i. what happened
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what happened
chapter i
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EL SONIDO METÁLICO QUE PRODUCÍA LA MONEDA al ser lanzada al aire por Cassandra resonaba por todo el teatro, conservando la atención de todos los espectadores sentados sobre las butacas de terciopelo rojo. Sin embargo la obra representaban los alumnos del instituto de West Ham no era una buena distracción para el desagradable olor que envolvía a la pequeña ciudad americana desde esa misma noche.
El telón rojo carmín volvió a cerrarse mientras el público se levantaba, ovacionando a los jóvenes actores, mientras desde el escenario, estos saludaban al conocido público con profundas reverencias que les sacaban unas divertidas carcajadas, haciéndoles olvidar durante unos fugaces segundos que el nauseabundo olor seguía presente.
Los iris avellanados de Dylan vagaban por los cientos de rostros que vagamente conocía, sin embargo el familiar rostro de su hermana parecía no encontrarse entre ellos. Se dirigió hacia el backstage con los demás actores, y nada más poner un pie dentro, tuvo que agarrarse al terciopelo rojo del telón para evitar caerse cuando unos brazos le rodearon sin previo aviso.
— ¡De nada, hermanito! —canturreó la voz de su hermana muy cerca de su oreja. El moreno la apretó contra su cuerpo una vez que recupero el equilibrio y dijo divertido:
— Gracias, Mad —rió. Se separó de ella y su semblante intentó tornarse algo más serio, consiguiéndolo, en parte—. Sin ti no habría podido conseguirlo —dijo profundamente agradecido, pero sin poder evitar un toque burlón en su voz.
Su hermana sonrió y le revolvió el pelo a lo que este bufó molesto a la vez que sus manos colocaban los mechones castaños desordenados. Madison no pudo evitar reír. En ese momento, unos metros más allá, la mirada aguamarina de la morena, percibió por el rabillo del ojo el movimiento de la larga cabellera rubia que conocía desde su primer día en la escuela secundaria.
Se alejó de Dylan sin ni siquiera despedirse de él y se acercó a Allie quien sostenía un enorme ramo de flores y conversaba con su hermana Cassandra. Tal y como había hecho con su hermano se abalanzó sobre ella y la envolvió en un abrazo, intentando no aplastar las hermosas flores que sujetaba contra el pecho, mientras la felicitaba por la estupenda obra que había realizado.
— Has estado genial, Cassie —felicitó Madison a la hermana mayor de su amiga utilizando el amigable mote con el que la llamaba desde hacía unos años.
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— ¿Hay una fiesta en tu casa, Harry? —inquirió Cassandra mientras se acercaban al grupo de estudiantes que reían y charlaban juntos en las butacas— Qué bien que hayas invitado a todos.
— ¿Tú vendrías, Cassandra? —preguntó señalándola con su dedo índice en tono acusatorio. Madison suspiró. Estaba agotada después de toda una semana llena de exámenes y trabajos que entregar, por eso, esta noche de viernes, no quería hacer otra cosa que tumbarse en su cama con el portátil sobre su regazo, y disfrutar de una buena película acompañada por un bol de palomitas calientes. Pero Dylan no iba a desperdiciar la oportunidad de divertirse ni aunque le pagasen por ello.
— ¿Es ese el punto, Harry? —preguntó Allie, avanzando desde detrás de su hermana. Madison siguió sin decir una sola palabra, intentando no captar mucho la atención para así no tener que rechazar la invitación a la fiesta, si es que la invitaban.
— No es por la obra —se apresuró a aclarar Kelly, hablando por primera vez—, es para la gente que ayuda con el baile. Pero si queréis venir...
— No hay problema. Nos vemos mañana —zanjó la rubia—. Buen trabajo, chicos.
Cassandra se dispuso a dar media vuelta y volver a casa, pero una voz la detuvo:
— Por cierto Cassandra —la llamó Grizz, quien al igual que todos los presentes, habían asistido en silencio a una de las muchas discusiones entre las Pressman y Harry—, estuviste muy bien esta noche —dijo de forma amable y sin un ápice de burla en su voz.
— Gracias, Grizz —sonrió agradecida y esta vez sí, se alejó del grupo seguida de su hermana pequeña quien antes de girarse se despidió de Madison con una sonrisa y un movimiento de mano. Ella se lo devolvió.
Madison pudo ver a Dylan hablando con uno de sus compañeros del equipo. Intentó acercarse a él, pero un súbito y recofortante calor en el hombro derecho hizo que se girará para encontrarse cara a cara con los conocidos ojos marrones y el pelo largo liso recogido de su mejor amigo Grizz.
— ¿Vas a ir a la fiesta de Harry, Mad?
Ella negó con un leve cabeceo— Supongo que me daré el lujo de saltarme una —dijo con una sonrisa— ¿Y tú?
— Sí —resopló—. El equipo entero asistirá y además no me vendría mal un poco de diversión.
Madison esbozó una de esas sonrisas suyas amables y comprensivas que te indicaban que lo había entendido y que se alegraba. Pero la sombra de la preocupación cubrió sus ojos celestes.
— ¿Te pasa algo, Mad? —preguntó preocupado el muchacho.
Ella movió la cabeza negativamente y su sonrisa se tornó seria—. Si ves a Dyl, ¿podrías decirle que no beba mucho? Ya sabes lo que pasó la otra vez...
Grizz ahogó una risa—. Acabó llegando a casa después del alba y con los pantalones puestos en la cabeza. Tuvimos que meterle en casa por la puerta del garaje para que tus padres no lo vieran...
— Pero aún así se dieron cuenta y nos castigaron sin salir y sin WiFi durante casi un mes —completó riendo la ojiazul—. ¡Ah! Y también ¿podrías decirle que volviese antes de que salga el sol, por favor?
— Está hecho —le prometió a su mejor amiga con una gran sonrisa.
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Después de soportar el hedor durante una interminable y larga semana en la que el cerebro de los estudiantes del Instituto acabó como un limón recién exprimido, se decidió enviarlos de acampada a las Montañas Humantes, donde lo único que respirarían sería aire fresco y puro, ni matemáticas ni geografía ni historia solo diversión.
— Cuidaos el uno del otro, ¿de acuerdo? —dijo la señora Gray mientras acariciaba la mejilla de sus dos hijos con cariño.
— Si, mamá —prometió Madison—. Lo haremos, ya lo sabes.
Dylan a su lado asintió sonriendo.
— Diane, deja ya a los chicos —se entrometió el señor Gray, ganándose una mirada de reproche por parte de su mujer—. ¿Qué? Deja que se lo pasen bien ¿no? Aún son jóvenes.
La señora Gray movió la cabeza de un lado a otro, negando. Su marido era irremediable—. Pero que no se lo pasen tan bien, ¿eh Dylan? —dijo llamando la atención de este, quien le sonrió, aún así, con un toque burlón.
— Esta bien... —se resignó—. Me lo pasaré bien pero sin pasarme de la raya. ¡Ah! —añadió como si recordase algo— también cuidaré de Mad.
Esa vez fue el turno de la ojiazul de negar con la cabeza.
Tras largos abrazos, besos fraternales y palabras de despedida con toques de cariño, ambos hermanos subieron a uno de los cinco autobuses amarillos que esperaban para llevarles a las montañas.
Dylan corrió como un rayo hasta el final del vehículo, donde sus compañeros de equipo le recibieron calurosamente con gritos y collejas. Madison también avanzó hacia la parte trasera, donde un brazo robusto y enfundado en la chaqueta roja y naranja del equipo de fútbol la hacía señas para que se acercase. Intentó abrirse paso como pudo entre el estrecho pasillo donde algunos estudiantes aún permanecían de pie charlando y gritando.
— ¡Mad! —las voces estridentes de los tres compañeros de equipo de Grizz y Dylan la dieron la bienvenida una vez estuvo junto a ellos. Clark y Jason se habían sentado juntos, mientras que Luke y su novia, Helena, estaban sentados tras ellos, dejando un sitio libre para Madison junto a su amigo en la fila de asientos delante de Clark y Jason.
La ojiazul saludó a sus compañeros y justo cuando Grizz se movía al asiento junto a la ventanilla para dejar a su amiga sentarse, trastabilló por el repentino movimiento que produjo el conductor al arrancar el vehículo y cayó sobre el mullido –pero viejo– asiento de cuero negro. Con la ayuda de su amigo, se acomodó como pudo en el reducido espacio, poniendo la mochila a sus pies. No es que desconfiase de sus compañeros y amigos –que sí–, pero prefería tener todas sus pertenencias a mano, solo por si acaso.
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— ¿Has decidido ya con quien dormirás en la tienda? —preguntó Grizz entre susurros. Llevaban varias horas de viaje y hacía rato que el sol se había escondido por el horizonte. Después de bromas y cantar a pleno pulmón, la mayoría de alumnos se habían rendido al sueño, cansados tras una agobiante semana, y los que aún se resistían al sueño, hablaban susurrando entre bostezos, con la música de las gotas de agua chocando contra el vehículo—. Ya sabes que siempre te podemos hacer un hueco.
— No hace falta. Gracias, Grizz —respondió Madison reprimiendo un bostezo. Llevaban hablando todo el viaje, recuperando el tiempo perdido por culpa de las largas horas de estudio. La morena había dejado caer la cabeza en el brazo de su amigo, utilizándolo de improvisada almohada—. Dormiré con Allie.
— Ah, bueno, pero si quieres dormir fuera, a la intemperie, te acompaño —Grizz sabía lo mucho que la gustaba a Madison todo aquello relacionado con la naturaleza: plantas, animales, el cielo... Aún recordaba la vez que se escaparon se casa a altas horas de la noche, con sus sacos bajo el brazo y una tableta de chocolate como único alimento, solo para dormir bajo las estrellas. La bronca y el catarro fueron suficiente castigo para ellos. El moreno sonrió.
— Tenemos tiempo de sobra para hacerlo.
— Sí —bostezó.
Madison se incorporó y asomó su cabeza por encima de los asientos de cuero viejo, los chicos se habían dormido, al igual que Helena. Desde esa posición podía ver a su hermano quien seguía despierto y parecía comentar una jugada con uno del equipo. Lanzó un balón imaginario hacia delante y vio como su hermana la miraba desde unos asientos más allá. Alzó la mano y la saludó sonriendo. Esta agitó la suya en respuesta y tras volver a recorrer los asientos más cercanos con la mirada, asegurándose de que sus propietarios dormían, volvió a sentarse. Grizz desde su sitio la miraba interrogante.
— ¿Has...hablado ya con alguien sobre ya sabes tú qué? —preguntó Madison bajando el volumen de su voz con cada palabra que decía. Grizz tragó saliva sabiendo exactamente a lo que se refería.
— No, ni lo pienso hacer —negó rotundamente, sin evitar suspirar—. Ya sabes cuales son mis planes de futuro: irme a la universidad, lejos de aquí, y empezar de cero.
Madison clavó sus ojos azules en los irises marrones de él— Pero... no tienes que irte muy lejos, ¿sabes? Puede que haya alguien más que sienta lo mismo que tú —dijo esperanzada—. Como Sam.
— Puede ser... Pero mis padres nunca lo aprobarían —calló pensativo—. Además aún no sé si también me gustan las chicas, a lo mejor no he encontrado a la adecuada —añadió sin apartar la mirada de su mejor amiga.
Aún con la lluvia de fondo, el autobús frenó en seco y las luces se encendieron al instante, cegando a todos y cada uno de los jóvenes que viajaban dentro. La voz distorsionada del conductor sonó por los altavoces del largo vehículo:
— Cambio de planes. El camino está cerrado por un derrumbe, volvemos a casa.
Las quejas no se hicieron esperar por parte de los alumnos, terminando por despertar a algún remolón que seguía sumido en sus sueños. Pronto, todos los estudiantes estaban lanzando improperios contra el conductor, la tormenta y el derrumbe, mientras daban media vuelta, directos a casa.
— ¡Oh! ¡Venga ya! ¿En serio? —se quejó Madison arrugando la nariz. Grizz rió a la vez que despotricaba junto con sus compañeros.
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Las luces volvieron a encenderse y Madison un fuerte zarandeo la despertó. Cuando sus ojos acabaron de acostumbrarse a la luz, distinguió el rostro de Grizz que la recibió con una cálida sonrisa.
— Ya hemos llegado, dormilona —anunció—. ¿No querrás hacer esperar a tus padres?
Pero para cuando ambos jóvenes tocaron tierra, descubrieron que no había nadie esperándolos, salvo la iglesia de ladrillo rojo.
— Parece que nadie nos estaba esperando, al fin y al cabo —masculló Madison cargando sus bolsas de equipaje.
Grizz, como siempre a su lado, sujetaba su teléfono junto a su oreja con el desconcierto pintado en su rostro. Finalmente, suspirando, lo volvió a guardar en el bolsillo trasero de su pantalón—. Que raro. Mi madre no me lo coge.
— Quizás estén durmiendo —apuntó Helena.
El chirrido de las puertas de los autobuses al cerrarse hicieron que muchos de los adolescentes allí presentes se giraran justo a tiempo para ver como se alejaban de allí, sin darles ninguna explicación.
— ¡Mad! —la voz de Dylan se hizo paso entre sus pensamientos, sobresaltándola— ¡Mad! —repitió cuando estuvo a escasos centímetros de ella—. Deberíamos irnos a casa, a lo mejor papá y mamá han dejado alguna nota o algo.
— Sí. Vale —contestó. Se despidieron de sus amigos y juntos se encaminaron por las oscuras calles del pueblo que reconocían como su hogar, agotados tras un viaje sin sentido y con la incertidumbre de si todo iba bien.
Una vez en casa, dejaron las mochilas y maletas desparramadas en la entrada mientras recorrían la casa en busca de sus padres o de alguna pista que les dijese donde estaban. Pero después de varios minutos de exhaustiva búsqueda, ninguno halló nada ni a nadie en la casa.
Madison, con los nervios a flor de piel, sacó su teléfono de su mochila con la intención de mirar alguna noticia en internet que delatase la posición de sus padres pero ni el WiFi ni los datos funcionaban al parecer.
— Esto es muy raro...
— ¿El qué? —preguntó su hermano acercándose a ella con un sándwich de jamón y queso a medio comer y el teléfono aún pegado a la oreja.
— ¿Has hablado con ellos? —un haz de esperanza iluminó los ojos de Madison pero se apagó al ver a su hermano negar, apesumbrado— Y... ¿Te funciona internet?
Dylan iba a responder que obviamente sí, pero decidió comprobarlo por si las moscas, encontrándose con que ningún buscador funcionaba como debería, al igual que las redes sociales o sus datos—. No... Pero me están llegando mensajes. Y muchos.
— A mí también. Cassandra a pedido que nos reunamos —leyó Madison en la pantalla de su móvil.
— Entonces será mejor que vayamos.
Para cuando los hermanos Gray llegaron al parque que había frente a la iglesia, muchos de sus compañeros y amigos ya se encontraban allí, esperando impacientes y nerviosos a que alguien tomase la palabra. Madison buscó a su amigo entre los presentes, sin éxito alguno.
— ¡Eh! —una sonrisa de alivio se formó en el rostro de la pequeña de los Gray— ¿Quién ha decidido que nos reunamos?
Grizz, aún vestido con la chaqueta naranja y roja caminaba tranquilamente acompañado por Jason.
— Yo —el grito de Cassandra logró hacer que todos se girasen en su dirección.
— ¿Qué coño, Cassandra? —se quejó Grizz.
— Mejor que estar doscientas personas enviando mensajes. ¿Alguien ha podido contactar con alguien? —preguntó, pero una oleada negativa fue lo que recibió como respuesta—. ¿Nadie? —volvió a preguntar aún conservando un poco de esperanza. De nuevo, la oleada de negativas—. Vale... Debe de haber... Seguro que hay una explicación.
— ¿Cómo cuál? —inquirió Jason.
El cerebro de Cassandra empezó a inventarse la explicación más creíble, intentando mantener la calma, tanto la suya como la de sus compañeros— Eh...que... —dudó al principio—... Los han evacuado. Después de marcharnos y que ha habido un malentendido y nos han traído aquí por error.
— Nos habrían cogido el teléfono —contradijo la vocecita de Kelly desde el final de la multitud.
— Estarán durmiendo. No sé. O en algún sitio sin cobertura. Como un refugio sin cobertura ni nada —explicó la rubia—. Mañana nos responderá alguien.
— A lo mejor no es seguro que estemos aquí si ellos se han ido —dijo Elle sin levantar mucho la voz, sin embargo debido al silencio que se había formado todos la oyeron a la perfección.
Pero Cassandra siguió insistiendo en que lo mejor que podían hacer ahora era esperar a recibir noticias, y que mientras tanto se fueran a dormir. Sin embargo, en vez de optar por la opción más responsable, un pueblo donde no quedaban adultos ni policías ni nadie que les aguase sus planes era el lugar perfecto para dar la mayor fiesta nunca vista en West Ham.
Muchos trajeron cervezas y más bebidas alcohólicas y decidieron que el parque de la iglesia era un buen lugar para su fiesta pero los planes cambiaron cuando Jason descubrió que el templo de Dios estaba abierto, como si esperase que los jóvenes adultos se trasladasen para beber, emborracharse y hacer otras cosas que hacían los adolescentes en su lugar sagrado.
Pronto, aquello era un hervidero de gente que entraba y salía, que bailaba pegaditos al ritmo de la música de sus alaridos de fiesta y botellas, que hablaba a gritos entre ellos y que bebían litros, no, toneladas de cualquier bebida que contuviese alcohol.
Pronto, Grizz extendía los brazos al aire, riendo y disfrutando de su juventud, mientras Madison le regaba de cerveza a la vez que carcajadas y palabras incoherentes salían por su boca guiada por el alcohol que ya corría por sus venas.
El ambiente tardó en calmarse y para cuando eso sucedió, muchos de los asistentes bailaban dando traspiés, borrachos como una cuba. Madison, a pesar de haber bebido, aún se mantenía en pie y charlaba con Grizz, quien sí estaba algo más borracho que ella. Pero la morena tuvo que dejar a su amigo sentado en el banco de la iglesia cuando vio a su amiga rubia desplomarse abatida sobre otro después de besar a Will.
— La he fastidiado —repetía una y otra vez mientras Madison la acunaba entre sus brazos, susurrándola que eso no era así, que había sido muy valiente y que él no sabía lo que se perdía. A pesar de que arrastraba las últimas sílabas de las palabras, su amiga la entendió y se acurrucó en su pecho hasta que se relajó y se calmó y entonces anunció a la morena que ya era hora de volver a casa. Se separaron y, a pesar de que la ojiazul se ofreció a acompañarla, la rubia se fue sola.
Madison volvió con al banco donde había dejado a Grizz, sin embargo le vio hacerla señas desde la puerta de entrada. Según le contó, había salido a tomar el aire pero la angustia y la incomprensión se leían en sus ojos. La ojiazul le propuso a su amigo pasar la noche con ella, en su casa, a lo que éste acepto sin dudar. Tomaron la calle principal dando tumbos, incapaces de caminar en linea recta por más de medio segundo. El brazo de Grizz rodeaba suavemente los hombros de Madison.
No intercambiaron palabras durante el camino, tan solo el calor de su cuerpos en la noche. La cabeza de Grizz era un hervidero de pensamientos, ideas y dudas, mientras que Madison no pensaba en nada, tan solo disfrutaba del agradable silencio y de la compañía de su mejor amigo.
Cuando la puerta de entrada a la casa de los Gray se cerró de un portazo, ambos muchachos se miraron y sin perder un segundo más, se abalanzaron el uno sobre el otro con necesidad, igual que dos bestias hambrientas.
Sus labios se movían ágilmente y las manos recorrían el cuerpo contrario sin cesar, a la vez que subían las escaleras a trompicones, dando tumbos e intentando no caerse. Por fin llegaron a la segunda planta, donde Madison, con un movimiento hábil tiró del castaño dentro de su cuarto, cerrando la puerta de una patada. Ambos cayeron a la mullida cama perfectamente hecha y con las sábanas estiradas, mientras la ropa salía arrancada de sus cuerpos y se desperdigaba por el suelo de la habitación.
A la mañana siguiente, Madison se despertó por culpa del frío gélido que se colaba por sus sábanas. Descubrió que yacía sola en su cama, sin Grizz a su lado. Se incorporó para coger su jersey de pijama y vio un post-it amarillo fosforito cubierto por la caligrafía apresurada y pequeña de su amigo.
"Lo siento. Me llamaron los chicos con urgencia. Llámame cuando leas esto."
Madison dejó la nota donde estaba y volvió a tumbarse, soltando un quejido. Era como si su cabeza fuera a explotar en cualquier momento. Maldita resaca. Cogió su móvil para marcar el numero al que tantas veces había llamado. La voz ronca de Grizz sonó al otro lado de la línea al tercer bip.
— Reúnete conmigo en el puente que hay sobre la vía del tren. Tienes que ver algo increíble —hablaba rápido y Madison, aún adormilada, tardó en procesar la información.
— Vale, pero...
— Luego te lo explico todo —cortó— No tardes, por favor... —después de eso, Grizz colgó dando por finalizada la llamada y dejando a la morena con la palabra en la boca.
Resopló mientras se dejaba caer de nuevo en el colchón. Esperaba poder hablar con él, aclarar un par de cosas sobre anoche, aunque en el fondo sabía que no había sido más que un experimento, un intento de Grizz por ordenar sus ideas, por saber si le gustaban las chicas, los chicos... o ambos. Sin embargo no se sintió molesta o enfadada porque desde el momento en el que probó sus labios sabía en lo que se estaba metiendo.
Se levantó de la cama, cogió ropa limpia y se metió en la ducha, como si todo estuviese como normal, como si sus padres estuviesen abajo, desayunando. Apenas unos minutos más tarde estaba cerrando la puerta de su casa con llave mientras masticaba unas cookies.
Llegó al puente apenas quince minutos más tarde, cuando el sol ya estaba en lo alto del cielo. Se acercó a sus amigos sin interrumpir su conversación y se posicionó junto a Grizz. Este, al tenerla junto a él, la pasó un brazo por sus hombros sin decir nada.
— Hay muchas posibilidades —dijo Gordie.
— Puede ser un sueño —continuó Allie. Se la veía más abatida que nunca—. Es la mejor de todas.
— Sería la mejor de las opciones —murmuró Madison.
— A lo mejor solo es un puto juego retorcido —aventuró Dylan. Vestía con las ropas de la noche anterior, arrugadas y sucias con manchas de sudor, alcohol y de lo que Madison dispuso pintalabios. Se le notaba cansado, pues apenas había dormido tumbado en uno de los incómodos bancos de la iglesia.
— Y puede que estemos en una replica exacta de nuestra ciudad, en medio de la nada y sin caminos hacia allí o hacia allá o hacia donde sea —siguió Harry a su lado apoyado en su coche— y si caminas acabes por llegar al mundo real —finalizó en un susurró—. No tiene sentido.
— Llegó el olor, luego se fue y volvió —enumeró Cassandra, había un brillo en sus ojos de completa incomprensión y su cerebro intentaba buscar una solución a aquel desastre—, y los autobuses nos recogieron.
— ¿Acaso intentas resolverlo, Cassandra? —preguntó Harry, jocoso— ¿Como si fuera un acertijo? ¿Sin más? ¿Sin rastro de sospecha?
— El mundo no se va a la mierda de repente sin ningún motivo—murmuró por primera vez Madison. Todas las miradas se dirigieron hacia ella, interrogantes y expectantes sin embargo, no añadió nada más.
— Eso es cierto —apuntó Cassandra— Esto no es teatro dentro del teatro. El ingenio no es lo mismo que la verdad. Todo tiene una explicación. Hay respuestas.
— Es cierto —dijo Helena—. Dios no juega con la gente solo por diversión.
Un incómodo silencio les envolvió, sumiéndolos en sus pensamientos, intentando hallar una solución lógica a aquella desgracia que había caído sobre ellos irremediablemente.
— Escuchad —Luke llamó la atención de todos los presentes—, Grizz y yo formaremos un grupo y nos adentraremos en el bosque, como una partida de búsqueda.
— Creo...que es buena idea —manifestó Helena.
Sin embargo Cassandra no pensaba que era una buena idea meterse de lleno en el bosque, sin saber que se encontrarían o si de verdad hallarían algo, así que, sin poder evitarlo cuestionó en voz alta si aquello era seguro. A lo que Grizz asintió sin dudar ni titubear.
— Sí. Grizz sabe lo que se hace y si hay gente ahí fuera tenemos que encontrarla —alegó Luke. Madison solo esperaba que tuviese razón y que todo saliese bien—. Necesitamos ayuda.
— Me voy —Harry se dio media vuelta, caminando hasta su coche— Tengo hambre.
— ¿Que...te vas? —preguntó Allie asombrada, levantándose del muerte de piedra sobre del que no se había movido en toda la reunión.
— Sí —dijo Harry como si fuese lo más obvio del mundo—. Tengo una casa con una nevera repleta de comida y quiero comérmela.
Pero Cassandra no estaba se acuerdo en que se fuese en esos instantes porque ella no creía que habían dado por terminada su reunión, aún no habían averiguado ni sacado nada en claro. Seguían en el mismísimo punto de partida. Sin embargo, Harry acabo yéndose en su coche carísimo, él solo.
Campbell sacó una foto del enorme bosque que se había tragado las vías y la mandó a todos los compañeros a pesar de las insistentes negativas de su prima mayor y Madison.
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Madison se unió a la expedición al bosque con la enorme mochila de senderismo de su padre colgada a la espalda. Tras interminables horas de marcha en las que se adentraron en el desconocido bosque en un búsqueda por la supervivencia, por fin se detuvieron a descansar y recuperar fuerzas. Madison dejó la mochila junto a la de sus amigos, suspirando agradecida, y se sentó junto a Grizz no sin antes estirar su entumecida espalda.
Pero ocurrió algo que no debería de haber pasado. Un imprevisto o un accidente, algo con lo que los optimistas muchachos no contaban. Una serpiente mordió en el tobillo a una de las excursionistas, Grizz intentó salvarla hasta que se dio cuenta de que sus esfuerzos eran en vano. Se puso de pie y se alejó un metro de la muchacha moribunda.
La ojiazul, aterrorizada, se acercó a su amigo, echándole en cara que se había rendido muy pronto, de que aún podía haber una salvación para la joven si él les guiaba con sus conocimientos. Pero lo que él le reveló la cayó como una losa de piedra sobre la cabeza. Era alérgica al veneno.
Aquel día fue la primera que Madison vio como la vida se escapaba de los ojos de una persona. Y solo esperó a que fuese la última.
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¡Y por fin tenemos aquí el siguiente capítulo!
Siento muchísimo la tardanza pero espero que vuestra espera haya sido recompensada con la extensión del capítulo, porque ¿a quién vamos a engañar? Ha sido bastante largo.
De todos modos os agradezco haber llegado hasta el final y que os haya gustado.
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