༺Capítulo 19༻

━────༺ LUZ༻────━














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Sus ojos oscuros se encontraron con los míos en medio de la penumbra. Eran tan intensos, tan insondables, que sentí cómo una descarga eléctrica me recorría desde los talones hasta el cuero cabelludo, helándome la sangre y quemándome la piel al mismo tiempo. No podía apartar la mirada, atrapada en ese abismo oscuro que parecía decir todo y nada a la vez.

Pero entonces mis ojos... bajaron.

Sin querer.

O queriendo.

Mi mirada descendió lentamente por su rostro, donde las sombras y la tenue luz de las velas esculpían cada línea con un detalle casi reverencial. Su expresión, endurecida y a la vez melancólica, parecía cincelada entre penumbra y claridad. Luego mis ojos bajaron a su cuello, donde algunas gotas de agua aún resbalaban con pereza, siguiendo caminos invisibles hasta perderse en su piel.

Y entonces, su pecho.

Amplio, firme, marcado por cicatrices antiguas que contaban historias que nunca había escuchado de sus labios. Pero lo que me dejó sin aliento fueron esos tatuajes... los mismos que, una vez sin querer, me había mostrado en la cocina, aquella ocasión en que me sorprendió lamiendo un plato y creí que moriría de la vergüenza. Trazos oscuros, negros como la tinta de un antiguo hechizo, se enroscaban en remolinos desde su cuello, descendiendo como sombras vivas sobre su piel tostada, abrazando músculos esculpidos a base de batallas y años de entrenamiento.

La luz de las velas, colocadas con una intención demasiado precisa, acariciaba su piel como si también entendieran que aquello que iluminaban no debía contemplarse impunemente. Cada destello parecía rendirse ante la gravedad de su presencia, resaltando cada línea, cada gota de agua, cada detalle... como una advertencia y una invitación al mismo tiempo.

Las gotas resbalaban por su torso tostado, siguiendo caminos imposibles de ignorar. Y mis ojos siguieron, curiosos, temblorosos... hasta que lo vi.

Hasta que vi eso.

La desnudez entre sus piernas.

La perfección brutal y desvergonzada que jamás imaginé presenciar, menos aún en esas circunstancias.

El tiempo pareció detenerse.

Azriel también lo notó. Y cuando nuestros ojos volvieron a encontrarse, él se dio cuenta. Demasiado tarde.

Su rostro —tan controlado, tan impenetrable siempre— se tiñó de un rojo oscuro.

—Mierda... —gruñó, una de sus alas lo cubrió.

—¡Ahhh! —grité, cubriéndome los ojos con ambas manos, sintiendo cómo el calor se me subía desde el pecho hasta las orejas. Me giré de golpe, tropezando conmigo misma, refugiándome en una esquina como si las sombras pudieran borrarlo de mi memoria. —¡Dios santo! ¡Todavía lo veo! —me lamenté, apretando los párpados con fuerza mientras intentaba borrar la imagen de aquel... descarado bulto que se había grabado en mi retina como una marca imborrable.

Mi corazón palpitaba con fuerza, y una parte de mí, avergonzada y traidora, ardía de algo que no podía —o no quería— nombrar.

Y entonces un pensamiento cruzó como un rayo por mi cabeza, que agradecí tener en ese momento.

Azriel.

Azriel no estaba en la Corte Verano. Rhysand lo había enviado de regreso a... Velaris.

Me giré con brusquedad, y para mi alivio —y mi desgracia— Azriel ya se había cubierto con una toalla que apenas lograba ocultar la evidencia de mi atrevimiento visual.

Pero la tensión seguía ahí.
Viva.
Latente.
Como una cuerda a punto de romperse.

Se acercó rápido, con pasos decididos, su expresión era indescifrable... y sus alas plegadas detrás de él se movían como sombras vivas a cada paso que daba, ondulando con un silencio amenazante. Sentí el impulso de detenerlo, de frenarlo antes de que el torbellino emocional que traía arrasara con lo poco que aún entendía.

—Por favor, dime que no estoy en Velaris... dime que... —susurré con urgencia, alzando una mano por puro instinto, un gesto simple, casi tembloroso, como si pudiera bastar para detenerlo.

Pero no lo hizo.

En lugar de retroceder, Azriel tomó mi mano con firmeza y la atrajo hacia él, rompiendo el espacio entre nosotros con una rapidez que me robó el aliento. Me alzó apenas, lo justo para quedar envuelta por sus brazos. Su abrazo fue tan inesperado como abrasador, apretando mi caja torácica con una fuerza, casi desesperada. Dejé de sentir el suelo.

Su rostro se hundió en el hueco de mi cuello, su respiración cálida chocando con mi piel aún sensible. El contacto de su piel húmeda contra la mía me erizó al instante, como si cada gota de agua que él arrastraba se deslizara ahora sobre mi cuerpo también, como si lo que nos separaba se hubiera disuelto con ese solo roce.

Podía sentirlo inhalar, como si tratara de memorizar mi esencia, como si necesitara confirmar que era real, que yo estaba allí, viva, entre sus brazos.

—Azriel... —mi voz salió quebrada, casi inaudible. No sabía qué decir, no entendía por qué mi corazón palpitaba con tanta fuerza, como si estuviera atrapado entre el miedo y algo mucho más profundo.

—Lo lamento... —murmuró contra mi piel—. Lo lamento tanto...

Su voz fue un eco cargado de culpa, y a la vez un ancla. Su abrazo se intensificó, cada segundo más estrecho, más apremiante. Pude sentir cada fibra de su cuerpo contra el mío... su dureza, su calor, su fuerza, contrastando con la fragilidad que sentía en ese momento. Era como si quisiera fundirse conmigo, como si abrazarme fuera su forma de no perderse por completo.

Sus alas se cerraron a nuestro alrededor como un capullo de sombras y calor, un refugio improvisado en medio de la tensión. Ese abrazo... fue diferente. Tan real, tan profundo, tan abrumador, que por un instante olvidé dónde estaba, quién era, o por qué mi pecho dolía tanto al corresponderlo. Pero había algo más allí. Dolor. Culpa. Lo sentía en la forma en que sus brazos se aferraban a mí, como si temiera soltarme.

El sonido de unos suaves toques contra la puerta nos hizo tensarnos. Azriel no se apartó de golpe ni con brusquedad. Se separó de mí con lentitud, como si se negara a romper el contacto demasiado rápido. Sus alas descendieron despacio, y sus ojos... sus malditos ojos me buscaron en la penumbra, ladeando apenas la cabeza para verme mejor bajo la luz tenue de las velas.

Otro toque, apenas un roce contra la madera, y una voz femenina se filtró por la estancia.

—Az... ¿ya estás mejor? —era Lyra.

La voz hizo que un escalofrío me recorriera. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Quise retroceder, pero no aparté la mirada de Azriel. Y él... él no desvió los ojos de mí ni un segundo. Era como si nada más en ese momento existiera. Como si aquella puerta, aquella voz y aquel mundo fueran detalles lejanos.

—Sí, ya estoy mejor —respondió él con una voz tan fría, tan contenida, que me sorprendió. Contradecía por completo la calidez que aún sentía en su abrazo de hace unos segundos.

El picaporte se movió, y mi corazón se detuvo.

—¿Puedo pasar? Sé que te hará sentir mejor...

—No, no, no... —murmuré para mí, casi en un hilo de voz. Entré en pánico. Pero él... Azriel sólo me miró, ladeando apenas una sonrisa que parecía disfrutar de mi nerviosismo.

—No, estoy bien, Lyra. Te veré después —su voz fue una estocada helada, tan cortante que juraría haber sentido el aire de la habitación enfriarse.

Desde donde estaba, vi cómo el picaporte se detenía. El silencio se estiró apenas un segundo, y después la voz de Lyra llegó más apagada.

—Está bien... te veré después...

El sonido de su suspiro me heló la piel. Luego, sus pasos se alejaron hasta desvanecerse.

El alivio llegó como una ola, aunque aún me sentía con el cuerpo tenso y la garganta seca. No sabía cómo explicarle a Azriel qué demonios hacía en su habitación, menos aún cómo había llegado hasta allí. El silencio entre ambos fue denso, espeso... Yo me moví despacio hacia el lado opuesto de la estancia, sin dejar de mirarlo, pero incapaz de descifrar esa expresión suya.

Había algo en su mirada que me desarmaba. Un sentimiento extraño, desconocido, que se me aferraba al pecho y me hacía difícil respirar.

Y Azriel... simplemente seguía observándome.

—Bueno... creo que fue mi error... —murmuré, jugueteando con mis dedos, incapaz de sostenerle la mirada—. Pensé que era la habitación de Rhysand.

Azriel alzó una ceja, su expresión entre divertida y desconfiada. Se recargó en la pared, cruzándose de brazos.

—¿Así que querías robarle a mi lord? —preguntó con sorna.

—No —negué de inmediato.

—¿Entonces? —insistió, ladeando la cabeza.

—Quería... escuchar una conversación, ¿bien? —resoplé con fastidio al apartar un mechón de cabello que me caía sobre la cara, soplándolo con un pequeño bufido.

—¿Tu intento de espía falló? —Azriel sonrió apenas, divertido por mi incomodidad.

Hice una mueca, irritada por su burla.

—Así es —admití con un suspiro—. Mi intento de ser espía fracasó y ahora estoy atrapada contigo en este baño. Necesito regresar a la Corte Verano antes de que tu lord y los demás lords me encierren en un calabozo.

Me dirigí a la puerta, pero Azriel me sujetó de la muñeca, deteniéndome. Su agarre no fue brusco, sino más bien... tembloroso.

—Pensé que estabas muerta... yo... yo... —su voz se quebró un instante.

Lo miré de reojo, evitando dejarme atrapar por ese tono suyo.

—¿Me estuviste buscando? —pregunté en voz baja, aunque en realidad ya lo sabía. Rhysand me lo había contado todo.

Azriel se quedó en silencio un par de segundos, como debatiéndose consigo mismo.

—Mm... sí —murmuró al fin, soltando mi muñeca con una lentitud cargada de significado. Sus manos, marcadas por viejas cicatrices, se apoyaron en su cadera mientras su mirada se perdía, sombría, en algún punto invisible del suelo—. Te buscamos por toda la Corte... día y noche. No dejé un maldito rincón sin revisar. Mandé a mis hombres a rastrear hasta los rincones más oscuros de la ciudad... e incluso... —hizo una pausa, y su voz se quebró apenas—. Incluso los niños te buscaron. Pequeños ilyrios... revisando entre las piedras, mirando al cielo, llamando tu nombre.

Sentí mi corazón contraerse de golpe, como si unas manos invisibles lo apretaran. Azriel... me había buscado como un condenado, como un hombre que se estaba rompiendo en el proceso.

—¿Niños? —pregunté, mi voz temblando, al borde de las lágrimas.

Azriel bajó la mirada un instante, y una pequeña sonrisa melancólica curvó sus labios.

—Sí... —asintió suavemente—. Los niños ilyrios querían ayudarme. Decían que no soportaban verme triste... —rió, apenas, un sonido breve y herido.

—Niños... —repetí, con ternura, como si la palabra fuese una bendición caída del cielo—. Me buscaron...

—Claro que sí... aunque no lo creas, esos pequeños son mis confidentes. —Su expresión se ablandó por un momento, pero luego frunció el ceño, la duda instalándose de nuevo—. Pero... ¿dónde estuviste?

Tragué saliva, acomodando las palabras en mi mente.

—Bueno... me escondí —confesé en un susurro—. En el bosque... sobreviví como pude. Intenté usar mis poderes, pero...

Azriel me miró de golpe, sus ojos oscureciéndose, brillando, pero no de emoción. Por un segundo, su respiración se detuvo. El peso de todo lo no dicho, de los días y noches que ambos habíamos cargado en silencio, cayó entre nosotros.

—Tuve mi primera pelea —dije, tratando de sonar orgullosa pero nerviosa, jugando con las puntas de mi cabello, enredándolo entre mis dedos —con... con... un puca —Aunque en realidad, si no fuera por mis poderes, habría acabado dentro del estómago de esa criatura.

Azriel frunció el ceño.

—¿Tú... mataste a esa cosa?

—¿A quién? —pregunté distraída.

Azriel resopló, cansado de mi evasión.

—Al puca. ¿Tú lo mataste? ¿Cómo demonios lo lograste...?

—Bueno —me encogí de hombros—, cuando te echan a tu suerte de la forma más cruel, solo te queda sobrevivir a toda costa.

Azriel parpadeó varias veces, procesando mis palabras, y después bajó la mirada.

—Pero sobreviví... y fue gracias a Newt.

—¿Newt? —repitió confundido, hasta que la comprensión le llegó de golpe—. Ah... claro... tu príncipe.

Lo dijo como un susurro cargado de desdén. Fue entonces que sus sombras, que se habían mantenido ocultas hasta ese momento, emergieron. Oscuras, etéreas, empezaron a deslizarse alrededor de él como serpientes, vibrando por su incomodidad. No me había dado cuenta de su presencia hasta que sentí cómo el ambiente se volvía más denso y las voces comenzaron a susurrar, suaves y antiguas:

"Has vuelto... Anna..."

"Anna..."

"Querida niña"

Me estremecí, y levanté tímidamente una mano en señal de saludo.

—Hola —murmuré, apenas audible.

Pero Azriel seguía ahí, esperando que continuara.

—Bueno... él me rescató antes de que me creyera el engaño. —Sonreí, no de diversión, sino de pura ironía—. Esa cosa... se transformó en ti. Pensé que eras tú, hasta que Newt me ayudó a ver su verdadera forma.

Azriel frunció el ceño.
—Espera... ¿el puca se convirtió en mí? ¿Cómo... cómo se mostró?

—Pues... eras tú. —Me encogí de hombros, bajando la mirada—. Me mostró que estabas vivo, que las heridas que te habían provocado ya no estaban... Me hizo creer que estabas a salvo. Me abrazaste... bueno, esa cosa lo hizo —sentí un escalofrío recorrerme al recordarlo y me sacudí rápido, como si pudiera borrar esa sensación pegajosa de encima—. Me decía que todo iba a estar bien. Pero... no era cierto.

Azriel se quedó callado, la mandíbula tensa, como si procesara la información.
—Esa maldita cosa... —murmuró para sí—. Nos estaba espiando. —Alzó la mirada y sus ojos castaños me escanearon con intensidad—. ¿Y qué hacía Newt en ese lugar?

—No me digas que ahora vas a desconfiar de él... —solté un bufido, cruzándome de brazos.

—Claro que voy a desconfiar —dijo Azriel sin titubear—. Puede ser que...

—No lo digas. —Levanté una mano, interrumpiéndolo—. No voy a permitir que hables de esa manera de él.

—No me digas que de verdad caíste en sus mentiras. —La voz de Azriel sonó dura, casi afilada—. Seguro te dijo que era un simple campesino de la corte... y resultó ser un maldito príncipe de la Corte de Otoño.

—Por supuesto que no... —respondí de inmediato, aunque hasta para mí sonó débil.

Azriel me sostuvo la mirada, leyendo cada grieta de mi expresión.

—Anna, no soy idiota. Sé reconocer cuando alguien está luchando contra una verdad recién revelada. Pude verlo en tu rostro... esa sorpresa, esa decepción que intentas esconder.

Sentí cómo algo dentro de mí se desmoronaba, como si una antigua barrera se deshiciera en silencio, liberando una marea de emociones que había contenido durante demasiado tiempo.

—Pues sí. Es verdad. —No me detuve a pensarlo, simplemente lo escupí. La rabia, el orgullo herido y todo lo que jamás había dicho se agolparon en mi garganta y salieron disparados—. Pero él hizo más por mí que cualquiera de ustedes juntos. Así que sí... le voy a creer. En todo. Me diga lo que me diga.

Azriel dejó escapar una risa breve, seca, sin humor.

—Eres muy ingenua... —musitó, sin molestarse en suavizar el golpe—. De verdad crees que aquí todos pueden ser tus amigos. Pero no, Anna. Tienes que aprender algo si piensas sobrevivir en este mundo: hasta tu propia familia puede apuñalarte por la espalda. Y más en un lugar como este, que no conoces, donde las mentiras son la moneda más usada.

Me quedé en silencio. Cada palabra suya era una herida nueva, pero no podía refutarlo. Porque tenía razón. Newt ya me había mentido antes... y aunque yo quisiera aferrarme a la idea de que esta vez era distinto, ni siquiera sabía qué era real a estas alturas. Sentí mi cabeza inclinarse sin quererlo, el peso de la verdad, de la desilusión, aplastándome los hombros. Apenas podía sostener la mirada.

—No sabes lo que dices... —murmuró al fin, su voz más baja, como si la dureza inicial se le hubiese resquebrajado por un instante—. Y mucho menos puedes darte el lujo de confiar en criaturas como nosotros.

Lo vi avanzar un paso hacia mí. La tenue luz de las velas recortaba las líneas de su rostro, endureciendo sus facciones, pero sus ojos... sus ojos hablaban de algo más que advertencias.
—En un mundo desconocido como este, Anna, estás en peligro. Todo el tiempo. Incluso... —titubeó apenas, su mandíbula tensándose— incluso aquí, conmigo.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

—Necesito que tus ojos —se inclinó levemente hacia mí, su cercanía envolvente, las sombras a su alrededor agitándose como si escucharan también— estén siempre abiertos. No bajes la guardia por nadie. Desconfía de todos. Y sobre todo... confía en tu instinto. Eso es lo único que vas a tener cuando todo se venga abajo.

El peso de sus palabras se quedó flotando entre ambos, como una advertencia, pero también... como una confesión de que, tal vez, él mismo luchaba con sus propias sombras.

Hubo un largo silencio.

—Me alegra que estés con vida... —susurró al fin Azriel, y esa confesión inesperada me tomó por sorpresa—. Tú... salvaste la mía, gracias.

Una sonrisa frágil, casi imperceptible, se dibujó en mis labios... pero se desvaneció tan rápido que ni siquiera valía la pena sostenerla. Solté un leve suspiro y me dejé caer sobre una silla cercana, donde descansaban unas toallas finas y perfectamente dobladas. La textura suave del lino contrastaba con el peso áspero de los pensamientos que cargaba.

Y en ese instante, no pude evitarlo. Mi mente me arrastró de vuelta a esa noche. A esa maldita noche donde Azriel se moría... por mi culpa. Todo por mí. Lo vi tendido, bañado en su propia sangre, y sentí de nuevo ese mismo nudo en el estómago, la punzada de culpa perforándome desde dentro.

Sacudí la cabeza, como si con ese movimiento pudiera desterrar el recuerdo de una vez por todas. Desearía que desapareciera, que se desvaneciera como los otros fragmentos borrosos de mi memoria... que se convirtiera en una incógnita más en medio del caos.

El simple pensamiento de haber herido a alguien... de ser la causa de tanto dolor... me ahogaba. Jamás me había atrevido a levantar una mano contra nadie, y ahora cargar con esa culpa era como llevar una piedra al cuello que no me dejaba respirar.

Buscando desesperadamente escapar de aquella sensación, solté la primera pregunta que cruzó mi mente, sin pensarlo, sin medirla, como un disparo en la oscuridad.

—Así que... ¿le propinaste un golpe a tu Lord? —pregunté, la voz quebrándoseme en el último tramo, sin entender por qué demonios había soltado eso justo ahora.

Maldición.

Azriel entrecerró los ojos.

—¿Quién te lo dijo? —suspiró resignado—. Déjame adivinar... Rhysand.

—Sí —me apresuré a decir—. No me dio detalles. Solo me ofreció una disculpa... por lo que pasó esa noche.

Azriel se tensó.

—Espera... —dio un paso hacia mí—. ¿Rhys se disculpó contigo?

—Mmm... sí. ¿Eso es malo?

—Sí... digo, no. —Se pasó una mano por el rostro—. Quiero decir... jamás imaginé que Rhys se disculpara. Suele ser un poco...

—¿Orgulloso? —terminé por él.

—Exacto.

—Créeme, yo también me llevé una gran sorpresa —dije, acariciando una de esas toallas y dejando que su suavidad se deslizara entre mis dedos.

Azriel me escaneó de arriba abajo con la mirada, suspiró y cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra.

—Dijiste que querías espiar a Rhysand... —se cruzó de brazos, con una ceja apenas levantada—. ¿Cuál es el motivo?

Respiré hondo, dejando que el silencio se asentara entre nosotros como un viejo amigo incómodo. No tenía sentido guardarlo más. Así que, palabra tras palabra, le conté todo.

Le hablé de los fragmentos rotos de mi infancia... recuerdos que no encajaban, imágenes sueltas como hojas llevadas por un viento cruel. Pedazos de una historia que me pertenecía, pero que nunca me fue revelada del todo. Esta vez, supe que no podía saltarme nada. Porque las piezas faltantes no eran un lujo, sino la clave para entender quién soy... y qué podría pasar.

Le relaté cómo Rhys intentó abrirse paso en mi mente y fue rechazado de inmediato, como una chispa apagada por un vendaval. Le conté de Neren... de esa sombra viva que quiso devorar mi alma y que tampoco pudo. Del libro. Aquel maldito libro que parecía tener todas las respuestas y, sin embargo, dejaba más heridas abiertas que certezas.

Le confesé cómo enfrenté a dos Skraalith. Yo sola. Sin nadie más que mi miedo y mi voluntad aferrada a los huesos. Le hablé de mi caída... de los mundos extraños que vislumbré mientras caía entre dimensiones rotas, entre luces moribundas y sombras infinitas.

No omití nada.

Y Azriel... Azriel solo escuchaba.

Sus ojos, habitualmente indescifrables, se tornaron un espejo de emociones: asombro, miedo, admiración. Sus sombras, siempre inquietas, permanecían quietas, expectantes. Era como si en ese momento, yo estuviera contando las historias de mis grandes batallas a un niño ilyrio bajo las estrellas... solo que ese niño era Azriel, y en su mirada había una mezcla de respeto y terror. Como si acabara de comprender que, tal vez, yo era más de lo que todos suponían.

Y en parte, yo también lo estaba entendiendo.

Las gotas de agua en su piel ya se habían evaporado y su cabello, revuelto y desordenado, comenzaba a secarse. Sus alas se movían con una naturalidad elegante.

Le expliqué mi motivo para querer espiar: saber qué decían de mí, de esa cosa que habitaba en mi mente... y quizá, en mi alma.

Cuando terminé, Azriel tardó un par de segundos antes de responder.

—Bien... —dijo al fin, girando hacia la puerta y pasándose una mano por el cabello—. Yo te ayudo.

Me levanté de golpe, incrédula.

—¿Espera qué? No... no puedes ir allá.

Se detuvo, volviendo ligeramente la cabeza.

—Claro que puedo... —y siguió su camino.

—Por supuesto que no. Rhys te dio una orden, y fue que no te entrometieras.

Azriel sonrió de lado, una de esas sonrisas que te provocan ganas de golpearlo y abrazarlo al mismo tiempo.

—Bueno, Rhysand va a necesitar toda la ayuda posible... así que, diré que tú me buscaste.

—¡No! —solté, acercándome a él y bloqueándole el paso—. No me metas en eso.

Él se encogió de hombros con simpleza.

—Bueno entonces... tú tampoco te metas en mis decisiones.

—Azriel... no.

—Azriel... sí —se agachó apenas, hasta estar a mi altura. Una sombra traviesa en sus ojos. Y entonces, con la punta de su dedo, me dio un leve toque en la nariz, disfrutando descaradamente de mi frustración—. Ahora, me voy a cambiar... y creo que no quieres verme desnudo otra vez.

Con una sonrisa pícara, abrió las puertas de par en par, se detuvo un segundo para lanzarme una última mirada y las cerró tras de sí.

—Idiota... —murmuré, más para mí que para él, aunque sabía que me había escuchado.





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Azriel ya estaba listo, enfundado en su traje de cuero negro. Sus sifones azules brillaban con cada movimiento de su cuerpo, y esa elegancia letal suya... tan impecable como peligrosa... se volvía casi insoportable cuando se dirigía hacia mí. Mis manos estaban sudando, mi respiración algo errática, y mis piernas temblaban como si fueran de gelatina. No tenía idea de cuánto tiempo llevábamos hablando, pero lo que realmente me preocupaba era que Rhys y los demás ya hubieran notado mi ausencia.

—¿Lista? —preguntó con calma.

—No... —respondí con total sinceridad, tragando saliva.

—Bueno —sonrió apenas—, haz un portal directo a la Corte Verano, ¿bien?

—Bien... bien —repetí estirando las manos hacia la pared. Tomé aire y murmuré para mí—. ¿Qué tan difícil puede ser? Concéntrate, Anna... eres una mujer inteligente...

Elevé mis brazos, intentando invocar la energía adecuada.

—Mi cuarto... mi cuarto, no un baño con alguien dentro... —me advertí en voz baja, pero podía sentir los ojos de Azriel sobre mí, y eso solo empeoraba las cosas.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Cállate... me desconcentras... —le espeté, sin mirarlo.

Azriel solo alzó las manos en señal de paz, dejando que continuara.

La energía finalmente respondió, burbujeando en el aire como electricidad viva. Un portal se abrió, chispeando, con ese brillo hipnótico que siempre me parecía tan hermoso. Cuando la luz se estabilizó, Azriel y yo intercambiamos una mirada.

—¿Estás segura de que es la Corte Verano? —preguntó, arqueando una ceja.

—Claro... claro que sí... —mentí sin demasiada convicción.

Azriel suspiró, resignado, y negó levemente con la cabeza.

—Bueno... ¿qué esperamos? Entremos.

Pero antes de que pudiera dar un paso, escuché su voz de nuevo.

—Anna...

Me detuve, dándome la vuelta.

—¿Ahora qué? —pregunté, exasperada.

Vi cómo Azriel sacaba algo de su cinturón de cuero, algo pequeño que ocultó entre sus manos. Caminó hacia mí y extendió la mano. En su palma colgaba una cadena... y, al deslizarse, dejó caer un objeto metálico, dorado, hermoso, brillante incluso bajo la tenue luz del portal.

Mi reloj de bolsillo.

—¿Pero... cómo...? —pregunté, tomando el reloj entre mis dedos, tocándolo con una delicadeza que ni yo reconocía en mí.

—Lo encontré en el bosque... —respondió él en voz baja—. Así que lo guardé. Como un tesoro.

Mi pecho se encogió. Pero entonces, sin pensarlo, solté:

—Es imposible... Yo... se lo vi a Lyra. Creí que se lo habías dado a ella.

Azriel frunció el ceño.

—¿Qué...?

—Te vi —dije antes de poder detenerme—. En el balcón con ella... totalmente desnudos... y la vi con mi reloj colgando de su cuello, antes de que Newt se alocara y nos tirara a ambos de un precipicio.

Me colgué el reloj de nuevo al cuello, apartando la mirada.

Azriel parpadeó, claramente confundido.

—Espera... ¿qué? ¿Cuándo me viste desnudo...? ¿Y te caíste de un precipicio, Anna?

—No... no, ¿cómo crees? —intenté remediar torpemente—. Solo era... una lección.

—¿Una qué? —me miró furioso, sus sombras agitando el aire a su alrededor.

—Creo que estamos perdiendo mucho tiempo —Me apresuré a decir, señalando el portal, dejando claro que lo único que quería en ese momento era esquivar esa conversación.—. ¿Nos vamos?

Azriel cerró los ojos un momento, apretando las manos. El cuero de sus guantes crujió al hacerlo.

—Vámonos... —murmuró finalmente.

Y juntos, cruzamos el portal.





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Azriel fue el primero en cruzar el portal. Lo vi desaparecer entre las chispas danzantes y, justo antes de que su silueta se desvaneciera, noté el peso de sus armas sobre la espalda. Dagas, y aquella espada que parecía absorber la luz misma. Por un instante, me pregunté si todo aquello era una buena idea.

Parecía que iba a la guerra, y no estaba segura de si portar armamento en este plano tenía las mismas consecuencias que en el mío. Las leyes aquí eran distintas, inconstantes... y temía que Rhysand lo castigara por desobedecer o, peor aún, que ese acto dejara cicatrices en su vínculo o en su lealtad.

Pero entonces, Azriel se giró desde el otro lado del portal, su expresión apenas suavizada por la tenue luz azulada. Me extendió la mano, como para invitarme a pasar sin caer. Era un gesto simple, pero significante para mí. No sabía que Azriel hacía cosas así. Y, sin pensarlo, coloqué mi mano en la suya. Él me sostuvo con firmeza, y cuando sintió mi agarre, apretó ligeramente, un leve recordatorio de que estaba ahí.

Crucé.

El portal se cerró a mis espaldas con un leve zumbido eléctrico, y ambos bajamos nuestras manos casi al mismo tiempo. El aire cambió de inmediato. La oscuridad se apoderó de la habitación, cubriéndolo todo como una sábana densa y pesada. Solo una vela permanecía encendida sobre el tocador, lanzando una llama temblorosa que iluminaba apenas el contorno de los muebles.

Miré a mi alrededor, reconociendo de inmediato el lugar. Sí... era mi habitación asignada en la Corte Verano. La brisa del mar entraba por la ventana abierta, trayendo consigo un aroma salado y una frescura tibia que rozaba mi piel, pero había algo más en el ambiente... algo denso, opresivo. Y Azriel también lo sintió.

Sus sombras se agitaron alrededor de su cuerpo como un enjambre inquieto. Sin previo aviso, me tomó por los hombros y me hizo a un lado con rapidez. Yo apenas alcancé a comprender qué ocurría cuando él ya había desenfundado una de sus dagas y la lanzó con precisión impecable hacia una figura apenas visible junto a la chimenea.

El ser que estaba allí, sentado en una butaca, desprendía un aura oscura, cargada de poder antiguo y peligroso. En ese instante, las llamas de la chimenea se encendieron con violencia, iluminando la estancia con un resplandor dorado y abrazador que me hizo retroceder, cubriéndome los ojos.

Cuando logré enfocar la vista, el filo de la daga de Azriel se había detenido a escasos centímetros del ojo izquierdo de Rhysand.

Rhysand, impasible como una estatua tallada, sostenía la daga suspendida en el aire con su magia. Sus ojos violáceos resplandecían con una mezcla deliciosa y aterradora de advertencia y diversión cruel. Con un simple y elegante gesto de sus dedos, lanzó la daga de regreso con tal velocidad que apenas se percibió un destello plateado antes de que Azriel la atrapara a medio vuelo, a centímetros de su pecho. El sonido metálico resonó en la habitación, cortando el silencio.

Los ojos de Rhysand se clavaron en los míos, y por un segundo sentí que estaba a punto de evaporarme ahí mismo. Parpadeó lentamente, como un depredador antes de saltar sobre su presa.

—Me sorprende que no hayan pasado también a tomar el té con mi madre —murmuró Rhysand, incorporándose con una elegancia que debería estar penada por ley.

—Yo... puedo —alcancé a decir, levantando la mano, pero él alzó un solo dedo, en ese gesto universal de cállate o me encargaré de que te arrepientas de haber aprendido a hablar.

—Tengo que tranquilizarme... —empezó a decir, caminando de un lado a otro, respirando profundamente como si eso le sirviera de algo—. Tengo que tranquilizarme antes de aniquilarlos... a los dos.

Yo, tratando de apaciguar la situación y confiando en mis impecables conocimientos médicos, solté lo primero que se me vino a la cabeza.

—Si quieres... te puedo servir un poco de agua. Porque probablemente tengas sed, y de hecho —aclaré, alzando un dedo como si estuviera en una clase—, cuando una persona no se hidrata correctamente en ambientes con temperaturas elevadas, el cuerpo entra en un estado de desequilibrio hídrico. Eso reduce el volumen plasmático, altera la perfusión sanguínea y afecta no solo la capacidad circulatoria sino también el estado emocional, porque el hipotálamo se altera y...

Me callé cuando noté que tanto Azriel como Rhysand me miraban atónitos. Fue ese tipo de mirada que uno recibe cuando sueltas una disertación científica en medio de una pelea de bar.

Silencio. Largo. Incómodo. Las sombras de Azriel se arremolinaron a su alrededor como si intentaran cubrirse los oídos.

—Querida, Anna —dijo Rhysand, con una voz suave y amenazadora a partes iguales, tan calmada que me dio más miedo que sus gritos—. ¿De verdad crees... que estoy así por el calor de la Corte?

Yo asentí firmemente, porque, honestamente, mi razonamiento me parecía sólido.

—Pues no —bramó, señalándome con furia teatral—. Estoy así porque desapareciste de la Corte, te fuiste con Azriel, Newt te está buscando como lunático, y gracias al Caldero bendito que Cassian está entreteniendo a Tarquin para que no se dé cuenta de tu brillante ausencia.

Me quedé muy quieta, abrazando mi reloj de bolsillo, sonrojada hasta las orejas.

—Pero igual te puedo conseguir el vaso de agua —dije en voz baja.

Rhysand rodó los ojos, visiblemente exasperado, y lo mejor que pudo articular fue:

—Está bien... hazlo.

No esperé a que lo repitiera. Fui directo a mi mesita, buscando el jarrón de agua como si mi vida dependiera de ello, cuando de pronto la puerta se abrió de golpe con tal fuerza que la vela parpadeó.

—¡Rhys! —gritó Newt entrando, despeinado, con el abrigo torcido y la respiración agitada—. No está... la busqué por todo el castillo... hasta en los establos, incluso debajo de la mesa de juegos... pero no...

Se quedó de piedra al verme ahí, de pie, como si hubiera brotado del suelo. Solo alcé la mano para saludarlo como si fuera lo más normal del mundo.

—Con un demonio... ¡Anna! —espetó Newt, y antes de que pudiera decir nada, se plantó frente a mí, me tomó por los hombros y me sacudió un poco. Su rostro estaba rojo como un tomate al vapor y las venas de sus brazos parecían cuerdas tensas. —¡Maldita sea, Anna! Te estaba buscando por todos lados, ¿dónde carajos estabas?

—Bueno... yo... —intenté balbucear, pero Azriel, con su tono grave y tan práctico como siempre, intervino.

—Estaba conmigo —dijo sin más.

Newt me miró, confundido, como si tratara de resolver una ecuación imposible. Y yo tampoco podía confesar que había ido a espiarlos como una chismosa de primera, así que decidí improvisar una mentirita científica.

—Bueno... Azriel puede ser la pieza esencial —solté de pronto.

—¿En serio? —susurró Azriel, una ligera arruga marcándose entre sus cejas mientras la confusión cruzaba su rostro.

El silencio se abatió de golpe sobre la habitación. Tres pares de ojos se clavaron en mí, expectantes, aguardando que terminara esa idea que ni yo misma sabía hacia dónde conducía. Solo quería proteger a Azriel, apartarlo de cualquier castigo que pudieran imponerle por su desobediencia... hasta que, de pronto, algo encajó en mi mente. Como una pieza olvidada hallando su lugar en medio del rompecabezas, la primera de muchas.

—¡Sí! —grité, como si acabara de descubrir una cura—. Lo único raro y extraño de todo esto... es que Rhysand no puede entrar en mi mente. Neren tampoco lo ha logrado. Nadie ha podido afectarme... ni la magia de ese hechicero de la taberna. Pero lo único que sí he recibido de este mundo, lo único constante... son las sombras de Azriel.

Azriel frunció el ceño, Newt parecía más perdido que antes, y Rhysand ya estaba cruzado de brazos, atento.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Newt, dirigiendo la mirada a Rhysand en busca de ayuda, pero Rhys estaba demasiado ocupado analizando cada palabra que decía.

—Si las sombras de Azriel pueden interactuar conmigo... si logran llegar a mí cuando nada más lo hace... entonces tal vez... —me acerqué a Rhysand—. Tal vez eso significa que una parte de mi alma está conectada a ellas. Tú mismo lo viste, Rhys. Mi alma está revuelta de sombras... y es ahí donde se oculta esa mujer. Lo que necesito es espiar... espiar a través de las sombras de Azriel, entrar en mi propia alma para poder encontrar a esa criatura.

Por primera vez en mucho tiempo, Rhysand abrió los ojos con auténtico desconcierto. Pude ver cómo las piezas encajaban en su mente, una tras otra, como engranajes bien engrasados.

—Por algo aparecí en Velaris —proseguí—. No es que no controle mi poder... o tal vez sí, pero la cuestión es que alguien más está alterando mis portales. Alguien no quiere que me vaya de este lugar... o alguien quiere que llegue a algún sitio específico. Y no es casualidad que pueda escuchar las sombras de Azriel. Puedo ver algo más. Hay algo más.

Un silencio absoluto llenó la habitación. Incluso las llamas de la chimenea parecieron contener el aliento.

Azriel fue el primero en romper el silencio.

—Tiene sentido —murmuró, su voz grave apenas un susurro—. Mis sombras... suelen comunicarse contigo. A veces me hablan de ti cuando no deberían... y en ocasiones, no logro escucharlas cuando están cerca de ti. Es como si... reconocieran algo suyo dentro de ti.

Sus ojos, oscuros y profundos como la misma noche, se clavaron en los míos, como si intentara descifrar un misterio que había pasado por alto demasiado tiempo.

—Es como si una parte de su esencia —continuó, más para sí mismo que para los demás— ya viviera en ti.

Rhysand frunció el ceño y cruzó los brazos.

—¿Y por qué demonios nadie me había dicho esto antes? —masculló, rodando los ojos.

—Porque hasta ahora no tenía sentido —respondió Azriel sin apartar su mirada de mí—. Hasta ahora.

Rhysand se pasó una mano por la boca, meditando.

—Tienes razón —admitió finalmente, su voz baja y cargada de tensión—. Esa cosa oculta muy bien la mente de Anna y su alma... usando sombras. Es brillante, maldita sea.

—Sí, sí —asentí rápidamente, señalando a Azriel—. Así que... necesitamos a Azriel. Bueno, a sus sombras.

Pero entonces, mis ojos se posaron en el libro. Aquel libro que Rhysand había traído de la biblioteca y que ahora reposaba, con una delicadeza inquietante, sobre una mesita junto al ventanal. Una corriente helada recorrió mi espalda, erizándome la piel. Porque la escuché.

"Bien hecho, mi niña."
"Toma el libro."
"Tómalo."

La voz no era un susurro cualquiera. Era femenina, aterciopelada, con un tono sensual y venenoso que se colaba en mis oídos como una caricia oscura. No eran las sombras de Azriel, no... esto era otra cosa. Algo mucho más antiguo. Más peligroso.

Mis manos comenzaron a moverse por sí solas, guiadas por una voluntad ajena. Me acerqué al libro, como si un hilo invisible se atara a mis dedos y me arrastrara hacia él. Mi respiración se volvió errática, los latidos en mis sienes retumbaban como tambores de guerra. Sabía que no debía tocarlo. Sabía que algo esperaría el momento en que mis dedos rozaran esas cubiertas gastadas. Y aún así... no podía detenerme.

Lo tomé, el peso de sus cubiertas antiguas era mayor del que recordaba, y empecé a hojear página tras página. Como era de esperarse, todas en blanco... desafiantes, mudas, burlonas. Pasé una tras otra con rapidez, hasta que... una página se detuvo bajo mis dedos.

Y ahí estaba.

La misma imagen que me había arrancado el aliento la primera vez. Esa figura femenina con los ojos vendados, una balanza antigua en sus manos, y la silueta oscura proyectada a su espalda como una sombra viva. Pero esta vez... los ojos destellaron. Un verde intenso, sobrenatural, que vibró como brasas a punto de incendiarse.

Solté el libro de golpe y grité. El sonido fue desgarrador, involuntario.

—¡Anna! —Newt apareció de inmediato, tomándome de los hombros—. ¿Estás bien? ¿Qué pasó?

Respiré agitadamente, luchando por encontrar palabras.

—S-sí... estoy bien, pero... ahí... ahí está.

—¿Quién? —preguntó Azriel, alerta, sus sombras revoloteando a su alrededor como aves inquietas.

Antes de que pudiera responder, Rhysand recogió el libro del suelo. Lo sostuvo con cuidado, sus dedos pasando por el borde de la página maldita. Sus pupilas se dilataron y su respiración se volvió tensa. Una lenta sonrisa, oscura y peligrosa, curvó sus labios.

—No está huyendo... —murmuró sin apartar la vista de la silueta en la ilustración—. Nos está invitando.

Sentí cómo mi corazón golpeaba con tal fuerza que cada latido retumbaba en mi cabeza, anunciando algo que aún no comprendía. Un miedo ancestral, visceral, me heló las venas. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué quería de mí? ¿Por qué habitaba en los rincones de mi mente como un parásito invisible? ¿Y por qué ahora... nos estaba llamando?

Solo sabía que esto... ya no era un juego.

Pero, algo más paso.

El libro comenzó a sangrar.

Gotas espesas, oscuras y carmesí, resbalaron desde las páginas abiertas y salpicaron el suelo de mármol con un sonido hueco y húmedo. No era tinta... no era agua... era sangre. Sangre fresca. La habitación pareció quedarse sin aire por un instante, y yo apenas conseguí tragar saliva.

—R-Rhys... —murmuré, con la voz temblorosa—. ¿Por qué... por qué está sangrando?

Pero Rhysand no respondió.

Seguía allí, de pie junto a la mesa, los ojos fijos en la imagen que reposaba en la hoja manchada. Era como si memorizara cada línea, cada trazo antiguo, cada sombra y cada detalle de esos ojos verdes que brillaban en todo su esplendor, como si el libro fuera un espejo en donde esa criatura nos vigilaba. Su expresión era una mezcla de concentración y oscura fascinación, como si aquello lo estuviera desafiando... tentando.

Finalmente, sin una palabra, dejo el libro en la mesita y se dirigió hacia la ventana, metiendo las manos en los bolsillos, la mirada perdida en el horizonte nocturno de la corte verano.

Quedamos todos en silencio.

El libro seguía abierto, abandonado sobre la mesa, como una herida sangrante a medio cerrar.

Me acerqué primero, guiada por un impulso irracional. Azriel y Newt lo hicieron conmigo, como si una corriente invisible nos arrastrara a mirar. La imagen seguía ahí, pero ahora la sangre no cubría toda la hoja. Solo la venda que cubría los ojos de la mujer había sido manchada, como si sus ojos vendados lloraran sangre, desbordados de miedo... no hacia nosotros, sino hacia la criatura sombría que se erguía detrás de ella en la ilustración.

Azriel, con el ceño fruncido, llevó dos dedos a la mancha húmeda sobre la hoja. Los retiró despacio, y la sangre quedó pegada a sus yemas como una advertencia viva.

—¿Qué significa esto, Rhys? —preguntó Azriel sin apartar la vista del libro.

Rhys no se giró. Continuó mirando hacia la noche, la mandíbula tensa, hasta que finalmente habló.

—Quiere que entremos... —dijo, su voz tan baja que parecía un rumor entre las sombras.

—¿Pero por qué? —insistió Newt, colocándose detrás de mí como si buscara protección en mi cercanía—. ¿Habrá cambiado de opinión? Ella fue clara con lo que dijo.

—No tengo la menor idea... —respondió Rhys, su tono sombrío, y eso fue lo más aterrador de todo.

—Pero... ¿ella habló contigo? —pregunté en voz baja, confundida, sin poder comprender cómo.

Rhys se giró despacio hacia mí y asintió una sola vez, su expresión imposible de leer, como una estatua tallada en hielo.

—¿Pero cómo? ¿Cuándo? —insistí, dando unos pasos hacia él—. Ella... esa cosa... no dijo nada cuando estuve ahí, solo... esa maldita risa.

Newt bajó la mirada en cuanto escuchó mis palabras. Y en ese gesto supe que había algo más, algo que no habían querido decirme antes. Algo que, probablemente, no debía saber... pero que ya era demasiado tarde para evitar.

—¿Qué te dijo, Rhys? —preguntó Azriel, su tono bajo, la postura tensa, las sombras que siempre lo acompañaban danzando en torno a él... pero en silencio. Y eso, eso fue lo más perturbador. Nunca antes las había sentido tan quietas, tan expectantes... hasta que, sin previo aviso, empezaron a susurrar en mi mente.

Muerte... muerte... muerte...

Me mordí el labio, cerré los ojos un instante y traté de apartar aquella palabra como si pudiera arrancármela de la cabeza a la fuerza.

Rhys, sin mirar a nadie, se acercó al borde de la cama y se sentó como si de pronto el peso de todo aquello fuera demasiado.

—Ella... me advirtió que no volviera a entrar —murmuró al fin, su voz ronca, cargada de algo que no supe si era temor, respeto o ambas cosas—. Y que si lo hacía... lo lamentaría.

—Pero, ¿cómo lo hizo? —pregunté de nuevo y me senté junto a él.

Rhys soltó una breve sonrisa torcida, sin rastro de humor, y alzó un dedo para señalar su sien.

Lo entendí.

Por la mente. Esa criatura se había comunicado con él telepáticamente. Nunca hizo falta pronunciar palabra alguna... no para ella.

—¿Y qué más dijo? —murmuré.

Rhys desvió la mirada hacia Newt, quien apretó la mandíbula y prefirió mirar hacia otro lado. Todo mi cuerpo se tensó y sentí un frío recorriéndome la espina dorsal.

Tenía miedo.

Y lo peor era que aún no sabía de qué.

Rhys suspiró.

—Anna... —comenzó, su tono más suave —. Sé que tienes miedo, y tienes todo el derecho de sentirlo. Lo desconocido siempre lo provoca... y esto, esto no es cualquier cosa. Esa entidad... esa cosa... es antigua. Antiguísima. —Suspiró, desviando la mirada por un segundo antes de continuar—. Se adhirió a ti cuando eras una niña.

Sentí que el estómago se me revolvía. Todo en mí quería gritar, pero me obligué a seguir escuchando.

—¿Qué...? —pregunté, con la voz quebrada—. ¿Qué quieres decir con que se adhirió a mí?

—No te diste cuenta —continuó Rhys—, pero esa criatura despertó en cuanto pusiste un pie en este mundo.

—¿Entonces... esa cosa viene de aquí? ¿De este mundo? ¿De Prythian? —mis palabras salieron atropelladas, tratando de ordenar ideas que no tenían sentido.

Rhys negó con la cabeza y miró a Newt de nuevo. Newt se limitó a fruncir el ceño y a evitar mi mirada.

—No lo sabemos —admitió Rhys al fin—. No estamos seguros de su origen... pero hay algo que sí creemos.

—¿Qué? —pregunté.

Rhys tragó saliva.

—Que está... protegiéndote. De nosotros. De que nadie entre en tu mente, en tu alma... o en tus recuerdos.

Mi pecho se apretó como si me lo hubiese envuelto una garra helada.

—¿Pero entonces... si me está protegiendo... por qué me borró mis recuerdos? ¿Por qué no sé nada de lo que viví de niña? —mis palabras salieron a duras penas, casi un susurro.

Rhys bajó la cabeza, sus dedos frotando el puente de su nariz, agotado.

—No lo sé —admitió con cansancio—. Pero hay algo que sí dijo...

Levantó lentamente la mirada hacia mí, y en sus ojos violetas había una mezcla de compasión y una sombra de horror que jamás le había visto antes.

—Dijo que... le perteneces.

El corazón se me detuvo un instante.

Sentí que las paredes se cerraban, que la oscuridad me envolvía, que el mundo entero se había vuelto demasiado pequeño para respirar. Y entonces comprendí que aquel miedo que me había estado siguiendo desde niña... jamás se había ido.

Solo había estado esperando.

Una lágrima se deslizó por mi mejilla sin que pudiera evitarlo. No podía creerlo... toda mi vida, esa cosa había estado conmigo. Desde niña. Oculta, adherida como una sombra que jamás supe nombrar. Y ahora lo entendía... esa presencia silenciosa me había acompañado todo este tiempo, retorciéndome por dentro, alimentándose de mi miedo, de mis recuerdos, de todo lo que alguna vez fui.

Si estaba aquí, en este mundo, no era casualidad. Quizá Rhysand lo había sospechado desde un principio, y solo esperaba que esto me ayudara a descubrir qué era... para poder quitarlo de mí.

Solo que ahora... había más.

Esa cosa no estaba sola.

Yo era su recipiente. Su refugio. Su portadora.

Y no solo de ella.

Miré mis manos y la energía floreció de mi piel como una llamarada de luz líquida, iluminando el cuarto, haciendo que las sombras se retiraran, y los rostros de todos se tiñeran de destellos azules y plateados.

—Entonces... soy recipiente de dos cosas... —susurré—. Mi cuerpo contiene a esa entidad... y... y esto...

La energía crepitó en el aire.

Rhys asintió, grave.

—Creo que... sí. Ambas cosas... se están comunicando entre sí. No se están peleando por ti... se están acoplando a ti. Fusionándose. Como si fueras el nexo... como si siempre lo hubieras sido.

Un escalofrío me recorrió.

—Pero no es el fin, Anna. —Rhys se adelantó, su voz baja, casi una plegaria—. Voy a hacer todo lo posible para romper ese hechizo... para que al menos puedas sentir tu cuerpo como tuyo, aunque sea por un instante.

Se me formó un nudo en la garganta. Mi corazón tembló como una hoja expuesta al viento.

No quería esperar.

—Entonces, ¿qué estamos esperando? —me puse de pie de golpe, sintiendo que si no lo hacía ahora, no tendría fuerzas después—. Entra ya. Hazlo. Azriel, ven. Intentémoslo.

Azriel dio un paso, pero Rhys levantó una mano para detenerlo.

—Anna... —suspiró, su expresión sombría—. No sabemos si esto funcionará. No podemos improvisar con fuerzas tan antiguas. Necesitamos a alguien que nos guíe.

—¿A quién? —pregunté, impaciente.

Y justo entonces, las puertas se abrieron de golpe.

Cassian entró cargando a un hombre sobre los hombros. Lo reconocí al instante. Era uno de los lords que había visto en la junta. Un fae de mirada astuta, pero ahora... se veía mareado, tambaleante, medio inconsciente.

Cassian lo lanzó sin miramientos sobre la cama. El pobre tipo rodó como un saco de harina hasta caer al suelo con un golpe seco.

—Ups... —murmuró Cassian, encogiéndose de hombros.

Rhysand se acercó de inmediato. Newt cerró las puertas tras ellos y pasó el cerrojo.

—¿Por qué demonios está así? —exigió Rhys, mirando a Cassian con los ojos entrecerrados. Azriel, al otro lado, negaba lentamente, como diciendo no puedo creer que esto esté pasando.

—Pues, ¿qué querías que hiciera? —se defendió Cassian, levantando las manos—. Me dijiste que distrajera a los lords para que no notaran la ausencia de An... —me miró y me dedicó una sonrisa—... ah, ahí estás.

Le devolví una sonrisa nerviosa, sin saber si reír o gritar.

—Pero ¿qué hiciste para que Helion esté así? —preguntó Rhys, señalando al lord que seguía en el suelo, riéndose como un demente y murmurando incoherencias.

—Pues... allá abajo hay una fiesta. Y ya sabes cómo es Helion con el vino y las conversaciones jugosas... así que aproveché, le conté un poco de nuestro plan, y lo convencí de que sería divertido ayudarnos. Lo emborrache un poquito —dijo con una sonrisa ladeada—... y aceptó.

Nos quedamos todos en silencio.

Atonitos.

El muy cabrón lo había embriagado para conseguir su ayuda.

El lord Helion se revolvió en el suelo, soltando una carcajada y murmurando algo sobre las estrellas cantando en su oído.

Azriel se llevó una mano a la cara. Rhys cerró los ojos y negó.

—Cassian... eres un maldito idiota.

Cassian solo sonrió más amplio.

—Pero un idiota que consigue resultados.





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Esperamos horas interminables hasta que Helion finalmente empezó a sentirse un poco mejor... porque, sinceramente, no quería que un viejo borracho y su terrible olor corporal fueran los encargados de romper el hechizo en mi cabeza. Nos quedamos todos en silencio, esperando que saliera del baño. Nadie decía nada, solo se escuchaba el espectáculo poco glamoroso del pobre hombre vomitando como si fuera un castigo divino.

Dentro, Rhys le explicaba nuestra teoría sobre las sombras de Azriel y mi conexión con ellas, tratando de no perder la paciencia.

Yo intentaba respirar profundo y no parecer una loca desquiciada en medio de aquella crisis mental, aunque confieso que la idea era complicada. Miré de reojo a Azriel, que susurraba algo con Cassian sobre lo ocurrido durante su ausencia, como si hablaran de un partido de fútbol. Newt estaba a mi lado, en completo silencio, pero con esa tranquilidad que solo él puede darme en momentos de caos.

Su presencia era como un bálsamo para mis nervios.

De repente, la puerta del baño se abrió y Helion apareció, milagrosamente sobrio, aunque con ese aire de alguien que ha visto el infierno y decidió tomarse un descanso. Rhys rodó los ojos con un gesto de "qué horrible ha sido esto".

—Disculpen la impresión —dijo Helion, rascándose la nuca—, es que allá abajo están teniendo una buena fiesta. Ya saben, esa que mezcla vinos y mala música.

Nadie respondió. El silencio era tan pesado que hasta el aire parecía aguantarse la respiración. Entonces, Helion se aclaró la garganta y sus ojos se fijaron en mí, con esa mezcla de curiosidad y burla.

—Así que tú debes ser Annita... la humana que nos llamó basura multiversal.

—Anna —corrigí rápido, con una sonrisa tan falsa que juraría que podría ganar un premio a la actuación.

—Está bien, está bien —dijo, divertido—. Te han dicho que para ser humana no estás tan mal.

Abrí los ojos, confundida, y miré a Newt, quien parecía estar procesando esas palabras con la misma incredulidad que yo.

—Bueno —intervino Rhys, intentando cortar antes de que yo explotara con alguna respuesta sarcástica—, creo que sabes por qué estás aquí, Helion. Necesitamos que nos digas cómo romper el hechizo que tiene esta mujer en la mente.

Helion suspiró profundamente.

—Está bien... ven aquí, niña.

Me acerqué con cautela, tratando de mantener la compostura. Solo era un tipo grande, con pinta de borracho y con un talento cuestionable para criar pegazos, pensé, mientras lo enfrentaba.

Luego me miró con diversión y volvió la vista hacia Rhys.

—En serio, esta mujer tiene un hechizo de gran magnitud. Solo mírala, nadie desperdiciaría un hechizo contigo. Siento que es más bien algo insignificante.

Me mordí la lengua para no decirle que si el hechizo era tan insignificante, ¿por qué no lo rompía él en cinco minutos? Cerró los ojos para concentrarse, y una pequeña luz dorada salió de sus dedos, que tocó suavemente mi frente. No sentí dolor ni una intrusión forzada en mi mente, hasta que...

¡Pum! Helion salió disparado como un proyectil, chocando contra la pared y rebotando directo al suelo.

—¡Dios santo! —exclamé mientras corría a ayudarlo. Rhys simplemente negó con la cabeza, claramente sin sorpresa.

—Lo siento, no quería que pasara eso... no sé qué pasó —balbuceó Helion, tratando de levantarse mientras yo lo ayudaba. Él me extendió la mano, quejándose por el golpe.

Azriel se acercó para ayudarnos, y entre los dos lo sostuvimos y lo llevamos directo a la cama.

—¿Pero qué demonios tienes ahí? —se quejó masajeándose las sienes.

—Ahora, alguien que diga otra vez que el hechizo es insignificante —dijo Newt cruzándose de brazos y lanzándole una mirada burlona.

—El hechizo... es de gran magnitud —dijo Helion, tragando saliva y tratando de recuperar el aliento—. Es poderoso, pero no tanto como yo.

—Entonces... ¿qué podemos hacer? —preguntó Newt, tomando un vaso con agua, el único remedio que quedaba. Pensé que para ellos este sería un buen momento para sacar el licor, pero Newt había ordenado que se lo llevaran todo.

—Los necesitaré a todos. —Helion se acercó a la mesa... y frunció el ceño al notar que donde debería haber botellas de licor solo quedaba una humilde jarra de agua.

—Lo siento. En este momento solo hay agua para todos. —dijo Newt, encogiéndose de hombros, y dejando el vaso de vidrio con un leve clink sobre la mesita.

Helion rodó los ojos como si acabara de recibir la peor noticia del día.
—Bah... está bien. —gruñó, resignado—. Necesitaremos cinco tributos para esta gran tarea.

—Helion, esto no es un maldito juego. —Rhysand lo fulminó con la mirada, los ojos destellando con un brillo tan feroz que parecía a punto de convertirlo en cenizas.

Helion ladeó la cabeza, divertido.

—¿Desde cuándo te volviste tan serio, Alto Lord?

—Desde que quiero que una amiga esté a salvo. —Rhysand me miró entonces, y su sonrisa se suavizó solo para mí. Fue tan fugaz y delicada que casi dolió.

Helion soltó un largo suspiro —Está bien, humanos y faes sentimentales... Escuchen bien.

Se giró hacia todos, sus ojos brillando.

—Para romper algo tan poderoso, necesitaremos conjurar Memoriae Solis. Cinco criaturas conectadas en una sola voluntad.

Tragué saliva, sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

—Eso... ¿qué significa? —pregunté, buscando a Rhysand con la mirada, ya angustiada.

—Significa que todos los presentes estaremos entrelazados en una sola... es decir, en ti. —respondió Rhys.

—Espera, ¿qué? ¿Cinco tipos dentro de mi mente?

—Rhys... deberíamos reconsiderarlo. Esto podría matarla. —la voz de Newt sonó grave, tan cargada de preocupación que por un segundo la sala entera pareció contener la respiración.

Azriel desvió la mirada hacia mí. Cassian dejó de girar su daga entre los dedos. Y yo... bueno, yo fingí no haber escuchado.

Rhysand suspiró, se acercó a Newt y le dio unas palmaditas en el hombro, de esas que decían sé que te importa, pero ya se tomó decisión.

—Ya se decidió, Newt. —dijo con esa calma tensa suya que tanto irritaba—. Ella estará bien. Solo confía.

Newt frunció el ceño, pero se guardó cualquier palabra. No porque estuviera de acuerdo, sino porque sabía que discutir con Rhysand era como gritarle al viento en plena tormenta: inútil y agotador.

—Pero al menos... ¿ya le preguntaron a Anna? —insistió Newt, su voz cargada de frustración mientras me señalaba con un gesto tenso—. ¿Le advirtieron lo que implica esto? ¿Si ella está de acuerdo con todo esto?

Todos guardaron silencio.

—Yo... —Newt intentó continuar, pero me adelanté.

—Newt... tranquilo. —Mi voz salió baja, pero firme. Intenté que sonara segura, aunque por dentro sentía un peso aplastándome el pecho—. Estaré bien. Confío en ustedes. Confío en ti. Pase lo que pase... solo quiero que eso se aleje de mí. Que mi cuerpo vuelva a ser mío. Por favor... no te angusties... porque si lo haces... no voy a poder resistirlo.

Lo miré a los ojos, conteniendo las lágrimas. Quería que viera fortaleza en mí, aunque en realidad todo dentro se estremecía. Si mi vida ya no era normal, entonces debía aceptar que jamás lo sería. Y aceptar también que toda decisión tiene su riesgo, y esta vez estaba dispuesta a asumirlo.

Newt respiraba con dificultad, los labios entreabiertos, como si buscara las palabras correctas, como si un simple gesto pudiera detenerlo todo. Pero antes de que dijera algo más, un sonido seco llenó el lugar.

El estallido de un vaso de vidrio contra el suelo.

Todos giramos hacia Azriel. Los pedazos brillaban dispersos como fragmentos de hielo, algunos aún atrapados entre sus dedos desnudos, contrastando con el negro de los guantes.

—Lo siento —dijo al fin, dejando caer los restos que aún sujetaba. El tintineo de los trozos al tocar el suelo fue lo único que se escuchó.

Helion avanzó hasta el centro de la sala, y de inmediato toda la atención recayó sobre él. Había recuperado su porte altivo, aunque una leve marca rojiza en su frente aún recordaba el golpe reciente.

Se cruzó de brazos con una calma calculada, y su mirada recorrió el lugar, deteniéndose en cada uno de nosotros como si estuviera eligiendo soldados para una guerra silenciosa que nadie había pedido... pero que todos sabíamos que tarde o temprano llegaría.

Rhys se posicionó a su lado, dos Altos Lords listos para intentar lo imposible.

—Cada uno de nosotros tendrá un propósito dentro de la mente de Anna. —continuó Rhysand, su voz firme, casi ceremonial—. Será vital que todos conozcan y cumplan su misión. Esa cosa, lo que sea que esté ahí dentro, nos permitirá pasar... si es que no quiere quedarse sin portadora.

Por un segundo sentí un escalofrío recorrerme la columna. Portadora. No persona, no mujer, no Anna. Solo portadora.

Helion sonrió con picardía.

—Así que... necesitare cinco entes. O como a mí me gusta llamarlos: cinco lucecitas.

Alzó su dedo y lo fue paseando por la habitación hasta detenerse en Newt.

—Primero, el Vínculo. Tú, mi buen amigo de pecas.

Newt levantó una ceja.

—¿Yo?

—Sí, tú. Tienes un lazo con ella, una conexión emocional lo bastante fuerte como para anclar su conciencia y evitar que se pierda en su propio caos mental.

Mierda... estábamos en serios problemas. Newt y yo cruzamos una mirada. Complicidad y negación al mismo tiempo, porque ambos sabíamos que ese lazo no existía... pero para mi sorpresa, él asintió. Solo para evitar sospechas. Mi héroe de pacotilla.

El Guerrero. Cassian. —prosiguió Helion, señalándolo con solemnidad—. Con tu fuerza, valor y habilidades combativas, protegerás al equipo contra las defensas psíquicas y las entidades creadas por el hechizo. Que seguramente en la oscuridad de la mente de esta mujer habrá criaturas muy, muy feas. Así que ya puedes sacar esa espada imaginaria.

Cassian sonrió y asintió con un gesto seguro.

El Explorador. Obviamente, yo. —se señaló el pecho con orgullo—. Porque sé perfectamente que estas maldiciones siempre te mandan a cuevas, pantanos, mundos invertidos o cualquier otro lugar asqueroso. Así que no esperen ver arcoíris y ponis.

Rodé los ojos. Por supuesto.

El Descifrador y Liberador. Rhysand.

Helion lo miró con seriedad.

—No necesito decir mucho. Tú destruirás la fuente. Terminarás con esa cosa. Y posiblemente con todo lo que no queramos ver.

Rhysand simplemente asintió, los labios tensos.

—Y por último... el Sanador.

Se giró hacia Azriel.

—Tú, mi cantor de sombras.

Azriel, que se había mantenido en silencio, levantó la cabeza, sorprendido.

—Tú sanarás lo que ella guarda dentro. Porque tú también sabes lo que es cargar con cicatrices que nadie más ve. Y vas a reparar lo que esta maldición ha roto.

Azriel me miró y yo le sostuve la mirada. Ambos esbozamos una leve sonrisa, y aunque no entendía del todo por qué, ese simple gesto me llenó de una extraña calma, como si, en medio de todo, aún quedara un destello de esperanza.

Helion se frotó las manos, satisfecho.

—Y eso es todo, queridos. Cinco luces, un conjuro prohibido, una mente rota y ninguna botella de licor. Qué noche tan interesante.

Y ahí supe que estábamos jodidos.

—Este es un conjuro ancestral. Uno de los más antiguos y peligrosos de nuestro grimorio... así que pónganse cómodos. —anunció Helion, su voz impregnada de una solemnidad que, por primera vez, le borró la sonrisa incluso a Cassian.

Nadie bromeó. Nadie replicó.

Nos pusimos en movimiento sin pensarlo demasiado, como si cada uno supiera instintivamente que algo oscuro y antiguo estaba por desatarse. Almohadas de todos los tamaños y texturas fueron lanzadas sobre la alfombra; gruesas, suaves, unas rellenas de plumas, otras afelpadas. Hasta las sirvientas, perplejas, nos miraban desde la puerta con cierta sospecha cuando les pedimos más. Tal vez imaginaban que planeábamos algún ritual perverso o alguna fiesta prohibida. Y no estaban tan equivocadas.

Newt cerró la puerta con seguro, y Cassian —a regañadientes— tuvo que apartar la enorme cama hacia un lado para darnos espacio.

—Bien, mi querida Anna... acomódate en el centro. —indicó Helion.

—¿En el centro? —pregunté, como si aún pudiera negociar mi destino.

—Sí, en el centro. —repitió con una leve sonrisa torcida.

Tragué saliva, me acomodé el cabello con manos algo temblorosas y me dejé caer en el improvisado círculo de almohadas. Sentí cómo mi cuerpo se hundía entre huecos irregulares de telas suaves y formas desiguales. Algunas almohadas eran tan grandes que cubrían medio torso, otras tan pequeñas que apenas rozaban mis costillas. Un contraste extraño. Y en medio de todo, yo.

Mi corazón martilleaba con fuerza, no supe si por nervios, miedo o simple hambre. Tal vez las tres cosas a la vez. Lo único que pasaba por mi cabeza era la imagen de cinco faes descendiendo a mi mente al mismo tiempo... ¿Qué verían? ¿Qué les mostraría esa cosa? ¿Ellos saldrían bien? ¿Yo estaría a salvo?

Me encomendé a Dios. Ellos tenían a la Madre y al Caldero... pero yo tenía a mi Dios, y estaba segura de que Él caminaba conmigo en esta aventura, que no me soltaba, incluso cuando todo parecía oscuro. No tenía nada más, pero en ese momento, supe que era suficiente.

—Muy bien. Ahora cada quien se posicionará alrededor de ella. —anunció Helion.

Uno a uno, ellos se movieron. Azriel a mi izquierda, Cassian a mi derecha. Rhysand a la cabecera, Newt a mis pies y Helion justo alado de Rhys, como un general a punto de enviar tropas al abismo.

El aire cambió. Pesado. Denso. Como si la habitación ya no respirara.

—Rhys, somos todos tuyos. —dijo Helion, ajustando la postura como si supiera que nada de lo que estaba por ocurrir sería sencillo.

—Recuerden... no esperen encontrar nada bonito dentro de la mente de Anna. Azriel, mantén a tus sombras alerta para protegernos a todos. Yo me encargaré de guiarlos con mi magia. Prepárense —advirtió con firmeza.

Tragué saliva. Cerré los ojos.

Y entonces... ocurrió.

La magia de Rhysand descendió como una sombra líquida, cubriéndolo todo. El fuego de la chimenea parpadeó y murió. Las velas se apagaron una a una, sumiendo la habitación en una oscuridad tan profunda que ni las estrellas se atrevieron a asomarse.

Nada. Solo una negrura infinita.

Y entonces... las sombras de Azriel aparecieron.

Las vi moverse, reptando, como seres conscientes, deslizándose por las paredes y lanzándose hacia mí, metiéndose bajo mi piel, dentro de mi mente, de mis recuerdos. Sentí el impacto. El frío. Y después... nada.

Nada.

Un vacío absoluto, una dimensión sin sonido ni luz, donde solo quedaba yo... y un abismo que me observaba de vuelta.

Y en ese instante supe que habíamos cruzado el umbral. Que ya no había marcha atrás.

Pero entonces, una luz cálida me envolvió. Una luz tan suave y pura que me hizo llorar al instante. Lo que vi ante mí no era solo hermoso... era vida en su forma más pura. No había nadie más, solo yo, rodeada de un paisaje que parecía sacado de un sueño antiguo: montañas rocosas recortándose contra un cielo imposible, un campo verde interminable cubierto de flores de todos los colores que danzaban con la brisa... y en medio de todo, un árbol.

Inmenso, majestuoso, el único árbol en aquel lugar sagrado, con ramas que rozaban las nubes y una luz que brotaba de sus hojas como destellos dorados. Era la luz más brillante y hermosa que jamás había imaginado.

Y entonces, un pequeño conejito se acercó a mí, como si fuera parte de aquella magia, como si siempre hubiera pertenecido a ese rincón eterno conmigo. Y cuando creí que nada podría ser más hermoso, una pequeña figura apareció, subiendo con calma la colina.
Era una niña. Pequeña, de cabellos revueltos y sonrisa luminosa, con los ojos que alguna vez fueron míos.

—Hola, yo grande —dijo, abrazando al conejito entre sus manitas, como si fuera su mayor tesoro.





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Todos comenzaron a despertar lentamente, como si emergieran de un sueño demasiado profundo y turbio. La confusión era palpable, un peso en el pecho que ninguno lograba sacudirse.

Cassian fue el primero en reaccionar. Se incorporó de golpe, soltando un grito ronco mientras su mano buscaba instintivamente el arma a su costado. Sus ojos recorrían frenéticos el lugar desconocido.

Rhysand, a su lado, se llevó ambas manos a las sienes y comenzó a frotar con los dedos, como si intentara calmar un dolor punzante que ya se asomaba tras sus ojos. Era un zumbido grave, incesante, que parecía escalar a través de sus cráneos, conectándolos a los cinco en una misma sensación de incomodidad que no tardaría en transformarse en dolor.

Azriel, sin perder tiempo, ya estaba de pie. Sus pasos eran silenciosos, su figura apenas una sombra recortada contra la extraña claridad del lugar. Se había acercado a una pequeña mesita, decorada con lo que, para ellos, parecían dibujos o grabados sin sentido. Pero Azriel no necesitó más que una mirada para entender que esas imágenes eran referencias... fragmentos de Anna.

—¿Dónde estamos? —preguntó Newt, su voz rasposa, aún tratando de enfocar la vista mientras seguía sentado en el suelo frío.

—¿No se supone que esto debía parecer... no sé, tenebroso? ¿Dónde están las criaturas, las sombras horribles, los cadáveres flotantes? —bufó Cassian, ya con la espada desenvainada en la mano, tensando los hombros.

Helion, por su parte, permanecía inmóvil. Sus ojos recorrían el espacio con asombro y desconcierto, como un mago que había lanzado un conjuro y contemplaba, horrorizado, que el hechizo había salido completamente de su control.

—¿Dónde está Anna? —repitió Newt, esta vez con un matiz de urgencia, poniéndose en pie con lentitud, como si temiera alterar algo que no lograba comprender.

La habitación era... extraña. No pequeña, pero tampoco infinita. Amplios ventanales de cristal se alzaban a ambos lados, revelando una estructura de hierro y vidrio al exterior. Un edificio alto. O varios. Porque allá afuera... había una ciudad.

—Mierda... —susurró Newt al reconocer la silueta de esos rascacielos. Una oleada de recuerdos cruzó su mente, la misma ciudad a la que había llegado junto a Anna.

—Helion... —Rhysand lo llamó con una mirada tan afilada que habría hecho temblar a cualquiera —dijiste que nos guiarías directo al hechizo... y aquí no hay nada.

—Yo... yo no sé qué pasó. Esa cosa... esa cosa nos engañó. Creo que es un recuerdo o una ilusión —balbuceó Helion, dando un paso atrás, los ojos oscuros clavados en Rhysand mientras sus manos se crispaban.

Rhys empezó a caminar de un lado a otro, como una fiera enjaulada, tratando de ordenar las ideas, de encontrar una grieta en aquel caos.

—¿Dónde está Anna? —insistió Newt, avanzando hasta plantarse frente a Rhys.

—Ella no está aquí. —dijo Rhysand, con la mirada perdida en el decorado del lugar.

El suelo era de mármol pulido, blanco como el hueso. Los muebles, sillones afelpados de tonos marfil y beige, perfectamente acomodados. Todo resultaba... elegante, hermoso incluso, pero con una extrañeza que ponía los nervios de punta. Demasiado impecable. Demasiado silencioso.

—Estamos en su mente, creo que son sus recuerdos. —sentenció Azriel, sin apartar la mirada de la mesita que examinaba.

—No jodas, hermano. —murmuró Cassian, y por un momento pareció a punto de desplomarse— Esto... esto debe ser un error. ¿Es parte del hechizo? ¿Es cosa de esa bruja? Tal vez es una ilusión para confundirnos... ¿no?

—Necesito que se tranquilicen. —la voz de Rhysand cortó el ambiente, firme y grave, imponiéndose sobre el murmullo inquieto del grupo— Probablemente Anna está en otro lugar... —continuó, aunque la tensión en su mandíbula delataba que incluso él empezaba a impacientarse— esa cosa nos la quitó antes de que llegáramos aquí, seguramente para evitar que interfiriéramos o causáramos algún daño dentro de su propio dominio.

Hizo una breve pausa, recorriendo con la mirada a cada uno de ellos. Cassian seguía blandiendo su espada como si esperara que algo saltara de las sombras en cualquier momento. Newt respiraba con dificultad, los ojos sin dejar de rastrear los ventanales. Helion se mantenía a un costado, aún intentando entender qué demonios había salido mal. Azriel, imperturbable, solo se limitó a asentir.

—Así que, escuchen bien... —añadió Rhysand, alzando la voz— esa cosa aparecerá. Tarde o temprano. Y cuando lo haga... más nos vale estar preparados.

No fue una sugerencia. Fue una orden.

—Exactamente... ¿dónde estamos? —preguntó Cassian, girando en su sitio, temiendo un colapso mental en cualquier instante.

Azriel se giró despacio, y en su mano sostenía unos folletos, panfletos publicitarios con imágenes brillantes de avenidas, cafeterías y teatros.

Una sonrisa irónica —rara en él— curvó sus labios.

—Creo... que estamos en Nueva York.








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Holaaaa, chicas hermosas!
Muchísimas gracias por su paciencia, de verdad espero que estos dos capítulos les hayan gustado... siento que casi se me baja la presión escribiéndolos 😂. Gracias de corazón por esperar, y como una pequeña muestra de disculpas, quise traerles este pedacito extra.

Mañana tengo un examen super importante y solo espero que todo salga bien 🙏🏻.

También quiero agradecerles infinitamente por el apoyo en TikTok. Nunca imaginé que mis videos llegarían a ser tan especiales para ustedes... y eso significa el mundo para mí. De verdad, gracias por tanto cariño.

Quiero aprovechar para darle la bienvenida a las nuevas lectoras 🤍✨, espero que esta historia sea de su agrado y logre atraparlas tanto como a mí me emociona escribirla.

Prometo no desaparecerme mucho y trataré de actualizar lo antes posible. ¡Las quiero y gracias por estar aquí! 🌸

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P.D.

¿Qué creen que van a encontrar en la mente de Anna?

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Les dejo un pequeño adelanto

https://youtu.be/owQfITT1q_Y

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