ix. new names

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new names

chapter ix

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A medida que las elecciones convocadas por Allie se acercaban, la tensión podía palparse cada vez más firme en el ambiente, y aún más después de que el papel de inscripciones hubiera sido colgado en el tablón de anuncios, a la entrada de la iglesia. Desde entonces, siempre se podía ver a alguien merodeando por allí, debatiendo internamente si agarrar el bolígrafo que colgaba de la cuerda y escribir su nombre.

Sin embargo, la lista contaba únicamente con tres candidatos para alcalde: el de Allie, encabezando la lista, y los de Harry y Luke, en las casillas siguientes.

Pronto la competencia sería mayor, se decía Madison sin poder reprimir el acercarse a descubrir nuevos nombres. Pero, a pesar de las continuas quejas del resto de habitantes, ninguno parecía querer tal peso sobre sus hombros, sino que preferían ver correr el agua río abajo.

—Deberías presentarte —le había dicho Grizz cuando Madison le contó las prisas que llevaba Campbell por apuntar a Harry nada más la lista de inscripciones fue colgada.

—¿Estás de broma? —se había reído—. Nadie me tomaría en serio. No soy mi hermano —dijo con pesar. Madison esbozó una pequeña sonrisa nostálgica. Aunque Dylan no había sido el capitán del equipo de fútbol del instituto, el resto de los jugadores le habían escuchado y seguido sus consejos en el campo. Fue un líder nato, y Madison estaba muy segura de que la gente le hubiera votado aún sin haberse presentado.

Ni Madison ni Grizz habían vuelto a tocar el tema ni a animarse para que uno de ellos se presentase. Ninguno se consideraba apto a sí mismo para el puesto, pues eran de esas personas que vivían libremente y ansiaban el reinado de la tranquilidad en su día a día por encima del resto.

—Tío, no puedes llevarte la Nintendo al bosque —Madison sacó la cabeza de la mochila de excursionista de su padre, la misma que se había llevado a la excursión a las montañas el último día que vivieron con normalidad. Grizz se había levantado del suelo, dejando su saco de dormir a medio enrollar para acercarse a un chico moreno que sujetaba la consola entre sus manos.

—Venga si no pesa nada —sollozó el muchacho con gesto suplicante.

Pero Grizz no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer, no cuando nuevas vidas volvían a estar bajo su cuidado—Lo agradecerás —dijo arrebatándole la Nintendo de las manos.

En ese momento, Allie entró por la puerta, haciendo que los excursionistas detuvieran sus quehaceres para observar a la recién llegada.

—¿Cómo vais? —le preguntó a Grizz, quien se acercó a recibirla. Madison apartó la manta térmica que estaba doblando y se levantó, limpiándose las palmas en sus vaqueros.

—Bien, ultimando detalles —aseguró Grizz.

—¿Ya sabes en qué dirección iréis?

Grizz asientió—Primero hacia el este, donde estaba la autopista —reveló—, y si está lo bastante llano empezaremos a transportar comida.

—Bien.

—Luego buscaremos un campo abierto con buena luz y agua —continuó.

—¿Cuánto estaréis fuera?

—Espero que una semana, pero llevamos reservas para dos. Incluso tres —reveló dirigiendo una significativa mirada a Madison que había escuchado el plan en silencio. Ella había sido la que había insistido en llenar las mochilas de comida y agua más de lo necesario en caso de que algún imprevisto retrasara su vuelta a New Ham.

—También he aprendido qué plantas son comestibles, así que si nuestras reservas no son suficientes podremos subsistir a base de raíces y frutos de arbustos —añadió Madison.

Allie asiente, satisfecha.

Pero Grizz parecía dudar si añadir algo más.

—¿Qué? —inquirió Allie, su ceja arqueada al darse cuenta.

—Nada —se apresuró a contestar—. Solo estoy preocupado.

—Lo entiendo, pero esta vez será diferente —le aseguró Allie—. Llevareis más cuidado.

—Claro, claro —pero su tono delató lo poco convencido que estaba. Bajó la mirada a sus pies, dejando caer dos mechones de pelo sobre sus ojos—. Puede que parezca estúpido —añadió—, pero he visto señales.

Allie fijó sus ojos en los de Grizz, obligándole a mirarla—¿Desde cuándo eres supersticioso? —Grizz desvió su mirada hacia Mad, que observaba la escena en silencio, prestando atención a cada movimiento de su mejor amigo. Grizz se mordió el moflete, sabiendo que Madison podía leerle como un libro abierto—. No podemos pensar en eso, el mundo es grande y encontraréis lo que buscaís.

—Lo sé —suspiró Grizz— quiero ser optimista.

—Pues no lo pareces —la dureza en la voz de Allie hizo que Grizz cuadrara sus hombros. Madison juró escuchar la voz de Cassandra saliendo de la boca de Allie.

—Tú no viste lo que yo vi —los ojos de Grizz se achicaron, acusadores, pero no era el momento de que la tensión que se respiraba en esos días venciera a ninguno de los dos. Madison apoyó una mano en el hombro de Grizz, notando su espalda tensa. No sabía de lo que Grizz hablaba, pero debía de ser grave si había conseguido destrozar su imperturbabilidad.

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Los días pasaban monótonos uno tras otro y el día de la salida de la expedición había llegado. Aquella mañana, Grizz y Madison estaban en el huerto. Recogían las últimas plantas con usos medicinales que Madison había plantado semanas atrás y tapaban la tierra con lonas impermeables para evitar que las verduras, frutas y hortalizas muriesen en su ausencia. El sol parecía reticente a salir aquel día, por lo que las nubes ocupaban su lugar en el cielo, dejando un ambiente húmedo y frío que no hacía más que recordar a los habitantes de New Ham que el invierno era un hecho inminente que les azotaría sin que ellos llegaran a estar preparados para afrontarlo.

Madison no le oyó llegar, solo se dio cuenta de su silenciosa presencia cuando Sam se detuvo a escasos pasos de la primera gran maceta de tierra, ya cubierta por un plástico. Le saludó con la mano y le ofreció una enorme y sincera sonrisa para después desaparecer por la puerta del almacén donde guardaban las reservas y las herramientas, no sin antes llamar la atención de Grizz, quien absorto en su trabajo no se había dado cuenta de la presencia del muchacho.

—Iré a buscar más lonas y cuerda —avisó evitando la fría mirada que Grizz le ofreció a Sam antes de continuar con su tarea.

Días más tarde, en el huerto. El ambiente es frío, el cielo está nublado, pleno otoño. Madison y Grizz trabajan en el huerto, cubriendo las verduras y hortalizas con lonas para que no se congelen y mueran cuando las temperaturas se desploman al ponerse el sol. Madison ve a Sam venir, y se escabulle hacia el interior del almacén, donde guardan los útiles, con la excusa de buscar más lonas y tiras para atarlas. Se queda allí hasta que la conversación termina.

Una vez dentro del almacén, Madison cerró la puerta asegurándose de poner uno de los rastrillos para evitar quedar encerrada en el interior. En realidad, no tenía nada más que hacer salvo sentarse sobre una caja de fruta y esperar. Solamente se había escabullido al almacén para dejar que Sam y Grizz tuvieran una conversación, tal vez Sam viniera a darle una explicación. Grizz se la merecía, pues se había abierto como no lo había hecho con nadie antes, ni siquiera con ella.

Ese pensamiento provocó un escozor es su pecho. Muchas veces había soñado con fugarse con Grizz tras el instituto, pero, siendo sinceros, Madison siempre había sabido que Grizz buscaba librarse de todo aquello que lo atase a West Ham, y eso la incluía a ella.

—¿Necesitas algo, Sam? —la voz de Grizz llegó desde el huerto, fría y resentida. Madison no podía culparle por ello, no después de aquella traición. Sin embargo, una parte de ella quería que hicieran las paces, porque existía la posibilidad de que si Sam y Grizz comenzaban una relación, entonces su amistad podría conservarse. O tal vez Sam terminara de apartarla completamente de su lado—. Eso, ¿qué quieres?

Madison se puso en pie, no quería inmiscuirse ni escuchar la conversación a hurtadillas. Se adentró más en el almacén, alejándose todo lo posible de la puerta. Pero sus pies no querían detenerse. Comenzó a dar vueltas en círculos.

Pronto se echarían al camino y sabe Dios si volverían a pisar las calles de New Ham o del antiguo West Ham, el de verdad, donde sus padres debían estar esperándolos. Pero ¿y si no conseguían encontrar una forma de volver? Madison se horrorizó al descubrir que no le parecía una idea demasiado mala, sino más bien apetecible. Pues Grizz no podría marcharse de allí y siempre estarían juntos.

Agitó la cabeza. Estaba siendo demasiado egoísta. No podía obligarle a permanecer a su lado, tampoco podría culparle si decidía no pisar West Ham cuando regresaran a su verdadera casa. Si es que regresaban.

Madison se detuvo. Ya no oía voces, tan solo los pasos pesados de Grizz sobre el barro. Se permitió acercarse a la puerta y sacar la nariz. Descubrió que Sam se había ido y que Grizz había vuelto a su trabajo de cubrir las macetas, aunque más bien parecía que no se había detenido.

La morena agarró la lona de plástico y salió del almacén. Se acercó hasta donde estaba Grizz, esperándola, y le ayudó a cubrir las últimas plantas. Cuando hubieron terminado, Grizz dejó caer su peso sobre sus hombros, apoyado en una de las macetas. Madison le imitó.

Sus ojos aguamarinos recorrieron sus facciones, en busca de alguna pista que delatara como se sentía respecto a la conversación con Sam. Su ceño fruncido y su mandíbula apretada le hicieron saber que era mejor no decir nada.

Grizz la miró de soslayo—. Deja de mirarme así —bufó irritado.

—¿No crees que has sido muy duro con Sam? —Madison no supo cómo fue capaz de preguntar aquello. ¿Se lo estaba recriminando? No tenía derecho a regañarle de esa manera—. Lo siento.

Grizz sólo se incorporó y se alejó a grandes zancadas—. Vamos, aún tenemos que buscar la cantimplora de tu padre.

Madison agarró la cesta donde habían guardado las plantas que podían resultarles útiles y después, con un resoplido, siguió a su mejor amigo por el barro, cuidando sus pasos para no resbalar.

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Grizz bajó la mirada a la botella de cerveza en sus manos. Debía admitir que, desde aquella tarde, no había podido sacarse a Sam de la cabeza. Verle de nuevo en el huerto le había traído el recuerdo de sus manos sobre su pecho, sus besos sobre su cuello, y Grizz había sentido la tensión de la soga de la traición alrededor de su cuello, asfixiante y humillante.

Aunque era aún peor el sentimiento de ser un impostor cada vez que estaba con sus amigos de siempre, como ahora, bebiendo junto a Clarck y Luke, en la sala de estar junto al fuego. Un mes atrás, antes de acción de gracias, se había sentido en familia con sus amigos y compañeros de equipo, ahora algo en él había cambiado. Bebió un trago en un intento por hacer desaparecer esos pensamientos.

—Lo volveré a decir —gritó Clarck. Arrastraba las palabras al hablar y una pila de botellas descansaba a sus pies—, ¡a la mierda!

—¡Tienes razón, tío! —coreó Luke a su lado.

—¡Sí, a la mierda, esto no está bien! Intenta limitarnos —Grizz levantó la vista y alzó las cejas, pero no se sorprendió. Siempre que Clarck bebía se convertía en un idiota aún más idiota.

—¡Sí, joder!

—¿Quién se ha creído que es señorita estoy al mando y es lo que hay bla, bla, bla? Vete a la mierda

—Exacto.

—Como si fuéramos sus sirvientes.

—Como pedazos de carne, como perros, ... como perros enormes —balbució Jason. Tanto Clarck como Grizz le dirigieron miradas extrañadas. Grizz sabía que la pila de botellas y latas iba incrementando, sin embargo, había dudado de que Jason pudiera estar tan mal. Jason resopló, dejándose caer sobre los cojines del sofá, adormilado.

En un momento dado, Clarck se inclinó sobre Grizz, apoyándose sobre el sillón que éste tenía a su espalda para evitar caer y aplastarle con su peso—¿Sabes qué? —Grizz se apartó hacia un lado, poniendo cierta separación entre él y Clarck. Su aliento apestaba a alcohol y notaba sus pelos de la nariz desintegrándose.

—¿Qué?

—Está muy equivocada, tío —afirmó—. Tenemos ideas, ideas importantes.

—Ah, ¿sí? —inquirió Jason desde el sofá, sin incorporarse.

—Cierra el pico —ordenó Clarck, Jason pareció no pensárselo—. Podríamos tenerlas.

—¿Sabes que creo? —Grizz fijó su mirada en los ojos de Clarck.

—¿Qué?

—Que sois una panda de idiotas —soltó con dureza—. Allie tiene razón —se incorporó, dejando la cerveza a medio beber sobre la mesa—. Tíos, en este momento no podéis hacer el gilipollas —aunque dudaba que sus amigos pudieran aguantar mucho más tiempo sin cometer una señora estupidez. Se preguntó si no le sería posible quedarse en el bosque, alejado de todo New Ham.

—Claaro, ya sé lo que pasa —canturreó Clarck con una vocecilla falsa de sabelotodo. Imitó a Grizz y se posicionó frente a él—. Señor importante, cuéntanos como has conseguido llegar a ser el líder de la expedición. ¿Tal vez el tirarte a su mejor amiga haya influenciado en algo?

—No, tío, no —su voz sonó calmada, pero sus puños estaban listos para soltar un golpe si Clarck decidía pasarse de la raya—. Yo solo hago mi trabajo —Grizz no se detuvo tras oír el "ooh" irónico de Clarck—. Deberíais intentarlo. Sinceramente, no sé qué pasará si no lo hacemos.

Grizz pasó junto a Clarck, quien no se movió de su sitio cuando sus hombros chocaron, ni le detuvo cuando salió de la casa, pues ni siquiera la voz de Jason le hizo detenerse.

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La mañana siguiente había vuelto a amanecer gris y cubierta, nada diferente al resto de la semana. Sin embargo, la monotonía de los días se había visto interrumpida por la marcha de la expedición capitaneada por Grizz.

En la linde del bosque, el grupo de exploradores permanecía en pie frente al resto del pueblo. Madison sabía que apenas se encontraban a unos metros del lugar donde habían atado a Dewey y donde ella había apretado el gatillo para acabar con su vida. Había pasado mucho tiempo de eso, y ahora la pancarta que sostenían sus compañeros y vecinos rezaba "Buena suerte, volved a casa sanos y salvos. Os queremos". Madison había reprimido una carcajada irónica cuando llegaron con ella. Habían llamado a ese lugar su hogar, pero en realidad nadie lo había sentido así en ningún momento, salvo ahora, cuando una vida con padres parecía cosa de siglos atrás, como un sueño que olvidas al despertar pero que sabes que está.

—No sabemos cómo daros las gracias por asumir este riesgo, por ser tan valientes sin saber que hay ahí fuera —como siempre, Allie presidía el acto, dirigiendo su voz a todos los presentes—. Debemos hacer que el pueblo sea sostenible, y eso no solo implica encontrar tierras, sino también responsabilizarnos de los demás —continuó—. Y sé que no es suficiente —su mirada paseó por el rostro de los excursionistas, observando las diferentes emociones que reinaban en sus facciones, pero Madison estuvo segura de que sus ojos se detuvieron al pronunciar las últimas palabras—, pero gracias por darnos esperanza.

Después la explanada fue una marea de abrazos y palabras deseando suerte. Madison corrió hacia Allie, deseosa de poder abrazarla. Ella rio cuando Madison casi la tira al suelo.

—Vaya, sí que tienes ganas de irte —ironizó.

Madison suspiró, una suave sonrisa pintaba su rostro, pero su voz tembló al hablar—. Tengo miedo, Allie. Dios, estoy aterrorizada.

—Eh, eh. Mírame —Allie la agarró por los hombros, de manera que pudiera concentrarse en sus ojos aguamarina—. Todo irá bien, estáis muy preparados, tú estás muy preparada. Sabrás como enfrentarte a cualquier adversidad —la aseguró. Pero Madison miraba más allá, tras los arbustos. Allie se dio cuenta y se giró, dirigiendo su mirada hacia el lugar donde la vista de Madison se había clavado. Grizz y Sam estaban allí, muy cerca, tal vez demasiado, y... Se estaban besando.

Madison creía que estaría preparada, había imaginado que aquello podría suceder. Pero imaginarlo y verlo con sus propios ojos era algo muy distinto. Allie tenía razón, estaba preparada para enfrentarse y vencer frente a cualquier posible dificultad en el camino, pero ninguna antes de salir, y menos aquella. Porque a pesar de haberse preparado mentalmente, notó que las tiras que sujetaban su corazón agrietado eran incapaces de seguir sosteniendo los trozos. Ahora no podía hacer nada más que arrepentirse de haber propiciado el encuentro.

—Mad... —la morena sintió la presión de la mano de Allie a pesar de las capas de ropa que llevaba puestas.

—No importa, Allie —negó, dirigiéndose de nuevo a su amiga—. En algún momento había de suceder.

Los excursionistas salieron en fila india hacia el bosque, todos detrás de Grizz, en cabeza. Pasaron entre el pasillo humano, entre el humo de las bengalas y el estruendo de los instrumentos. Algunos lloraban, otros se apresuraban a abrazarse con sus amigos una vez más antes de pasar quien sabe cuanto tiempo sin verse.

Madison caminaba pegada a la mochila de Grizz y solo se detuvo para abrazar por última vez a Jason, a Clarck, a Will y nuevamente, a Allie.

—Te echaré de menos —había dicho Allie. Madison había inspirado el aroma de su cabello, nunca lo había notado, pero este despedía un aroma azucarado y dulce—. ¡Mucha suerte! ¡Y volved pronto! —fueron las últimas palabras de Allie, antes de que la persona de atrás empujase a Madison para que avanzara.

Allie reprimió un sollozo cuando la vio marchar entre la espesura del bosque. Los colores otoñales hacían pasar desapercibido al grupo, como una masa más de naturaleza andante. No apartó la mirada hasta que estuvieron tan lejos que les perdió de vista, pero mucho antes de eso, Madison se había girada y dedicado un último adiós con la mano. Allie se lo devolvió con una sonrisa y tuvo que tragarse las ganas de correr hacia ella y traerla de vuelta. Pues el debate por la alcaldía de New Ham sería un verdadero reto ahora que Madison no se encontraría entre el público, asintiendo a cada cosa que Allie decía, como si todas sus palabras fueran las correctas.

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