CORTE DEL INVIERNO.
Escondite de Viviane.
Territorio fae, Prythian.
El frío le calaba los huesos, arrastraba su mochila llena de cosas, mientras sus heridas se abrían por la misma temperatura, y el pequeño animal se metía entre sus piernas tratando de obtener calor. La pequeña joven solo caminaba sintiéndose liviana, más como los muertos que caminaban a su lado, los gritos que llegaban a sus oídos, y las pocas palabras que indicaban un problema.
Lo único que recordó, fue la fría nieve blanca, junto a las manchas de sangre en ella.
── ¡Hey! ──le llamó la mujer albina, pero la chica apenas lograba mantenerse despierta.
El dragón se había escondido en la mochila, sin embargo, la pequeña de hebras blanquecinas se aferró con fuerza a ella mientras observaba directamente hacia donde la mujer le tendía una mano. Viviane, quién cuidaba de los demás miembros o ciudadanos, observó con detenimiento, entre sorprendida, pero asustada por la cantidad de heridas que tenía. ¿Quién le había dañado de esa forma? ¿Será...?
── ¿Los soldados de Amarantha te han hecho esto? ──preguntó llena de ira interna.
── ¿Quién es esa mujer? ──le preguntó la de orbes encendidos ──. Sea quien sea, estoy segura de que no es nada comparada a los monstruosos sefnies.
Viviane le miró aturdida.
── ¿De dónde eres pequeña? ──se acercó con cuidado mientras la cubría con una manta.
──No soy de aquí... ──susurró.
La mujer albina entendió que sería difícil hacerla hablar, por lo tanto, solo le tendió una mano en dirección a donde podría llegar a tener un pequeño refugio.
Aingeal se levantó como pudo, tomó la mochila reservando cierta cantidad de aire para caminar rumbo la dirección encomendada, ajustó sus pies a la nieve, concentrándose en emitir calor en todo su cuerpo gracias a su energía dracónica, aunque fue más difícil de lo que se creyó capaz. «Eres la flor de fuego, magnífica e única, Nynshide», un recuerdo le atormentó a penas puso un pie en la especie de cueva, bajó la mochila para arrastrarla debido a su peso, sin embargo, el dragón salió rodando dándose con unas rocas, y espantando a la gente.
── ¡Mira mami, es una serpiente! ──dijo una niña de hebras celestes.
El dragón, cuyo nombre al parecer nadie conocía, se crispó al oír semejante mentira.
──No es una serpiente ──Aingeal le contradijo, neutral ──. El es un dragón, y odia que lo llamen como un animal rastrero insignificante.
La niña al ver a Aingeal, se asustó por su aspecto. Al contrario, la joven continúo.
──Los dragones son similares a las serpientes, este es un clase misterio. Su nombre es Edda, así que respétalo como tal.
──No es una persona ──contestó enojada.
──Para mi, lo es ──Aingeal se paró delante de él ──. Y donde alguno de ustedes ponga sus manos encima de mi amigo, juro que los mataré a todos. ¿Quedó claro?
La niña tembló, aunque por otro momento comenzó a llorar llamando el nombre de su padre.
──Deberías ser un poco más amable ──le aseguró la mujer con una sonrisa ──, tal vez así hagas amigos.
La pequeña joven la observó.
── ¿Quién quiere ser amiga de un monstruo al cual dejaron a garras siniestras luchando por su vida? ──Aingeal tomó al dragón sin importar cuanto pesara ──. No se confunda, no me interesa tener amigos. Si reamente estuvieran conmigo, entonces quizás no hubiéramos tomado caminos diferentes para salvar nuestras vidas.
──Creí que los soldados...
──Se lo he dicho, no provengo de su ciudad.
──Entonces si no eres de Prythian ──le comentó con odio un señor de tercera edad. ── ¿Qué haces aquí, niña traidora?
── ¡Yo no soy una maldita traidora! ──se defendió sin esperar respuesta de la mujer fae ──. Hubiese querido morir en la nieve, pero ella me ayudó a llegar aquí, ¿y sabe qué? Agradezco que lo hiciera, porque lo único que hice en mi patética vida fue terminar a manos de un hombre que habla como usted, ¡una basura que no merece siquiera la vida que sus padres tuvieron el privilegio de darle!
Todos los refugiados se formaron en un círculo, algunos observándola y otros escuchándola.
── ¡No me grites, niña asquerosa!
── ¡Usted no se atreva a faltarme el respeto! ──le aconsejó a gritos la pequeña ──. Soy una raza inferior, quizá, pero por lo menos no me ando escondiendo de una mujer solo por temer a morir.
Y esa fue la bomba que conmovió a muchos, algunos niños se acercaban a jugar con Edda mientras los adultos estaban callados, sin embargo, Aingeal solo se aseguró en un rincón helado para curar de sus propias heridas sin ayuda. Canalizando su magia para no ser oída por las ratas o personas mágicas, según ella, que vivían en la cueva, se dispuso a colocar una fecha seguido de una sonrisa que solo establecía un pensamiento en su pequeño ser.
«I axho t'lthe clo», formuló en silencio mientras desprendía un aura azulina cubriéndola completamente.
CORTE DEL INVIERNO.
Caída de Amarantha.
La gente gritaba de alegría, pero ella solo podía ver la repulsión en sus rostros tan solo cruzaban su mirada. Ella no pretendía siquiera mantenerse en esa cueva, con suerte, aprovechando el dulce clima helado, construía una casa más lejos para disfrutar su nueva libertad. Aingeal tomó las cosas que había logrado juntar en esos momentos de agonía, calzó sus pies en aquel arrugado cuero destrozado, abrigó sus brazos con lo primero que encontró para luego tomar a su dragón quien insistía en caminar por su cuenta hasta la salida donde habían evitado a la pareja de albinos.
Podía oírlos, aquella mujer, hablaba de ella.
──Ella llegó sola a la cueva, estaba herida Kallias ──la mujer de hebras plateadas hablaba con él a susurros, pero la joven podía oírlos mientras acariciaba aquel bulto escondido entre su ropa.
«Los Terragon escuchan, nunca callan», le dijo una versión femenina de su padre, ella no pretendía quedarse allí o hacerle compañía a seres tan enfermos como ignorantes, ella deseaba su libertad. Y la obtendría costara lo que costara.
── ¿A dónde vas? ──la voz de Viviane la mantuvo cautiva, ya no ──. ¡Por favor, espera!
Ella no se detuvo, siguió dando pasos en la profunda claridad reconocida como nieve, y aun más cuando era lo único que notaba a kilómetros. Sintió unas manos detenerla con algo de fuerza, ni siquiera se dio vuelta para saber que era un hombre quién le detenía.
──He dicho, gracias.
──A mí esposa si ──estableció sereno ──. Ni siquiera yo te he visto.
── ¿Y planea dejarme en un repertorio? ──ella preguntó.
── ¿Así le dices a tu hogar? ──el hombre albino la cuestionó, intentando persuadir su instinto defensivo.
Mala idea. La muchacha carcajeo con fuerza.
── ¿Hogar? ──se dio la vuelta mientras dejaba libre a ese lagarto al cual los faes le tendrían miedo ──. ¿Tú le dices hogar a una cueva, a un castillo lleno de lujos? ¿Le dices hogar a un montón de excusas para decir que has sobrevivido a un montón de dolor? ──ella se volteó hacia el ──. Repíteme la pregunta, ¿tú crees que a eso se le llama siquiera casa?
Kallias le observó con tal atención que pretendía entender a la joven que tenía a su delante, cosa que era más difícil porque no lograba convencerla con palabras justas, ella parecía estar atrapada en su propio témpano. Sin saber que responder dedujo que algo insignificantemente pequeño y brillante habitaba en su interior. Dirigió su vista hacia el pequeño animal, lejos de tener intentó acercarse al notar que el propio no parecía tenerle medio.
──No se acerque a él.
Kallias la miró.
── ¿Cómo se llama? ──insistió con curiosidad.
──Claramente no como tú.
── ¡Oye! ──Viviane los había alcanzado, se colocó al lado de su compañero y sonrió ──. Venga, cuéntale, te aseguro que debajo de esta apariencia encontrarás un copo de nieve.
──Viviane ──le llamó el contrario sintiendo sus orejas calentarse por la vergüenza.
──Lo dudo, considerando que usted es una anémona.
Viviane se cruzó de brazos inflando las mejillas, fingiendo enojo.
──Anda, se buena niña, el te entenderá.
──Usted salió del mismo lugar de él, ¿verdad? ──la miró de arriba a abajo.
── ¡Oye! ──hizo un puchero ──. Habíamos dicho que serías más...
──No, usted quiere que yo sea amable con alguien que no conozco.
Kallias las observaba atentamente a ambas, sin embargo, dirigió su mirada por un leve momento a la mujer con la que se casaría. Ambos faes se miraban con amor, aunque la chica solo cargó con determinación a su amigo para avanzar aun más por aquel camino escarpado.
── ¿No vas a decirme tu nombre? ──Kallias volvió a detenerla, ella se giró para encontrarse cara a cara con su vista azulina.
──Aingeal.
«Aun atrapado es insoportable, pobre mujer la que tuvo que soportar a este tipo», pensó la joven mientras sonreía observando el camino seguida de una emoción interna.
A partir de ahora comenzaba su aventura.
── ¡Espera! ──esta vez fue Kallias quien la detuvo, de nuevo.
O quizás no.
── ¿Y ahora que quieres extraño? ──le preguntó curiosa aunque demasiado seria para ser una niña.
──Aingeal.
── ¿Qué?
──Déjame ayudarte.
Ella dudó.
── ¿Cómo?
Kallias se acercó a ella colocándose de rodillas, el pequeño dragón también asomándose recibió una leve caricia.
──Dándote un hogar.
──Lyutö ──dijo en un susurro
«Lyutö», le había dicho una vez el chico ciego, sin embargo, ella nunca sería capaz de repetir muchas veces aquella palabra.
── ¿Qué significa eso? ──preguntó Viviane.
──Si me agradaras, te lo diría.
Kallias al oírla supo perfectamente lo que ocurriría, por lo tanto decidió caminar al lado de ambas mujeres para volver rumbo a su hogar.
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