˗ˏˋ苦痛 ↬ 𝟢𝟨﹕𝖫𝖾𝗒𝖾𝗌.
𝐘ū fingía estar ocupada leyendo los papeles de algunos pacientes, aunque su atención se fijaba en su aprendiz realmente. Le estresaba que rodara una píldora por la mesa; el sonido era molesto. Su expresión perdida tampoco animaba el ambiente, que ya era fúnebre de por sí: decenas de personas asistían a la carpa todos los días y la mayor parte de estos, si tenían suerte, salían solo con una venda.
Agarró una pluma y la empapó en tinta. Se tomó unos minutos para pensar en lo que iba a redactar. Cuando la idea le llegó a la mente, se distrajo con unos ligeros sollozos. Frunció el ceño y la vio. Estaba sentada, con sus brazos rodeando sus piernas, tal y como ella lo hacía...
«Esta niña cada vez se parece más a ti... ¿acaso no piensas para ya con esto?», pensó la mujer. Se levantó de su asiento y se dirigió hacia la niña. Puso su mano sobre la píldora para evitar que la siga moviendo de lado a lado. Hayami seguía manteniéndose callada, cabizbaja.
—¿Vas a estar enojada conmigo? Ya te había dicho que no te contaré todo sobre ella de golpe. —Yū se sentó a su lado.
No escuchó respuesta alguna, por lo que se quedó ahí hasta obtener una. Su aprendiz alzó el rostro, revelando sus ojos enrojecidos. Encogió aún más el cuerpo y negó. Volvió a ocultarse entre sus muslos. La mujer se apoyó sobre su cabeza; suspiró profundamente para luego susurrar algo a su oído:
—Actualmente, a los shinobis médicos se les impide asistir a la guerra, pero antes eso no era del todo prohibido.
Hayami desconocía ese dato, siempre creyó que esa regla existía desde hace mucho tiempo. Alzó el rostro y miró a su maestra; ella no mentía jamás, así que no tenía razón para desacreditarla. Había vivido muchos años, por lo que presenció muchos hechos que, tal vez, ni siquiera fueron escritos en los registros del clan.
—Padre nos dijo que está restringido que vayan al campo de batalla —musitó con duda—. ¿Usted ha ido alguna vez...?
—¿Por qué crees que te lo cuento? Destaqué desde que tengo tu edad. Me acuerdo de que los Senju le llevaban la ventaja a los demás clanes por la participación de los shinobis médicos—Sonrió de lado—. Extraño esos tiempos donde éramos temidos, respetados. Ahora, estamos al mismo nivel que los Uchiha y los Hagoromo. ¡Qué vergüenza!
—¿Y los demás clanes no utilizaban la misma táctica? —inquirió interesada.
—Éramos un grupo escaso, secreto —afirmó—. No aparecíamos en medio de los enfrentamientos, nos escondíamos y atacábamos cuando teníamos la oportunidad. Los enemigos suelen dejar a los heridos y correr a derribar a más, no comprueban si están muertos en verdad. Ahí es donde nosotros actuábamos.
»Lamentablemente, a día de hoy ellos solo se limitan a limpiar el campo de batalla una vez todos se hayan retirado.
—Si llevaban la ventaja, ¿por qué los prohibieron? ¿Era una jugada muy sucia o qué?
—Fue Butsuma. —Soltó un bufido—. Nos vetó del rol por... por tu madre.
—¿Qué culpa tuvo mi mamá? No lo entiendo.
—Formó parte de el limitado grupo. Todo lo que le recuerde a ella, lo termina rechazando... Esa es la razón por la que es duro contigo, demasiado a comparación de los demás.
—Supongo que también debería serlo con Tobirama. Si no nos parecemos mucho a él, ¿entonces, somos una copia de nuestra mamá?
—Entre los dos, la que más se parece a ella eres tú. Eres la viva copia de tu madre.
Quería preguntarle más cosas, pero una mujer entró gritando a la carpa médica. Estaba alterada, no escuchaba las indicaciones de las enfermeras que atendían el lugar. Ella gritaba, gritaba tanto que Hayami se tuvo que tapar los oídos para que no le doliera la cabeza.
—¡Mi único hijo! ¡Me arrebataron a mi único hijo!
Parecía que sus cuerdas vocales estaban a nada de romperse de lo mucho que alzaba la voz. La agarraron de ambos brazos y la acostaron sobre una de las camillas. Trataban de inyectarle la jeringa por la vena, pero no se dejaba.
Yū se hartó de la ineficiencia de sus ayudantes y se levantó de su asiento. Caminaba tranquila, como si la mujer no estuviera dando gritos provenientes del mismísimo averno. Se quedó unos minutos inspeccionando su cuerpo y bostezó, exhausta por no haber podido conciliar el sueño ese día.
—¡No se quede parada y haga algo! —exclamó una de las que agarraban a la fuerza a la mujer.
—Deben tomarse esto con calma. —Señaló la lengua de la paciente—. Tápenle la boca, podría arrancarse la lengua. ¡Me están decepcionando; yo misma las seleccioné!
Hayami tomó un paño y se lo colocó en la boca. Iba a alejarse para no interferir con el procedimiento de sus demás compañeras, pero Yū se lo impidió. La tomó de las manos y le entregó la jeringa. Sus manos temblaban, por lo que la mujer les dio una dura palmada para que el temblor cesara.
—Te encargarás de inyectarle el tranquilizante a la paciente —indicó sonriente—. ¿Qué es lo que se debe hacer?
—Primero, debemos localizar el área de pulso. —Tanteó con sus dedos hasta que lo encontró.
—Ten cuidado, se mueve demasiado. No queremos una escena sangrienta en estos momentos.
—B-bien.
Por más que trataba de mantener quieto el brazo de la mujer, esta no dejaba de moverse. Eso comenzó a estresar a la niña, quien quería terminar el trabajo lo más rápido posible. Oía las quejas de sus compañeras: que era una novata, que no debería estar atendiendo algo con ese grado de dificultad, que solo estaba allí por ser la hija del líder.
—Se me callan ustedes tres. —Yū apartó a Hayami—. Parece ser que estas criticonas no te permiten concentrarte; como siempre, tendré que hacerlo yo.
Remangó su bata y palpó el cuerpo de la paciente con sus dedos. Su semblante se arrugó y cerró los ojos. Dio unos firmes golpes alrededor del pecho de la mujer, quien se calmó a los pocos segundos. Las enfermeras dejaron de agarrarla y la arroparon para que pudiera descansar.
—¿C-cómo hizo eso? —preguntó, asombrada por su destreza.
—Se logra con el dominio de chakra. —Cruzó sus brazos—. También debes saber anatomía del derecho y del revés.
—Es similar a lo que hacen los del clan Hyūga —comentó mientras se sentaba al lado de la paciente.
—Ellos pueden ver el Sistema de Circulación del Chakra a detalle, yo solo localizo el área afectada. —Tomó unos papeles y apuntó el nombre de la mujer—. Créeme, yo quisiera tener esos ojos mágicos que te permiten tener una visión de trescientos sesenta grados. Sería interesante estudiarlos y aprender de ellos.
—Usted sabe demasiado, no por nada representa a las kunoichis médicas del clan. ¿Por qué seguir mejorando si ya no tiene a nadie a quien superar?
—A mí misma, niña, a mí misma. Si afirmo saberlo todo, no aprenderé nada. Es más: la técnica que utilicé ni es de nuestro clan.
—¿Se lo copió o inspiró en las técnicas de los Hyūga?
—Para nada. —Carcajeó—. Es parte de los jutsus propios de los Uzumaki. De hecho, tienen mejor dominio de chakra que yo, por lo que su técnica es más pulida que la mía.
—¿Cómo aprendió de ellos si están lejos de nosotros?
—Esa es una larga historia que no te corresponde saber a esta edad.
Hayami miró a la mujer que se encontraba recostada. Aun dormida, su expresión reflejaba que estaba preocupada. Pasó sus dedos por sus finos cabellos amarronados, acomodándolos detrás de su oreja. Notó como una lágrima salía de sus ojos cerrados; la secó.
—¿Qué la puso de ese modo?
—Entró en crisis en cuanto le arrebataron a su hijo único para reclutarlo a la guerra. Su marido falleció luchando, por lo que no dudo que tenga algún trauma y eso fue lo que causó que entrara en pánico.
«La entiendo, señora», pensó Hayami. Apoyó su cabeza sobre uno de sus brazos y se quedó contemplando a su paciente. Las madres del clan sabían a qué edad debían soltar a sus hijos, pero no era sencillo. La pérdida de un niño les cambiaba la vida, ella sabía eso de sobra. Era imposible acostumbrarse a esa sensación de angustia cada vez que sus hermanos partían de su lado para luchar.
—No se debe preocupar tanto... ¡su hijo regresará a salvo! —Sostuvo una de sus manos—. Mi hermano también fue reclutado, seguramente se protegerán entre los dos.
Sus ojos se pusieron vidriosos. Mencionar a Itama la ponía demasiado triste. No pasó ni medio día desde que se lo llevaron, pero parecía una eternidad para ella. Al momento de irse, su padre lo presentó ante los demás como otra promesa del linaje Senju. Tenía ganas de correr a abrazarlo al verlo tan triste... fue detenida por Yū, quien le advirtió que eso empeoraría las cosas para su hermano. Él debía mantenerse lo más calmado posible para concentrarse en lo que verdaderamente importaba: salir con vida de allí.
—Manténgase sana para reencontrarse con su hijo. —Sonrió—. ¿O quiere preocuparlo? ¡Recíbalo con una sonrisa!
Yū se dio cuenta de que algunas lágrimas empapaban la manta de la camilla. Alzó el rostro de su aprendiz. Por más veces que se convenciera de que no era ella, no podía reflejar su rostro en la niña. Tensó su mandíbula al notar como sus palabras no salían de su boca.
—¿Sucede algo? —preguntó preocupada.
—¿Hasta dónde llegarías por saber cómo está tu hermano?
—Quiero mantenerlo a salvo. De ser necesario, mataría a cualquiera que le ponga las manos encima a Ita.
Yū le tocó el hombro y le indicó que la siguiera a la otra parte de la carpa, un lugar donde se podía entrar únicamente con su autorización. Ella le hizo caso. Abrió las puertas de su armario, ese que era motivo de muchos mitos. Las kunoichis, como forma de asustar a las novatas, inventaron que Yū guardaba los órganos de algunos niños fallecidos para experimentar con ellos.
Hayami cotilleó un poco el interior: instrumental médico, medallas y fotos de personas desconocidas. Una de las fotos llamó su atención, pues era de un joven pelirrojo, lo que era inusual por la zona en la que vivían. Extendió su mano para tomarla, pero la mujer le dio una golpiza. Quitó su brazo rápidamente y agachó la cabeza.
—No te dije que andes de chismosa en mis cosas personales. —Rebuscó en lo más profundo de su armario—. Carajo, debo ser más ordenada.
—¿Qué es lo que busca en específico? Podría ayudarla.
—No... ¡Aquí está! —Sacó una máscara y sopló el polvo que tenía.
Ambas se atoraron al inhalar las partículas de polvo que volaban por el lugar. Yū le mostró el objeto sonriente, pero su estudiante no entendía qué era lo relevante en esa máscara vieja. Estaba algo despintada, incluso se podía ver el color original de la madera en algunas partes.
—Esto mantenía nuestras identidades ocultas. —Acarició la máscara con nostalgia—. La ropa oscura y, de vez en cuando, una túnica negra era nuestro uniforme.
—Espere, ¿quiere que...?
—Niña, por eso te pregunté hasta donde llegarías por asegurarte de mantener con vida a tu hermano.
—Ahora entiendo por qué no le dejan al cuidado de los más pequeños. —La miró con extrañeza—. Las leyes lo prohíben, ¿qué pasaría si padre...?
—¡Que se vayan a la mierda Butsuma y las Leyes Shinobi! —exclamó irritada—. Ese reglamento me impidió salvar muchas vidas, hasta tú lo sabes de sobra.
—Entiendo...
—Solo tendrás una tarea: vigilar a Itama. —Frunció el ceño—. Te aseguras de que esté bien y regresas, no te quedes más tiempo. Aunque, tampoco creo que quieras hacerlo; la guerra no es para todos y menos para una niña tan escuálida como tú.
—¿Por qué me manda a mí? No tengo ninguna habilidad destacable, no como mis hermanos.
—Tú solo hazme caso; le das un vistazo a tu hermano y regresas. Vuelves sin meterte en ningún problema, ¿de acuerdo?
«Lo más probable es que no me haga caso; de alguna forma u otra, termina involucrándose donde no la llaman. Igualmente, le servirá para mantener su chakra a raya; cada día que pasa, se va descontrolando y ya no se me ocurren métodos para mantenerlo estable». Estaba preocupada por el estado de Hayami, quien cada día se le hacía más difícil de controlar. Agradecía que, al menos, era tranquila y sus emociones no se desbordaban con facilidad.
—2040 palabras.
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