viii. poison


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poison

chapter viii

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Las voces reverberaban en el interior de la iglesia y el tintineo de los cubiertos llenaba el ambiente animado y distendido de la cena de Acción de Gracias. Todo el mundo parecía haberse olvidado del caos que no hacia tanto tiempo que había caminado libre por las calles de New Ham y de las trágicas muertes que habían tenido lugar a manos de jóvenes de menos de veinte años. Era irónico ver como todos reían, hablaban y bromeaban con las personas de las que habían desconfiado unos meses atrás, pensaba Madison.

Estaba sentada en una de las largas mesas, formadas a su vez de otras mesas o simples tablas, dispuestas en unas cuatro filas. Sentada frente a su plato lleno de restos de pavo y puré de patatas con salsa extrañaba la compañía de Grizz. No le veía desde la tarde, cuando estudiaba las propiedades de las plantas y flores de la zona, además de una guía de primeros auxilios básica. Desconocía si había tenido éxito en cuanto a hablar con Sam y abrirse a él, aunque lo dudaba. Grizz era una persona hermética y tan difícil de descifrar como un enigma que hasta Sherlock Holmes tendría problemas para resolver o como los libros de medicina que Madison había encontrado en la clínica en un intento por sacar la máxima información para su inminente excursión. Por eso pensaba que Grizz había sucumbido ante la presión de dejarse conocer por alguien completamente ajeno a él y se encontraba aún en su huerto, recogiendo sus piezas rotas, tal vez para volverlo a intentar. O al menos eso quería creer Madison.

—Mira que buena pinta tiene este pastel —exclamó Allie. Madison dejó el tenedor sobre la mesa e ignorando su estómago lleno, aceptó el plato de pastel de calabaza que su amiga le tendía.

—Gracias.

A pesar de que hacía rato que se había enfriado, Madison pudo sentir el leve olor a calabaza y especias, y no pudo evitar viajar a las numerosas festividades de acción de gracias con su familia. Recordó aquella vez en la que fue Dylan quien decidió agarrar el pastel para servirlo y el parqué del suelo acabó manchado de calabaza. Si uno se fijaba bien, aun se podía ver los restos de grasa entre los huecos más grandes de las tablas.

—¿Grizz aún no viene? —preguntó Allie, llevándose un trozo de pastel a la boca. Madison negó con la cabeza, mientras masticaba. Podía decir que el pastel estaba bueno, pero incapaz de alcanzar el nivel de deliciosidad del de su madre—. ¿Le has escrito? Conociéndole se habrá quedado trabajando en el huerto o dormido mientras estaba leyendo.

—Sí, y varias veces —respondió Madison—, ni siquiera me lee los mensajes. Seguro que lo tiene en silencio, ya sabes cómo es... —sonrió.

—¡Escuchadme todos! —Helena había subido a la tarima, con su postre en la mano—. Bueno —comenzó una vez que la multitud se hubo percatado de su presencia en el altar decorado con dibujos en tonos otoñales—, mi madre nos hacía decir por qué estábamos agradecidos —sonaron numerosas quejas entre los adolescentes en las mesas—. Hombre, venga, ¿quién empieza? —y ante el silencio, Helena añadió: —¿Tendré que empezar yo?

—Vale, vale, vale —dijo Jason, esquivando los golpes de Clarck y la mirada de Helena—. Hmmm..., doy las gracias por el partidazo que hoy ha jugado mi equipo —los jóvenes comenzaron a aplaudir y reír, mostrando su acuerdo. Y cuando se iba a sentar, Jason volvió a hablar—. ¡Ah! Y también porque Luke no ha perdido sus lanzamientos. ¡Un aplauso para él!

Madison rio y aplaudió en dirección a sus dos amigos. Después Clarck, obligado por Jason, se levantó.

—Yo... doy las gracias por poder ponerme ciego sin los plastas de mis padres —toda la iglesia estalló en carcajadas y vítores, pero cuando la multitud se acalló, Clarck añadió: —. Aunque echo de menos que me den la brasa.

Madison se encontró a sí misma dándole la razón con un asentimiento de cabeza. ¿Y ella? ¿Tenía algo por agradecer? Había perdido a su hermano mayor, a aquel que le había protegido de las brujas del bosque, de los dragones de fuego y de los supervillanos antes de que ella pudiera derrotarlos con su ayuda. Se había visto separada de sus padres sin la oportunidad de despedirse y quizá nunca la tuviera.

No se dio cuenta de que la capilla se había sumido en el silencio hasta que oyó con demasiada claridad la silla ser arrastrada a su lado.

—Yo doy las gracias a Clarck —dijo Allie, con voz firme y una sonrisa conciliadora dirigida a todos y cada uno de los presentes—, por decir lo que todos pensamos: que echamos de menos nuestro hogar, a las madres y los padres. Debemos pedirles que nos esperen, ¿vale? Lograremos volver —Madison miró a su amiga, de pie, ante todos y sin vacilar—. También quiero dar las gracias a los cocineros de esta noche, un brindis, ¡un brindis! —exclamó levantando su botella de cerveza—. ¡Por los cocineros!

—¡Sí! —Madison se unió al brindis, alzando su copa.

—Ehrrm... yo estoy agradecida por una cosa —Helena volvió a tomar la palabra—, voy a casarme con Luke —toda la iglesia estalló en aplausos, gritos y vítores por los prometidos. Algunos se levantaron y dieron un largo trago por sus amigos. La noticia de una boda puede que fuera la mejor noticia que habían recibido desde que estaban en ese lugar—. Además de no haber perdido sus lanzamientos, es el amor de mi vida —Madison notó que su estómago se removía ante las miradas dulces que ambos se dirigían—. Estáis todos invitados a la primera boda del nuevo mundo, así que si alguien quiere hacer la tarta... que avise.

De nuevo los aplausos reinaron en la iglesia. La bebida y los dulces corrieron con mayor avidez entre las mesas.

Un gran foco apuntó su luz blanquecina a la tarima y el resto de las luces disminuyeron su intensidad. Madison ignoró la conversación que mantenía con Allie y con Will para ver como cuatro personas subían a la tarima.

—¡Es el grupo de interpretación! —exclamó alguien.

—Vamos a improvisar una obra para vosotros que no se haya hecho nunca —anunció Bean, después de que Kelly presentase al pequeño grupo de jóvenes actores—. ¿Puede alguien sugerir una situación, por favor?

—¡Acción de gracias! —gritó Clarck.

—Qué original, Clarck.

La iglesia se lleno de sugerencias, "tienda de chucherías" o "una fiesta" llegó a escuchar Madison, pero el destino quiso que Olivia tuviera la idea de sugerir el tema de una excursión.

—Ese me gusta —había dicho Bean, y justo después, tras un mínimo instante de compartir ideas entre los actores, la obra dio comienzo.

Madison debía reconocer que eran divertidos, y muy ocurrentes. Sus diálogos estaban cargados de humor y solo buscaban divertir y distraer a su público, o eso parecía. En un momento, sin aviso previo, Lexie pareció olvidarse de la finalidad de la obra. Ficción y realidad se mezclaron, surgiendo así una parodia de la política que Allie se esforzaba por ejercer. Hasta que ella misma se vio representada en sus actos cuando Lexie formó una pistola con su mano derecha y apuntó al detective sapo que venía a resolver el crimen de la anciana arrugada ahora muerta. Sintió de nuevo ese malestar en el estómago y juró que el ambiente volvía a empaparse del aroma metálico de la sangre. El cuerpo de Dewey apareció donde antes estaba el de la falsa actriz rubia. Tenía un agujero de bala en medio de la frente y de él goteaba un hilillo denso y rojo de sangre. Sus ojos se encontraban abiertos y su mirada estaba puesta en ella.

Sintió un grito subir por su garganta, sin embargo, no encontró la salida y murió en sus labios. Su respiración se había vuelto más agitada. Buscó el contacto de Grizz, pero no estaba junto a ella, como tantas veces había estado.

El aplauso secó de Will devolvió a Madison devuelta a la realidad—. Gran actuación, chicos.

—No, no, no. No puedes detenerme, aquí mando yo —dijo Lexie, aún en su papel de bruja del bosque—. Soy la bruja.

—Sí, lo pillamos.

—¿Estás desafiando mi poder?

—No estoy actuando, Lexie.

—Oh, claro que sí. Tú —dijo señalando expresivamente a Will—, eres mi secuaz. Arrestad al secuaz.

Allie se puso en pie—. Ya basta —y sin decir nada más, dio media vuelta y comenzó a alejarse.

—Y... ¡Corten! —dijo el actor del detective sapo, poniéndose en pie de un salto. Pero para cuando éste aplaudía, Madison ya se había puesto en pie, y seguía a Allie hacia la salida. No pensaba quedarse allí ni un momento más, pues la imagen de Dewey tirado en el suelo aún parecía tan real como el día en que lo mató.

—¡Qué les corten la cabeza! —fue lo último que Madison oyó antes de ser recibida por el frío de la noche.

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—Os dije que la gente no está conforme —soltó Allie nada más irrumpir en su propio salón—. ¡Nadie se ha quejado! Pero eso no significa nada, están asustados. Y enfadados conmigo.

Madison dejó su chaqueta vaquera sobre el sofá.

—Solo era una obra...

—Contra mí.

—No sé, se les ha ido de las manos —intentó tranquilizarla Gordie.

Madison se sentía incapaz de decir nada. Se agarraba la tripa con ambos brazos, mientras se apoyaba en la pared más cercana. El pavo le estaba pasando factura, ¿o tal vez eran los dos trozos de tarta que no había podido contenerse a comer?

—¡Allie! —Bean acababa de entrar en la sala, y corría hacia Allie—. Lo siento muchísimo.

—¿Lo teníais planeado?

Bean negó rotundamente—. No sabíamos lo que pediría el público. Te juro que no queríamos insinuar nada.

—Me parece que Lexie sí.

Will estaba dispuesto a traer a Lexie hasta la casa, aunque fuera a rastras. Pero Allie se negó. Madison la notaba cansada, más de lo habitual, y pálida. En un momento dado, Allie también se quejó de dolor de estómago, pero como Madison lo atribuyó a la gran cantidad de comida ingerida aquella noche. Allie subió las escaleras, dispuesta a meterse en la cama y olvidar el escándalo de la obra, y Madison vio la oportunidad de escapar de allí y refugiarse en los brazos de Grizz.

Siguió a Allie a través de las escaleras y se despidió de ella en el rellano del segundo piso. Pero cuando abrió la puerta del cuarto de invitados que Grizz y ella compartían, descubrió la cama hecha y el dormitorio tal y como lo había dejado aquella tarde. Grizz no había pasado por allí en muchas horas.

Madison prefirió no pensar en su mejor amigo. En lugar de eso, se concentró en desvestirse y ponerse su pijama. Se metió en la cama, y sin poder vencer la tentación de mirar sus nuevas notificaciones, desbloqueó el móvil. Pero no había nada nuevo, Grizz ni siquiera había abierto sus mensajes. Dudó, y finalmente decidió llamarle una vez más. Marcó su número de teléfono de memoria y esperó a oír su voz al otro lado de la línea. Bip, bip, bip... Terminó saltando el contestador.

—Hola Grizz —dijo Madison dispuesta a dejarle un pequeño mensaje—. ¿Dónde estás? No te veo desde después de la comida. Espero que hayas tenido éxito en tu misión —¿realmente lo deseaba? —, pero ¿podrías volver ya? No me encuentro muy bien, creo que la cena me ha sentado mal. Ya sabes como soy, pare-

Un nuevo bip indicó que el tiempo se había acabado. Madison suspiró y envió el mensaje. Después dejó el móvil sobre la mesilla de noche y se giró sobre sí misma, deseando dormir e ignorando completamente el dolor creciente de su estómago.

No obstante, a la media hora de haberse refugiado entre las sábanas, Madison sintió la urgencia de vomitar. Se irguió de inmediato y tratando de no notar su reciente dolor de cabeza, corrió al baño. Lo echó todo nada más arrodillarse junto a la taza. Se agarró el estómago con más fuerza y reprimió la nueva arcada que ascendía por su esófago, pero apenas tuvo tiempo de meter la cabeza de nuevo en la taza.

¿Dónde estaba Grizz? ¿Por qué aún no había llegado? Debían ser las dos de la madrugada y Grizz no era de los que trasnochaban.

El sabor de la bilis en su boca la aturdía. Necesitaba ayuda y la única persona que podía ayudarla no estaba allí.

—¡Grizz!

Igualmente le llamó. Deseó que se encontrase abajo, hablando con sus amigos.

—¡Grizz!

El estrépito de la puerta al abrirse le indicó a Madison de que alguien había entrado en el cuarto. Volvió a intentarlo una vez más.

—¡Grizz!

Pero Gordie fue quien apareció en el marco de la puerta del baño.

—¡Madison! ¿Te encuentras bien? —como toda respuesta, Madison volvió a hundir la cara en la taza, dejando que el vómito saliera—. Oh no, tú también no.

En cuestión de segundos, Madison sintió como alguien la levantaba del suelo y la despegaba de la taza del baño. Vagamente se dio cuenta de que la sacaban del baño, casi a rastras, y después de la casa. Unos minutos después, se vio entrando en la clínica del pueblo y fue depositada sobre una de las camillas.

Casi no era consciente de que alguien trataba de hacerla beber algo, pero encontró las fuerzas y las ganas suficientes para preguntar:

—¿Dónde está Grizz?

Nadie la contestó a su pregunta—. Aguanta Madison, te ayudaremos —Madison reconoció la voz de Kelly.

Apartó de un manotazo la bebida isotónica que le ofreció y agarró el barril de plástico que la ofrecía, justo para evitar que el vómito cayera sobre Kelly.

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Madison reconocería ese tacto en cualquier lugar y aún inconsciente. Abrió los ojos para ver a Grizz inclinado sobre su camilla y con sus dedos entrelazados.

—¿Dónde estabas? —susurró Madison, elevando el cuello de la mullida almohada. El rostro de Grizz se contrajo en una mueca de asco. Su aliento no debía oler demasiado bien. Madison volvió a dejar caer su cabeza contra la almohada—. ¿Eh? —le espetó.

—Lo siento —murmuró Grizz. Madison leyó el arrepentimiento en su mirada y su preocupación en su voz, pero en vez de relajarse, bufó—. No sabía qué había pasado.

—Ya —rio Madison. Giró sobre sí misma y volvió a cerrar los ojos. El dolor de estómago no era más que un débil murmullo que se había asegurado de dejar el cansancio en sus huesos.

Sintió los dedos de Grizz en el lugar en el que habían puesto la intravenosa.

—¿Ha sido Kelly? —preguntó con voz cortada. Madison asintió con un cabeceo, sin girarse a mirarle—. Ha hecho un buen trabajo.

—¿Dónde estabas? —susurró de nuevo Madison. Esta vez sí se giró, y Grizz pudo apreciar su rostro pálido, su cabello despeinado, la rojez en sus ojos. Lo había pasado mal, y él no había estado ahí para ella. Había roto la promesa que tenían desde niños.

—Lo siento —repitió en apenas un susurro audible—. Estaba con... con Sam y se nos fue la hora.

—Te envíe miles de mensajes —le culpó.

—Lo siento, no me di cuenta.

Madison volvió a bufar, pero permitió que Grizz volviera a juntar sus manos.

—Creí que iba a morir —murmuró. Grizz levantó la mirada de sus manos entrelazadas y la fijó en los ojos aguamarinas de Madison, su boca se abrió en un intento por interrumpirla, pero ella no le dejó hablar—. Y no me pareció una idea tan terrible, volvería a reunirme con Dyl.

—De verdad que lo siento, Mad —repitió—. No tenía ni idea de lo mal que estabas.

Alargó su mano para acariciar la mejilla de Madison. Ella no se apartó. Al menos sabía que ella era real, que estaba allí y que estaría, aunque no fuera con él. Lo que acababa de vivir con Sam había sido mágico, como un sueño, pero parecía que se había quedado en eso: un sueño, una ilusión. Él se había abierto y entregado a Sam, y había creído que el sentimiento era mutuo hasta que descubrió, apenas unos minutos atrás, que iba a ser padre, con Beca. Grizz no se había sentido más traicionado en la vida, ni siquiera cuando su madre le apuntó al equipo de futbol, destruyendo así su sueño de bailar claqué.

Grizz sonrió, pero Madison se dio cuenta de que su sonrisa no brillaba con su luz habitual, que sus ojos parecían nublados de tristeza. Acarició suavemente con sus dedos largos la mano que aun descansaba en su mejilla, y un sentimiento de culpa inundó su corazón.

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—He hablado con Gordie —dijo Grizz cuando Madison ocupó el lugar vacío del colchón, junto a él—. Creen que habéis sido envenenados.

Madison se tumbó de cara a Grizz y se metió bajo la enorme manta—. No tiene sentido —resopló—. Si alguien quisiera envenenar a Allie, ¿por qué envenenar a casi la mitad?

—Eso mismo he dicho yo —coincidió Grizz. Madison y el resto de los enfermos habían mejorado notablemente gracias a los cuidados de Kelly, Gordie y Bean en la clínica, y, ahora, por fin habían podido volver a sus casas y olvidar el mal trago por el que habían pasado.

Grizz acompañó a Madison de nuevo a casa de Allie, negándose a alejarse de ella o soltarle la mano, salvo cuando Madison expresó sus deseos por ducharse y limpiarse el vómito, entonces Grizz, a regañadientes, esperó fuera, tumbado en la cama y mirando al techo. Entonces se había hecho la nueva promesa de no abandonarla nunca, de estar siempre cerca y cuidarla, porque, después de Dylan, él era la única persona que podía llevar a cabo esa tarea.

Prefería no pensar en la tarde con Sam para evitar el dolor que achicaba su corazón cada vez que recordaba sus caricias, besos y palabras susurradas con su voz cortada. Aún no conseguía asimilar que fuera a ser padre, junto a Beca. Cuando lo descubrió en la clínica, se había sentido traicionado, las lágrimas habían vuelto a sus ojos, pero no podía permitirse que le vieran llorar porque ahora debía volver a juntar sus piezas de jugador de futbol y de hombre hetero y seguro de sí mismo. Grizz odiaba representar ese papel.

No se oía nada más que sus respiraciones desacompasadas. El resto de la casa se había sumido en el mundo de los sueños y Grizz y Madison parecían estar en su propio mundo, a cubierto de los peligros del exterior. Grizz, aprovechando que Madison le miraba a él y que él la miraba a ella, recorrió su rostro y una oleada de alivio le recorrió el cuerpo al notar que el color había vuelto a sus mejillas. Suspiró.

—Madison, de verdad que lo siento.

—No te disculpes más —dijo Madison, esbozando aquella sonrisa tranquilizadora que te convencía que todo estaba bien en el mundo—. No tenías por qué saberlo.

—Te he fallado.

—No, no lo has hecho —negó, pero su sonrisa desapareció—. Yo sí que te he fallado —admitió—. Te eche en cara el no haber estado cuando te merecías espacio para ti mismo. No debí haberte tratado así en la clínica, no te lo merecías.

Grizz la atrajo hacia su pecho y resguardó su cara en la curva de su cuello. Inspiró y una suave mezcla de coco y vainilla inundó su nariz. No se dio cuenta de cuanto lo había echado de menos.

—Y... ¿cómo fue? —preguntó Madison. Su voz había titubeado cuando preguntó.

—Fue bonito, mientras duró —suspiró Grizz.

—Oh, venga, quiero los detalles —cantó Madison.

—Bueno pues... —Grizz dudó antes de continuar—, le encontré en la biblioteca, como me dijiste, pero no acerté con mi lenguaje de signos —reveló.

—Te dije que estaba dispuesta a ayudarte.

—Y debí haberte hecho caso, porque había aprendido el británico.

Madison no pudo evitar soltar una carcajada—¿De verdad los confundiste? —Grizz asintió, riendo con ella—. ¿Y después?

—Fuimos al huerto y le enseñé a sacar zanahorias de la tierra —agregó Grizz. Madison arqueó una ceja, algo sorprendida.

—¿Y luego? —insistió.

—Fuimos a mi casa y... bueno —Grizz levantó la mirada antes de continuar—, nos besamos y ...

—Suficiente —le interrumpió Madison, fingiendo una mueca de asco—, ya no necesito saber más.

—Dijiste que querías los detalles —le recordó Grizz, riendo.

—Ya me puedo imaginar el resto de la historia —se carcajeó Madison. Grizz soltó una risita nerviosa y después el silencio volvió a envolverles. De nuevo, fue Grizz quien lo rompió:

—¿Sabes? Ahora te entiendo cuando dices que odias a los chicos —confesó—. No puedo creer que no me lo dijera —susurró más para sí mismo que para Madison, pero instantáneamente, cambió de tema—. Cuándo dijiste que no te importaba morir, ¿ibas en serio?

—No lo sé —respondió Madison apartando la mirada. En ese momento le había parecido la mejor opción del mundo. Por fin podría abandonar aquel lugar de locos en el que habían aparecido y reunirse con Dylan, pero eso también implicaba alejarse de Grizz. Se mordió el labio. Sentía que había sido egoísta cuando le llamó y cuando le recriminó no haber respondido a su llamada, pero ahora se daba cuenta de que no tenía derecho a retenerlo a su lado indefinidamente o hasta que le confesase sus sentimientos. Sin embargo, si algo había sacado en claro de esa noche, es que eso no ocurriría jamás. En esos momentos, Madison se dio cuenta de que debía dejarle ir... por el bien de los dos, pues corrían el riesgo de que su amistad se quebrara y entonces ya nunca más habría Madison y Grizz, tan solo serían dos desconocidos con algunos capítulos en común.

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