Quarantaquattro.

NI-KI miraba atento desde el sofá el como
Sunoo paseaba delicadamente sus dedos por el piano que tenía en la sala de estar.

Aún seguían en la antigua casa del mayor en Suwon-si, pero planeaban volver pronto a su actual residencia.

A NI-KI siempre le habían llamado la atención las manos de Sunoo.

Delgadas, suaves, tan blancas y perfectas.

Nunca había admirado tanto como los dedos de Sunoo tocaban las teclas del instrumento con mucha pasión.

Se dejó llevar por la melodía armoniosa del mayor y se encontró de pie, moviéndose a lo largo del amplio lugar con pasos de ballet y danza contemporánea, algo que creía haber olvidado.

Pero ahí estaba, y Sunoo estaba disfrutando la vista, viendo como el menor danzaba con los ojos cerrados a lo largo de su música.

Se perdió tanto en su admiración hacia NI-KI, que hubo un momento donde tocó una tecla errónea y tuvo que parar.

—Lo siento.— Se disculparon al unísono.

NI-KI lo hizo por haber comenzado a bailar sobre la pista que tocaba el mayor.

Sunoo lo hizo por haberse equivocado en una nota, obligando al menor a detener sus pasos.

Ambos rieron fuertemente, a veces se parecían tanto que a los dos les causaba gracia.

Era como si el universo hubiera conspirado contra viento y marea para que dos almas que merecían estar juntas, se encontraran en un momento de la vida.

—No sabes cuánto te amo, Nishimura Riki.

—Yo te amo más, Kim Sunoo.

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