vi. like f-cking god or something

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like f-cking god or something

chapter vi

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En el pequeño pueblo de West Ham el tiempo no se detenía y los días seguían pasando uno tras de otro, todos iguales. El juicio parecía lejano pero el miedo que se había instalado en las calles desde los asesinatos de Dylan y Cassandra seguía igual de presente. E incluso Allie Pressman estaba asustada, aterrorizada de tomar la decisión incorrecta y que el peso que cargaba sobre sus hombros acabara por enterrarla a ella y sus amigos.

Por otro lado, Madison se sentía intranquila, a pesar de la aparente calma que reinaba en las calles vacías de su pueblucho, porque una incógnita seguía removiendo sus ideas, impidiéndola dormir. Todavía, a veces, en esas noches de insomnio en las que ni la compañía de Grizz era de ayuda, lo único que la calmaba era los pitidos de espera que sonaban al llamar y la voz de su madre en el contestador automático. Entonces la morena se disponía a contarla su día, sin perder la esperanza de que algún día sus padres devolvieran la llamada.

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— ¿Puedo verle? —la pregunta de Madison pilló desprevenido a Jason, quien se encontraba terminando de emplatar la comida que había sido preparada en la cafetería para Dewey. 

El moreno dejó los utensilios de cocina y se giró para ver a la morena. Sus ojos oscuros se clavaron en los aguamarinos de ella, mientras sus manos se deslizaban al interior de los bolsillos de la chaqueta del equipo de fútbol del instituto, idéntica a la que Madison llevaba en esos momentos y que había pertenecido a su hermano Dylan. Pensó en su respuesta. Si la dejaba bajar y la pasaba algo, aunque fuera lo más mínimo Grizz lo mataría, pero sino la permitía bajar Madison nunca superaría la muerte de su hermano. Tal vez solo quería charlar con él, con su tranquilidad usual, y despedir a Dylan para siempre.

— Solo si voy contigo —terminó respondiendo.

— Prefiero estar a solas con él —no había levantado la voz, pero aún así Jason notó la firmeza y claridad en su tono, como quien ha vivido demasiado en poco tiempo.

— ¿Estás segura de que no quieres que te acompañe? —insistió Jason— Ese chaval está como una verdadera cabra.

— Sé cuidarme.

Jason alzó una ceja y no pudo evitar acordarse de todas las veces que Grizz y Dylan caminaron a sus costados, siempre protegiéndola y alejándola de cualquier mínimo peligro, cuan niña recién nacida y frágil. Sin embargo Madison había pasado por demasiadas cosas como para seguir siendo la misma que hacía unos pocos meses. Tal vez Grizz se hubiera dado cuenta también y no lo machacaba cuando se enterase de que había bajado sola a hablar con un asesino.

— Tienes hasta que baje con la comida —advirtió tendiéndola la llave de la "celda".

Madison asintió y la agarró entre sus manos justo para después girarse y bajar a paso rápido la escalera que llevaba al sótano de la casa de Luke. Sabía que Allie había venido un par de veces a visitar a Dewey antes del juicio, pero no había conseguido sonsacarle gran cosa sobre la razón de sus actos. Pero Madison deseaba conocer la verdad, necesitaba conocer la historia completa sobre la noche del baile. Necesitaba la respuesta al porqué de la muerte de su hermano.

Dewey levantó la cabeza del suelo al escuchar unos pasos arrítmicos pero fuertes sobres las escaleras que daban al sótano, y esperando ver a uno de los jugadores del equipo de fútbol americano que ahora jugaban a ser policías, se encontró con la figura delgada de Madison en el pie de la escalera. Siguió sus pasos hasta pararse frente a la cerradura, la cual abrió para entrar y quedarse a apenas un metro de distancia de él. Dewey compuso una sonrisa burlona, aún estado atado en una silla.

— Vaya, vaya... Que agradable sorpresa —escupió.

Madison no le respondió. En su lugar clavó sus ojos aguamarinos en los suyos y cerró ambos puños, controlando el impulso de romperle la nariz de un puñetazo que se había instalado nada más verle. La morena esbozó una sonrisa que estaba lejos de aquellas amables de hacía unos meses.

— Hola Dewey, ¿qué tal estás? —se burló Madison, haciendo un gesto que resaltaba las ataduras del joven.

— ¿Vamos a empezar ahora a fingir que somos amigos?

Madison se encogió de hombros antes de desvelar la razón de su visita—. Entonces dime porqué le disparaste —Dewey rio cuando las palabras salieron atropelladas de su boca pero Madison se abalanzó sobre él, poniéndose a la altura de sus ojos—. ¿Por qué lo mataste? Él era una persona buena hasta con una mierda como tú. Nunca te hizo daño, ni se burló de ti —Dewey apartó la mirada de la cara de Madison, pero de sus labios no salió una sola palabra. Madison empezaba a ponerse nerviosa, y notaba los ojos encharcados y las lágrimas amenazando con correr por sus mejillas—¿Acaso no te arrepientes? ¿Eh? ¡¿No te pesa en tu mierda de conciencia haber matado a dos personas, a dos amigos?!

— No eran mis amigos —Madison tuvo que apartarse unos pasos hacia atrás, al verse atacado por pequeños perdigones de saliva. Se pasó la mano por la cara, asqueada, y resopló.

— ¿Por qué lo mataste? —pregunto recuperando su tranquilidad habitual. De nuevo Dewey no contestó. Madison tragó saliva y respiró profundamente, intentando que sus lágrimas no mojaran su rostro—. No piensas contestar, ¿verdad? Entonces sabrás que el castigo que te espera será muy elevado.

— ¿A qué te refieres?

— ¿Conoces las leyes de los Estados Unidos? La pena por asesinato, ¿sabes cuál es?

— Es un cuento —farfulló Dewey, pero el miedo se leía en sus ojos—. Allie no se atreverá.

— Yo no estaría tan segura —Madison se incorporó y ajustó la chaqueta de su hermano al cuerpo. Los pasos de Jason resonaban en la escalera y la morena sabía que debía marcharse ya, pero la voz chillona y balbuceante de Dewey la detuvo.

— ¿Quieres saber por qué le mate a él también? —ladró— Por metomentodo. Pudo haber huido y salvar su vida. Él oyó los disparos y salió a defender a esa zorra de Cassandra —una sonrisa de medio lado volvió a correr por el rostro de Dewey— Tu hermano era un pringado con delirios de héroe y eso le pasó por querer salvar a la damisela en apuros.

— Ten, tu comida —antes de que Madison terminara de encajar la respuesta el cuerpo de Jason se interpuso entre ambos, depositando la bandeja de comida sobre las piernas del pelirrojo. Sin embargo este la tiró al suelo, clavando la mirada en los ojos de la morena, sonriente y prepotente. 

Fue entonces cuando un golpe seco resonó por las cuatro paredes de la pequeña bodega donde el padre de Luke guardaba su colección de vinos. Madison se miró su mano, enrojecida, y después dirigió su mirada a la mejilla de Dewey, donde sus cinco dedos habían quedado marcados. 

Jason, aún sorprendido por la reacción de su amiga, fue testigo de como la morena huía escaleras arriba, tropezándose varias veces al intentar subir varios peldaños a la vez. Supo que había salido de la casa cuando un portazo hizo retumbar los cimientos de la vivienda.

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Madison apoyó su espalda en la puerta de su casa, cerrándola de nuevo. Miró alrededor. Tal y como se esperaba el salón comedor estaba totalmente desierto y oscuro, al igual que la cocina, la cual se veía un poco más allá. Caminó a tientas y subió las escaleras hasta la planta donde se encontraban los dormitorios. Y sin darse cuenta, acabó parada frente a la puerta del cuarto de su hermano.

Sus ojos se dirigieron al pomo de la puerta, y sus manos temblaron cuando se acercaron a él. Notó la falta de aire en sus pulmones cuando sus dedos rozaron el metal del picaporte, pero finalmente, en un arrebato de decisión su muñeca giró sobre este, haciendo que la puerta girase sobre sus goznes.

La ojiazul vislumbró el interior de la habitación de su hermano, levemente iluminado por la luz de la luna y de las farolas de la calle. Dio un paso, pisando la alfombra que cubría el suelo. Y contuvo el aliento, temiendo que el fantasma de su hermano llegara del otro lado para echarla de su cuarto, como tantas veces había hecho Dylan. 

Todo estaba desordenado tal y como su hermano lo había dejado. Había ropa tirada encima de la silla del escritorio y esparcida por el suelo. Pero Madison casi ni reparó en ella. En su lugar, sus ojos aguamarinas se dirigieron a una foto que reposaba sobre la mesilla de noche de Dylan. En esta, un Dylan y una Madison un par de años más jóvenes e inocentes le dirigían amplias sonrisas mientras sujetaban un palo en el que había ensartadas unas nubes que asaban al fuego.

La morena agarró el marco con ambas manos y lo acercó a su rostro, mientras los recuerdos de aquel día de vacaciones de primavera volvían a su mente. Recordó que fue Grizz quien tomó la foto de ambos hermanos cuando ellos y sus padres decidieron hacer una acampada en el bosque. Madison nunca olvidaría las largas noches en vela estudiando las estrellas y los largos baños en la fría agua del río. 

Una sonrisa nostálgica se coló en su rostro y sintió sus mejillas húmedas. Finalmente las había dejado correr y salir, mientras su pensamiento estaba con Dylan.

Fue Grizz quien la encontró una hora después, tumbada sobre la cama con los ojos y la nariz enrojecidos, y con la foto aún agarrada contra su pecho. Tarareaba una canción, pero Grizz no alcanzó a averiguar cual era pues sus pasos hicieron que Madison reparara en él. Sin decir nada se acercó a la cama de Dylan y se sentó a la altura de las piernas de la ojiazul, con cuidado de no aplastarla. Acercó su mano hasta sus cabellos oscuros y los acarició con extrema ternura.

— No deberías haber venido aquí —suspiró. Madison no le miró ni le respondió de inmediato. Su cabeza se encontraba muy lejos de allí.

— He ido a verle, a su celda —susurró. Grizz seguía haciendo círculos sobre su cabeza.

—  Lo sé, Jason me llamó —murmuró esbozando una sonrisa como quien habla con un niño al que le han castigado en su habitación—. Creo que deberías volver a casa de Allie, seguramente tengas hambre. 

Madison se incorporó, sentándose sobre el colchón. Se limpió los restos de lágrimas y asintió. En verdad no quería marcharse pero desde que había puesto un pie en la habitación de su hermano se sentía como una extraña. Se peinó pasándose los dedos por las puntas de sus cabellos, y miró a los ojos de su amigo.

— ¿Podemos pasar antes por la tumba de Dyl? —preguntó.

Grizz asintió con una sonrisa llena de paciencia:

— Claro que sí, iremos a visitar a Dyl.

Madison y Grizz caminaban en la noche, siempre bajo la luz de las farolas que intentaba ahuyentar las sombras y la oscuridad de las calles de West Ham. Pero algo les hizo detenerse a unos pocos metros de donde tres cruces construidas con dos palos en perpendicular se encontraban clavados en la tierra. Desde allí, una voz susurrante llegaba a ellos, y cuando Madison aguzó la vista vio que se trataba de su mejor amiga Allie.

— No debería salir ella sola —gruñó Grizz después de mirar en rededor y no ver a ninguno de sus compañeros de equipo. Madison en respuesta dio un paso hacia delante, deshaciéndose del abrazo del moreno y dispuesta a alcanzar a su amiga. Grizz no la detuvo.

En apenas unos pasos se colocó junto a ella. Allie levantó los ojos de la tierra, alarmada por el el compás de los pasos de Mad. Ella, con la foto aún apretada contra su pecho, la pidió permiso con la mirada para sentarse junto a ella. Allie aceptó.

Y desde la distancia, viendo a sus dos amigas completamente destrozadas por todo lo vivido en aquel cruel lugar que no era más que una vaga imitación de su hogar, Grizz se prometió a sí mismo que no dejaría que nada ni nadie dañase más a Madison ni a ninguno de sus amigos. Pero mientras tanto, debía de cuidar a sus dos amigas y llevarlas a casa, lejos e la oscuridad de su pequeña ciudad.

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— No deberías salir sin uno de nosotros —la voz de Luke sorprendió a Allie, Grizz y Madison, que en ese momento entraban por la puerta. Madison, resguardada bajo el brazo de su mejor amigo, como una niña que se resguarda de la lluvia en los brazos de su madre, giró el cuello para encontrarse con Luke, Gordie y Will sentados en el sofá, de brazos cruzados y esperando a regañar a Allie por salir sola—. Es arriesgado.

Allie sabía que la hablaban a ella, pero estaba cansada y deseaba esconderse de nuevo en su habitación, lejos de las pesadas miradas de sus amigos que no hacían más que presionarla para que tomara una decisión. Por eso, siguió su camino, sin detenerse a escuchar la regañina que tenían preparada para ella.

— Mañana no habrá cambiado nada —Allie se detuvo cuando Grizz habló, pero continuó dándoles la espalda—. Ni pasado.

Pero Madison llamó la atención de Grizz, negando con la cabeza

— Déjala —susurró tan bajo que solo el moreno a su lado alcanzara a oírlo. Allie, como ella, había pasado por demasiado pero en sus hombros estaba el peso de hacer que su imperfecta sociedad funcionara.

— Ya lo sé —repuso la rubia.

—No podemos retenerlos para siempre, no hay recursos. Y no abriremos una cárcel —.Madison agarró la chaqueta de Grizz cuando este volvió a insistirle a Allie, intentando detenerle, pues una pelea era lo último que les convenía en estos instantes.

— Lo haremos si no nos queda opción —alegó Allie, girándose abruptamente sobre sus talones y encarando a sus amigos. Madison no pudo evitar reparar el temblor de su labio y el agobio en su mirada—. Sino, ¿qué sugerís entonces?¿Los castigamos?¿Les quitamos la consola por asesinar a mi hermana y a Dylan?

— Claro que no —suspiró Will.

— Podemos soltarlos en el bosque o algo así —sugirió Allie. Se negaba a matar a dos compañeros con los que había crecido.

— No podemos proteger la frontera —objetó Grizz. Madison se había dado por vencida ya. Sabía que aquello ocurriría más temprano que tarde aunque pretendiese negarlo, pero sus amigos y todo el pueblo necesitaban una respuesta, una orden de su líder. Se encogió aún más sobre el pecho de Grizz, deseando desaparecer—. Si viven volverán —vaticinó Grizz, alterado.

— Ya lo sé —la voz de Allie sonaba cada vez más alta y agitada.

— Tenemos que considerar todas las opciones —insitió Will. Hubo un silencio momentáneo en el que la escena de una cabeza degollada rodando por el suelo pasó fugazmente por la mente de todos los adolescentes reunidos. 

Madison tragó saliva dificultosamente. Hacía unas horas había amenazado a Dewey con la muerte y ahora aquello podía convertirse en una realidad. Se la revolvía el estómago solo de pensar en ello, pero una parte de ella prefería que Allie accediera y pusiera fin a todos sus miedos.

— ¡No! ¡Ni hablar! —bramó Allie— Me parece bien que les amenacemos, yo lo he hecho. Pero no podemos... —la rubia bajó la mirada a sus pies, negando con la cabeza mientras inspiraba en un intento de contener sus lágrimas—. Les conocemos —fijó sus ojos en sus amigos, uno a uno., y cuando habló su voz sonó rota:—. Íbamos juntos a clase hace un mes no podéis cargároslos, joder. Ni siquiera sabemos si Campbell es culpable. También pretendéis ejecutarlo a él, ¿en serio?

— Allie, aunque Campbell no hay matado a Cassandra es un puto psicópata. Solo es cuestión de tiempo que...

— ¡No podéis castigar a alguien por lo que es! ¡Por lo que pueda hacer! ¿Os estáis oyendo? —Madison cerró los ojos ante la potencia de la voz de su amiga cuando esta gritó, interrumpiendo a Will—. Estáis hablando de ejecutar a alguien porque le tenéis miedo, solo por eso. Esta conversación es de locos. Esto es lo que pasa cuando se os da poder, Dios mío —agregó soltando una risa irónica que heló la sangre a Madison. 

Gordie llamó a la rubia cuando está corrió escaleras arriba, anhelando el refugio de las cuatro paredes de su cuarto y las sábanas de su cama. Sin embargo toda respuesta que recibió fue un grito de Allie y el portazo que dio al entrar en su habitación.

Grizz se llevó las manos a la cabeza y Madison sintió que le faltaba una parte de sí misma en ese instante en el que los brazos de su amugo abandonaron su cuerpo. Necesitaban que Allie se decidiera, y rápido, sino caerían en la anarquía y la sangre y el caos comenzarían a bañar las calles, tal y como estaba sucediendo. 

Y finalmente, bajo la presión y las miradas reprobatorias de sus amigos, Allie terminó por tomar las decisiones que debía tomar. Y aunque dos de sus amigos no estuvieron de acuerdo con dos de ellas, no les quedó más remedio que acatar y respetar sus órdenes, porque Allie no cambiaría de parecer. Así lo demostró cuando reunió a todos los habitantes a la iglesia para hacerlo oficial. 

— Tenía que tomar dos decisiones, dos veredictos —Allie desde el altar sintió como las miradas reposaban sobre ella y el silencio tomaba la iglesia. Cuando toda la atención recayó sobre ella, continuo su improvisado discurso—. El primero Campbell. Este tribunal no busca la venganza, busca legitimidad y justicia —aclaró—. La única prueba sobre Campbell procedente de Dewey, es poco fiable. Sin pruebas no puede haber juicio, así que anoche ordené la liberación de Campbell —como era de esperar la sala se llenó de murmullos, quejas y abucheos. Allie se vio obligada a alzar la voz para continuar—. Respecto a Dewey —toda la muchedumbre se calló al oír el nombre de su compañero—, lo declaro culpable de asesinato y la condena por asesinato es la muerte.

Solo Dewey reaccionó ante las palabras de Allie:

— ¡¿Es coña?! ¡¿Vais a matarme?!

— Que esto os sirva de advertencia para cualquiera que se atreva a recurrir a la violencia contra otro habitante del pueblo —decretó Allie paseando su mirada por los jóvenes quienes aún asimilaban su veredicto—. Responderemos ojo por ojo.

Pero Dewey seguía quejándose, atendiendo a su instinto de supervivencia—. Esto no es un juzgado —se quejaba, mientras Jason y Clarck le agarraban por los brazos y le  levantaba de la silla—. Estas como una puta cabra, ¡¿me oyes?! ¡No tienes derecho zorra de mierda! ¡Acabarás bajo tierra como tu hermana! ¡¿es una puta pirada no lo veis?! ¡Qué te jodan! —los inslutos del culpable se escuchaban por toda la iglesia mientras era arrastrado por la guardia de niuvo a su celda, donde contaría las horas hasta su muerte.

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— No creo que pueda ser capaz de hacerlo, Mad —Grizz se deshizo de su camiseta y agarró una vieja que usaba como pijama. Se tumbó boca arriba sobre la cama, sus brazos tapándole la vista. Suspiró. En casos como aquel odiaba pertenecer a la Guardia. Era inhumano lo que harían en apenas unas horas, en un recoveco del bosque—. Decir que vas a matar a alguien es una cosa, pero hacerlo es algo muy distinto.

— Lo sé —coincidió Mad, tumbándose junto a él—. Pero créeme cuando te digo que lo ves con otros ojos cuando ese alguien ya ha movido ficha —confesó.

Grizz posó sus ojos sobre ella tras oír sus palabras. Madison no reparó en ello, pues miraba distraídamente el techo blanco de la habitación que compartían. Últimamente era un reto para él saber lo que pasaba por la cabeza de su mejor amiga, y estaba preocupado por ello. Antes con una simple mirada se leían el pensamiento, ahora aquello era cada vez más raro. Habían vivido demasiado y tal vez lo que ellos creían para siempre era mentira. 

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La luz del sol se colaba por las ramas de los árboles y el silencio reinaba en el enorme bosque. Ni el canto de los pájaros ni el viento de invierno se escuchaba. Pero en una pequeña región de este, el perturbador de la paz  del pequeño pueblo de West Ham sería condenado a la horca en apenas unos instantes, y sus gimoteos eran lo que interrumpían la tranquilidad de la naturaleza.

— Dos llevan cartuchos de fogueo —informó Gordie tendiendo las pistolas a Luke, Jason y Grizz. Intentaba ignorar los sollozos de Dewey, atado unos metros más allá de los chicos de la Guardia—. Y una está cargada con balas de verdad —dirigió de nuevo toda su atención a las pistolas, ahora en manos de sus amigos—. Así no sabremos quien lo ha matado.

— ¡Venga ya, no podéis matarme! —volvió a quejarse Dewey, quien parecía haber escuchado la última parte de la conversación.

Madison, junto a Allie y Elena, miró de reojo el cuerpo maniatado de Dewey el cual se sacudía intentando que la venda cayera de sus ojos. Pero la voz de Gordie hizo que sus ojos volviesen a las armas en manos de sus amigos.

— No olvidéis quitar el seguro.

— ¿El seguro? ¿Dónde está el seguro? —la pregunta de Grizz hizo que Madison desviara sus ojos a su amigo. A juzgar por su pálido tono en la piel estaba mareado, e intentaba tocar lo menos posible la pistola, a pesar de tenerla entre sus manos.

— No es... —quiso ayudar Elena, dando un paso hacia delante para ayudar a Grizz y evitar que disparase a la persona equivocada.

 — Ya está, ya está —les intentó tranquilizar Grizz, aunque más bien parecía que se lo decía a sí mismo.

— ¿Qué estáis haciendo? ¡Eh! ¿Qué estáis haciendo ahí! ¡Por favor! ¡Por favor no me matéis, por favor!

Helena, bajo la mirada seria de Allie, se adelantó y recorrió la poca distancia que le separaba de Dewey. Incómoda le colocó una mano sobre su hombro, provocando que este se sobresaltara pero no que dejara de llorar. Sin esperar que Dewey se calme, Helena comenzó a rezar, a pesar de que sus palabras se quedaban ahogadas por los sollozos y las súplicas del asesino. 

Unos pasos más atrás, Madison había apartado la mirada y se centraba en el suelo, como si las ramitas partidas y las hojas caídas fueran lo más interesante del mundo. Por otra parte, Will y Allie atendían a la surrealista escena en silencio, con la mirada puesta en todos los movimientos a su alrededor. Y ni siquiera cuando Helena se acercó de nuevo a ellos, Allie se movió:

— Aún puedes cambiar de idea —le propuso cuando se colocó fuera de la espacio de tiro, pero Allie en su lugar les dirigió una mirada a los chicos de la guardia pidiéndoles que actuaran. 

— ¡No, por favor! ¡Grizz, tío, por favor!

Y si Grizz ya parecía que se iba a desmayar, cuando Dewey gimoteó su nombre el color terminó por abandonar su rostro. Se tambaleó unos pasos, hasta que pudo sujetarse a un árbol cercano pero para entonces la bilis había subido ya por su esófago y se juntaba de nuevo en su boca. Grizz acabó vomitando.

— Vamos —intentó animarle Luke, palmeando su hombro.

— ¿En serio vamos a hacerlo? —pregunto incrédulo Grizz. Su voz sonó temblorosa cuando habló, pero le resultó imposible que no sucediese cuando la imagen de los sesos de Dewey desperdigados por el suelo no abandonaba su cabeza.

— Venga, vamos —les apresuró Allie. La guardia se colocó frente a Dewey, con las pistolas en alto apuntando a su inquieto cuerpo—. A la de tres.

Madison que vigilaba a su amigo desde que este había echado sus entrañas junto a un árbol, reparó en como las manos en torno a la pistola temblaban. 

— Uno —Madison se preparó para el sonido del disparo—, dos —pisó fuerte en el suelo y fijó su mirada en sus amigos, queriendo evitar mirar a Dewey cuando su cuerpo quedase inerte sobre la silla, pero su voz reclamando clemencia no ayudaba mucho —, tres.

El disparo resonó por todo el bosque, pero cuando abrió los ojos tras el susto del repentino sonido, se encontró con que Dewey seguía vivo. No le habían dado. Habían errado el tiro.

— Hemos fallado —señaló Jason como si no fuera evidente.

— Oh, mierda —maldijo Luke—. Joder.

— Volvamos a hacerlo —ordenó Allie. Dewey aún no se daba por vencido y seguía llorando, esperando que sus compañeros cambiaran de opinión, esperando que Allie detuviese aquella matanza—. ¿Podéis repetir?

— Están cargadas —informó Gordie.

— A la de tres —repitió la rubia.

— Mierda no puedo hacerlo —murmuró Grizz.

— Venga, sí puedes —dijo Luke a su lado.

— No, no, lo siento mucho. No puedo hacerlo, lo siento —Grizz dejó la pistola sobre el suelo, con sumo cuidado de que la bala no se disparase y hubiera un accidente. Se alejó de sus amigos y les dio la espalda, incapaz de presenciar tal macabro espectáculo. 

Madison se adelantó, dispuesta a ocupar el lugar de su amigo, pero una mano la detuvo:

— ¿Dónde vas?

— Lo haré yo —y había tal determinación en su mirar que Allie no pudo negárselo. Madison agarró la pistola del suelo, y a pesar de ser la primera vez que sujetaba un arma entre sus manos, la sintió como una extremidad más de su cuerpo. Evitó darle importancia a las miradas de sus amigos, incluso a la de Grizz quien se había girado brevemente para ver lo que sucedía. Madison elevó el arma a la altura de sus ojos, y agarrándola con ambas manos apuntó a la nuca de Dewey.

Allie comenzó a contar una vez más, y cuando por fin llegó al tres, Madison apretó el gatillo, firme y sin cambiar el rumbo que debía recorrer el proyectil. El casquete de la bala hizo que se asustará y sus ojos se descentrasen. Reparó en el silencio que les rodeaba ahora, en el verdadero silencio. No se escuchaban los sollozos de Dewey, solo su respiración agitada. Elevó la mirada de nuevo y reparó en como la cabeza de Dewey caía hacia delante, sobre su pecho. Un pequeño agujero en su nuca era el causante de aquello. De él un pequeño chorro de sangre caía sobre su pantalón. Aquello era señal suficiente. Le había dado. Bueno, no tenía la certeza de haber sido ella, pero algo en su interior le decía que ella era la culpable.

Ojo por ojo, diente por diente, pensó Madison.

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Toc, toc. Unos golpes secos sonaron contra la puerta de la habitación de invitados de la casa de los Pressman. Madison, recostada sobre la cama desecha, levantó la vista de la botella ámbar de cerveza justo cuando Grizz asomaba por la puerta. Se incorporó cuando este se sentó a su lado, en silencio. Por unos instantes ninguno dijo nada, y Madison reparó en la rojez de sus ojos y nariz, había estado llorando. No le culpó, había sido un día muy difícil para todos.

— Bueno —murmuró, su voz ronca acabó por confirmárselo—, no sabes de lo que eres capaz hasta que... hasta que...

Madison apoyó su mano izquierda sobre las de Grizz, que descansaban sobre su regazo.

— ¿Y que dice eso de mí? —susurró con la mirada clavada en sus manos. Grizz negó, sin saber a lo que se refería— Te dije que era capaz y lo he hecho.

— No lo sé —admitió Grizz.

— Creo que fue mi pistola la que le dio. Creo que le maté yo —declaró Madison. Grizz cogió su mano y entrelazó sus dedos. Apoyó suavemente su cabeza sobre el hombro de Madison y esta la suya sobre cabeza del contrario—. Y por unos instantes se sintió...bien.

Grizz solo guardo silencio. Estaba cansado y el cuello de Mad se sentía bien, por lo que no contestó. Solo se quedó quieto, disfrutando de su presencia, su tacto y su aroma, porque Grizz empezaba a darse cuenta de que alguien podría arrebatársela en cualquier momento, y eso le aterraba. Hoy había sido Dewey, pero ¿y si mañana era Will? ¿O Allie?¿O Mad? ¿O él mismo?








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