007.
—CAPÍTULO SIETE
☾
LA VIEJA PUERTA DE MADERA crujió al cerrarse cuando Maeve soltó el picaporte, dejando por fin a Abby en su tranquilo sueño.
Mucho habían cambiado las cosas desde aquellos tiempos en los que un cuento era suficiente y Abby se dormía sin esfuerzo.
Ahora tardaba una eternidad en conciliar el sueño, ya que los pensamientos preocupantes parecían perseguir a la niña. Maeve no podía evitar sentir un profundo dolor en el pecho.
Al entrar en el pasillo poco iluminado de la casa, Maeve vio a Mike sentado a la mesa, jugueteando nerviosamente con un teléfono amarillo que tenía delante.
—¿Aún no has dormido?—.Su voz rompió el silencio cuando Mike salió de su trance y la miró.
—Oh, no. ¿Cómo voy a dormir?—
Maeve tomó asiento en la mesa, dejando escapar un pesado suspiro.—Tenemos que encontrar una solución a todo esto—,dijo, con la preocupación grabada en el rostro mientras observaba a Mike.
—Ya lo he hecho—,respondió, llamando la atención de Maeve. La confusión bailó en sus ojos mientras le miraba.
—¿Qué?—
Mike suspiró, apoyando los brazos sobre la mesa.—Mira, yo... creo que sería mejor que Abby se quedara con Jan—.
Maeve negó enérgicamente con la cabeza, con los labios temblorosos.—No, Mike. Esto no resolverá nada. Sólo empeorarás la situación—.
—Sé lo que es mejor, Maeve, por favor, no me presiones—,suplicó él, evitando el contacto visual.
Su corazón se hundió, y una abrumadora tristeza bañó a Maeve. Nunca le había gustado ver a Mike así, pero él siempre se había mostrado distante y rara vez mostraba otra emoción que no fuera decepción.
A pesar de sus innumerables intentos por levantarle el ánimo, no había tenido mucho éxito. Y ahora, con la situación que se presentaba, enmendar esa brecha entre ellos parecía aún más desalentador.
Levantándose, Maeve se acercó a Mike y le puso una mano reconfortante en el hombro, incitándole a mirarla a los ojos.—Mike, si de verdad quieres tomar la decisión correcta, deberías esperar. No te presiones. Yo cuidaré de Abby hasta que encontremos una solución—.
—No, Maeve, es suficiente con que sigas aquí. No quiero más confusión. Quiero saber la verdad—,dijo con el corazón encogido, bajando la mirada hacia la mesa.
Se pasó una mano por la cara.—Yo sólo... Sé que es la decisión correcta, y no harás nada para hacerme cambiar de opinión—.
—No, Mike, tú no sabes nada—.Frustrada, retiró la mano, suspiró y se dio la vuelta.
—Mira, Mike, si alguna vez piensas en levantar ese teléfono y llamar a la tía Jan, considera que ya no me conoces, ni conoces a Abby—,declaró antes de alejarse.
—Maeve, espera, ven aquí—,gritó Mike, pero Maeve no le hizo caso. Empezó a dirigirse hacia la puerta principal.
Pero antes de que pudiera abrirla, una mano la detuvo.
La mano de Mike le agarró la muñeca, impidiéndole abrir la puerta. Maeve no lo miró.
—¿Qué pasa, Mike?—Preguntó con voz irritada,
Él soltó su muñeca y se lamió los labios nerviosamente.—No te vayas ahora. Necesito que estés mañana con Abby cuando se lo digamos—.
—¿Le diremos?—Maeve se burló.—No, se lo dirás tú solo. Si me quedo, es por ella—,replicó, sus palabras escociendo en todas direcciones, haciendo que a Mike le doliera el corazón.
Tragó saliva antes de apoyarse contra la pared.—Sí, lo entiendo. Gracias—,murmuró antes de alejarse para volver a la mesa.
Maeve jugueteó con los dedos, mirando la nuca de Mike mientras alcanzaba el teléfono. Odiaba lo que estaba haciendo, despreciaba esta idea.
—Hola, soy Mike—,habló Mike al teléfono mientras Maeve se ponía furiosa y caminaba hacia la habitación de Abby, entrando. Cerró la puerta de Abby' suavemente, asegurándose de no despertar a la niña.
Sentada en el borde de la cama de Abby, observó a la niña dormir plácidamente, con el pecho apretado a cada momento que pasaba.
Maeve apartó un mechón de pelo de la cara de Abby. Abby era como una hermana para ella; un vínculo que Maeve siempre había anhelado.
Una puerta se abrió a lo lejos y apareció la figura de Mike. No dijo nada, sólo le tendió una sudadera a Maeve.
Maeve se levantó lentamente, sin querer hacer ruido, antes de acercarse a Mike, cruzándose de brazos.—¿Qué es esto?—,preguntó, con la voz cargada de fastidio.
Mike enarcó las cejas.—Pensé que querrías cambiarte—.
Ella se quedó mirando la sudadera un momento,—No estoy segura de querer olerte ahora mismo—.Dijo, con el sarcasmo flotando en el aire.
Mike asintió lentamente.—Bien, ya no me hablarás más—.
Cuando se dio la vuelta para marcharse, Maeve le arrebató la ropa de la mano.—Gracias, supongo—,dijo inexpresiva antes de cerrarle la puerta en la cara.
Claro que seguía molesta con Mike por lo que había hecho. No quiso escucharla ni siquiera pensarlo con ella. Mike la había oído decir que no volvería a saber de ella ni de Abby y aun así hizo aquella llamada.
Se quitó el abrigo y la camisa, sintiendo el aire frío sobre su piel desnuda mientras se ponía la sudadera. El aroma de la colonia de Mike llenaba su nariz, un recordatorio constante de su frustración.
Pero ahora, su principal preocupación era cómo lidiar con la tía Jan y Abby por la mañana. Sin duda sería un día agotador, pero Maeve estaba decidida a marcar la diferencia.
Se subió lentamente a la cama de Abby, que se movió para hacerle sitio. Abby dormía de lado, abrazada a su osito de peluche.
Cuando Maeve se tumbó, su cara se encontró con la espalda de Abby y no pudo resistirse a rodear a la niña con los brazos, como había hecho durante sus muchas siestas y fuertes de almohadas.
Abby se relajó en su abrazo, y una cálida sensación recorrió el corazón de Maeve, haciéndola sonreír. Una cosa era segura: protegería a Abby a toda costa, sin importar lo que le deparara el futuro.
Mientras los ojos se le hacían pesados, Maeve se quedó dormida, preguntándose qué podría pasar mañana.
Poco después, la puerta volvió a abrirse y Mike entró en la habitación, mirando a las dos chicas dormidas.
Sintió una punzada en el corazón al ver a su hermana dormir plácidamente, felizmente inconsciente de lo que había hecho.
No se arrepentía de sus decisiones, pero sabía que podría haber enfocado las cosas de otra manera.
Maeve había tenido razón todo el tiempo, y ahora estaba en la cama, abrazada a su hermana, colmándola del afecto que él nunca podría darle. Y por fin lo entendió.
Maeve quería a Abby más de lo que él jamás podría, y le demostraba su amor a la niña, a diferencia de él.
Con un suspiro silencioso, Mike echó una última mirada a las dos niñas antes de intentar salir de la habitación.
Pero algo le llamó la atención. Un dibujo particular de Abby estaba sobre su escritorio, esperando a que alguien lo examinara.
Mostraba a una mujer que se parecía a Maeve, sosteniendo la mano de Abby por un lado, mientras Abby sostenía las manos de los niños que poseían a los animatrónicos.
En el centro había un conejo amarillo que sujetaba una de las manos de los niños mientras la otra permanecía vacía, manchada de pintura roja. Maeve estaba de pie junto al conejo, con una expresión de miedo en el rostro. Mientras los demás sonreían ampliamente.
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