Sessanta.

Decir que NI-KI estaba preocupado era poco.

Sunoo tampoco contestaba su móvil.

Se sentó en su cama, y atrajo a Lucky a su regazo. El minino ronroneaba ante el toque cariñoso de NI-KI.

—¿Dónde estarás, Sunie?

No pasó mucho tiempo cuando el de cabellos rosas escuchó que la puerta principal se abría y dejó al (no tan) pequeño gatito sobre las sábanas de su lecho.

Fue al encuentro de la única persona que poseía
otra llave.

Y ahí lo vio. Sunoo por fin había llegado a casa.

Lo abrazó y no tardó en sentir como los brazos contrarios correspondían a su afecto.

No quizo preguntarle nada, quizá por el pequeño rasguño que tenía el mayor en su mejilla, o por el hecho de que Sunoo parecía haber corrido mucho por lo agitado que estaba.

También notó que el mayor no traía consigo su bolso.

—Lo siento, lo siento tanto.— Sunoo se disculpó.
NI-KI no pudo evitar que tantos sentimientos se acumularan en su corazoncito y terminara soltando algunas lágrimas.— Se que demoré en llegar, pero unos tipos no querían dejar que viniera a casa, me golpearon y me asaltaron.
No pude defenderme.

—Oh, no te disculpes, bobo. No es tu culpa. Ya estás aquí, estoy aquí contigo.

NI-KI no podía dejar de llorar, pensaba que era un inútil por no haber estado allí para poder proteger al mayor. Acarició sus cabellos y se perdió en el aroma de su perfume que tanto había extrañado.

—¿Hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor?

—¿Quedarte conmigo para siempre es una opción? Si no, hazme cariño.

—Te amo tanto. Siento no haber estado allí.

—Te amo más, NI-KI.

¿Cómo podría NI-KI hacer que Sunoo olvidara aquel mal rato que había pasado? No encontraba ninguna solución, pero se quedó allí, todo el resto del día, acariciando sus cabellos y mirando su perfil mientras dormía.

Acarició aquella pequeña herida de su rostro y la besó como si con ello fuera a desaparecer. Y lo abrazó como si su vida dependiera de ello, aunque en efecto, así fuera.

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