muy bien!—Sonríe la mujer.
—No. No. No lo hagas.—Freya mira al Sr. Carrigan con pánico cuando comprendió lo que iba a hacerle. Por primera vez esa noche, Freya sintió el dolor de verdad. Le dolía el cuerpo desde que la habían dejado inconsciente, pero esto era mucho peor. Aunque nada comparado con lo que Carter le había hecho. Entonces un grito salió de su boca cuando el Sr. Carrigan tiró de la uña de su dedo índice hasta arrancarla.
—¡Oh, tenemos un ganador!—Celebra, admirando la uña.
—¿Qué más, querido?—Madge mira a su marido, mientras coloca todos los ingredientes en el bol y comienza a removerlos.
—Bueno, veamos. Uh, uña, sangre. Oh... Por el aliento del dulce Jesús. Se me olvidaba el diente.—Ríe.
—Feliz Navidad, chicos.—Murmura Dean, recibiendo un gruñido por parte de Sam y Freya. El Sr. Carrigan agarro entonces otros alicatas y caminó hacia él.
—¡Espere! ¡Espere!—Exclama Freya.—Coge uno de los míos.
—Aw, qué mona, protegiendo a su novio.—Comenta Madge, mirando a su marido.
—Por favor.—Insiste Freya mientras Dean se limitaba a negar.—Puedo soportar el dolor.
—Lo sabemos, cariño.—Asegura Madge.—Pero en realidad nos gustan los gritos.
—Abre bien la boca... y di: 'Aaah'.—Indica el Sr. Carrigan al agarrar la barbilla de Dean.
A pesar de intentar resistirse, el Sr. Carrigan consiguió meter las tenazas en la boca de Dean. Entonces, de repente, sonó el timbre de la puerta.
—¿No vais a abrir la puerta?—Cuestiona Dean con las tenazas aún en la boca. La pareja comparte una mirada.—Deberíais abrir.
—Vamos.—El señor Carrigan rueda los ojos antes de salir de la cocina acompañado de su mujer. Ante eso, Dean no pudo evitar suspirar aliviado y pasarse la lengua por los dientes.
Para su suerte, los dos dioses habían dejado un cuchillo sobre la encimera de la isla, a escasos centímetros de la mano izquierda de Freya. Pero Sam y Dean tenían más experiencia soltándose de cuerdas, esposas y cadenas, así que antes de que ella pudiera alcanzar el cuchillo ellos ya se habían liberado.
—Eres un poco lenta, cariño.—Dean se acerca a ella y comienza a deshacer los nudos de las cuerdas en sus muñecas mientras Sam hacía lo mismo con las de sus tobillos.—'Coge uno de los míos', ¿en serio?—Susurra Dean, sujetándola por la cintura para ayudarla a bajar.
—Oh, déjalo. Intentaba ahorrarte el dolor.—Suspira ella, colocando un brazo alrededor de su cuello para estabilizarse.
—¿Y quedártelo todo para ti?
—Bueno, he sufrido peores dolores.—Admite, girando la cabeza hacia él. Fue entonces cuando se dio cuenta de la corta distancia entre sus rostros, lo que la hizo tragar saliva de forma nerviosa. Podía sentir el aliento de Dean contra sus labios, su cuerpo contra el de ella, cómo sus músculos se tensaban con su contacto, cómo sus ojos recorrían su rostro...
—Hey, tortolitos.—Sam los saca de sus pensamientos, abriendo la otra puerta de la cocina para que pudieran salir.—Vamos.
Dean asiente rápidamente, siguiéndole hasta el pasillo de la casa mientras ayudaba a Freya a caminar.
—Estoy bien. Estoy bien.—Habla Freya, soltándose de su agarre, pero Dean mantuvo su brazo alrededor de su cintura, dudoso.
—¿Estás segura?—Cuestiona.
—Sí. Está bien. Te lo prometo.—Le sonríe. Suspirando, Dean da un paso atrás, soltándola.
—Bien, ¿por dónde íbamos?—Madge habla al entrar de nuevo en la cocina junto a su marido. Entonces un grito ahogado se escapó de su boca cuando se dio cuenta de que Sam, Dean y Freya ya no se encontraban allí.
Dividiéndose, cada uno de los hermanos Winchester cerró las dos puertas de la cocina. Freya se quedó con Dean y arrastró una cajonera hasta la puerta mientras los Carrigan empezaban a golpearla, intentando escapar. Cuando por fin consiguieron bloquearla por completo, ambos se apresuraron a unirse a Sam para poder ayudarle a sujetar la otra puerta.
—¿Qué hacemos ahora? ¡Las estacas están en el sótano!—Exclama Dean.
—¡Bueno, necesitamos más madera, Dean!—Responde Sam con obviedad mientras Freya rueda los ojos, dando un paso atrás y mirando alrededor de la habitación en la que se encontraban, el salón principal de la casa.
—Creo que acabo de encontrarla.—Comenta, mirando el árbol de Navidad.
—Buena idea.—Admite Sam.—Dean, ayúdame a con esto.—Señaló un armario. Dean asiente y le ayuda a empujarlo hasta colocarlo delante de la puerta. Mientras tanto Freya se encargó de arrancar un par de ramas del árbol para usarlas como estacas.
De repente, la casa se quedó en completo silencio. Los hermanos y Freya no pudieron evitar compartir una mirada de confusión mientras ella les lanzaba dos de las estacas. Justo cuando Dean agarro la suya, el señor Carrigan apareció de la nada y lo tiro al suelo. Madge caminó detrás de él, directa hacia Freya.
—Que malos sois.—Gruñe, su rostro distorsionándose momentáneamente a su verdadera forma.—Me encantaba ese árbol.
Sam levanta su estaca, pero Madge le golpea tan fuerte que le lanza contra el sofá. Freya se mueve rápidamente hacia ella, empujándola lejos del joven Winchester y clavándole la estaca en el corazón.
—¡Madge!—Grita el señor Carrigan, dejando de darle puñetazos a Dean. Freya empujó la estaca más profundamente provocando que la mujer se quejara de dolor antes de caer al suelo, muerta. Mientras tanto Dean aprovechó la oportunidad y golpeó al Sr. Carrigan, apuñalándolo con su estaca. Este gritó de dolor antes de que Dean volviera a apuñalarle. Entonces el Sr. Carrigan también cayó al suelo junto a su esposa, muerto.
Ayudando a los hermanos Winchester a ponerse en pie, Freya suspiró aliviada.
—Feliz Navidad.—Habla Sam, mirándoles con una leve sonrisa en sus labios.
─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───
Después de lo que había pasado esa noche, Freya sólo quería darse una ducha, cambiarse de ropa, llamar a su hermano e irse a dormir. Era Nochebuena, pero su espíritu navideño parecía haber desaparecido. Lo que los dioses paganos le habían hecho le había recordado a aquella noche de 1994. Incluso en la cálida y reconfortante ducha, cada vez que cerraba los ojos se sentía como si estuviera de vuelta en casa siendo perseguida por su hermano mayor.
—Oye, Freya, ¿quieres algo en particular para cenar?—La voz de Dean se pudo oír a través de la puerta del baño. Sus habitaciones eran contiguas, así que debía de haber entrado en la suya.
Cerrando el grifo, Freya salió de la ducha.
—No. Lo que traigas estará bien. Gracias.
—De acuerdo. Volveré en 20 minutos.—Dean estaba a punto de salir, pero se detuvo en seco antes de hacerlo, apoyándose en la puerta del baño con los ojos fijos en el suelo.—¿Estás bien?
La pregunta cogió a Freya desprevenida. Sus manos temblando ligeramente mientras se envolvía el cuerpo con una toalla.
—Sí.—Su voz salió temblorosa.—Estoy bien.
Dean sabía que mentía, pero decidió no insistir.
—Escucha... compraré algo y cuando vuelva te vendaré esas heridas , ¿vale?
Freya asintió sin darse cuenta de que él no podía verla.
—¿Dean?
—¿Sí?
—¿Puedes traerme algo para mi dolor de cabeza?
—Claro.
—Gracias.—Un atisbo de sonrisa se dibujó en sus labios, pero desapareció rápidamente.
Tras oír cerrarse la puerta, Freya estiró su mano hacia el lavabo para agarrar su teléfono. Su padre aún no le había devuelto las llamadas ni los mensajes, pero tenía varios mensajes de su hermano.
Saliendo del baño, Freya marcó el teléfono de su hermano mientras se sentaba en el borde de su cama.
—Frey, ¿estás bien? ¿Te ha pasado algo? Voy a matar a esos...
—Eh, eh, eh. Estoy bien.—Le interrumpe.—No pasa nada. No tienes que matar a nadie.—Le tranquiliza.—¿Cómo estás tú? ¿Cómo te va con Maddie?
—Bien, supongo.—Peter se encoge de hombros.—Te echo de menos.
—Yo también te echo de menos, enano.
—Sabes, Maddie ha aceptado ver una película conmigo. Y vamos a comer helado.
Freya sonríe con nostalgia.
—Parece el plan perfecto.
—Lo sería si estuvieras aquí.—Admite Peter con tristeza.—¿Qué vais a hacer tú y esos idiotas esta noche?
—La verdad es que no lo sé. Estoy muy cansada.—Admite ella.
—Vamos, es Nochebuena.—Le recuerda.
—Sí, lo sé. Lo sé.—Suspira.—No sé, quizá yo también vea una película.
—Estupendo. Mañana me dices cuál. Te quiero.—Responde con prisa al ver como Maddie terminaba de poner la película en la televisión.
—Yo también te quiero.—Responde Freya.—Saluda a Maddie de mi parte.
—Sí, claro. Adiós.—Se despide rápidamente antes de colgar y dejarla de nuevo sola en aquella habitación de motel, tal y como había estado antes de llamarle.
Aun así, Freya sabía que Peter tenía razón. No podía quedarse deprimida y sola en Nochebuena. Puede que Sam no quisiera celebrar las fiestas, pero Dean seguro que querría dar un paseo con ella y celebrarlo juntos.
Lo que Freya no esperaba era que tras vestirse y cruzar la puerta que comunicaba sus habitaciones se encontraría con Dean y Sam celebrando la Navidad. Una celebración muy improvisada asumió, debido a los adornos baratos que habían puesto.
—Te he traído lo que me pediste.—Habla Dean al verla entrar en la habitación, sosteniendo una bolsa en su mano. Freya se gira hacia él, dedicándole una leve sonrisa de agradecimiento aunque aún confundida por toda la situación.
—Ah, eh... pensé que sería bueno celebrar la Navidad.—Explica Sam al ver su confusión.—No tienes que hacerlo si no quieres. Sé que no es mucho...
—Es perfecto. Me encanta.—Le asegura.
Sam sonríe.
—También he traído algunas películas.
—Y hay helado en la nevera.—Añade Dean haciendo que Freya lo mirara confundida.
—¿Me has comprado helado?
—Sé que te encanta. No es tu sabor favorito porque no lo tenían, pero...—Freya le interrumpió al envolverle en un abrazo.
—Gracias. Gracias a los dos.—Habla, abrazando esta vez a Sam. Ambos hermanos no pudieron evitar compartir una mirada y una sonrisa ante su reacción.
—También tenemos regalos.
—¿En serio?—Freya los mira sorprendida mientras se separa de Sam. Dean asiente.—Yo... también tengo algo para vosotros.—Admite entonces.—No sabía si iba a poder dároslo porque Sam aquí presente parecía muy amargado con la Navidad, pero.... Voy a por ellos.
Sale rápidamente de la habitación, regresando apenas unos segundos después con dos pequeños paquetes en las manos.
Sam y Dean le dieron primero sus regalos, ambos los habían comprado rápidamente en la tienda de una gasolinera, pero para Freya resultaron perfectos. Sam le había regalado un libro para que no se aburriera en los asientos traseros del coche durante los trayectos mientras que Dean le había ganado un peluche en una de esas máquinas de atrapar premios. Sus regalos eran tan ellos que Freya no pudo evitar sonreír divertida.
—Me encantan.—Asegura.—Ahora me toca a mí. Puede que sean un poco más personales, y puede que penséis que es estúpido, pero...
—Freya.—Dean la interrumpe al notar como empezaba a divagar.
—Perdón, perdón. Aquí tenéis.—Les entrega los paquetes.
Mientras los abrían, Freya decidió empezar a explicar el motivo de los mismos.
—Hace años mi hermano me hizo una de esas pulseras trenzadas de tela morada.—Les muestra la pulsera en su muñeca.—Al año siguiente yo le hice a él una con una tela de otro color. Resulta que esta tela es de un tipo especial. En algunas culturas creían que protegía de la oscuridad y el mal. Pensé que el rojo y el azul serían vuestros colores. No tenéis por qué llevarlas. Es estúpido...
—Nos encantan.—Dean vuelve a interrumpirla.—¿Verdad, Sammy?
—Sí. Son geniales.—Asegura, dedicándole una sonrisa.
Freya los mira con duda, pero finalmente sonríe levemente al ver cómo ambos se colocaban las pulseras alrededor de sus muñecas.
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