Lo que somos - Capítulo 34
Como regla general, a Aurora Reyes no le gustaban las personas.
Casi todas las que había tenido el disgusto de conocer hasta ahora eran iguales: egoístas, falsas, crueles, superficiales, intolerantes... y la lista sigue.
Mentían para conseguir lo que querían. Manipulaban a los demás para salirse con la suya. Se burlaban de las inseguridades ajenas para su propio entretenimiento y no lograban comprender el daño que causaban, no solo hacia sus contemporáneos, como hacia la historia que dejaban atrás. Eran criaturas de pensamientos limitados, de carácter dudoso, de índole perversa.
Pero si algo había aprendido, con el paso de los años, era que las pocas almas que se escapaban de este estándar de perfidia poseían suficiente amor en sus corazones para mantener unido a un mundo que se caía a pedazos.
Las verdaderas amistades que había tenido, los verdaderos vínculos que había creado a lo largo de su vida, la habían convencido de que aún existía luz en la oscuridad del espacio. Que, pese a la inherente malicia de la sociedad, pese a las injusticias, a los crímenes sin castigo, a los sufrimientos sin causa, aún había un único motivo por el que seguir viviendo.
Amor.
Fuera filial, fraternal, romántico, platónico... daba lo mismo. El cariño que un ser humano tenía por otro, gratuitamente, a pesar de todo el odio a su alrededor, era lo único que le daba sentido a una existencia sin propósito. Era el rayo de sol que hacía valer la pena una realidad llena de tormentas, rayos y truenos. Era el lado benévolo de un universo bastante frío y desinteresado.
Su amor por el arte le había dado dirección cuando no lograba diferenciar su norte del sur. Su amor por su perro la había ayudado a soportar la soledad más intensa y enloquecedora por la que ya había pasado. Su amor por Giovanni la había hecho creer que las amistades eran reales y preciosas, y que realmente podían ser longevas y auténticas. Su amor por Natalia la había convencido a cambiar su paradigma respecto a su deseo de morir, y la había hecho reconocer su propia toxicidad como persona. Y su amor por Alexandra la había hecho entender el real valor del perdón, de la compasión, y de las segundas oportunidades.
Sin ellos, no hubiera llegado tan lejos en la vida. Sin ellos, no sería la persona que era ahora.
Y por ellos, ahora podía tener fe.
Fe en que su novia ganaría su última carrera. Fe en que le decía la verdad cuando decía que necesitaba hacerlo por ella misma, y nadie más. Fe en que los días de mentiras y engaños se habían quedado atrás.
Mirándola desde la pista, lista para su primera carrera de aquel miércoles, Alexandra respiraba hondo y esperaba su momento de correr.
Primero tendría su carrera de relevos con su equipo. Luego, esperaría una hora para correr a solas los 200 metros lisos. A continuación, tendría un descanso entre las dos de la tarde y las siete de la noche. Ahí vendrían las semifinales. De nuevo, con una hora de descanso entre ambas categorías. Pero, al contrario de lo sucedido en la mañana, tendría que correr por cuenta propia primero, y después hacerlo en equipo.
Sería un día largo.
Para hacer algo con sus manos, se ató de nuevo los cordones de las zapatillas. Bebió un poco de agua. Caminó hacia su punto de partida, en el carril siete. Miró alrededor.
En la ocasión, ella recorrería el segundo tramo de la pista. Sofía estaría justo detrás de sí, iniciando la carrera al correr los 100 primeros metros de los 400 que conformaban el estadio. A su frente, tendría a Catalina.
Su único rol ahí era pasar el testigo de un punto a otro y no perder tiempo, ni velocidad al hacerlo.
Sonaba fácil, pero no lo era.
—¡SILENCIO POR FAVOR! —Vino de pronto el anuncio de los parlantes, para calmar al público y ayudar a las atletas a concentrarse. Alexandra se acomodó en su posición. Respiró hondo. Se concentró en apenas lo que tenía que hacer ahora y nada más. Y eso era, competir. Correr. Seguir su instinto y dar lo mejor de sí, como siempre lo había hecho—. ¡SET!...
Segundos después de esta última palabra, el ruido de un disparo resonó por el aire. La primera oleada de atletas comenzó a correr, y ella se preparó para su turno de hacer lo mismo, con su corazón realizando una percusión más agresiva que las de sus canciones favoritas de Abaddon, y su cuerpo envuelto en una electricidad poderosa.
La espera fue corta. Comenzó a moverse antes mismo de recibir el testigo, y así que lo tenía entre sus dedos demostró por qué había logrado calificar a los juegos. Sofía le entregó el bastón en tercer lugar; Alexandra lo pasó a Catalina en el primero.
De ahí en adelante, la responsabilidad fue entregada a Mariana, quien logró terminar la carrera en el segundo lugar, perdiendo para una cubana. Pero aun así su puntaje sería alto, y eso era lo importante.
Aliviada por este resultado, Alexandra recuperó sus fuerzas para ir a disputar su victoria en los 200 metros lisos.
De nuevo repitió el proceso, con los ojos ansiosos de Aurora pegados sobre su silueta. Ubicó los tacos de partida. Se acomodó los pies sobre ellos, con sus manos apoyadas en el suelo y el rostro encarando la pista. Respiró hondo. Levantó su cadera y arqueó sus piernas. Así que los audífonos sonaron, arrancó como un guepardo e hizo con que su novia gritara su nombre hasta quedarse afónica. Como solía hacerlo, guardó su golpe de energía para el final de la carrera. No se concentró en pasar a nadie, solo en cruzar a la línea de llegada lo más pronto posible.
Y como arte de magia...
Sacó el primer lugar. Pasaría a las semifinales más tarde en ambas categorías.
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Alexandra le escribió un mensaje a Aurora así que tuvo el tiempo de hacerlo. Le preguntó si estaría de acuerdo con pasar el día separadas, para que ella pudiera mantenerse concentrada en la carrera de la noche. La artista le respondió con tranquilidad que hiciera lo que encontrara necesario para permanecer calma, y le recordó que, aunque fallara en el evento, nada pasaría.
"Una medalla perdida no es nada a la larga. Tienes otros logros, igual de importantes que este. Eres una excelente atleta. Serás recordada por eso y que no se te olvide.😉 Te amo."
Al leer el texto, la rubia sonrió y asintió, sabiendo que su novia tenía razón. Una pérdida no sería el fin del mundo. Y aunque fuera difícil aceptarlo, tenía que intentarlo.
Se juntó con sus colegas a almorzar. Pasó al baño. Dio un paseo alrededor del estadio para tranquilizar sus pensamientos. Y cuando la noche cayó y su hora de competir de nuevo llegó, lo hizo con aquellas palabras en mente.
Dio su mejor esfuerzo. Corrió su carrera individual como si su vida dependiera de ello. Pero al final, los resultados fueron demasiado apretados. Y por una distancia de centímetros, terminó la carrera en cuarto lugar.
La decepción que la golpeó al darse cuenta de lo que había sucedido fue dura. Pero no se sintió tan mal como creyó lo haría, porque tenía aquellas palabras de su novia en las que encontrar consuelo.
Había fallado en los 200 metros lisos. Seguramente no calificaría a la carrera final. Pero eso estaba bien... No es posible ganar todo el tiempo.
Respiró hondo mientras apoyaba sus manos en sus muslos y se curvó adelante, a recobrar su aliento. Cuando lo logró, miró alrededor, notando que alguien le hablaba. Era la mujer que había sacado segundo lugar, representando a República Dominicana.
—¡Buena carrera! —Le dio unas palmaditas en la espalda—. ¿Estás bien?
—Sí... G-Gracias.
La atleta le sonrió y se volteó a caminar hacia su entrenador. Recogió un par de aguas y sin decirle nada más, se acercó de nuevo a la rubia y le pasó una.
—Gracias... —Alexandra se repitió, estirando su espalda—. Y b-buena carrera también...
La dominicana le hizo un gesto con su propia botella, como diciéndole salud, y se apartó de nuevo.
La rubia, recuperando sus fuerzas, hizo lo mismo. Regresó al lado del su equipo con pasos lentos y cansados.
Al verla llegar su entrenador le dijo lo mismo que ella había estado pensando durante los últimos cinco minutos; debió aumentar su velocidad un poco antes en el trayecto. Ese fue el error crítico de su parte. Pero el hombre también le recordó que, aunque se había equivocado en eso, el resultado final de la carrera había estado bastante disputado. Por lo tanto, su rendimiento aun así había sido bueno, a pesar de todo.
—Veamos cómo están tus puntos —Él cruzó sus brazos y la vio sentarse en una silla a su frente—. ¿Quién sabe? A lo mejor sí logres entrar a la carrera de mañana.
Esto hicieron. Y los números determinaron que Alexandra, a pesar de haber llegado en cuarto lugar en las semifinales, efectivamente sí pasaría a las finales por su tiempo total —que actualmente era de 23.95 segundos—, porque una de las atletas que habían competido con ella terminó siendo descalificada por haber dado una salida en falso.
La rubia estaba cuadrando en el quinto lugar entre todos los países que disputaban los 200 metros lisos. Y esto, para hacer la historia corta, significaba que estaría de vuelta en la pista el día siguiente.
Aún tenía la oportunidad de ganar una medalla.
Pero al parecer, este hecho no fue entendido por el cerebro de maní de su madre, quién —en una típica maniobra suya— al ver su derrota en vivo por televisión creó un perfil de Photobook nuevo para acosarla. Pero esta vez, la mujer lo hizo en privado, no en público.
"Realmente esperaba más de ti, Alexandra. Tantos años entrenando y estudiando, tirados a la basura con tu desempeño mediocre de hoy. ¿Cuarto lugar? ¿Es eso lo único que puedes alcanzar? Patético. Si hubieras dejado de lado a esa artista sin talento y te hubieras concentrado en tu futuro, hubieras asegurado tu gloria hoy mismo. Pero te contentaste con la mediocridad y esta noche eso se notó. Espero que la decepción no se repita en los relevos, pero mis expectativas son bajas."
El primer instinto de la rubia, al leer su ataque directo y sinvergüenza, fue sentirse molesta consigo misma y llorar. Pero otra vez, los dichos de su novia reverberaron por su mente y le apartaron aquella tristeza de encima.
¿Por qué debía sentirse mal por una mujer que nunca le había hecho bien alguno? Su padre siempre fue quién la cuidó y amó; esa víbora jamás la había tratado de forma decente. No le debía nada. Natasha, en cambio, le debía todo. La había adoptado y jamás la había tratado como su hija. La había golpeado y ofendido. Le había destruido la autoestima, la paz, y la había separado de Aurora...
Su voz no merecía importancia o respeto.
Así que, en vez de quedarse callada, la joven decidió hacer algo al respecto mientras aún tenía tiempo para ello.
Y la llamó.
—Escúchame bien, porque será la última vez que oirás mi voz en tu vida —Inició su discurso entre la rabia y la determinación—. Primero que todo, deja de ser una cobarde y dime lo que piensas usando tu cuenta real, en vez de hacerlo a escondidas en un perfil anónimo. Si vas a ser una perra, al menos hazlo con honestidad.
—¡Cómo te atreves!...
—Segundo, no te debo absolutamente ninguna satisfacción sobre mi rendimiento, o mis logros. Tercero, no me importa si fallo o no hoy. No vine aquí por una simple medalla, vine aquí para representar a mi país, para probar mis habilidades ante el mundo, y para probarme a mí misma que puedo hacer lo que sea que me proponga. Y no me interesa si te sientes o no orgullosa de mí, porque yo sí lo estoy. Me amo. Amo mi vida. Amo mi carrera. Amo a mis amigos. A mi padre. Y amo a Aurora, quién me ha apoyado más durante todos mis años en la tierra, de lo que tú jamás has soñado con hacer. Y si no estás de acuerdo con mis decisiones y mis relaciones, genial, tú haz lo tuyo. Pero nunca te perdonaré por ello y nunca te veré la cara de nuevo. Ten una buena noche, no me hables más, y ¿sabes qué?... —Soltó una risa molesta, antes de tomar valor y decir algo que había estado atascado en su garganta por años:— Vete al carajo.
Escuchó a su madre gritarle así que apartó el celular de su oreja, pero le cortó la llamada en la cara de todas formas. Respiró hondo, sonrió al sentir un alivio extraño esparcirse por su pecho, y notó que no había mentido en ningún momento. Realmente estaba orgullosa de sí misma.
No lo negaría, aún estaba estresada por el resultado de los juegos y su espíritu competitivo y perfeccionista le demandaba que venciera a sus oponentes, sin importar el costo, pero había logrado hacer algo que siempre había soñado con hacer, y no era ser una medallista, sino confrontar directamente a su madre y ponerla al fin en su debido lugar.
Con eso, ya podía ir a casa feliz.
Con eso, ya estaba contenta.
El pensamiento estuvo presente en su cabeza incluso mientras competía por la clasificación en los relevos. Su entrenador la puso de nuevo en el segundo tramo de la pista y de nuevo, la suerte la bendijo. Ella y su equipo lograron pasar a las finales.
Al terminar el día, ella estaba exhausta. Bebió una botella completa de G-Power así que pudo volver a sentarse, y después de conversar un poco con sus colegas sobre sus planes para el día siguiente, decidió ir a buscar a su novia.
Podía volver al hotel en el autobús que la federación había arrendado para los juegos o escabullirse junto a ella en un Uber. Después del día larguísimo que tuvo, no es difícil deducir qué prefirió hacer.
—Nada de perder energía, ¿oíste? Deja las aventuras para después —su entrenador le dijo con un tono estricto, pero la dejó marcharse de todas formas.
Alexandra asintió, ya teniendo la misma idea en mente. Tenía que tener todas sus fuerzas concentradas para alcanzar su victoria al día siguiente.
Le envió un mensaje de audio a Aurora mientras recogía sus cosas y le dijo que la encontrara afuera del estadio, cerca de una escultura con la mascota de los panamericanos: un venado de las pampas noruruguayas.
De pie al frente de la caricaturesca estatua —habiendo cambiado su uniforme titular por el chándal de la federación de atletismo— ella esperó a su novia, quién le mandó un corto y directo "voy" como respuesta.
Con los ojos pegados a su celular, viendo las fotos de las semifinales que la prensa de su propio país había comenzado a compartir en redes sociales, la rubia no vio a la artista aproximarse hasta que ambas estaban a menos de cinco pasos de distancia.
Al hacerlo, casi soltó el dispositivo. Porque algo claramente había cambiado desde que ambas se habían visto aquella mañana.
Aurora se había cortado el cabello.
Ya no estaba tan largo y liso como antes. Pero se veía perfecto.
Su nuevo estilo —llamado "wolf-cut"— se parecía a un mullet por sus capas desfiladas, pero a diferencia del mismo mantenía el flequillo largo. Tenía una estética media ochentera, y sin duda emanaba cierta rebeldía, pero de alguna manera su presentación encajaba muy bien con el estilo personal de la artista.
Alexandra nunca se la hubiera imaginado con un corte así, pero ahora que la tenía a su frente, estaba obsesionada. Si ver su previo undercut le había averiado el cerebro, ver a esto lo molió a pedacitos.
Su boca se abrió y los cables que conectaban su mente a su labios fueron cortados.
—Guapa —dijo lo que estaba pensando con un tono monótono, medio tonto, que hizo a Aurora reír y meter sus manos a los bolsillos de sus jeans.
—Pues... gracias.
La postura coqueta y presumida de la morena tan solo empeoró la torpeza enamoradiza de Alexandra, quién guardó su celular en el bolsillo de su abrigo con apuro y llevó su mano al recortado cabello de la artista, mientras lo miraba como si estuviera hecho de oro.
—¿Cuándo te hiciste esto?
—Cuando dejé el estadio durante la tarde y fui a almorzar. No me demoré mucho. Además, mi undercut ya había crecido demasiado y quería probar algo nuevo, así que... —Se encogió de hombros—. Aproveché de hacer algo loco. ¿Asumo que te gustó?
—Te ves... —La rubia movió la cabeza de un lado a otro, como si intentara recobrar su razón—. Jodidamente hermosa.
—Gracias. De nuevo.
—Estoy segura que me quieres matar.
—¿Por qué?
—Demasiado linda.
—Alex...
—No estoy de broma —Ella al fin sonrió, acercándose a la joven para besar su mejilla y murmurarle al oído—. Eso sí...
—¿Hm?
—Ese corte me llevó la mente a unos lugares oscuros.
—Ah, ¿de veras? —Aurora se rio, tanto por sentirse halagada como por encontrar el comportamiento de su novia un poco tierno, pese a su obvia calentura—. ¿Y qué te imaginaste?
—No puedo decirlo en público...
—Vamos, hazlo.
—No... Es demasiado depravado.
—Ah, pues entonces... —la artista murmuró con un tono sensual—. Si crees que ese es el caso, piensa en Cristo.
Alexandra soltó escupió una carcajada altísima y la empujó lejos, sin creer en lo que había escuchado. Se enrojeció mientas era doblada al medio por un estúpido ataque de risa, y escuchó a su novia reírse de vuelta.
—¡D-De todos los momentos!... ¡¿Tienes que decir eso ahora?!
—¿Qué? ¡Pensaba que eso hacían ustedes los religiosos! Tienes pensamientos pecaminosos, piensas en Cristo y el pecado se anula.
—No es así como funciona... —Alexandra alcanzó a decir antes de volver a sucumbir ante su risa.
—Okay, cálmate... O te vas a ahogar con tu propia saliva, te morirás, y ahí tendré a todo tu equipo detrás de mí, queriendo matarme también —Aurora acarició su espalda, esperando a que se tranquilizara antes de volver a hablar:— Pero siéndote sincera, no eres la única que tuvo que pensar en Cristo hoy.
—Para de decir Cristo...
—Okay, en Buddha. ¿Mejor ahí?... —la artista bromeó y los ojos de ambas se volvieron a encontrar—. Te has visto hermosa todo el día también. Jodidamente atractiva. Tan guapa que comenzó a llover para mí...
—¡Rory!
—Y, aunque también tengo miles de ideas de cómo hacerte saber lo mucho que me afectaste, debo cortar la onda por aquí, señorita de la Cuadra... Porque usted llegará al hotel a dormir.
La rubia hizo una cara de perro triste.
—No...
—Tienes que descansar.
—¡Mi carrera será a las cuatro de la tarde! Tendré tiempo de sobra para eso durante la mañana.
—Alex... Mañana son las finales. Tienes que hacerlo.
De acuerdo, Aurora defendía un buen punto. Y como antes mencionado, eso ella ya lo sabía. Las dos tenían que cerrar los ojos pronto, porque se notaba que estaban cansadas. ¡Pero no era justo de parte de su novia presentarse con una apariencia tan sexy, de la nada misma, y esperar que ella no se sintiera ni un poco incomodada con ello!...
Okay, esa no era la palabra correcta.
Estaba caliente. Cachonda. Lista para quitarse la ropa, hacerla arrodillarse a su frente, enterrar sus dedos en su cabello oscuro y...
—¿Pides tú el Uber o lo hago yo? —la artista le preguntó por segunda vez, y ella tuvo que sacudir la cabeza de nuevo para despertarse de su trance hormonal.
—Yo me encargo —respondió, con un leve temblor en su voz, que no pasó desapercibido por la morena.
El vehículo, un Mazda plateado de impresionante tamaño, se aparcó en una de las calles cercanas al estadio en quince minutos más. Mientras no lo hizo, Alexandra revisó su celular con una mano y dejó que la otra encontrara su camino hacia la base de la cabellera de Aurora, quien estaba de pie a su lado con los brazos cruzados y los ojos cerrados. De vez en cuando ella los abría, para probar que no estaba dormida, apenas extremadamente relajada por las caricias que recibía. Era tierno.
Cuando las dos se subieron al vehículo y se comenzaron a trasladar al hotel, el mismo fenómeno ocurrió. Los dedos de la rubia masajearon el cuero cabelludo de la artista, quién al final del recorrido en efecto casi se quedó dormida.
Pero fue en el baño de la habitación de Alexandra —las dos decidieron pasar aquella noche por ahí, y compartir de nuevo una misma cama— cuando Aurora al fin se atrevió a preguntar:
—¿Cuál es tu fascinación con mi pelo?
—¿Huh?
—Lo has estado tocando todo el rato.
—¿Te molesta?
—No. Me encanta. Solo estoy curiosa.
—Es que amo cómo quedó —Alexandra admitió, tocándolo de nuevo—. Te ves preciosa. Muy guapa. O sea, antes también te veías así, claro, pero no sé, este corte es tan... tú. Encaja demasiado bien.
—Es un alivio, porque no sabía si un wolf-cut era para mí o no.
—Definitivamente lo es. Te ves linda.
La escultora sonrió con un brillo alegre en la mirada, pero la intensidad del mismo fue disminuyendo de a poco, hasta que ella de pronto confesó por qué, mientras la rubia se quitaba la camiseta:
—Alex... Lo siento.
—¿Huh? —La atleta se giró hacia ella.
—Yo te mentí, cuando dije que lo corté solo porque mi undercut había crecido... Tuve otro motivo para hacerlo. Y estaba pensando en ocultártelo, porque no te quiero estresar antes de las finales de mañana, pero... no se siente correcto hacerlo. No quiero más engaños entre nosotras. Así que... creo que es mejor si te lo digo todo ahora y...
—Rory.
—¿Hm?
—Respira —Alexandra se apoyó en el lavabo, cruzó los brazos y la miró con aprensión.
—Claro —La artista hizo lo ordenado.
—Hey.
—¿Sí?
—¿Estás bien?
—Sí, sí... —Ella miró a otro lado y se quitó su propia camisa de botones de encima, deshaciéndolos uno a uno mientras hablaba:— O sea, ahora sí lo estoy, pero en la tarde... fue duro.
—Voy a necesitar de una explicación un poco más larga que esa y lo sabes.
Aurora, una vez libre de la camisa, corrió una mano por su cabello y volvió a suspirar.
—Tu madre... ella me escribió directamente. Con una cuenta...
—¿Nueva? —Alexandra preguntó y la otra joven la encaró con confusión.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque ella hizo lo mismo conmigo. Aunque no durante la tarde, después de la carrera. Después te cuento más sobre ello; continúa...
—Alex...
—Estoy bien —la rubia respondió con simplicidad—. Solo sigue. ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo?
—Bueno... voy a saltarme los detalles, porque no quiero que sepas exactamente lo que ella escribió, pero... —Aurora se siguió desvistiendo, volviendo a mirar a cualquier punto del baño menos a su novia—. En resumen, dijo que yo no era buena lo suficiente para estar contigo. Que no tengo los mismos logros que tú, que solo te estoy retrasando la vida, que no soy tan atractiva, y claro, que no soy un hombre... solo parezco uno. Pensé que leer esos comentarios no me afectaría tanto, de verdad, porque ayer mismo yo lo estaba haciendo y me sentía normal... pero no sé qué pasó hoy. Ser atacada en privado por ella... fue raro. Y sí me hizo sentir mal. Fatal, de hecho. No quería que ese fuera el caso, pero, en fin... De ahí, ya debes suponer qué me pasó. Llegaron mis pensamientos intrusivos, tristeza, odio propio, deseos de autodestrucción... todo el paquete de depresión plus fue descargado de una vez —Se rio, aunque la situación no era cómica—. Solo que, en vez de aceptar ese malestar como suelo hacerlo, yo me puse a pensar... y me di cuenta de que no le debo explicaciones a esa vieja. Sí, me dolieron algunas cosas que me dijo, pero ella no tenía el menor derecho a hablarme así. Así que... —Se encogió de hombros—. Que se jodiera.
—Lo siento que hayas tenido que pasar por eso.
—No fue tu culpa.
—Lo sé, pero la situación es horrible igual.
—Bueno, sí... lo es. —Aurora suspiró—. Pero, ehm... Con relación a mi cabello... Después de calmarme y pensar, yo decidí direccionar mi impulsividad hacia algo útil y me lo corté —Bajó el zipper de sus jeans, para luego desabrocharlo y quitárselo de encima—. Mejor eso, a subirse a una grúa en un país cuyas leyes no conozco, ¿cierto?
—Bastante mejor —Alexandra respondió, aliviada, y también se deshizo del resto de sus ropas—. Pero Rory...
—¿Hm?
—Sabes que mi madre solo te dijo mentiras, ¿cierto?... Yo literalmente no hubiera llegado aquí si no fuera por tu ayuda. No sería capaz siquiera de competir hoy si no fuera por tu apoyo ayer —Dio un paso adelante y cruzó sus brazos detrás del cuello de su novia—. No le hagas caso —La besó por un largo par de minutos—. Eres mi mejor aliada, mi novia, y eres hermosa. Que se joda ella...
—Sí... que se joda —Aurora murmuró, luego de reírse—. Y también eres todas esas cosas. Tan guapa, de hecho, que incluso me duele recordarte que tienes que ir a descansar, y que deberíamos apurarnos aquí en la ducha.
—No... —Alexandra fingió molestia—. Yo tenía planes...
—Nada de sexo por hoy.
—Me lo dices mirando a mis labios...
—Me estoy conteniendo —La artista sonrió.
—Para mi decepción.
—Para tu bien.
—Hm —La atleta le sonrió de vuelta, sacudió la cabeza y se separó de ella, para quitarse el resto de sus prendas y meterse a la cabina.
—¿No me vas a contar sobre lo que pasó entre tú y tu mamá? —Aurora la siguió.
—Ah, sí... casi se me olvida. Ella me escribió un mensaje genérico, parecido al tuyo, diciendo que era una decepción por haberme quedado en cuarto lugar en la carrera, que mi desempeño no fue de los mejores... Así que la llamé y le dije que se fuera al carajo.
—¿Qué? —la artista, pasmada, dijo mientras la rubia abría el grifo y el agua comenzaba a caer sobre sus cabezas.
—Sí... Fue súper satisfactorio, no voy a negarlo. Ya puedo volver a casa contenta, y ni necesito de una medalla.
Aurora pensó en algún chiste que decir. Algún comentario ridículo que rompiera la seriedad de aquella confesión. Pero decidió rechazar la oportunidad de ser cómica para ser sincera:
—Estoy tan orgullosa de ti.
—¿Por mandar a mi madre al carajo?
—No solo por eso, por defenderte a ti misma en contra de ella. Sé que hacerlo no debe haber sido fácil.
—Sorprendentemente, lo fue —La atleta corrió sus dedos por su cabello dorado, queriendo mojarlo más—. Ofensas contra mí, puedo soportarlas. Pero habló mal de ti. Y yo jamás dejaré que te ataque de nuevo, Rory. Nunca más.
La artista perdió el aliento de golpe y sus ojos adquirieron un brillo enamoradizo, enternecido, que hipnotizó a Alexandra y la hizo sonreír.
—Al demonio con descansar... —Aurora murmuró antes de lanzarse adelante y estrellar sus labios de nuevo, de esta vez con una energía y pasión renovada. Empujándola contra la pared a su espalda con la intención puesta en devorarla como una leona hambrienta, ella sintió las manos de la rubia deslizarse hacia su cabello, nuevamente jugando con él. Sonrió entre sus besos y añadió:— Si supiera... que te g-gustaría tanto mi pelo así... me lo h-hubiera cortado años atrás...
—Te vez tan jodidamente atractiva... no es justo.
—Ahora sabes... como me he sentido a tu respecto desde el colegio.
Alexandra se rio, pero su expresión se terminó derritiendo a una de placer cuando sintió la boca de Aurora migrar a su cuello.
—¿N-No podemos... terminar de ducharnos... y seguir con esto en mi cama?
—S-Si seguimos con esto allá... no v-vamos a parar nunca...
—Buen punto... Dios...
—¿Ya e-empezaron las blasfemias?...
—Cállate —La rubia sonrió y la jaló de los mechones, para levantar su rostro y besarla en la boca de nuevo.
Fue entonces cuando la artista percibió que ella no había estado mintiendo. Realmente había estado teniendo pensamientos profanos e indecentes con respecto a su nuevo corte. Y eso solo empeoró sus ganas de hacerla gritar su nombre hasta que la ama de llaves del hotel viniera a reprocharlas.
—¿Quieres repetir lo de ayer? —la morena indagó, con las pupilas dilatadas y la voz más profunda que la fosa de las marianas—. ¿O prefieres dedos?
—P-Por más que ame tu boca... no t-te haré arrodillarte en una ducha de h-hotel...
—Por ti haría el sacrificio... —Aurora llevó una mano a su pecho y sintió a su novia comenzar a perder la razón y la compostura.
—M-Me vas a matar así...
—Al menos... será una muerte placentera...
—M-Me voy derecho al paraíso —Alexandra bromeó, cerrando los ojos y apoyando su cabeza contra la pared—. Pero... dedos. Q-Quiero dedos.
—Su pedido es una orden.
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Resulta que tener sexo luego de un día emocionalmente cargado puede ser un sedante poderoso. Porque así que las dos se acostaron en la cama fría y blanda que las esperaba afuera, se quedaron dormidas. Y se despertaron tan tarde al día siguiente que por poco no se perdieron el desayuno.
Después de comer, caminaron media hora por los alrededores del hotel, queriendo relajarse antes de tener que ir a arreglarse para las finales de atletismo.
Alexandra saldría de ahí con su equipo a las dos de la tarde, porque sus colegas de la federación tenían otras pruebas antes de que la suya empezara. Aurora lo haría unas horas después, porque sinceramente solo quería ir al estadio a ver a su novia competir. No era la mayor fan de los deportes.
Mientras se reían, charlaban y caminaban, el celular de la rubia sonó. Era su padre, llamándola.
—Hola, papá...
—¡Al fin contestas! ¡Te intenté llamar ayer por la noche varias veces, y nada!
—Estaba cansada, perdón... Llegué al hotel y apagué. Dormí como una roca —La rubia se vio forzada a mentir y Aurora tuvo que sujetarse una carcajada a su lado.
—Bueno, es entendible. Fue un día demasiado largo... Pero ahora que puedo hablar contigo, quiero felicitarte. Te vi competir por la tele de mi habitación, junto a Giovanni, que me vino a visitar ayer, y tengo que decirte que hiciste un trabajo fantástico hija... Estoy muy orgulloso de ti.
—Papá, llegué en cuarto lugar en los 200 metros...
—Cuarto lugar es mejor a quinto, que es mejor a sexto, que es mejor a séptimo. Llegaste cuando tenías que llegar. La carrera estuvo apretadísima. Y sigo orgulloso, Alex... Demasiado.
La atleta paró de caminar. Respiró hondo. De pronto se encontró emocionada. Sentía que lo único que hacía en los últimos días era llorar, pero no podía evitar sus lágrimas, cuando el nivel de estrés y temor que aún sentía era altísimo.
—Gracias por decir eso. Lo necesitaba oír.
—Me lo imagino. Sé que tú y tu madre discutieron ayer.
—¿Qué?
—Natasha me habló. Estaba indignada por cómo reaccionaste a sus ofensas —Él soltó una risa incrédula, y un poco molesta—. ¿De verdad le dijiste que se fuera al carajo?
—Bueno, eh...
—No te voy a reprochar por eso. Solo Dios sabe cuántos momentos horribles viviste por su culpa. Además, como le dije ayer, tu madre no tiene derecho a meterse más en tu vida... Después de todo el daño que causó, no.
—Sabes que no le hubiera dicho lo que dije sin un motivo...
—Sí, lo sé. Lo tengo muy claro —el señor Mario la calmó—. Pero, ¿cómo te sientes, cariño?
—Estoy bien, dentro de todo. O sea, sus palabras me dolieron, no voy a fingir que no lo hicieron... pero decidí no darles importancia.
—Eso... ¡eso es lo que debes seguir haciendo! —él afirmó, y una voz femenina se escuchó a su lado—. Ah, Alex... espera un momento, tu abuela quiere hablar contigo.
—¿Ella está ahí?
—Sí, Giovanni la trajo a ver la carrera conmigo ayer, y decidió quedarse para ver las finales hoy también. Y está que me rompe otra costilla sobre para agarrar el celular, así que... ya se lo paso...
—¡Hola Alex! —la señora Martina exclamó con entusiasmo, sacándole una sonrisa a su nieta—. ¡Al fin puedo hablar contigo!
—Hola, abue...
—¡Hiciste un excelente trabajo! Y concuerdo con Mario, ¡no le hagas caso a tu madre! ¡Esa mujer solo está resentida porque su vida es un fracaso y nadie más la soporta! —la anciana dijo y su hijo comentó algo en la distancia—. ¿Qué? ¡Pero si no miento!...
—No, no lo haces —la rubia respondió, mirando de nuevo a su novia—. Rory también está aquí conmigo, por si acaso. ¿Quieres decirle hola? Te puedo poner en alta voz.
—¡Obvio que sí!
Alexandra apretó el botón para hacerlo y al segundo, la artista se acercó más al dispositivo.
—¡Hola señora Martina!
—¡Otra desaparecida más! —la anciana comentó e hizo a la muchacha reírse—. ¡Sé que ambas deben estar divirtiéndose mucho a solas, pero al menos un "hola" para avisar que siguen vivas sería agradable!
—Perdóóón...
—Estoy bromeando, cariño.
—Lo sé, señora... ¿Cómo están las cosas por ahí?
—Todo tranquilo, dentro de todo. Yo estoy más preocupada por ustedes. Todas las veces que Natasha reaparece lo hace causando algún daño... ¿Están las dos bien?
—Sí, por suerte... de esta vez ninguna de las dos caímos en su manipulación, ni llevamos sus ofensas muy a serio.
—No saben lo mucho que me alegra oír eso...
Las tres siguieron conversando con la señora por teléfono hasta volver al hotel. La charla y las palabras de su familia tranquilizaron bastante a Alexandra.
Un comentario específico de su abuela resonó por su cabeza en círculos, hasta que la hora de su competición llegó:
—Obviamente sería maravilloso que trajeras una medalla a casa. Pero si es que no lo logras, no te detestes por ello. Sé que eres una perfeccionista y que eres llena de ambición, al igual que yo y Mario, pero recuerda: ya nos hiciste orgullosos, y tú también deberías sentirte orgullosa. ¡Ya eres una atleta panamericana! Eso es lo más importante. Las experiencias es lo que recordarás cuando llegues a mi edad, no los premios en sí.
¿Y no era eso una tremenda verdad? La camaradería que había encontrado en sus colegas y en sus rivales, el amor incondicional que había recibido de Aurora, el apoyo del público, la adrenalina que había sentido al correr en un estadio internacional, la felicidad de haber aparecido en las aperturas de los juegos panamericanos, de haber calificado... todo eso era lo que recordaría mejor en el futuro.
Quería el podio. Anhelaba la gloria. Deseaba ser aplaudida por su esfuerzo. Obvio que lo hacía. Era una atleta por un motivo; le gustaba competir. Pero más vez, Dios se lo estaba recordando a través de otra persona: La victoria ya era suya, sin importar el resultado de la batalla final.
Por eso, así que la hora de correr llegó, ella se movió a la pista con el corazón tranquilo y la mente concentrada apenas en dar su mejor esfuerzo. Nada más.
Miró a Aurora una última vez, desde la distancia, y le sonrió. No necesitó ver a la artista de cerca para saber que ella le sonrió de vuelta.
Se acomodó en los tacos de partida. Esperó que el claxon sonara, y diera inicio a la carrera final de los 200 metros lisos.
Respiró hondo.
Cuando exhaló, se puso a correr.
Pero eso no fue todo.
Su carácter fue puesto a prueba en medio de la disputa.
Una de las atletas que avanzaban a su derecha se torció el pie y se cayó de pecho al suelo, aterrizando de mala manera sobre la pista.
Mientras las demás mujeres avanzaban por la curva, Alexandra no pudo hacer lo mismo. No pudo, porque ese fue uno de los incontables momentos de su vida en los que pudo sentir a los ojos de su Creador observándola desde las alturas, y haciéndole la pregunta silenciosa: "¿Y ahora qué?".
Sin dudarlo, frenó sus pasos. Recordó los dichos de su novia, de su abuela y de su padre. E hizo algo que su madre, con toda su hipocresía religiosa, jamás se hubiera dignado a hacer: Dejó de lado su mérito personal y su gloria individual, para comprender, ayudar y apoyar a alguien más. Se agachó al lado de la mujer —que resultó ser la dominicana quien le había entregado una botella de agua, el día anterior— y la jaló arriba, rodeando su propio cuello con uno de sus brazos.
Llegarían en último lugar, pero eso no le importaba. Solo quería que ambas pudieran terminar la carrera.
—¿Q-Qué estás haciendo? —La otra atleta, con una mueca de dolor, le preguntó mientras se movían lo más rápido que podían hacia la línea de llegada.
—Trabajaste súper duro para llegar aquí... No te vas a rendir ahora.
Aurora, viendo a su novia desplazarse por la pista, sonreía con un orgullo que ni siquiera una victoria dorada podría causarle.
Sabía muy bien lo importante que era para Alexandra ganar esta competición y llegar a casa como una medallista. Sabía muy bien cuán estresada ella había estado en los últimos días por la idea de no lograrlo.
Pero ahora que una persona necesitaba de auxilio, no dudó en ningún momento sobre lo que debía hacer. Sacrificó sus ambiciones para reconfortarla. Hizo lo que no pudo en su juventud, y abandonó sus sueños para evitar el sufrimiento de alguien más.
La artista, al darse cuenta de ello, se volvió aún más emocional. Y comenzó a aplaudir con ganas, porque se lo merecía. Para su sorpresa, la gente a su alrededor la siguió. Y de pronto Alexandra tenía a todo un estadio aplaudiendo su gesto.
Perdió la medalla, pero ganó la carrera.
Y también el apoyo de todo su país, porque su historia se hizo viral en minutos y su nombre acabó en el primer lugar en las tendencias de Photobook.
La rubia, una vez pudo sentarse a recobrar su aliento y revisar su celular, no pudo creer lo que sus ojos veían.
Tenía mensajes de su padre, de su abuela, sus amigos, de los hermanos de Aurora, e incluso de sus suegros —quienes rara vez le hablaban— felicitándola por su acto de camaradería y por su integridad como deportista.
La única persona que no le habló en aquel momento fue aquella que más la había juzgado, a tan solo un día atrás. Su madre.
Eso le dijo todo lo que necesitaba saber sobre el carácter de dicha mujer y validó su decisión de jamás volver a verla en su vida.
—Creo que ese fue el mejor momento de estos Panamericanos —Su entrenador, quién debería estar furioso por lo que había hecho, le sonrió y le entregó una botella de G-Power, junto a una toalla limpia—. Tu actitud fue ejemplar. Tenía que decírtelo.
—Gracias...
—Pero, ¿lista para encerrar la noche con llave de oro?
La rubia bloqueó su celular, lo guardó, y recibió las ofrendas con una sacudida de su cabeza.
—Hagámoslo.
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La carrera final de relevos fue el evento más esperado y comentado de la noche en las redes sociales, justamente por las acciones de Alexandra. Pero ella, aunque ya había comprendido más o menos el valor de lo que había hecho, no conocía con el real impacto que había causado en el mundo todavía, ni la fama que había adquirido aquella velada —lo que fue una bendición, porque no tuvo la oportunidad de angustiarse por nada antes de regresar a la pista—.
Aurora, en la otra mano, sabía que todos los ojos de sus compatriotas estaban pegados a sus televisores, computadoras y celulares, viéndola a ella. Y en tiempo real estaba siendo testigo de su aumento de popularidad, viendo a su número de seguidores subir más y más con cada nuevo segundo. Su corazón estaba tan lleno de admiración y de amor, que sentía que podía estallar.
—Vamos, Alex... tú puedes —ella murmuró al comenzar a grabar a su novia, queriendo tener su última carrera registrada por su propia cámara.
El claxon sonó. Las colegas de la rubia comenzaron a correr. El testigo fue pasado de mano en mano, hasta llegar a la suya. De esta vez, la atleta había sido ubicada en el último tramo de la pista. Cruzó esos cien metros finales con tanta rapidez que casi llegó a volar. Con tanta velocidad que incluso rompió el record nacional de su equipo. Y alcanzó un logro que ni siquiera ella misma esperaba poder alcanzar: cruzó la línea de llegada en primer lugar, con un tiempo total de 41.30 segundos.
Mientras Aurora sacudía su celular, gritaba, y celebraba el logro junto a sus demás compatriotas, Alexandra intentaba recuperar su aliento y procesar lo que recién había pasado. Sus colegas la abrazaron y la felicitaron, junto a algunas de sus rivales, pero a ella le costó un poco entender que la victoria, al final, había sido suya.
Bueno, no era un mérito personal, ya que había trabajado en equipo, pero... en fin. Había ganado. Tenía su lugar en el podio.
Huh.
Sonrió con orgullo de sí misma, sintiéndose liviana, relajada y absurdamente feliz por su logro, y se volteó hacia el público, buscando a su novia entre la muchedumbre que las aplaudía a todas las atletas.
Cuando sus ojos se encontraron con los de Aurora, la artista le mandó un beso a distancia y Alexandra le devolvió el gesto con una mirada encariñada, perdida en su afecto, que hizo a sus ojos verdes brillar como dos esmeraldas pulidas.
—¡Alex! ¡Toma! —Sofía le entregó la bandera roja, blanca y azul de su país y la rubia, sin despertarse de su trance enamoradizo, se cubrió los hombros con ella.
Aurora le tomó una foto justo en ese momento y minutos más tarde la publicó, junto a una imagen de la rubia con sus compañeras, condecoradas con sus medallas de oro.
Pero la que recibió más atención, más comentarios, y más likes fue la que ambas se tomaron juntas, frente al espejo del ascensor de su hotel. La morena sujetaba a la rubia por detrás y las dos se estaban besando por encima de su hombro. En el cuello de la atleta, colgaba su medalla dorada de los Panamericanos.
—Te amo, Rory —Alexandra comentó entre sus brazos, mientras la imagen se subía.
—Y yo a ti, Blondie.
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¿Fin?...
Y ya que llegaron tan lejos, les dejo un dibujo de Rory y Alex en la fiesta del capítulo 6, cuando todavía eran adolescentes... Un "What If", por así decirlo. ¿Y si se hubieran besado? ¿Y si el miedo no las hubiera frenado? Muchas preguntas, pocas respuestas.
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