x. how it happens
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how it happens
chapter x
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Habían salido el cuatro de diciembre y desde entonces no habían parado de caminar, siempre en círculos, sin alejarse demasiado de New Ham. Debían encontrar tierras, pero por el momento no habían nada más que la espesura de los bosques norteamericanos.
Madison sentía la piel de sus pies en carne viva. Nuevas ampollas se formaban en sus talones, y las ya existentes volvían a abrirse de nuevo. Al menos no era la única que tenía que parar varias veces para que sus pies no decidieran abandonar al resto de su cuerpo. Bean y Mickey también sufrían por las heridas en sus pies, y no dudaban en que el resto del grupo se enterase de ello.
Sin embargo, era gracias a Madison que últimamente no se quejaban tanto, pues, por un golpe de pura suerte, habían dado con ciertas plantas cuya sabia presentaba propiedades analgésicas. De este modo, el grupo podía permitirse avanzar más terreno sin tener que preocuparse de las heridas.
—Eres como una bruja de los bosques —le había dicho Grizz mientras Madison aplastaba el tallo de la planta con ayuda de las piedras.
—¿Por? —Madison desvío su mirada del mejunje que exprimía para centrarla en él.
—Por como eres capaz de preparar ese tipo de cosas —dijo encogiéndose de hombros y haciendo un gesto con la cabeza hacia las manos de Madison, manchadas de savia—, es como si conocieras todas las propiedades del bosque.
Madison había reído ante eso—. Esto, Grizz, como ya bien sabes es ciencia —rió.
—Lo sé —asintió Grizz—, pero cuando tú lo haces parece magia.
Entonces Madison tuvo que volver la mirada del rostro de Grizz. Aunque no tenia ninguna superficie en la que su rostro pudiera relejarse, sus mejillas se habían encendido y Madison se maldijo por ello. Conocía tan bien a Grizz que juraba que ese comentario no llevaba consigo un doble sentido, pero a pesar de ello, su corazón había comenzado a acelerarse. Se obligó a pensar en la manera en la que, dos días atrás, Grizz se había despedido de Sam, en como ambos se habían abrazado y luego besado, sin dejar de rodearse, sin querer separarse. Madison notó que su corazón se volvía a resquebrajar levemente al revivir aquellas imágenes, y no pudo evitar sonreír con tristeza ante ello. Siguió con su tarea de sacar el ungüento a sabiendas que Grizz había vuelto a dirigirse al grupo.
—Supongo que hay bosques enormes —admitió Bean. Por el momento, todo lo que habían encontrado eran árboles. Abetos, arces y abedules eran los que Madison más veces había identificado, pero también pequeños arbustos con diversos frutos. Solo recogieron aquellos de los que Madison estaba completamente segura de ser comestibles y seguros, para así poder plantarlos a su vuelta.
Madison vertió la pomada en un bote vacío que se había tomado la precaución de guardar en su mochila. Después se lo tendió a Bean, para que pudiera curar sus ampollas.
—Despejemos una parte —sugirió Blake con un encogimiento de hombros. Madison se sentó a la par de Grizz, en el sitio que la habían reservado frente al fuego.
—¿En pleno invierno? —cuestionó Mickey, sentado a la par del rubio—. ¿Talar tantos árboles como para sembrar tanto como para que haya suficiente para todos?
—Mickey tiene razón —suspiró Madison, sin despegar la vista del fuego—. Tardaríamos demasiado, y en invierno los días son más cortos. Antes de terminar nos moriríamos de hambre.
—¿Cómo será morir de hambre? —preguntó Gwen—. Debe ser lento, ¿no creéis? —Madison la dirigió una mirada de soslayo—. Y doloroso.
—Puede que no —aventuró Bean—, puede que solo al principio y luego te... entumezcas.
—O mueras de enfermedad.
Madison levantó la mirada. La hoguera proyectaba sombras sobre los rostros de sus compañeros, alargando sus facciones y acentuando su mueca alicaída. Sabía que por el momento la suerte no estaba de su parte, pero aún les quedaba varios días por delante para seguir explorando, además las provisiones eran suficientes como para pegarse un festín si era necesario levantar la moral. Sin embargo, la inmensidad de los bosques era un factor en contra.
—¿Nos convertiremos en caníbales? —inquirió Mickey. Tal vez dejarle llevar su Nintendo no habría sido tan mala idea, pensó Madison.
—¿Comernos unos a otros? —Madison quiso reír ante las palabras de Gwen, sonaban incrédulas en su boca, pero sus ojos temían que algo así pudiera llegar a ser real.
—Hay precedentes —Bean se encogió de hombros, despreocupada.
—¿Tú me comerías?
—Soy vegetariana —recordó Bean, dirigiéndola una mirada ofendida a Gwen.
—Somos pocos para eso —añadió Blake—. ¿Cuánto tiempo ganaríamos? ¿Un mes? ¿Dos? La colonia perdida de New Ham, desaparecida en el invierno de 2020.
Madison abrió la boca para replicar, pero Grizz se sumó a la conversación, aportando un punto aún más pesimista: —Dudo que duremos tanto. 2020 —Madison rodó los ojos, si el líder del grupo se mostraba tan negativo, ni siquiera un banquete podría animarlos—. Si volvemos con las manos vacías, la gente no esperará a morir de hambre. Nos mataremos por la comida que queda. No llegaremos a enero.
—Si seguís pensando de esa manera no llegaremos a nada —hasta Grizz junto a ella dio un respingo cuando Madison se levantó de improvisto, sus puños a ambos lados del cuerpo—, y yo seré la primera en devoraros.
Pequeñas risas silenciosas llenaron el ambiente, pero otros la miraban con ojos incrédulos, recelando si Madison bromeaba o tantas plantas la habían hecho perder completamente la cabeza.
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El día siguiente transcurrió de la misma manera. El campamento amaneció con la salida del sol, perezoso y con la tela de los sacos pegada a su cuerpo. Muy lentamente, los excursionistas tomaron un pequeño bocado a modo de desayuno y una taza de café amargo y aguado que les hizo entrar en calor y reunir fuerzas para el largo día que tenían por delante. Finalmente, una vez las tiendas fueron recogidas, se cargaron las grandes mochilas de senderismo a la espalda y caminaron guiados por Grizz, salteando raíces y ramas caídas, pero siempre avanzando.
Fue a mitad de la tarde, cuando el sol había perdido ya su fuerza y los rayos de sol engañaban con su luz, que el grupo llegó a una amplia explanada donde no había nada más que hierba y pequeñas plantas anuales. Era la primera vez que no veían árboles delante suyo.
—¿A qué distancia estamos? —preguntó Bean, siendo la primera en romper el silencio. Se habían detenido a la linde del bosque, justo en el lugar donde los árboles habían decidido no seguir adelante.
—Hemos avanzado mucho, pero en círculo —recordó Grizz—. Creo que estamos a una hora en línea recta —acompañó sus palabras apuntando hacia la dirección en la New Ham se encontraba—. Si la tierra es fértil, si hubiera un río cerca con peces, podríamos sobrevivir en este lugar.
Madison sintió que el sol recuperaba el calor del mediodía. Sus ojos recorrieron la explanada, deleitándose con la visión que los tímidos rayos de invierno la brindaban. Y de repente, vio algo correteando a unos metros de ellos— ¿Qué es aquello? —señaló.
Mickey se colocó la mano a modo de visera, sobre su frente, y entrecerró los ojos—. Son... ¿pavos?
—Creo que se llama comida —babeó Gwen.
Con un súbito movimiento, Grizz comenzó a correr dejando al resto de sus compañeros paralizados en su sitio. Pero poco a poco, todos le siguieron, siendo Madison la última en obligar a sus piernas entumecidas a moverse una vez más.
Corrieron hacia la puesta de sol, sintiéndose en sus pieles por primera vez en mucho tiempo y olvidándose de la pesadilla, como quien se despierta cada mañana y no recuerda qué ha soñado. En esos momentos, a ninguno les importaba donde se encontraban, tampoco que podría pasar. Tan solo corrían, carcajeaban y gritaban palabras, sonidos sin sentidos, llenando por fin los pulmones de aire fresco.
Habían dejado las mochuilas caer de sus espaldas, y por primera vez en mucho tiempo, Madison sentía que nada dependía de ella, que volvía a ser una niña con la única responsabilidad de jugar.
Acorralaron a los pavos y les persiguieron, sumergidos en la más pura e infinita alegría. Al parecer quien quiera que estuviera ahí arriba vigilando había decidido que aquellos inocentes muchachos se merecían una victoria después de tantas derrotas acumuladas. Ninguno quería detenerse, pero al final uno a uno fueron cayendo, exhaustos, sobre la hierba húmeda.
Grizz se tiró sobre el cuerpo de Madison, aplastándola cuidadosamente con su peso, pero pese a ello, las carcajadas de la morena no se detuvieron, es más incrementaron. Su pecho subía y bajaba con cada una de ellas, contagiando a Grizz que tampoco era capaz de parar. Grizz se dejó caer a un lado, liberando el menudo cuerpo de Madison, quien se recostó sobre su costado para encontrarse con Grizz. Cuando pudo por fin formar una frase coherente sin reír, Madison habló:
—Te dije que lo encontraríamos.
Grizz le pellizcó el estómago y le hizo cosquillas por donde pudo, dejando que Madison se ahogase de la risa hasta que él se cansara de ella. Aunque sabía que tendría que parar antes de ello, porque Grizz podría pasarse toda una vida escuchando la risa de Madison.
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—Ese, ha sido el mejor pescado que he probado —apuntó Mickey, gesticulando en dirección al lugar donde yacían las espinas. Pegó una última calada, y antes de expulsar el humo, le pasó el canuto a Grizz.
—¡Nunca había visto tantos en un mismo sitio! —exclamó Bean, sonriendo.
—Mañana podríamos comer pavo —ofreció Blake, exhalando el humo.
—¡Mata tú al pavo! Yo no pienso hacerlo —gritó Bean en respuesta.
Grizz rio, echando la cabeza hacia atrás. Pero su risa se apagó al mirar el cielo nocturno.
—Mirad cuántas estrellas —observó.
Madison le imitó y se abrumó por la gran cantidad de ellas que decoraban la noche. Todas ella eran infinitas y deslumbrantes espectadoras de sus meras vidas. Ella siempre había disfrutado recostándose en la hierba de su jardín por las noches, pero desde que todo se había vuelto más complicado la faltaba tiempo hasta para eso.
—¡Somos exploradores en los confines de un gran continente y todo lo que vemos es nuestro! —bramó Bean y Madison juró que cualquiera en New Ham había sido capaz de escuchar su felicidad a pesar de los kilómetros que los separaban.
—¿Otro porro? —inquiere Mickey cuando vio que Grizz metía su nariz en la mochila, aparentemente en busca de algo.
—No —Madison bajó la mirada, expectante por ver qué era lo que Grizz se traía entre manos.
—¿No?
Dejó la mochila de nuevo a un lado. Ahora, entre sus manos sujetaba un libro viejo y con la portada doblada—. Quiero leeros una cosa en voz alta —reveló. Todos rieron, sin tomarlo en serie, pero Grizz les mandó callar con una carcajada mayor—. Es de Thoreau, es Walden.
—Yo quiero oírlo —aceptó Madison, acurrucándose más aún junto a Grizz.
—Vale, venga —Grizz abrió el libro, deteniéndose en la primera página de este. Carraspeó y levantó la mirada solo para ver que todos le prestaban atención, entonces comenzó su lectura: — Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si no podía aprender lo que ella podía enseñar, no sea que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido.
Su voz era pausada, lenta y entendible pese a la marihuana que acababan de fumar. Todos le escuchaban atentamente, y cuando Grizz se detuvo, Madison resopló visiblemente disgustada de que se hubiera callado. Su entrecejo se había fruncido, y las palabras daban vueltas suspensas en el aire, mezclándose con el humo de la hoguera y volando hacia las alturas. Pero Madison se negaba a dejarlas escapar. Vivir deliberadamente era por lo que ella se movía cada día, o por lo que, en otro tiempo, ya muy lejano la había instado a continuar.
—¿Crees que ese tío tuvo suerte? —preguntó Gwen.
Grizz dejó caer el libro sobre sus rodillas y su mirada voló a las llamas que se movían interpretando una danza tan intensa como el brillo en su mirar.
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Madison se acurrucó más aún junto a Grizz. Ahora que el sol se había escondido la temperatura había descendido considerablemente y el frío amenazaba con calarle los huesos.
Él la acercó más hacia él, de modo que Madison pudiera apoyar la cabeza sobre su pecho. Grizz sostenía el libro sobre su cabeza, con una sola mano, mientras que la otra trazaba círculos invisibles sobre el hombro de Madison.
Su voz llenaba el espacio, pero aun así Madison era capaz de escuchar los latidos de su corazón. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que disolvieron la asamblea frente a la fogata y el grupo se retiró a sus tiendas, ni siquiera qué había pasado en la historia que Grizz leía en voz alta. Se había sumergido en sus pensamientos, y solo formular la pregunta con la que jugaba al tennis dentro de su cabeza parecía ser la única manera de regresar a la realidad.
Infló el pecho, como si pudiera aspirar algo de valor del aire. Sin embargo, cuando sus labios se separaron y la voz nacía de su garganta, Grizz detuvo su lectura.
—¿Sabes? —preguntó, llamando la atención de Madison—. Una parte de mí desearía quedarse en el bosque.
Madison buscó sus ojos—. Si tú te quedas, entonces yo también —suspiró. Sonaba como una niña pequeña, pero Grizz sonrió.
—Odio tanto ruido —continuó—. Podríamos volver aquí, construirnos una cabaña y... vivir.
Sin embargo, Madison no estaba segura de si Grizz hablaba de ella, por lo que preguntó: — ¿Y qué pasaría con Allie? ¿Con Will? ¿Y Sam?
—¿Sam? —Grizz arrugó el entrecejo.
—Le quieres, no finjas que no me he dado cuenta.
—No puedo, eres una chica lista.
Lo dijo sin maldad en su voz, como cada palabra que salía de su boca, y aun así Madison sintió como un cuchillo se clavaba en su pecho y cortaba sus entrañas hasta llegar al corazón, el cual pinchaba incontables veces hasta que este, extenuado, se rompía en mil pedazos.
—Grizz... —su nombre apenas fue un susurro audible.
—¿Si?
—Creo que te quiero.
—¿Crees? —inquirió él. Madison prefirió mantener la mirada en sus pulgares, que parecían enzarzarse en una pelea sin final mientras las siguientes palabras acudían a ella. Aunque bien sabía que Grizz había levantado una ceja y la miraba el cogote con una mueca inequívocamente de confusión.
—Bueno, suena mejor que Te quiero desde que éramos niños y he sido una cobarde por esperar al fin del mundo para confesártelo —rio con nerviosismo.
—No te hagas esto, Mad —suspiró Grizz. Madison podía imaginárselo cerrando los ojos y con una mano sobre sus párpados cerrados. Su cuerpo moviéndose fue todo lo que necesitó para saber que había acertado.
—Y sin embargo, no puedo parar de hacerlo, por mucho que lo intente —murmuró. Notaba las lágrimas acumulándose en sus ojos, pero había decidido que ya había llorado lo suficiente. Se incorporó de súbito, sintiendo su cuerpo tambalearse a pesar de solamente estar sentada sobre su saco—. Joder, debería haberme traído mi propia tienda —evitaba mirar a Grizz mientras se calzaba sus botas—. Voy a ir a dormir con Bean. Lo siento.
Pero Grizz puso una mano sobre su hombro—. No, no te vayas —Madison se quedó helada en el sitio, pero se aseguró de seguir dándole la espalda—. Me gusta estar contigo Mad, siempre me ha gustado y lo sabes —su voz era dulce como la miel, y como ella tan pegajosa que era imposible deshacerte de ella. Madison dejó los zapatos en el mismo sitio y dejó caer la cabeza—. Pero, lo siento, tal vez en otra época podría haberte correspondido —Madison se giró abruptamente, obligando a Grizz a soltarla—. Espera, sé que este momento tendría que llegar algún día, déjame acabar —ni siquiera había tenido que levantar la voz—. Las veces que nos acostamos, joder, fueron muy especiales para mí, igual que cada momento que paso contigo, pero estaba asustado y no sabía quién era —Grizz soltó una risa que más bien se asemejaba a un suspiro—. Bueno, ahora tampoco es que tenga mucha idea. Pero creo que quiero estar junto a Sam.
Esta vez fue el turno de Madison de preguntar: —¿Crees?
—Creo que merece la pena intentarlo.
—Esto es injusto —se quejó Madison en un murmullo, que iba más para sí misma que para él.
—Ya, lo sé —asintió Grizz—. La vida no es justa.
—No me refiero a eso —finalmente Madison provocó que sus ojos se encontraran, la calma de las aguas tras una tormenta con la arena húmeda de la orilla—, sino que tengo la horrible sensación de estar siendo injusta contigo. Y lo siento.
—Mad, no. Solo... —pero Madison se había ido.
Grizz sintió el impulso de seguirla al exterior, pero algo en él lo había paralizado en el sitio. Tal vez la sorpresa, la confusión, lo rápido que había perdido a su mejor amiga. Pero Grizz creía que en momentos como ese, las personas necesitaban recomponerse en soledad, armar de nuevo sus armaduras para el siguiente combate fuera de la vista de sus incluso iguales.
Sin embargo, por primera vez en la vida, Grizz no conocía a su mejor amiga. Porque Madison le había esperado a pocos pasos de la tienda, con los brazos envolviendo su propio cuerpo y sollozando en silencio. Madison, de pie ante la oscuridad de la noche, solo deseaba que Grizz viniera a recoger las piezas que él mismo había roto, como ya había hecho anteriormente, solo que esta vez, Madison se vio obligada a hacerlo ella misma, dándose cuenta de que aquella era aún peor.
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—¿Qué ocurre Luke?
Finalmente, el grupo de excursionistas había vuelto a New Ham, pero la ciudad se encontraba desierta. Todos los habitantes se habían congregado a la puerta de la iglesia, y parecía que, en menos de una semana, el caos había aprovechado para instalarse en sus calles. La Guardia mantenía prisioneros a Will y Allie mientras eran abucheados y lanzados piedras por el público.
Madison vio una herida en la frente de su amiga. La muchedumbre estaba realmente furiosa para querer hacer daño a quien llevaba las riendas. Aunque en ese momento no parecía que fuera Allie quien estuviese al mando.
—¿Allie? ¿Will? —Madison se lanzó hacia delante, dejando atrás su mochila. Corrió para reunirse con sus amigos, pero apenas cuando no había más que unos pasos entre ellos, unos brazos fuertes apartaron de ellos, deteniéndola y aprisionándola de forma que le era imposible moverse. Se retorció, intentando librarse de quien quiera que fuera, pero Allie negó en su dirección.
—¿Habéis encontrado tierras? —preguntó Allie lo suficientemente alto como para que Grizz la escuchara.
—Sí, Allie, tierras para labrar.
—¿Qué? —Lexy no se lo creía.
—Y animales y pescados —añadió Grizz, intentando acercarse, pero como Madison, Luke le detuvo—. ¿Por qué está sangrando?
—Han pasado muchas cosas, ¿vale? —respondió— Luego te cuento.
—Vale, pero soltad a Madison, ¿no?
—¡Escuchadme, escuchadme! —Lexy parecía haberse repuesto de la noticia que traían los excursionistas y ahora se dirigía a todos los presentes, sin importarle que Madison siguiera inmovilizada y con las manos en la espalda—. Todo seguirá como estaba, ¿vale? Cuando las cosas cambian, lo han de hacer lentamente, aprenderemos a labrar. Todo irá bien —sonrió—. Pero ahora volved a vuestras casas, cenamos a las seis en la cafetería, como siempre. Ahora marchaos.
Harry, muy cerca de ella, asintió.
Los habitantes fueron abandonando el lugar. Madison fue soltada y pudo regresar, aunque a regañadientes, con el grupo de excursionistas, quien seguía en su sitio, quietos y expectantes por ver qué era lo que Lexy haría con Allie y Will. Al final, se los llevaron para encerrarles, había dicho Grizz.
Madison le miró sin comprender, como si hablase un idioma que ella aún estaba aprendiendo, intentando sacar algún sentido a sus palabras. Grizz solo le mantuvo la mirada. Ninguno de ellos se movió, siguieron parados a la entrada de la iglesia, tratando de que todo cobrara sentido por si solo, como si aquello fuera posible.
Madison cerró los puños a ambos lados de su cuerpo. Aquel pueblo le había arrebatado primero a su hermano, y luego a sus amigos. Pero a estos últimos aún podía recuperarlos, aún podía intervenir. Se preguntó si alguien la ayudaría, sin embargo, la respuesta llegó rápida. Contaba con Grizz, lo sabía por como la miraba, por como la tensión había tomado su cuerpo cuando Madison fue inmovilizada. Podía ser que nunca llegaran más allá, pero su amistad les seguía uniendo, tenían tantas páginas en común que era imposible que alguna vez sus historias se separasen para siempre, porque al final, ellos tenían razón: siempre serían Grizz y Mad, sin importar nada más.
FIN
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