↻⊲ Capítulo 11⊳↺
Joseph
La noche envolvía las calles de Aguascalientes, y aunque había un aire de calma, dentro de mí todo era caos. Nunca había estado aquí antes y, para ser honesto, el simple hecho de no saber cómo moverme en la ciudad me había llenado de ansiedad. No tenía idea de que los buses dejaran de pasar a una hora en específico, y ahora me encontraba solo y asustado. En ese momento, no había nadie más en quien confiar, excepto en Nico. Él era el único que me hacía sentir seguro, así que, sin pensarlo dos veces, lo llamé.
Cuando lo vi aparecer, una sensación de alivio me recorrió de inmediato. Nico tenía una expresión de preocupación en su rostro, y pude notar que había salido de su casa apresuradamente para venir a verme. Me sentí culpable por haberlo sacado de su rutina.
-Lo siento, no quería molestarte, pero no sabía a quién más llamar -le dije, bajando la mirada, sintiéndome mal por haberle hecho venir hasta aquí.
Nico negó con la cabeza y, antes de que pudiera decir algo más, se acercó y me abrazó. Su calidez me envolvió, y aunque no lo dije, ese gesto me hizo sentir seguro, como si todo estuviera bien mientras él estuviera a mi lado.
-Josh, no digas eso, me alegra que me llamaras -me susurró suavemente mientras seguía abrazándome-. ¿Estás bien?
Podía sentir el temor en su voz, como si le preocupara que algo más hubiera sucedido. Apreté un poco más el abrazo, buscando consuelo en su cercanía.
-Creo que sí, solo... lo siento, de verdad. No sabía que los buses dejaban de pasar a las nueve -admití, mi voz apenas un murmullo.
Nico suspiró y me dio un suave beso en la cabeza, un gesto que me sorprendió, pero al mismo tiempo me tranquilizó más de lo que podría explicar.
-Sí, a veces pasan más tarde, pero no siempre -dijo, con esa tranquilidad que siempre parecía tener-. No te preocupes por eso. Puedes quedarte en mi casa esta noche. Mis abuelos estarán encantados de que te quedes, y además, tenemos mucho espacio.
Lo miré, dudando por un momento.
-¿Seguro? No quisiera ser una molestia...
-No lo eres -aseguró Nico, sonriendo con esa dulzura que siempre me desarmaba-. Además, será bueno presentarte con mis abuelos y mi mamá. Estarán encantados de conocerte.
No pude evitar sonreír al escucharlo. La forma en que Nico siempre encontraba una manera de hacerme sentir que pertenecía, que no era una carga, me conmovía profundamente.
Nos separamos del abrazo, y con una sonrisa tímida, Nico me invitó a seguirlo. Caminamos hacia su coche, y mientras lo hacía, no podía evitar sentirme nervioso. Nunca había subido a su auto antes. Para mí, era como entrar un poco más en su mundo, en su vida personal, y eso me ponía un poco ansioso. ¿Y si hacía algo mal? ¿Y si decía algo fuera de lugar?
Nico abrió la puerta del copiloto para mí. Me reí ligeramente por el gesto, él siempre era tan considerado. Entré en el auto, sintiendo el asiento cómodo y el ambiente familiar, aunque desconocido para mí. Todo olía a él, a una mezcla suave de colonia y algo que no podía identificar, pero que me relajaba.
Nico subió al asiento del conductor, cerrando la puerta con suavidad. Se acomodó, encendió el motor, y en cuestión de segundos, la radio comenzó a sonar con una melodía suave de fondo. Me sorprendió que no me sintiera incómodo, sino más bien reconfortado.
-¿Listo? -me preguntó, con esa sonrisa tranquila que siempre parecía ponerme a salvo de cualquier preocupación.
-Sí, gracias otra vez, de verdad. No quería molestarte, pero... -empecé a disculparme una vez más, pero Nico levantó una mano, deteniéndome.
-Josh, te dije que no es molestia. Me alegra que me hayas llamado. No me gustaría saber que estuviste solo y preocupado por algo tan simple como el transporte. -Se inclinó un poco hacia mí, rozando suavemente mi hombro con el suyo-. Estás a salvo conmigo.
Sonreí y asentí. El auto avanzaba suavemente por las calles de Aguascalientes mientras el silencio cómodo nos envolvía. De vez en cuando, miraba por la ventana, observando las luces de la ciudad, pero en realidad estaba demasiado concentrado en Nico. Había algo en su forma de conducir, tan tranquila, que me hacía sentir seguro.
De repente, Nico rompió el silencio con una sonrisa juguetona en los labios.
-Ah, por cierto... te traje algo -dijo, hurgando en la bolsa de plástico que llevaba en el asiento trasero. Por un momento, pensé que me había comprado un detalle especial, pero entonces, sacó un tipo de pan baguette y me lo extendió con seriedad fingida-. Por el susto, ¿no? Dicen que es bueno para el alma y todo eso.
Lo miré, incrédulo, antes de que la risa se escapara de mis labios. No pude evitarlo. Nico, siempre tan oportuno, sabía cómo aligerar cualquier situación.
-¿Un pan? -dije entre risas, aceptándolo y sosteniéndolo frente a mí como si fuera una especie de talismán sagrado-. Esto es lo más mexicano que me ha pasado desde que llegué.
Nico sonrió, satisfecho por haberme hecho reír.
-Pues sí, uno nunca sabe cuándo se va a necesitar un bolillo. Considera que te estoy salvando la vida.
-Claro, claro, salvador del día -respondí con una sonrisa, guardando el bolillo en la bolsa, aunque de alguna manera me hacía sentir mejor tenerlo allí. Era como una broma interna que solo nosotros dos entenderíamos.
Seguimos conduciendo, y después de un rato de charlar sobre cosas más ligeras, Nico miró de reojo el reloj del auto y luego volvió su atención a mí.
☆
Al entrar a la casa de Nico, me sentía como si hubiese cruzado la puerta a otro mundo. Todo era más grande y lujoso de lo que imaginaba. Tres pisos, una sala espaciosa, una pared llena de fotos familiares y un librero repleto de novelas y clásicos, hacían que el lugar se sintiera como una mezcla entre un museo y una casa cálida. La chimenea, aunque decorativa, le daba ese toque acogedor, y la cocina y el comedor eran tan grandes que parecían salidos de una película.
Una señora de cabello cobrizo y ondulado, que supuse era la abuela de Nico, nos recibió con una sonrisa tan cálida que al instante me relajó un poco.
-Hola, soy Graciela, la abuelita de Nico y Oliav -dijo con voz suave pero alegre. Luego, un hombre de cabello ondulado y negro, que estaba a su lado, se acercó.
-Hola, buenas noches -añadió con una sonrisa-. Yo soy Mario, su abuelo. ¿Ya cenaste?
No estaba acostumbrado a tanta amabilidad, y por un momento me sentí algo abrumado. Ambos me sonreían con tanta sinceridad que me hacían sentir como en casa, pero aún así, los nervios me traicionaban.
-Buenas noches, soy Josh -respondí con una sonrisa tímida-. Y, bueno... sí. Llevaba algo de comer conmigo, pero me lo comí de los nervios antes de que Nico llegara. De verdad, muchísimas gracias por recibirme, no sé cómo agradecérselo.
La señora Graciela sonrió y el señor Mario asintió, dándome una palmada suave en la espalda.
-Descuida, hijo. Nos alegra saber que estás bien. Menos mal que llamaste a Atzin -dijo, mientras su sonrisa no se desvanecía.
-Atzin... -murmuré, sin poder evitar sonreír-. Pensaba que no le gustaba que lo llamaran así.
-Solo unas pocas personas pueden llamarlo así -dijo una voz desde las escaleras. Miré hacia arriba y vi a Oliav, el hermano de Nico, que bajaba con una sonrisa traviesa-. Holis, Josh.
Le devolví el saludo, aún sorprendido de haber aprendido ese pequeño detalle sobre Nico. Ahora sabía que detrás de su seriedad y su aspecto calmado había una conexión especial con su familia que lo llamaba de una manera que ni siquiera yo conocía hasta ese momento.
Nico sonrió ligeramente, algo avergonzado por la revelación, pero no dijo nada al respecto. Me sentí más tranquilo al ver que su familia me aceptaba sin dudar, como si fuera parte de su círculo cercano, a pesar de que apenas nos conocíamos.
- Disculpen, abuelos -dijo Nico, pasando la mano por su cabello mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro-. Vamos a subir al segundo piso.
-Está bien, hijo. -respondió Graciela con una sonrisa mientras se aseguraba de que todo estuviera en orden-. Y Josh, si necesitas algo, no dudes en pedirlo, ¿eh?
Asentí con una sonrisa agradecida, aún sintiendo esa mezcla de nervios y alivio que me acompañaba desde que llegamos. Nico me tomó del brazo con suavidad y me guió hacia las escaleras. Mientras subíamos, podía sentir que el ambiente se volvía más relajado, como si con cada paso dejáramos atrás la formalidad de la presentación.
El segundo piso era aún más sorprendente que el primero. Cuatro habitaciones llenaban el espacio: dos estaban unidas y formaban una sola, que claramente pertenecía a Nico, mientras que las otras dos eran individuales. Una de ellas era la de Oliav, mientras que la otra parecía ser una habitación de invitados, decorada con colores neutros y muebles que sugerían que no se usaba demasiado.
-Esta es mi habitación -dijo Nico, señalando la puerta que llevaba a las dos habitaciones conectadas. Me abrió la puerta y lo que vi al entrar me sorprendió aún más.
La habitación era acogedora y, a la vez, espaciosa. Las paredes estaban decoradas con algunos pósters de sus sagas favoritas, y no me sorprendió en lo más mínimo ver que Harry Potter ocupaba un lugar especial. En una de las esquinas, había una estantería repleta de libros y una pequeña mesa con su laptop y algunos papeles desordenados. Lo que más me llamó la atención fue una cama grande con una colcha gris, que parecía cómoda y bien hecha. El otro espacio, que estaba unido por una especie de arco, tenía una especie de sofá, un par de sillas y otro escritorio.
-Wow... tu casa es increíble, pero tu cuarto... -dije, mirando a mi alrededor, tratando de tomarlo todo-. Se siente tan tú. Es como un mini-palacio dentro de otro palacio.
Nico se rió suavemente y cerró la puerta detrás de nosotros.
-Es más grande de lo que necesito, la verdad -respondió encogiéndose de hombros-. Pero me gusta tener mi propio espacio. Me da tiempo para relajarme y desconectar del caos.
Me senté en el sofá mientras él se sentaba en la cama, con las piernas cruzadas. Me quedé en silencio un momento, observando cómo la luz tenue de una lámpara hacía que todo se sintiera más íntimo.
-Gracias por todo esto, de verdad -dije, mirándolo-. No pensé que me sentiría tan cómodo, y lo cierto es que estaba bastante asustado de quedarme varado en un lugar desconocido.
Nico me miró, sus ojos llenos de una calidez que me hizo sentir aún más agradecido de haberlo conocido.
-No tienes que agradecerme, Josh. Me alegra que estés aquí. Además, no iba a dejarte solo en esa situación -respondió con una sonrisa-. ¿Sabes? No es la primera vez que hago algo así por un amigo. A veces, la gente se olvida de que los camiones dejan de pasar tan temprano.
Me reí, recordando cómo me había sentido cuando me di cuenta de que estaba atrapado.
-Bueno, supongo que ahora ya lo aprendí por las malas -comenté, sacando una risa suave de Nico.
-Oye, por cierto -dijo de repente, poniéndose de pie y acercándose a uno de los cajones de su escritorio-. Sé que no esperabas esto, pero quiero que tengas esto.
Me extendió una pulsera, sencilla pero hermosa. La miré sorprendido.
-¿Para mí? -pregunté, sin saber exactamente cómo reaccionar.
-Sí, pensé en ti cuando la vi -respondió con una sonrisa tímida-. No es gran cosa, pero quería que tuvieras algo para recordar esta noche... y, bueno, para que no pienses que solo viniste a pasar un susto.
Tomé la pulsera y la examiné con cuidado antes de ponérmela en la muñeca.
-Es perfecta. De verdad, gracias. -Le sonreí, sintiendo cómo el ambiente entre nosotros se volvía más ligero y relajado.
Nico se levantó de la cama, abrió uno de sus cajones y sacó una pijama cómoda de algodón. La sostuvo en sus manos un momento antes de voltearse hacia mí con una sonrisa.
-Sé que no lo planeabas, pero te traje algo cómodo para que duermas. Te prometo que está limpia -dijo con una risa suave, extendiéndomela.
-Gracias, es mucho más de lo que esperaba -dije mientras tomaba la pijama y la observaba. Era simple, pero se veía increíblemente cómoda. Me sentía un poco abrumado por todas las atenciones, pero al mismo tiempo, no podía negar lo bien que me hacía sentir.
-Puedes cambiarte aquí o en el baño, como te sientas más cómodo -dijo Nico, señalando la puerta del baño dentro de su cuarto-. Y, si prefieres, está la habitación de invitados, o... -hizo una pausa breve, como si estuviera eligiendo bien sus palabras- puedes dormir aquí, conmigo. No hay problema si quieres.
Lo miré un momento, evaluando mi respuesta. Había algo en su tono, en la oferta tan casual pero sincera, que me hizo sentir aún más cómodo de lo que ya estaba. Tal vez esa era una de las cosas que más me gustaban de Nico: siempre hacía que todo pareciera natural, sin presiones.
-No me molesta quedarme aquí, si está bien para ti -respondí con una pequeña sonrisa-. Además, sería bueno hablar un poco más, ¿no crees?
Nico asintió, visiblemente aliviado. Me cambié rápidamente en el baño y cuando regresé, ya estaba acostado en su cama, apoyado contra la pared con una expresión tranquila.
-Te ves bien en esa pijama -comentó, y me reí mientras me sentaba a su lado, apoyando mi espalda en el cabecero.
-Gracias, me siento como en casa, la verdad.
Nos quedamos en silencio un rato, solo escuchando el suave zumbido de la noche a través de la ventana. La luz tenue de la lámpara seguía bañando el cuarto con un brillo cálido, haciéndome sentir aún más cómodo.
-Oye, tengo una pregunta -dije, rompiendo el silencio-. Cuando tus abuelos te llamaron "Atzin"... ¿por qué lo hicieron? Pensé que no te gustaba ese nombre.
Nico se rio suavemente, como si esperara esa pregunta.
-Es un nombre que no muchos usan. "Atzin" significa "agua" en náhuatl. Es algo que solo algunas personas muy cercanas a mí pueden llamarme así. -Me miró de reojo, y aunque su tono era tranquilo, pude sentir la importancia detrás de sus palabras.
-¿Y yo puedo llamarte así? -pregunté, sintiendo que cargaba un significado especial.
Nico hizo una pausa antes de responder, bajando la mirada un segundo antes de volver a encontrar la mía.
-Solo las personas más especiales para mí me llaman Atzin... así que sí, Josh, puedes llamarme así -dijo con una sonrisa tímida, y mi corazón dio un pequeño vuelco al escuchar eso.
-Gracias, Atzin -respondí con una sonrisa, probando el nombre en mis labios, y él me sonrió de vuelta, como si con ese simple gesto acabáramos de sellar una nueva etapa en nuestra relación.
La conversación fluyó con naturalidad mientras la noche avanzaba. Hablamos de nuestras cosas favoritas, de nuestras series, y en algún momento, mencioné lo mucho que me encantaba Narnia y conocía algunas teorías de Harry Potter, a lo que Nico, sin perder tiempo, empezó a contarme sobre su amor por Draco Malfoy. Nos reímos, compartimos historias y antes de darnos cuenta, el reloj marcaba mucho más de medianoche.
-Es tarde -dije, notando que ambos estábamos luchando por mantener los ojos abiertos.
-Lo sé, pero ha sido una buena charla -dijo Nico, bostezando ligeramente-. Me alegro de que estés aquí.
-Yo también -murmuré, sintiendo cómo el cansancio comenzaba a vencerme-. Gracias por todo, en serio.
Nico solo sonrió antes de apagar la luz, y con la oscuridad envolviéndonos, me acomodé en la cama junto a él.
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