↻ ⊲ Capítulo 2 ⊳ ↺

La vida, en algunas ocasiones, me resulta difícil. Hoy se cancelaron algunas clases y tuve que regresar a casa, aunque no tenía mucha prisa por volver, así que decidí bajarme del camión en el centro. Estuve caminando cerca del Museo de la Muerte y, como ahí hay una cafetería, me compré un cuernito de jamón con queso y un café. Sí, amo el café y me gusta. Creo que es mejor que tomarme una bebida energizante que me daría ansiedad (como si el café no me fuera a hacer eso).

Comencé a caminar hasta llegar al Jardín de San Marcos. Por las mañanas, es fresco y está completamente solo. Podría decir que es agradable estar ahí, sin muchas personas, solo caminando por ese lugar. Camine y me senté cerca del kiosco, disfrutando de mi cuernito y café. Mientras comía, dejé que mi mirada vagara por el jardín, hasta que, de repente, en una banca detrás del kiosco, vi a un chico bastante lindo. Su cabello castaño claro brillaba ligeramente bajo la luz del sol, y llevaba unos jeans negros con un suéter morado que le quedaba muy bien.

Me llamó la atención de inmediato. Realmente me parecía atractivo, pero traté de no darle demasiada importancia. Al fin y al cabo, es normal encontrar chicos lindos en la ciudad, me dije. No hay que hacer drama por eso. Sin embargo, algo en ese chico me resultaba especialmente agradable, y sentí una especie de sensación extraña, como si fuera más que una simple atracción pasajera. Sin poder evitarlo, seguí observándolo de reojo mientras intentaba concentrarme en mi café, preguntándome por qué aquel desconocido había logrado captar mi atención de esa manera.

En algún momento, noté que el chico se levantó de la banca y se acercó hacia mí.

—Hola —dijo con una sonrisa tímida—. Perdón por molestarte, pero ¿podrías decirme cómo llegar a la Universidad Autónoma de Aguascalientes?

Al escucharlo, detecté un acento un poco diferente, lo que me llevó a preguntarle:

—¿Eres de Aguascalientes?

Él sonrió y negó con la cabeza.

—No, en realidad soy de Colombia, de Bogotá. Apenas llevo poco tiempo viviendo aquí y aún no conozco bien la ciudad.

No pude evitar reírme un poco.

—Bueno, eso explica el acento. Yo soy Nicolás Atzin Rodríguez Almonacid —me presenté con una sonrisa.

—Joseph David Riaño Luna —respondió él, extendiéndome la mano.

—Puedes decirme Nico —le ofrecí mientras estrechaba su mano.

—Y tú puedes decirme Josh —replicó con una sonrisa, devolviéndome el gesto.

—¿Y qué estudias, Josh? —pregunté, curioso por saber más de él.

—Estudio docencia en francés y español como lenguas extranjeras —respondió con entusiasmo—. Siempre me ha gustado la idea de enseñar y aprender nuevos idiomas.

—¡Qué interesante! Yo estudio psicología —le dije, notando cómo sus ojos se iluminaban al escuchar mi respuesta.

—Psicología, qué genial. Siempre he pensado que es una carrera fascinante —comentó con genuino interés.

Mientras hablábamos, sentí que esa extraña sensación de antes se hacía más fuerte. Algo en la manera en que Josh hablaba y se movía me resultaba tremendamente agradable, como si hubiera una conexión inesperada entre nosotros.

—Bueno, si quieres, puedo mostrarte cómo llegar a la universidad. No está muy lejos de aquí —le ofrecí, sorprendiéndome a mí mismo por lo natural que me resultaba estar cerca de él.

—¡Eso sería genial, gracias! —respondió Josh, con una sonrisa que hizo que mi corazón diera un pequeño salto.

Nos levantamos y comenzamos a caminar juntos, charlando sobre nuestras experiencias en la universidad y cómo era adaptarse a una nueva ciudad. 

Decidí mostrarle dónde debía tomar las rutas desde el centro, en caso de que tuviera que hacer transbordos o algo parecido. Así que lo guié a algunas paradas del camión. Después, estuvimos esperando a que pasara la ruta. Cuando llegó, él subió y decidí acompañarlo, más que nada para mostrarle dónde debía bajarse y que no tuviera problemas. Sí, el más millonario, dices tú. ¿A qué idiota se le ocurre pagar $11.5 de pasaje para acompañar a un chico que acaba de conocer? Pues a mí. Pero no estoy pagando esa cifra, tengo tarjeta de estudiante, lo cual deja mi pasaje más económico, lo cual es bueno.

Al pagar, me senté a su lado y él se veía algo sorprendido; incluso apretó su mochila contra su pecho, lo cual me confundió un poco.

—¿No vas a atracarme, verdad? —preguntó con cierto miedo mientras seguía sosteniendo su mochila.

—¿Qué? —lo miré confundido por la palabra—. ¿Atracarte?

—Es decir, no vas a asaltarme, ¿cierto? —Nicolás, lo asustaste.

Comencé a reírme un poco, más que nada por los nervios que sentía en ese momento, y lo miré.

—Okay, no, no te voy a atracar... solo quiero mostrarte dónde bajarte y, además, también tengo que ir a la universidad. Estudiamos en la misma uni, así que relájate, y descuida, no te voy a hacer nada.

—Bien, porque soy de barrio y el barrio no sale de mí —eso me hizo reír otra vez, y él también empezó a reírse.

—Okay, entonces me mantendré lejos de ti, no vaya a ser que saques el barrio que tienes dentro —sonreí levemente.

Seguimos hablando un poco mientras el camión avanzaba, más que nada sobre nuestras carreras y mascotas. Josh me contó que tiene un gatito y una perrita, Haru y Nella.

—Mira, te enseño fotos de ellos —dijo, sacando su teléfono y mostrándome imágenes de sus adorables mascotas. Haru era un pequeño gato de pelaje gris con ojos verdes, y Nella, una perrita de tamaño mediano con manchas marrones y blancas.

—Son muy lindos —comenté con una sonrisa—. Yo también tengo mascotas. Tengo una perrita pintita que se llama Layla y una cachorrita, también pintita, que se llama Mochi.

Le mostré algunas fotos en mi teléfono. Layla, con su pelaje blanco y negro, miraba con ojos curiosos a la cámara, mientras que Mochi, aún más pequeña, jugaba con un juguete en una de las imágenes.

—¡Qué hermosas! Mochi es tan chiquita —dijo Josh, sonriendo al ver las fotos.

El viaje en el camión se pasó volando entre risas y conversaciones sobre nuestros animales. Cuando llegó el momento de bajar, lo acompañé hasta la entrada de la universidad. Mientras caminábamos hacia la puerta principal, sentí que no quería perder el contacto con él.

—Oye, Josh, ¿te puedo pedir tu número? —le pregunté, intentando sonar casual—. Me caíste bien, y estaría chido seguir en contacto.

Josh me miró con una sonrisa, como si la idea también le agradara.

—Claro, Nico. Me encantaría seguir en contacto contigo —respondió, sacando su teléfono para intercambiar números.

Después de agregar su contacto en mi teléfono, nos despedimos con un apretón de manos y una sonrisa cómplice. Mientras nos alejábamos, sentí que algo nuevo había comenzado entre nosotros, algo que podría convertirse en una buena amistad.

Toda esa tranquilidad se fue al carajo cuando vi a los tres idiotas correr hacia mí. Eran Luis, Anyelin y Noemí. Los tres tenían una maldita sonrisa de cómplices, y eso no era bueno. Sabía que me habían visto con Josh, y eso no era bueno. Sí, estoy repitiendo todo porque esto es una mierda: que tus amigos te vean pedirle el número a un chico y que se hagan toda una puta película. Es una maldita mierda, y lo peor del caso es que no voy a librarme de esto. Van a pedir detalles, y lo más probable es que pregunten si hubo algo más... ustedes saben a qué me refiero.

—¡Nico! —gritó Noemí, corriendo hasta mí y tomando mi mano—. ¡Cuéntanos todo!

—¿Contarles qué cosa, bola de metiches, pendejos? —pregunté mientras caminaba, y de repente Luis se abrazó a mi cuello y Anyelin me tomó por el otro brazo.

—Cuéntanos todo, picaron —dijo Luis, y yo solo pensaba en que se abriera el pinche piso.

—Ya dejen de estar mamando, pendejos... —nos hablábamos así de forma bromista, y sabíamos que nuestros insultos no eran en serio; era nuestra manera de llevarnos.

—Ay, por favor, se nota que te gustó ese niño. ¡Cuéntanos todo!

—De veras, con ustedes uno no puede tener secretos, parecen viejas de vecindad, pinches metiches —respondí a las palabras de Anyelin.

A medida que continuaban interrogándome, supe que no iba a poder escapar de este interrogatorio.

—¡Vamos, Nico, no te hagas del rogar! —insistió Anyelin, mientras me daba un codazo amistoso.

—Sí, sí, cuéntanos ya —agregó Luis, que todavía tenía la sonrisa de quien sabe que ha ganado una gran victoria.

—No hay mucho que contar, la verdad —respondí con una mueca, intentando mantenerme lo más tranquilo posible—. Solo estaba mostrando a Josh cómo llegar a la universidad y le pedí su número para mantenernos en contacto.

—¿Y eso es todo? —preguntó Noemí con un tono que claramente no creía lo que decía.

—¡Claro que sí! —dije, tratando de sonar convincente—. Si se va a hacer una película de esto, al menos que sea una comedia ligera.

—¿Una comedia ligera? ¡Queremos el drama! —protestó Luis con una risa.

—No hay drama, ni romance oculto, ni nada de eso —les aseguré—. Solo dos chicos que se conocen y se intercambian números porque se caen bien. Fin de la historia.

—No te creas, no somos tan tontos como para no notar la química —comentó Anyelin, con un tono que daba a entender que no se iba a rendir fácilmente.

—¿Química? ¡Por favor! —exclamé—. Simplemente nos llevamos bien y punto.

—Bueno, lo que sea que digas, Nico. Pero si pasa algo más, te lo vamos a sacar de a poquito —dijo Noemí con una sonrisa traviesa.

—¡Ustedes son imposibles! —dije, riendo a pesar de mi frustración—. Pero ya saben, si hay algo más, lo sabrán eventualmente.

Nos reímos juntos mientras caminábamos hacia la entrada del campus. Al menos había conseguido salir de ese interrogatorio, aunque sabía que mis amigos no dejarían de insistir. Por ahora, decidí disfrutar del momento y de la posibilidad de que algo nuevo comenzara con Josh.

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