˗ˏˋ苦痛 ↬ 𝟢𝟪﹕𝖨𝗍𝖺𝗆𝖺.

𝐈tama estaba petrificado, su cuerpo no respondía por más que tratara de moverse. No era fácil para su joven cerebro procesar los muertos que le rodeaban, todos asesinados de formas que no podría describir. Los que seguían en pie pisoteaban los cadáveres de sus compañeros, como si su sacrificio no hubiera valido nada.

¿Era esto lo que significaba ser un verdadero shinobi, un verdadero hombre? ¿En la guerra no valían las preciadas leyes que protegía su padre? Él siempre repetía que se debía de morir de forma digna, pero Itama veía de todo menos una muerte honrada.

La sangre que fluía por sus venas se enfrió. Su rostro empalideció por la crudeza del campo de batalla. El pequeño kunai que sostenía amenazaba con caerse al suelo en cualquier instante. Lo que imaginó de camino hacia el bosque no se comparaba a lo que estaba viviendo.

Se puso detrás de su padre, quien miraba atentamente la perspectiva que tenía delante de él: decenas de personas luchando entre sí, luchando por sobrevivir hasta el siguiente enfrentamiento. Su progenitor no parecía ni un poco triste por el violento escenario; Itama podía jurar que a él hasta le gustaba. Mantenía los brazos cruzados y esbozaba una sonrisa, la sonrisa más aterradora que haya visto salir de los labios de su padre.

—Esto es lo que se debe sacrificar para hallar la paz, hijo —dijo orgulloso—. Así continuará el ciclo hasta acabar con nuestros enemigos, con los Uchiha y Hagoromo.

—¿M-mis hermanos estarán bien? —cuestionó, apoyándose sobre sus rodillas—. Todos se ven tan... violentos. Tengo miedo.

—No le encuentro sentido que te preocupes tanto por ellos; tienen más años de experiencia que tú, Itama. —Frunció el ceño—. De lo que sí deberías preocuparte es en pelear. Desde que llegaste, no haces más que seguirme. ¡Ve a ser un verdadero hombre!

—P-pero todos son más grandes que yo, ¡no tendré oportunidad!

El hombre le agarró bruscamente la mano y lo llevó, en contra de su voluntad, más cerca de los enfrentamientos. Le ponía resistencia a su padre para que no lo dejara allí, pero fue en vano. Tenía muchísima más fuerza que él, así que solo estaría reteniendo lo que iba a pasarle por unos segundos.

Estando a pocos metros del lugar donde más se concentraba la guerra, pudo ver a detalle los cadáveres. Estaban destrozados, casi irreconocibles. Las lágrimas salieron de sus ojos.

Una espada descendió del cielo, apuntando directamente a su padre. Él pudo esquivarlo solo por la advertencia de Itama, quien gritó asustado. Un hombre dio un gran salto. En efecto, era un Uchiha. Lo reconoció por la cabellera azabache que tenía, un distintivo marcado de aquel clan.

—¡Butsuma! —exclamó ansioso el Uchiha—. Ha pasado un tiempo desde la última vez que te apareciste por aquí.

—Tajima —pronunció su nombre con repudio—, debí suponer que el causante de este caos eras tú. Nadie puede ser tan despiadado en cuanto a matar a los de mi clan se refiere.

—¿Lo dices en serio? —Mostró los dientes—. ¡Los tuyos les sacan los ojos a los míos! ¿Crees que eso no es ser despiadado?

Tajima se abalanzó contra él, iniciando una pelea. Ese tipo de duelos eran conocidos entre los demás shinobis. Butsuma había sido el rival a muerte del Uchiha por más de tres décadas consecutivas; un gran tiempo odiándose entre ellos, a decir verdad.

El estilo de pelea de los Uchiha era distinto al de su clan. Ellos preferían dar golpes poco precisos, pero se compensaba con el impacto que tenían. Atacaban mucho y defendían poco. Analizaban el entorno demasiado rápido gracias a la ayuda de su Sharingan, el cual protegían aun estando moribundos y malheridos.

Los Senju, en cambio, se tomaban su tiempo para prevenir los golpes. Eran más calmados, más del estilo ordenado. No hacían movimientos innecesarios, solo buscaban evadir al temido Sharingan de los Uchiha. Sus ataques se concentraban, en gran parte, hacia los ojos de los oponentes. Si tenían suerte, podían quitarles su dōjutsu.

Itama veía atemorizado a como su padre se debatía en un duelo de espadas con el líder de los Uchiha. Él estaba en contra de todo lo relacionado a la guerra; no quería estar allí. Era duro contemplar las decenas de cuerpos muertos de niños; no importaba el origen de estos, solo la corta edad que tenían.

No pudo más con el dolor y cerró los ojos. Salió corriendo hacia la parte donde había más árboles, allí sería un buen lugar para esconderse. Ignoró los llamados de su padre. Le gritaba que regresara, que en esa zona no estaba el campo de batalla. Lo último que escuchó de los líderes de los clanes fue:

—Parece que uno de tus hijos te salió cobarde. Debe ser una decepción total.

—Itama es igual que su hermana... una molestia.

Esas palabras fueron las que lo impulsaron a aumentar su velocidad. Pasó entre los arbustos; no le importaba que lo catalogaran de un cobarde, carente de coraje. Lo único que en esos momentos quería era llegar a su casa y no salir de allí hasta el próximo reclutamiento.

Sobó sus ojos, aún corriendo, al darse cuenta de que estaba llorando nuevamente. «Llorón», ese era el apodo que le puso su padre. Recordó las incontables veces que se refería a él con ese apelativo fastidioso. Llorar era un símbolo de debilidad, de no ser un hombre para su progenitor. Reprender a un niño por no poder acallar sus sollozos era injusto, cruel.

Paró en seco: no podía ser egoísta, no solo él era quien prefería estar en su casa. Muchos de sus amigos también expresaban su deseo de volver a su hogar, aunque trataban de disimularlo a la hora de estar al lado de los adultos.

La banda que le regaló Butsuma horas antes de partir a la guerra se cayó al suelo. Itama miró el símbolo Senju impreso en este. Aquel logo que debía de significar el amor que tanto caracterizaba a su clan; no valía nada realmente. Los de su clan eran unos hipócritas: preferían mantenerse en medio de una guerra en vez de conseguir una alianza. No retrocedían y cometían los mismos crímenes que sus enemigos; se justificaban con el «ojo por ojo, diente por diente».

Agarró la banda y se la amarró al revés. No pensaba continuar con eso, no pensaba luchar contra un enemigo. Dentro de sí, prometió no herir a nadie, volverse un pacifista. Quería encontrar la forma de vivir en armonía con sus enemigos, sin necesidad de llevar a los niños a la guerra.

—¡Itama! —gritó una voz no tan lejana a él.

Su hermano Tobirama apareció en su delante, su expresión parecía preocupado. Lo tomó de los hombros y no tardó en inspeccionarlo, asegurándose de que no tuviera ninguna herida. Aunque tratara de ocultarlo, también quería que el menor de sus hermanos regresara a salvo de la batalla.

—¿Qué haces por aquí? ¡Es peligroso, no debiste alejarte! —Agarró su mano—. Hashirama me prometió que te vigilaría, es probable que te esté buscando ahora mismo.

—Padre no quería que estuviera detrás de él. —Agachó la cabeza—. No deberíamos estar aquí, no somos adultos para tratar sus temas. ¡Somos niños!

—Cada día, te pareces más a nuestros hermanos. —Le dio una pequeña palmada en su cabello—. En los tiempos de guerra, los niños tienen que comportarse como adultos.

—Interesante discurso... —una voz apareció detrás de los árboles.

Los dos Senju miraron hacia el lugar donde provenía dicha voz, encontrándose a un niño apoyado sobre un tronco. Tenía una sonrisa traviesa en su rostro, daba la impresión de tener mucha confianza en sí mismo. Estaba armado con una espada, al igual que Tobirama.

—Me agradas, niño. —Señaló al joven de cabello blanco—. Te estuve vigilando.

—Retírate, Uchiha, este no es tu asunto. —Desenvainó su arma—. ¿Quieres morir? No soy como mis demás hermanos, no dudaré en descuartizarte si hace falta.

—Uchiha es un apodo bastante despectivo, Senju. —Entrecerró los ojos—. Mejor usemos nuestros nombres. Me llamo Izuna, Uchiha Izuna.

—No seré tan idiota como para decirte eso —dijo, fastidiado por la infantil acción de ese niño—; madura un poco antes de enfrentarte a lo desconocido, Izuna.

—Siempre quise tener un rival de pelea, debo volverme un oponente formidable para mi hermano. —Se acercó y pudo ver como el mayor de los Senju ponía detrás de él a Itama—. No tengo razón para querer a tu hermano. ¡Quiero a alguien de mi edad! No me atrevería a hacerle daño a un niño de... ¿seis años?

—Nunca te enseñaron a callarte, ¿verdad?

Tobirama fue el que tomó el impulso para darle un espadazo al Uchiha, quien logró evitarlo por sus increíbles reflejos. Izuna lo miró asombrado por su destreza: creyó que, al fin, encontró al formidable enemigo del que tanto su padre le hablaba, aquel que lo acompañaría hasta que alguno de los bandos desaparezca.

Mientras se debatían en duelo de espadas, Tobirama pudo escuchar los apresurados pasos de un grupo de jóvenes. No tardó en detectar la presencia del enemigo. Conocía al derecho y al revés a los Uchiha, sabía que ellos cazaban a los menores de su clan en grupos grandes, dejándolos sin oportunidad de si quiera huir.

—¿Soy demasiado para ti que tienes que recurrir a más de tus amigos? —preguntó el Senju—. Eres patético.

—Ya les había dicho que no se metieran en esto —dijo entre dientes—. ¡No es lo que piensas! Ellos no se van a entrometer; de lo contrario, los mataré.

—Si no lo harán, entonces... —Abrió los ojos—. Mierda. ¡Itama, corre!

El niño volteó la cabeza, encontrándose con un par de sombras. Hizo caso a su hermano mayor y corrió. Nuevamente, huía de todo lo que significara un peligro para él. ¿Por qué no enfrentarlos? ¿Cuál era la razón por la que debía quedarse a esperar a que otro más fuerte lo rescatara?

Sus piernas estaban cansadas de tanto correr, el bosque se hacía más estrecho y confuso a medida que se adentraba. No conocía ningún lugar, estaba desorientado. Su desesperación salió a flote, sus nervios le estaban jugando una mala pasada.

—¡Apresúrate! ¡Está huyendo por esa dirección!

Aumentó la velocidad, a pesar de que le faltaba aire en sus pulmones. Su respiración agitada tampoco era buena señal. Dio la vuelta para confundir a los que lo seguían. Su decisión, cuando lo pensó mejor, fue la peor: Tobirama lo perdería de vista, pues estaba más enfocado en retener a Izuna y un Uchiha más que se unió a su combate.

Estaba acabado. No había lugar para correr. Su espalda chocó con una gran roca, haciéndole saber que no habría lugar para huir. Sus puños se cerraron y frunció el ceño. Unas pequeñas gotas de sudor recorrieron su pálido rostro. Itama estaba lleno de adrenalina, dispuesto a aceptar su destino.

—¿Ni siquiera te defenderás? —inquirió uno de ellos—. Tetsuo, así no tiene gracia.

—No me interesa, es un Senju. Cualquiera de ellos merece sentir el mismo dolor que los de nuestro clan al arrancarnos nuestros ojos. —Sacó un kunai—. Bien, niño, decídete: ¿derecha o izquierda?

Tragó saliva al sentir como Tetsuo le apuntó con el arma. Tenía el filo a escasos milímetros de sus orbes. Alzó el mentón, temeroso de que pueda clavárselo en cualquier momento. Notó una sonrisa divertida en el rostro del Uchiha. Tan solo deseaba que fuera rápido...

—Vaya, ¿te aburriste del enfrentamiento contra el hermano del niño? —preguntó al otro shinobi que se acercaba apresuradamente.

—Izuna se puso de su lado para echarme. Me dijo que era su pelea, no la mía —Miró a Itama—. ¿E-estás seguro de esto? Nunca ensucié mis manos con la sangre de un niño.

—Es parte de ser un shinobi. —Suspiró—. Nadie tendrá piedad de nosotros, por lo que tampoco deberíamos tenerla.

Le dio una patada al menor, cuya cabeza se dio un fuerte golpe contra la roca. Sobó la zona herida, sintiendo como un poco de sangre se impregnaba en su mano. Su mirada se clavó en los que tenía enfrente, todos le doblaban la edad. Supuso que ellos entraron al campo de batalla desde su corta edad, aun así, no terminaban de acostumbrarse a matar a sangre fría... al menos, no todos.

—¿Cómo te llamas? —cuestionó Tetsuo, enseñándole el kunai nuevamente.

—Senju Itama —admitió con miedo.

—Itama, ¿cuáles serían tus últimas palabras?

—Hashirama, Tobirama, Hayami... —sollozó en un murmuro—, ya no tendrán que preocuparse por mí.

Cerró los ojos y, después de mucho, pudo sentir como la paz invadió su cuerpo. No había más dolor, más futilidad. Al fin, podría obtener la libertad, la vida que tanto deseaba... una lástima que fuera lejos de sus hermanos.

—2081 palabras.

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