Lo que somos - Capítulo 33
Después de pasar por su habitación a solas y de ir a visitar la de su nutricionista —a buscar el papel con los alimentos y platillos que debía consumir para mejorar su rendimiento—, Alexandra bajó al restaurante del hotel, donde su novia ya la esperaba.
Algunos atletas más también estaban por allá, desayunando. La gran mayoría sufría por no poder comer todas las cosas deliciosas y suculentas que veían en el buffet, pero seguía apegándose con fidelidad a su dieta —concentrada en carbohidratos; reducida en gorduras y proteínas—. Ya otros, contrabandeaban trozos de queso y jamón a escondidas.
Aurora fingía que no los veía, mientras intentaba no reírse del cuadro —que francamente, era cómico—.
Tal como ellos, la rubia también se sentía un poco tentada a robar un muffin de chocolate, lo confesaría. Se veía tan blando, dulce, apetitoso y acaramelado... Llegaba a ser pecaminoso de mirar.
Pero decidió mantenerse firme a sus principios. Se resignó a comer una ensalada de frutas y un par de rebanadas de pan integral, cubiertas de aguacate, junto a un jugo de naranja. Se tomaría un espresso más tarde, para ganar un poco de energía antes de entrenar.
Por ahora, estaría bien con esto.
Tenía que convencerse de que estaría bien con esto.
Porque ese muffin...
"NO." Ella se reprochó en su mente, y con su bandeja en mano, se movió a la mesa donde había avistado a su novia.
Aurora en sí, escogió lo de siempre. Café negro con poco azúcar, y un pan con queso y jamón.
Pero algo añadió a su menú. Algo que claramente no era para ella. Y entonces, la rubia notó que la artista había cometido un gran error.
Al no saber lo que su pareja podía o no comer, le aseguró un muffin de arándanos, por si acaso.
—Retiro lo que dije más temprano, sí que te odio —Alexandra se quejó, con un gruñido.
—En mi defensa —La morena se rio—, te lo guardé porque sé que te gustan, y porque no tenía idea que están fuera de tu dieta.
—¡Que se joda la dieta! Ahora que lo trajiste es mío.
—¿Te vas a tentar tan fácil?
—¡Es un muffin! ¿Cómo puedo no tentarme?
Aurora carcajeó de nuevo.
Mientras las dos seguían discutiendo por el destino del pobre pastelillo, más personas entraron al restaurante. La atleta, al mirar quienes se habían sentado en unas mesas atrás de la artista, casi tuvo un paro ahí mismo y fue recibida por los ángeles del cielo.
Dejó de hablar.
Soltó el muffin.
Abrió sus ojos como un gato asombrado.
—R-Rory...
—¿Qué?
—Mira...
La artista lo hizo, y su boca también se desplomó. Al contrario de la rubia, no sintió pasmo, sino entusiasmo.
—¿Es Joe Kutuk?
—Estamos desayunando junto a Abaddon... —Fue la única respuesta coherente que Alexandra pudo dar.
Aurora, no obstante, sonrió de oreja a oreja.
—¡Voy a hablar con ellos!
—No, Rory... ¡Rory! ¡Espera!... —La atleta estiró su mano hacia ella, pero al ver que no podía detenerla, rápidamente ocultó su rostro con su palma y cerró la boca.
La morena se acercó al guitarrista con pasos determinados, que se volvieron tímidos así que él y los demás músicos percibieron su presencia. Ella pareció perder un poco de su coraje, pero no retrocedió en sus planes. Hizo lo que quería hacer, pese a sus nervios.
Les habló a sus ídolos:
—Hey... I'm so sorry to bother you guys during your breakfast, I really am... But my girlfriend and I are huge fans of yours, and we just wanted to let you know that —"Hey, lo siento por molestarlos durante su desayuno, de verdad... pero mi novia y yo somos fans gigantes de ustedes, y solo se lo queríamos hacer saber".
Aurora entonces señaló a la rubia, quien intentó verse menos desesperada y los saludó a los hombres con un ademán tímido.
—Oh, she's an athlete? —"Oh, ¿ella es una atleta?" Preguntó Joe Kutuk, el guitarrista de la banda en cuestión, que era conocido por ser el más amable de todos con sus fans.
—Yes, she's a runner. She'll actually have her first race tomorrow —"Sí, ella es una corredora. De hecho, tendrá su primera carrera mañana." La artista respondió con una sonrisa orgullosa.
—You two seem pretty young to be fans of us —"Las dos parecen demasiado jóvenes para ser fans de nosotros." Comentó a seguir Tommie Anderson, el vocalista.
—We've actually been fans of Abaddon since we were teens. We even went to some of your shows, back home... And we also became friends because we both liked your music so much —"En verdad somos fans de Abaddon desde nuestra adolescencia. De hecho, hasta fuimos a algunos de sus conciertos allá en casa... Y nos volvimos amigas porque a las dos nos gustaba demasiado su música."
—That's so cool... Thanks for the support, girls —"Eso es genial... gracias por el apoyo, chicas." David Grace, el bajista, les sonrió con cordialidad.
—Do you want a picture with us? I'm all in for taking one —"¿Quieren una foto con nosotros? Estoy super dispuesto a sacar una." De nuevo Joe probó el rumor de los fans; era el miembro más sociable.
—If we're not bothering you... —"Si no los estamos molestando..."
—Not at all! Tell her to come closer, and we'll do it —"¡Para nada! Dile que se acerque, y lo hacemos."
Aurora repasó la orden de los músicos a su novia, quién se levantó con los nervios en llamas y casi se puso a llorar al hablarles. Los hombres, gigantes en estatura y con barbas dignas de gnomos mitológicos, se levantaron por un segundo de sus sillas y posaron para una foto grupal, que fue sacada por un pobre mesero que caminaba por el área, y fue encomendado con la tarea.
Después de eso, las chicas les agradecieron por su simpatía con calidez y volvieron a su mesa, riéndose por su adrenalina y su pasmo. Ninguna se había esperado aquel tremendo golpe de suerte.
Primero enviaron la foto por el grupo que tenían con sus amigos y vieron a Giovanni perder la cabeza por no haber estado ahí, junto a ellas en dicho momento. Estaba devastado por haber perdido la oportunidad de literalmente besar el suelo en el que Joe Kutuk pisaba. En seguida, la publicaron en sus redes sociales. La imagen tomó tracción porque más una vez, el fotógrafo la compartió con su público e hizo a la popularidad virtual de ambas jóvenes aumentar.
—De la manera en que las cosas van vas a tener todo un fanclub esperando en el aeropuerto cuando vuelvas a casa —Aurora bromeó, viendo los cientos de comentarios agradables en la publicación de su novia. Para su sorpresa y alegría, los dichos enterraban a los negativos dejados por los ex miembros de su parroquia, quienes insistían en atacarla incesablemente por su nueva relación.
—Qué bueno que tengo a una judoca a mi lado para protegerme, ¿no? —la rubia bromeó, mientras dejaba su celular de lado.
—¿Ahora pasé a ser tu guardaespaldas?
—Prefiero caballera en armadura.
—¿Caballera? ¿En serio?
—¿Dama en armadura?
—Sabes que solo puedes decir "caballero" y ya, ¿cierto?
—Sí, pero ¿cuál es la diversión en eso? Además, caballera es una palabra que existe, por si no lo sabías.
Aurora inclinó su cabeza a un lado de una manera tierna.
—Me estás tirando del pelo.
—Nope. Así se llama a quién hace caballería.
—¿No que era jinete?
—Eso es un sinónimo...
Las dos siguieron discutiendo sobre semánticas apenas para molestarse y pasar el tiempo, por unos sólidos diez minutos. Luego, al terminar de desayunar, algunas colegas del equipo de Alexandra las ubicaron en su camino al ascensor y las detuvieron a saludarlas, además de hacerles mil preguntas sobre su encuentro con Abaddon.
—Ah, Alex. Yo con las chicas vamos a ir a entrenar al gym más tarde, ¿asumo que te unes? —Sofía preguntó, golpeando su botella de agua en contra de su pierna.
—Sí, solo escríbanme la hora y estaré allá. Ya tenía planeado ir de antemano, pero es siempre mejor hacerlo en grupo.
—Dale, te escribo.
—Intenta no cansarte demasiado por ahora, eh —otra de sus compañeras bromeó, mientras sus caminos se dividían.
La rubia le sacó la lengua y su novia sacudió la cabeza, divirtiéndose con su infantilidad.
—¿Y qué vamos a hacer por ahora?... Digo, hasta que vayas a entrenar —Aurora preguntó, tomando su cabello en una cola de caballo.
—Tenía pensado ir a la piscina un rato, para relajarme. Disfrutar el poco tiempo libre que me queda hasta la carrera de mañana. No puedo salir a caminar por la ciudad o voy a perder demasiada energía, así que lo mejor que puedo hacer es eso...
—Te acompaño entonces. Por suerte puse mi traje de baño en mi maleta.
Esto hicieron. La artista pasó a su propia habitación a ponerse su bikini, a cambiarse de ropa, y Alexandra copió sus acciones en el piso de arriba. La atleta también agarró una barra de proteína y unas cuantas botellas rojas de G-Power, porque debía mantenerse hidratada durante el día, y las metió a una bolsa antes de bajar a la piscina templada.
Algunos de sus compatriotas de otras categorías deportivas se unieron a ellas al cabo de una hora. Entre todos charlaron mientras nadaban de un lado a otro, e intentaron mantener sus ánimos elevados y sus esperanzas firmes.
Algunos de los presentes también habían traído a sus parejas, padres e hijos al hotel. Pero, como era de esperarse, los casos eran pocos. Juan Olga, uno de los jugadores de Rugby más famosos de su país, era uno de ellos.
El hombre les contó cómo había aprovechado la ocasión para proponerle matrimonio a su novia de ocho años, Renata. La mujer en cuestión, flotando a su lado, también había estudiado en la URI. Se llevó bastante bien con Alexandra y terminaron intercambiando números, ya que ella trabajaba en un zoológico, y la rubia había expresado "no querer ser una atleta profesional para siempre" y "sí querer hacer un buen uso de sus estudios a futuro".
—¿Entonces esta es la última competición de la gran Alexandra de la Cuadra? –—Aurora preguntó, mientras la acompañaba de vuelta a su habitación, a cambiarse de ropa más una vez—. ¿No vas a querer intentar calificar a las olimpíadas?
—Un día soñé con ello, no lo niego... Pero mis planes cambiaron.
—¿Por qué? ¿Algún motivo en particular?
—Sí —Alexandra la miró—. Oí a Juan hablar sobre cómo fue difícil para él y Renata mantener una relación a distancia por sus constantes competiciones y viajes, y... me di cuenta que de que esto... —Señaló alrededor—. No ocurrirá siempre. No te tendré a mi lado siempre. Y esa idea no me agrada. No quiero estar lejos de ti, de Giovanni, de mi padre, de mi abuela... de casa, por tanto tiempo. No quiero sacrificar mi estabilidad por una medalla. Aplaudo a gente como Juan, que sí tiene el coraje y la fuerza para hacerlo, pero yo... yo no lo tengo. Y antes de que me interrumpas y digas uno de tus mensajes motivacionales que usualmente me encantan, solo escúchame... No es por falta de fe en mí misma. Es por conocerme a mí misma. Quiero estabilidad. Y mis sueños cambiaron.
Aurora, al verla sonreír con tranquilidad, supo que hablaba en serio. Y porque la apoyaría en cualquier decisión que tomara, asintió y le sonrió de vuelta, inclinándose adelante para besarla.
Lindo gesto, momento equivocado.
Porque fue justo cuando sus labios se separaron cuando el ascensor se sacudió, un ruido metálico las aterrorizó, y las luces se cortaron.
—¡¿QUÉ FUE ESO?! —La serenidad de la rubia desapareció, de un segundo a otro.
Lugares pequeños y oscuros eran una de las cosas que ella más temía y detestaba en la vida. Les tenía una fobia incontrolable e insuperable, desde pequeña. Eran recuerdos de su infancia traumática, antes de ser adoptada por la familia de la Cuadra. Aurora lo tenía muy claro. Y por eso, pese a su propio temor, intentó ser la voz de la razón por ambas:
—Calma, Alex... Estamos bien. ¡Estaremos bien!...
Primero sacó su celular del bolsillo y prendió la linterna, iluminando el área. Solo entonces notó que su novia había retrocedido hacia un rincón, cerrado los ojos y enganchado sus manos en los pasamanos del ascensor, con evidente desespero.
Antes de calmarla, tenía que descubrir qué había pasado. Así que Aurora apretó el botón de emergencia y llamó a recepción, esperando que al menos el intercom funcionara.
—Hola, buenas... Les pido mil disculpas, hubo un corto circuito en el panel de energía del hotel. Ya estamos arreglando la situación afuera y en breve podrán salir de ahí.
—Genial.
—¿Hay alguna persona embarazada con usted?
—No, ninguna.
—¿Niños?
—Tampoco.
—¿Alguna persona cardíaca o asmática?
—No. Pero sí estoy acompañada de mi novia, que tiene ansiedad crónica, y que está teniendo una crisis justo ahora.
—Le pregunto porque tenemos a otros ascensores detenidos, y ahora la prioridad es abrir el "B", que tiene a una embarazada. Ustedes están en el "C". En cuanto saquemos a los huéspedes del primero, iremos a por ustedes.
—Entiendo...
—¿Puede pasarme el código del ascensor? Está arriba de la pantalla con los números de los pisos.
—B008S.
—Gracias. Quédense tranquilas, que el técnico y los bomberos ya fueron llamados. En breve saldrán.
—Okay. Lo haré. Gracias —Así que Aurora terminó de responder, el hombre al otro lado de la línea colgó.
—R-Rory...
La voz aterrorizada de Alexandra la recordó del otro problema con el que tenía que lidiar ahora: su pánico.
—Hey... Todo estará bien. Ya lo escuchaste, pronto nos vendrán a sacar y podrás ir al gym a correr y...
—P-Perdóname... si p-pierdo mañana...
Aquellas palabras eran todo menos lo que Aurora esperó oír en aquel momento.
—¿Huh?
—U-Ustedes... t-tú, el Gio, la Connie... t-todos... m-movieron montañas p-para que y-yo llegara aquí... —La rubia sacudió su cabeza y de alguna manera, sus músculos lograron volverse aún más tensos—. No l-les puedo f-fallar... No p-puedo... Es la última c-competición... en la q-que quiero participar y-y... no p-puedo...
—Nada de eso, Alex —la artista la interrumpió, con una voz fuerte y decisiva—. Tú no tienes presión alguna de parte de nosotros por ganar. Sé que yo y el Gio bromeamos con el tema de las medallas, pero tú no nos debes nada. No a nosotros, no a los demás, no a tu familia... a nadie. Te ayudamos porque te amamos, y porque sabíamos que merecías estar aquí. Con venir ya hiciste suficiente. El llegar a las semifinales, finales, o estar en el podio solo será un extra.
—P-Pero...
—Para de sobre pensarlo —Aurora, también un poco estresada por la situación, no logró ser tan sutil y suave como generalmente era con ella. La agarró de los hombros e hizo presión en su piel con sus dedos. El toque, aunque duro, la hizo reaccionar—. Insisto. No le debes nada a nadie.
La atleta respiró hondo tres veces. Miró al techo del ascensor, iluminado apenas por la linterna del celular de la artista.
—Lo siento... estoy s-siendo un desastre en e-este viaje...
—No te disculpes. Estás bajo estrés.
—Sí, pero... ¡La vida es e-estar bajo estrés! ¡Siempre!... D-Debería actuar como u-una adulta... Y e-estar teniendo a-ataques de pánico c-cada puta semana, y ponerme n-nerviosa por las cosas m-más básicas q-que me pasan...
—Alex, no es tu culpa... Nada de esto lo es. No le tirarías piedras a un asmático por tener ataques de asma con frecuencia. ¿Por qué lo haces contigo, entonces? Tu cerebro tiene problemas con sus químicos, y es un órgano como cualquier otro, que puede enfermarse...
—N-No, no lo entiendes.
—Entonces hazme entender.
—T-Tú... tienes tus p-problemas bajo control. También t-tienes ansiedad... bipolaridad... pero... has estado m-más calma, más compasiva... y y-yo... yo s-solo... —Su voz se perdió de nuevo, ella tragó en seco y volvió a concentrarse en su respiración—. ¡Solo las cago!...
—¿Qué? ¡No!... Alex... —Aurora la vio sentarse en el suelo y suspiró, bastante preocupada. De inmediato, la siguió—. Yo no tengo nada bajo control —comentó con una risa triste—. Nada. Aún tengo días pésimos, aún me siento deprimida de la nada misma, y aún tengo momentos de impulsividad, en los que quiero explotarme a mí misma o ver al planeta entero ser volado a pedazos, pero... solo ya no hago tonterías porque estoy medicada. Ya no tomo tantos riesgos porque estoy medicada. Y estoy segura de que tú solo estás sintiéndote así de angustiada ahora porque paraste de tomar tus ansiolíticos sin consultar a tu médico antes.
La rubia recogió sus piernas contra su pecho y las abrazó.
—P-Puede ser.
—Pero ¿sabes qué? Estarás bien Alex. Esto pasará, tú eres un desastre, y yo no soy perfecta. De hecho... —Suspiró—. Hay algo sobre lo que quería hablar contigo y pues, visto que estaremos atascadas aquí por Dios sabe cuánto... creo que es conveniente hacerlo ahora. Porque encaja con el tema —Aurora se le acercó y rodeó su espalda con su propio brazo—. Solo porfa... intenta no odiarme demasiado por mentirte.
—No p-puedo odiarte, aunque lo intente.
La artista le sonrió, pero no fue necesariamente de alivio.
—Yo... antes de recibir mi diagnóstico. Bueno estaba... —Apartó su mirada hacia el piso, porque sabía que no podría decir lo que quería mientras miraba a Alexandra a los ojos—. Estaba bebiendo demasiado. Más de lo que crees. Más de lo que Giovanni cree... Y, ehm... Aunque no llegó a ser una adicción, porque pude parar sin problemas, sí que me estaba haciendo daño... y, eh... —Sacudió la cabeza, mientras su expresión se volvía más seria—. Hubo una noche en la que volví a mezclar mis pastillas con alcohol, para intentar calmar mis pensamientos. Lo que en retrospectiva fue bastante estúpido, lo sé... —Sintió a su novia respirar hondo de nuevo, pero por un motivo completamente distinto al anterior.
No estaba intentando mantener a raya su pánico por los espacios cerrados y oscuros, sino el temor de perder a su novia.
—Dime que no intentaste...
—No, no. No me quise matar —Aurora la tranquilizó. O al menos quiso tratar de hacerlo—. Ya te dije que no quiero hacer algo así de estúpido de nuevo. Lo que pasó esa noche fue más una manera de automedicarme; esa fue la palabra que mi psicóloga usó; que cualquier otra cosa... Yo solo quería detener ese episodio hipomaníaco, pese a no saber que estaba teniendo uno. Y Alex, créeme, no hubiera hecho lo que hice si no hubiera llegado a mi límite aquella madrugada... No podía parar de pensar, mis pensamientos a la vez eran súper acelerados, y por ellos no lograba dormir, y aunque tratara de llenar mi tiempo despierta con algo productivo, tampoco lograba concentrarme en nada de lo que hacía... Me estaba volviendo loca. Así que tomé una botella de whisky que tenía escondida en mi armario, mis medicaciones para la migraña y... me puse a dormir a la fuerza.
—Podrías haber entrado en coma...
—Lo sé...
—Aurora.
—Lo sé —la artista respondió, con remordimiento—. Pero era una sensación horrenda, el estar agotada y no poder descansar. Yo ya había tenido momentos así antes, pero... nunca tan intensos. Y también tenía trabajos a los que presentar en el instituto el día siguiente, así que... —divagó y se encogió de hombros—. Fui tonta. Lo tengo claro. Y escondí esto de ustedes justamente porque sé que fui impulsiva... —Tomó coraje y miró a su novia, por un instante—. Igual, yo ya no estoy bebiendo más. Al menos no tanto como antes, y no con tanta frecuencia. No tengo ganas, no desde que me cambié de medicación.
—Eso sí lo noté, pero no t-tenía idea de que se debía a esto.
—Pues ahora lo sabes. Y sabes que no tengo "mis problemas bajo control". Nadie en verdad los tiene... Somos todos almas inmortales, con espíritus de niños, jugando a ser adultos. No sabemos de nada, solo fingimos hacerlo... Tenemos edad, no sabiduría. Eso aplica para todo el mundo. Y justamente por eso, Alex... tú no tienes que ser perfecta. No tienes que complacer a nadie más que a ti misma. No tienes que vivir por nadie más que ti...
—Lo sé, pero... t-tengo miedo a decepcionar a los que amo.
—¿Y qué es lo peor que puede pasar si de verdad nos decepcionas?
—¿Qué s-se vayan? ¿De nuevo?...
—No te vamos a dejar.
—No tienes c-cómo prometerme eso. N-No cuando todos en mi vida e-en algún momento u otro lo hicieron. Incluyéndote.
Las luces se prendieron, pero el ascensor no se movió. Aurora no se emocionó por esto, sino por la cuchillada que sintió en su alma al oír su desahogo, y que le dolió de una manera indescriptible.
—Pues lo hago.
—¿Qué?
—Lo hago —La artista tragó en seco y tomó una de sus manos, decidiendo volver a mirarla a los ojos pese a su miedo—. Te juro que no te voy a dejar de nuevo. Pase lo que pase, duela a quién le duela... No voy a repetir ese error otra vez. Y si lo hago, siéntete libre de jamás perdonarme por ello. De detestarme por el resto de la eternidad...
—Rory...
—No, yo ya te lo dije antes y lo repito: sé que tengo mi culpa en lo que pasó. Y sé que, aunque me perdonas y no me guardas rencor por ello, sí te dolió... te sigue doliendo. Claramente. Pero... aprendí la lección. Y no me iré —dijo esta última oración pausadamente, enfatizando su mensaje al máximo—. Puedes decepcionarme. Puedes hacerme enojar. Puedes romper mi corazón. Puedes incluso romper conmigo, pero mientras mi amistad por ti exista, no te dejaré atrás, porque te amo. No tan solo como una pareja, sino como una amiga. Así... como tu novia, y como tu compañera, hazme caso. Deja de preocuparte por lo que los demás irán a pensar, por lo que dirán, o por lo que esperan de ti —Acercó su rostro al de ella—. ¿Qué es lo que tú quieres?
—Yo...
La rubia intentó responder, pero no pudo.
Ambas sintieron al ascensor sacudirse nuevamente, ahora con más fuerza. Alexandra soltó un grito agudo, asustado, y se lanzó al único lugar que consideraba seguro: los brazos de Aurora. Pero las dos no se cayeron por el vacío. La caja de la muerte comenzó a subir, de hecho, y se detuvo en el piso de la artista.
Escucharon entonces un pequeño "bling" y las puertas se abrieron, como por arte de magia.
Afuera estaban dos bomberos y un técnico en manutención, que trabajaba para el hotel, con expresiones neutrales que rápidamente fueron perdidas a su confusión.
—¿Están bien?
—No.
—Sí —La rubia se apartó de la morena y se levantó con apuro—. E-Estoy de maravillas —luego salió corriendo del ascensor, pasando por los hombres con una velocidad digna de su actual profesión.
—¡Alex! —Aurora se paró con un salto y la siguió como una bala, diciendo un diminuto y tímido:— Gracias —A los sujetos antes de atravesarlos también—. ¡Alexandra! ¡¿A dónde vas?!
La atleta solo frenó sus pasos al llegar a la puerta que conducía a las escaleras.
—A mi habitación —le respondió—. T-Tengo que ir a cambiarme de ropa y e-entrenar. Voy a ganar esa carrera mañana... cueste lo que c-cueste...
—¿No oíste nada de lo que te dije?
—Lo hice —ella afirmó, llevando su mano a la manija—. Pero a-ahora quiero hacerlo por mí. Q-Quiero llegar a ese podio el jueves p-por mí... Lo merezco... Porque tienes razón. tengo que p-parar de pensar en lo q-que los demás quieren, y concentrarme en mí. Y lo que m-más quiero ahora, es esa medalla.
Aurora, un poco más relajada por su cambio de actitud y de energía, asintió a pesar de su aprensión y le sonrió.
—De acuerdo —Cruzó sus brazos—. Anda entonces... Te veo más tarde, en mi habitación. Solo... ten cuidado. ¿Okay?
—Okay —la rubia concordó, con la voz aún inestable, y sus ojos aún anegados.
Pero en sus iris verdes, la artista vio algo que a tiempos no veía: Determinación. Pura, fuerte, y resistente determinación.
Dicha mirada le recordó a la que solía encontrar en los ojos de una Alexandra más joven, antes de que toda su inocencia fuera envenenada por las acciones egoístas de Álvaro, y que toda su alegría fuera corrompida por los planes insidiosos de su madre.
Fue un vistazo de un pasado más tranquilo, en un presente tan complejo.
Y logró evocar en el espíritu de Aurora algo que ella no sentía con frecuencia, y que detestaba tener que reconocer como un sentimiento válido en primer lugar: Esperanza.
De pronto, se encontró esperanzada por el futuro de ambas. Por un mañana en el que las dos no sufrieran, por sus propios demonios y por la maldad ajena. Por un día en que pudieran amarse a sí mismas tanto como se amaban la una a la otra.
Y cuando la vio irse por las escaleras, subiendo los peldaños con dos pasos a la vez para no perder más tiempo, no pudo evitar aumentar su sonrisa.
Las cosas aún no estaban del todo bien.
Pero en algún momento lo estarían.
Y eso era suficiente.
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