ii. our town

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our town

chapter ii

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Habían pasado diez largos e irreales días desde que los adolescentes del pequeño pueblo de West Ham habían regresado a su pueblo. Ochocientos sesenta y cuatro mil segundos de los que, más de la mitad de ellos el pensamiento sobre el paradero o la situación de sus familias no les había abandonado su alocada cabeza.

Madison, como había hecho todas las mañanas desde que volvieron de su pequeña excursión en el misterioso bosque, había ido a visitar la tumba de su compañera. Aún no se creía lo que había pasado, ni siquiera después de más de una semana. Le parecía un sueño monótono en el que siempre sucedía lo mismo una y otra vez: se levantaba, se duchaba y desayunaba para luego ir a la iglesia y pensar en banalidades frente al cutre crucifijo hecho por dos míseros palos de un árbol.

Por otra parte, de su hermano hacía mucho que no sabía nada. Sólo sabía que venía a veces a casa para dormir o ducharse y cambiarse de ropa. Por sus amigos había descubierto que pasaba la mayor parte del tiempo de fiesta en fiesta, aprovechando su juventud, y que la otra parte del tiempo jugaba a Fugitivos, uno de los pocos entretenimientos que podías encontrar en el pueblo bajo estas condiciones.

— Hoy he visto a Gretchen —habló Allie a su amiga arrancándole de sus pensamientos—, esperando en un banco de la calle como si nuestros padres fuesen a venir a recogernos de nuestra escapada.

Ese día se suponía que llegaban de la excursión a las montañas si todo hubiese ido como lo previsto. Si todo hubiese sucedido como estaba planeado, Madison hubiese pasado la mejor semana de su vida, rodeada de sus mejores amigos, durmiendo en la naturaleza junto con Allie y alguna noche bajo las estrellas junto a Grizz, asando nubes de azúcar con chocolate y cantando a pleno pulmón las malísimas canciones de excursión con una cantimplora llena de vodka en una mano. Pero nada había salido según lo previsto.

Madison esbozó una sonrisa de medio lado—. La gente ya no sabe a lo que atenerse —dijo sin apartar la mirada del grupo de estudiantes que, reunidos alrededor de una torre de piedras, pedían una señal al cielo. La rubia no supo si se refería a su comentario sobre Gretchen o a la panda de hippies, sin embargo no dijo nada porque tenía razón, se refiriera a quien se refiera.

En ese momento, la cálida luz que irradiaba aquel sol del solsticio de verano fue oscurecida por la luna. Todos, sin excepciones, estuviesen en la plaza de la iglesia, en sus casas o simplemente afuera tumbados esperando a que la resaca abandonase su cuerpo intoxicado de alcohol, alzaron sus cabezas, alarmados de que el mundo se acabará en ese mismo instante.

Madison bajó la mirada tan rápido como la subió y sin poder evitarlo se acurrucó en los brazos de Grizz, que como siempre la rodeaba con uno de ellos. Y él no la alejó, porque a pesar de que aún no habían tenido tiempo de hablar de lo sucedido aquella extraña noche en la que llegaron a aquel lugar, seguían siendo los mejores amigos que habían prometido ser cuando eran apenas unos mocosos de cinco años.

— ¡Hemos pedido una señal! —exclamó una voz femenina proveniente del grupito que rodeaba el montón de piedras.

— ¿Qué significa? —preguntó un muchacho junto a ella.

— ¿Qué? ¡No significa nada! —la voz de Gordie sonó clara y firme entre las exclamaciones de asombro, terror y confusión de los demás adolescentes—. Es un puto eclipse solar. No es una señal. Es un... suceso astronómico predecible —aclaró. Pero Madison se había dado cuenta de su pequeña vacilación cuando habló, y supo que eso no podía haber sido predecido—. No lo miréis fijamente y no habrá problemas —recomendó.

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— Es imposible que se crean que mueven las estrellas y los planetas —dijo Cassandra escéptica mientras untaba mermelada en su tostada.

Se habían reunido en casa de las Pressman para desayunar juntos y decidir que harían de ahora en adelante. No podían seguir viviendo de esta manera tan salvaje si querían sobrevivir antes de que sus padres volviesen, si es que algún día lo hacían.

— Se sienten mejor así —dijo Allie, mientras depositaba con cuidado la taza de café humeante frente a Madison. Esta le agradeció en un susurro y la rubia la contestó con una leve sonrisa—. No tiene más importancia.

— Ojalá les funcione, ya querría yo sentirme mejor —suspiró Bean. Estaba alicaída, como todos los allí presentes. La muerte de su compañera había resultado una pesada losa para la mayoría de los adolescentes. Otros sin embargo consiguieron pasar página y olvidar aquel incidente como si de un mal examen se hubiese tratado.

— Me gustan los huevos y el café —interrumpió Sam, tal vez para recordar a sus amigos que se encontraba allí y que no había entendido ni papa de lo que habían hablado o tal vez para cambiar a un tema más alegre—. Ya me siento mejor —aquello consiguió sacarles una sonrisa a todos.

— Bueno...—suspiró Becca—. Sam y yo vamos a ir al ayuntamiento para ver qué dicen los archivos, porque este sitio es como nuestra casa pero sin nuestros padres ni ese olor —anunció apoyando sus palabras con signos para incluir también a Sam en las conversaciones.

— Quizá eran ellos los que apestaban —bromeó Allie. Madison no pudo reír, los echaba demasiado de menos, no como Cassandra quién acogió la broma de su hermana con una carcajada.

— Un universo paralelo —soltó Gordie muy convencido sin previo aviso. Había estado escuchando vagamente la conversación que mantenían sus amigos mientras sopesaba si era buena idea revelarles sus pensamientos o si le tomarían como a un loco—. Estamos en un universo paralelo —repitió, pero al ver la mirada incrédula de sus amigos añadió:—. Bueno... Puede, no lo sé.

En ese momento alguien entró en la casa. Lo supieron por el fuerte sonido de la puerta al cerrarse. Ninguno se preocupó de que fuese alguien peligroso porque entre los adolescentes de West Ham no había nadie demasiado peligroso, salvo tal vez Campbell. Se creían que se conocían entre ellos, se tenían etiquetados unos entre otros pero no conocían ni la mitad de la historia que había tras cada muchacho y muchacha de aquel insignificante pueblucho americano.

Will apareció en el ángulo de visión de cada uno de sus amigos. Parecía contento, más de lo que Madison recordaba haberle visto hacía unas horas.

—¿Dónde estabas? —demandó tranquilamente Allie a la vez que recogía su plato.

— En nuestra nueva casa —respondió tomando asiento en uno de los taburetes altos de la encimera, junto a Madison—. La mansión de Carlyle está vacía.

— ¿La de los Gerschensons? —indagó Madison. Nunca había estado en esa casa, pero sí sus padres, por asuntos de trabajo. Sus padres eran abogados y tuvieron que defender a uno de los familiares de la adinerada familia de los Gerschensons por un problema financiero frente a un juez.

— Y a mí que me cuentas. Ahora es mía. Ah sí —añadió como si acabase de recordar algo. Subió ambos pies a la encimera, a la altura de la taza medio vacía de café de Madison, quien le dirigió una mirada furiosa que él ignoró—, zapas nueva.

— No puedes hacer eso —le regañó Cassandra.

— ¿Por qué no? Tienen la suela rota —señaló la parte inferior del zapato, intentando convencer a sus amigos de que estaban en mal estado.

— No puedes mudarte a casa de otro —insistió Cassandra—. ¿Acaso quieres darle la razón a Harry de que podemos robarnos entre nosotros?

Y aquello trajo a la memoria de la ojiazul las veces que su madre la regañaba sin elevar el tono de voz al llegar tarde a casa y manchada totalmente de barro y suciedad, tras haber pasado toda la tarde en el entonces pequeño bosque con Grizz, revolcándose y jugando a ser pequeños grandes exploradores.

— Está vacía —se excusó el moreno—, no es de nadie...

— Will —le llamó Allie seria.

— ¿Qué? Es fácil decirlo cuando no eres un sintecho —le espetó con los nervios a flor de piel.

— Tú no eres un sintecho —añadió Allie en un tono amable y maternal—. Esta casa es tan tuya como nuestra.

— Y si no te parece suficiente, sabes que siempre puedes acudir a la de cualquiera de nosotros —añadió Madison con una sonrisa a la vez que todos asentían.

— Sí, ya... muy amables pero sabéis que no es así —siguió el rizado, bajando la mirada.

— Will —esta vez quien le llamó fue Cassandra, quien le miraba pacientemente como una madre mira a sus hijos esperando a que confiesen su travesura.

— Me lo pensaré —se rindió—. Pero me quedo las zapas.

— Me gustan -dijo Becca—. Molan mucho.

— Vale —interrumpió Cassandra de nuevo—. Pues estamos todos de acuerdo. Tenemos que comprobar el agua y la central eléctrica.

— Y contabilizar la comida que queda —añadió Gordie—. Como en un censo.

— Yo me encargo —se ofreció Will.

— Yo también —secundó Allie—. Juntos.

— ¿No deberíamos ser más discretos? —propusó Becca—. Más de uno se va a enfadar.

— No, no. No tienen por qué enfadarse solo hacemos un inventario —dijo Cassandra, pero enseguida pareció darse cuenta de algo que se le había pasado por alto al pronunciar aquellas palabras—. No no. El problema soy yo. Me tienen manía. Empecé con muy mal pie.

- No, qué va -negó su hermana. Madison asintió de acuerdo. Cassandra había cogido el toro por los cuernos y había tratado de mantener el control a pesar de que la situación le quedaba demasiado grande a cualquiera.

— Sí, lo hice. Esta más que claro —suspiró—. Haced como que yo no tengo nada que ver. Me quedaré un tiempo al margen.

— Puede que sea una buena idea —confesó Madison antes de llevarse la taza de café a los labios y esconderse tras ella.

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— Esta noche jugamos al Fugitivo. Dicen que será la mejor partida jugada hasta el momento -anunció Grizz desde el otro lado de la línea telefónica—. ¿Por qué no vienes? Será divertido.

Después de estar en casa de las hermanas Pressman, Madison había regresado a de nuevo a su hogar. Necesitaba estar sola y relajarse, y sabía que pensar en todo lo que había pasado desde que habían bajado de los autobuses, así que había ido hasta la buhardilla, donde sus padres guardaban una colección de libros de toda clase: desde enciclopedias de biología hasta historias como la saga de Harry Potter. Pasó el dedo por la cubierta de los volúmenes hasta que se decidió por uno al azar.

Bajó hasta su cuarto, no sin antes fijarse en el de su hermano. Su cama estaba deshecha y había ropa sucia tirada por todas partes además de platos de comida. La morena saqueada, cerró la puerta y se metió en su habitación.

No supo cuánto tiempo estuvo sumergida entre la marea de letras mecanografiadas sobre ya el amarillento papel cuando el tono de su teléfono móvil se escuchó en toda la habitación. Madison pegó un respingo pero acabo contestando a la llamada.

— No sé, Grizz —Madison dudó—. Suena peligroso. Sobretodo para los fugitivos.

— Madison, sabes que no te pasará nada —le aseguró el moreno—. Iremos en pareja. Además luego iremos todos a casa de Harry, de fiesta. Te vendría bien.

— Está bien... —cedió la ojiazul. Aún necesitaba hablar con él y cabía la posibilidad de que viese a su hermano, también necesitaba hablar con él—. Jugaré.

— ¡Genial! —casi gritó Grizz—. Te veo en el aparcamiento a las diez —y dicho esto cortó la llamada.

Madison despegó el teléfono de su oreja y resopló aún sin creerse haber aceptado jugar a aquella versión más peligrosa y mayor de polis y cacos, sería como volver a los recreos de primaria pero está vez en un terreno casi ilimitado y la incertidumbre de si algún compañero te atropella con su coche. Miró la pantalla de su móvil: las cinco y cuarto, aún tenía tiempo de sobra. Pero algo llamó inevitablemente su atención: la foto de fondo de pantalla. En ella salían sonriendo Grizz y ella a la cámara, aunque la cara del moreno estaba aplastada ligeramente por la mano derecha de ella. Él pasaba su brazo izquierdo por sus hombros, rodeándola y atrayéndola hacia sí, como de costumbre. Sonrió a la vez que los recuerdos de ese día lejano la envolvían.


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— ¡Al fin llegas! —saludó Grizz a su mejor amiga cuando la vio aparecer—. Los fugitivos ya han huido, iremos en el coche de policía con los chicos.

— ¿Un coche de policía? —Mad no pudo evitar preguntar. Grizz como respuesta, soltó una risa y acto seguido se montó en la parte trasera del vehículo tirando del brazo de la morena, obligándola a seguirle hasta el interior. Y una vez que la puerta se cerró con un portazo, Clark pisó a fondo, metió una marcha y salieron disparados del aparcamiento. Madison, que ni siquiera había tenido tiempo de ponerse el cinturón de seguridad, dio un respingo y se pegó al respaldo del asiento, aún asustada por el inminente arranque del coche.

Sin embargo, poco a poco, se contagió de la adrenalina que irradiaban sus amigos y el susto del principio abandonó su cuerpo a la vez que el coche arquería velocidad con la compañía de la sirena de policía. Y Madison empezó a gritar: porque había visto a un fugitivo escondido entre las casas, porque estaba disfrutando del juego y porque él, como siempre, seguía a su lado; y aquellos gritos alternados de risas disiparon la tristeza de su corazón, olvidándose de la ausencia de sus padres por un tiempo. Porque al final, Grizz tenía razón: aquello la había venido bien.

— ¡Ha girado a la derecha! —chilló con nerviosismo al ver a uno de los fugitivos meterse por el patio de una de las casas. Pero Clark tuvo que frenar antes de atropellar a Allie, quien se había bajado de uno de los coches que perseguían al joven fugitivo. Sin embargo el jugador de fútbol no pudo evitar que Allie rodarse por encima del capó y cayese redonda en el suelo, y aquello fue como un clic en el cerebro de Madison, quien alarmada salió a toda prisa del vehículo de policía dispuesta a socorrer a su amiga. Los chicos salieron tras ella.

La morena se arrodilló junto a su amiga, llamándola con su voz llena de preocupación. Pero Allie reía, borracaha de felicidad y júbilo. No había sido más que una broma y a Madison casi la da un paro cardiaco. Grizz ayudó a la ojiazul a levantarse, quien aún seguía conmocionada por el susto y la alejó un poco para ayudarla a calmarse.


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Después del pequeño accidente de Allie, los jóvenes decidieron que ya habían tenido suficiente juego por ese día, así que volvieron a reunirse en casa de Harry, para celebrar la fiesta prometida después de la intensa partida, aunque más bien era para olvidarse del hecho de que parecían estar solos en el mundo y Madison sabía que el que peor lo estaba llevando era su hermano mayor Dylan.

— Dyl —entre la multitud que gritaba, bailaba, bebía y se bañaba en la gran piscina de la pequeña mansión de los Binham, Madison pudo distinguir a su hermano, charlando y riendo con sus amigos y un grupo de chicas de su curso—. Dylan —repitió de nuevo cuando estuvo tras él, sin embargo el pareció no oírle— Dylan —la morena repitió el nombre de su hermano más alto y con más insistencia a la vez que le daba pequeño golpecitos en el hombro con su dedo índice. Por fin, el castaño se giró a ver a su hermana.

— ¡Madison, hermanita! —exclamó nada más volverse, golpeando su cara con su aliento apestando a alcohol y tañbaco—. ¿Cómo tú por aquí?

— ¿No deberías parar un poco ya? —le preguntó a su hermano con preocupación.

— ¿Parar? ¡Esto acaba de empezar! —gritó arrastrando las palabras al hablar. Sus amigos le corearon tras él.

— Ya, pero, ¿no piensas volver a casa conmigo?

Dylan frunció el ceño al recibir la pregunta de su hermana pequeña. Aunque al principio le costó procesar la información debido a su estado, acabo recibiéndola de forma clara: su hermana lo necesitaba. Y él en vez de estar para ella, se había ido de fiesta día sí y día también, intentando evitar sus problemas a la vez de descuidar a su hermana. Y lo que era peor: había roto la promesa que le hizo a su madre la última vez que la vio, hace diez días, al despedirse de ellos para partir a las montañas.

En ese momento, el alcohol pareció profundizar el sentimiento de culpa que crecía en su pecho mientras su hermana le observaba con sus sinceros orbes aguamarinos, diciéndole que le necesitaba, y entonces se derrumbó como nunca antes lo había hecho. Obviamente no soltó una sola lágrima, porque estaba claro que Dylan Gray no lloraba por nada del mundo -o eso creían él-, pero abrazó a su hermana con tanta fuerza y tanto afecto que Madison se olvidó de todo lo ocurrido hasta el momento y, en los brazos de su hermano se sintió como en casa, como si todo estuviera bien. Ese era el gran poder que Dylan tenía de hacer sentir bien a la gente a su alrededor, aunque él estuviera borracho como una cuba.

— Perdóname, Mad —susurró.

Y ella no pudo decir otra cosa que:— Te perdono, Dyl.

Y después de eso acabaron por separarse y se sonrieron con una de esas sonrisas que solo los hermanos son capaces de entender y que esconden más de miles de travesuras y secretos de los que sus padres no tienen conocimiento alguno.

Tras su reconciliación, cada uno volvió con su grupo de amigos, como si nada hubiese pasado. Madison volvió a reunirse con Grizz, quien le pasó una cerveza que esta aceptó con un simple gracias. Por una parte estaba feliz de haber conseguido hablar con su hermano después de no verle el pelo en alrededor de una semana, pero aún había algo que no la permitía disfrutar de la fiesta, y ya que estaba arreglando cosas, ¿por qué no arreglar la situación con el que estaba junto a ella rodeándola con su brazo izquierdo?

— Mmm... ¿Grizz?

— ¿Sí?

— ¿Ha cambiado algo entre nosotros? —preguntó la joven sin apartar sus ojos de la botella de cerveza que sostenía entre sus manos, como si fuese la cosa más entretenida del mundo.

— No —Grizz negó rotundamente—. ¿Por qué lo preguntas?

Madison inhaló aire profundamente antes de contestar:— Por la vez en la que nos acostamos cuando llegamos a este extraño lugar.

— Mad —el jugador de fútbol americano la llamó y agarró levemente de la barbilla para que sus miradas se encontrasen—. Tú fuiste mi primera mejor amiga, a la primera que le conté mis dudas, a la primera que acudo sus tengo problemas, mi primer beso... Y nunca nada de eso ha impedido que seamos los mejores amigos, tampoco dejemos que un polvo borracho influya en nuestra amistad.

Cuando Grizz dijo todo aquello, Madison era un torbellino de sentimientos y nuevos pensamientos. Por una parte, se alegraba de haber solucionado todo ese tema y de que Grizz y ella siguieran siendo los mejores amigos. Sin embargo, por otra parte, lo que para ella había resultado ser un verdadero dolor de cabeza, para Grizz no había sido más que un simple polvo entre mejores amigos borrachos, y eso, en parte, la molestaba.

Se llevó la botella oscura a los labios y tomó un largo trago, como si la cerveza fuese a ahuyentar todos sus problemas.

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La fiesta no duró mucho porque una enorme tormenta les sorprendió con las manos en la masa y tuvieron que resguardarse en el interior de la casa de Harry para no morir por una pulmonía. Una vez dentro, tal vez por culpa del chaparrón que estaba cayendo o tal vez porque no había nadie trabajando en la central eléctrica desde hacía más de una semana, las luces empezaron a fallar y a apagarse y volver a encenderse sin necesidad de presionar el interruptor.

— ¿Qué pasará cuando haya un apagón? —Lexie fue la única persona en la sala de formular la pregunta que rondaba las cabezas de todos y cada uno de los presentes, y que en realidad no querían pensar en ella—. ¿Quién lo arreglará? ¿Quién hará que vuelva la luz?

— Puede que no vuelva nunca —dijo Grizz. Como siempre, estaba junto a Madison, proporcionándole el calor necesario para que se secara pronto con uno de sus enormes brazos. Al oír la respuesta de su amigo, la morena giró su cabeza para mirar a su amigo y compañero, esperando haber oído mal, sin embargo Grizz no la miró de vuelta.

— ¿Tienes linternas? —preguntó Jason a Harry en cuanto se reunió a los demás en su cocina. Madison no pudo evitar fijarse en que había llegado agarrado de la mano con Allie y que ambos estaban levemente despeinados. La morena clavó sus ojos aguamarinos en los de su amiga, que al darse cuenta se separó de forma casi inmediata del moreno, cosa de la que él ni se inmutó.

-— No lo sé, puede. Alguna habrá, la del iPhone —Harry contestó mientras se frotaba la cabeza adolorida.

— La batería no es eterna —replicó Jason con un toque de burla.

— Muy bien —Clark pareció tomar las riendas de la situación—. A la tienda de electrónica, ¿quién viene?

Nada más salir esa palabras de su boca, las luces volvieron a parpadear hasta apagarse totalmente, sumiendo la pequeña ciudad en una completa oscuridad solo interrumpida por el leve resplandor de la luna y las estrellas. Los adolescentes reunidos en la cocina de la casa de los Binham, empezaron a ponerse nerviosos.

— Mierda —susurró Madison.

— Vámonos a casa antes de que esto vaya a peor —dijo uno de ellos.

— Podéis estar tranquilos —intentó tranquilizar Harry a sus amigos.

— Bueno, yo me voy a casa —anunció Helena, levantándose de la encimera y encaminando el camino hacia la salida. Varias personas la siguieron a sus casas, sin embargo, las más adustadizas corrieron a la tienda de electrónica por linternas y demás.

Y se desató el caos.

Porque no sabes hasta donde llega el egoísmo de los seres humanos hasta que lo pones a prueba y ves que no tiene límite alguno, cuando, a pesar de la situación que los jóvenes del pueblo de West Ham estaban viviendo, la supervivencia de uno solo valía para ellos más que la de toda la sociedad que debían crear si querían seguir viviendo sin matarse entre ellos.

Y Madison descubrió todo aquello de una manera demasiado horrible como para ser verdad, resguardada bajo un soportal y el enorme cuerpo de Grizz, quien había decidido correr junto a su mejor amiga para protegerla de lo que sucedía bajo la lluvia a la entrada de la tienda de electrónica, mientras sus compañeros de clase y del Instituto se pegaban a puñetazos en la oscuridad de la noche, mientras el fuego que había detonado del coche creaba sombras, revelando a los demonios que habitan en nuestros cuerpos.

Y Madison deseó de nuevo que todo aquello no fuese más que un mal sueño.





















Holaaa,
Bueno, pues por fin el segundo capítulo, ¿qué os ha parecido?
Siento haber tardado siglos en publicarlo pero el colegio y estudiar y todo eso me deja sin tiempo para escribir.
Hasta el siguiente cap, bbs *vuelve a su cueva*

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