Lo que somos - Capítulo 30

Aurora estaba saliendo de su instituto y caminando al metro cuando la música en sus audífonos fue interrumpida de pronto por un altísimo "bing".

Le había llegado un mensaje.

Pausando su música —un poco irritada, porque recién había llegado a su parte favorita de "My Own Deceiver" de Ego Kill Talent y estaba que se ponía a tocar la batería imaginaria en medio de la calle—, abrió su caja de entrada y descubrió, para su asombro, quién le hablaba.

Mario de la Cuadra.

Ella tenía su número guardado en caso de alguna emergencia, pero desde la secundaria no se atrevía a escribirle, ni revisar su chat.

Aquel día, la situación cambió. ¿Y qué quería el hombre, al final de cuentas? Pues... hablarle.

En persona.

"Hola, Aurora.

Te escribe Mario. El padre de Alex.

Tienes todo el derecho a rechazar esta propuesta, pero me preguntaba si podrías cenar conmigo hoy. Necesito conversar contigo y pedirte disculpas cara a cara por ciertas actitudes mías.

Si aceptas, te envío la dirección del restaurante al que iremos. Yo pago la cuenta, no te preocupes."

Al levantar su mirada de la pantalla, varias preguntas aparecieron en la cabeza de la artista. ¿Sería esto una trampa? ¿Estaría el sujeto hablando en serio? Y más importante de todo, ¿debía contarle a Alexandra sobre la propuesta?

Respiró hondo.

Contempló sus opciones con cuidado.

Decidió abrir el chat con Giovanni y explicarle la situación primero. Ya que eran compañeros de piso, si ella desaparecía o era atacada por el señor de la Cuadra —aunque la posibilidad de que aquello ocurriera fuera mínima— quién se daría cuenta de ello primero sería él. Así que su mejor amigo tenía que estar pendiente de su hora de regreso, por temas de seguridad.

Lo segundo que decidió hacer fue aceptar la propuesta del hombre, pero no decirle nada a su novia al respecto... por el momento. No quería darle a Alexandra esperanzas de que él había reconsiderado su postura respecto a su sexualidad y al final descubrir que en verdad Mario tenía algún plan maestro para separarlas. Otra vez, las chances de que aquello ocurriera eran bajas, pero conociendo su historia en común, era mejor prevenir a lamentar.

Luego de enviar su respuesta por el chat, siendo lo más fría y formal posible, abrió su playlist de nuevo y ocupó su mente con más música. Subió el volumen de la misma al máximo, intentó mantener su calma, y se fue a su departamento.

Al llegar, se duchó y se cambió de ropa, queriendo verse más presentable. Le dio comida a su gata —sabiendo que Giovanni solo aparecería por ahí en un par de horas más—, limpió su caja de arena, y le hizo cariño.

Mario le envió la dirección del restaurante en donde la esperaba mientras ella se lavaba las manos. El lugar quedaba apenas a tres cuadras de distancia de su edificio, así que Aurora se fue allá caminando.

En la ocasión, usaba unos jeans oscuros, una camisa de botones negra con un diseño dorado alrededor del cuello, y unos zapatos de cuero que se había comprado en una tienda de segunda mano. Se había suelto el cabello y maquillado levemente el rostro —nada muy especial, apenas lo hizo para quitarse las ojeras de mapache y disfrazar su cansancio académico—, y llevaba puesto el collar regalado por Alexandra, como un talismán de buena suerte, alrededor del cuello.

Al llegar al establecimiento —reconocido por sus parrilladas y vinos— encontró a Mario en su primer piso, sentado en una de las mesas de madera de la pared oeste. Su cabello se había blanqueado bastante en los últimos cuatro años y ahora llevaba una barba corta en las mejillas. Vestía una chaqueta tweed marrón, pantalones de algodón del mismo color, y una corbata roja. Se veía elegante, Aurora no lo negaría. Pero su actitud en sí reflejaba un cansancio que iba más allá de cualquier agotamiento físico.

Al ubicarlo, ella respiró hondo y caminó hacia él, determinada en no dejar sus palabras ofenderla, y a defender el honor de su novia a toda costa.

—Señor de la Cuadra —Ella anunció su presencia, sin sentarse.

—Aurora —Él espabiló al verla, y parecía estar sorprendido. Se levantó para saludarla, pero al no saber qué hacer, no la abrazó ni sacudió la mano. Con un ademán inseguro señaló a la silla a su frente y tragó en seco—. Por favor...

La joven, alzando un poco su ceja, se acomodó enseguida y lo vio hacer lo mismo.

—¿Puedo saber por qué me llamó usted aquí?

—¿Ordenemos nuestra cena primero?

—No —La artista fue derecho al punto—. Primero usted me dice qué quiere y luego hacemos eso.

El profesor asintió con timidez.

—Eso es justo —La miró a los ojos—. Vengo a disculparme contigo.

—Eso usted ya lo dijo.

—Sí... pero no es tan solo por eso que la invité aquí. Quiero pedirle disculpas a mi hija también... solo no sé cómo. O si ella siquiera me perdonará. Así que... necesito de sus consejos. De su ayuda.

Aurora cruzó los brazos y lo miró de arriba abajo, desconfiada.

—¿Y qué lo hizo cambiar de idea sobre ella, sobre nosotras? ¿O aún cree que vamos a quemar por toda la eternidad en un lago de fuego en el infierno?

Él hizo una mueca de desagrado y bajó el mentón, herido por su tono, antes de tomar coraje y responder:

—Ya no creo en eso... Y quiero que ambas sean felices.

—Entonces explíquese. ¿En qué cree? Porque se equivoca si piensa que yo lo dejaré acercarse a Alex de nuevo solo para herirla. Usted y su ex esposa ya la han deñado lo suficiente.

—Lo sé —Mario reconoció con humildad—. Y no quiero justificar mis actitudes, solo... explicarte por qué existieron en primer lugar.

—Adelante —Aurora se encogió de hombros, pero no disminuyó su hostilidad.

El hombre agarró una servilleta y se puso a jugar con el papel para relajarse.

—Empecemos por el hecho de que mi madre nunca fue una persona prejuiciosa, y mi padre tampoco. Siempre fueron muy religiosos, sí... pero se concentraron en amar al prójimo, no en juzgarlo. Y yo crecí así, en un hogar amoroso, abierto... tolerante. Me acuerdo que mamá salía con papá a entregar comida a los pobres todos los domingos, y ayudaba a todas las personas que se le cruzasen por el camino. Desde ebrios, a prostitutas, a transexuales... No hacía distinciones. Abrazaba a todos como a sus propios hijos. Y papá... él era igual. Bajo todos los principios, yo debí ser una persona parecida a ellos, por mi crianza, pero... —Él soltó una risa resentida, hacia sí mismo—. Cuando crecí y me uní a la parroquia del barrio, vi que su perspectiva del mundo no encajaba con lo que mi pastor me enseñaba ahí... Y cometí el grave error que creer que ellos me habían engañado. Mi furia me convenció a volverme un extremista... y fue en ese período de fervor intenso que conocí a Natasha, alguien igual a mí. La relación con mis padres solo empeoró después de que ellos se negaran en darme su bendición para que nos casáramos. Y otra vez... fui un idiota. Porque escogí a esa mujer delante de ellos, y cometí el mayor equívoco de mi vida: volverme su esposo... —Tragó en seco—. Yo y ella no logramos tener hijos propios, por temas de infertilidad, y decidimos adoptar. No fue una decisión difícil. Al menos no para mí. Y cuando recogimos a Alex, ese lado duro e insensible de mí mismo se ablandó... Mi amor por ella fue instantáneo. Mi cariño fue natural. Y mientras los años pasaban, y mi relación con su madre se hacía trizas, ese amor solo creció más y más... Y puedo afirmar con convicción que, si algo de bueno Dios me dio a través de esa relación, fue a mi niña... —Él pestañeó, luchando con sus lágrimas—. Pero cuando ella salió del armario, yo entré en conflicto. Porque todos esos años de estudio teológico, de rencor hacia mi crianza, de pronto chocaron con la realidad... Mi hija era parte de un grupo de gente a quién yo siempre consideré mis enemigos. Y yo... como ya sabes... reaccioné de mala manera.

—Era de esperarse —Aurora decidió descruzar sus brazos e intentó, por el bien común, ser un poquito menos agresiva con su tono—. Yo no defiendo lo que usted hizo, pero... lo entiendo.

—¿De verdad?

—Sí. No se puede cambiar de opinión sobre un tema así de la noche al día. Eso toma tiempo... Pero... —La artista sacudió la cabeza—. No necesitó ser tan frío con ella.

—Lo sé —Mario asintió—. Sé que he actuado como un verdadero patán con Alex. Y por eso he pasado los últimos años tratando de cambiar mi paradigma respecto al amor y las relaciones amorosas... Me mudé de parroquia. Me separé de Natasha, al fin... E incluso conecté con la ex pareja de mi tío Sebastián, el señor Sergio.

—¿Usted lo conocía?

—Sí... Iba a verlo con mamá cuando era pequeño, pero una vez descubrí que él era gay, yo... paré. De nuevo, un patán —Mario admitió, avergonzado—. Pero cuando volví a visitarlo, él me recibió de brazos abiertos. Y me habló sobre ti y Alex.

—¿Y?

—Él fue una de las personas que me hizo cambiar de opinión respecto a ustedes. Me habló demasiado bien de ti... Y para serte sincero, Aurora... yo en realidad siempre te he tenido mucha estima. De verdad. Pero el señor Sergio resaltó bastante lo mucho que le agradas... Hasta me enseñó una banderita arcoíris que le regalaste. Me dijo que ese gesto lo motivó a seguir viviendo, pese a sus múltiples problemas de salud... Me comentó que le sigues escribiendo, para saber cómo está, hasta el día de hoy... Y también me contó de lo bien que cuidabas a mi hija, cuando ustedes seguían juntas. Me habló de como Alex buscaba refugio en tu casa, todas las veces que yo y su madre nos peleábamos... —Mario discursó, con una expresión cada vez más cargada de emociones luctuosas y melancólicas—. Y entonces yo... uní los puntos. Supe al fin por qué desapareciste después de que Alex volvió con Álvaro. Yo había pensado, al inicio, que estabas celosa de él, pero... no. Estabas con el corazón partido. Porque la amabas a ella. Y me puse a preguntar, ¿por qué habría mi hija regresado con ese... infeliz, si Sergio me juraba que su amor era recíproco? ¿Por qué seguía con él?... Algo raro había ahí.

—Espera... —Aurora entrecerró los ojos—. ¿Usted no sabía de lo que pasó con la señora Natasha? ¿De su ultimátum? ¿Nada?...

—No.

—Me está tirando del pelo.

—Te juro que no. Alexandra cuando salió del armario no me dijo todo lo que la desgraciada de su madre le hizo, aparte de las palizas injustificables, claro... Yo nunca supe de su plan con Álvaro. No hasta que comencé a investigar a solas sobre la separación de ustedes... Me hice una cuenta falsa en Photobook y te seguí a ti y a ella, buscando pistas... Y fue cuando entré a su perfil que leí la publicación sobre su ruptura y los motivos para la misma, que me enteré de toda la historia.

—Diablos...

—Sí. Creo que puedes imaginarte mi sorpresa... —Él miró de la servilleta que aún sostenía y arrugaba a Aurora—. Yo me puse furioso. Aunque Natasha y yo no estuviéramos de acuerdo con la relación de ustedes, manipular a Alex para que rompiera contigo y volviera con ese muchacho fue de una crueldad extrema... Amenazarla con destrozar su futuro fue de una crueldad extrema. Si supiera lo que estaba haciendo, yo jamás la hubiera respaldado.

—Eso explica muchas cosas... —la artista comentó, entre irritada y triste—. ¿Y cuánto tiempo pasó entre el momento en que Alex le dijo a usted que era bi, y el día en que usted leyó esa publicación?

—Un año, más o menos —Él hizo una mueca incierta.

—Bastante tiempo entonces.

—Sí... demasiado —Mario tensó la mandíbula—. Pero... cuando leí lo que ese chico le hizo, y comparé su comportamiento con el tuyo... me sentí asqueado conmigo mismo. Porque era claro quién de verdad amaba a mi hija y quién estaba con ella solo por placer.

—Yo también solo leí esa publicación recientemente —Aurora confesó, luego de unos segundos callada—. Y solo me enteré del abuso de Álvaro hace poco... Si pudiera, lo mataría por lo que hizo.

—Tú y yo, ambos —El profesor asintió, soltando el papel que sostenía y frotándose los ojos para despejar sus lágrimas—. Pero en fin... Aparte de hacer todo eso, yo también fui a la casa de mi madre, a disculparme por mi comportamiento horrendo y pedirle de rodillas que me explicara mejor todo lo que estaba pasando... Supuse que, si alguien sabía sobre la relación de ustedes, era ella. Alex siempre había sido muy unida a su abuela. Y por suerte, acerté... Mi madre me contó cómo ustedes se habían enamorado y también... cómo terminaron. Y al recordar el día en que tú... ehm...

—¿Intenté terminar con mi vida?

—Sí, ella... —Mario frunció el ceño—. Ella se sintió mal. Y tuvo su infarto.

—¿Qué?

—Fue eso lo que lo causó, creo yo. ¡Y no te culpo!... —Él fue rápido en reasegurar—. Culpo a las emociones que ella sintió, y a su intensidad... —Aurora respiró hondo, pasmada, y su suegro continuó:— Mamá llevó la mano al pecho, dijo que sentía mucho dolor ahí y en el brazo, y yo supe que era mejor llevarla al hospital de inmediato. De ahí su situación empeoró y tuvo que ser trasladada a la capital, para tener un mejor tratamiento. En la ambulancia yo llamé a Alex, le expliqué lo que había sucedido a medias, y los dos nos juntamos en el Hospital General Pasteur, para cuidar a mi madre... Mi idea era disculparme ahí, pero... eso no sucedió. Nosotros nos peleamos, ella me dijo que pagaría la mitad de la cuenta por sí sola, y también afirmó que yo no tenía derecho a opinar sobre nada porque nunca me importé por mi madre como debería... Había sido un hijo ingrato.

—Dios... —Aurora murmuró, sabiendo que la acusación le debió haber dolido.

—Yo en la hora me ofendí y le grité de vuelta, llamándola de todas las palabras que jamás debí usar, pero... lo hice porque sabía que ella tenía razón; yo fui un pésimo hijo... y también un pésimo padre. Para empeorar aún más la situación yo después me fui de ahí; otro error grave de mi parte. La dejé sola, en ese hospital, que se encargara de todo el papeleo de los seguros y provisiones médicas —Sacudió la cabeza—. No nos vemos en persona desde entonces... y yo no la resiento por ello. Tiene razón en estar lejos de mí. Pero... aún la sigo en sus redes sociales, porque la extraño. Y cuando vi que tú y ella estaban juntas de nuevo, mi coraje regresó... Supe que tenía que contactarme con ustedes y pedirles disculpas al menos una vez, aunque no las acepten... —El profesor al fin dejó de luchar contra sus sentimientos y aceptó la caída de su primera lágrima, aunque con cierta molestia—. Y por eso te llamé aquí. A decirte que lo siento. Que no sabía sobre el plan de Natasha. Y a rogarte que me ayudes a reconectar con mi hija... Porque la amo. Y porque no logro perdonarme por cómo la he tratado.

Aurora, asombrada por el rostro compungido del hombre a su frente, abrió la boca y respiró hondo, buscando algo que decirle después de tamaña verborrea. No logró encontrar nada. Así que aprovechó que un mesero estaba pasando cerca de su mesa, y lo llamó.

—Hola, buenas tardes. ¿Ya los atendieron?

—A-Aún no —ella respondió, aún desorientada.

—Tomen, aquí les dejó el menú.

—G-Gracias...

El sujeto se marchó. Mario bajó su mirada a la mesa. Ella siguió en silencio.

Sabiendo que debía decirle algo, llevó una de sus manos al collar regalado por su novia, buscó fuerzas en el valor que tenía, y miró a su suegro de nuevo.

—Yo, como dije... no lo odio, señor. Y... lo entiendo —Asintió levemente—. No voy a mentirle... usted hirió demasiado a su hija. Ella lo ama. Lo adora. Pero sus acciones... sus palabras...

—Fueron terribles.

—Sí. No imperdonables, pero sí... inolvidables.

—No sé cómo arreglar este desastre.

—Pidiéndole disculpas a ella, y no a mí —Aurora afirmó, al verlo arrugar su rostro y comenzar a llorar con ganas—. Usted no hizo lo que hizo por crueldad. Apenas fue ignorante. Y tanto ella como yo entendemos eso. Usted no actuó igual a la señora Natasha, ni de lejos... Pero si metió la pata. Sí ofendió a Alex. Y por eso, debe hablar con ella y pedirle perdón...

—Ella no me escuchará.

Al oír estas palabras, la artista no pudo evitar recordarse de la conversación que había escuchado entre su novia y Giovanni, en la noche de su reencuentro. La entonación y el trasfondo de dicha oración eran básicamente iguales.

—Yo hablaré con ella —la joven prometió—. Y le pediré que lo escuche. Sé que Alex lo hará.

Mario, así que Aurora terminó de hablar, físicamente se tragó sus lágrimas e intentó recomponerse en tiempo record. La volvió a mirar, con una gratitud y calidez a la que ella estaba desacostumbrada a recibir.

—G-Gracias... —Fue lo único que logró decir por el momento, pero fue suficiente para la muchacha.

Ella le sonrió, más por empatía que por felicidad, y le hizo otra seña al mesero.

—Voy a querer un pollo a la parrilla, y una copa de vino.

—¿Cuál vino? Tenemos Pinot, Merlot, Cabernet...

—Cabernet —ella respondió con cierto apuro—. Y usted, ¿señor Mario?

—Lomo. C-Con huevos y p-papas fritas.

—Cierto... —El funcionario, aunque preocupado, anotó su pedido—. ¿Algo más?

—Un v-vaso de agua, por favor. Y otra copa de v-vino.

—Sí, señor. ¿Eso es todo?

—Sí —Aurora y su suegro contaron al unísono.

—De acuerdo... Enseguida traigo sus pedidos.

El profesor, aliviado por la partida del hombre, se frotó su rostro con ambas manos. La artista, por su parte, soltó al fin su collar. La peor parte de la reunión había acabado. Esto estaba yendo por un mejor camino de lo que ella había esperado.

—S-Si no es m-muy atrevido y d-desubicado de mi parte preguntar... —Mario volvió a alzar la voz, con nerviosismo—. ¿Q-Qué estás haciendo ahora? Digo... d-de carrera.

—Estoy en el último año de mis estudios de Bellas Artes, y actualmente estoy trabajando para una producción secreta de Alaister Marwood. También tengo algunas obras en exposición en galerías y museos, y vendo pinturas para ganar un dinero extra.

—Y de qué... —Respiró hondo—. ¿De qué se t-tratan tus obras?

Aurora, entendiendo que el hombre no tan solo quería reconectarse con su hija, sino establecer un vínculo más saludable con ella misma, decidió dejar su resentimiento y temor de lado, de una vez por todas, y atreverse a abrirse ante el señor de la Cuadra.

Él genuinamente parecía querer reparar sus errores. Y ella, aunque desconfiada de sus intenciones, ya había pasado por suficientes sesiones de terapia como para lograr separar su trauma de la realidad.

Estaba aterrada de ser herida, usada y manipulada por él. Pero a la vez, sabía que Mario no era una amenaza. Así que intentó ser amable, aunque su cerebro le estuviera gritando: "¡Peligro!"

Respondió cada pregunta formulada por el profesor con casualidad y con clase, manteniendo secreto todo aquello que considerara conveniente, y revelando todo aquello que fuera necesario para mover la conversación adelante.

La comida llegó y ellos cenaron. A medida que Mario se fue calmando y poniéndose más cómodo, se volvió más carismático y amistoso. Hasta que, en determinado punto, logró derretir la capa de hielo que rodeaba a Aurora, e incluso le sacó una risa de la boca.

La noche terminó en una nota alta. En un momento que ninguno jamás olvidaría.

—Gracias por amar a mi hija como ella merece, y por cuidarla en los momentos en los que incluso yo no pude —el profesor le dijo a la artista, mientras se despedían.

—No tiene que agradecerme, señor... Y si tuviera que pasar por todo lo que pasamos de nuevo, lo haría. Porque tenerla un segundo a mi lado ahora, ya vale por todos los años que sufrimos separadas.

—No voy a permitir que eso pase de nuevo... No por culpa de terceros. Ustedes merecen ser felices, en paz.

—Gracias por decir eso.

Aurora, emocionada, le estiró la mano. Él, sorprendido por el resto, le sonrió y se la sacudió.

Las cosas aún no estaban bien. Pero habían mejorado bastante. Y eso era suficiente.

En vez de irse a casa de inmediato, Aurora llamó a Alexandra y le preguntó si podía pasar por su departamento por unos minutos. Quería contarle todo lo que había sucedido durante aquella cena de inmediato.

—Solo acepto si te quedas a dormir aquí. Ya está súper tarde... Y vivimos relativamente lejos una de la otra.

—De acuerdo —la artista respondió, con un tono menos entusiasmado al usual.

—¿Estás bien? Suenas un poco, no sé... ¿triste?

—No estoy triste, tranquila. Solo... llena de novedades que compartir.

—Entonces apúrate en llegar, que te estaré esperando... No, de hecho, camina lento y demórate, que, voy saliendo del gym. Voy a aprovechar y ducharme antes de que aparezcas por aquí. No quiero que pases la noche al lado de un charco de sudor.

Aurora se rio, pero de nuevo con poca energía.

—Te veo en unos minutos, ¿dale?... Ahora voy a llamar al Gio para avisarle que no volveré a casa hasta mañana. Tú anda a ducharte nomás.

Y luego de despedirse, exactamente eso hizo. Llamó a su mejor amigo, le hizo un repaso rápido de toda su charla con Mario, y se desahogó un poco antes de irse al hogar de su novia. Giovanni, siempre siendo el ser comprensivo que era, le dijo que había hecho lo correcto al intentar perdonar al sujeto.

—Sé lo mucho que te cuesta creer en la bondad de las personas, Rory. Esto, lo que hiciste hoy... fue un paso tremendo. Y te felicito, porque sé que no fue fácil.

—De hecho... Me costó menos de lo que creí.

—Ya sabes por qué, ¿no?

Ella hizo una pausa y sonrió, sabiendo con precisión lo que él diría a seguir.

—Terapia.

—Terapia —el fotógrafo dijo al mismo tiempo, al otro lado de la línea.

Y tenía toda la razón, porque si no estuviera trabajando en su salud mental, seguramente hubiera ido a cenar con Mario apenas para mandarlo al carajo.

Estaba contenta de haber tenido la paciencia y el coraje necesario para confrontarlo, sin necesariamente ofenderlo. Y al llegar al departamento de Alexandra y compartir con ella todo lo que había pasado durante la noche, vio que su cambio consciente de comportamiento había valido la pena. Porque físicamente vio a un peso gigante ser removido de la espalda de la rubia, y una melancolía profunda desaparecer en la oscuridad de su olvido.

—R-Realmente eres una enviada de Dios —ella bromeó, mientras lloraba de alivio.

—No... solo soy tu novia —Aurora besó el costado de su cabeza—. Y sé que mereces ser feliz.

Aquellas palabras marcaron a Alexandra por meses, porque efectivamente lo fue.

Ella logró graduarse en biología, obteniendo su título profesional luego de cuatro años de religioso y pragmático estudio.

Logró además pasar las pruebas de selección de la Federación Nacional de Atletismo, alcanzando el primero y segundo lugar en todas. Por esto, fue convocada a los Panamericanos.

Se volvió la estrella de una campaña publicitaria de G-Power, y participó en un anuncio de Black Falcon. Con el apoyo de dichas compañías, consiguió al fin poner su situación financiera en orden.

Pero su mayor logro fue reconectar con su padre, con su novia, y con sus viejos amigos.

Hace años no se sentía tan en paz.

Y la sensación era la misma por el lado de Aurora, aunque con menor intensidad. Su salud mental estaba mejor. Ya no sentía las mismas viejas ganas de autodestruirse. Además, se había graduado al fin.

Su obra final fue una escultura de mediano tamaño, con tres figuras humanas como protagonistas. Como a ella le encantaba el arte grecorromano, sus modelos estaban vestidos con ropas del período.

La primera persona representada era una mujer con rasgos muy parecidos a los de Alexandra. En los pies tenía unas sandalias aladas, similares a las de Hermes. Curioso, porque el equivalente romano de dicho Dios griego era Mercurio. Y la rubia, al ser del signo de Géminis, tenía a Mercurio como su planeta regente.

Ella iba tomada de la mano con otra mujer, con un rostro igual al de Aurora. La artista, a la vez, era del signo de Libra, regido por el planeta Marte. El Dios romano de mismo nombre tenía como uno de sus símbolos a los pájaros carpinteros. Y el ave en sí estaba posado sobre el hombro derecho de esta figura, mirando en la misma dirección que ella.

La escultura final también estaba tomada de la mano con la segunda. Era un muchacho de facciones idénticas a Giovanni. Su signo era Leo, y estaba regido por el sol —en la mitología griega, personificado en Helios—. Esto estaba representado en la aureola que llevaba en su cabeza, y que era una referencia clara a dicho personaje.

Había muchos más detalles ocultos en la escultura, pero estos fueron los que ella decidió destacar. Logró sacar una nota altísima, e incluso fue invitada por la rectora del instituto Gentileschi a exponer su obra en una galería respetada de la capital, ganando una buena suma de dinero al venderla a un coleccionador privado. Dividió su pequeña fortuna con sus amigos y aprovechó para comprarse un torno de alfarero propio, al que instaló en un rincón de su habitación, sobre una lona azul —que según Alexandra "parecía el fondo de una piscina de plástico"—.

Así como la rubia, ella nunca se había sentido tan feliz.

¿El único problema? Seguía bebiendo como si tuviera un agujero negro por estómago. Lo hacía a escondidas, para calmarse cuando las situaciones de estrés cotidianas sí se presentaban, y juraba que estaba bien —pese a saber que aquello no era cierto—. No creía que se tratara de una adicción, porque había logrado parar de beber por un tiempo, sin sentirse pésima por ello, pero sí sabía que el hábito se estaba volviendo una "muleta emocional" innecesaria.

Además, mentirle a Giovanni y a Alexandra respecto a dicha costumbre la corroía por dentro, porque genuinamente detestaba hacerlo.

Así que decidió lo que algún día creyó sería impensable, y charló con su psicóloga al respecto.

—A veces siento que soy "demasiado" para los demás. Que siento demasiado. Que reacciono de forma exagerada. Que estoy molestando a todos... Y cuando esos pensamientos aparecen, la única manera de callarlos es... bebiendo. No es que tenga una adicción; puedo parar. Ya he parado... pero... —Sacudió la cabeza—. No me gusta quién soy cuando estoy sobria. Y pues, bebiendo me siento más tranquila. Más socialmente aceptable.

—Lamento que te sientas así, pero entiendo lo que dices —la profesional respondió, sin juzgarla por nada—. Y ahora que lo escucho, creo que deberé hacer algo que he estado contemplando hacer a un tiempo.

—¿Qué? —Aurora preguntó, asustada.

—Cambiar tu diagnóstico.

—¿Huh?

—Me parece, por todo lo que he oído, que tu diagnóstico de depresión fue erróneo. Sí tienes cuadros depresivos, pero por lo que tú misma me has contado, son oscilantes... Algunos días te sientes llena de energía, tomas riesgos que nadie más tomaría, pones tu vida en peligro, te sientes cansada pero no puedes dormir, hablas en exceso, tienes reacciones emocionales a cosas simples, tu libido aumenta más allá de lo normal... Mientras que otros, te sientes agotada. Lista para dormir para siempre.

—Pues... sí. ¿Y?

—Eso no es apenas depresión. Estoy segura que es bipolaridad, tipo 2.

Aurora frunció el ceño y abrió la boca para responderle, pero al contemplar la respuesta con calma, se dio cuenta de que eso explicaría muchas cosas.

Su gusto por la exploración urbana, y su falta de miedo ante el peligro. Sus respuestas irónicas y agresivas que no podía controlar. Los momentos en los que hiperventilaba de la nada misma. Sus múltiples amantes cuando vivía períodos de prolongada soltería. Y claro, su tristeza profunda y aplastante, que generalmente se extendía por semanas, hasta un nuevo brote repentino de hiperactividad.

—¿Y el alcohol? ¿Qué hay de eso?...

—No digo que sea tu caso, pero el alcoholismo y la bipolaridad están a menudo relacionados.

—¿En serio?

—Eso es lo que dicen los estudios. Aunque yo pienso que beber, en tu caso, está más relacionado a una necesidad de automedicarse que a una adicción en sí. Hagamos lo siguiente: Intentemos suspender tu consumo de alcohol, y reemplacémoslo por una nueva medicación... Y ahí vemos cómo sigues. Tendrás que hablar con tu psiquiatra para ello, pero estoy segura que valdrá la pena.

La mujer tenía razón; sí que valió la pena. De pronto, el humor de la artista se estabilizó. Las voces impulsivas en su mente se callaron. Su necesidad de beber hasta silenciarlas desapareció. Y todo por una diminuta pastilla blanca, de cincuenta miligramos, que parecía inofensiva de tan pequeña.

El cambio en su psique se reflejó en su comportamiento. Estaba visiblemente más calma, y se encontró de pronto menos propensa a tener ataques de ansiedad. Sus episodios depresivos ahora no la ataban a la cama por días. Y sus episodios hipomaníacos —como aprendió se llaman sus momentos de frenética energía— también se volvieron más suaves.

Su nueva tranquilidad también tuvo cambios positivos en Alexandra y en Giovanni.

Y fue crucial para ayudar a la rubia a lidiar con otro incidente oscuro en su vida: el accidente vehicular de su padre.

El señor de la Cuadra había estado manejando por la noche, volviendo de su trabajo bajo una lluvia fina, cuando otro automóvil arremetió en su contra y le dio vuelta a su camioneta. Él se había roto el brazo, fracturado algunas costillas —una incluso dañó a su pulmón—, y tuvo una conmoción cerebral seria.

Alexandra voló al hospital para verlo. Descubrió que él casi había muerto en el camino. Lloró desconsoladamente y así que pudo recobrar un poco de su razón, llamó a Aurora.

La artista —quien había estado durmiendo, luego de haber pasado el día trabajando en un estudio, siendo parte de la producción de la película stop-motion de Alaister— se levantó con un salto al oír lo que había pasado. Despertó también por accidente a Giovanni, quién se encargó de conseguirles un Uber y llevarlos al hospital.

Así que pisó en el edificio, Aurora corrió hacia Alexandra. No respondió a preguntas de médicos o enfermeros, no se importó por seguir protocolo alguno, apenas voló en dirección a su novia. Y cuando la ubicó, chocó contra ella y la abrazó lo más fuerte que pudo, dejándola sollozar en la seguridad de sus brazos.

—Todo estará bien...

—R-Rory, el casi m-murió...

—Pero sigue vivo. Y eso es lo que importa.

Las horas pasaron. El estado del señor de la Cuadra se estabilizó. La artista no abandonó a la atleta por un segundo siquiera, y agradeció a los cielos el hecho de que aquel accidente hubiera ocurrido en la noche de un viernes, porque no tendría que ir a trabajar el sábado, y así podía pasar todo este tiempo cerca de Alexandra.

Las dos no hablaron mucho durante el primero día de recuperación del hombre. Pero, durante el segundo, sí tuvieron que discutir un tema en concreto: La partida de la rubia a los Panamericanos, en diez días más.

No había manera alguna de que su padre se recuperara así de rápido. O sea que ella tendría que tomar una dura decisión: Quedarse en la capital y echar todo su esfuerzo a la basura, o irse al extranjero y sentirse pésimo por abandonarlo en un momento así de crítico.

Por suerte, Aurora fue la voz de la razón:

—Tienes que ir.

—Y-Yo no puedo.

—Sí puedes. Yo y el Gio cuidaremos al señor Mario hasta que vuelva.

—Rory, n-no puedo hacerlo...

—Debes. Y él también lo sabe —la morena insistió, mirándola a los ojos—. Irás allá a Uruguay, darás tu mejor esfuerzo, y volverás aquí para pasar más tiempo con él. Todo estará bien... Te estaremos apoyando. Tú tranquila.

Alexandra volvió a llorar, de esta vez de estrés. Se apoyó en el hombro de Aurora y ella la sostuvo, preocupada por su bienestar.

Las dos habían creído que Mario —acostado en la cama a su lado, con los ojos cerrados— no había oído dicha conversación por estar durmiendo. Pero ese no era el caso; él lo escuchó todo. Y así que pudo estar con su hija a solas, la hizo jurar que no se perdería a los juegos por su culpa.

—Trae a casa tu medalla, Alex —él demandó, con un tono que no dejaba espacio para dudas—. Ese es tu único deber ahora.

Y porque su padre se lo pidió con tanta bondad y exigencia, esto se convirtió en una orden.

Sería una medallista, sí o sí.

Lo haría orgulloso, sí o sí.

Nadie estaba dudando de ella y por lo tanto, ella no podía dudar de sí misma.

Tenía que ir.


------------------------


Nota de la autora: ¡Hola! Espero que estén disfrutando la historia. Paso para compartirles un dato curioso; la conversación entre Aurora y su psicóloga fue una que yo tuve con la mía. Presentaba comportamientos similares a los de ella antes de ser diagnosticada con Bipolaridad tipo 2, y mi relación con el alcohol era bastante similar. No llegaba a ser una adicción, pero sí era un método de "auto-medicación" que mi cerebro había desarrollado por no tener disponible el tratamiento adecuado para mi desorden.

Sí es común que personas con Bipolaridad tengan algún tipo de adicción —y por eso es tan importante identificar los síntomas de la misma lo más temprano posible—, pero también pueden tener una relación tóxica con las drogas, que no llega a ser una adicción como tal.

Independiente de cuál sea el caso, ¡hablen con sus psicólogos! ¡Vayan a terapia! ¡Sean sinceros cuando necesiten ayuda! No sufran en silencio.

Lo otro es que el accidente de "Mario" también fue real, y de hecho fue el evento canónico que me hizo volver a hablar con "Alex" después de años de separación xd. Por suerte él está bien ahora.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top