III. Espinas y rosas.
LA CORTE DEL INVIERNO.
Días antes.
Aingeal solo intentaba congelar una pequeña parte de su hogar, pero la presión de Kallias por ofrecerle una vida en la Corte de Invierno era suficiente para superar su temperamento de roble, aunque posiblemente viajar aun teniendo tal vez unos doce o quizá catorce años, no le ayudaba demasiado. Ya no recordaba su edad, y eso fue lo que más le aterraba. Antes en el campamento, ella usaba los palitos para recordar su edad, ahora si se veía en un espejo, claramente podría aparentar tener unos perfectos catorce años, o tal vez su mente era la que pretendía decirle que ya no era una niña que estaba sola en el mundo junto a un dragón que amaba las visitas del hombre con hebras blancas, pero ella no confiaba e él.
──Aingeal, déjame ayudarte ──afirmó aquella mujer, esposa del lord.
La joven negó, tomó a su dragón y se fue.
── ¿No quieres compañía? ──preguntó la mujer parada allí.
La joven siguió avanzando,
──Si te digo que no, ¿te irás? ──preguntó sincera.
──No, quiero entenderte, quiero...
── ¡Que insufrible eres! ──exclamó la niña ──. Por una vez te digo que...
──Aingeal, eres como una hija para mí ──le susurró la mujer mientras abrazaba su pequeño cuerpo ──. Kallias y yo queremos entenderte, ayudarte, ¿por qué te rehúsas a aceptarla? ──preguntó preocupada.
──Porque personas como ustedes una vez me sonrieron, y luego me mostraron sus colmillos. El resto de la historia ya la conoces.
Viviane no podía con la dureza de aquella preciosa criatura, observaba como su confianza iba plenamente al animal que cuidaba sin importarle que alguna vez podría arrancarle la mano o inclusive tragársela de un bocado. Tal vez esa seria su respuesta, aunque la mujer de hebras plateadas solo puedo volver triste hacia su corte mientras varias ideas se unían a amedrentar su cabeza. La propia volvió rumbo a su hogar, entrando por el enorme castillo brillante que cualquiera diría que es sacado de cuento de hadas, pero no, era un hermoso hogar perteneciente a la Corte del Invierno, y seguramente los témpanos darían mas esperanza que cualquiera de sus palabras. Aun no sabia que reacción tendría Kallias, tampoco era capaz de aguantar las lágrimas por la frustración de querer ayudarla.
──Viviane ──le llamó con una voz emocionada, casi feliz ──la mujer vio a su marido sin entender nada de lo que le estaba diciendo, sus lagrimas aun estaban presentes en sus mejillas.
──Kallias, yo...
── ¿Qué ocurrió? ──preguntó al verla llorando, pasando rápidamente sus pulgares por sus mejillas secando las gotas de agua que caían por su dulce rostro ──. ¿Qué ocurrió Viviane?
──Ella simplemente no quiere verme, odia nuestra presencia.
Kallias comprendió de inmediato lo que había ocurrido, resopló por lo bajo mientras aun negaba ante la idea de dejar sola a la pequeña mujercita valiente que cargaba un horrible pasado en su piel. Y no, su opción de dejarla no estaba en la lista de pendientes matutinos.
──Tengo una idea ──él la miro con una sonrisa.
── ¿Cuál es? ──preguntó ella.
──Será sorpresa, vamos ──sonrió.
Aingeal juntaba ramas.
Ella planeaba hacer una fogata en la cueva que ocupaba junto a su dragón, aunque fuera lo único que tenían por ese momento, tenia fe en que terminaría su casa pronto, a pesar de lograr todo ese esfuerzo ella sola. Volteo para encontrar la cueva vacía, alarmada decidió ir a buscarlo desesperadamente.
Corrió por todo el bosque congelado, sus pies se tropezaban con las pequeñas rocas junto a los enormes trozos de hielo desprendidos que aparecían mas de cerca, a lo lejos deslumbró la figura de una criatura luchando por intentar sujetarse a los pilares de hielo, no dudó ni un segundo y se lanzó a salvar a su única familia.
── ¡EDDA! ──gritó mientras lo tomaba entre sus brazos, y salía del agua helada tomando bocanadas de aire. La criatura se movía, sin embargo, se mantuvo quieta hasta que la chica lo sacó de allí cayendo al hielo agotada.
Edda, se acerco a ella, intentando cederle su calor producido por el mismo.
──Oh Edda, estás bien ──susurró ella antes de sentirse liviana, seguro estaba sufriendo hipotermia.
Una voz femenina gritaba a lo lejos junto a una masculina ambos buscándola con anticipación, sin embargo, la joven cayó inconsciente provocando que Edda gruñera o emitiera sonidos para que los encontrase alguien.
── ¡AINGEAL! ──La voz masculina se coló entre el pequeño dragón, y su amiga, cuando llegó solo pudo presenciar el acto, comprendiendo solo la verdad de la situación. Ella lo había salvado, y estaba sufriendo un ataque de hipotermia severa aunque su cuerpo estuviera caliente.
Poco después de despertar, Aingeal solo pudo apreciar el suave manto de seda que cubría su cuerpo, aunque desde allí pudiera ver a un dragón glotón intentando devorarse lo que habían depositado recientemente en la bandeja.
«Dragón glotón», peso en voz alta, ajena de lo que ocurría, mientras se levantaba para bajar un trozo de la pieza de cordero asada para luego ver como su amigo se lanzaba hacia ella, por un momento una risa surgió desde el interior hasta notar como el propio dragón le alcanzo un pedazo de cordero agarrándola por el hueso. ¿Acaso Edda estaba preocupado por no verla alimentarse? Posiblemente. Observando la pieza restante en sus manos, la dejó en el suelo mientras le aseguraba que estaba bien, aunque el dragón siguió quejándose, a regañadientes tuvo que comerse el trozo restante.
──No seas así, te vas a volver viejo y amargado.
Edda la miró indignado, ella se echó a reír.
En tan solo un momento, la puerta de la habitación volvió a abrirse, dejando ver a dos figuras que ella ya conocía, fueron directamente donde se encontraba junto a su dragón, y para su sorpresa la mujer le abrazó dándole gracias a ese famoso caldero. Sintió sus lagrimas descender deprisa, su marido también se acerco para abrazarla estando preocupado, y Aingeal cerró sus ojos para corresponder al abrazo con los ojos cargados, sin decir i una palara.
── ¡Aingeal! ──Viviane la abrazó con fuerza ──. Nunca vuelvas a asustarme así, por favor.
── ¿Qué estabas haciendo en el lago helado? ──preguntó Kallias.
Ella suspiró, Edda se acercó bajando su cabeza culpable.
──Salvando a mi amigo.
La pareja se miró, luego la miraron para ver como ambos le preguntaban de diversas maneras, si se encontraba en perfectas condiciones.
──Lyutö ──respondió, otra vez.
Viviane le miró con los ojos rojos, intentando frenar su llanto a manos de Kallias quien intentaba tranquilizarla pero no lo estaba logrando.
──Significa "gracias".
Kallias se arrodilló ante la pequeña joven, tomó sus mejillas congeladas, sintiendo aquello decidió dejarla en la cama para arroparla mientras su esposa decidió quedarse junto al dragón en el suelo.
── ¿Por qué me trajo a su morada? ──la niña lo escruto con sus sagaces ojos ──. No soy una mujer que merece estar bajo el raso techo de un lord, merezco la ruina por...
──Cariño ──le llamó la mujer ──. Nunca digas que no lo mereces, porque todos en algún momento merecemos estar en paz con nuestro interior sin tener que huir a todas partes.
Entonces ocurrió lo menos esperado, la pequeña mujercita, simplemente comenzó a llorar tapando su rostro pero siendo resguardada por el calor de un abrazo.
CORTE DE LA PRIMAVERA
La Casa de la Bestia Peluda.
Semanas después.
Aingeal suspiraba del gusto, cada uno de los dulces que le había preparado una de las mujeres que trabajaban en aquella casa eran deliciosos, desde las masitas con chocolate a unos perfectos escones de limón con cubierta de azúcar, la joven disfrutaba cada bocado sin importar cuanto glaseado decoraran sus comisuras. Tamlin le había invitado para compartir dulces deliciosos, sonrisas junto a recuerdos donde el lord la llevaba en su lomo cuando se transformaba, y ella solía decirle bestia peluda, de cariño. La joven le había expuesto sus exigencias a la Corte del Invierno junto a sus nuevos tutores, aunque su ansiedad rondaba en las palabras del propio Kallias, quien le había dicho que conocería a uno de sus tantos aliados.
── ¿Qué ocurre, Ángel? ──le preguntó el hombre de hebras rubias.
Ángel, ese era su apodo.
──Nada, solo mi curiosidad por su mundo.
Tamlin la miró, negó con una sonrisa mientras se levantaba para ir en busca de su amor forjado en un lazo de espinas que a la propia chica de hebras blancas, no le agradaba del todo, pero si algo entendía era que el amor no se compraba, simplemente lo ofrecían hasta los mas impuros corazones.
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