01 - Jay

Las gotas de sudor se mezclaban con el aire frío de la mañana mientras Yang Jungwon corría por las calles del campus. Su respiración era irregular, y el nudo en su garganta crecía con cada paso que daba, esa sensación de ahogo que lo aplastaba desde dentro.

El viento le golpeaba la cara, pero no lograba despejar la pesadez que sentía en el pecho.

¿Por qué se sentía tan miserable?

Su vida, a ojos de cualquiera, era impecable.

Buen estudiante, sin esfuerzo aparente. Amigo de los profesores. Su grupo social, aunque reducido, era bien conocido, y su aspecto físico siempre resaltaba: rostro delicado, figura armoniosa, siempre impecable. Todo en él parecía proyectar una perfección casi insultante.

Entonces, ¿por qué?

¿Por qué ese vacío que lo carcomía por dentro?

Antes de que pudiera profundizar en esa angustiante pregunta, sintió un toque ligero en su hombro. Su cuerpo se tensó de forma automática, pero cuando giró para ver de quién se trataba, encontró la mirada tranquila de Kim Sunoo, que lo observaba con una sonrisa apenas perceptible.

—Ya llegamos —dijo Sunoo, su voz suave, como si no quisiera alterar el frágil equilibrio que reinaba entre ellos.

Jungwon trató de corresponderle con una sonrisa. Sus labios se curvaron lentamente mientras los hoyuelos, siempre profundos, aparecían en sus mejillas. Sin embargo, la sonrisa no alcanzaba sus ojos, que continuaban reflejando una sombra inquieta.

—Lo siento, estaba tratando de recordar nuestro horario —murmuró, buscando en su memoria como si la respuesta pudiera aliviar esa sensación de vacío—. ¿Cuál es la primera clase?

Sunoo sacó su celular y, tras unos segundos, levantó la vista con una sonrisa. —Química —anunció—. Y si no nos damos prisa, nos quedaremos fuera.

Jungwon asintió distraído, y Sunoo miró a su hermana, Soomin, quien caminaba junto a ellos, pero más despacio, su cuerpo envuelto en un abrigo que parecía demasiado grande para ella.

—Soomin, ¿puedes ir sola a tu salón? —le pidió Sunoo, con una voz suave y algo de culpa reflejada en sus ojos—. Prometo compensártelo luego.

Soomin le dedicó una sonrisa juguetona. —No te preocupes, está bien. Los veré en el receso —dijo, agitando una mano despreocupada antes de girar en el pasillo hacia su aula.

Cuando Soomin se perdió de vista, Jungwon y Sunoo se lanzaron a correr de nuevo, sus pasos resonando en los pasillos de la escuela. El sonido de sus pisadas rebotaba contra las paredes, el eco acompañándolos mientras cruzaban las puertas del laboratorio. Por suerte, aún no había llegado la profesora.

Ambos se desplomaron en sus asientos habituales, respirando con dificultad.

—¿Por qué tan tarde? —La voz de Nishimura Riki, sentado al otro lado de la mesa, los hizo mirar en su dirección. Él no sonreía, su rostro reflejaba esa habitual expresión inquisitiva, pero había un brillo de curiosidad en sus ojos oscuros.

Jungwon rodó los ojos con una mezcla de alivio y exasperación.

—Tarde para la Sra. Jeong, temprano para el resto del mundo. ¿Y tú? No quisiste que te viéramos en tu cumpleaños.

Riki soltó un suspiro pesado, el tipo de suspiro que nace de una mezcla de alivio y tristeza.

—Todo salió bien —dijo, su voz bajando apenas un poco—. Ver a mi familia me reconfortó. Me dejaron pasar las fiestas con ustedes, pero me pidieron que les mandara un mensaje.

Sunoo, siempre el más entusiasta del grupo, aplaudió en respuesta, captando de inmediato la atención de ambos. —¡Eso significa que tenemos que planear nuestra cena navideña! —dijo, recordando el desastre del año anterior con una sonrisa que rápidamente se transformó en un puchero tierno—. Esta vez no puede salir mal.

Jungwon estaba a punto de añadir algo, pero el sonido de la puerta abriéndose los hizo girar hacia el frente. El silencio se apoderó del aula cuando la profesora Jeong entró con su porte serio y eficiente, y en ese instante, la tensión llenó el aire. Los murmullos cesaron, y todos los ojos se posaron en el frente.

Riki estalló de nuevo en el pasillo mientras se dirigían a su próxima clase.

—¡Es ridículo tener que hacer todo en equipo! —se quejó, pateando el suelo con frustración—. Solo va a arruinar mi trabajo.

Sunoo, siempre el mediador, se apresuró a ponerse a su lado. —No todos somos tan buenos en química —dijo con una sonrisa apaciguadora—. Además, todavía no conoces a tu compañero. Quizá te lleves bien con él.

Jungwon se acercó también, tirando suavemente de las cintas de la mochila de Riki para ralentizar su paso.—Dale una oportunidad, Ni-Ki. No todos somos tan rápidos como tú. Se va a sentir solo si lo evitas desde el principio.

Ni-Ki resopló, su ceño fruncido evidenciando su molestia.—Ni siquiera ha llegado todavía. Es su primer día y ya está tarde. Eso me dice mucho de él.

Y, con esa última sentencia, se alejó hacia el salón, ignorando las protestas de sus amigos.

En otro rincón del campus, Park Jongseong caminaba apresuradamente por los patios de la escuela. Sus pasos eran largos y decididos, pero el nerviosismo brillaba en sus ojos. Corea le era familiar y extraña a la vez, como si volviera a un hogar que ya no le pertenecía del todo. A pesar de la adrenalina que recorría sus venas, una pequeña parte de él temía que este regreso no fuera tan sencillo como esperaba.

Al llegar a la puerta de su nueva clase, tomó una respiración profunda antes de tocar suavemente. La voz del profesor le dio la bienvenida, y Jongseong entró con una sonrisa modesta, sintiendo las miradas curiosas clavarse en él.

—Es usted el nuevo alumno, ¿no es así? —preguntó el profesor.

Jongseong asintió, su mirada recorriendo rápidamente el aula antes de presentarse.

—Mi nombre es Park Jongseong, pero pueden llamarme Jay. Vengo de Estados Unidos y estoy emocionado de estar de vuelta en Corea. Espero llevarme bien con todos.

Algunas sonrisas se dibujaron en los rostros de sus nuevos compañeros, aunque otros lo observaban con indiferencia.

Sin embargo, una mirada en particular se mantuvo fija en él: Jungwon.

Ese nombre, Jay, resonó en su mente como un eco distante, despertando recuerdos enterrados, recuerdos de un tiempo en el que la vida era más simple, antes de que todo se volviera tan abrumadoramente complicado.

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