Prólogo.
Uno de los tantos días lunes del año, se vió a un chico de cabellos claros correr a lo largo del pasillo de la escuela cuando faltaban a pensar unos minutos para comenzar las clases y ese chico era NI-KI, quien alcanzó a entrar al aula antes de que le cerraran la puerta en la cara.
NI-KI estudiaba un curso de dos horas y media en un Instituto de Artes visuales cerca de su hogar. Era un estudiante aplicado a pesar de que siempre llegaba tarde a las clases, levantarse muy temprano en la mañana no era lo suyo; pero cuando deslizaba su lápiz a lo largo de la hoja blanca, eso sí era lo que le gustaba.
Amaba como unos pequeños trazos con poco sentido formaban un gran y hermoso boceto.
Aunque ese día tenía algo en particular, puesto que alguien había ocupado el lugar a un lado de NI-KI, aquel que siempre estaba vacío.
Un chico con cara de no haber dormido bien, cabello oscuro y sus audífonos puestos, se encontraba garabateando en una hoja de papel. Ni siquiera se inmutó cuando el más alto dejó su mochila en el puesto siguiente, tampoco levantó la vista cuando NI-KI amablemente le sonrió y movió su mano en forma de saludo.
Parecía como si quisiera ignorar todo a su alrededor.
La clase pasó bastante rápido y NI-KI tenía sobre su mesa un dibujo muy bien elaborado de una rosa.
El chico malhumorado se quitó por fin los audífonos y miró el boceto de NI-KI.
Sonrió.
—Me gusta como dibujas.
—Gracias.
NI-KI pensaba que aún le faltaba aprender a dibujar decentemente, pero al menos a aquel chico le gustaba su manera de hacerlo. El más alto preguntó su nombre, descubriendo así un poco más la voz del alumno nuevo.
Su nombre era Sunoo y tenía tres años más que NI-KI.
Espero les guste el capituló
¡Besos!
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