VI. Hamingja.
LA CORTE DEL INVIERNO
Casa de las montañas.
Aingeal estaba deseando que el invierno no calmara su frío sentimiento, pretendía cuidarse a terminar enferma por el propio clima, aunque a su dragón poco le importaba puesto que el producía su propio calor. Ingrato, tenía más suerte que ella. Había sido su último estirón, su poder avanzó con rapidez hasta dejarla con una edad total de veinticuatro años, sin embargo, tenía que sumarle los trescientos por sus queridas alas, aunque no le importara demasiado. Trescientos veinticuatro años, era una muy mala broma que no podía contarle al propio Kallias que ya se comportaba como un padre sobreprotector con su hija.
Ella no lo era, pero aun así, le tenía un gran aprecio.
──Edda, llegaremos tarde gracias a ti ──determinó ella mientras se cubría la espalda con una capa, no tenía el más sentido de la gracia caminar por el bosque helado ella sola junto al dragón, pero no pensaba quedarse encerrada.
Edda se había vuelto más dormilón, cada tanto salía para dormir en la cueva helada generando un vapor abrasador, si bien no era un dragón gigante, también sus poderes se habían vuelto un caos que hasta Aingeal le había prohibido al lord de la Corte ir a visitarla. No iba a mentir, Kallias estaba impresionado por su frivolidad, el propio albino fue capaz de enviar cartas que el propio Edda destruía al sentir peligro cerca, ese dragón podría volver a ser pequeño gracias a su poder de capacidad, sin embargo, prefirió conservarse por unos días en una estatura mediana que llegaba a estar a la altura de las caderas de la joven.
Una cabeza se asomo entre las cobijas, ella lo observó para negar.
──Edda, vamos, tienes que dejar de dormir.
Sus ojos se achicaron, parpadeo dejando que esa otra capa que cubría sus ojos, destellaban como los de una bestia cazando a su presa.
── ¿Estás amenazándome? ──le preguntó divertida ──. Bien, pero si te caes en un pozo no volveré a sacarte ──el dragón gruñó para meterse debajo de las cobijas ──. Y tampoco te cocinaré tu estofado de Nycvar Azul.
Automáticamente una almohada voló por los aires, dejando ver a un dragón mediano tirado encima de ella mientras la abrazaba con mucho cariño, sin intentar romperla en miles de pedazos, aunque el pudiera comprender que si estaba rota.
──Oh, esta bien ──dijo resignada mientras le observaba ──. Cocinaré para ti, porque eres más exigente que un macho.
Edda la miró de reojo, sus ojos aun destellaban.
──Ni se te ocurra mirarme con esos ojos de perro...
«Gracias». Le escuchó decir en su cabeza, una sonrisa asomó su rostro y fue su turno de abrazarlo.
──Ay mi lindo dragoncito aprendió a decir las palabras mágicas, voy a llorar de la felicidad ──dramatizó sonriendo.
Edda negó, de un momento a otro abrió la puerta para salir primero.
── ¡Oye! ──el contrario gruñó. ── ¡Ingrato! ──le llamó haciendo que el otro se detuviera, tomó su capa junto a su bolsa para irse detrás de él, obviamente cerrando la puerta.
Aingeal corría a través de la nieve, Edda le seguía con precisión, ocupado en observar aquel paisaje que compartían por instinto, siguieron hasta llegar al lago congelado, una vez allí comenzó el verdadero infierno vestido de negro.
── ¿Edda? ──preguntó sincera al verlo acercar su rostro cerca del agua ──. ¿Qué es lo que ves?
El dragón golpeó con su cola, en señal de que no se acercase a él.
La joven de vetas brillantes piso con cuidado hacia atrás, retirando su espada de a poco mientras observaba como el propio lagarto retiraba del agua un cuerpo que estaba pálido, Edda lo olió un poco, pero el golpe de su espada en el suelo lo asustó cuando vio que ella se acercaba rápidamente dándole ordenes inmediatas de prepararse para producir cantidades extremas de calor.
──Resiste... Resiste por favor ──le pidió al inerte cuerpo.
Ella notó su falta de respiración, y colocándolo de costado hizo un tajo semejante para ver como la sangre del joven borboteaba, era oscura y olía a belladona, junto a él, el pequeño dragón siguió su camino tratando de drenar aquel calor en cuerpo ajeno. Por su parte, Aingeal dibujaba patrones en el cuerpo mientras recitaba el cántico sanador.
──Einarr ──le llamó preocupada, ahogando su voz entre lágrimas.
Edda lo miró mejor, ocupando una postura más seria, logró sentir con fuerza como una mano le detenía, haciendo que sus pequeños orbes obsidianas se mantuvieran como el pequeño dragón que daba más ternura que miedo.
──Hamingja...
──Einarr ──le llamó ella tan asustada, su estado no era el mismo como lo recordaba, ni hablar de su único recuerdo doloroso.
Sus ojos, él los había perdido por su culpa.
MONTAÑAS DKANNI
Aingeal mantuvo la postura, observó como su dragón dormía cómodamente pegado a un montículo de piedras carbonizadas por su propio aliento de fuego, paseo su mirada hasta el cuerpo de Einarr que descansaba duramente en aquella cama improvisada en la que ella y Edda deberían arrastrarlo hasta llegar a su hogar.
«Estará bien». Le había respondido el dragón antes de caer dormido.
La joven albina no estaba tan segura, se quitó la capa mientras dejaba al visto todos sus brazos seguido de cicatrices profundas que marcaban un antes y un después en su cuerpo, tomó las cadenas de la cama mientras se dedicó a arrastrarla rumbo a la salida junto con un dragón que despertó a última hora por el semejante ruido, por lo cual decidió ayudar hasta intentar llegar a su hogar o principalmente a la corte que quedaba más cerca.
La caminata era larga llena de nieve que hundía sus pasos, Edda se había vuelto pequeño mientras se escondía en la capa para brindarle calor a Einarr, sin embargo, ella siguió avanzando rumbo a los limites de la corte, muy cerca de la casa del alto lord.
──Kallias ──llamaba en susurros, llevando de las propias cadenas a su compañero del campamento, el chico que alguna vez le había salvado. ──Ayúdalo, por favor ──respondió para ella misma, estando a la vista de la ventana principal del castillo, escuchó un grito femenino que gritaba el nombre del alto lord como si fuera a morir de miedo, sin embargo, Edda le ayudo a llegar hasta ciertos pasos antes de caer cansado junto a su dueña inconsciente, y el cuerpo de Einarr sufriendo por la falta de calor.
Kallias quien había llegado poco después por los gritos, abrió sus ojos al notar de quien se trataba, porque en gritos fuertes pidió ayuda para los tres seres inconscientes.
──Ayúdalo, por favor... ──repitió Aingeal con los ojos cerrados.
El albino la tomó en sus brazos brindándole calor mientras cubría al pequeño dragoncito, acercó como pudo el cuerpo del muchacho, una mueca atravesó su rostro, y quiso vomitar.
A él le faltaban los ojos, a él lo habían torturado de una forma tan brutal.
Pero, ¿por qué era tan importante para ella?
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