˗ˏˋ苦痛 ↬ 𝟢𝟫﹕𝖣𝖾𝗌𝗉𝗂𝖽𝗈.
𝐃esde su época, era común que los niños tuvieran que ir a la guerra. Nunca sintió alguna clase de tristeza a la hora de recoger sus inertes cuerpos. Sin embargo, ya no era lo mismo. Ese, junto con su avanzada edad, fue el porqué de su traslado a la carpa médica. Allí, al menos, podía evitar atender a los niños.
«Mierda, odio sentirme culpable. ¿Por qué debería serlo? Solo hago mi trabajo, sin involucrarme con mis pacientes. No salvé la vida del niño, me lo encargaron cuando ya no se podía hacer nada», pensó Yū. Daba vueltas sobre su cama, incapaz de conciliar el sueño. «Creí que Hayami podría traer a su hermano a salvo, pero resulta que lo encontró muerto».
Miró hacia el techo; por más que quisiera cerrar los ojos, su cerebro le impedía hacerlo. Tenía grandes ojeras, demostrando su terrible falta de sueño. La manta, que se había puesto por el frío que hacía en la noche, comenzó a incomodarle. La botó al piso. A los pocos minutos, sintió sus pies helados. Soltó un gruñido, fastidiada por no encontrar una posición cómoda.
—Da igual, dormir me quita mi valioso tiempo —musitó mientras se levantaba de su cama, dispuesta a ponerse a trabajar para olvidarse de su liviano sueño.
Aún era de noche, podría afirmar que no pasaba de las tres de la madrugada. Siempre a la misma hora, todos los días, algo la tenía que despertar para que se refugiara en el único lugar en el que sentía seguridad: la carpa médica. Nadie tenía mayor conocimiento de ninjutsus médicos que ella; nadie más que ella conocía los sucios secretos del clan Senju.
Frotó sus párpados caídos y bostezó. Sostenía una lámpara para no tener que prender los focos del lugar, no quería pararse para hacerlo. En cuanto entró, la suela de uno de sus getas se manchó con un poco de sangre que se encontraba en el suelo. Levantó una ceja: recordó haber mandado a sus enfermeras a limpiar toda la carpa antes de irse.
«Vaya, qué poco eficientes que son. Les tendré que reducir la paga, a ver si así le echan más ganas al trabajo». Se hincó sobre sus atrofiadas rodillas para limpiar los restos de sangre con su pulgar. Acercó la lámpara para ver bien. Frunció el ceño al notar que había manchas, aunque eran más pequeñas. «Pondré un cartel de "se busca personal", necesito mejor personal médico».
Mientras más avanzaba, más marcas de sangre comenzaban a aparecer. Frotó nuevamente sus ojos, esta vez con más fuerza. Creía que estaba delirando; la rutina que llevaba le estaba causando estragos a su salud mental. En definitiva, debía dormir siete horas al menos. Ser anciana no era excusa.
—Ni en mi casa limpio tanto —comentó entre dientes—, qué horror. O entró un animal medio muerto, o estas niñas no saben cómo se debe hacer una limpieza profunda.
Siguió los rastros del líquido, los cuales parecían dirigirse al lugar que estaba restringido para las demás. Dejó la lámpara sobre una de las camillas y comenzó a caminar hacia allí, dispuesta a encontrar al responsable de tal escena. Prendió las luces de toda la carpa médica. Y, al fin, pudo verla.
—C-carajo. —Yū mordió su lengua para evitar pegar un grito, pero no pudo hacerlo—. ¡¿Se puede saber qué mierda haces con eso, niña?!
Enfrente suyo, se encontraba Hayami. Ella sostenía firmemente, en su mano derecha, un kunai. La niña se asustó al notar el enojo de su maestra, quien corrió a quitarle el arma. La mujer no tardó en darse cuenta de los cortes que tenía en la muñeca izquierda. La miró directamente a los ojos, aquellos que estaban enrojecidos por las lágrimas.
—¡Responde! —exclamó, alterada al no esperarse aquella escena.
La agarró de la manga de su yukata y la alzó. Tenía otros cortes, mas no eran tan graves. Hayami soltó un quejido y se escapó de su agarre, sostenía la mano afectada con firmeza. De igual forma, eso no fue impedimento para que volviera a tomarla, con más fuerza que la otra vez.
—N-no planeaba cometer ninguna tontería —se apresuró a aclarar para no preocuparla más—, lo juro.
—Entonces, ¿cuál es tu excusa? ¿Hacerte daño? ¡¿Sentir lo que tu hermano sufrió?! —Frunció el ceño—. No importa lo que quisieras hacer, no debes hacerte daño por ningún motivo.
—Quería aprender a... sanar heridas. —Soltó un sollozo—. No puedo controlar mi chakra. Hay veces en las que puedo hacerlo; y otras, en las que no. Como nadie se ofrecería a ser mi «rata de laboratorio», pensé que lo mejor sería que yo misma lo fuera.
—¿Por qué no me pediste que obligara a una de las enfermeras?
—No pude proteger a mi hermano, ¿cómo podría confiar en mí si ni siquiera tuve el valor de acercarme a tratar de salvarle la vida? Fui cobarde, no tengo valor. Tal vez, Itama seguiría vivo...
Todo lo referente a Itama era muy delicado. Su cuerpo, casi muerto, fue encontrado a escasos metros del campo de batalla. Yacía contra una roca, como si hubiera sido colocado allí a propósito. Tenía diversas quemaduras por todo el cuerpo, incluso en su rostro. Si no hubiera sido por las iniciales, escritas con su propia sangre, que hallaron detrás de la roca, no habrían sabido la identidad del niño.
Yū trató de dar lo mejor de sí para mantenerlo con vida, pero él ya no respondía a sus intentos. Su corazón se detuvo y no pudo soportar la operación a la que lo sometieron. Así era la dura vida de los shinobis, la muerte acechaba en cualquier rincón y no avisaba a quién se llevaría.
Luego del anuncio de la muerte de Itama, Butsuma le hizo un pequeño funeral, donde asistieron los altos mandos del clan. Utilizó esto para avivar el odio hacia los Uchiha, algo que Hayami no pudo aguantar y salió corriendo. La mujer no volvió a verla hasta ese momento. Creyó que se encerraría en su habitación o que se quedaría parada en una esquina durante el trabajo.
—Él no desearía esto para ti —dijo Yū, pasando uno de sus dedos por su muñeca—. Créeme, pasé por esto. Sé lo difícil que es perder a alguien a quien amaste, a quien querías tanto que la pérdida te persigue a todas partes. Ambas sabemos lo que es pasarse las noches pensando en cómo sería nuestra vida si hubiéramos tomado caminos distintos.
—¿Perdió a alguien importante? —cuestionó mientras remangaba su yukata—. Nunca la escuché mencionar a alguien importante para usted.
—Al igual que tú, a tres personas: a mi pareja, a mi hija y a tu madre —pronunció las palabras con amargura—. No he hablado de ellos desde hace mucho tiempo. Sería algo impensable que la líder de las kunoichis médicas tenga debilidades, eso traería riesgos. ¡Así que, nada de contar esto!
Hayami asintió lentamente, aún sorprendida por descubrir un poco más acerca de la vida de su maestra. Yū curó sus cortaduras con la ayuda de un ninjutsu médico. Tomó un par de vendas y las colocó alrededor de sus brazos. Vaya, no pensó que la niña le diera esa clase de sustos.
—Usted me dijo que nunca tuvo hijos.
—Miento más de lo que respiro. —Suspiró—. Además, fue hace mucho tiempo... por lo que nadie podría confirmar si es real o falso.
—¿T-tiene que ver con la foto del chico pelirrojo de la otra vez? —inquirió, interesada por lo que le contó.
—Sí. —Sonrió de lado—. Él, querida, era un Uzumaki. Lo conocí por una firma de alianzas con su clan. Muchas cosas pasaron, cosas que no te corresponden saber, para que quedara embarazada. Lamentablemente, nunca lo supo; tuvo que partir a Uzushiogakure por unos motivos.
—¿No lo volviste a ver? —Observó como negaba con la cabeza—. La abando...
—¡Ni se te ocurra completar esa frase! Murió. Él jamás se atrevería a hacerlo.
Los amores entre clanes, a pesar de ser aliados, era algo mal visto por la sociedad. En su caso, era aún peor: ¿cómo podría haber tenido una hija fuera de matrimonio, siendo la líder del cuerpo médico del clan Senju? Fue tachada de lo peor y le costó mucho volver a ascender de posición.
—¿Y qué le pasó a su hija?
—Falleció de hipotermia a los cinco años. —Apretó los puños—. La dejé media hora al cuidado de una enfermera y, al regresar, me entero de que ya llevaba más de tres horas muerta.
—¿C-cómo se llamaba?
—Reiko, así la nombré. Supongo que me salvé de las noches de desvelo —musitó para no sentirse peor—. Incluso con eso, me da curiosidad descubrirlo...
Apareció un silencio en la habitación. Hablar de su difunta hija le bajaba el ánimo. Las tímidas manos de Hayami hicieron que se sobresaltara un poco. La niña la miraba, esperando a que pudiera calmarse para seguir desahogándose.
—Esperas la parte de tu madre, ¿cierto? —Apoyó su cabeza sobre su puño—. La empecé a entrenar cuando tenía ocho años, casi por tu edad. Era huérfana, no tenía adónde ir. En principio, no pensaba tenerla como aprendiz, hasta que me demostró que no tenía miedo.
»La acogí y a los pocos días me di cuenta de su parecido con mi hija. Lo que rebalsó la copa fue que tenía un lunar en la misma posición que ella. Me encariñé con tu madre; y ella, conmigo. La tomé como mi segunda hija, pero me la arrebataron de mi lado.
—Entonces, usted es algo así como mi abuelita. —Una sonrisa se coló en sus labios—. Lo siento si...
—Ni siquiera lo pienses. —Entrecerró los ojos—. Ya me nombraste «abuelita», hazte cargo.
La mujer le dio un abrazo, apretándola. Una lágrima cayó por su arrugado rostro, trató de ocultarlo. Ella, en definitiva, era la viva imagen de su madre, quien también se refería a Yū como su «abuelita». Le dio una palmada a su cabello blanco. Hayami correspondió el gesto, feliz de tener más confianza con su maestra.
—Hayami...
—¿Sí?
—... también era el nombre de tu madre —susurró mientras volvía a guardar la compostura—. No solo eso, sino que sacaste su lunar cerca de la pupila.
Se levantó de su asiento, sorprendiendo a la niña. Yū la miraba, pensativa acerca de sus decisiones del pasado. Reconocía que la había cagado en algunas —demasiadas— cosas. Elecciones que no solo marcaron su vida, sino la de las personas que más quería.
—Hayami, deja de vivir por los demás y comienza a hacerlo por ti misma —dijo en seco—. Eres la menor de tus hermanos ahora, puedes tener una vida más tranquila. ¿Qué opinas de ir a jugar a la orilla del río?
—Fui algunas veces, pero no lo puedo hacer por mucho tiempo por el horario laboral.
—Bien, está decidido: estás despedida. —Se dio media vuelta.
La niña se quedó boquiabierta, aún estaba procesando lo que escuchó. ¿Despedirla? ¿Había oído bien? Hayami la tomó del brazo y le pidió una explicación, por lo que Yū amplió su sonrisa.
—Sé una niña libre, sin tener que pensar como adulta. —Extendió su mano para que le devolviera la bata médica—. No la necesitarás. Seguiré siendo tu maestra; sin embargo, te entrenaré en la noche. De ahora en adelante, preocúpate por jugar, por divertirte.
—¿Y qué pasará con mi padre?
—Le mentiré, como siempre lo he hecho. No permitiré que ese hombre vuelva a quitarme algo que aprecio.
—Te quiero, Yū.
—Abuelita —corrigió—, me gusta más ese nombre.
—1883 palabras.
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