˗ˏˋ苦痛 ↬ 𝟣𝟢﹕𝖮𝗋𝗂𝗅𝗅𝖺.
𝐄stado laboral: desempleada. Ya se sentía como una fracasada a su corta edad. No sabía qué hacer con su nuevo tiempo libre, se sentía perdida tratando de encontrar a alguien con quien jugar. Había pasado una semana desde su despido y, gracias a eso, pudo darse cuenta de que llevaba una vida muy aburrida.
Las niñas de su clan tampoco le hablaban, todas se conocían entre ellas, menos Hayami. En cierto punto, creyó que la excluían por ser parte de la familia principal. Aunque, si se detenía a pensarlo, ella nunca hizo ningún esfuerzo para acercarse a formar parte de ese grupo; estaba pagando las consecuencias de no salir de su casa ni de su trabajo.
Estaba sentada, cerca de la orilla del río. Se sentía tan sola que no tuvo mejor idea que refugiarse allí. Miraba como la corriente de agua fluía, llevándose consigo algunas piedras y flores. Recordó, por un breve momento, que le prometió a Itama que jugarían una vez la guerra terminara. Él era su apoyo, la razón por la que no se rendía. Ya no estaba, murió.
Enterró sus uñas entre las piedras que rodeaban toda la orilla. Odiaba el sentimiento de pérdida, detestaba la soledad. Tomó una piedra entre sus manos; se quedó unos minutos apreciándola. Sus ojos se humedecieron, una lágrima la empapó. Lanzó la piedra con todas sus fuerzas, casi llega a la otra orilla. Golpeó el suelo con uno de sus puños, cansada de no poder hacer nada bien.
El día era nublado, acompañaba a su melancolía. No superaba aún la muerte de Kawarama y tenía que venir el menor de sus hermanos a dejarla nuevamente. El estado en el que lo encontró jamás podría borrarlo de su cabeza. Pese a las graves heridas y quemaduras que tenía por todo el cuerpo, seguía vivo. Hashirama le gritó que le ayudara a llevarlo hacia el campamento Senju. Sin embargo, no tuvo el valor de hacerlo; se quedó parada, escuchando los leves quejidos de su moribundo hermano.
El llanto del mayor fue lo que hizo que su padre se acercara al lugar. Huyó lo más rápido que pudo para que no la viera. Hashirama no la delató, incluso la defendió a la hora en que su progenitor notó sus hinchados ojos antes de avisarle sobre la noticia.
Se sobresaltó al ver la silueta de su hermano reflejada en el agua. Frotó sus ojos, pensando que era una ilusión de ella. Por más que los cerrara, allí permanecía. Volteó su cabeza y comprobó que, en verdad, estaba detrás de ella. Frunció el ceño y continúo mirando hacia el otro lado del río, ignorando su presencia.
—¿Hay lugar para alguien más? —preguntó él; rascó su nuca, nervioso por la respuesta de Hayami—. No nos hemos dirigido la palabra desde hace una semana.
—Cuatro días —corrigió rápidamente—: me pediste que lavara tu ropa hace cuatro días.
—Ni siquiera respondiste a lo que te pedí. —Bufó—. Solo asentiste con la cabeza y te esfumaste, como si yo fuera un ladrón.
El silencio volvió, esta vez con más fuerza. Hashirama se quedó sin ideas para hacer que su hermana le volviese a hablar. Creía que estaba enojada con él por no haber podido llevar a Itama a la enfermería a tiempo, que la había decepcionado. Pateó las piedras del camino y dio media vuelta, dispuesto a regresar a su hogar.
—E-espera —musitó Hayami mientras daba palmadas al suelo—. Siéntate, hermano. No quiero estar sola.
Él le hizo caso y se sentó a su costado. Su hermana apoyó su cabeza sobre su hombro y soltó un suspiro. El castaño no tardó en escuchar unos ahogados sollozos. Vio como sus ojos ámbares desprendían tenues lágrimas que terminaban en la orilla del río. Pasó su pulgar sobre la mejilla de la niña para secársela.
—Itama murió por mi culpa —confesó Hayami—, no tuve el valor de ayudarte a llevarlo hasta el campamento.
—No te sientas culpable, tu posición no te lo permitía. De igual forma, aunque me duela decirlo, él no tenía salvación. —Apretó los puños—. No hubiera gozado de una buena vida, pasaría el resto de esta postrado en una cama.
—El río me recuerda a él —dijo, evitando seguir con el otro tema—. No había día en el que no mencionara lo mucho que quería venir a jugar aquí, junto a todos nosotros. Aún puedo sentirlo a mi lado, abrazándome.
—Deberías dejar de hacerte daño con esto. —Acomodó su cabello blanco detrás de su oreja—. ¿Por qué no vas a trabajar? Es bueno distraerte ayudando a los demás en la carpa médica.
—¿No te conté? Me despidieron. —Se apresuró a tapar la boca de su hermano, el cual estaba a punto de gritar—. No le menciones nada de esto a padre, es secreto.
—¿La viejita media ida te sacó a la fuerza? Ya me imaginaba que haría algo así, andaba de terca con todas las nuevas leyes impuestas por padre.
—No fue por eso, simplemente quería que tuviera una vida «normal», lejos de las responsabilidades de los adultos. —Soltó un largo suspiro—. Jamás pensé que esto sería más aburrido que lo que hacía con ella.
—¿No has tratado de escabullirte y volver a trabajar?
—Sí; no funcionó.
—¿Cómo terminó?
Tragó saliva al recordar como la echó. Yū le advirtió que no se apareciera nuevamente por allí o, de lo contrario, dejaría de enseñarle por las noches. Hayami estaba cansada de mentirle a la mujer sobre cómo le estaba yendo. No quería preocuparla con sus problemas para encontrar amigos. Tal vez, solo era cuestión de tiempo para que apareciera un grupo que quisiera integrarla.
—No muy bien que digamos —murmuró—. Qué vergüenza: tengo tanto tiempo libre que me dedico a llorar por nada mientras los demás sufren por el agotador entrenamiento que reciben diariamente.
—No minimices tu dolor. —Acarició su cabeza—. La muerte de Itama nos dejó una marca imborrable. Me permitió darme cuenta de muchas cosas que están mal en nuestro clan. Te protegeré hasta que me haga cargo de este y pueda mejorarlo.
El sonido de las pisadas alertó a Hashirama, quien no tardó en notar al causante del ruido. Por ello, no se sorprendió cuando el reflejo de Madara se proyectó sobre las cristalinas aguas del río. Sin embargo, no tenía el ánimo para saludarlo con una sonrisa. Decidió mantener su mirada hacia la nada.
—Hola, nos volvemos a ver. —Madara llevó sus manos a la cintura—. Hayami y... este...
—Hashirama —respondió de forma fría.
—Hashirama, ¿qué te pasa, ya estás deprimido? ¿Qué ha ocurrido? —Miró a la niña—. ¿Sabes por qué tu hermano está así?
—Él está b-bien —afirmó con duda—, ¿no, Hashi?
—¡Yo estoy de maravilla! ¿Y qué hay de ti?
El azabache frunció su semblante, inconforme con las respuestas de ambos hermanos. Hayami escondió su cabeza entre sus rodillas y el mayor tenía una mirada perdida, melancólica. Sin duda, les pasaba algo. Él tampoco pasaba por los mejores momentos, así que conocía aquellos comportamientos.
—No mientan, parece que tienen algo de qué hablar.
—Para nada —dijo el mayor.
—Vamos, hombre, dilo —insistió—. Con ese aspecto, es difícil creerte.
—No, no es nada —repitió por segunda vez.
—Vamos, te esfuerzas demasiado... ¡He dicho que escucharé! —Se acercó un poco a ellos.
—Que no es nada... —musitó Hayami, aún con los ojos hinchados de tanto llorar.
—¡Hablen ya! —Madara perdió la paciencia.
Estando más cerca de ellos, pudo notar los rastros de lágrimas de sus rostros. Hashirama tenía húmedas las mejillas, su ceño temblaba y sus labios se mantenía arrugados. Madara se preocupó por el estado de ambos hermanos. Tomó un poco de aire para recobrar la paciencia que perdió hace unos segundos.
—¿Qu-qué ha pasado? —inquirió él.
—Nuestro hermano murió. —Hashirama se secó las lágrimas con su manga—. Venimos como forma de honrar su memoria, ¿verdad, Hayami?
—Tal vez... —Volteó su rostro hacia Madara—. Puede que te pase lo mismo, ¿no?
—Uhm... —El Uchiha se quedó pensativo.
—¿Tienes hermanos? —inquirió el mayor.
—Tengo cinco hermanos... o los tenía —Tomó una piedra y comenzó a jugar con ella.
Ambos hermanos se miraron entre sí, ninguno podía creer lo que dijo. Conque él también podía entender su dolor... No pensaban que Madara y ellos compartieran muchas cosas en común. El castaño observó al joven que estaba parado. Por su mirada, dedujo que hablaba muy en serio.
—¿Los tenías? —Sintió que su hermana jaló de una de sus mangas—. ¿Eh?
—No abras su herida —susurró en su oído.
—Somos shinobis después de todo. Sabemos que podemos morir en cualquier momento. El único modo de que nadie muera... es que los enemigos muestren todo lo que llevan en su interior, sin ocultar nada. —Apuntó a cierta dirección—. Y así brindar juntos como hermanos, pero eso es imposible. —Se puso en posición de lanzamiento—. Porque no se puede ver qué es lo que uno, en el fondo, piensa de verdad.
El tiro de Madara fue excelente, casi tan perfecto como el de su hermano mayor. La Senju se sorprendió por su precisión; en poco tiempo, había mejorado mucho. Sin embargo, su cuerpo le decía que algo no andaba bien. Al momento en que tiró la piedra, pudo sentir una presencia similar a la vez que...
—De hecho, ni siquiera se puede ver si están furiosos o no...
—¿Crees que no se puede mostrar lo que sentimos? —cuestionó Hashirama.
—No lo sé, pero siempre vengo aquí esperando que exista un modo. —dijo con una sonrisa.
Y, al fin, la piedra llegó al otro lado de la orilla. Hayami lo felicitó, estaba muy contenta por el logro de su amigo. Dejó de pensar en las sospechas infundadas hacia Madara. Se autoconvenció que estaba siendo paranoica, que él no podría ser parte del clan rival, ¿no?
—Esta vez parece que encontré uno. No eres el único, sino que yo también he llegado a la otra orilla.
Hashirama se levantó del suelo. Se encontraba sorprendido de que alguien tuviera la misma cosmovisión que él. Ya no era el único idiota que pensaba una forma para acabar con el sufrimiento y las guerras sin sentido. Con la ayuda de Madara, se abría la posibilidad de cumplir su sueño, el cual lo consideraba imposible.
—No tienes que enseñarme nada para saber cómo eres.
—¿Qué? —Alzó una ceja.
—Ese atuendo y ese peinado... ¡Qué vulgar! —bromeó.
Nuevamente, el castaño estaba deprimido.
—¡Hayami, defiéndeme! Somos hermanos —dijo entre lágrimas.
—Esto... ¿me gusta tu peinado? ¡Pareces un honguito!
Madara soltó una carcajada al escuchar la «defensa» de la niña, cuyo sonrojo apareció tan pronto lo oyó. Él colocó su mano sobre su hombro y le dedicó una sonrisa. La Senju miró hacia su hermano, quien tenía una expresión socarrona.
—No defiendas lo indefendible, es vulgar.
—Pero los hongos son lindos; en especial, la Amanita muscaria.
—¡¿Me estás comparando con un hongo exótico que ni siquiera conozco?! —exclamó, indignado por la extraña equiparación—. ¡Cuando sea grande, tendré el cabello más largo que tú!
—Uy, parece que se enojó; será mejor correr. —La tomó del brazo.
—¡Si los atrapo, cortaré su cabello como el mío! —gritó mientras los perseguía.
—Atrévete a tocar el mío y estarás muerto, primera advertencia.
—1825 palabras.
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