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DUBAI, EMIRATOS ÁRABES UNIDOS

2022

— Así que... sesión número 12. El vampiro Louis De Pointe Du Lac y el vampiro Armand contando sobre la obsesión mortal de este último. París, 1945. ¿Verdad? —.

— Yo no la llamaría una obsesión —. el vampiro antiguo tuvo que decir.

— ¿Y cómo la llamarías entonces? —.

— Ella era... —. su mirada se perdió —. Adictiva. Como la mejor droga que haya probado alguna vez. Era encantadora, y mágica. Su voz era como el canto de una sirena, y su rostro como el de la mejor pintura que alguna vez haya existido. Muchos años más atrás, la hubieran llamado una bruja, solo con la brujería podrías explicar una atracción así.

— Y si esta... bruja. Era tan importante, tan atrayente como lo dices. ¿Por qué no está aquí con nosotros ahora? ¿Por qué no le ofreciste el don oscuro? —. el periodista preguntó con algo de desdén.

— Porque él fue un cobarde —. el vampiro más joven explicó.

— ¿Lo fuiste? —. el periodista le preguntó al vampiro mayor.

— Si, lo fui —.

— ¿Cómo? —.

PARÍS, FRANCIA.
1945

La guerra había concluido. Los aires estaban por los suelos, igual que las emociones. La melancolía se apoderaba de cientos de corazones, de almas. Las consecuencias de las decisiones de las personas con poder dejaron afectados a cada persona que se había visto involucrada de una manera u otra. Y sí, hubo una enorme celebración de libertad. Pero, ¿que había después de eso?

Cada acción, tiene su reacción.

Las secuelas que el conflicto dejó eran tales que mucha gente dejaba París, o simplemente dejaba este plano, para pasar a la otra vida. Pero, la vida que París tenía había atraído más vida. Y junto a esa vida, había llegado ella.

Desde el otro lado del mundo, la guerra se vivió diferente. Las secuelas económicas que dejaría la llevarían hasta la ciudad de las luces, donde el arte empezaba a renacer de las cenizas como un fénix, y su voz de sirena sería apreciada como se debía. Sus canciones en un idioma exotico y a la vez conocido había dejado de rodillas a más de uno. El inglés, le atraía a los franceses y los turistas que ahora llenaban la ciudad, disfrutaban de entender tal precioso canto. Pero era ese acento, ese acento del otro lado del mar que dejaba a cualquiera rogándole por tan solo una oportunidad.

Al principio, había tocado en la calle. Con una guitarra, un sombrero y un sueño. Pero pronto, cientos de dueños de bares y clubes estaban en su puerta con una propuesta, aunque ella se decidió por aquel que le ofreció un departamento propio justo arriba, sin necesidad de pagar el alquiler mientras siguiera cantando cada noche, con una banda lista para ella y un horario a su disposición. Después de todo, a los cientos de turistas que llegaban solo para escucharla no les importaba esperar por ella.

Aquella sirena había dejado a París embelesado, babeando por su atención y con sus ojos perdidos en ella. Era la droga de toda la ciudad; incluida la de un antiguo vampiro que había caído en sus redes, y que sabía que estaba dispuesto a romper todas las reglas por ella.

Él era... adicto a ella. En todo sentido de la palabra. Aunque sabía que acercarse estaba mal, por lo que miraba desde una de las mesas todas las noches, todas. Incluso si eso significaba perderse un par de funciones de su propio teatro. Él era débil por ella.

¿Que acaso los demás no lo veían?

Había estudiado cada detalle de ella. Su cabello color marrón oscuro caía a cascadas por su espalda, mientras sus ojos color chocolate se iluminaban con la luz del escenario, logrando que se vean incluso más brillantes. Solía tener el pequeño hábito de jugar con su púa cuando estaba preparando su siguiente canción y de pasar una mano por su cabello en la mitad de la presentación. Sonreía con cada halago, lo que la hacía parecer incluso más encantadora y su público favorito eran las personas mayores que solo querían disfrutar de la buena música. Detestaba a los soldados que se creían superiores y aquellos universitarios que siquiera pensaban que tenían una oportunidad con ella.

Armand se había deshecho de ellos con un placer impresionante. Su sangre sacio sus necesidades de acercarse, asegurándose de que si... si no podía estar cerca, al menos la cuidaría desde las sombras. El aquelarre se había impresionado el día que él mismo llevó a uno de los acosadores de la chica, con sus propias manos lo había arrojado sin piedad a la caja de las ratas, aún con vida y conciencia luego de que el maldito había intentado sobrepasarse con su adorada. Un soldado idiota con aires de superioridad que intentó obligarla a acostarse con él.

La chica le había dejado claro que no quería nada con él. Le dio un golpe de puño cerrado que seguramente dejó su nariz rota y fue echado del bar con la mayor de las humillaciones. Sin oportunidad alguna de regresar. Pero no fue suficiente para el vampiro.

Fue la primera vez que Armand no terminó de ver una de sus presentaciones. En su lugar, se levantó de su asiento, y siguió al soldado hasta una calle vacía. Donde lo había golpeado, quemado, succionado parte de su sangre, curado y vuelto a lastimar, lo arrastró por las calles de París hasta el teatro, donde había encontrado su muerte.

Porque nadie la tocaba.

Estuvo alrededor de un año así, observándola, cuidándola. Asegurándose de que nada malo le pasará. La tentación de acercarse recorría su cuerpo cada vez, ¿Que tan malo sería romper las reglas? Sabía que Santiago lo había hecho, que Celeste, y Sam igual. Pero él era maître, se supone que debía ser el ejemplo. El modelo a seguir de todo el aquelarre, ¿Que modelo sería, si caía ante la sensación de una mortal?

Era mejor no averiguarlo.

Armand, el hombre, el vampiro. El más antiguo de la ciudad. No recordaba cuándo fue la última vez que sintió una atracción así. Ni siquiera como mortal, podía recordar tal sensación. ¿Siquiera era posible? Que cada ser, cada persona que estuviera en la habitación caía de rodillas por ella.

Él debía estar atento a sus instintos, aquellos que le decían que se mantuviera alejado, que la succionara hasta la muerte y la dejara caer al río para librarse del problema que ella era. No era tan difícil, ¿Verdad? Solo sería un movimiento de rutina. No la llevaría al teatro, no. No podía arriesgarse a qué los demás la vieran y también cayeran por ella. Además, sería un final demasiado humillante para ella. No merecía tal humillación. Y si algo podía ver, es que ella no rogaría por su vida.

No, era mejor hacerlo solo. Todo por su cuenta. Ella por su propia mano, aunque le rompería el frío corazón. Era la mejor opción.

Oh, pero todos sus sentidos desaparecieron, en cuanto la vio. Parada sobre el escenario, con plumas en su cabello, un maquillaje que solo la hacían parecer inalcanzable y una sonrisa que podía iluminar todo París.

Sus más preciados instintos, sedados ante la belleza de tal obra de arte, embrujado por la voz que podía escuchar en sus sueños y todo porque ella, aquella musa, decidió dar el primer paso.

Y fue cuando cayó, ante el encanto de la sirena.

PARÍS, FRANCIA.
24 DE DICIEMBRE DE 1945.

C'est une très bonne nuit d'être seul aujourd'hui, ¿tu ne trouves pas?* —. Armand había estado tan perdido en la terminada presentación y en su vaso de whisky para notar quien estaba frente a él.

Además, el teatro estaba pasando por un mal momento. La compañía estaba inquieta. Las festividades eran la época donde la gente más se quedaba en casa. Usualmente, no sería sorpresa, pero luego de la guerra, la gente tenía más razones para quedarse en casa que para salir.

Pardon?* —. se enderezó y acomodó su chaqueta del traje. Si de lejos había quedado prendado de ella, de cerca era una hermosa pintura. ¿Le estaba hablando? ¿Ella? ¿Aquella sirena le sonreía a él?

C'est Noël, mon garçon, pourquoi n'es-tu pas à la maison? pourquoi être seul?* — Aquella sirena, para su sopresa, no parecia tener ningún acento particular, su francés era extraordinariamente bueno.

— No estoy solo. Tú estás aquí — arremetió con un intento de sonrisa.

¿Qué estás haciendo Armand?

( ARMAND: No suelo ser alguien casualmente directo. Al menos, no tan obviamente. Sin embargo, esa noche parecía haber tomado cierta valentía de quien sabe donde. Tal vez fue el alcohol.

DANIEL: O tal vez fue la hipnosis de la sirena.

La burla salía de su boca como si de respirar se tratara.

ARMAND: O tal vez fue eso, si. Pero hubo un detalle que me dejó pensando días después.

DANIEL: ¿Cuál?

ARMAND: Ella me había estudiado.)

La sirena soltó una carcajada que quedaría en la memoria del vampiro para siempre. La primera vez que la hizo reír. Luego pidió permiso para sentarse frente a él. Desafiando todos sus instintos, Armand le dijo que sí.

— ¿Sabes? Te noto todas las noches, aquí arriba, solo. Tomas un vaso a dos, un cigarrillo y cuando la última canción termina, tú te vas —. Ella admitió, sorprendiendolo. — Por un tiempo creí que estabas melancólico, ¿Tal vez?. Luego pensé que eras un idiota al que dejaron plantado demasiadas veces, y luego entendí lo que eras —. Armand inclinó la cabeza con curiosidad. Su interior deseaba preguntarle ¿En verdad lo hiciste? ¿Sabes lo que soy? — Eres un hombre solitario, que disfruta un poco de música para romper la indeseable rutina.

Oh. Eso le dio justo en el pecho. En el ego. ¿Cuánto de todas esas palabras eran ciertas? ¿Así era como se veía? Admitía que el teatro le estaba pasando factura. Las quejas de Santiago no eran fáciles de digerir, menos las peleas de Celeste y Estelle. El murmuró bajo y entre dientes de Sam. Las necesidades de nuevas obras y las nuevas víctimas. ¿Era acaso aquella musa la voz de tranquilidad? ¿En eso se había convertido la sirena para él?

Luego de 200 años siendo líder del aquelarre, parecía un chiste.

Un hermoso sonido que ahogaba el ruido interminable de los alrededores. La luz al final del túnel de la melancolía y más importante; un bote dentro del mar en el que se ahogaba. ¿Eso era ella? ¿Por qué justo ella? A la que detestaba. A la que odiaba.

La odiaba. La odiaba. La odiaba. La odiaba como más no podía.

La odiaba por ser indescriptible. Por ser indescriptible. Por volverse su salvación en medio del caos, la odiaba por ser todo lo que él no pudo. La odiaba por ser tan angelical. La odiaba por ser inalcanzable. La odiaba por anhelarla.

La odiaba por ser una mortal.

— De todas maneras —. Su sirena volvió a hablar — Ha habido una guerra afuera, muchacho, lo que menos necesita alguien estar solo. Al menos, no en esta noche —. Dijo con una sonrisa — Así que, si quieres unirte a nosotros — señaló con la cabeza a la banda y el dueño del lugar, quienes bebían cervezas en medio del escenario — Bueno, creo que podemos alegrarte la cara de amargado que tienes de tanto whisky —.

La sirena se paró de su asiento entonces — Lo pensaré, señorita Marino — le dijo él.

— ¡Jessica! — lo corrigió con un grito y una sonrisa mientras se alejaba por la escalera.

La banda la envolvió de gritos borrachos de alegría. Su sirena les devolvió la sonrisa con emoción y les aceptó otra cerveza mientras los miembros de la banda cantaban villancicos ya inentendibles debido al alcohol. Jessica se unió a ellos, marcando el ritmo dado que ella estaba definitivamente más consciente.

¿Qué estás haciendo Amadeo?

Fue inevitable. Ahí estaba. Marius. Contando los peligros de los mortales, repasando las leyes de los aquelarres. Leyes que él debía encargarse de cumplir. leyes que él debía castigar en caso de que se rompieran.

Ley número 4. Ningún vampiro debe revelar su verdadera naturaleza a un mortal. Y permitir que ese mortal viva.

La última parte era lo que más le inquietaba. ¿Se merecía Jessica, aquella sirena que era su salvación, sufrir tal humillación como lo era la mentira? ¿Podía él correr el riesgo de la tentación de contarle su naturaleza, o peor que ella lo descubriera? No, la verdad es que no podía. No quería.

Jessica Marino. La mujer que había encantado el corazón de París. Que había obsesionado a más de uno. Que rompía la nariz de los soldados irrespetuosos. Que sonría a los niños y ancianos. Que era la envidia de otras cantantes. Que era la sensación de Francia. Que había logrado conquistar el alma del líder de un aquelarre de vampiros.

Aquella extranjera del otro lado del mar cuyo idioma no era el francés, o el inglés, pero que sonaban perfectos en sus labios. Esa mujer, justo esa; era su dilema.

Aquella mujer que la había invitado a celebrar la navidad junto a ella. Que le había invitado una cerveza a un completo extraño que lucía solo la noche de noche buena. La que se supone que era la más feliz del año.

Esa mujer, que al levantar la cabeza en dirección al hombre amargado para sonreírle una vez más, se encontró decepcionada, al notar que se había ido sin más. Y que no volvería, hasta el próximo año.

Que mientras ella cantaba sus canciones en el bar cuyo nombre le sentaba tan bien, él, el vampiro, se hundía en su ataúd cada que sol salía a reflexionar.

¿Qué estás haciendo Arun?

GLOSARIO

* Es una muy buena noche para estar solo hoy, ¿no crees?

* ¿Perdona?

* Es Navidad, chico, ¿por qué no estás en casa? ¿Por qué estar solo?

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