↻⊲ Capítulo 14⊳↺
Josh
Estaba disfrutando mi almuerzo cuando Luis, Anyelin y Noemí se levantaron de la mesa.
—Vamos por unas sodas —dijo Noemí, sonriendo—. Ya volvemos.
Asentí y vi cómo se alejaban hacia la fila de la cafetería. Eso dejaba a Nico y a mí solos, lo cual no me molestaba en lo absoluto. De hecho, había algo que llevaba queriendo preguntar desde hacía días, pero no había encontrado el momento adecuado... hasta ahora.
Me giré hacia Nico, que seguía concentrado en su comida. Me sentí un poco nervioso, pero sabía que tenía que aprovechar el momento.
—Oye, Nico... —empecé, tratando de sonar casual—, estaba pensando en hacer algo mañana, como un picnic o algo así. ¿Te gustaría?
Nico levantó la mirada de su plato, sorprendido al principio, pero luego su expresión cambió a una sonrisa.
—¿Un picnic? —preguntó, como si estuviera procesando la idea—. Me encantaría.
Solté un suspiro de alivio, contento de que le gustara la idea. Él parecía emocionado, lo que me dio un poco más de confianza para seguir hablando.
—Podríamos ir al Parque Rodolfo Landeros. ¿Lo conoces? —sugirió Nico, sus ojos estaban brillando con entusiasmo—. Bueno, también le dicen Parque Héroes.
—Claro, lo conozco —respondí, sonriendo—. Es perfecto.
Luego, Nico me miró con una expresión un tanto curiosa.
—¿Vas a invitar a los demás? —preguntó, refiriéndose a Luis, Anyelin y Noemí.
Negué con la cabeza, tratando de no parecer demasiado nervioso.
—Nah, les pregunté, pero todos dijeron que estarían ocupados o que tenían que trabajar mañana, así que... solo seríamos tú y yo —dije, mirándolo a los ojos. Afortunadamente, no parecía incómodo con la idea.
Nico sonrió, y pude sentir cómo mi corazón latía un poco más rápido. Había algo en esa sonrisa que me hacía sentir un poco más relajado, aunque seguía sin poder quitarme del todo los nervios.
—Suena bien —respondió él—. ¿Te gustaría que llevara lienzos o alcancías para pintar? Así podemos hacer algo mientras estamos ahí.
Mis ojos se iluminaron al escuchar su propuesta.
—¡Eso suena increíble! —dije, emocionado—. Me encantaría. Hace tiempo que no hago algo así.
Nico sonrió nuevamente, y pude notar cómo el ambiente entre nosotros se volvía más relajado y natural. Sentí que este picnic podría ser la oportunidad perfecta para pasar más tiempo con él, lejos de los libros, las clases y el caos de la universidad. Era justo lo que necesitaba.
Miré hacia donde estaban nuestros amigos, todavía en la fila, y me di cuenta de que teníamos un par de minutos más para seguir hablando.
—Entonces... mañana, ¿a las diez? —pregunté, asegurándome de no olvidar ningún detalle.
—A las diez está perfecto —respondió Nico, con una sonrisa que no dejaba de aparecer en su rostro.
Sentí un leve calor en mis mejillas, pero me concentré en terminar de comer mientras seguíamos charlando sobre el parque y lo que podríamos hacer durante el picnic.
— Podemos encontrarnos en el Teatro Aguascalientes, donde estuviste ayer. Después de eso, podemos ir al parque. Le puedo pedir a mi abuelito el Chevy, así no tendremos que cargar tanto y será más cómodo para los dos —dijo Nico con entusiasmo, y yo solo asentí.
— Claro, me parece bien. En ese caso, nos vemos ahí a las diez —respondí, sintiéndome emocionado y nervioso.
★
Aún faltaba un día entero para nuestra cita, pero mi mente ya estaba trabajando a toda velocidad. ¿Por qué me sentía tan inquieto? Era solo Atzin, alguien con quien había pasado tiempo antes, pero esta vez se sentía diferente. Algo en el aire, en su forma de hablar, en la manera en que su sonrisa parecía contener promesas de algo más.
Empecé a caminar hacia la parada del bus para irme a casa despues del horario escolar, aunque mi cabeza estaba lejos de donde pisaban mis pies. Las luces de la calle se desvanecían mientras mis pensamientos tomaban el control. Me preguntaba si él estaba tan emocionado como yo, o si todo era algo casual para él. Esa posibilidad me hizo sentir un nudo en el estómago. "No pienses en eso", me dije, pero el nerviosismo no se iba.
Al llegar a casa, tiré mi mochila al suelo y me dejé caer en la cama. Miré al techo, intentando procesar todo lo que estaba pasando por mi mente. Mañana a las diez, en el Teatro Aguascalientes. Después iríamos al parque, y la idea de compartir el día con él me provocaba una emoción que no podía explicar. Encendí mi celular y revisé la hora. Todavía era temprano, y a pesar de que el día siguiente se sentía lejano, sabía que la noche podría hacerse aún más larga con mis pensamientos revoloteando. Traté de distraerme un poco, pero no pude evitar que mi mente volviera a la sonrisa de Atzin, a su voz cuando me hablaba con entusiasmo sobre su plan. Incluso el detalle del Chevy de su abuelo me hacía sonreír. Era algo tan sencillo, tan casual, pero me hacía pensar en lo cómodo que me sentía con él, como si todo fuera fácil cuando estaba cerca.
Suspiré y apagué la pantalla del celular. Me giré de lado, hundiendo mi cara en la almohada. Sentía una mezcla de felicidad y ansiedad. Quería que ya fuera mañana, pero a la vez, me aterraba la posibilidad de que algo saliera mal. ¿Y si no sabía qué decir? ¿Y si hacía algo estúpido? Sacudí la cabeza, como si con ese gesto pudiera apartar todas las dudas. No tenía sentido preocuparme tanto por algo que aún no había ocurrido. "Todo irá bien", me repetí a mí mismo. "Solo será un día más, como cualquier otro... ¿verdad?"
Aún así, había algo en todo esto que me hacía sentir que mañana no sería solo un día más. Algo en mi interior me decía que ese encuentro con Atzin cambiaría algo, aunque no tenía idea de qué o cómo. Pero ahí estaba, esa certeza silenciosa, ese presentimiento que me impedía relajarme. Finalmente, decidí cerrar los ojos y tratar de dormir. No sería fácil con todo lo que rondaba por mi cabeza, pero necesitaba descansar si quería estar listo para el día siguiente. Ajusté la almohada bajo mi cabeza, intentando encontrar una posición cómoda, mientras mi mente volvía a repetir el mismo pensamiento una y otra vez: "Las diez. Mañana a las diez."
A la mañana siguiente, me desperté antes de lo habitual, con una mezcla de emoción y nervios. Era un gran día, y no quería que nada saliera mal. Lo primero que hice fue sacar a pasear a Nella, mi perra. Ella siempre estaba llena de energía por la mañana, y aunque normalmente me tomaba mi tiempo en estos paseos, hoy tenía prisa. Caminamos un poco por el parque cercano mientras yo repasaba mentalmente la lista de cosas que tenía que preparar. Al regresar a casa, alimenté a Haru, mi gato. Él, a diferencia de Nella, siempre era más calmado por la mañana, moviéndose con una pereza que casi envidiaba. Una vez que se aseguró de que su plato estaba lleno, me ignoró como de costumbre y se dirigió a su lugar favorito en el sofá.
Después de asegurarme de que Nella y Haru, estuvieran bien, fui directo a tomar una ducha. Mientras el agua caliente corría por mi piel, traté de tranquilizarme. "Solo es un picnic", me dije a mí mismo. "No es gran cosa." Pero, en el fondo, sabía que significaba mucho más que eso.
Salí de la ducha y me dirigí a la cocina. Había planeado todo cuidadosamente la noche anterior: los sándwiches, la fruta, algunas galletas y un par de sorpresas que sabía que a Atzin le gustaban. Todo estaba listo. Empecé a meter la comida en la hielera, junto con las bebidas. Después, busqué una sábana lo suficientemente grande para que pudiéramos sentarnos cómodamente en el parque. Aseguré que no me faltara nada: cubiertos, vasos, servilletas. Quería que todo fuera perfecto. Nella me observaba desde la puerta de la cocina, curiosa por toda la actividad, como si supiera que algo especial estaba por suceder. Le acaricié la cabeza, lo que pareció calmar un poco mis nervios. Metí todo en la hielera y la cerré, respirando hondo mientras la dejaba junto a la puerta. Estaba casi listo. Miré el reloj: aún faltaba un rato antes de que tuviera que salir. Me pregunté si Atzin estaría tan emocionado como yo. Me crucé de brazos, pensando en lo que diría cuando llegáramos al teatro, y si se daría cuenta de lo mucho que había planeado todo esto.
Miré por la ventana, viendo cómo el sol ya empezaba a iluminar la calle. Era un día perfecto para un picnic, y no pude evitar sonreír. Todo estaba en su lugar.
★
Al llegar al Teatro Aguascalientes, después de un rato de estar en el transporte, me encontré con Atzin, quien ya había bajado del Chevy verde de su abuelo. Su sonrisa despreocupada me tranquilizó de inmediato.
— ¿Listo para el día? —preguntó mientras abría la cajuela del coche.
Asentí y comenzamos a meter la hielera, la sábana y todo lo que habíamos preparado para el picnic. No era mucho, pero queríamos estar cómodos. Con todo cargado, subimos de nuevo al coche. El parque estaba a solo unos cinco minutos en coche desde el teatro, así que el trayecto fue corto, casi instantáneo. Apenas si tuvimos tiempo de charlar un poco sobre lo que íbamos a hacer antes de que llegáramos.
Cuando estacionamos cerca de la entrada del parque, ambos bajamos rápidamente y descargamos todo. El lugar estaba tranquilo, con un aire fresco que traía el aroma de los árboles cercanos. No podía haber imaginado un escenario mejor para el día. Atzin, siempre atento, tomó la delantera guiándome hacia una zona en particular.
— Ven, quiero mostrarte algo —dijo con entusiasmo mientras caminábamos por un sendero. Después de unos minutos, llegamos a un pequeño parque temático dentro del área verde. Atzin me explicó que se llamaba "El Mundo de Cri-Cri". En cuanto vi las esculturas, reconocí de inmediato las figuras de canciones infantiles clásicas: había estatuas de "El Ratón Vaquero", "La Patita", y otras que solían sonar en mi infancia.
— ¿Solías venir aquí de niño? —pregunté, sorprendido por la nostalgia que parecía llenar su voz.
— Sí, casi siempre —respondió, sonriendo—. Mi mamá me traían cada fin de semana cuando era pequeño. Hubo un tiempo en que lo clausuraron, pero después de la pandemia lo reabrieron. Ahora no está tan lleno como antes, pero me trae muchos recuerdos.
Escucharlo me hizo ver el parque con otros ojos. A veces, los lugares sencillos tienen historias profundas detrás, y Atzin parecía tener una conexión especial con este sitio.
Después de caminar un rato por la zona y ver las esculturas, encontramos un lugar perfecto para sentarnos cerca de una de las figuras más grandes. Era una rana verde que parecía estar a punto de saltar. Atzin extendió la sábana en el césped y comenzamos a acomodar todo lo que habíamos traído.
— ¿Te importa si pongo un poco de música? —preguntó mientras sacaba una pequeña bocina de su mochila.
— Claro, adelante —respondí, mientras terminaba de colocar las bebidas en un lugar seguro.
Atzin conectó su celular a la bocina y una suave melodía comenzó a sonar, creando un ambiente relajado. Nos sentamos, comenzamos a comer algunos de los sándwiches que habíamos preparado y seguimos conversando. Hablamos de nuestras infancias, nuestras familias, y cómo cada uno de nosotros había crecido en mundos diferentes, pero con algunas similitudes.
Mientras charlábamos, me di cuenta de lo cómodo que me sentía con él, como si no hubiera presión por mantener una conversación. Era fácil estar a su lado. En algún momento, Atzin sacó un par de cuadernos de su mochila y sonrió.
— Pensé que podríamos dibujar un poco —dijo, extendiéndome uno de los cuadernos y un lápiz.
— No soy muy bueno dibujando —me reí, tomando el cuaderno—, pero puedo intentarlo.
Ambos nos pusimos a dibujar, sin tomárnoslo demasiado en serio, solo disfrutando del momento. Los trazos que hacía no tenían mucho sentido, pero la actividad nos mantuvo ocupados y nos permitió seguir conversando de manera más relajada.
Después de un rato dibujando, Atzin volvió a sacar cosas de su mochila. Esta vez, lo que sacó me sorprendió un poco: unas acuarelas, algunas alcancías en forma de animales y lienzos pequeños.
— ¿Estás preparando una mini exposición de arte? —pregunté, divertido.
— Algo así —respondió con una sonrisa—. Pensé que podríamos pintar las alcancías o los lienzos, lo que prefieras. Es algo que hacía mucho de pequeño cuando venía aquí. Siempre me gustaba llevarme una alcancía pintada por mí como recuerdo.
Me encantó la idea. Era algo diferente y me parecía genial que compartiera conmigo una de sus tradiciones de infancia. Tomé una de las alcancías en forma de elefante y comencé a mirarla, pensando en cómo la iba a pintar.
— Creo que me quedaré con esta —dije, sosteniendo el elefante—. Nunca he pintado algo así, pero se ve divertido.
Atzin ya estaba acomodando los pinceles y las acuarelas en un pequeño set improvisado. Tomó una alcancía en forma de gato y comenzó a mezclar algunos colores en su paleta. Se veía concentrado, pero relajado al mismo tiempo, como si pintar fuera algo natural para él.
— Este lugar me inspira mucho —dijo de repente, sin dejar de mirar su trabajo—. No sé, siempre me ha dado tranquilidad venir aquí y hacer algo creativo. Como si el mundo se detuviera por un rato.
Asentí mientras aplicaba el primer trazo de color en mi elefante. La paz que nos rodeaba, el sonido lejano de las risas de otros niños que también visitaban el parque y la música suave que aún sonaba de la bocina creaban un ambiente perfecto.
— Es fácil entender por qué —respondí—. Hay algo en este lugar que te hace desconectar, como si los problemas no existieran aquí.
Seguimos pintando en silencio por unos minutos, solo interrumpidos por comentarios sobre nuestros "progresos" en las alcancías. Atzin me mostró orgullosamente cómo iba su gato, con colores brillantes y detalles que hacían que el pequeño objeto cobrara vida. Mi elefante no se veía tan impresionante, pero aún así me sentí satisfecho con mi trabajo.
— Me gusta cómo quedó el tuyo —dijo Atzin, mirándolo con aprobación—. Tiene un estilo muy único.
— ¿"Único" en el buen sentido o en el sentido de "no tenías idea de lo que estabas haciendo"? —bromeé, levantando una ceja.
— En ambos sentidos —rió—. Pero eso lo hace especial.
Después de terminar nuestras pequeñas obras de arte, Atzin recogió los pinceles y las acuarelas, dejándolas cuidadosamente a un lado. Ambos nos acostamos sobre la sábana que habíamos extendido en el césped, sintiendo la calidez del sol sobre nosotros mientras mirábamos el cielo despejado.
El suave sonido de la música seguía fluyendo desde la bocina, y pronto comenzó a sonar "Promesa" de Melendi. Las notas suaves llenaron el aire, creando una atmósfera aún más íntima. Me giré un poco hacia Atzin, que estaba mirando al cielo con una expresión pensativa, y sin darme cuenta, mis pensamientos comenzaron a concentrarse más en él que en cualquier otra cosa.
Pasaron unos minutos de silencio cómodo hasta que noté que Atzin me miraba. Al principio, solo lo percibí por el rabillo del ojo, pero cuando giré mi cabeza para mirarlo de frente, encontré sus ojos fijos en los míos. Había algo en su mirada que me detuvo, algo más allá de las bromas y la complicidad que habíamos compartido todo el día.
— Josh... —dijo suavemente, su voz apenas un susurro, como si las palabras fueran tan frágiles que podrían romperse si las decía más fuerte—. Quiero decirte algo... pero no sé si debería.
Su tono era cauteloso, pero había una firmeza en él que me hizo sentarme un poco más erguido. El corazón me empezó a latir más rápido, una mezcla de emoción y nerviosismo apoderándose de mí.
— Dímelo, lo que sea —respondí, sintiendo mi propia voz temblar un poco.
Atzin sonrió, pero era una sonrisa nerviosa, distinta a su habitual seguridad. Desvió la mirada hacia el cielo por un segundo, como si estuviera buscando el valor necesario, y luego me miró de nuevo. El brillo de sus ojos, acompañado por las palabras de la canción en el fondo, hizo que mi pecho se apretara.
— Desde hace un tiempo... me has gustado. No sé exactamente cuándo empezó, pero hoy, estando aquí contigo, me di cuenta de que no quiero seguir callándomelo. — Hizo una pausa, su respiración se aceleraba un poco—. Josh, me gustas, mucho.
Sentí un vuelco en el estómago. Las palabras que había estado esperando, las que jamás imaginé que escucharían en ese momento, estaban ahí, flotando en el aire entre nosotros. Atzin se mordió el labio con nerviosismo, esperando mi reacción.
— Atzin... —fue lo único que pude decir, mientras la emoción se apoderaba de mí.
Él se acercó un poco más, lo suficiente para que su rostro estuviera apenas a unos centímetros del mío, y supe que el momento estaba ahí. Los latidos de mi corazón resonaban en mis oídos mientras mi mirada iba de sus ojos a sus labios, incapaz de disimular lo que sentía.
— ¿Puedo...? —susurró, su voz cargada de ternura y expectativa— ¿Puedo besarte?
Su pregunta era tan suave, tan cuidadosa, que mi respuesta salió de manera natural, sin ninguna duda.
— Sí.
Atzin sonrió, y lentamente, como si el tiempo se hubiera ralentizado, se inclinó hacia mí. Mis ojos se cerraron justo cuando nuestros labios se encontraron, un beso suave, lleno de todo lo que habíamos estado guardando durante tanto tiempo. La música de "Promesa" seguía sonando de fondo, envolviéndonos en su melodía mientras el mundo alrededor desaparecía.
En ese momento, no importaba nada más. Estábamos ahí, juntos, bajo el cielo despejado, conectados de una manera que jamás había imaginado posible.
El beso fue como un destello de luz, un momento de conexión pura que iluminó todo lo que nos rodeaba. Sentí el calor de su cuerpo cerca del mío, y mientras nuestros labios se movían suavemente, todo lo que había estado en mi mente se desvaneció. La incertidumbre y la ansiedad que había sentido antes se disiparon como el humo en el aire.
Cuando finalmente nos separamos, ambos quedamos mirándonos, con una mezcla de sorpresa y alegría. No podía dejar de sonreír, y la felicidad que sentía era tan abrumadora que tenía la sensación de que mi corazón iba a estallar.
— Wow... —murmuré, incapaz de encontrar las palabras adecuadas—. Eso fue... increíble.
Atzin soltó una risa suave, sus ojos brillaban con una mezcla de alivio y emoción.
— Sí, lo fue —dijo, y su voz sonaba entrecortada, como si estuviera tratando de procesar lo que acababa de suceder—. Nunca pensé que lo haría, pero tenía que decírtelo.
Me senté más erguido, tomando un momento para mirar a mi alrededor. El parque, las esculturas, la música, todo se sentía diferente ahora. Era como si el mundo hubiera cobrado vida, con colores más brillantes y sonidos más claros. A mi lado, Atzin parecía estar irradiando felicidad, y no podía evitar sentir que este día se había transformado en algo mágico.
— Me alegra que lo hicieras —le dije, sintiéndome cada vez más seguro de que lo que había entre nosotros era especial. Había una conexión genuina que iba más allá de una simple amistad.
Atzin sonrió, y esa sonrisa se amplió al escuchar la música. Se recostó de nuevo sobre la sábana, mirando hacia el cielo.
— A veces me pregunto cómo sería el mundo si todos se atrevieran a expresar lo que sienten. Creo que sería un lugar más hermoso —dijo, su voz reflexiva.
Lo observé, sintiendo que sus palabras resonaban en mi corazón. La sinceridad que emanaba de él me inspiró a abrirme también.
— Yo solía tener miedo de acercarme a ti, de arriesgar nuestra amistad. Pero ahora me doy cuenta de que lo que siento por ti es mucho más fuerte que eso —admití, sintiéndome ligero al compartirlo.
Atzin giró la cabeza para mirarme, y en su mirada había una chispa que parecía iluminar todo a su alrededor.
— Estoy tan feliz de escuchar eso. No quiero que esto cambie lo que tenemos, pero siento que esto es solo el comienzo —dijo con una sonrisa.
Ambos nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad y la cercanía que ahora compartíamos. La música de fondo siguió sonando, y el suave murmullo de la gente disfrutando del parque llenó el aire. En ese instante, no había nada más que importara.
Decidí que era el momento perfecto para aprovechar la atmósfera ligera que habíamos creado.
— Entonces, ¿qué te parece si hacemos una promesa? —sugerí, sintiendo que era el paso correcto en nuestra nueva relación.
— ¿Qué tipo de promesa? —preguntó, intrigado.
— Prometamos que siempre seremos honestos el uno con el otro. Que siempre nos apoyaremos, sin importar lo que pase —dije, recordando la canción que seguía sonando.
Atzin se quedó pensativo por un momento y luego asintió con seriedad.
— Me parece una gran promesa. Siempre estaré aquí para ti, Josh.
Me sonreí, sintiendo que esa promesa significaba más de lo que podría expresar. Era el inicio de algo nuevo, algo que ambos deseábamos explorar.
— Bueno, entonces, ¡prometido! —dije, extendiendo mi mano.
Atzin tomó mi mano con la suya, y en ese gesto simple, sentí que todo encajaba en su lugar. La tarde continuó avanzando mientras pintábamos más, compartíamos risas y anécdotas, y el mundo a nuestro alrededor seguía girando.
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