Capítulo XLVIX

Confesiones bajo la lluvia

Mediados de noviembre, una estación peculiar, puedes ver florecer los jardines y aun preocuparte por el cielo gris que oculta con sus presuntuosas nubes grises al gran astro dorado. Puedes ver volar las mariposas y escuchar el dulce canto de las aves, aun así el tono gris de una semana agotadora hacen estragos en tu cabeza, parece que va a llover...tal vez también en otra parte suceda lo mismo.

Desde la ventana de su habitación observo el pasar de los días, firmó papeles sin titubear, recibió cartas extrañas que dejó en el bote de basura. Puede parecer un día ordinario como los que suelen darse en invierno, pero este era distinto, pese al júbilo de la primavera se halla triste, recluida en su hogar, privada de todos aquellos derechos por los cuales muchos habían luchado, su libertad.

Analizó la situación incontables veces, busco manera alguna de salir de ahí sin despertar a la iracunda bestia que la puso ahí. Lastimada, asustada y sobre todo confundida y frustrada. Una venda cubre su brazo derecho, el maquillaje oculta bien las marcas que las bofetadas dejan a su paso, el labial apenas cubre la herida que los besos ajenos provocaron como "marca". Aun duelen aquellos recuerdos, cada paso sonoro, cada palabra escupida con odio, cada insulto, cada grotesca caricia...cada vulgar beso, todo duele y pese a ello él jura amarla, jura que lo que hace es por el bien de ambos.

Te demostrare tu lugar.—cuan profundo llegó a ser aquella frase, muy profunda como para dejar una marca en su ser.

No se controlo en absoluto, arremetió contra su presencia, hizo cuan atrocidades se le vinieron en mente, aun así, después de hacer todo lo que tenía en mente depositaba un suave y tierno beso en sus labios para luego marcharse de la habitación y dejarla sola en la penumbra de una noche sepulcral.

Se sentía saqueada de si misma, cada segmento de su piel guarda la marca de su amante, cada caricia, cada beso, cada golpe.

Desvío su mirada hacia otro punto que no fuese el exterior y se centró más en el interior, rebusco con la mirada aspectos nuevos de la habitación. Algún tiempo guardo una copia de la llave de la habitación en caso de una emergencia en un punto impensado, solo una vista aguda hallaría lo que no es común en aquella habitación. Rebuscando entre todas sus cosas se topó con la invitación de Israel con respecto a su boda, pensar que pronto se casaría con alguien más le provocaba un serio dolor en el pecho, se negaba a creer algo que su mente asimila para bien. Dejando de lado aquello observo la minúscula diferencia del lugar, el papel tapiz que poseía un patrón diferente al resto con respecto a tres figuras, tomó un pedazo de cristal del pequeño espejo que usaba para maquillarse y rasgo aquel sitio. A esta hora del día Rusia aun seguiría ausente, debia darse prisa, era ahora o nunca.

La llave estaba ahí, estaba feliz por ello. Tomó apresuradamente la llave y la depósito en la cerradura de la puerta, giro la perilla de la misma y se detuvo a observar tan siquiera escasos diez segundo el amplio pasillo. Tomó su bolso, su pasaporte y su teléfono, cubrió su cabeza con una pequeña manta y salió de la habitación y de su hogar. El cielo estaba totalmente gris con nubarrones que anunciaban la pronta llegada de la tormenta fluvial. Tenía que buscar donde resguardarase.

Caminando por las abarrotadas calles observaba con curiosidad las novedades del día, vestimentas, comida, accesorios, etc. Detenerse tan siquiera un momento era peligroso dado que aun permanecía cerca de su residencia. Un estruendo hizo que elevara su cabeza al cielo recibiendo en el acto una gota de agua, pronto el cielo descargaria todas las lágrimas acumuladas sobre la tierra para purificarla, debía buscar refugio.

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Su reloj marcaba las 19:53, con una sombrilla en mano esperaba ansioso el aterrizaje, tenía que aclarar las cosas, tenía que escuchar de la boca ajena todas las cosas que el tricolor le había dicho. Parte suya cree en ello pero otra se niega a hacerlo, se impone mostrando total incertidumbre y duda hacia quien proveyó de dicha información a su consciencia.

Una vez llegó a tierras bolivianas se apresuró a salir del avión y del aeropuerto olvidado en este suceso aquella sombrilla que llevó para cubrirse de la lluvia. Tomó un taxi y se fue en dirección a la embajada, debía dejar alguno que otro documento de paso para luego dar rienda suelta a su propósito de hoy.

Su mirada divaga en las calles mojadas de la gran ciudad, despeja su mente observando a las personas caminar tranquilamente bajo una fuerte lluvia, algunos se resguardan, otros siguen su camino, más de uno corre despavorido por tomar ya sea una movilidad o bien resguardarse bajo la estructura de un establecimiento o dentro de uno como tal. Entre tanto personaje destaca alguien familiar, alguien que camina cabizbajo bajo la lluvia totalmente empapada por la misma, la reconoce, ha visto por un pequeño instante su rostro, era ella...no había duda de ello.

—Detengase por favor.—solicitó amable para luego salir del taxi e ir al encuentro de la boliviana.

Dejó una buena suma de dinero por lo cual el taxista no reclamo la forma tan abrupta en la que salió corriendo.

Corrió con rapidez, cruzó la avenida recibiendo un par de insultos, tropezó un par de veces manchando de esta manera su pulcro traje azul. La fuerte lluvia golpeaba con sus pequeñas gotas su rostro dejando a su paso pequeñas manchas rojas en su rostro.

—¡Espera!.—exclamo depositando su mano en el hombro ajeno, aquella entidad detuvo su caminar ante su voz.

Ella no podía creer lo que oía, aquel tono tan familiar no podía ser más que una alucinación auditiva suya, no creía que el pudiera estar ahí, no lo hizo hasta que volteo a verlo.

Israel quedo en shock al verla nuevamente con un semblante diferente, había marcas de maltrato por donde lo viera, su rostro lucía apagado, no había una sonrisa en sus delicados labios, no había esperanza en su bella mirada, no había vida en sus gestos...era como si no viviera y aun así lo hiciera.

—¡Bolivia!.—lagrimas brotaban de sus ojos, sus brazos sostenían el cuerpo ajeno, un abrazo tan cálido que provocó en la tricolor rubor y llanto.

Ella correspondió a ese abrazo, ella descanso su cabeza en el pecho ajeno ahogando sus lamentos, se sentía protegida en sus brazos. Era hermoso poder escuchar el sincrónico latir de su corazón, una sincrónia que compartía con la suya.

Israel acarició su cabeza, su mente no podía dejar de pensar en las atrocidades que le tocó vivir, esperaba una criatura y aun así fue maltratada de la forma más cobarde posible. Rusia debía pagar por ello.

—Han pasado largos días para la llegada de este día, hay tanto que quiero confesar...tanto que quiero decirte...—hablo con melancolía, su voz temblaba por acción del frío y el llanto.

Un breve cruce de miradas, tan simples como la escritura en primaria o bien la suma básica, en tan pequeño momento tanto se dice sin hablar que escasos son las oraciones por decir a continuación.

—Te amo tanto que no veo otra vida escrita por tu ausencia.—manifestó con ternura el bicolor, sus manos sostenían el rostro ajeno que reposaba en sus palmas, la lluvia evitaba que viera el mar de lágrimas de su acompañante.

—¿Tanto es así tu amor que decides casarte con Egipto?.—cuestionó con cierta duda, puede ser tan ingenua pero no puede permitirse serlo una vez más, debía tener las cosas claras.

No quería sufrir más.

—es un matrimonio arreglado, no se ven implicados mis sentimientos en tal plan. Ellos solo te pertenecen a ti.—puede manifestar una hiriente verdad y aun así ver incertidumbre en el rostro ajeno, quizá tanta sinceridad sea por mucho un arma letal.

—Estamos atados a entidades que dicen amarnos, pueden siquiera hacerlo pero más de uno sabe los propósitos que trae consigo dicho sentir.—se a sincero con profundo pesar, aun cuando vio el lado oscuro de su pareja, pese a esos malos recuerdos de una vida juntos hay otros buenos que contrastan dicha situación.

Aun cuando el fue capaz de ponerle una mano encima y haya destruido rastro alguno de lo que alguna vez los unió con fuerza, se aferra al sentir nostálgico del pasado, a esos momentos de felicidad que bien pudieron ser falsos pero le brindaban aquello con lo que tanto soño en su momento. La felicidad.

—Quisiera que alguna vez tomaras la decisión acertada, que tomaras mi mano y no me soltaras nunca. Tan sólo un momento, una palabra, una acción suponen cuantas palabras vacías pudiesen salir de nuestras bocas.—Alejo lentamente sus manos del rostro ajeno, la tristeza con la que manifiesta sus palabras conmueven a su acompañante, era momento de tomar medidas drásticas.

—Un día antes de mi boda te haré esta propuesta: Toma mi mano y no me dejes solo o bien rechazame de la form más cruel para que borre recuerdo alguno tuyo y viva una historia con otra persona.—comentó como si de un ultimátum se tratase. Debía hacerlo, er ahora o sería nunca.

Ella quedo en silencio, no se movió en absoluto y ante ello Israel supuso que su silencio significaba la segunda cosa. Decidido a marcharse fue detenido por el agarre de su compañera.

—Yo...—un monosilabo que se repite un par de veces, uno lleno de nerviosismo e incertidumbre. Habría que escoger entre él y ella.

Tan sólo una palabra o varias pueden cambiar el tubo tradicional de una historia.

Tan sólo una.

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