vii. allie's rules
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allie's rules
chapter vii
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Habían pasado seis meses, medio año desde que los adolescentes de West Ham pusieron sus pies sobre aquel lugar al que habían considerado su hogar nada más bajar de los autobuses. Desde entonces, se habían convertido en una comunidad que dependía de las leyes que Cassandra dejo antes de ser asesinado, y que ahora eran también las leyes de Allie. Todo en aquel lugar se regía por trabajar para seguir viviendo, para sobrevivir. Esto había hecho que los jóvenes habitantes descubrieran la fina línea que separaba lo que la sociedad espera de uno y la búsqueda de la propia felicidad en cosas tan banales como juegos, amor o el sexo, a una edad demasiado temprana.
Corrían el riesgo de que, si esa fina línea entre el placer y el deber se rompía o tan solo se resquebrajaba lo más mínimo, algún muchacho podría hacer caso de sus instintos revolucionarios americanos y revelarse contra el mandato de Allie.
Sin embargo, por el momento, la gente caminaba con pies de plomo, porque un golpe de estado traería la vuelta el reinado del caos. Podría decirse entonces que West Ham estaba a una simple metedura de pata de la ruina y el desorden.
— Las hojas de inscripción a las clases nuevas están a la entrada —anunció Gwen—. Hemos añadido una de interpretación y, por demanda popular, otra clase de jiujitsu. Ah, y, por último, espero veros mañana en la noche de pelis.
— Gracias, Gwen —dijo Allie. La morena bajó del altar para de nuevo sentarse entre el resguardo de sus compañeros, dejando que Allie avanzase hasta el atril—. Solo quería recordaros que el jueves es acción de gracias, así que llevad vuestras recetas a Will para que os pueda conseguir los ingredientes —informó señalando a Will tras su espalda con un gesto de su mano—. Y hoy también tenemos noticias del comité de recursos.
— ¿Qué hay del comité de vuelta a casa? —demandó una voz entre la joven multitud. Madison giró su cabeza, buscando a su dueña. Se encontró así con el cejo fruncido de Lexy.
— Gordie y Bean han prometido un informe para el jueves —reveló Allie.
— ¿Volveremos a casa? —insistió Lexy.
— No antes del jueves —respondió con tono burlón pero paciente la rubia desde el altar. Unas débiles risas inundaron la iglesia. Allie las ignoró y se dirigió a su mejor amigo, que esperaba tra ella—. ¿Will?
— Bien —el nombrado dio un paso hacia delante, ocupando el lugar que Allie le cedía, tras el atril y de cara a toda la multitud—. Hemos terminado el recuento de provisiones y si seguimos con el racionamiento hay para toda la primavera —Madison se permitió suspirar aliviada—. Este invierno no habrá problemas, pero la comida se acabará —suaves murmullos interrumpieron las noticias del moreno—. Ya lo sabíamos —intentó acallarlos Will—. Empezará a escasear en verano.
— Entonces moriremos de hambre —alguien habló, como si todos los pensamientos del pueblo se hubieran unido en una sola voz.
— No, claro que no —Allie volvió a ocupar su lugar—. Solo tendremos que adaptarnos. Además, tenemos un plan —añadió—. Grizz.
Despacio, Grizz se puso de pie. Sentía el peso de todas las miradas en cada uno de sus movimientos. Resopló, buscando las palabras adecuadas para anunciar su plan, pero dijese lo que dijese se lo tomarían igual, así que, sin pensarlo mucho más, comenzó a hablar:
— Después de acción de gracias lideraré una partida de búsqueda para encontrar tierras de cultivo y alimentos alternativos. Si alguien quiere acompañarme necesitaré la ayuda de cuatro voluntarios más...
Pero como se venía esperando, Grizz fue interrumpido.
— ¡Ni de coña!
— ¡Es peligroso!
— Mirad, todos sabemos lo que le paso a Emily —el recuerdo de su compañera se removió en lo más profundo de la mente de Madison, trayendo consigo un escalofrío—. Ahora es distinto —aseguró Grizz—, sabremos a qué atenernos, estaremos preparados, llevaremos provisiones...
— ¡No sabemos nada de agricultura! Aunque encontréis esas tierras, ¿quién las trabajará? —de nuevo Lexy levantó su voz entre el público.
— Nosotros —intervino Allie—, entre todos. Y tendremos que aprender, como hemos aprendido todo lo demás —de nuevo la rubia contaba con la atención de todo el pueblo—. Sé que es mucho, y seguiremos cocinando y limpiando, y haciendo todo lo que esto hace que funcione. Será más difícil, pero ¿qué otra opción tenemos? Ninguna. Así que lo haremos, avanzando paso a paso, ¿de acuerdo? Cada problema a su momento. Solo podemos hacerlo si somos optimistas.
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Madison volteó la hoja del libro, resoplando. Subrayador en mano, destacó una nueva línea de información relevante, y se dispuso a copiarla en su muy recientemente denominado "cuaderno de botánica". Desde que a Allie se le ocurrió que adentrarse de nuevo en el bosque era necesario para la supervivencia del pueblo, Madison había visitado en varias ocasiones la biblioteca para consultar enormes enciclopedias sobre las plantas, sus usos, sus propiedades y todo aquello que pudiera resultarles útil para la expedición. Se sentía extraño volver a tocar un libro para fines didácticos, pues habían pasado por demasiadas cosas desde la ultima vez que tuvo que memorizar algo.
El sonido del taburete siendo arrastrado junto a ella, le indicó que alguien había tomado asiento a su derecha. Madison levantó la cabeza, agradecida de la pausa que se le ofrecía y saludó a Grizz con una sonrisa.
— Voy al huerto a recoger las verduras necesarias para acción de gracias, ¿me acompañas? —preguntó agitando una larga lista de ingredientes frente a su nariz.
— Me temo que no —negó Madison—. Tengo que seguir investigando un poco más —dijo señalando los papeles y volúmenes desparramados por la encimera de la cocina.
— Está bien —respondió él—. Pero no estudies tanto a ver si se te funde el cerebro.
— Ja, ja. Muy gracioso —arrugó la nariz—. Hablando de estudiar, ¿qué tal tu lengua de signos?
— Va bien —respondió Grizz.
Madison notó en su voz un tono evasivo, a la vez que desviaba su mirada hacia la ventana que daba al jardín— ¿Sabes que puedo enseñarte? —se ofreció la ojiazul.
— No hace falta, ya me las apaño.
— Como tú quieras, campeón...—se burló Madison, dejando una palmadita en su hombro—. En ese caso podrías ir a la biblioteca a enseñarle a Sam tus progresos —una gran sonrisa socarrona iluminó sus mejillas—. Está en mitad de su turno.
— No sé, no quiero distraerle de su trabajo —Grizz se frotó la nuca, con aire dudoso—. También tengo bastantes cosas que recoger para Will, sino no podrá cocinar.
— ¡Oh venga! Deberías ir a verle —persistió Madison—. ¡Habla con él y enséñale tus progresos! —Madison tragó saliva después de pronunciar aquellas palabras. Bajó la mirada de nuevo a sus apuntes.
— ¿Estás segura? —inquirió Grizz.
— ¿Por qué no iba a estarlo? —dijo sin mirarle a la cara.
— Mad... —Grizz ladeó la cabeza, y a ese tono Madison no pudo más que volver a levantar la vista hacia su amigo—, te conozco de toda la vida, no finjas que no te importa —el quejido de Madison quedó ahogado cuando el dedo índice de Grizz se posó sobre sus labios. Su corazón latió más fuerte, a pesar de que ella lo intentó ignorar—. Déjame acabar. No quiero que nada cambie entre nosotros, eres mi mejor amiga y sabes perfectamente que significas el mundo para mí.
— El dedito era innecesario —masculló Madison, con las mejillas ligeramente coloreadas a causa de la rabia que la denominación "mejor amiga" le había producido durante unos instantes. La mano agarró más fuerte de lo necesario el bolígrafo azul en su mano, en un intento por volver a tranquilizarse—. No va a cambiar nada entre nosotros solo porque hables con un chico —y de nuevo el arrepentimiento tras aquellas palabras se hizo presente. Ignoraba la mano invisible que estrujaba su corazón y eso le costó que se agrietase hasta casi romperse.
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— ¡Pásala, Will, pásala! —los gritos de Luke se oían sobre los alaridos de ánimo del público. Madison acababa de llegar a la plaza del pueblo, donde el partido de fútbol americano se estaba jugando. Los recuerdos le habían golpeado nada más ver a los jugadores excesivamente protegidos, corriendo e intentando marcar punto mientras lanzaban el balón por el aire. Su hermano jugó en el equipo de fútbol, y por esta razón, se pasaba horas y horas entrenando en el jardín cuando estaba en casa. Su padre solía jugar a veces con él, y Madison le disfrutaba verlos jugar. Pero le gustaba aún más jugar con ellos y placarles para quitarles el balón.
Intentó colocarse en primera fila, dispuesta a seguir el partido y las jugadas de Grizz, como siempre había hecho en los partidos escolares. Pero por mucho que sus ojos recorrieron varias veces a cada jugador, no le encontró. Grizz no estaba en el campo. Se giró hacia la multitud, esperando ver su rostro entre los de sus compañeros o tal vez en el banquillo, donde descansaban algunos jugadores. Sin embargo, su mejor amigo, había decidido no aparecer.
"¿Dónde podría estar?", se preguntó. Puede que siguiera en el huerto, plantando nuevas hortalizas y verduras para asegurarse de tener alimento, o tal vez la demostración de signos había ido mejor de lo esperado... Sintió que algo se rompía dentro de ella, pero Madison agitó la cabeza, prefería convencerse de que Grizz se encontraba aún rodeado de zanahorias y pimientos.
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Grizz agarró la mano de Sam para acercarla a la tierra húmeda del huerte y dejarla sobre la zanahoria enterrada—. Mira —dijo— lo que tienes que hacer es agarrar el vegetal entero.
— Vale —asintió Sam.
— Ahora, gira y tira —explicó, girando la muñeca en el aire y tirando de una zanahoria imaginaria. Sam hizo lo que le pidió, hasta sacar el vegetal de la tierra—Muy bien, genial.
— Vaya, mola mucho —admitió Sam, clavando sus dulces ojos en Grizz.
— Gracias.
—¿Vamos a sacar más? —preguntó Sam—. Nos perderemos la cena.
— No sé, a mí me gusta perder la noción del tiempo —mencionó Grizz. En realidad, se había olvidado de la fiesta y de volver con el resto de sus compañeros. Estar con Sam, le había hecho perder por completo el sentido del paso del tiempo, como cada vez que Madison y él salían en busca de aventuras—, suele ocurrirme —rio—. Aunque siempre está Mad para devolverme a la realidad —dijo recordando como, por extraño que parezca, ella era la que siempre le recordaba que existía más mundo que ellos dos—. Pero si cerca de la biblioteca tienes un jardín lo tienes todo.
Su comentario hizo reír a Sam. Con su mano derecha, Grizz deletreó una palabra en el aire: —Cicerón, creo.
—¿Cicerón? —Grizz asiente—. Eres muy listo
—Vaya, muchas gracias —rio Grizz, notando sus mejillas calentarse levemente.
—Y... ¿lo tienes?
—¿El qué? —inquirió Grizz sin saber a qué se refería Sam.
—¿Lo tienes todo?
Grizz dudó. ¿Lo tenía todo? Era verdad que tenía amigos que le apoyaban y con los que se divertía, un equipo en el que muchos chicos de su edad querrían estar, ... También tenía a Mad. Suspiró. Su mejor amiga era alguien imprescindible para él, pero aún así sentía un vacío en el interior el cual parecía ser que nadie podía llenar. Tal vez se confundiese y la persona indicada era Mad, como se había tratado de convencer. O tal vez, era alguien más, ... como Sam. Sam. En ese instante pareció darse cuenta de que probablemente esperase su respuesta, como así era.
— Casi —respondió finalmente.
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La noche había caído, dando por finalizado el partido que se había llevado a cabo por motivo de la celebración de Acción de gracias. Allie, de pie en la plazoleta, se disponía a revelar el resultado, y por ende, el equipo ganador. Pero Madison, a apenas unos pasos de su amiga, miraba hacia la oscuridad de la noche, esperando que Grizz apareciese de una vez por todas.
— Eso es, soy el que la tiene más grande.
La celebración de Clarck sumada a las risas provocadas y los aplausos de los adolescentes provocó la vuelta a la realidad de Madison. Seguramente si Grizz hubiera estado allí le habría dado una colleja.
— Gracias Clarck, por ganar con esa elegancia —se burló Allie—. Espero que tengáis hambre porque os espera una cena de acción de gracias, gracias a Will —el sonido de varias manos aplaudiendo y voces vitoreando al moreno vuelve a interrumpir a Allie—. Y, además —de nuevo contaba con la atención del público—, primero escucharemos algo que llevamos tiempo esperando: el comité de vuelta a casa tiene noticias.
Madison levantó la cabeza, viendo como Gordie y Bean ocupaban el lugar de Allie, frente a los jóvenes habitantes de West Ham.
—Como sabéis —Gordie tomó la palabra—, hemos trabajado mucho para desvelar cuatro cuestiones: ¿Dónde estamos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué? Y, ¿cómo volvemos? — en ese entonces el moreno contaba con la total atención del pueblo, quienes escuchaban expectantes las esperadas palabras de Gordie—. Respecto a la primera pregunta, había dos hipótesis sobre la mesa: que esto es la Tierra y todo lo demás ha desaparecido o... que la Tierra existe y estamos en otro lugar. Y creo que hoy tenemos la respuesta:
— Como recordareis —siguió Bean—, diez días después de nuestra llegada a este lugar se produjo un eclipse solar —Madison recordaba aquello, y frunció el ceño, extrañada de su mención—. En su momento os dijimos que había sido un suceso astronómico predecible, pero tras consultar los calendarios, descubrimos que no era así. El próximo eclipse solar en Norteamérica, no será hasta dos mil veinticuatro —los murmullos empezaron a correr entre el público, cuyas caras demuestran su sorpresa. Nadie daba crédito a lo que acababan de escuchar. Fue Lexy quien hizo la primera pregunta, en un intento de buscar una explicación obvia:
— Entonces, ¿hemos viajado en el tiempo?
— Eso pensé al principio —respondió Gordie, ganándose de nuevo la atención de los jóvenes—, pero ahora lo dudo. Si miráis arriba —dijo señalando al cielo estrellado—, veréis el cinturón de Orión y la Osa mayor —muchas cabezas levantaron la vista hacia el espacio, intentando localizar las estrellas que Gordie había mencionado. A Madison no le resultó difícil, dado a las acampadas en el patio de casa junto a Grizz—. Todo lo que hay que ver en el cielo es del hemisferio norte, pero si echáis un vistazo con mi telescopio, veréis la estrella Betelgeuse. Ésta no esta donde debería, sino unos metros más abajo —remarcó Gordie—. Y, si os fijáis, os daréis cuenta de que no hay objetos en movimiento como debería ser. Es decir, nuestros satélites han desaparecido.
Muchos de los adolescentes se acercaron para echar un vistazo por el telescopio, solo para comprobar que lo que Gordie decía era cierto. Todos los ojos siguen clavados en él, y nadie respira. Solo esperan la interpretación de Gordie.
— ¿Eso qué significa? —preguntó Jason.
— Creo que significa que no es nuestra Tierra, sino un universo paralelo —explicó—. Como el nuestro, pero no el mismo.
Madison abrió los ojos con gran sorpresa. Las respuestas que su cerebro había imaginado a lo largo de su estancia en aquel lugar no se parecían en nada a la que Gordie había llegado después de sus investigaciones.
— Vale, ya sé que suena aterrador, pero sabíamos que la respuesta seria rara —interrumpió Allie—. Aunque yo creo que es esperanzadora.
— ¿Y por qué lo crees? —demandó Lexy.
— Porque si esta no es nuestra Tierra, significa que lo que echamos de menos sigue ahí. Que nuestros padres siguen vivos, pero en otro sitio, y tenemos que averiguar cómo volver —expresó Allie—. Y lo haremos. Si un camino nos trajo aquí, debe de seguir para volver. Las puertas funcionan en ambos sentidos. Yo creo que esto nos da esperanza. También significa que, este sitio es un mundo nuevo, y que, por lo que sabemos, nosotros somos sus primeros habitantes —Allie levantó los brazos al aire, respirando hondo—. Y este es el primer acción de gracias, celebrado en el año uno en nuestro hogar temporal de New Ham, su nombre oficial desde ahora. —esto provocó varias risas. Madison no pudo evitar que una sonrisa débil iluminara su rostro—. Vamos a cenar. —finalizó su improvisado discurso. Y dicho esto, la gente aplaudió a aquella visión que Allie les había descubierto, felices del nuevo comienzo que se les brindaba.
Allie se acercó a Mad, y cogiéndola del brazo, entraron juntas a la iglesia, donde se servía la cena.
— ¿Cómo es que no está Grizz pegado a ti como una lapa? —carcajeo la rubia—. Creía que no podíais respirar si no estabais juntos.
— Al parecer sí que podemos —rio Madison la gracia a su amiga—. Pero espero que venga a la cena, o me asfixiaré.
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— ¿Puedes enseñarme otra cosa en lenguaje de signos? —Sam asiente. Grizz siente sus manos temblar, se las coge y tratando de que su voz suene como siempre, lanza la pregunta que durante la última hora sus labios no se han atrevido a preguntar—. ¿Cómo se dice bésame?
Deseaba probar el sabor de los labios de Sam, saber si acaso era parecido al de los de Mad, suaves y con un leve sabor afrutado. Tragó saliva, esperando la respuesta de Sam. Su corazón latía más rápido que nunca y su boca se notaba seca. Pero, Sam hizo un movimiento, acortando la distancia que les separaba. Grizz seguía estático, con ambas manos sobre su regazo. Y finalmente lo supo. Sam juntó sus labios con los de él, primero con un tímido roce, pero cuando Grizz no le apartó, se acercó más, poniendo sus dos manos en su rostro. Grizz sabía que no había vuelta atrás, y aunque la hubiese, no habría parado de besar a Sam.
Sus labios eran muy diferentes a los de Madison. Eran más delgados y secos, pero igualmente los dirigía con destreza y Grizz bebió de cada caricia de ellos. Y en ningún momento se le pasó por la cabeza otra cosa que no fuera seguir ahí para siempre, ni siquiera el pensamiento de su mejor amiga. En ese momento eran Sam y Grizz, nada más y nada menos. En ese momento Grizz sintió que el vacío en su interior se llenaba de una sensación increíblemente agradable, un calor que se esparcía desde su pecho a todas partes de su cuerpo.
Y si Madison hubiera podido predecir lo que sus simples palabras de ánimo significaban, tal vez habría sacado su lado egoísta enterrado en lo más hondo de su ser y se las abría guardado.
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