Trentatré.
A veces NI-KI tenía pesadillas muy feas.
Y un día, soñó algo tan terrible, que despertó llorando.
Plasmó su frustración en el lienzo blanco de su habitación. Lo único que le relajaba para poder dormir bien era dibujar.
Pero ahora, se estaba haciendo la idea de dormir todos los días que pudiera junto a la figura delgada del chico que tanto le gustaba, con sus brazos rodeando su cuerpo.
Era todo lo que quería.
Pero, antes, debía preguntarle a Sunoo el por qué de la repentina idea de vivir juntos.
—¿Qué ocurrió, pequeño?— A NI-KI le gustaba recordarle que era más bajito, por alguna razón.
—Mi hermano es un tonto. Ya no quiere que vuelva a vivir con él.
Sunoo no frecuentaba llorar, pero ahora no pudo evitarlo. Ya no podría volver a la casa donde habían estado sus padres, donde él había sido feliz aunque sea algunos años cuando era un niño.
¿Por qué su hermano le odiaba repentinamente sólo por amar a alguien?
—Sabes que cuentas conmigo para lo que sea.—NI-KI acarició con sus dedos, las mejillas de Sunoo por donde corrían libremente sus lágrimas. —Sería feliz de que te quedaras conmigo al menos hasta que arregles las cosas con él. Es tu única familia, Sun.
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